Anarquía Coronada

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Marie Bardet

Movimiento de lo público. Sobre Movimiento Público de Silvio Lang y Celia Argüello Rena // Marie Bardet

«Movimiento público», se llama la intervención que Silvio Lang y Celia Arguello Rena hicieron en la Usina del Arte, el sábado 13 de octubre, con la asistencia de Ari Lutzker, la colaboración artística de Rodolfo Opazo y Mariana de Latorre, y la asesoría teórica de Santiago Johnson en el marco del 10° Festival Buenos Aires Danza Contemporánea.

Como en otras ocasiones, con Silvio Lang, más que una obra exactamente, se trata de una experiencia sensible y de pensamiento, o una suerte de ensayo escénico, explotando toda la ambigüedad de la palabra “ensayo” que se estira desde el “ensayo” como “campo de batalla” (Alberto Ure) hasta inventar un estilo ensayístico para las prácticas escénicas. Pensar desde las prácticas escénicas, o considerarla como pensamiento, es el contrario de exponer ideas. No es que “Movimiento público” se queda con una propuesta teórica, la presenta “plasmándola” en escena. No, todo lo contrario. Se da cuerpo/imagen escénicxs a un modo de pensar, se piensa con y desde las líneas propias de la escena: cuerpos, gestos, lenguas, luces, vestuarios, ritmos, espacialidades. Tal vez porque su pensar, veloz y de estudio grupal, es de entrada un modo de intervención mucho más que una reflexión abstracta, o una postura teorizante SOBRE las cosas. En este sentido es que no tiene que buscar “plasmarse”, “traducirse”. Ya es, de entrada, un pensamiento por líneas de fuerzas, piedras de sensación lanzadas al espacio, gritos de “¡aire que no podemos respirar más!”, “¡un poco más de posible que nos estamos ahogando!”. 

En este caso, movimiento público interroga en una doble dirección cada término: lo público y el público; los movimientos de los cuerpos y los movimientos como transformación. A lo largo de la función, nos vamos metiendo en un movimiento público, interrogando sensible y conjuntamente un moverse del público y un movimiento de lo público. De alguna manera, se piensa y experimenta ahí lo que se plantea en muchos espacios, clase, grupo, proceso de creación: ¿cómo pensar cierta relación entre quienes hacen y quienes miran? Pero sin plantearlo de manera abstracta o teórica, como decisión formal o ideas al respecto, sino a través de una trama sensible de la danza de Celia Arguello, de sus expresiones de monstrua, de su manera de volver su cuerpo signos y señales en el espacio, de atravesar los espacios desmesurados forzándonos a desplazarnos. Y no es que sea una obra “participativa”.

En este sentido, es una manera de dinamitar -explotar y redinamizar- la lectura de Rancière (que supo encontrarnos con Silvio hace muchos años, en universidades, en talleres, en salas de ensayo, o en las calles). Dinamitarla para hacerla actual, apropiada y apropiando los espacios de artes escénicas en la ciudad de Buenos Aires, y sus modos de producción e invención específicos. En el Espectador Emancipado Rancière decía:  

Pero, en un teatro, ante una performance, igual que en un museo, una escuela o una calle, nunca hay más que individuos que trazan su propio camino en la selva de cosas, de actos y de signos que los encaran y los rodean. El poder común a los espectadores no reside en su calidad de miembros de un cuerpo colectivo o en alguna forma específica de interactividad. Es el poder que tiene cada uno o cada una de traducir a su manera lo que él o ella percibe, de ligarlo a la aventura intelectual singular que los hace semejantes a cualquier otro en la medida en que dicha aventura no se parece a ninguna otra. Ese poder común de la igualdad de las inteligencias vincula a los individuos, les hace intercambiar sus aventuras intelectuales, en la medida en que los mantiene separados los unos de los otros, igualmente capaces de utilizar el poder de todos para trazar sus propios caminos. Lo que nuestras performances verifican –ya se trate de enseñar o de actuar, de hablar, de escribir, de hacer arte o de verlo– no es nuestra participación en un poder encarnado en la comunidad. Es la capacidad de los anónimos, la capacidad que vuelve a cada uno/a igual a todo/a otro/a. Esta capacidad se ejerce a través de distancias irreductibles, se ejerce por un juego imprevisible de asociaciones y disociaciones.

En ese poder de asociar y de disociar reside precisamente la emancipación del espectador, es decir, la emancipación de cada uno de nosotros como espectador. Ser espectador no es la condición pasiva que tendríamos que transformar en actividad. Es nuestra situación normal. Aprendemos y enseñamos, actuamos y conocemos también como espectadores que ligan en todo momento lo que ven con lo que han visto y dicho, hecho y soñado. No hay forma privilegiada, ni tampoco punto de partida privilegiado. Por todas partes hay puntos de partida, cruces y nudos que nos permiten aprender algo nuevo si recusamos, en primer lugar, la distancia radical, en segundo lugar, la distribución de los roles y, en tercero, las fronteras entre los territorios. No tenemos que transformar a los espectadores en actores ni a los ignorantes en doctos. Lo que tenemos que hacer es reconocer el saber que pone en práctica el ignorante y la actividad propia del espectador. Todo espectador es de por sí actor de su historia, todo actor, todo hombre de acción, espectador de la misma historia.”

Se volvió evidente, palpable, ahí, ese sábado, que no es la inversión de los lugares entre quienes hacen y quienes miran, sino que estando ahí, mirando de alguna manera a Celia Arguello Rena en el despliegue a toda fuerza de su solo en la inmensidad del espacio, teníamos que singular y pluralmente ir decidiendo la orientación de nuestras cabezas, la inclinación de nuestras columnas, la dirección de nuestros pasos, avanzar o ir hacia atrás, ponernos en diagonal, no solo para “verla bien” entre las otras personas y las paredes entre las que se metía, sino que apareció algo más: por un lado, movernos para componer imágenes de ella con la muchedumbre, ya que no había manera que no entre el público en el marco visual en la que Celia se insertaba (lejos de la experiencia de la sala de teatro donde la oscuridad y las butacas intentan abstraer a lxs otrxs espectadores del campo visual de cada unx). Era una experiencia de componer mirando a ella y al público. Por otro lado, la sensación capilar de hacer movernos en masa, sin previo acuerdo, pero sin tampoco armonía preestablecida, ni bella sensación de conjunto. Amuchadxs, amasadxs, nuestros desplazamientos de público son olas sin mirar, cambiar de frente rozándonos sin chocar, evaluar a cada instante la distancia/cercanía con lxs otrxs. Las costillas y espalda como antenas o membranas con las que también estabamos “mirando” esos gestos-imágenes, percibiendo la dirección por venir, compartiendo las tendencias en el espacio de ese cuerpo y esa voz que pasaba del balbuceo a la vociferación. Y no es que esa voz se escucha por un lado, y los gestos se ven por otro, en una suerte de combinación intacta. Trabajan una materialidad continua entre las posturas, los enviones, las posiciones de las manos, las deformaciones del rostro, las corridas, los abrazos, desplazamientos y suspiros, gritos, la lengua que se ve y que yace en casi-palabras. Continuidad heterogénea que fabrica imágenes muy singulares y pregnantes: ensoñaciones materiales que se imprimen en su modo de emerger, al ras de la piel de Celia de-formándose. Mucho más que figuras ya hechas, son tendencias, y bichos emergentes en muchas direcciones, cada uno teniendo que durar lo que dura una vida, una vida de imágenes sensibles. Sin ningún criterio a priori organizado por oposiciones: ni de tenor: suaves O violentas; ni de velocidad: lentitud O rapidez; ni de escalas: detalles microscópicos O grandes desplazamientos.

