Anarquía Coronada

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Mariano Pacheco

La larga marcha hacia la justicia social // Mariano Pacheco

El que-hacer intelectual contemporáneo, el diálogo intergeneracional, la lucha cultural. Reflexiones a propósito del inicio de un nuevo proyecto radial sobre filosofía y rock y los tiempos por venir.

 

I-

Cuando miramos para atrás no encontramos en la larga década kirchnerista demasiadas formas del qué-hacer intelectual que nos seduzcan –no encontramos allí, en ese período histórico, ninguna filosofía militante–, si bien rescatamos tramos vitales, bloques de experiencias que nos resultan productivas a la hora de pensar en la elaboración de un archivo teórico-político. Esas experiencias que nos interpelan, en lo fundamental, las podemos reducir a dos: la de El río sin orillas. Revista de filosofía, cultura y sociedad, y la “gestión González” de la Biblioteca Nacional (en la que se incluye la conformación del Museo del Libro y de la Lengua que dirigió María Pía López) .

Así y todo, no somos de los que pensamos que hay que retrotraerse a los años setenta para encontrar experiencias intelectuales que reivindicar, porque en el medio tenemos al 2001. Y con ese número, con esa fecha, nos referimos a un proceso más que a un Acontecimiento: el proceso de luchas desde abajo que va desde la pueblada de Cutral Có hasta la masacre en el Puente Pueyrredón, como hemos dicho ya en más de una oportunidad.

Proceso, sí, por más que la dictadura genocida haya utilizado ese concepto para intentar legitimar sus matanzas no lo vamos a dejar de usar, como no dejó de usarse en sus años previos el concepto de Revolución, más allá de que “La Dicta-blanda” del 66 y “La Fusiladora” del 55 lo hubiesen invocado para autoproclamarse. Proceso-2001 entonces, que también es un proyecto inconcluso, o más bien, transfigurado, metamorfoseado, porque no hay, dos décadas después de aquel Acontecimiento –y aquí nos referimos al 2001 en sentido estricto, es decir, a las jornadas insurreccionales del 19 y 20 de diciembre– nada de aquello que se pueda reanudar en los mismos términos (como nada de los setenta fue susceptible de ser reanudado en los mismos términos luego de 1983). Pero sí, entendemos, tanto el 2001 como los 70´ pueden ser reapropiados, procesados, triturados para ser deglutidos y asimilar las proteínas que nos brindan para los tiempos por venir.

De aquella experiencia del 2001, a la que claramente podemos caracterizar hoy como histórica –en el doble sentido de que hizo historia al interrumpir el curso de la normalidad capitalista  y de que, para decirlo con la poética de Raúl González Tuñón, “decir yo he conocido es decir algo ha muerto”– rescatamos, fundamentalmente, la experiencia del Colectivo Situaciones y su propuesta de investigación militante. Obviamente no es la única experiencia: del 2001-proceso podríamos enumerar un conjunto de publicaciones (libros, revistas, folletos, cuadernos y cuadernillos, fanzines, períodico-murales); Cátedras Abiertas (como la –para nosotrxs– emblemática “Che Guevara); Ferias y Encuentros; Jornadas de formación; Performances y Recitales… aunque no tantos colectivos de militancia intelectual (sí esfuerzos singulares de intelectuales-militantes y militantes-intelectuales).

No se trata, de todos modos, de moralizar la práctica política –como hacen tantos camaradas de 2001, militantes e intelectuales–, mucho menos en retrospectiva. Tampoco de hacer ejercicios contra-fácticos, como bien recomiendan no-hacer las y los historiadores que se sitúan de este lado de la barricada. Seguramente esa dispersión y ensimismamiento, se corresponda con el estado de las correlaciones de fuerzas existentes en la sociedad argentina de entonces.

 

II-

No quisiera dejar de mencionar, en esta retrospectiva –en esta suerte de genealogía– el hecho de que esta nueva iniciativa –esta “trinchera radiofónica”– tenga su comienzo un 11 de marzo, fecha emblemática de nuestra historia nacional, puesto que ese día –en 1949–  se sancionó la Constitución del Gobierno Democrático y Popular Peronista, y también –en 1973— bajo la consigna-símbolo de “Cámpora al gobierno/Perón al poder”, se expresó ese otro proceso, el anterior al de la “reorganización nacional”: el de la ofensiva popular que se abre con el Cordobazo en mayo del 69´ y que, a su vez, puede inscribirse en el ciclo más largo de la resistencia peronista (de la lucha obrera contra la reacción patronal). Proceso de ofensiva popular, el de los cortos setenta, en el cual fueron fundamentales tanto experiencias de lucha obrera como de batalla de ideas: sea de gremios como el de Gráficos (con figuras como las de Raimundo Ongaro), o la Regional Córdoba de la CGT (con personalidades emblemáticas como las del Zurdo Agustín Tosco, el Criollo Atilio López o el Chino René Salamanca), sea el de experiencias del pensamiento crítico como las Cátedras Nacionales y figuras como las de Rodolfo Puiggros (o Juan José Hernández Arregui y el Grupo Cóndor –los Centros Organizados Nacionales de Orientación Revolucionaria–), o todo ese proceso de “nacionalización de las izquierdas” que puede verse ejemplificado con claridad en la Segunda Época de la Revista Pasado y Presente. Entre unos y otros –entre la lucha obrera y la batalla de ideas– una figura clave anuda ambos frentes de combate: Rodolfo Walsh, primero director del diario CGT, luego integrante del diario Noticias e impulsor del Seminario Villero, más tarde gestor de la Agencia Clandestina de Noticias y la contra-inteligencia guerrillera en el marco de la organización Montoneros de la que era Oficial Segundo.

De las ruinas de aquellas experiencias y figuras emerge un programa como la “Parte maldita”, en una radio como Gráfica, que funciona al interior de la Gráfica Patricios, recuperada por sus trabajadores para sostener la fuente laboral con autogestión y sin patrón.

 

III-

En el primer número de su segunda época, el Grupo Pasado y Presente titulaba “La larga marcha hacia el socialismo” a su editorial en la que reflexionaba sobre el triunfo popular del 11 de marzo de 1973. Allí sostenían que:

 

“En medio de segura irrupción de nuevas jornadas de lucha del pueblo, tras la derrota infligida a la dictadura el 11 de marzo, Pasado y Presente no pretende transformarse en sustituto de la práctica política ni colocarse por encima de ella. Reivindica para sí, en cambio, un espacio que considera legítimo, aunque el mismo sea mucho más ideológico-político que político a secas: el de la discusión, abierta a sus protagonistas activos, de las iniciativas socialistas en el movimiento de masas, de los problemas que, en ´la larga marcha´, plantea cotidianamente la revolución”.

 

Hoy, a dos décadas de la insurrección de 2001 (mirando hacia atrás) y a dos años de las elecciones presidenciales (posando la mirada en perspectiva), cabe preguntarse si, más allá de os nombres que elijamos para librar la disputa con las clases dominantes (parecen haber caído en desuso los conceptos de socialismo y revolución, más allá de su núcleo de verdad que sería bueno no dejarse marchitar), somos capaces de asumir, al menos, cuatro desafíos teórico-políticos para los tiempos por venir:

 

* Recrear una filosofía militante

* Contribuir a la cualificación de los Movimientos Populares

* Intensificar la formación de cuadros con perspectiva estratégica

* Asumir la necesidad de librar a fondo una lucha cultural

 

Sin estos elementos –seguramente entre varios otros– será difícil, por no decir imposible, avanzar en un proceso de transformación. La radio no hace milagros, obviamente, pero como decía Lenin, la prensa puede funcionar como un andamio. Así sea periodismo cultural, y en la era digital, no dejamos de apostar a la elaboración de un programa, y no sólo radial, sino teórico-político: una auténtica programática popular capaz de avanzar en la larga marcha hacia la justicia social.

 

 

La parte maldita. Filosofía Errante y Sucio Rock, se emite los jueves de 14 a 15 horas por Radio Gráfica de Buenos Aires (FM 89.3).

Link al 1° episodio completo: https://radiocut.fm/audiocut/parte-maldita

 

 

* Mariano Pacheco: Escritor, periodista e investigador popular.

Integrante del Colectivo Félix Guattari. Director del Instituto Generosa Frattasi.

Pandemia y conflicto social, entre el feminismo y el precariado // Entrevista a Neka Jara y Mariano Pacheco por Diego Sztulwark

En medio de la preocupación por la amenaza de cumplimiento del desalojo de la toma de Guernica surgió la posibilidad de entrevistar juntos a dos compañerxs de larguísima y reconocida trayectoria militante en las organizaciones sociales y populares autónomas. Ambos fueron parte activa de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón y hoy forman parte de experiencias de autoinstitución popular que, en medio de la pandemia, combinan cuidados colectivos y lucha social. La propuesta fue que cada uno respondiera por su cuenta y con sus compañerxs más cercanos tres preguntas comunes: Neka, ofreciendo un punto de vista territorial feminista como militante de Las comarqueñas y Mariano como parte del Instituto Generosa Frattasi, perteneciente al movimiento gremial de los trabajadores preciaros. 

La primera pregunta que les quiero formular es la siguiente: cómo ven, cada uno desde su inserción actual, la evolución de la conflictividad social. En particular les pregunto en cómo se crea organización popular en la pandemia.

Neka Jara: – Es un momento para pensar de manera diferente la conflictividad social. Todos los reclamos –como el derecho al techo, al trabajo, a la vivienda- cobran un nuevo sentido con la pandemia. Porque surgen nuevas preguntas: ¿Vamos a vivir? ¿Cómo vamos a vivir? ¿Cómo vamos a trabajar? Son preguntas sustanciales. Las luchas por estos derechos cobran otro sentido que se vincula directamente a la pregunta sobre la existencia.

Con respecto a las organizaciones populares, si tomamos la experiencia de la toma de Guernica a grandes rasgos podemos visualizar tres modos bien marcados: las organizaciones que siguen insistiendo con una construcción de oposición al poder establecido muy tradicional; otras que siguen sosteniendo y abriendo espacios de lucha a partir de derechos vulnerados como la falta de trabajo, tierra, techo y comidas, peleándole al estado y administrando lo logrado para fortalecer espacios de construcción popular. Y otras que expresamos, desde la asamblea feminista, prácticas que intentan ir más allá del reclamo de tierra para vivir, con propuestas para desarmar situaciones de violencia y de opresión tramando formas comunitarias de vivir, como se expresa en las asambleas, en los diversos talleres y en el encuentro plurinacional de muyeres y disidencias llevado a cabo sábado 10 de octubre en la toma. Si bien la perspectiva feminista es hoy una novedad en la toma, no podríamos dejar de reconocer que al interior del mismo feminismo conviven tensiones relacionadas con diferentes miradas políticas. Muchos colectivos feministas terminan reproduciendo prácticas verticalistas y hegemónicas haciendo prevalecer el interés de la organización por encima de la construcción de tejido común. Nos preguntamos cómo desarmar relaciones capitalistas y patriarcales basadas en prácticas de control y de violencia, proponiéndonos la creación de espacios comunitarios con relaciones horizontales y reciprocas y formas de defensas de esos espacios. 

Mariano Pacheco: -Creo que la pandemia del COVID 19 puso al mundo en una situación por demás compleja, y a los Estados nacionales –más allá de las limitaciones de maniobras que puedan tener en el marco del Nuevo Orden Mundial Neoliberal (fase actual del capitalismo)- ante el desafío de posicionar una política de salud determinada, de la mano del abordaje económico y social frente a la crisis. Esta situación debe ser analizada al calor del proceso corto de los últimos cuatro años; del mediano, que se abre diciembre de 2001, y del largo de la posdictadura. Es decir que hace falta dar cuenta del proceso más general, teniendo en cuenta las limitaciones que en Latinoamérica  mostraron tanto las gestiones progresistas del Estado como las luchas sociales desde abajo que no se plantearon una estrategia de poder. A todo esto hay que sumar el frente que venció electoralmente al partido neoliberal, es excesivamente heterogéneo. El Frente de Todos está compuesto tanto por las organizaciones populares con mayor capacidad de movilización y presencia territorial nacional, como por las corrientes progresistas que gobernaron la Argentina durante tres mandatos consecutivos (y dejaron al país en las condiciones en la que lo dejaron en 2015), y también por sectores peronistas que tranquilamente en otra coyuntura podrían haber integrado el bloque de fuerzas neoliberales. Fuerzas que no han sido derrotadas sino que permanecen agazapadas o mas bien al acecho, con presencia parlamentaria, control de medios hegemónicos de comunicación y con cierta capacidad de movilización. El gobierno actual es más un gobierno de transición que un gobierno popular. Formo parte del conjunto de militancias que hemos decidido apoyarlo, a pesar de todo, pero no confundimos deseo con realidad.  

En este marco, nos interesa sobre todo prestar atención a la estrategia general esbozada por el bloque de fuerzas sociales más dinámico de los últimos años: la Economía Popular, que incluye en su interior lógicas emprendedoristas (típicamente neoliberales), pero también, la conformación de un sujeto político (lo que llamo “El Precariado en Acción”) capaz de hacer ese pasaje de movimientos sociales (más económico-reivindicativos) a Movimientos Populares (organización social+estrategia y programa político), que permitieron esbozar un alto grado de recomposición de fuerzas, y asumir una dinámica de transversalidad a partir de la cual se incorporaron e hicieron carne otros planteos presentes en la agenda política nacional (sobre todo de los feminismos, a través de la conformación de un feminismo popular, pero también, de un cierto ecologismo popular y un sindicalismo territorial que interpela al sector de trabajadorxs asalariados). Ese bloque de fuerzas sociales, decía, tuvo una estrategia general muy clara: conformar el sindicato del precariado (la UTEP), priorizando en los hechos esa unidad tan declamada pero poco practicada por otros sectores, y acompañar –en el plano táctico– la fórmula Fernández-Fernández, sin perder autonomía en el planteo político, entendiendo que un triunfo de Juntos por el Cambio situaba a los Movimientos populares ante un escenario de franco retroceso político, y a los sectores populares ante un tremendo futuro de indigencia económica y social.

En el contexto de la pandemia se lanza el Ingreso Federal de Emergencia (IFE), que pone ante los ojos de la “clase política” –por el elevado número de inscriptos– aquello que los Movimientos Populares ya venían anunciando desde hacía tiempo: que hoy la clase que vive del trabajo está partida en dos, y que casi la mitad de sus integrantes no permanecen bajo relación salarial sino que se “inventan” un trabajo en los marcos de la economía popular (sin derechos). El IFE permitió además acelerar el proceso de lanzamiento del Registro Nacional de Trabajadores de la Economía Popular (RENATEP), contemplado en la Ley de Emergencia Social conquistada durante el macrismo (y subrayo “conquistada” porque aún existen cuestionamientos al modo de acción de los Movimientos populares, con argumentos francamente canallas por parte de ciertos progresismos que se dedicaron en muchos casos a bastardear esas luchas desde el sillón de sus casas, en las que permanecieron mirando la televisión, entremezclando momentos de depresión con momentos de euforia ultraizquierdista por redes sociales). El RENATEP será la base sobre la cual pensar, con datos reales en mano, una salida popular para la pospandemia, que no sea un simple retorno a la injusta normalidad.

Foto: La Obrera colectivo fotográfico

 

Luego de cuatro años de gobierno de Macri, la derecha más reaccionaria se propone debilitar al gobierno actual: ¿cómo juega la consideración de esta coyuntura política en las luchas del presente?

NJ: -Pensar que la derecha es Macri es muy restringido. Hay una derecha recalcitrante muy activa dentro del mismo gobierno, una especie de cacicazgos compuestos por gobernadores, intendentes, sindicalistas, etc. El problema está en si el gobierno asume un rol impuesto por la derecha o si hace honor a los postulados pre-electorales. Pensando en la toma de Guernica, además de los problemas que se generan en torno a la pandemia como la falta de oportunidades laborales, imposibilidad de acceso a la salud, a la alimentación y a la generación de recursos para sostener alquileres, etc., el trasfondo de un reclamo centrado en el acceso a la tierra para vivir se sustenta en los deseos despertados por un gobierno “popular” y la solución real estaría en que las familias puedan lograr un hábitat digno. Las luchas sociales emergen en este contexto de producción de estatalidad -promesas en torno a la vivienda, la asistencia, el trabajo, etc. – y de una crisis profundizada por la pandemia.

