Ese estallido que dicen que no ocurrió // Diego Valeriano
Quienes dicen que en la Argentina no hubo estallido por la esperanza de un nuevo gobierno nunca cruzaron Plaza Miserere a las tres de la mañana, ni fueron a un 15 en Merlo a unos pares de cuadras del Reconquista, ni a un bautismo de esos que siempre son de fuego. Ni Uber de Ciudadela a José León Suárez, ni delivery en la noche de Casanova, ni transa por las calles de Mariló. Nunca sintieron lo que es correr el bondi a las seis de la mañana, no para no perderlo, sino para esquivar la banda que gede en la esquina.
Miran manija las imágenes de Chile, empachadas de lucha, de poses, de imágenes, de me gustas, sin saber qué es lo que pasa en la tercera de Morón un miércoles cuando cae el sol. Twittean, postean, miran C5N, opinan, mientras la base escurre a los pibes de las manos de las madres, mientras Milli, aterrada como cada vez que vuelve del laburo, duda si caminar más cuadras hasta la avenida o cruzar el campito y ver su suerte, mientras los guachos corren con el fierro en la cintura de los shores, mientras la vida vale poco.
El estallido llegó hace rato y está plagado de guachos saltando urgentes por la punta del andén en Flores, de putas viejas en la colectora después del Buen Ayre, de quemas de rancho del violador, de ferias absurdas y abundantes, de pibas que se toman el 238 en Libertad para morir un viernes por la noche y resucitar lo más chetas un domingo a la mañana.
Los caretas de la política, las ortibas de las palabras, los panelistas estrella ven solo a la Plaza de Mayo como campo de batalla válido, como referencia piola, como todo llanto. No saben, no quieren, no ven lo que ya estalló, lo que no vuelve, lo que ya es para siempre. Esos cuerpos que mutaron de manera definitiva, esas fiestas que siguen siendo a muerte, y esas ganas tremendas de no hacer caso, de pelear a fondo, de morir si es necesario que tienen en los ojos los guachines que pasan en el carro.