El trabajo singular de Celia Arguello Rena nutre precisa y muy sutilmente esa potencia de hacer imágenes con gestos y movimientos propuesta por la dirección de Silvio Lang y la troupe de cómplices. Durante más de 40 minutos, habitó los cientos de metros cúbicos de este espacio de gran hall y escaleras, pasillos y balcones, con un timing de una justeza exquisita. Emergen imágenes a través de su piel, y de su vestuario petroleado que alude a cosmonauta o fiesta ochentosa, las sostiene en la duración de su emergencia. Su danza no escapa a las imágenes las más pregnantes y reconocibles que aparecen, ni las fija en posiciones o figuras. Transita de las más delicadas a las más escandalosas con una misma contundencia; destila la duración propia de una transformación y transfiguración, que no deja intactos los espacios públicos de presentación de las artes escénicas como es la Usina del Arte. No la caminaremos/veremos igual luego.

 

Foto: Nahuel Vec

Política de las arañas y las redes // Marie Bardet

«Este magma subterráneo va más allá del momento y continúa tras el clímax para incubar otras verdades, otros razonamientos, que son los que van a terminar eclosionando en la esfera de lo público, una vez concluida la fase del apaciguamiento. Y este proceso ya está comenzando»

Silvia Rivera Cusicanqui, a propósito del poder destituyente,

«Un mundo Ch’ixi es posible», ed. Tinta Limón

 

#Operaciónaraña, por las vías de subte, hace eco a la evidencia de la alianza entre todo lo que no se aguanta más: la represión policial en la lucha de los subtes por las metrodelegadas, la clandestinidad obligatoria para abortar que denuncia la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto desde décadas, y los gritos, asambleas, marchas, y paros de mujeres contra los femicidios y las violencias económicas agitados por Ni Una Menos. Hacer temblar la red de subterráneos, agitando cada línea como un filón nervioso, afectivo y político de nuestra cuerpa colectiva. #Operaciónaraña se vuelve también herramienta sismográfica para percibir las conexiones existentes entre las injusticias y violencias del patriarcado en cada estación, para trazar las redes que habitamos, arañas que cruzamos nuestras telas.

De entrada, en su llamado, pone patas para arriba las superficialidades y profundidades, lo visible y lo oscuridad de lo subterráneo: volver más visible la conexión entre las luchas metiéndose en la oscuridad bajo la tierra; hacer de las luchas sindicales, de las sexualidades, de los modos de informar-nos, de la escucha-afirmación de nuestros deseos, tantos modos transversales de lo político, asumiendo que “mezclamos todo”. Sí, mezclamos todo, porque todo está entramado. Y es solo afilando nuestras percepciones a esas evidencias de mezcla que no confunde, que no homogeneiza, que podemos imprimir otros trayectos, inventar otras «líneas de errancias”, que desvíen de las marcadas por imperativos que ya muchas, muchos, muches no aguantamos. Y aprender juntas a trazar esas “líneas de errancia”, que trazaba F. Deligny, lo arácnido en nuestras vidas, la red que marca todo gesto, también es afirmar un devenir arácnido de nuestros modos de decisiones como modo de lo político, tejer en el medio de la lucha por la legalización del aborto.

 

Arácnido, es nuestro modo de tomar decisiones.

Con la lucha por la legalización del aborto, los modos de tomar decisiones mismos reconocen sus trayectorias otras, complejas, atravesadas por muchos aspectos heterogéneos: cuando decimos “Nosotras decidimos” sabemos que esa decisión se espesa con las texturas de nuestras experiencias, y del compartir de las experiencias de todas, todos, todes como formación de lo político. Por eso, frente al reproche de que tomamos esa decisión de abortar demasiado livianamente, no contestamos, culposas, reconociendo que sí es cierto, es grave, es una decisión dramáticamente profunda. No, porque sabemos que en la alternativa liviandad superficial versus dramatismo profundo impuesta por una moral transcendental no caben nuestras redes de araña. Si lo volvemos una fiesta, es por un paciente tejido con el que le ganamos al miedo de la clandestinidad, y afirmamos que nuestras decisiones vitales no estarán marcadas por la repartición entre liviano y profundo marcada por una moral de la culpa. No, ni liviandad, ni dramatismo; asumimos lo espeso de modos de decisión: decisión-lío, decisión-enmarañada, y decisión en red.

Una decisión donde se mezclan los deseos, los imaginarios, los soportes económicos, las lecturas del contexto de nuestras vidas, las alianzas que nos fortalecen o no en ese momento. No, no es una decisión liviana, pero no tiene por qué ser gravemente profunda. Que las profundidades y superficialidades, que los graves y agudos, que los rápidos o lentos, queden librados de la clandestinidad que confina hasta hoy el aborto en Argentina, e inventen otra “lógica del sentido”, es decir otra lógica de los sentidos, de las sensaciones y de las significaciones que marcan y hacen a un mundo. Lógica de tela de araña.