La solución del reclamo de la tierra en Guernica depende de una decisión política que podría colocar al gobierno en un lugar esperado por muchos sectores sociales. Hay cuestiones en Argentina que son deudas históricas y que escuchamos gritar a lo largo de los años por distintas organizaciones y distintas luchas como la falta de trabajo, la ausencia de respuestas dignas con relación a la salud, la alimentación, la educación y la imposibilidad de acceso a la tierra para vivir. La respuesta a estas demandas es la represión, el desalojo violento o, en el caso de la vivienda, el ofrecimiento de soluciones precarias que incrementan el hacinamiento, y producen relaciones violentas. La manera de habitar un lugar es impuesta desde arriba y desde afuera y nunca está la pregunta de cómo las personas quieren vivir. Así tenemos el modelo de las viviendas sociales que devuelven una imagen estigmatizada. Muchos cuerpos despojados es fácil prever a donde irán a parar: refugios, viviendas y barrios precarios, cárceles, psiquiátricos.

Si la tierra está en manos de pocos para especulaciones inmobiliarias y negociados mafiosos, para otros sectores el único camino para acceder a la tierra para vivir es la toma y la lucha por lograrlo.

MP: -En primer lugar, diría que no estamos ante un proceso ascendente de la lucha de masas, sino estamos atravesando una cuarentena, que mayormente se respeta, sobre todo en los sectores populares. La circulación es más bien restringida al barrio, se utiliza el transporte público por trabajo más que por recreación y se circula en la vía pública por el mismo motivo. Las expresiones anticuarentena son minoritarias, aunque profundamente amplificadas por los medios hegemónicos de comunicación. Sí hubo en estos meses movilizaciones puntuales, la más ejemplar, las ocupaciones de tierras para construir viviendas, pero cabe destacar que hoy la principal lucha de los Movimientos populares pasa por registros más imperceptibles, ligados a las tareas de organización territorial, a las prácticas comunitarias. Esas tareas la llevan adelante organizaciones que, mayormente, han asumido la estrategia de acompañar a este gobierno. Es que, además del escenario político están esos microfascismos que circulan socialmente, que ganan terreno incluso entre los sectores populares, y que contribuyen a que sectores supuestamente progresistas tengan corrimientos cada vez más hacia la derecha (corrimiento que explica la línea de seguridad de la gestión Kicillof en la provincia de Buenos Aires, con un ministro como Sergio Berni).

Creo que, ante ese escenario, están muy bien las posiciones que vienen sosteniendo algunos agrupamientos, como el Movimiento Evita, Somos-Barrios de Pie, la Corriente Clasista y Combativa, las organizaciones que componen el Frente Patria Grande (Vamos, el Movimiento Popular La Dignidad, el Frente Popular Darío Santillán, entre otros), o sectores del sindicalismo como el “Degenarismo” en la CTA, que con matices entre sí, integran este gobierno a través de militancias en algunas funciones estatales, lo apoyan políticamente asumiendo que es el único que puede en estos momentos sostener la situación sin perjudicar aún más a los sectores populares, pero a diferencia de lo que sucedió durante los años de “orden y progresismo” kirchnerista (como dice el periodista Martín Rodríguez), no tienen “obediencia debida”. Me gusta esa consigna que sostiene que, ante una lucha de los de abajo, incluso frente a un Estado que se integra en algunas de sus funciones de gobierno, la posición debe ser estar “junto a las y los últimos de la fila”.

 Foto: Emiliana Miguelez

 

Se escuchan voces que dentro, pero sobre todo fuera del gobierno hablan de enfrentar al conflicto social “aplicando la ley” como sinónimo de defender, de la manera que fuera, la propiedad. ¿Cómo se ve esto desde la lucha por la tierra?

NJ: -¡Qué tema el de la propiedad privada! La pregunta sería ¿qué se defiende cuando se habla de “respetar la propiedad privada”?

Recuerdo algunas tomas inmensas de tierra en Quilmes y me vienen muchas imágenes mirando Guernica hoy. Lo primero que percibo es el gesto de delimitar los lotes para cada familia. La vista aérea de los cuatros barrios de Guernica es muy impactante en este sentido, porque muestra –en los tantos alambrados improvisados- la reproducción en escala tan masiva del sueño de tener un pedacito de tierra para vivir. Ante los cincos supuestos dueños aparecen miles que dicen tener el derecho a acceder a un pedazo de tierra.

Creo que la discusión política fundamental tendría que centrarse en los usos de la tierra: ¿es lo mismo la necesidad de acceder a un pedazo de tierra para construir una casa para vivir, para hacer una huerta, criar algunos animales, etc. que apropiarse de 300 o miles de hectáreas para hacer barrios privados o mega proyectos financieros? ¿Es lo mismo reivindicar y luchar para el derecho al hábitat digno que usurpar grandes cantidades de tierras para incrementar el valor del suelo y especular en ámbito financiero, desplazando comunidades y pueblos enteros o arrojando miles de personas a vivir en situación de calle?

Es hora de abrir y profundizar una discusión general sobre la tierra, sus usos y sus usurpaciones.

La asamblea feminista en la toma de Guernica viene aportando mucho en este sentido, construyendo la que podríamos definir una crítica práctica de la propiedad: tejiendo y profundizando vínculos comunitarios ahí adonde superficialmente se ven solo cercos. Una crítica práctica de la propiedad es tejer en el cotidiano nuevas formas de existir, desarmando estructuras de violencias para acuerparnos en comunidades. Creando soluciones colectivas ante situaciones de aislamientos, de soledades, de carencias y de miedos.

Repudiamos las soluciones que llegaron de la mano del Estado individualizando los problemas, criminalizando y estigmatizando. Aun así prevalecen hoy, en la toma de Guernica, distintos espacios autogestionados de creación como respuestas a problemas urgentes: una posta de salud comunitaria, comedores populares donde se comparte el alimento, comisiones para intervenir y acompañar situaciones de violencia, diversas asambleas en torno a distintos temas que hacen a la vida cotidiana en la toma, festivales y trabajo comunitario para ayudar compañeras solas con sus niñeces. El desafío en marcha es tierra para vivir, feminismo para habitar.

MP: -Aunque no me encuentro participando ahora de ninguna experiencia de lucha por la tierra y la vivienda, conozco muy bien esas experiencias, y desde me interesa destacar ante todo la importancia de estas luchas que ponen en el centro la resolución del lugar donde se va a vivir. Son es en sí mismas una escuela política, de organización popular. Se trata de luchas que como decía Evita ponen de manifiesto necesidades, es decir, derechos. Y no menos importante, hay que saber que estos procesos implican una fuerte intemperie: suponen desamparo y miedo ante una posible represión. Mas allá del romaticismo que surge de las redes sociales, se trata de procesos muy duros. Si bien ocupar una tierra está fuera de la ley, ¿es posible censurar las tomas de predios cuando la necesidad no tiene otra forma de ser resuelta? ¡No! El problema es de las propias leyes, que expresan el triunfo de una clase (de hecho, en momentos de avance popular, como en la Argentina de 1949, o en los más recientes procesos de Bolivia y Venezuela, cuando las luchas populares avanzaron, las Constituciones fueron modificadas). Es importante tener en cuenta ese dato, y las operaciones que la derecha (que está afuera y adentro del gobierno) realiza contra la gestión actual del Frente de Todos. Porque el riesgo es caer en un ultraizquierdismo discursivo que descuida procesos y relaciones de fuerzas. No tiene sentido pedirle a un funcionario del Estado que salga y declare estar a favor de las ocupaciones de tierras, porque al otro día se desatan una serie de tomas que ponen en jaque su propia gestión. Pero sí tiene sentido pedirle que no judicialice los reclamos, que priorice de las leyes sus costados garantistas y que asuma políticas de inclusión social y no de represión. Ve una diferencia entre una perspectiva progresista, que cree en un Estado que le garantice soluciones, y un punto de vista popular, que entiende que lo principal del proceso es la construcción de un sujeto de cambio es la organización popular. Por eso: no alcanza con no reprimir y asegurar un presupuesto para viviendas. Hace falta involucrar a los sujetos populares en la elaboración de políticas públicas que además de darle una vivienda a cada familia, permita que la organización popular crezca, se fortalezca. De allí que el “Manifiesto Nacional por la Soberanía, el Trabajo y la Producción”, presentado en mayo de este año (aun antes de la ocupación de Guernica), entre otros, por la UTEP, la CTA Autónoma y sectores de la CGT, contenga entre sus puntos el de “Acceso a la vivienda digna y la planificación territorial”, que contempla una Ley de alquileres donde se ajusten los precios de acuerdo a un índice estatal, se urbanicen los barrios populares existentes (unos 4.500 en todo el país) y se generen por lo menos 200.000 nuevos lotes con servicios para las jóvenes familias trabajadoras.

11 de Octubre de 2020

Foto Principal:  Fernando Almeira

Foto: La Obrera Colectivo Fotográfico

FESTEJAR, PENSAR, ACUMULAR: Apuntes al paso sobre las elecciones // Mariano Pacheco

UNO (FESTEJAR)
 
La fiesta, el momento del festejo es algo muy arraigado en las vidas populares, de Argentina pero también de Nuestra América. Ni las sangrientas dictaduras, ni las ofensivas de la derecha en contextos como los actuales han logrado hasta el momento que, cuando se trata de sacar la rabia afuera, y reconocerse con el otro en la mirada (la otra, le otre), el abrazo o el simple saludo, la alegría de saberse o intuirse parte de un mismo proceso se exprese sin tapujos. Sea para gritar un gol de un partido de fútbol, celebrar un nacimiento (de una vida, de una nueva experiencia vital) o un triunfo político puntual (electoral, insurreccional o de una batalla parcial), la música suena, los cuerpos bailan, las bocas putean y ríen, el humo de la parrilla y la bebida corren.
Eso indigna a las bellas almas argentinas, y los argumentos para condenar ese momento suele ser siempre de derecha, por más que se diga bajo una lengua pretendidamente progresista o de izquierda.
Motivos para festejar la derrota electoral del macrismo en la Argentina actual sobran. Hace apenas dos años atrás Cambiemos triunfaba en las elecciones de medio término, y comunicadores progresistas construían hipótesis para argumentar que estábamos ante una nueva derecha, democrática, que estaba construyendo una nueva hegemonía en el país. E decir: teníamos neoliberalismo (puro y duro), para rato.
Pero siempre, en toda estructura de opresión, explotación y dominación, hay algo que fluye, que huye, que escapa a las reglas clasificatorias del orden vigente. DICIEMBRE DE 2017 reactualizó una imaginación rebelde y contestataria y si bien no abrió un proceso que marcara una diferencia en el tiempo, lo cierto es que a la gestión Cambiemos protestas no le faltaron y AGOSTO DE 2019 condensó el momento en el que nuestro pueblo mostró su Ya Basta se expresaría esta vez en los marcos delineados por los proyectos dominantes, es decir, por la vía electoral.
Tras innumerables esfuerzos, el neoliberalismo (puro y duro), fue derrotado en las elecciones de domingo 27 de octubre. La grieta queda, y hay que pensarla. Los desafíos estratégicos para el movimiento popular quedan, y hay que pensarlos. Tras los festejos, entonces, a redoblar la apuesta. Lo que sigue, unas breves reflexiones sobre el neoliberalismo, las izquierdas y el peronismo.
 
 
DOS (PENSAR)
 
A- EL NEOLIBERALISMO
— Juntos por el Cambio triunfó en los tres conglomerados urbanos más importantes del país (exceptuando Gran Buenos Aires, el más destacado de todos modos): CABA, Santa Fé, Córdoba (debemos agregar la capital bonaerense, Mar del Plata y las provincias de Entre Ríos y Mendoza).
–Aún con la disparada del dólar luego de las PASO y la creciente pauperización general de la vida, Juntos por el Cambio logró ascender del 32 al 40% de votos en los últimos dos meses.
La grieta está a flor de piel. La Argentina está partida, y si bien se ganó la elección (o más bien, diría: si bien el neoliberalismo puro y duro perdió la elección), entre el macrismo, Spert y Gómez Centurión, suman casi el 44% del electorado, a lo que debemos sumar un 6% de Lavagna más un amplia franja de votos del Frente de Todos que, de no ser porque primó cierta astucia y pragmatismo, hubiesen ido a parar para otro lado (me refiero a líneas que se expresan en figuras como Massa, Solá, gobernadores del PJ, etcétera).
 
B- LA IZQUIERDA Y EL PERONISMO
La izquierda que no intervino en el marco amplio del peronismo quedó, o bien con resultados extremadamente marginales (2% de votos cosechó la unidad del FIT –PO, PTS, IS, PP– y el MST), o bien automarginada en posiciones principistas y de un denuncialismo moralista francamente impotente.
La izquierda que se sumó, adhirió o apoyó al Frente de Todes, evidentemente, ha sido capaz de tener una táctica concreta para la coyuntura, gestar cierta mística al interior de sus militancias, tener una cierta incidencia en la discusión política hacia sectores amplios dela sociedad. Queda por verse qué capacidad se podrá gestar (si es que hay voluntad de realizar dicho proceso) respecto de delimitar un propio espacio, que combine creativamente flexibilidad táctica con rigurosidad estratégica (es decir no perder el horizonte y las tareas de largo plazo en las urgencias de cada momento puntual)
Las organizaciones populares peronistas son las que en mejores condicionamientos quedan hoy para poner en pie una voz que marqué una agenda determinada más allá de la gestión del Estado: por su masividad (a nivel de extensión territorial, de movilización en las calles y de militancias estructuradas), su capitalización en figuras que puedan ser una referencia en medios de comunicación, la sencillez con la que pueden explicar a niveles de masas quienes son.
 
TRES (ACUMULAR)
Resulta fundamental, para las organizaciones populares (peronistas y de izquierda), asumir con rigor (y crudeza):
A- El diagnóstico: del complejo momento que atravesamos (mejor que el de los últimos años, tanto a nivel nacional como internacional), francamente adverso para cualquier política con aspiraciones de cambios profundos: en términos micropolíticos, con un neoliberalismo expandido por el cuerpo social; en términos macropolíticos, con una dinámica prácticamente subsumida en su totalidad a las reglas del juego democrático (democracia de la derrota, democracia castrada, democracia restringida, democracia liberal-parlamentaria o como se la quiera caracterizar, un régimen que en términos generales no facilita que el pueblo sea protagonista). Las recientes rebeliones en Ecuador y Chile, la persistencia de la Revolución cubana, la Revolución Bolivariana en Venezuela y el Proceso de Cambio en Bolivia, sumado a las experiencias desde abajo que vienen resistiendo y creando espacios en Colombia, Brasil, México (por nombrar tan sólo experiencias del continente) brindan puntos de apoyo para seguir repensando estrategias que puedan enfrentar el Nuevo Orden Mundial, en pos de quebrar lo horizontes de sentido que impone la era del realismo capitalista (donde es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo).
 
B- Recuperar una dimensión estratégica para las construcciones: el tiempo que se abre en Argentina estará poblado por tensiones de todo tipo. Más allá de lo que se pueda (o no) hacer desde la gestión del Estado, en función de mejorar las calamitosas condiciones de vida en las cuales nos encontramos sumergidos los sectores populares, resultará de vital importancia lo que podamos hacer en términos de una política popular, que no se limite al denuncialismo, y que no se resigne a que lo máximo a lo que podemos aspirar en este momento histórico es a la gestión progresista del ciclo (del capital), vía líneas de reparación e inclusión social, más y mejores derechos ciudadanos, mejor calidad institucional (de este régimen de representación) sostenido por otra parte en base a un modelo extractivo.
La construcción de una infraestructura material e intelectual de los movimientos populares se torna un desafío insoslayable para el tiempo por venir. Acumular (social, cultural, políticamente) un poder popular que pueda mostrar más que enunciar otros modos de hacer, sentir, pensar, experimentar la política (anudamiento micro/macropolítico) es fundamental para cambiar las relaciones de fuerzas, requisito imprescindible no sólo para comenzar a cobrar confianza en torno a un proyecto que se proponga cambiar todo lo que deba ser cambiado, sino incluso para no retroceder, para hacer de cada batalla un momento de una estrategia más general de cambio social.

La insumisión autonomista // Mariano Pacheco y Diego Sztulwark.

Extracto del libro Desde abajo y a la izquierda. Movimientos sociales, autonomía y militancias populares, de Mariano Pacheco 

CAPÍTULO 4. Primera conversación con Diego Sztulwark. La insumisión autonomista.

 

Diego Sztulwark: Yo partiría de hacerme cargo de la colección en la que el sale este libro, donde también hay publicaciones como la de Javier Trímboli y Silvia Schwarzböck que hacen fuertes caracterizaciones epocales. En el libro de esta última, Los espantos. Estética y postdictadura, está presente la idea de que después de los años 70 toda vida es una vida de derecha porque está ganada por la idea de la derrota. Esa idea no me gusta nada, porque no da cuenta de cosas que hemos vivido y hemos pensado, por ejemplo, nosotros. Me cuesta ver nuestras experiencias, sobre todo entre el 96 y el 2002, reducidas a una vida de derecha.

 

Mariano Pacheco: claro, sí, yo lo leí ambos libros, y comparto el malestar ante esa hipótesis del triunfo de la “vida de derecha”, malestar que también me ganó cuando leí Los prisioneros en la torre. Política, relatos y jóvenes en al posdictadura, de Elsa Drucaroff, donde trata de pensar la literatura argentina desde 1983 en adelante. Me hace ruido que Drucaroff hable de la “generación de militancia” cuando se refiere exclusivamente a la generación del 70. El resto, para ella, son generaciones “que crecen a la sombra de la generación militante de los 70”. Me hace ruido ese exclusivismo de los años 70 para pensar las militancias, como si estas sólo se produjeran en momentos de auge o en determinados períodos de alza en la participación popular. Y me hace ruido porque pienso que siempre, aun en el peor contexto, se puede tener una actitud militante ante la vida, así sea para generar pequeños espacios. Nuestra experiencia de algún modo habla de eso. Y también la de los “montoneros silvestres”, de la que escribí un libro: pequeños grupos que en la zona sur del conurbano (no casualmente) resistieron como pudieron durante todos los años de la última dictadura, sin recursos, siendo muy pocos y encima desconectados de la organización, que mantenía su estructura y cuadros de conducción fuera del país.

 

DS: Me acuerdo cuando lo conocí, de jovencito, a Eduardo Luis Duhalde, él me decía: “la militancia es lo que ocurre cuando hay repliegue, porque el militante es el encargado de conservar y transmitir lo que se sabe de la última lucha a la próxima”. Recuerdo eso que decía Duhalde: “cuando te bajonees, cuando te deprimas leéte esto”. Y me regaló dos libros: Historia y conciencia de clase, de Georgs Lukács y Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon. Me los dio como diciendo “estos ejemplares son viejos, los leí en otra época, te los doy como el material que ejemplifica el pasaje de un momento de militancia a otra”. Ahora yo creo que si leemos, por ejemplo, el libro de Javier Trímboli, nos encontramos con que esta vez, del 2001 para acá, más que una época donde hay militancia o no hay militancia, se pasó de un tipo de militancia a otra. Es decir: apareció otro tipo de militancia, la kirchnerista, diferente a la militancia que se había gestado con las luchas sociales hacia finales de los años 90 (a la que llamamos genéricamente “generación de 2001”), que tenía otra proyección posible, o tenía otro interés, diferente al que surgió con el kirchnerismo. ¿Cómo lo ves vos esto que te digo?

 

MP: Sí, yo lo veo así y muchas veces hemos empleado el término de jóvenes-viejos para hablar de los jóvenes kirchneristas. Incluso hablando con viejos setentistas que se hicieron rápidamente kirchneristas, recuerdo que yo les decía esto y ellos me reconocían que era así, que la llegada de Néstor los entusiasmaba a ellos pero no a la juventud. Eso fue igual hasta el 2008/2010, me parece, cuando el kirchnerismo carecía de juventud. Toda la militancia que se había sumado al kirchnerismo, por fuera del PJ o de las instancias más tradicionales, en esos primeros años, era una militancia que venía de los años 70 y 80, pero todos bajo la sombra clara de la lógica política de los 70. Incluso mucha gente que había dejado de militar durante el menemismo, después de 2003 volvieron con todo, y en muchos casos tuvieron una actitud de “acá no pasó nada”. Entonces me parece que en ese volver con todo, no revisaron qué pasó en los años que ellos no participaron políticamente, y es más, lo ningunearon, colocaron a las nuevas experiencias políticas que surgieron desde el conflicto social como “pre-políticas”, como meras experiencias de lucha reivindicativa, económica, de sobrevivencia.

 

DS: ¿Y cómo caracterizarías a la juventud que se incorpora a la militancia kirchnerista después de la crisis con las patronales del campo, después de todas esas medidas como el matrimonio igualitario, la Ley de medios… y el enorme crecimiento de La Cámpora?

 

MP: A mí me cuesta no ser tan duro con el juicio que hago, pero no quiero ser tan duro en el sentido de no parecer soberbio, por un lado, ni tampoco ningunear la nueva experiencia que hacen franjas más jóvenes que uno. Pero en principio diría que ahí lo que se produce es un recambio etario y no generacional, es decir, que esa gente se incorpora y le suma sangre joven a una lógica vieja de hacer política. Pero me parece que hay una cosa muy paradójica, que hay toda una mística muy acartonada. El MST de Brasil dice que la mística, de algún modo, es un proceso de desburocratización absoluta de todos los vínculos y una cosa que pasa por lo sentimental y por unir la razón con la práctica a través de los sentimientos. Para mí, entre 2008 y 2010 se produce una situación en donde franjas juveniles se suman a un proyecto atravesado por una intensa nostalgia, donde sentimiento y razón no se entrelazan. Por ejemplo: los dedos en V, ¿qué quiere decir para una persona joven del 2010? O esa recuperación acrítica que se hace de Perón (digo lo de Perón por poner un ejemplo, y no porque tenga un planteo gorila, más bien todo lo contrario): ¿qué piensan del último Perón? ¿Han procesado/pensado sobre los cambios que fue adoptando Perón a través de los años? ¿Cuál fue el vínculo de Perón con Cooke, cuál fue el vínculo de Perón con la burocracia sindical? Veo muchos pibes y pibas que, a diferencia de la militancia de los años 90 (teñida por cierto setentismo, pero que le prestó mucha atención al estudio de la historia argentina y latinoamericana), tienen –como decía Rodolfo Walsh– un déficit de historicidad; es una camada militante que, en general, carecen de formación política, y de formación histórica en particular, paradójicamente en un momento en el que se supone que volvió la historia y retornó la política.

 

DS: Y a nivel de la participación de militancia en los movimientos sociales, específicamente, ahí habría que hacer como una genealogía más cuidadosa ¿no?

 

MP: Sí, claro, porque paradójicamente la línea de militancia juvenil (por ponerle una etiqueta kirchnerista), no ha estado prácticamente vinculada a los movimientos sociales. Si uno se fija, el movimiento social kirchnerista con más desarrollo era el Movimiento Evita, que luego de la emergencia de La Cámpora como que empieza a ser corrido hasta que se van retirando del kirchnerismo para recostarse en un peronismo más clásico. Y si bien reconocen haber estado esos doce años ahí, no se asumen como kirchneristas, o en todo caso entienden al kirchnerismo como un momento más del peronismo, no como una identidad en sí misma. Entonces ahí sí hay que ser mucho más cuidadoso desde una perspectiva de izquierda (que por lo menos es la que yo trato de defender), en el juicio respecto del peronismo y sobre todo de la historia del peronismo. Ahí es donde me parece que hay algunas cuestiones que también hay que poder discutir, con esos compañeros y compañeras, respecto de que el peronismo no es un bloque, de que el peronismo tiene distintos momentos, distintas fases, distintos personajes y que uno puede a veces reivindicar determinadas aristas del peronismo y no el peronismo en bloque. Ahí me parece que hay algo fundamental: hay que poder hacer una política de selección de lo que se reivindica. Es más difícil, claro, pero es una tarea política de primer orden entender en qué genealogía uno se filia, y en cual no. Porque no es sólo un ejercicio historiográfico: la lectura que se hace del pasado después se expresa, por ejemplo, en los modos que se tiene de hacer política (cómo se entienden los liderazgos, los programas, las estructuras de una organización…). Entonces diría que, en el caso del kirchnerismo, se tuvo mucho gesto hacia el pasado y poca reflexión respecto de cómo reactualizar lo mejor de ese pasado en un presente totalmente distinto, no sólo de la Argentina sino del mundo entero. Recuerdo que una vez, hablando con Alejandro Horowicz, él me decía que el kirchnerismo era peronismo… pero sin programa.

 

DS: Es un poco lo que afirma Javier Trímboli también, ¿no? Eso de que el kirchnerismo, más que una reflexión sobre la revolución, es una reflexión sobre la historia, y que, en vigor, no tenía un proyecto estratégico. Y no lo tenía el kirchnerismo acá, pero en general, no lo tenían los gobiernos progresistas en la región, y muchas veces parece que tampoco lo tiene la izquierda. Cuando Javier dice eso, considera que los gobiernos progresistas tuvieron su interés porque intentaron evitar, o al menos interrumpir parcialmente, la marcha implacable del proyecto neoliberal hacia el futuro de manera lineal. Los gobiernos progresistas fueron, para él, el intento de retener este inevitable camino al desastre y es muy interesante como Javier plantea el asunto porque dice: “en la época de la revolución los progresistas éramos nosotros, nosotros teníamos el futuro y los reaccionaron eran ellos, trataban de frenarnos o de posponernos, en cambio ahora, eso cambió, ellos volvieron a ser los que tienen la idea de futuro y nosotros tratamos de frenarlos sin tener un proyecto de tipo estratégico”. Entonces ahí mi pregunta sería (más allá de la cuestión de la historia), ¿cómo pensar la ruptura del 2001? ¿Quedó ahí algo del orden de un proyecto estratégico por desplegar? Si tenemos la idea que ahí se jugó algún tipo de diferencia fuerte o de pregunta política radical que nos interesa seguir trabajando, que no queremos dejar en el olvido, ¿qué cosa es el 2001 en ese sentido?

 

MP: Ahí hay como dos o tres cuestiones fundamentales como para empezar a hablar sobre el tema. En primer lugar, a diferencia de lo que yo decía hace unos años atrás (que todavía el 2001 estaba presente, es decir, que podía reactualizarse rápidamente ante una crisis), yo creo que hoy el 2001 es ya parte de una historia, una historia reciente, pero historia al fin. Ahora lo que pasa con esto, como dice Raúl Cerdeiras, es que 2001 es el último gran momento político. Cuando uno mira para atrás en la historia argentina, es el momento más cercano que tenemos de cuando las cosas sucedieron de un modo más o menos parecido al que queremos que sucedan, o deseamos o por el cual militamos desde una perspectiva que, evidentemente, entiende a la política desde un lugar muy otro al que la entiende el kirchnerismo, pero también el peronismo más clásico, y las izquierdas más tradicionales. Es decir, que si uno mira para atrás, ya no son los años 70 sino el 2001 el último gran momento para pensar una perspectiva de transformación radical de la sociedad.

 

DS: Disculpá que te interrumpa. ¿Por qué sería el 2001 más un proyecto que un recuerdo motivador? ¿Por qué no hemos elegido proponer un modelo de lo que queremos?

MP: Porque me parece que condensó una experiencia (justamente esa que narro en mi libro De Cutral Có a Puente Pueyrredón, la que va desde 1996 a 2002) en donde se impugnó no sólo el orden, sino los modos tradicionales de hacer política popular en Argentina, tanto por parte de la izquierda como del peronismo. Entonces, más que como modelo, lo podemos tomar como inspiración, en el sentido de que el 2001 no es el resultado de una programación de un grupo de gente sino un resultado que combina estrategias de distintos grupos, situaciones azarosas y crisis del régimen. Creo que el 2001 es programa, pero no programa en el sentido más clásico de “tenemos que dar estos pasos para llegar a determinados objetivos”, principalmente porque corremos el riesgo de pensar que en un futuro (cercano, o lejano, lo mismo da), puede suceder algo parecido a lo que fue el 2001, y yo creo que no, porque estaríamos negando lo que se produjo en el orden del acontecimiento, para volver a pensar con algunos marcos conceptuales que hemos aprendido con Raúl. Sí me parece que hay que mirar ahí, porque 2001 condensó eso: una combinación de experiencias de muchos años con azar, con imprevisibilidad. Ahí (más lejos esta vez de mi maestro Cerdeiras), pienso que no se puede leer a 2001 como algo que simplemente irrumpió sin que uno lo esperara (insisto: solamente, porque es obvio que algo de eso hay, sino no hablaríamos de acontecimiento), sino que hay que poder ligar acontecimiento con historicidad. Porque 2001 también condensa una experiencia previa de muchos años que, de algún modo, ratifica ciertas líneas del movimiento popular, las que insistían en algunos rasgos que después en 2001 se masificaron, como la acción y la democracia directa de tipo asamblearia, los cortes de ruta y formas de protesta que más que en la legalidad pensaran en la legitimidad.

 

DS: ¿Y qué sentís qué pasó con todo eso?

 

MP: Creo que no alcanzó. Igual lo digo asumiendo que habría que repensar un poco más esto de “no alcanzó”. Para mí no es un problema del tipo “nos quedamos cortos”, porque considero que no había condiciones objetivas para hacer mucho más en la coyuntura inmediatamente posterior a 2001, incluso tras la Masacre de Avellaneda.

 

DS: O sea que “no alcanzó” no quiere decir exactamente que nuestra imaginación, o nuestra teoría, o nuestra visión eran erradas o insuficientes, sino que no se movilizó en esa dirección la fuerza suficiente como para que esas imaginaciones y esas ideas se pusieran a prueba realmente…

 

MP: Yo diría: no hay que decir que el 2001 fue insuficiente, en el sentido de que le faltó algo, porque no le faltó nada al 2001. En todo caso, la insuficiencia fue posterior. Como una especie de tragedia de la historia dónde se abren esas perspectivas sin que haya condiciones concretas y materiales, pero también subjetivas.

 

DS: ¿Cuáles fueron esas condiciones ausentes?

 

MP: Me parece que la capacidad organizativa, la experiencia en los militantes que llevaban adelante esas líneas de acción como para poder enfrentar algo más que eso que se había hecho, que era recomponerse desde tan abajo. Creo que ese es un dato central también, muy material. El nivel de recomposición de la resistencia de los 90 parte de tan abajo en condiciones materiales, y también en el golpe subjetivo que implicó el menemismo, y el menemismo enlazado al golpe del 76, que fue muy poquito el tiempo en el cual se incubó eso que después denominamos 2001.