Ni necesariamente dramaticamente profundas, ni superlivianas “decerebradas”; porque sabemos que lo dramático viene en gran parte de la clandestinidad y la culpa que pesa sobre nuestras decisiones por un lado; y porque afirmamos que tomamos nuestras decisiones  no solo con el cerebro, sino en otra red de cuerpo-pensamiento: pensamiento “chuyma”, por ejemplo, corazón, pulmón, hígado como recuerda Silvia Rivera Cusicanqui. Entonces es toda la idea de “decidir” que se encuentra desplazada de su raciocino reflexivo y deliberativo de un sujeto moderno modelo sin cuerpo, o que legisla sobre el. Nuestras decisiones situadas en ese andar chuyma, que se tejen con los hilos en presencia, desde los más tangibles de las condiciones económicas que nos rodean en la misma tela que los más finos de lo que aprendemos en el camino que son los del deseo y de la esperanza también de cambiarlo todo, nos atravesan enteramente, de pie a cabeza. Pensar a lo largo del camino junto con mover esa trama compleja, dónde no podemos separar los deseos de nuestras corporeidades, de nuestras imaginaciones, de nuestras reflexiones, ni nuestros gestos de nuestros conceptos. Así, más que buscar nuevxs autorxs, nuevas teorías que calzarían, hacemos guisos de lecturas, escuchas y palabras ensayadas en los últimos meses. Las citas encontradas circulan como condimento nuevo, se vuelven alimentos para las cocinas y alientos para las luchas, pero no un.a autor.a que sea LA teoría nueva. En las últimas semanas, a lo largo de tantas escuchas de las discusiones inevitables en todas las clases, de los debates en senado o diputados, de las voces de las generaciones que la pelean desde hace rato por esto y también en otras partes del mundo, se esbozó en muchas conversaciones una trama de que podemos partir de la complejidad de una trama de decisión para pelear por la legalización del aborto.

Escuchamos y gritamos las frases de las generaciones de feministas que nos preceden, “yo decido sobre mi cuerpo”, “mi cuerpo es un campo de batalla”, sintiendo la fuerza imprescindible de las que vinieron antes, de poner los pies en huellas que volvemos a trazar haciendo memoria. Repetimos como mantra estas frases, y las agujereamos con preguntas ¿“qué es este yo que dice “mi” cuerpo?  ¿Qué gesto inaugura este “sobre” mi cuerpo? ¿Qué brecha sensorial e imaginativa abre decir “nuestras cuerpas”? Y ¿qué gestos inventamos hoy destituyentes de este “yo decido” sin ceder nada a nuestra libertad de decidir? Porque sabemos que agujerear no es necesariamente fragilizar, sino escuchar-haciendo, hacer-escuchando y desplazarnos en el camino. No decidimos tal vez tanto “sobre” “nuestros” cuerpos porque sospechamos de esta posición por sobre el cuerpo y de la idea de poseer un cuerpo, pero sí afirmamos, trazamos, avanzamos decisiones libres desde-con nuestros cuerpos-sensaciones-imaginaciones-condiciones de vida-alianzas del momento-deseos vivos-miedos que arden-esperanzas que atraviesan un momento/movimiento… Y esa paradoja es la paradoja misma de una decisión que es libre tal vez, no porque pertenece a un super sujeto bien autónomo-racional, enteramente sumergido en la profundidad de su re-flexión por sobre “su” cuerpo, sino que se sabe entramada, en red, y que desde esa complejidad, se traza un gesto propio. Esa decisión también está hecha de búsqueda, de descubrimiento, de disfrute: Educación sexual para descubrir, anticonceptivos para disfrutar, #AbortoLegal para decidir.

Complejidad ni necesariamente dramáticamente profunda, ni absolutamente liviana, la de abortar, pero ¡exactamente como la decisión de tener un hijx! Sí, ¿qué se creen? ¿Que no es también un lío decidir tener hijxs o no en este mundo? Cortando zanahoria para el guiso del 13J a la noche, o en las clases siguientes de los viernes en CIA, a la vuelta del Congreso, avanzamos con esta idea: decidir tener un.a hijx ¡también es un lío! Tampoco es una decisión pura y limpiamente de un yo autoritario “sobre” “su cuerpo”. Cortábamos verduras y conversábamos de cómo la decisión de parir había sido para cada una allí un gesto complejo, lleno de preguntas y deseos y sensaciones y proyecciones y mandatos y miedos, pero también de cierta libertad de reírnos de nosotras mismas en el trayecto. Y que peleando por el aborto peleamos por una decisión “en red” de tener y no tener hijxs, por modos “en red” de tenerlxs, y también por trazar ahora nuevos gestos de crianza.  

Saber que están las redes nos permite hacer arder nuestros miedos también, las socorristas en red, primero, que cada vez más gente conoce, hasta esa red arácnida subterránea que se agita para entrar al 8A, en red. Situar lo arácnido de nuestras decisiones en las redes que tejemos en las que nos sentimos amparadas cada vez más para nuestras decisiones-líos, en nuestras respiraciones entre gritos, que agujerean con preguntas los lemas que nos fortalecen.

Decidir en las redes en las que estamos, en lo arácnido de la vida, es tomarse el tiempo-espacio de escuchar nuestros gestos, por más urgentes y fulgurantes que puedan ser.  Es tejer con una e-videncia que surge a veces sin que la podamos explicar del todo, la evidencia de que es el momento, o no, para tener hijx, ahora, más tarde, o nunca. Hacer de eso que no podemos explicar del todo también un espacio de libertad para nuestras decisiones.

Cuando desde sus experiencias en las redes de resistencia en el maquis  y de ocupación de pueblos abandonados con chicxs autistas después de la liberación, Fernand Deligny afirma: “Ningún querer [vouloir] en lo arácnido. Y en todo gesto del querer [vouloir], puede encontrarse lo arácnido, a condición de que se lo busque”, habilita gestos, modos de hacer y vivir que escapan al “yo quiero” voluntario y racional como vivibles. De tanto trazar las “líneas de errancia” de esxs chicxs, presencia de lo arácnido en sus trayectos, con un lápiz en un papel, aprendió a reconocer lo arácnido en cada uno de nuestros gestos. No es tanto que oponga la voluntad del yo quiero a lo arácnido absolutamente involutario, sino que busca la red en cada gesto del querer, y las errancias que se pliegan y despliegan en nuestros gestos, actos, decisiones. Volverse sismógrafx de esas redes de araña con la que actuamos. Desde su “vida en red”, elaboró herramientas no quedarse solo con el sobrevuelo de una voluntad “por sobre” las cosas (y los cuerpos puestos entre ellas), sino apelar y afirmar el trazo de lo arácnido en los gestos, en el actuar.

 

La #operación araña hace temblar desde el subsuelo la trama que pone en red las luchas en los hospitales con las en el subte, la lucha en la salud pública con la creación de medios otros de información, la defensa e inventiva de la educación sexual integral con las trayectorias de lucha por los derechos humanos que son como nervios que atraviesan gran parte de la sociedad argentina que supo hacer de la memoria un arma para la justicia (por eso tan fuertemente atacada por el gobierno). Sí, mezclamos todo, porque la tela está y la recorremos para aprenderla e inventar otras líneas de errancia. En ese andar arácnido, a carcajadas y a gritos, escuchando y llorando, masticamos decisiones ni profundas ni superficiales, sino espesas y entramadas, gestos atravesados por redes de arañas y encontrando la libertad en su trazar. El aborto será ley. “Nosotras decidimos”, en red, política de arañas tejedoras.