 

DS: Vos sentís que si hubiese habido más tiempo (no solo en el sentido de tiempo cronológico, sino también más maduración) y con una evolución un poco mayor del movimiento, se hubieran diferenciado más unas funciones de tipo estratégicas…

 

MP: Sí, creo que sí. Con una militancia con mayor capacidad de pensar qué hacer ante ese escenario, que ya era un escenario grande y no uno de los pequeños grupos ni de las lógicas que primaron en esos años, se podría haber dado un paso más estratégico. Es interesante que nos metamos ahí para poder pensar cuáles fueron las características de esa resistencia, como para entender por qué 2001 no es insuficiente, pero a la vez no alcanza. Entonces, para mí, el gran problema no es la coyuntura inmediatamente posterior a 2001, en donde se creció, se entrelazó la lucha piquetera con la de sectores medios, hubo vínculos con sectores sindicales, se formaron nuevas camadas de militantes, sino después, cuando ese movimiento entra en reflujo y la recomposición sistémica se produce de un modo muy veloz. Hay un problema también, ahí, del orden de las velocidades. Porque a diferencia de las militancias de los años 70 (y de los coletazos de los 80), la de 2001 es una generación que construye políticamente ya no sobre la base de certezas (el socialismo, el partido, la orga, etc.) sino en medio de una incertidumbre absoluta. Entonces había que inventar. Y toda esa velocidad que se tuvo para actuar en coyunturas álgidas de luchas de masas, de novedosos modos de organización y protesta de los sectores populares, después –cuando el sistema se recompuso y el Estado ganó nuevamente en autoridad– los modos de procesar eso que estaba pasando fueron mucho más lentos. Hubo un desfasaje ahí: las pequeñas certezas que se habían logrado construir en esos años empezaron a tambalear y en vez de inventar nuevas respuestas a las nuevas preguntas que se nos presentaban (cómo habíamos hecho unos años atrás), nos aferramos dogmáticamente a nuestras pequeñas verdades. De algún modo negamos la realidad, o no la supimos/quisimos ver y, obviamente, ahí la asimetría de fuerzas se hizo sentir con todo su rigor: los movimientos sociales contaban con una infraestructura material e intelectual muy endeble, con militancias muy jóvenes y muy fogueadas en luchas frente a un Estado que, o bien reprimía o bien tenía políticas de asistencia social focalizada, pero siempre desde un discurso posicionado en la vereda opuesta a la del movimiento popular en su conjunto. Entonces cuando se produce la novedad de que aparece un gobierno que trae nuevamente una serie de discusiones que pensábamos estaban ya enterradas en la historia nacional, cuando desde el Estado te dicen que no te van a reprimir pero tampoco te va a dar lo que reclamas, te quedas pedaleando en el aire, respondiendo del mismo modo en que lo hacías antes.

 

DS: Eso habría que retomar: 2001 esboza un tipo de política desde abajo y no basada en la certeza, mientras que el kirchnerismo recupera unas certezas que no son elaboradas por los protagonistas de esa política desde abajo.

 

MP: Sí, que están atadas a otro tiempo…


DS: A otra experiencia… ¿a vos te parece que esto de la certeza que se volvió muy fuerte en la militancia, afecta el modo que el 2001 pudo pensar en términos de proyecto histórico?

 

MP: Yo creo que sí, en el sentido que las revoluciones tenían, por un lado, dos anclajes fuertes: una teoría de décadas (por lo menos en el marxismo, aunque los coletazos del mismo están en el movimiento nacional y popular, en el tercermundismo) y, por otro lado, una certeza de experiencias revolucionarias triunfantes. Me parece que la gran desolación de los años 90 pasa por ahí: ya no hay una teoría revolucionaria y no quedan tampoco experiencias exitosas que se puedan poner como ejemplo. Las experiencias que surgen (como el zapatismo), son experiencias que también están esbozando algo nuevo que todavía no lo pueden transmitir muy bien y que se basa en asumir esas incertezas de la época. Quizá se podría decir hoy que se pecó un poco de exceso de confianza en esos datos de lo nuevo y en no pensar la fuerza arrolladora que tenía la historia (entre otras cosas) del peronismo en la Argentina, como queriendo hacer una especie de borrón y cuenta nueva.

 

DS: Hay que inscribir ese exceso de confianza en una coyuntura extraordinaria, en la que el peronismo fue un poco rebasado por el movimiento de masas, ¿no?

 

MP: Y sí, creo que fue la primera vez en la historia desde 1945 en adelante en donde en donde se producen fenómenos populares y el peronismo no está orgánicamente allí.

 

DS: Te propongo pensar algunos fenómenos más en relación a esto que decís: uno, el 17 de octubre del 45. Se podría decir que allí el elemento popular-insurreccional tiene más peso que las instituciones con las cuales luego ese movimiento intentó ser dirigido. No fueron las direcciones consolidadas en los sindicatos las que convocan al 17 de octubre. Hubo un rebasamiento de las formas de representación y de organización, un momento autónomo en el origen del peronismo. Segundo momento: el Cordobazo. Nuevamente la participación supera los intentos de contención, comenzando por el propio peronismo (basta recordar en la polémica televisiva entre Tosco y Rucci). Tercer momento: el 2001, del que venimos hablando. Cuarto momento que te propongo pensar: el movimiento de mujeres, el feminismo popular. Todos momentos en que el elemento popular-insurreccional innovador es más fuerte que el de la estructuración, el de la contención. ¿Estás de acuerdo con que los momentos más ricos son de desborde respecto de las estructuras, que aun arrastrando importantes rasgos de lo peronista, abren a una imaginación nueva?

 

MP: Sí, le agregaría que son los momentos que permiten una irrupción, la puesta en escena de determinadas cuestiones nuevas, pero no son finalmente las que tienen la capacidad de encauzar eso en una dirección, y ahí viene el peronismo.

 

DS: ¿Habría entonces una tensión entre desborde e innovación y capacidad estratégica de consolidar más sistemáticamente la dirección que se insinúa en el plano político convencional?

 

MP: Puede ser, sobre todo si uno piensa en el 45 y el 2001. Lo del movimiento de mujeres lo analizaría en una cronología más cercana si te parece, porque si bien el feminismo tiene mucha historia, y si bien los Encuentros Nacionales de Mujeres comienzan a principios de la postdictadura, creo que el fenómeno que hoy vivimos en Argentina tiene que ver mucho con la emergencia de #NiUnaMenos, y todo lo que eso generó, y ya estamos hablando de un período muy posterior, que son los años cínicos del macrismo. Volviendo entonces a la secuencia histórica anterior (Octubre del 45 / Diciembre de 2001), creo que lo del Cordobazo es diferente a esos acontecimientos porque su epicentro está fuera de Buenos Aires, y si bien es un fenómeno que hay que pensar en serie con otras revueltas locales que se producen a lo largo y ancho del país, no deja de ser un fenómeno provincial, con una dinámica del movimiento obrero muy específica (la de la Regional Córdoba de la CGT), y en ese sentido no me parece un dato menor el peso que tenía allí una figura como la de Agustín Tosco.

 

DS: Si tomamos las coordinadoras obreras y cierto fenómeno sindical de base quizá se pueda extender un poco más la cuestión, ¿o no?

 

MP: Sí, me interesa más pensarlo en ese sentido, porque fue un fenómeno más extendido en el tiempo, pero de nuevo expresa un nivel de acumulación de un ciclo más largo. Si uno piensa del Cordobazo del 69 a las coordinadoras de 1975 hay seis años de mucha intensidad política. De todos modos, está también los golpes de la represión. Quizá lo que habría que pensar es eso: cómo actuar de manera audaz, cuando en el fondo nunca hay el tiempo suficiente para prepararse.

 

DS: Es decir que más allá de lo que se visibiliza en tiempos de una cierta “normalidad” subyace un proceso muy complejo que permite que, sobre todo cuando se logra adoptar el punto de vista de la crisis, el movimiento tenga una capacidad de consistencia, de visibilización y de escucha que en otros momentos no puede tener. Lo cierto es que a diferencia de lo ocurrido durante el Cordobazo, los movimientos actuales ya no son acompañados por mejoramientos sólidos de las condiciones materiales de vida que pudieron acompañar la maduración de la conciencia y la organización.

 

MP: Para mí, lo de las Coordinadoras es el ejemplo más interesante para pensar, porque en realidad, uno tiene en el 45 una historicidad muy fuerte del movimiento obrero, pero ya muy golpeada, donde –por ejemplo– la influencia que pudo tener el anarquismo o el socialismo, ya no estaba presente con la fuerza que había logrado tener en décadas anteriores. Y el partido laborista es una dinámica que se arma muy sobre la coyuntura también. Lo del 2001 es más o menos parecido. En cambio durante el Cordobazo era todo más mezclado, lo nuevo y lo viejo. Y en las Coordinadoras de Gremios en Lucha las dirigencias obreras ya tienen perspectivas estratégicas más consolidadas. Uno lo que puede pensar, en todo caso, son las líneas que tomaron las vanguardias en esa coyuntura: ahí sí podría haber una cosa que sea más autocrítica respecto de qué pasó con unas vanguardias, que sí había, pero que actuaron en una dirección que quizá no era tanto la de acompañar y potenciar el movimiento de masas sino la de imponerle externamente otra lógica, que es la lógica que venía de los años anteriores, de resolver militarmente los conflictos obreros (obviamente muchos compañeros con los que he hablado del tema te dicen que era un clima de época, que incluso el activismo pedía que las vanguardias actuaran para ayudar a destrabar ciertos conflictos, por ejemplo cuando se empantanaban las negociaciones y se destrababan por fin cuando una orga secuestraba un gerente de empresa).

 

DS: Entonces, retomando: ¿qué relación podemos encontrar entre 2001 con una idea de proyecto histórico? Si nos mantuviéramos en la idea de revolución que tiene el Partido Obrero o varias organizaciones trotskistas, que es una imagen más convencional, sólo quedaría concluir: “bueno se intentó hacer una revolución y se falló en el camino”. Pero si estamos hablando de una militancia con menos certezas…

 

MP: Sí, sí, para mí la idea de revolución no es asociable a 2001 de manera directa sino a través de la idea de la revuelta, de rebelión. Lo que pasa que al interior de los distintos agrupamientos que había en 2001, había algunos que seguíamos sosteniendo el horizonte de la revolución pero no pensamos a diciembre de 2001 como momento pre-revolucionario, en el sentido clásico que en el marxismo se emplea el término. Sí veíamos que se estaba atravesando, en el país y en la región, un ciclo de revueltas populares que se podían inscribir en una perspectiva de revolución, que también era una revolución a revisar, porque no era la revolución entendida como se la había entendido en los 70 e incluso te diría en todo el período que va de la revolución bolchevique en Rusia, en 1917, a la sandinista en Nicaragua en 1979.

 

DS: De alguna manera eso es efecto de la presencia del zapatismo, que en 1994 había dicho: “nosotros queremos cambiar todo, en ese sentido somos revolucionarios, pero no tenemos la teoría de la toma del poder”, y en ese sentido no estamos en la imagen de revolución tal como venía. ¿Se puede decir que hay una comunicación entre el zapatismo y ese ciclo de luchas que llega entonces hasta Argentina?

 

MP: Yo creo que 2001, y cuando digo 2001 digo toda esa experiencia que va desde los años 90 hasta los primeros años del nuevo milenio (porque si pensamos Bolivia es más cerca de este siglo que de los 90) no se puede pensar sin el zapatismo. El zapatismo es a nuestra generación lo que fue la revolución bolchevique para las militancias de izquierda del siglo XX, me animaría a decir.

 

DS: Hoy escuchas hablar a dirigentes sociales, por ejemplo a Juan Grabois, y él dice que la revuelta es peligrosa, que la revuelta es un lugar donde mueren los compañeros y donde los sectores de poder preestablecen su dominación; y que la rebelión juega en contra de los sectores populares. En aquel momento se pensaba un poco distinto creo, pensamos que las revueltas iban produciendo una acumulación a favor nuestro ¿Qué pensás que cambió, y por qué?

 

MP: Creo que el compañero Grabois tiene razón en una cuestión, pero sólo en un aspecto de la cuestión. Y es en que es cierto que en la rebelión los muertos, en general, los ponemos nosotros, no los opinólogos de redes sociales virtuales. Pero hay un problema en ese razonamiento: y es suponer que, si evitas la rebelión, las compañeras y compañeros de las barriadas no corren riesgo de vida. Eso es desconocer las violencias que nos atraviesan: los femicidios, las redes de trata, los casos de gatillo fácil, la violencia horizontal entre integrantes mismos de los sectores populares.

Por otro lado, pienso que lo que cambió fue sobre todo la legitimidad del sistema de representación, completamente en crisis en 2001. Cambió fundamentalmente porque la recomposición sistémica no fue meramente coyuntural. Mirá el kirchnerismo: tuvo tres mandatos consecutivos de gobierno de manera ininterrumpida, algo que sucedía por primera vez en la historia argentina (algo que ni el peronismo con Perón vivo había logrado antes). Y también cambió el modo en que las militancias se conciben a sí mismas, conceptualmente y en su intervención. Por eso hay algo ahí que me interesa pensar que es la cuestión de las vanguardias, que sigue siendo un tema que creo vale la pena poner sobre la mesa. Es decir, pensar la incapacidad que las militancias más ligadas la 2001 tuvimos a la hora de proyectar todo ese ciclo en condiciones desfavorables para una línea política de ese tipo. Digo: en los 90 las condiciones materiales de existencia eran totalmente desfavorables para los sectores populares y había una militancia muy joven y con poca experiencia y todo lo que ya dijimos, pero quienes planteamos una línea más ligada a la rebelión que a la acumulación institucional, quienes decíamos que no era en los formatos organizativos que las izquierdas y el peronismo venían proponiendo desde hace décadas sino en otros que había que inventar, quienes promovimos la idea de que no era peticionando con buenos modales sino reclamando con acciones directas y contundentes lo que por derecho nos correspondían y había sido arrebatado por las políticas neoliberales, con todas las limitaciones que pudiéramos tener, teníamos capacidad de crecer, porque nuestra prédica enlazaba con una situación material y simbólica en donde esa línea tenía buenas condiciones para el éxito, al menos parcial, de concretar esa política.

 

DS: ¿Y ahora?

 

MP: Y ahora esas condiciones siguen siendo desfavorables, al menos en tanto no se produzca una crisis. En términos inmediatos es una línea que no parece tener posibilidades de éxito, pero en términos estratégicos no me apresuraría en condenarla; diría que tiene tan pocas posibilidades de éxito como cualquier otra, como quienes piensan que se puede –en el actual contexto internacional y con la “pesada herencia” de esta restauración conservadora en curso– reeditar gobiernos progresistas, de tipo reparadores y redistributivos.

 

DS: Regresando al ciclo de las luchas autónomas, cuando en el 2003 llega Kirchner al gobierno comienza toda una narración que dice que la crisis es el infierno y de lo que hay que alejarse como sea, que sería el discurso de la recomposición ¿Qué hacía que en el 2001 la crisis fuera un factor aprovechable y no un factor de disciplinamiento, de orden?

 

MP: Que la palabra del arriba (para usar un lenguaje zapatista) no tenía autoridad, se le había corroído la autoridad y que las militancias que surgían desde abajo, su voz, cada vez tenía más autoridad entre los sectores populares.

 

DS: ¿Vos dirías que cuando la autoridad del mando se corroe, entonces se abre una oportunidad, o dirías también que hay un momento muy importante de corrosión de ese poder de mando que habría que estudiar mejor?

 

MP: Fueron las dos cosas, en simultáneo. Uno puede pensar –con razón– que la autoridad perdida de ciertos sectores más tradicionales de la política argentina se debió, en gran medida, a las políticas implementadas por el menemismo y que eso comprometió al conjunto de la clase política y de la dirigencia sindical. Pero también uno podría agregar que, al mismo tiempo, hubo militancias que resistieron esas políticas desde un planteo que planteaba la necesidad de seguir corroyendo aún más esa autoridad que se desmoronaba a pasos acelerados. Entonces: durante el ciclo que caracterizamos como de las luchas autónomas, las voces que plantearon que había que corroer la autoridad estatal y generarle crisis al gobierno lograban mucho predicamento a nivel popular. En el momento actual (durante la última década, digamos), en cambio, esos planteos son totalmente minoritarios entre las militancias, más volcadas a priorizar una construcción política de tipo institucional. Y obviamente, entre los sectores populares, la confianza en las instituciones, en la “clase política” (como se decía en 2001) es mucho mayor.

 

DS: Ahora, si vos tuvieses que decir algo sobre los sujetos que convergen en la crisis del 2001, ¿cómo los nombrarías?

 

MP: Creo que fue el movimiento piquetero quien ofició como vanguardia, ya no en los términos clásicos de tipo partido sino como sector social que con sus luchas ayudó a dinamizar la de otros sectores. El movimiento piquetero fue un vector del movimiento popular que logró hacer confluir a su interior a los sectores sociales más golpeados por la crisis económica (los trabajadores que fueron perdiendo sus empleos pero sobre todo las mujeres que siempre realizaron el trabajo en sus hogares y que entonces trasladaron todas sus capacidades para sobrellevar la crisis a espacios colectivos) con militancias jóvenes que, sin ser parte de esos sectores, tampoco eran “clase media”, sino más bien hijas e hijos de familias trabajadoras o sectores medios empobrecidos (principalmente en ciudad de Buenos Aires y conurbano bonaerense). Otros vectores que en 2001 se expresaron con fuerza fueron los trabajadores precarios de la capital, como los motoqueros, o las jóvenes militancias del movimiento de derechos humanos, como HIJOS (también cabe destacar el rol de Hebe de Bonafini, como un faro ideológico en una perspectiva de revuelta).

Paradójico resulta el papel que jugaron las expresiones sindicales, no digo las burocracias sindicales de la CGT devenidas camarillas empresariales, sino esos sectores que venían desde los años 90 protagonizando algunas luchas, como los trabajadores docentes y estatales, que junto con camioneros (que sin romper con la CGT articularon peleas con la CTA y la CC desde el MTA), estuvieron ausente en la insurrección de diciembre y la coyuntura posterior, en el caso del MTA, y presentes en luchas reivindicativas pero muy desprestigiados políticamente ante las jóvenes militancias protagonista de las luchas de aquellos días, en el caso de la CTA.

También comienza a producirse el fenómeno de fábricas recuperadas, que ya tenía su antecedente en la empresa IMPA, y por esos días cobra relevancia a partir de la ocupación de la ceramista Zanón en Neuquén y la textil Brukman en Buenos Aires.

 

DS: Creo que entre sujetos del 2001 no nombraste a las asambleas de la ciudad.

 

MP: Me parece que fue un fenómeno muy efímero, que se plantearon como novedoso algo que venía del movimiento piquetero. La gente reunida en asamblea en un barrio es algo que venía ocurriendo en diversos territorios; lo novedoso es que lo tomen esos sectores, pero al no tomarlo desde una realidad puntual, territorial y con eje reivindicativo de acumulación (como en el caso de los piqueteros), terminó siendo una cosa que no era ni una coordinación de fuerzas sociales, ni un aporte novedoso en una experiencia política. Igual, podríamos pensarlo…

 

DS: También hay que pensar parte de la izquierda en esas asambleas.

 

MP: Sí, me cuesta pensarlo porque no he leído mucho sobre el tema y en ese entonces estaba muy lejos (geográfica y afectivamente) de esas experiencias, aunque políticamente le dimos importancia. Recuerdo haber ido a varias, y de hecho alguna gente se vinculó al MTD de Almirante Brown en donde militaba. Íbamos a Villa Urquiza, a todos lados. Darío también, y no nos perdimos ni una de esas marchas de los viernes de verano de 2002… Pero qué se yo, íbamos a tirar vallas, a ser parte del furor del verano del “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Pero como dijo Duhalde, el malo, “llega el frío y se terminan las asambleas”. Y algo de eso hubo. El último acto de masas de las asambleas fue participar en las marchas del 27 de junio y el 3 de julio en repudio por el asesinato de nuestros compañeros Darío y Maxi. Ahí se reactivaron, pero pronto se las comió el reflujo.

De todos modos, yo diría que, fundamentalmente, lo más notable del período fue el movimiento de derechos humanos, con HIJOS y los escraches a la cabeza, y el movimiento piquetero, en sus distintas variantes…

 

DS: ¿Incluidos el sur y el norte del país también?

 

MP: Sí, claro, sobre todo la experiencia de la UTD de Mosconi en Salta, pero también diría, incluso, que sus corrientes más burocráticas e institucionales, como las encabezadas por Luis D’ Elía y Juan Carlos Alderete en La Matanza, con la FTV y la CCC, sumaron lo suyo, aportaron –con los acampes, piquetes y movilizaciones– para ir generando ese clima que en las ciencias sociales después comenzaron a caracterizar como “destituyente”. Incluso esos sectores contribuyeron a la revuelta, tal vez sin quererlo, ya que luego no estaban dispuestos a ir a fondo en esa línea, o querían que eso sea sólo un momento hacia otra cosa, que es lo que se les dio luego con el kirchnerismo. Por eso yo cuestiono mucho la idea de cooptación; más allá de algún sector puntual, no creo que el kirchnerismo haya cooptado, sino que ahí se produjo una convergencia de lógicas que son más que entendibles si uno presta atención a la historicidad propia de la Argentina.

 

DS: Sí, había muchas fuerzas sociales deseando que ocurra esto, no es que fueron cooptadas.

 

MP: Exactamente. De hecho, a mediados de 2018 Carlos Sozzani y José Cornejo sacaron un libro (Resistir y vencer. De los años 80 al kirchnerismo), que fue publicado por Indómita luz, una editorial de la CTEP, en la que rescatan la experiencia de un grupo de militantes peronistas, de la zona sur del conurbano y de la ciudad de Buenos Aires (específicamente, de La Boca, Avellaneda y Quilmes), que pasan de formar parte de agrupaciones como Descamisados a fines de los 80 a rescatar el zapatismo y promocionar los primeros MTD en los 90, pero que hacia fines de la década, cuando nosotros confluimos en la Coordinadora Aníbal Verón, coordinamos luchas con el Teresa Rodríguez y articulamos perspectivas con el MOCASE y otros grupos autónomos (¡te acordás las horas que llevó esa discusión para diferenciar coordinación y articulación!), bueno, esta gente, en todo ese proceso, se integra al Polo social con el cura Luis Farinello, y en el período que va de fines de 2002 a mediados de 2004 (es decir: entre el reflujo de la lucha social de masas y el ascenso político del kirchnerismo) conforman el espacio Patria o Muerte, junto con Quebracho, Emilio Pérsico, el MP Malón y varios sectores del entonces desperdigado mundillo del nacionalismo popular (que entonces se entendía como revolucionario y no democrático). Las diferencias estaban muy marcadas desde entonces. No veo cooptación en toda esa gente. Por algo nosotros fuimos la Aníbal Verón, nos tapábamos la cara, armábamos barricadas y cortábamos rutas mientras, por ejemplo, el FRENAPO juntaba firmas para una consulta popular. Eran estrategias distintas. Ni mejor ni peor, hay que sacar el moralismo del medio de todo esto.

 

Algo (se perdió) en el camino. Un ensayo sobre Kurt Cobain // Mariano Pacheco

Pasaron 25 años desde la muerte de Kurt Cobain, el líder de de la banda punk norteamericana Nirvana, el “suicidado por la sociedad”.

Hay algo de la escena punk-rocker que va asociado con la juventud, y otro tanto, con el suicidio. De Sid Vicious de Sex Pistols a Ricky Espinosa de Flema, pasando –obviamente– por Kurt Cobain de Nirvana, la hipótesis puede argumentarse con datos empíricos. Pero en este texto no quisiéramos perdernos en los laberintos de ninguna sociología (psicologizada) de la cultura, sino más bien adentrarnos en una crítica política de la cultura burguesa, tan cuestionada por la invasión del 77, que tanto tuvo que decir una década más tarde, con esa nueva invasión ruidosa que se presentó en ese entre-mundos (el del fin de la bipolaridad y los Estados de Bienestar y el unicato del Nuevo Orden Mundial).

¿Qué pasa con los cuerpos cuando transcurre el tiempo? ¿Cuanto logran –o no– resistir los cuerpos a los imperativos categóricos de una sociedad que impone la seriedad para la adultez y hace de la madurez un linkeo directo con el ideal de éxito, como si se tratara de una especie de fatalidad natural? La edad de la razón –para decirlo sartreanamente– sería aquella en la que todas las rebeldías se dejan a un lado, las relaciones se estabilizan (se monogamizan), las pasiones se adormecen y los encuentros se encaminan más a reproducir que a producir.

En sus famosas “Tesis sobre el cuento”, el crítico argentino Ricardo Piglia sostiene –muy hegelianamente– que es el final lo que otorga sentido a una historia (narrativa). ¿Debe ser así, necesariamente, en el devenir de una existencia humana?

La cuestión del suicidio en Kurt Cobain –como en Ricky Espinosa– es recurrente, es cierto, y es un tema espinoso, desde su tratamiento por el filósofo Baruch Spinoza hasta las declaraciones de la Organización MUndial de la Salud, que en 2014 lo declaró epidemia mundial (una persona se suicida cada 40 segundos en el mundo, en la mayoría jóvenes). ¿Pero eso implica, necesariamente, que debamos tamizar toda la vida de Kurt Cobain desde ese episodio final? Está bien: la muerte, el suicidio, recorrían la vida del líder de NIrvana como un espectro que no dejaba de acecharlo (“el suicidio de su tío, los primos y otros amigos, fueron las imágenes con las que Cobain tuvo que lidiar desde muy temprano”, escribe Esteban Rodríguez Alzueta en su “Kurt Cobain suicidado por la sociedad”). Pero no es tanto en ese episodio final en donde quisiera concentrar la atención de este escrito, sino en lo que está en el medio, en su vida plena de creación artística.

El desamparo existencial

La primera vez que Kurt Cobain escuchó una canción suya en la radio no lo pudo creer. Era como si se cumpliera un sueño. “Ahora voy a poder pagar el alquiler”, pensó.

La música había sido su forma de crearse un mundo ante el desamparo social, económico y familiar que lo rodeaba, a él, y a la generación de jóvenes de Aberdeen.

“Tenía diecisiete años y estaba en tercero del bachillerato, aunque se saltaba la mayoría de las clases. Nunca había trabajado, no tenía dinero y todas sus pertenencias cabían en cuatro bolsas de basura. Tenía claro que se iba, pero no sabía adónde”, puede leerse en Heavier than heaven. Kurt Cobain: la biografía, el libro de Charles R. Cross (las resonancias Cobain/Espinosa son permanentes, y en este caso basta recordar la canción “Mucho mejor que en casa”, de Flema, en donde Ricky canta: “no importa donde estás, no importa donde vas si es lejos de tu casa…”).

Para entonces la vida familiar de Cobain se había convertido en una prisión, y llevaba ya una década. Según los relatos (propios, y de cercanos), no puede decirse que la vida de Kurt fuera infeliz desde su nacimiento. Más allá del autoritarismo de su padre (“el miedo permanente de que no esté todo perfecto”) las escenas infantiles recuperadas por Kurt con el paso del tiempo son las de su madre leyéndole y ayudándole con sus dibujos; las de su tía introduciéndolo en el mundo de la música (a los ocho años le regaló una guitarra con un parlante, y discos de Los Beatles), como puede verse en el film Montage of heck, de Brett Morgen. Pero luego, el divorcio de los padres, una madre extremadamente joven que empieza a beber, un padre que –según sus propias palabras– “se rindió” (respecto a él). “Pienso que mi generación fue la última generación inocente”, se escucha decir a Kurt en la entrevista radial que sostiene con Michael Azerrad, y que sirve de base para el film About a son.

El divorcio de sus padres a mediados de la década del 80 del siglo XX expresa algo más que un fracaso familiar de los Cobain. Es la expresión del fracaso de un modo de vida conservador, que en su reverso, se planteaba el ideal del progreso. “Mi historia es exactamente igual al 90 % de la gente de mi edad”, comenta Kurt.

Los dilemas en el joven Kurt siempre encontraban una vía de escape… y luego, la madriguera taponada nuevamente. Yirar por la ciudad, dormir en el banco de un hospital o en el sofá n algún garage. Volver a lo del padre, tocar la guitarra y encontrar un modo de tolerar la vida a través de la música. Pero las presiones no se hacen esperar: hay que estudiar o trabajar, y sino… hay tabla (la tercera opción siempre es la peor, en este caso, alistarse en el Ejército). La fuga religiosa y la posibilidad de un nuevo hogar. Un techo, amistades y una familia que lo pueda cobijar (los Reed). Pero enseguida llega el mandato productivista. Kurt ingresa como lavacopas a un restaurant, pero pronto se corta un dedo y deja el empleo. Las drogas y el alcohol, y un nuevo episodio desafortunado que lo lleva a las calles nuevamente.

A los diesiocho años, por tercera vez en dos años, otra vez sin hogar. Otra vez la opción de estudiar o trabajar (o servir a la patria imperialista, que contempla, y luego descarta). De nuevo a yirar, a dormir en el asiento trasero de un auto, o en cualquier lugar. El descontrol y el desacato a la autoridad. La falta de dinero, incluso la cárcel.

En ese contexto el punk no es mero pasatiempo, como cada quien se puede imaginar. Componer o dibujar, ensayar con la guitarra o leer una revista o fanzine son una forma de activar, de trazar nuevos rumbos.

Something in the way

“Algo se perdió por el camino”, anota Blake, el personaje que el actor MIchael Pitt interpreta en Last Days, el film de Gus Van Sant  inspirado en Kurt Cobain.

Podemos verlo allí, encorvado, sentado en una silla, sus pelos rubios sobre el rostro, pullover de franjas rojas y negras, como escribe en el cuaderno aquella frase que nos remite a “Something in the way”, la canción incluida en Nevermind (1991) que hace referencia a los tiempos en que Cobain yiraba por ahí, y terminaba durmiendo debajo de un puente. Pero entonces, con todas las adversidades y el desamparo encima, Kurt se encontraba en el camino, dejando cosas atrás, pero con un mundo por delante que conquistar (conquista en el sentido de imprimir formas).

A los veinte años Cobain por fin se va de su ciudad natal. Olympia, a unos 100 km de Aberdeen, ya es capital de Estado, ciudad universitaria donde feministas se cruzan con rebeldes con vocación de cambiar las cosas, y diversos artistas encuentran un ecosistema favorable para convidar sus creaciones. La moneda, esta vez, no cayó del lado de la soledad.

“En Olympia su vida interior artística se desarrollaría más que nunca”, redacta su biógrafo. Escribir diarios o componer canciones, dibujar o pasarse horas frente a la pantalla de TV en búsqueda de quién sabe qué, lo mismo da.

La relación con Tracy, su primer amor (con quien estuvo tres años), lo lleva a emprender la construcción de una heterodoxa (para el modelo patriarcal familiar) nueva dinámica familiar: ella trabaja, él cocina y se encarga de las tareas del hogar. Todo marcha sobre ruedas, pero la madriguera se vuelve a taponar. Kurt vuelve a trabajar. Pero esta vez, el dinero del trabajo asalariado tendrá una utilidad: contribuir a fomentar la experiencia musical.

En busca de la perfección

El dinero que Kurt juntó de su trabajo sirvió para financiar –en enero de 1988– el primer demo de NIrvana, que ya venía tocando en varios lugares desde 1987, pero no siempre con el mismo nombre. La grabación de las diez canciones sirvió en gran medida para reconfirmar la vocación de Kurt y edificar el mito de origen de Nirvana, la banda que lleva el nombre de esa búsqueda budista de la perfección, según lo entendía aquel joven rockero de veinte años.

Lo que sigue después es lo más conocido: Kurt se separa de Tracy y al tiempo conoce a Countrey, una joven como él, rockera, atravesada por desamparos afectivos, acostumbrada a andar de casa en casa (e incluso en reformatorios), con quien ráìdamente tiene una hija (Frances).

El proceso de ascenso de la banda es explosivo: Nirvana graba Bleach en 1989, Nervermaind en 1991 e In utero en 1993. Rápidamente comienzan las giras, atravesadas por los períodos de adicción de Kurt a la heroína; sus permanentes dolores de estómago; el aislamiento de la fama; el malestar de ciertas dinámicas sociales para quien entiende que el lujo es vulgaridad y cultiva cierta austeridad.

A la fama sobreviene el escándalo, la sobredosis y, finalmente, la muerte, cuando recién tiene 27 años.

Como Ricky Espinosa en Argentina, Kurt Cobain seguramente –por heterodoxo– fue el último punk de habla inglesa.