¿Y el miedo? ¡QUÉ ARDA! // Marie Bardet

Las palabras se amontonan, se atropellan, se empujan para salir todas juntas, por todas partes. No podemos pensar en otra cosa y lo queremos decir todo pero se quedan un rato en la garganta, ahí donde nace un llanto o un grito de alegría. Todas las palabras escuchadas en los últimos días, en las calles, en las casas y en nuestras fogatas de anoche. Las palabras que nos urgen decir para contar-nos lo que está pasando, palabras que hacen remolinos entre nosotras en la confusión de nuestra mente-emoción-cuerpa de una noche juntas sin sueño.

Pasó la ley, bah, casi. Media sanción en la cámara de diputados, y es una sensación de victoria, pero las sensaciones y los pensamientos desbordan la ley por todos lados. Es mucho más que la ley de aborto legal sancionada por el congreso, es una victoria de disfrutes y descubrimientos colectivos, de otras maneras de estar y relacionarnos, de todo lo que podemos hacer, juntas, de hacer política. Ayer no fue una noche de promesas ajenas, ni siquiera de espera del resultado como si fuera un partido de futbol. Muchas nos olvidamos de a largo rato de los debates adentro, estábamos haciendo ahí, rondas, guisos, fuego, cantos, intuyendo que estábamos haciendo historia y política.

Quedó bastante en evidencia cierto desfasaje entre lo que pasaba adentro, y lo que viene pasando y sigue pasando afuera. El Congreso quedó como epifenómeno (por muy importante para garantizar cada vez más formas libres y gratuitas de abortar, y que pudimos presionar sin ninguna duda desde las calles) de una ola mucho más grande, desbordante, y que continuará. Un desfasaje que pasa por las formas de tomar la palabra: escuchás a presidentas de centros de estudiantes de secundarios, como Ofelia Fernandez, y queda claro que articulan sus palabras y pensamientos de una manera mil veces más audible y políticamente elaborada que muchxs de lxs diputadxs adentro. Esta es una cuestión de política, hay una disputa por formas de hacer política, de fabricar a mano la autorización y capacidad entrelazada de decidir nuestras vidas, de mover nuestras cuerpas en direcciones deseantes y deseadas. Hacer política como elaboración de nuevas posiciones-imaginarios, conquista de nuevas condiciones materiales-inmateriales para abortar sin riesgo y sin miedo, de otros modos de decidir desde, con y entre nuestras vidas. La ocupación-fiesta-aquelarre dejó muy en claro que las olas feministas de estos tiempos, que se inscriben en olas de otras generaciones tenidas de verde, vienen tramando modos de hacer política, y de cambiarlo todo, de una contundencia extremadamente contrastantes con lo vacíos y absurdos que sonaban los argumentos de ciertxs diputadxs, pero también con la construcción de los posicionamientos individuales hasta último momento como en una suerte de lotería, como si no se tratara de nuestras vidas concretas.

Asimismo, los debates que se dieron en los medios y el recinto del parlamento se dieron muchas veces -en contra de la ley, pero a veces también a favor- en un plano (los enredos pseudo teóricos sobre la vida, sobre el ser que no es pero tiene derecho, las confusiones tremendas entre vidas, humanxs, embriones… ni hablar de los ejemplos animales de los perritos en adopción, las aberraciones lógicas del tipo, dicho con tono de indignación algo así como: “vamos a atropellar los derechos de una persona que no solo nunca existió sino que nunca va a existir!!”, o reflexiones atrasadas del estilo “qué bueno que no haya tantas mujeres aquí quiere decir que están en su casa cuidando a su familia”…) que tocaba muy poco el plano de discusión de los feminismos múltiples que estampan y circulan los pañuelos verdes. Un plano de lo que pasaba en el recinto, y sobretodo su presentación mediática, que resulta bastante desconectado del plano de discusión que se da en las calles, en las clases, en las asambleas, en las redacciones de los diferentes proyectos a lo largo de décadas, donde se van acumulando relatos de experiencias concretas, espesores de las decisiones complejas y de los acompañamientos cuidadosos que se supieron inventar. Quedó expuesta esa desconexión de los términos de las presentaciones de muchxs diputadxs. Y junto con esa desconexión expuesta de la farsa, de las diferencias de espesor de los sentidos, de enraizamiento colectivo de las posiciones y de modos elaborados de toma de decisión, una enorme presión real ejercida desde la calle, ocupación-aquelarre, que hizo de esas 24 horas la culminación de un cambio histórico.

En el escenario principal de la Campaña Para el Aborto montado sobre Callao ayer, la primera voz que tomó el micrófono asumió: “estamos llorando y riendo al mismo tiempo”. En la plaza que sigue hoy de fiesta, chicxs de secundarios siguen riéndose a los gritos de: “abortototo, abortototo”, “con misoprostol, o con intervención, de la forma que sea es mi decisión”. Está en juego, junto a la legalización, las vías de desdramatización del aborto, porque el drama es ante todo fruto de la prohibición y culpabilización.

¿Y el miedo? ¡QUE ARDA!

Eso gritamos anoche alrededor del fuego, porque que pasara o no la ley, estabamos desde hace rato haciendo arder nuestros miedos. Por ejemplo, saliendo a marchar contra los femicidios forjando desde 2015 Ni Una Menos como contraseña de lucha y de cuidado.  Hacer arder nuestros miedos es un poco diferente de pretender que nunca tenemos miedo. Es reconocer que a veces tenemos miedo pero que esos miedos conjurados juntas pueden producir nuevas maneras de vivir. Nuestros miedos se volvieron materia combustible, sensaciones y huellas concretas que tensan al mismo tiempo nuestras cuerpas y nuestros imaginarios y deseos; materiales palpables, experiencias susurradas o gritadas, juntadas en el camino como fuimos a juntar leña urbana, que nos juntan y con los que juntas podemos prender fogatas en nuestros aquelarres.

Quedó claro que el debate no era sobre la vida de un embrión o no, que la discusión se tenía que correr de un cortocircuito moral, a una discusión política. “Es que al final si te fijás bien, siempre nos terminan cagando a las mujeres” así puntúa una frase Lucila, a quien recién conozco volviendo a la plaza hoy jueves al mediodía. Con otra amiga, saliendo del subte en Alberti, me preguntan para qué lado queda el congreso. Les propongo ir juntas y conversamos en el camino. Está claro que el apoyo a la legalización del aborto subrayado por el pañuelo verde orgullosamente enarbolado, se enmarca para ella en una reversión de cada una de las situaciones que me describe en el que “al final”, “cagan a las mujeres”. En el trabajo, en la casa, en la iglesia. “Porque yo soy católica, ¡pero no boluda!” empieza, “es más, voy a la iglesia, me gusta cantar, todo eso del amor y de la paz, pero no soy pelotuda. Le digo al cura: fíjate que siempre nos terminan cagando a nosotras las mujeres.” La lucha por el aborto legal pone en juego el poder de decisión de maternidad o no maternidad, sí, pero se enmarca en un  mapeo más amplio: dejen de “cagarnos siempre a nosotras”. Y ya que estaba, hoy para festejar Lucila rajó del trabajo: “Fui temprano, hice cosas rápidas y me fui, tengo un montón de cosas que hacer pero no me podía concentrar, tenía que venir acá.” Estamos en la misma…

Y sigue, riéndose: “El cura, que es mi profe, me dice que no tenga relación hasta el matrimonio, “¡llegaste tarde!” le contesto yo”. Entre llegar tarde y ser atrasado, solo un paso. Esas pibas, en cambio, no llegan para nada tarde, tampoco son exactamente vanguardias avanzadas, nos recuerdan a cada paso cierta evidencia de todo lo que ya cambió en el presente en el que caminamos. En los secundarios, varios tomados para la vigilia, presente desde temprano en la plaza el 13J nos recuerdan con cantos, pinturas, tirades en el piso o cantando un sinfín de canciones nuevas, que el presente ya cambió.

En particular, no toleran más que “lleguen tarde” alrededor de ellas, y opinen sobre sus vidas desde una posición atrasada. “Estoy en mi sexto año de secundaria, en el Pellegrini, y vi pasar en 2014 a una comisión de género que planteaba cosas que sonaban desmedidas y hoy conforman nuestro sentido común” dice Ofelia Fernández[1]. Lo que parecía desmesura es ahora la des-medida que acompasa nuestros pasos, el hybris de nuestro fuego común. “Si nos quieren sumisas, llegaron tarde, nos le queda otra que escucharnos” refuerza Ofelia.

El miedo que está ardiendo en nuestras fogatas, es también el miedo a decir que llegaron tarde, a hacerse escuchar. Quemamos también en nuestras fogatas el miedo a plantarnos y que se enojen, la idea precavida que mejor busquemos formas de no ocupar posición demasiado marcada, de no elevar la voz, para no crear conflicto. Un miedo que nos “termina cagando” como dice Lucila, por hacernos cargo de no hacer olas en una conversación, de ser medidas, templadas, razonables y comprensivas: “Anoche me re peleé con mi familia” me cuenta Lucila cuando estamos más cerca del Congreso; la otra chica, también estudiante, de Lanús, que la acompaña dice: “ah ¡yo también!”. Les pregunto: “¿pero suelen decirles lo que piensan así a su familia?”. “y… ellos se enojan… pero ahora yo les digo igual”. Y sigue “Es increíble lo que tienen en la cabeza. A la vez los entiendo, tuvieron una educación muy cuadrada, pero la novia de mi papá hoy me dijo: “y bueno, ¡ahora vayan a abortar felices!”. Pero ¿qué se imaginan? ¿que nos llamamos por teléfono y decimos, che, el sábado a la noche nos juntamos y nos hacemos un aborto?!” La risa deja en claro que la idea no les da miedo, en sí, solo que no es exactamente lo que tienen en mente. Lo que sí: no más callar, y desdramatizar el aborto.

El miedo que está ardiendo en nuestras fogatas, es el miedo a abortar. Porque sabemos que de alguna manera -y la ley viene a garantizarlo de alguna forma estatal, pero sabemos que tendremos que garantizarlo con nuestras prácticas y nuestras políticas feministas, así como armamos fuegos anoche- no abortaremos nunca más sola, culposa, escondida, y armaremos fuego cada vez que nos están por cagar. La conversación con Lucila comenzó así: designando el pañuelo verde, le pregunto “hace mucho que estás a favor del aborto? “Mirá, empezó hace 7 años.  Soy de Hurlingham, vine acá siete años atrás acompañando a una amiga que había quedado embarazada a abortar. Ni sabíamos lo que era abortar. Y se lo hicieron, pero nos metieron una culpa! Que habíamos pecado, que era mal, todo culpa nuestra. Ahí dije, esto está mal. Nos están cagando.”

Quemamos en nuestros fuegos el miedo a abortar, girando alrededor invocando misoprostol, invocando a las Socorristas que comparten sus saberes-haceres y a todas las experiencias acumuladas y que queremos sacar a la luz, o por lo menos hacer circular como se nos den las ganas. “Arroz con leche, quiero abortar, en condiciones dignas en cualquier lugar, con misoprostol, con intervención, de la forma que sea es mi decisión” se escuchaba todavía hoy en la plaza después de la sanción de la ley. Sabemos que la ley no es todo, que a lo largo de estos fuegos, la alquimia de nuestros aquelarres transformó la materia miedo en goces y disfrutes. En estos meses, años, días y noches, se fueron ensanchando las direcciones del movimiento de legalización del aborto, por ejemplo la “educación sexual” es ”para decidir” pero también “para descubrir”; y os “anticonceptivos para no abortar” pero ante todo “para disfrutar.” La famosa disociación entre sexo y reproducción, eje histórico del feminismo, espesándose en este proceso.

La alquimia alcanza hasta alianzas aberrantes (seguramente inentendibles para el palco instalado anoche del otro lado de la plaza dónde, mientras prendíamos fuego, realizaban ecografía de embarazos de 14 semanas en vivo, en una puesta en escena dramática de la imaginería médica como culto de la reproducción): conversamos ayer cortando zanahoria y zapallo anco para el guiso de lentejas, de cómo la conquista de un aborto legal, seguro, gratuito, desdramatizado, nos encontraba al mismo tiempo cocinando otras maneras de maternar-partenar con el mismo fuego que el que viene quemando miedos y culpas.

En las alianzas que se tejieron juntando la leña de nuestros fuegos, lo que quemamos es también el miedo a hacernos otras cuerpas, y vivir otros deseos. Si #nosmueveeldeseo, es que perder miedo a abortar va de la mano con conquistar otras sexualidades, por hacerse otras cuerpas en nuestras cuerpas, que dejan de ser reguladas por la reproducción obligatoria. Llegamos a la plaza del Congreso con Lucila, siguen cruzándose gente que se va y otra que viene, muchxs pibes de secundario, cantando sin parar para festejar la aprobación de la ley finalmente votada. Festejamos la legalización del aborto y se escucha “Macri no es puto, es liberal, hacete cargo él es heterosexual”; “Ole Ole, ola ola, No soy amiga de tu mamá, somos lesbianas no paramos de garchar”. Así también, en nuestras fogatas y discusiones, la alquimia transformó el referente “mujeres” en “cuerpas gestantes”, porque la elaboración de nuestros modos de decidir si sí o no tener hijx y la conquista de poder hacerlo de todas las maneras que se nos den las ganas, supo desplazar una definición biológica y genérica de mujer, intentando tejer experiencias que se acumulan en un nosotras, un nosotres, sin apelar a un apriori identidades únicas.