Sin crestas ni camperas de cuero, ni borceguíes, ni pelos parados, cultivando una escucha del género para más allá de él (incluyendo pop y heavy metal en su repertorio) Cobain rompió los códigos de la propia estética y estilo punk. Sus ropas viejas siempre envolviendo ese cuerpo flaco, sus ojos de mirada triste y su voz dulce acompañan la fortaleza de unas canciones que vienen a expresar un último grito de rebeldía en el momento en donde las desobediencias comienzas a ser aplastadas en todo el mundo.

El líder de NIrvana dijo alguna vez que con el punk (más realista que el simple rock) se había dado cuenta de quién era. “El punk puso mis valores en perspectivas”, expresó el Kurt Cobain que hoy, 25 años después de su muerte, sigue contribuyendo a poner en perspectiva los valores de quienes no nos resignamos a obedecer el orden que se nos impone, y seguimos apostando a que las desobediencias devengan rebelión y, por qué no, también insurrección.

A propósito de algunos dichos de Juan Grabois sobre el 2001 // Mariano Pacheco

Herencia e invención: un diálogo más allá de la generación

 

Por Mariano Pacheco, La luna con gatillo

( www.lalunacongatillo.com)

 

En una entrevista que le realizó el periodista Claudio Mardones para el diario Tiempo Argentino, el dirigente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), Juan Grabois, decía el otro día que era hora de que la generación de 2001 tomara más protagonismo.

Lo decía a propósito de la calamitosa situación que vive la Argentina, los armados electorales y las elecciones nacionales del año que viene. Fue llamativo, porque cuando leo 2001 pienso totalmente en otra cosa: veo el símbolo de las jornadas insurreccionales del 19 y 20 de diciembre que tantos, tantas, protagonizamos en las calles, con profunda irreverencia, pizcas de audacia política, y radicalidad en los métodos de lucha.

Me veo en una foto, con 21 años, hablando en un acto del Día de los Trabajadores en una Plaza de Mayo colmada, aquel 1° de Mayo de 2002, y pienso si entonces quienes la militamos en espacios emergentes como la Coordinadora Anibal Verón no tuvimos un protagonismo profundo en esos meses, precisamente, porque supimos hacernos un lugar, entre la orfandad política y los mandatos superyoicos del setentismo.

Hay veces en las que miro a los setentistas y me digo: les falta 2001, les falta rock.

Son excepcionales los casos en que las militancias de esa generación pudieron procesar lo nuevo (lo nuevo que emergió en la resistencia al neoliberalismo, pero también lo nuevo del mundo capitalista que habitamos ya desde hace tres décadas). Otras veces miro la generación de 2001 y me digo: nos falta feminismo, pero también nos falta setentismo más allá del setentismo (es decir: nos falta la vocación de cambiarlo todo que hubo en los 70, no la resignación ante el estado de la situación del mundo capitalista y la nostalgia de lo que quedó como imaginario de aquellos años en la última década y media).

Vuelvo a leer las palabras de Grabois y me preguntó por qué las dijo.

Ya leí por ahí que el Pelado Tumini salió a contestarle: dice que lo que dijo Grabois tiene que ver  en parte con la interna entre él (dirigente de Libres del Sur), y Vicky Donda (que rompió con su organización junto a Daniel Menéndez, principal referente del movimiento Barrios de Pie). También las palabras de Tumini pueden interpretarse a modo de bumeran. No lo dice pero lo da a entender: detrás de ese reportaje también está el contraste entre Grabois y Pérsico, el setentista que en la última década y media supo poner en pie al Movimiento Evita, y desde allí, ser uno de los artífices del armado de la CTEP. Como sea, la parte de las internas (que las hubo, las hay y las habrá), no me parece lo más importante de la discusión (amén de que se centra en una guerra de egos más parecida a las que entablan las vedettes y galanes por TV que a las contradicciones sustanciales que existen en el seno del movimiento popular).  Es cierto que en la ruptura de Libres del Sur el hecho de que un dirigente joven y una referente mujer queden del otro lado no favorece demasiado a Tumini, pero también es cierto lo que él dice: el hecho de que ser joven o mujer no garantiza nada por sí mismo. Así y todo no deja de ser sintomático que en la ruptura queden, de un lado el par joven/mujer y del otro, el par Tumini/Cevallos, dos hombres hechos y derechos. Como sea, la discusión generacional tampoco debería reducirse –entiendo– a una cuestión biológica, de edades.

Se sabe: lo que une a una generación es el hecho de asumir de conjunto una situación histórica, de pensarse a partir de una serie de temas comunes alrededor de los cuales articular una praxis. En el caso de la generación de 2001 de lo que se trató fue de inventar una mirada. Y si bien es cierto que cada generación intenta hacerlo, la de 2001 fue la primera  que pensó y actuó después de la debacle histórica, de la caída de las grandes experiencias y los grandes relatos que estructuraron las andanzas de los pueblos en todo el mundo por más de un siglo; la primera que se vio fatalmente marcada por una doble ausencia: la de una generación diezmada por el terrorismo de Estado, primero, y luego silenciada –como proyecto– por los “consensos” de la democracia de la derrota. Es decir, una generación que no pudo cometer su parricidio porque la brutalidad del Estado y la complicidad de ciertos sectores sociales le ganaron de mano, no en un duelo simbólico sino en otro muy real.

Sobre todo esto el historiador y ensayista Omar Acha supo publicar un libro, hace una década ya, y aquí no hago más que reponer algunos de sus puntos de vista, y hacerlos propios, con la vocación de entender que la tarea por delante es colectiva, y que requiere de un coro de voces y una danza de cuerpos que puedan entrelazar los puntos de vista singulares con el obrar de conjunto de una intelectualidad crítica (es decir, revolucionaria).

En fin: quisiera subrayar el hecho de que la del 2001 fue una generación que intentó pensar y actuar, entre finales del siglo XX e inicios del XXI, sustrayéndose de la lógica binaria del obrerismo marxista y el caudillismo peronista. Pero esa misma generación, que actuó en cierto vacío sin temerle tanto a la incertidumbre, luego se mostró incapaz de dar respuestas propositivas a la reinstalación (otra vez) de las viejas verdades. Denunció cooptación en vez de intervenir creativamente; se refugió en la impotencia de la queja en lugar de asumir las limitaciones históricas en función de proyectar lo más potente de su corta pero intensa experiencia;  se quedó lamentándose por lo que no fue en lugar de aceptar el desafío de repensarse en nuevos contextos; ensayó –en el mejor de los casos– una serie de iniciativas en el plano micropolítico que hubieran sido realmente potentes si las hubiese articulado con intervenciones en el plano macropolítico, en lugar de refugirse en la autoindulgencia. Es decir: fue una generación que supo resistirse a la tentación de trocar los ideales de cambio por una narrativa (que fue a su vez una normativa) que pretendió linkear los años setenta con el mito del “país normal”, pero se quedó a mitad de camino, condenada a la queja –como decíamos– impotente frente a otros discursos que ya no eran los embates del enemigo sino el de otras corrientes del movimiento popular.

En los últimos tres años y con la incapacidad evidente que mostraron esos “jóvenes-viejos” que emergieron durante la “década ganada” (el recambio etáreo de la generación de los 70 que se incorporó a la vida política argentina entre 2008 y 2011)  para enfrentar una embestida conservadora como la emprendida por la gestión Cambiemos,  ya sin manejar importantes resortes del Estado, con menos recursos económicos, con una jefatura en silencio o en retirada, surgió la tentación, en muchos sectores, de pensar que había una suerte de revancha histórica, como si entre 2002 y 2015 no hubiese pasado nada. Toda idealización del pasado y toda incapacidad de asumir que la historia nunca se repite, esconde una actitud profundamente reaccionaria, conservadora, por más que vista ropajes de izquierda o progresismo.

Vuelvo a releer las palabras de Grabois y me preguntó, una vez más, por qué las dijo.

Me asombro de la equiparación entre 2001 y juventud en este tiempo. Darío (Santillán), tenía 21 años cuando lo asesinaron, en junio de 2002. Y no era de los más jóvenes, pero tampoco de los más grandes que encabezaban esas experiencias. Han pasado casi 20 años. Juventud divino tesoro, pero a las cosas por su nombre. Ya no somos tan jóvenes, por más que nos comparemos con la vieja dirigencia partidaria y sindical de posdictadura.

Me pregunto entonces si no es momento de entrelazar saberes generacionales.

Miro con una mezcla de asombro y admiración a las pibas y pibes que vienen tomando colegios secundarios, siendo protagonistas de esta ola verde que colocó al movimiento de mujeres en el centro de la escena contemporánea, a la vez que observo con cierta preocupación ese déficit de historicidad que Rodolfo Walsh supo señalar que faltaba en la formación de los cuadros de la organización Montoneros, que sabían más del proceso que vivieron los bolcheviques en Rusia que los patriotas independentistas en el país. Me preguntó qué diría hoy, ante ese prejuicio anti-intelectualista que prima en muchos sectores, combinado con otra cierta apología del pragmatismo, que genera una dinámica de instantaneismo en el que ya no sólo quedan de lado las experiencias de las luchas y las reflexiones que se produjeron en la Argentina sino también las que el comunismo (y el anarquismo) supo dar en todo el mundo por más de un siglo.

Herencia e invención.

“¡Cuanto leninismo le falta al feminismo!”, se escucha por aquí. “¡Cuanto dosmiluno le falta al setentismo!”, se dice por allá. “¡Cuanto feminismo nos falta a los dosmiluneros y setentistas!”, se podría agregar. Pero tal vez lo que nos falta es dejar de poner el foco en la falta, de pensar sólo desde el propio lugar de enunciación (¡cuanto neoliberalismo que llevamos dentro!). Quizá de lo que se trate sea de valorar este hecho inédito de que distintas generaciones se crucen en un proceso que el enemigo no ha logrado aniquilar, en donde hay lógicas, tradiciones y perspectivas diversas, en muchos casos contradictorias, en tantos aspectos complementarios. ¿Centrismo? Nada de eso. Valorar esa diversidad no implica no delimitar la propia posición. Y conversar, debatir, polemizar. Si bien es cierto que cada generación reactualiza las lecturas a partir de sus propias urgencias y preocupaciones, eso no implica (o no debería implicar) que deba dejarse de lado el hecho de asumir el desafío de entender que, así como la tradición asfixia, la falta de legados limita.

Nada ni nadie debería privarnos de la posibilidad de enlazar la invención con ciertas herencias, de poner en serie la creatividad con las lecturas (y las conversaciones) que permitan recuperar ciertos saberes.

Tal vez, más que pensar en que la generación de 2001 ocupe cierto lugar determinado, habría que pensar en que un nuevo proyecto popular ponga en discusión los saberes acumulados por el setentismo, el 2001 y las nuevas generaciones que, con las mujeres a la cabeza, se vienen abriendo paso a los codazos para también poner su voz en las discusiones contemporáneas.

*Redactor del portal y conductor del programa radial La luna con gatillo. Columnista de Resumen Latinoamericano.

Santiago Maldonado: El Otro absoluto por el poder // Mariano Pacheco

El nombre de Santiago Maldonado ha aparecido mucho entre nosotros durante éste último año. Lo hemos invocado en reuniones, en las calles, en el estudio radial de la trinchera radiofónica, en distintos escritos publicados en papel y otros que han circulado en la red.

Es que como Darío Santillán en junio de 2002, tendiendo una mano a Maximiliano Kosteki herido de muerte; como Mariano Ferreyra en octubre de 2010, tendiendo una mano solidaria a los trabajadores precarizados del ferrocarril Roca, también Santiago Maldonado se caracterizó por ejecutar ese gesto que trasciende la solidaridad y se transforma en una actualización de lo más humano que tenemos como seres humanos: la capacidad de sentir en lo más hondo cualquier injusticia, cometida contra cualquiera en cualquier lugar del mundo, como supo remarcar el Comandante Nuestroamericano Ernesto Che Guevara hace poco más de medio siglo atrás.

Así como Darío Santillán es el nombre singular más claro de la experiencia colectiva que podríamos denominar bajo el nombre genérico de 2001 y Mariano Ferreyra de quienes crecieron al calor de ideas y prácticas de izquierda en pleno auge de las expresiones nacional-populares, el nombre de Santiago se torna fundamental –me imagino- para la nueva camada de las jóvenes militancias que están enfrentando con rigor esta nueva fase de ofensiva conservadora en la Argentina. Por supuesto, hay otros nombres, a veces menos recordados, como el de Rafael Nahuel, y algunos que aparecen otras veces englobados bajo consignas más genéricas, como #NiUnaMenos. Pero el de Maldonado logra sintetizar en una singularidad un clamor popular que es colectivo y va más allá incluso de la lucha en la que se encontraba inserto.

Santiago puso el cuerpo junto a la comunidad mapuche de Pu Lof, no sólo se solidarizó con ellos: se puso en su lugar. Sintió el lugar del otro transformado en Otro absoluto por el poder que domina las instituciones del país, y se expande horizontalmente con sus ideas y valores por el cuerpo social. Y eso no es un dato menor, sobre todo en tiempos neoliberales, donde prima la mirada autocentrada del individuo, o a lo sumo, el ejercicio de una solidaridad que implica una externalidad con las causas defendidas. Santiago Maldonado, por el contrario, supo ponerse en el lugar del otro de cuerpo entero, para que sentimiento, pensamiento y acción pusieran en jaque aquello que hicieron, aquello que están haciendo de nosotros.

La operación macrista fue absolutamente clara en un doble sentido: por un lado, se buscó reducir la experiencia activa de lucha de las comunidades mapuches a una organización caracterizada como violenta, terrorista, en medio de un contexto signado por la ejecución de la Ley antiterrorista aprobada durante la anterior gestión de gobierno. Por otro lado, se intentó propiciar la teoría del buen salvaje: el resto de los mapuches (es decir, aquellos que no participan activamente de una lucha) son mansos, propensos al diálogo y el acuerdo con las fuerzas estatales argentinas. Allí Estado, Iglesia y empresas hegemónicas de comunicación (la santísima trinidad) coincidieron en pleno. Los nombres propios que simbolizaron dicha operación son Germán Garavano (Ministerio de Justicia), monseñor Juan José Chaparro (obispo de Bariloche) y Joaquín Morales Solá (columnista del diario La Nación).

La reactualización de la teoría de los dos demonios, que intentó ser reactualizada una y otra vez desde diciembre de 2015, se puso en marcha a un ritmo vertiginoso con el caso Maldonado. Como con “los encapuchados” – o “los duros” del movimiento piquetero-, también con la cuestión mapuche el fantasma de la violencia política apareció en primer plano. En este caso, además, las cosas se le presentaron al poder de un modo favorable para agitar ciertos fantasmas: los mapuches están en zonas despobladas, alejadas de los centros urbanos, se mueven a caballo, todo da para colocarlos en el lugar de guerrilleros o bandidos rurales, lo mismo da (“Villa Mascardi: un cerro boscoso donde anida la resistencia mapuche”, es uno de los títulos de un artículo publicado en el diario de los Mitre). Además, se suma el componente racista y chauvinista (son unos pobres negros de mierda que quieren robar suelo argentino) y el hecho de que la Patagonia es “el culo del mundo” (visto desde Buenos Aires). Características que ayudaron a reducir la cuestión Mapu a la RAM, y luego incluso al “cocoliche” expresado en la frase “son los organismos de derechos humanos, la izquierda y el kirchnerismo”.

Como telón de fondo están los 250 casos de conflictos por la tierra contabilizados por Amnistía Internacional, dentro de los cuales hay que destacar el hecho de que, en la última década y media, el pueblo mapuche recuperó 250 mil hectáreas que estaban en manos de grandes terratenientes.

De allí que las 129 sentencias de desalojos suspendidas hasta el momento por la Ley 26.160 (que desde 2006 impide el desalojo de los pueblos originarios de las tierras que habitan) preocupen en demasía a la gestión Cambiemos y la clase que expresa en el gobierno. Y que también que consideren a la cuestión mapuche como la punta de iceberg de un conflicto mucho más agudo, al que consideran una “bomba de tiempo”, y que involucra a distintas comunidades indígenas protegidas por esta ley en Salta, Santiago del Estero, Jujuy, Tucumán, Formosa, Mendoza, Chubut y Río Negro, además de Neuquén. Contra ellas se erigen el grito de espanto de las fuerzas oscuras que golpean a las puertas: terrorismo mediático + terrorismo estatal + terrorismo vecinocrático: otra santísima trinidad.