¿Y el miedo? ¡Que arda!! ¿Y el miedo? ¡Que arda! ¿Y el miedo? ¡Que arda! No es que no tengamos nunca más ningún miedo; es que nos juntamos a quemarlos en el asfalto de la calle. Nuestros aquelarres son más de brujas artesanas que de grandes heroínas: aprendimos a prender fuego, juntas, juntes.

Hoy 14 de junio, son las 16h, y quedan grupos aislados de pibxs muy jóvenes, al lado de las vallas, que siguen cantando y saltando. Nadie se saca el pañuelo verde, ya es red perceptiva-afectiva de color en las calles. Levanto la mirada, la cúpula del congreso parece un poco más verde cada día, del verde acumulado en nuestros ojos.

[1] Texto completo Lobo Suelto

“No sé si ponerme dura, reír o llorar” // Marie Bardet

“¡Ay! No sé si ponerme dura, reír o llorar…” dijo, sorprendida, la chica que caminaba al lado mío el 8 de marzo 2017 durante el Paro Internacional de Mujeres. Con su pancarta hecha a mano, en el momento en que, después de un largo rato de caminar juntas sin conocernos, casi sin mirarnos, pero “juntas” en más de un sentido, me pidió que le sacara una foto. En el momento del “clic” en su celular, se sintió confundida, no sabía qué cara pone… silencio, nos miramos. Es cierto, ni ella, ni yo, ni ninguna de nosotras sabíamos bien qué cara poner. Se nos mezclan las ganas de llorar, con la piel de gallina, la rabia con la sensación de potencia enorme de “nosotras paramos”, las muchas preguntas con la explosión de sacar el grito atragantado por demasiado tiempo, el silencio y las muchas palabras buscando paso, los abrazos y las risas a carcajadas fruto del encuentro. Lo que está pasando, el paro y la marcha, no se resumen a un emoticón, no entran en una selfie…

 

Hoy en víspera del 8M, en la cocina del bar donde escribo, se está negociando el paro de mañana entre gente de cocina y mozxs; porque claro está que estos paros no son evidentes, muchas no pueden parar[1] porque las rajan del trabajo, porque ponen en riesgo muchas cosas, porque no pueden perder un día de sueldo o lo que juntan con su trabajo, porque en ciertos casos dejar de cuidar es poner la vida en peligro, etc. Este paro es un llamado que se cocina, es una herramienta de encuesta situada sobre nuestras miles de formas de trabajo y una palanca para repartir de otra manera las cosas y las tareas. Este paro, lo vamos entiendo, es una apuesta, más que una consigna.

 

Una apuesta que se va cocinando en asambleas, las de los viernes de febrero en la Mutual Sentimiento y las miles de réplicas en muchos lugares, plazas, universidades, barrios, etc cuyos los alcances inimaginables aparecen a medida de su construcción. Desde las primeras asambleas de febrero, en la ciudad aun con aires de verano ardiente, fueron cajas de resonancia de las voces de muchas de las luchas en curso: las de Pepsico (con quienes se había cocinado un guiso de lentejas en pleno invierno en la carpa de la plaza del Congreso durante una asamblea Ni Una Menos) y las del Posadas, las luchas contra la reforma previsional o la lucha docente, la de las ferroviarias y de las trabajadoras del INTI, las luchas indígenas desde distintos lugares del país, y de la asamblea lésbica permanente, la de las pibas que pedalean, la de las gordas que gritan que con ellas haremos temblar la tierra, de las travestis que tomaron fuertemente la voz y fueron contando como avanzaba y retrocedía el juicio por el trasvesticidio de Diana Sacayan, la de las afro-descendientes de las que vamos aprendiendo a decir lío y no quilombo para construir nuestros sueños, las putas feministas que exigen sacudir el concepto de trabajo tanto como de cuerpo, las de todas las voces que narran violencias, la de las hijas de genocidas que cuentan como pidieron desafiliación de su familia biológica, y, y, y…

 

“Nosotras” es el efecto acumulativo de esos encuentros que se arranca de cualquier anclaje en alguna biología de su definición. Partiendo de las situaciones concretas de nuestras vidas que se narran en el encuentro, ensayándose cada vez que se toma la palabra en la asamblea un timbre y un modo de abarcarnos, se elabora un “nosotras” cada vez que hacemos correr la voz pronunciando las tres sílabas, en voz alta o baja, “nosotras, mujeres, lesbianas, travestis y trans” asumiendo que no tiene otra definición que los tonos de sus enunciaciones que hacen cuerpos sin presuponer de qué forma corporal emana. Ese “Nosotras” es transformador de las formas de vida por acumulación de experiencias, enunciándose entre varias, no desde un cuerpo definido sino ciertos gestos: por ejemplo el de “acuerpar”, que suena entre abrazar y hacerse un cuerpo, tomarnos de los codos y arroparnos, hacer cuerpo y tomar fuerza. #Acuerparnos, no sabemos lo que quiere decir, es el verbo que fue forjándose y empezó a circular, el grito de guerra aullado en la experiencia acumulada desde aquel 19 de octubre, o 3 de junio, o ¿será desde que se levantó una bruja?, desde tal vez todas las vísperas que duran infinitas horas… en la sensación de que algo importante no está por venir, sino que ya está pasando…

 

Las cocinas de este paro pueden asumir no saber exactamente de ante mano lo que parar quiere decir para cada una mañana. Cada día de esta preparación aparece una vertiente del paro inesperada: desde, por ejemplo, la unidad de un frente sindical jamás alcanzado, dando cuerpo concreto a una transversalidad de la entrada feminista a la cuestión del trabajo; hasta la articulación de un paro en las cárceles de mujeres, que no pueden arriesgarse a desobedecer a su trabajo semi-forzado, pero se pusieron de acuerdo que pararan el silencio o el silenciamiento de la cárcel con un ruidazo mañana a las 11[2]; pasando por las mujeres de comedores que decidieron durante la asamblea con Ni una Menos, el 24 de febrero, en la Villa 21-24 que para el paro del 8M: “se sirve crudo”.

Una apuesta más que una consigna única, el paro apuesta a un proceso de transformaciones de los modos de vida y las repartijas vigentes; se vuelve un llamado sostenido de la insumisión; muchos gritos que estallan entre lágrimas y risas a carcajadas tomando relevo y produciendo una sensación de experiencias acumuladas donde dar pisadas nuevas, que se saben frágiles y vitales al mismo tiempo, y por eso potentes, en el medio de tanta sensación de impotencia por todos lados.

Hace dos meses, Ni una Menos lanzaba su apuesta: “gritamos que si nuestros cuerpos no cuentan, produzcan sin nosotras. Sabemos que si nosotras paramos, podemos parar el mundo”[3]. Dejar de hacer lo que hacemos, pararlo todo para cambiarlo todo. Retomar la herramienta obrera del paro, inventar los gestos de suspensión de nuestras actividades queda cargado de una potencia muy particular: volver sensible, visible, palpable, como gravado en relieve a lo largo de la trama de un día todo lo que una hace (cierta eficiencia multitarea…). A su vez, el gesto de suspensión deja en el cuerpo la sensación de la potencia de simplemente ocupar el lugar que se ocupa con un poco de tiempo para preguntarnos cómo lo ocupa, con quiénes, cómo se deja mover, y se deja de mover, cuando no “hace” nada y sin embargo “hace” mucho. Este paro internacional de mujeres es un llamado a una suspensión y una transformación, dice Silvia Federici. Es que parar escapa a la oposición imperativa que regimienta nuestras vidas: “¿y? ¿Activx o pasivx?”. “Nuestra acción es parar” anuncian trabajadoras de las artes escénicas, llamando a un “bombachazo” mañana a las 14h en las escalinatas del Colón. Porque sí saben, desde sus prácticas que el gesto de parar, de suspender la actividad, es todo lo contrario de una gran pasividad. Una de las apuestas del paro es hacer caer la ficción de que habría activos y pasivos, y cuestionar la valoración segura de lo productivo e improductivo[4]: sea cuando esa ficción pretende definir el trabajo por la oposición entre gente con empleo y gente sin empleo, sea cuando esa ficción pretende organizar los modelos que guían nuestras vidas cada vez más auto-empresariales en winner y looser, sea cuando esa ficción pretende repartir para siempre y con seguridad quienes enseñan y quienes aprenden, quienes hacen y quienes miran, quienes luchan y quienes son asistidos, quienes hablan y escriben, y quienes escuchan.

 

No sabemos exactamente lo que ese paro quiere decir, no sabemos qué cara poner, nuestra lucha desborda cualquier selfie, ningún emoticón la resume; pero vamos aprendiendo a ponernos duras, y reír, y llorar, al mismo tiempo; vamos aprendiendo en estas cocinas a cielo abierto, en las charlas sobre el paro que toman todas las conversaciones a reconocer la afectividad de los pensamientos y de los gestos cada vez que tomamos la palabra, la calle; Vamos asumiendo que toda acción conlleva una posible suspensión; que parar es apostar a otra repartija y otros modos y relaciones de trabajo y de cuidado; que el decir y el hacer se pueden tejer junto con el escuchar y el mirar, que existen maneras de no hacer haciendo, de hacer no haciendo. Que Nosotras es un efecto de ciertas situaciones, enunciaciones y modos de acuerparnos. Y que parar será también ir inventando las miles de maneras de escapar a la obligatoria pregunta: ¿activa o pasiva? en los trabajos, en los paros, en la calles, en las casas, y en las camas.

 

Hoy, en la víspera del 8M, la tierra ya empezó a temblar, ya nos toca la ola hace tiempo, está llegando el paro, que se anunció a partir de las 00:00 con un orgasmatón[5], en una risa colectiva, gritos o susurros de orgasmos que, eso sí lo sabemos, no son el gran final, sino pueden ser el inicio de muchos más, y otros.

#nosotrasparamos

#nosmueveeldeseo

[1] https://lobosuelto.com/?p=5960

[2] https://www.facebook.com/photo.php?fbid=1520830134718124&set=a.219612294839921.55580.100003734575236&type=3&theater

[3] Hacia el Paro 8M, https://lobosuelto.com/?p=18506

[4] “Dar gran valor a los momentos “improductivos” es una extensión de la vida propuesta por la mujer.” Carla Lonzi, Escupamos sobre Hegel, Tinta Limón, 2017

[5] #Orgasmaton 8M! Una marea orgásmica recorre el mundo. El gemido colectivo atraviesa los husos horarios en una onda expansiva. Recuperamos nuestros cuerpos, nuestros territorios de placer. Tiempo recuperado, tiempo disfrutado. A las 0 horas del 8M nos unimos en un ritual orgásmico. Cada una desde su casa o donde esté, solas o acompañadas, lleguemos o no (en intento ya vale), nos preparamos para una jornada de lucha donde pongamos en práctica el mundo en el que queremos vivir. Que este 8M sea el primer día de nuestras nuevas vidas #Orgasmatón https://www.youtube.com/watch?v=NXSF2XXBrZ4

Hacer frente con nuestras espaldas // Marie Bardet

Notas antes y después del segundo encuentro de la Casa de Bajo Estudios – en la Cazona de Flores, el domingo 3 diciembre 2017, “Cuerpos, potencias, resistencias”, donde fui invitada junto a Verónica Gago, Amparo González, Alejandra Rodriguez, Nicolás Cuello; coordinación de Silvio Lang.

Porque sabemos que los ataques están viniendo por todos lados,

que focalizarnos los ojos en una pantalla haciendo de la trágica (anunciada) desaparición de un submarino una serie televisiva es una estrategia de anestesia,

que podemos mirar por los bordes, dejar entrar las intensidades que marcan grados de oscuridad/luminosidad cuando los párpados se entreabren, volver nuestras miradas tangibles y tangentes,

hacer de nuestras espaldas, frentes.

Lo mataron de espalda. A Rafael Nahuel lo mató el escuadrón Albatros con un tiro en la espalda.

Esto también lo sabemos y lo sentimos. Y no tenemos claro qué hacer con todo este saber-sentir. ¿Qué hacemos con este saber y sentir que sin embargo no nos deja muy claro el hacer?

Sí, sabemos que es el dato que constituye una prueba para un día que se haga justicia, cuando haya justicia, y no encubrimiento del proceso jurídico por el poder político, de que Nahuel murió en una cacería, una cacería racista que es la política de Estado.

Es también el dato que hace correr la vulnerabilidad absoluta de ese chico que huía bajo las balas sobre nuestra piel, y nos mete un poco más de miedo. ¿Qué hacemos con la piel erizada de horror y todo lo que sí sabemos?

Desde la piel que tiene esa potencia de escuchar y relacionar en todas direcciones nos preguntamos si la era de apelar a la vulnerabilidad (y vuelve una y otra vez en este punto la voz de Suely Rolnik) como estrategia política no llegó a su fin con el pasaje de umbral de la violencia y represión, muerte y desaparición, que estamos viviendo. Se vuelve insistente la pregunta: ¿no será tiempo de pasar a cómo armarnos caparazón? ¿Esa vulnerabilidad de la espalda puede ser una fuerza?