A fines de la década del ‘50 del siglo XX, David Viñas escribe Los dueños de la tierra, novela que comienza fechada a fines de la década del ‘90 del siglo XIX. Dos personajes discuten sobre la mejor manera de cazar indios. “Como si fueran guanacos o cualquier cosa”, dice uno. Porque “matar era como violar a alguien. Algo bueno”, comenta otro. El relato avanza, y las frases pronunciadas por los personajes resuenan desde el fondo de la historia en esta cruda realidad del siglo XXI: “¿Nosotros venimos aquí a divertirnos o qué?”.

El interrogante es del libro de Viñas, no de la actual “Revolución de la alegría”, que a través de la Gendarmería Nacional reprimió una protesta protagonizada por una comunidad mapuche en la que se encontraba Santiago Maldonado (el joven anarquista, artesano, tatuador), quien apareció meses después flotando sobre un río, tras haber permanecido (¿allí?) desaparecido.

Para muchos, su aparición en el río es la prueba de que seguimos en democracia. Ergo: ya no se cometen delitos de lesa humanidad. Para otros tantos la autopsia no cambia algo sustancial: Maldonado escapaba de una represión (ilegal), desatada por Gendarmería Nacional. El artesano estaba en el sur del país, junto a la comunidad mapuche que resiste el avance represivo del Estado argentino, que ahora toma la Ley Antiterrorista para “inventarse” ese nuevo enemigo público. Ese mismo Estado, que casi un siglo y medio atrás recorrió similares latitudes en una campaña que denominó del desierto, pero resulta que ese desierto lo habitaban los indios, tan condenados entonces como hoy.

“Era famoso en toda esa parte de la Patagonia. Bond. Y cuando esos animales -o lo que fuera- caían, él los golpeaba hasta que agacharan la cabeza, no miraban más y quedaban completamente oscurecidos como su propia piel”, leo en la novela de Viñas, quien agrega: “lo que molestara tenía que ser eliminado”.

Las mismas tierras patagónicas en donde tiempo después, en una nueva represión a las comunidades mapuches, la Prefectura Nacional asesinara a Rafael Nahuel, otro joven de la economía popular (menos reivindicable por nuestras bellas almas progresistas, al parecer, porque no era blanquito y capitalino como Maldonado): las mismas latitudes en donde hace casi un siglo atrás el Estado exterminaba trabajadores criollos, de Argentina y de Chile, y también, inmigrantes. Esos que habían llegado por los planes de Don Faustino, el Sarmiento que había promocionado que pobláramos el “desierto” con gente de bien, europeos, y no negros de mierda –como ahora– venidos de países cercanos, o de tierras tan lejanas que no sabemos ni ubicar en el mapa (¿los negros que venden anillo son nigerianos o senegaleses?). Entonces, a “poblar la patria”, vinieron europeos, sí, pero resulta que esa gente de bien no era tan de bien, al parecer. Eran anarquistas, hombres y mujeres de espíritu libertario, no iguales pero parecidas a los gauchos e indios que en malones y montoneras se habían resistido a la captura operada por el Estado en su búsqueda por transformarlos en ciudadanos de la república burguesa, es decir, en fuerza productiva para el capital.

Dossier Santiago Maldonado, elaboración colectiva de La luna con gatilloResumen LatinoamericanoContrahegemonía web, Lobo suelto y La tinta.

 

Fotos: Colectivo Manifiesto para La tinta.

 

En otro orden de cosas. A propósito de Fogwill, el muchacho punk // Mariano Pacheco

Libros y alpargatas. Reseñas de un escritor cabeza. 

 Hace 77 años, nacía Rodolfo Fogwill, “Quique”, el escritor argentino fallecido el 21 de agosto de 2010, o simplemente Fogwill, el muchacho punk.

Estaba por cumplir sesenta años cuando, en enero de 2001, firmó el Barcelona las palabras preliminares de su libro En otro orden de cosas, publicado en 2002 por editorial Mondadori, y en 2008 y 2011 por Interzona. Fogwill empezó a publicar tardíamente podríamos pensar, si asumimos que los 38 años eran la vejez extrema para aquella generación. A diferencia de otros “compañeros de ruta” él había estudiado sociología, era un publicista exitoso y un personaje al que no le importaba colocarse en el lugar de la corrección política progresista (en 1979, de hecho, ganó en plena dictadura el Premio Coca-Cola con Mis muertos punk).

De allí que sus libros, como Los pichiciegos (escrito de manera veloz, al ritmo del corazón agitado por la cocaína, mientras se desenvolvían los acontecimientos bélicos), hayan desconcertado a tantos. Algo similar puede pensarse de En otro orden de cosas. Libro que tenemos entre mano para leer, pero también para subrayar, hacer anotaciones a los costados, releer. Es que eso pasa con Fogwill, uno lo lee como quien lee cualquier otro cuento o novela y se topa con una serie de frases que lo dejan pensando, meditando casi sin querer.

Sea una novela, un relato o un mero equívoco literario, la crónica que sigue, sigue durante doce años una penosa biografía, construida con la mezcla arbitraria de la biografía del autor, de otras que conoció y la del propio personaje, escribe Fogwill, el muchacho punk, para abrir En otro orden de cosas.

¿Cuándo empieza un período político? ¿Cuándo termina? O más bien: ¿cómo hacer para fechar un proceso? Siempre hay controversias en torno a ello, y cuando de historia se trata, siempre se puede ir un poco más atrás.

La operación Fogwill en este sentido es fundamental: él fecha en 1971 el inicio de este libro, momento en que el ex presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse, al frente del último tramo de la dictadura autodenominada “Revolución Argentina” lanza el Gran Acuerdo Nacional, y lo cierre en 1982, cuando la dictadura del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional se propone recuperar por la fuerza las Islas Malvinas, tras un marcado desgaste del régimen. Es el período de auge y caída de los intentos (desde el peronismo y la izquierda) de llevar a cabo una transformación revolucionaria de la sociedad argentina. No casualmente en la tapa del libro se lo puede ver a Perón, sonriente, con un revólver en cada mano. A buen entendedor, pocas palabras…

En otro orden de cosas no es el típico texto clásico, realista, al que podríamos catalogar bajo el rótulo de novela histórica. Los aspectos políticos centrales del período no se abordan de manera directa en el relato sino a través de una construcción narrativa en la que aparecen cifrados a través de breves comentarios, líneas de paso que condensan el dramatismo de un tiempo que parece fuera del tiempo pero que sucedió aquí, con fechas y lugares precisos, con nombres propios específicos.

Sin embargo, el personaje central de la novela permanece anónimo, nombrado simplemente como él.

En un entorno permanentemente cambiante, solo la introducción de nuevos cambios garantiza la estabilidad de lo esencial. Lo esencial se irá confundiendo gradualmente con la producción de cambios, tendiendo a llegar al punto donde cambio y permanencia no puedan distinguirse, puede leerse por ahí, en un capítulo ya avanzado de la novela. ¿Qué cambió y qué permaneció igual en la sociedad argentina en esos años?

Los compañeros habían cambiado. De los de antes, hasta el recuerdo de sus nombres se había disuelto en este unísono… Ahora llegaban hombres nuevos con bigotito, sueño, valijas y camperas azules. Gente joven: una generación entera de recambio, escribe Fogwill, y por si quedan dudas aclaramos que el apartado corresponde al capítulo fechado en 1973.

Al protagonista, se nos aclara, le encargaban misiones: tareas, acciones.

Es todo lo que sabemos. Él, el protagonista, es un joven como cualquiera, que vive en pareja y de un día para el otro ingresa en una organización armada. Allí cumple tareas específicas mientras trascurre -sabemos, aunque Fogwill no escribe nada al respecto- la retirada de la dictadura, la campaña del Luche y vuelve, los fusilamientos de Trelew, el triunfo de Cámpora en las elecciones, su breve gobierno, el ascenso de Lastiri, la convocatoria a nuevas elecciones y el triunfo de la fórmula Perón-Perón, con el General como presidente y su mujer Estela Martínez (Isabelita), como vice.

1974 es el año que marcha al ritmo de la revolución, podríamos creer, leyendo en el libro apartados como el siguiente:

Caminando por la avenida hacia el centro, la línea correcta se manifestaba como el aliento que retenía durante cuatro pasos. La gente era aquél aire. La revolución se disparaba en todas las direcciones de la ciudad y esas parejas tomadas del hombro o de la mano, y los muchachos que parecían esperar el llamado de la revolución apoyados en las paredes y mirando las pieles y las caderas de las adolescentes con una sed de armonía que sólo el movimiento de conjunto puede satisfacer: todo era un retumbar, el ritmo de la revolución…

Pero resulta que Fogwill agrega, apenas unos párrafos después, líneas como éstas:

Llegó el otoño, después pasó el invierno y la primavera dio lugar gradualmente al verano… El otro invierno anunció la crudeza por la manera de oscurecer: repentinamente se acortaron los días y la oscuridad bajaba como si una cortina de aire helado y negro se hubiese desplomado sobre el país.

Son líneas dignas de ser leídas en serie con la de otros momentos emblemáticos de la literatura nacional, como cuando Roberto Arlt describe la zona de angustia en su novela Los siete locos. Pero las décadas no han pasado en vano en el país, y la crueldad de las clases dominantes se hace sentir mucho más con cuarenta años de diferencia. Fue un invierno de perros: se notaban sus consecuencias en las caras. La gente palideció, agrega Fogwill. Y remata: La radio insistía emitiendo pronósticos de más frío… Los autos se demoraban en arrancar… la gente solo trataba de protegerse.

Es el pasaje del año 1974 a 1975. Algunos fueron a trabajar directamente para el enemigo escribe Fogwill. Allí comienza el proceso de mutación de él, el protagonista innombrado.

De la orga a la obra. El personaje pasa de militar en una parte muy específica de una organización revolucionaria a trabajar como obrero en la construcción de una autopista en la ciudad de Buenos Aires. ¿Cuánto hay de cambio en las cosas? ¿Cuánto de permanencia?

Se dice en la novela que la obra comenzó durante el gobierno de Perón, pero que dio un vuelco importante tras la irrupción de los militares en el gobierno, luego del golpe del 24 de marzo de 1976.

El plan se presenta claro: reordenar la urbe, con una ejecución del plan por la fuerza si es necesario (desalojo forzoso de población de villas con fuerzas represivas), todo con la necesaria contribución profesional (encuestadores, médicos, psicólogos).

El golpe de marzo de 1976 no es ni siquiera mencionado en la novela, pero en ese capítulo pueden leerse frases sugerentes, tales como Todo el mundo tiene necesidad de formarse un punto de vista… Y eso los pierde. O: Todo es una cuestión política.

El desarrollo del Proceso de Reorganización Nacional puede leerse entre líneas, año a año, en comentarios y paralelismo que van desde el momento en que se topan, removiendo escombros de la obra, con un cementerio y centenares de cadáveres bajo tierra en un patio colonial hasta la referencia a la invasión de productos extranjeros que vive el país, pasando por otros más directos como cuando se describe brevemente el historial de una amante del personaje y se nos informa que ella, la arquitecta, antes de graduarse estaba con sus compañeras en la revolución (y la mayoría ahora estaba muerta, se explicita, por si quedaban dudas).

Pero el miedo no era una cuestión sólo de quienes corrían riesgos por haber participado de la apuesta revolucionaria. El miedo parece haberse apoderado del cuerpo social, parece querer decirnos Fogwill.

Tenían miedo. Cada tanto mataban a alguno que se salía del carril. Ya no se oía comentar secuestros de revolucionarios, pero en el Estado crecía el malhumor contra los que empezaban a desertar de sus filas. Asustaban a un periodista acólito, baleaban a otro, habían precipitado la quiebra de un banco porque el dueño había cambiado de bando en las disputas entre sectores, puede leerse en la novela en la que no falta alguna referencia a las aventuras del almirante (Masera), el conflicto limítrofe con Chile o el Mundial de Fútbol de 1978. Y en la que también aparecen apartados como éste:

Incapaces de desplazar un batallón de tanques sin producir bajas por accidentes de tránsito y dejar el camino sembrado de chatarra reciclada de la segunda guerra europea, se habían especializado en sus tareas elementales de inteligencia, atentados y secuestros de personas.

Resuenan tal vez en algunes lectores las reflexiones emprendidas por león Rozitchner, cuando planteó que las fuerzas armadas en Malvinas nunca hubiesen podido ganar la guerra, porque estaban formadas en una doctrina que era la del enemigo, destinada a la represión interna y no a la defensa de la soberanía nacional.

De allí el linkeo con lo que escribe Fogwill, quien luego destaca:

Todos eran potencialmente díscolos: si habían sobrevivido, era, como decía el informe español, por su “capacidad natural para adaptarse a entornos en permanente estado de cambio”. Y vaya que nuestro personaje fue capaz de adaptarse.

Tal vez sea esa situación, de hecho, la que haga que el protagonismo no provoque repulsión en el lector. Como si los simples días hubiesen ido pasando y el muchacho haya pasado casi sin darse cuenta de organizar los aprestos necesarios para una operación militar de una organización revolucionaria a preparar en detalle un coloquio empresarial sobre la representación política cuando la dictadura comienza a presentarse en retirada.

El mismo personaje que, casi sin darnos cuenta, mientras transcurren las páginas del libro, vemos pasar de ser un simple peón de la obra a maquinista, y luego, técnico administrativo en las oficinas de la empresa constructora, desde donde va a ir creciendo hasta llegar a convertirse en asesor y promotor de las iniciativas culturales del proyecto empresarial.

En otro orden de cosas, entre otras cosas, es también una reflexión aguda sobre las condiciones de producción intelectual y de algún modo propone una mirada amarga sobre el pasado reciente de la Argentina.

La revolución se disipaba en el pasado como un mal recuerdo. Los revolucionarios inauguraban agencias de automóviles, gomerías, bares. O hacían política, canjeando su historia pasada por las dádivas de los partidos que empezaban a reaparecer, escribe Fogwill hacia el final del libro. Y agrega:

Algunos escribían historias. No eran historias de la revolución. Las publicadas, y las que circulaban semiclandestinamente, eran relatos de la derrota…

Mientras Fogwill escribe estas líneas aún el pasado oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Faltan semanas, meses nomás, para que el miedo incrustado en el cuerpo social estalle por los aires. Es un libro que piensa en posdictadura lo que sucedió en el ciclo político anterior. Pero que de algún modo está poniendo el dedo en la llaga de ese país que se construyó sobre las cenizas del fuego que arrasó con una esperanza. Lo que sigue es otra historia, nuestra historia más reciente. La que Fogwill llegó a vivir en parte. Y de la que también dejó algunos testimonios.

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Darío Santillán: ¿cuadro o estampita? // Mariano Pacheco

El vínculo entre herencia e invención siempre suele ser complicado. ¿Cuándo una herencia pasa a oprimir como una pesadilla el cerebro de los vivos? ¿Cuándo una invención queda desconectada de un legado que puede enriquecerla y problematizarla… o tensionarla?

 

La insistencia inquebrantable de familiares, amistades y militancias en torno a las figuras de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán han habilitado un ejercicio de memoria casi sin precedentes en la historia argentina de posdictadura. La lucha jurídica se entremezcló con la pelea política y la batalla cultural. El cambio de nombre de la Estación Avellaneda, las intervenciones artísticas de todo aquel espacio y las actividades de cada 25 y 26 de junio desde 2002 a hoy (e incluso con menor intensidad los 26 de cada mes) dan cuenta de ese ejercicio. También los escraches a Eduardo Duhalde y Felipe Solá, presidente interino de la Nación y gobernador de la provincia de Buenos Aires cuando se llevó adelante la Masacre de Avellaneda. Proceso de visibilización del caso que, de algún modo, encontró su complemento en una estrategia jurídica determinada, que permitió que los responsables materiales de los crímenes -el Comisario Alfredo Fanchiotti y el Cabo Alejandro Acosta- fueran juzgados, condenados y encarcelados. Incluso la cultura popular de sesgo religioso supo entremezclarse con la cultura militante de izquierda, dando frutos como San Darío del Anden.