Si nos metemos precisamente no hablando sobre los cuerpos sino desde los saberes-sentires que circulan en las prácticas corporales y escénicas, la pregunta se agudiza: ¿podemos respaldarnos en nuestras espaldas que escapan al campo visual, que son zona de vulnerabilidad al ataque? Cuando la mirada focalizada en un punto central se descentra a lo largo de la piel, diseminándose por los bordes; cuando hacen alianza la piel y los ojos con los oídos (los de la escucha y los del meta-equilibrio propioceptivo), cuando se pone a circular la atención por los costados y el atrás, desorganizando así la frontalidad y la focalización clara y distinta como modo de conocimiento obligatorio, cuando nos autorizamos a conocer desde nuestras espaldas estremecidas… ¿se esbozan maneras de estar haciendo frente con nuestras espaldas?

Implica repensar lo que entendemos por vulnerabilidad, pero también por fuerza. La vulnerabilidad no es una apología de una gran fragilidad ni de una entrega a las cosas tales como están. No es sino asumir la fragilidad que conlleva el hecho de existir (Silvio Lang), y de ahí hace alianza con la insistencia de persistir a vivir.

Investigar esta pregunta por la vulnerabilidad en la potencia singular de los tejidos blandos que abren otro camino que el de la híper-elongación o el de la fuerza de la contracción blindada y la hipertrofia muscular; en el cuerpo/espacio voluminoso y redistribuido que ni suelta ni agarra: vibra (Amparo Gonzalez). Si de vulnerabilidad como estrategia de resistencia podemos seguir hablando, es tal vez en la medida en que no es ni porosidad, ni gran apertura beata; es en la medida en que no se opone a una gran fuerza bien activa porque ella sería una gran pasividad e la entrega, sino que socava en cada gesto, mirada, toma de palabra, el imperativo de la pregunta “y? activx o pasivx?” (que se declina perfectamente en “¿winner o looser?” que ordena los discursos y políticas neoliberales). Esa potencia que reconoce la posición de vulnerabilidad redistribuye roles y modos de tomar el espacio público, que no serían ni un repliegue absoluto, ni una avanzada obnubilada por la revancha final o el retorno del paraíso.

De la brújula estético-ética de lo abigarrado que Silvia Rivera Cusicanqui contó (en la Asamblea de Escuela de Prácticas Colectivas en abril 2017) haber recibido no bajo la mirada sino en la espalda de Rosa entre los roces y destellos de colores del aguayo, al pensamiento anal de panfletos de Preciado-Hocquenghem, pasando por los abrazos de las muchas plazas, los #acuerparnos tejidos en las marchas Ni una menos, los #estamosaparanosotras, los paros de mujeres desde hace más de un año… pero también pasando por todos los talleres de movimiento, de danza, de prácticas corporales y escénicas donde se tejen modos de conocer y de hacer alianzas desde gestos y saberes, podemos movilizar saberes de cuerpos que hacen de espaldas territorios de aprendizaje, autorizaciones para escapar a los órdenes de lo que se puede y debe, fugarse por los costados.

 

Si de “saber del cuerpo” se trata, es de un saber no que provendría de “el cuerpo” como súper fuente de verdad revelada, ni de un saber que sabría todo muy bien sobre el cuerpo (como si exisitiría tal “objeto” de conocimiento, y como si estuviera abstracto y universalizante de las trayectorias de vida que se/lo componen). Sino de un conocimiento del atrás, de una situación, de estar con atrás y para atrás, de no tener la mirada fija en una clara esperanza o promesa.

Avanzando hacia atrás o lateralmente como cangrejos, se desarma lo que creemos saber de la conquista de la verticalidad, de la correcta derechitud, y del buen eje, asumiendo mirar desde los bordes que no tiene por qué ser blandos o abiertos, sino que deshacen con paciencia los poderes de tenerlo todo claro y distinto. Se asume sentir, conocer y actuar en una opacidad, una claro-oscuridad tal vez, (justo antes que tome exactamente una forma, más bien en una tensión-alianza deforme entre el “derecho a la opacidad” del tratado de Todo-Mundo de Edouard Glissant anclado en las Antillas, y el Día de la Opacidad Gay de la mano de Nicolas Cuello y una banda ocupando la Plaza Giordano Bruno), de una extensión del dominio del pe(n)sar más allá de los límites del campo visual que organiza lo claro y lo distinto, lo bien aclarado y no borroso como únicos modos de conocer y de hacer.

 

Haremos de nuestras espaldas una frente, muchas frentes, donde no esperaremos que la vulnerabilidad se invierte en un caparazón todo poderoso, sino que sabremos y haremos circular todo lo que sabemos y tenemos por saber de las redes de cuidado alternativos que escapan y conectan a la vez de la guardia y hospital de día del Alvear, un cuidado que no es un repliegue ni un nuevo control bien-pensante sobre las propias prácticas guiado por la paranoia, sino un modo de meterse con la realidad, afirmando que algo de esa fragilidad puede también ser la fuerza misma de las transformaciones.

 

Implica repensar las temporalidades de nuestras acciones, cuando el paso para adelante dejó de ser un programa bien claro. ¿Cómo sigue? Haciendo la larga lista de todo lo que se hizo este año, la sensación de “todo lo que se hizo” contraviene a la sensación de impotencia absoluta (Alejandra Rodriguez). Nos preguntamos ¿qué ritmos? ¿cuánto dura? ¿qué modos de insistencias? Y en qué medida implican esas temporalidades desconocidas, que conectan también experiencias pasadas como futuro e imágenes del futuro como ecos pasados, anclarse en cierta relación concreta con estar ahora, con suspender algo de la ansiedad o de la proyección de resultados (Nicolas Cuello). También aparece la idea de que estas acciones, en cuanto escapan al gran relato de la victoria, pero también a ser solo actos repetitivos donde el ritual del espacio público se vuelve experiencia de la impotencia, tienden ante todo a inscribirse en prácticas largas de cocina (Verónica Gago), de maduración, con-spiración, conversación, en espacios menos visibles, más opacos, de invención de acciones que no presuponen diferencia jerárquica entre una investigación y una acción directa, o sostener una ocupación.

Y si de largo porvenir se trata, sabemos que no es fijando la mirada sobre el punto del paraíso futuro de mañanas perfectas sino “mirando atrás y adelante (al futuro-pasado) podemos caminar en el presente-futuro”[1].

Conocer, tejer, armar frentes con nuestras espaldas, juntas.

[1] Traducción del aforismo aymara “Qhipnayra uñtasis sarnaqapxañani”, en Silvia Rivera Cusicanqui, Sociología de la imagen, tinta limón.

6 de Diciembre, 2017.

Fotos: Emergentes

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