 

Bien, hasta aquí la potencia que dio un fenómeno que puede sintetizarse en esa última imagen en la estación: un jovensísimo Darío Santillán tomando el pulso de un también muy joven Maximiliano Kosteki con una mano mientras que con la otra mano intenta frenar el avance policial que terminó con la vida de ambos. Imagen que, junto con la consigna “Multiplicar su ejemplo, continuar su lucha”, supo ser línea de intervención militante en los años inmediatamente posteriores al hecho. Pero una década y media no es poco tiempo, y demasiadas cosas han pasado en la Argentina durante los últimos quince años.

Este 16 aniversario de la represión en Puente Pueyrredón nos encuentra a muchos con la inquietud de hasta qué punto las figuras de Kosteki y Santillán no se han “billikenisado” (como dice el amigo Lea Ross). Es decir, hasta qué punto no hemos transformado a Darío y Maxi en una estampita más del paisaje mental y sentimental de una izquierda que no es capaz de expresar nuevos modos de intervención política radical. La melancolía de izquierda hace que la izquierda se sienta más a gusto en su marginalidad y en su fracaso que en su esperanza, escribe Mark Fisher en Los fantasmas de mi vida. Y agrega: esta izquierda hace una virtud de su incapacidad de actuar.

 

Se sabe: Maxi era un pibe con inclinaciones artísticas y una fuerte sensibilidad social. Situación que en el contexto del “verano caliente” de 2002 lo llevó a vincularse con el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de la localidad de Guernica. No tenía experiencia militante previa y esto no quita la valentía y el arrojo con el que enfrentó la represión del Estado aquel 26 de junio de 2002, pero lo coloca en lugar diferente, en un devenir biográfico distinto al de Darío.

Apoderarse de un recuerdo tal como éste vislumbra en un instante de peligro

Darío Santillán fue parte de la generación de jóvenes que, cursando el colegio secundario en la escuela pública, enfrentó los embates neoliberales que en el sector se expresaron a través de la Ley Federal de Educación (junto con la Ley Superior para el ámbito universitario). Cierta sensibilidad frente a la situación de los pueblos indígenas o las poblaciones afectadas por las inundaciones le llegó por vía del rock (más específicamente por el heavy metal y la figura de Ricardo Iorio) y una solidaridad mamada desde chico a través del oficio y los modos de entender la fe de sus padres.

 

Le siguieron las imágenes de Ernesto Guevara, el Sub Comandante Insurgente Marcos, María Claudia Flacone y las pibas y pibes secuestrados por el terrorismo de Estado en la denominada “Noche de los lápices” de septiembre de 1976. Lo que sigue es la incorporación de Darío a una organización política, la lectura de libros, las reuniones de discusión, el desarrollo de una ética guevarista que se tuvo que medir con la época.

 

¿Qué implicaba no bajar las banderas de la perspectiva de transformación revolucionaria después de la derrota de los años 70 y la caída del muro de Berlín?

 

Darío fue parte de una experiencia que intentó inventar nuevos modos de intervenir en la realidad, pero leyendo lo más agudamente que podía las distintas coyunturas que iba atravesando, lo que sucedía en otros rincones de la patria y del mundo, en una fuerte relación con la historia del país y de otros procesos revolucionarios acontecidos décadas atrás.

Que Darío fuera vocero del movimiento piquetero desde un corte de ruta o se encontrara al frente de una toma de tierras en la zona sur del conurbano no fue obra del azar. Tuvo que ver con una militancia constante, perseverante, realizada en base a una definición política tomada colectivamente a partir de determinadas lecturas. Lecturas, insisto, “lo más aguda posibles”, ya que entonces los medios eran escasos. ¿Cómo se formó Darío Santillán? Viendo películas en VHS; leyendo algunos libros (la mayoría de las veces prestados); discutiendo en rondas entre mate y mate; pateando las calles del conurbano; leyendo algunos pocos periódicos y revistas: Resumen Latinaomericano, el semanario Hoy (del PCR, entonces único periódico de izquierda que podía comprarse en un puesto de diarios), el Le Monde Diplomatique… Muy de vez en cuando algún texto que alguien imprimía de internet y circulaba de mano en mano. Y no mucho más.

 

Darío -como gran parte de la militancia que confluyó en la corriente autónoma del movimiento piquetero- pertenecía a esa clase media baja que durante el menemismo se fue al tacho, cuando no a familias laburantes (sus padres, de hecho, eran enfermeros, oficio que su padre Alberto continúa ejerciendo hasta el día de hoy en el ámbito de la salud pública). El proceso de inserción en determinados territorios para desarrollar el trabajo político implicó un desplazamiento (geográfico-social), pero no tuvo nada que ver con la “proletarización” del tipo “estudiante universitario a la clase obrera”, sino un movimiento que implicaba una definición política (trabajar con determinado sector social en determinadas zonas) y la única emancipación familiar posible (con trabajos hiper-precarizados nadie podía pensar en alquilarse una casa, ni siquiera una pieza en una pensión).

 

¿Por qué fue tan fructífera la militancia en el seno de los Movimientos de Trabajadores Desocupados? Entre otras cosas, porque allí confluyeron propuestas de resolución de necesidades elementales con rechazo a los modos de hacer política (que entonces estaban atravesando una fuerte crisis); estrategia militante con escucha de las voces populares, apertura a lo que pudiera suceder una vez realizado el proceso de reunión de las personas en torno a una propuesta inicial muy general. Esto más la lectura de las distintas coyunturas, insisto.

 

En mi libro De Cutral Có a Puente Pueyrredón cito de manera extensa el folleto Estrella Federal, que a inicios del año 2000 publicamos desde el núcleo militante que integrábamos con Darío, en un grupo tan reducido que nunca llegó a la media docena. Pero que tuvo un mérito, entiendo: el de contribuir a desarrollar un proceso de resistencia popular que pudiera generar las condiciones para avanzar en proyectos de construcción de poder popular que cambiaran la sociedad. Entendimos entonces aquella máxima planteada por Sun Tzu en El arte de la guerra. A saber: que aquellos que no tengan un plan a largo plazo serían capturados por el enemigo.

 

La lectura sobre las tendencias que abrían las puebladas de los años 1996 y 1997 en cuanto a nuevos modos de organización y metodologías de lucha, así como la visualización de los sectores sociales y las reivindicaciones específicas que podían motorizar un proceso de resistencia popular, fue fundamental, tanto como la apertura a los necesarios escenarios de reinvención. Fueron años de una intensa formación política sobre el terreno mismo de las luchas sociales.

 

Poder leer la posibilidad de trasladar los cortes de ruta desde el fenómeno puebladas en determinadas provincias a piquetes protagonizados por organizaciones de base en el conurbano bonaerense fue central, así como la necesidad de pasar de los cortes en rutas cercanos a los territorios donde se organizaban los movimientos a bloqueos de puentes y vías de acceso a la Capital Federal.

Hoy, cuando el marchismo se presenta como horizonte máximo y último de la lucha popular, cabe preguntarnos si más que banderas con el rostro de Darío Santillán (o junto con ellas, más bien) no deberíamos pensar un poco más en rescatar cierto saber estratégico gestado en aquellos años. Uno, fundamental: salirse del lugar de comodidad de lo existente, incluso de los modos de organización y los métodos de lucha popular existentes en un determinado momento histórico.

 

Si algo funcionó durante los años 2000, 2001, 2002 fue la creatividad para probar distintos caminos, que podríamos enumerar en una serie de ejemplos: si la olla popular no funciona, tomar edificios públicos; cuando sabes que la Policía ya te espera en un determinado camino, desplazar los cortes de ruta hacia los puentes; cuando tu lucha no tiene efectividad porque si no sale en ningún medio de comunicación el poder político no responde a tus reclamos, organizar la difusión puntual de cada batalla; cuando el comunicado de prensa conspira contra la efectividad del efecto sorpresa para piquetear, primero realizar el corte, y luego difundirlo; cuando las amenazas de represión sobre los intentos de bloquear accesos comienzan a hacerse sentir con la fuerza de la realidad material y no solo de la amenaza discursiva, organizar la autodefensa necesaria para resistir; siempre desde una política de masas y no desde un foquismo petardista en lo discursivo pero ineficaz en la práctica.

Sólo entendiendo este saber estratégico elaborado desde las luchas concretas y las lecturas de las distintas situaciones puede entenderse la potencia de las experiencias gestadas en aquellos años. Sólo así puede entenderse esa singularidad llamada Darío Santillán: un pibe de 20 años, sin más estudios que los cursados en un colegio secundario en lo más profundo del Conurbano, que podía hablar ante funcionarios del poder político, empleados de las empresas periodísticas, vecinas y vecinos de los barrios más pobres y militantes con estrategias similares o diferentes. Conversar o discutir sobre experiencias revolucionarias del pasado, sobre otras luchas contemporáneas o sobre el camino a recorrer por las propias experiencias gestadas al calor de cada batalla cotidiana.

 

Por supuesto, esta escritura -como todo discurso, como todo pensamiento- no queda exenta del mito. Y tal como recordaba Michel Foucault, toda escritura está situada en un lado específico del campo de batalla que atraviesa la sociedad. Por eso asumimos que toda crítica es una autocrítica y que toda escritura debe asumir su lugar en el combate. Escribe Foucault: debemos ser eruditos de las batallas. Debemos serlo justamente porque la guerra no ha concluido, porque todavía se están preparando las batallas decisivas, porque la misma batalla decisiva debemos ganarla. Eso significa que los enemigos que tenemos ante nosotros continúan amenazándonos, y que podremos alcanzar el término de la guerra, no a través de una reconciliación o una pacificación sino sólo con la condición de resultar efectivamente vencedores.

 

Para vencer necesitamos de miradas estratégicas, no sólo de luchas y procesos de organización. Para vencer necesitamos cuadros. Como Darío, el activista social, el luchador popular que se estaba formando como cuadro revolucionario integral.

 

Tal vez este sea nuestro mito. El de un Darío que nos ayude a formar la nueva oficialidad para encontrar las estrategias necesarias para el cambio social.

 

La luna con gatillo 

La economía popular y el legado de la CGT de los Argentinos // Mariano Pacheco

 

Agraviados en nuestra dignidad, heridos en nuestros derechos, despojados de nuestras conquistas, venimos a alzar en el punto donde otros las dejaron, viejas banderas de la lucha.

CGT-A, “Programa del 1° de mayo de 1968”

 

 

Hace 50 años, a cuatro semanas de haberse conformado la CGT de los Argentinos, se funda el periódico CGT, dirigido por Rodolfo Walsh. Allí sale publicada la proclama redactada por el autor de Operación masacre, el “Programa del 1° de mayo” de la CGT-A, la experiencia político-sindical argentina cuyo lema es “Sólo el pueblo salvará al pueblo”. Un siglo y pico antes, en el marco de la fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores, Karl Marx había escrito otra gran proclama obrera, en la que se afirmaba que “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. Apenas siete años después de aquel texto emblemático de la AIT, la clase obrera francesa protagoniza la “Comuna de París”, la “forma política al fin descubierta” bajo la cual ensayar la emancipación económica del trabajo, según la célebre frase que el autor de El capital escribió en La guerra civil en Francia, folleto en el que afirma que la Comuna fue una experiencia magnífica para pensar en la abolición de la propiedad privada (“expropiación de los expropiadores”) en el camino de establecer una dinámica de “trabajo libre y asociado”.

En 1968 –días antes de que estallara el “Mayo Francés” en el que se reinvindicará fuertemente a la Comuna– importantes sectores del peronismo combativo, las izquierdas y el cristianismo de base, confluyen en esta experiencia que es un hito de la historia de las luchas de las y los de abajo en el país, y que hoy cobra un relieve mayor a la hora de encarar algunos de los debates pendientes entre las experiencias de organización popular que se vienen gestando al calor de las luchas contra el creciente estado de malestar en el que se vive en la Argentina.

 

 

Una experiencia, un programa

El programa del 1° de Mayo hace un claro uso político de la historia. Lejos del memorialismo que ocupó la escena política de la Argentina durante la última década –y que hoy, muchas veces, se torna impotente frente a la ofensiva conservadora–, lejos de esas miradas impregnadas de ese otro conservadurismo –el progresista– que se sostiene en pensar todo el tiempo que el pasado fue mejor, la proclama de la CGT-A logra invocar el fantasma de los muertos, de los asesinados, de los caídos en las causas obreras como inspiración para esas rebeldías que viven en su presente. El programa, entonces, se inscribe en una genealogía que haya su fundamento en el pensar, el sentir y el actuar de los que han sido masacrados peleando por lo mismo que entonces se peleaba.

El programa, obviamente, también funciona como denuncia de la situación económica, política y social del presente: “Durante años solamente nos han exigido sacrificios. Nos aconsejaron que fuésemos austeros: lo hemos sido hasta el hambre”. Así comienza el punto Nº 2, en el que se declara que en los años 60 la década del treinta “resucita en todo el país con su cortejo de miseria y de ollas populares”. Su lectura provoca un doble desafío: el de hacer el esfuerzo por recordar que la historia nunca se repite, mientas no se deja de prestar atención a las resonancias que vinculan ese pasado con nuestro presente, el de los años cínicos macrista que estamos viviendo. “El aplastamiento de la clase obrera va acompañado de la liquidación de la industria nacional, la entrega de todos los recursos, la sumisión a los organismos financieros internacionales”, afirma el periódico CGT, en el que no se tiene empacho de asegurar que “la historia del movimiento obrero, nuestra situación concreta como clase y la situación del país nos llevan a cuestionar el fundamento mismo de esta sociedad: la compraventa del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción”.

Por supuesto, más allá del reflujo de los años previos, no puede dejar de tenerse en cuenta que el Congreso Normalizador “Amado Olmos” de la CGT realizado el 30 de marzo puede realizar un fuerte cuestionamiento a la propiedad privada, fuente del modo capitalista de producción, porque encuentra su razón de ser en un proceso de más de una década previa muy diferente a la década anterior a la nuestra.

El contexto internacional, tras el triunfo de la revolución cubana en América Latina, pero también del Frente de Liberación Nacional en Argelia; el desarrollo de la Revolución Cultural en China y de la resistencia contra Estados Unidos en Vietman; la expansión del la figura de Ernesto Guevara por todo el mundo tras su asesinato en Bolivia, se entrelaza con un contexto nacional en el que el peronismo en la resistencia hizo un camino por fuera de la gestión del Estado, un tránsito simultaneo de sabotajes y huelgas, recuperación de espacios gremiales y tomas de fábricas, además de fugaces pero intensos ensayos insurreccionales –como la que se produjeron en el marco de la toma del frigorífico Lisandro de la Torre en enero de 1959– en los que fue profundizando su conciencia de clase y situando el horizonte de la liberación nacional junto con la perspectiva de edificación de una sociedad socialista. No por nada en el Programa de la CGT-A se dice: “retomamos pronunciamientos ya históricos de la clase obrera argentina”. Línea de continuidad directa, entonces, con los programas obreros de La Falda y Huerta Grande (1); mirada clasista de la nación, mirada nacionalista-popular de la inserción del país en el mercado mundial.

 

 

Lo reivindicativo y lo político

“El trabajador quiere el sindicalismo integral, que se proyecte hacia el control del poder, que asegura en función de tal el bienestar del pueblo todo. Lo otro es el sindicalismo amarillo, imperialista, que quiere que nos ocupemos solamente de los convenios y las colonias de vacaciones”, puede leerse en el programa del 1° de Mayo, en el que se recuerdan aquellas palabras pronunciadas Amado Olmos tiempo antes de morir en un accidente automovilístico. También se insiste en subrayar que los trabajadores no tienen por qué permanecer indiferentes al destino del país y ocuparse solamente de problemas sindicales, como proponen los “dirigentes ricos” que “voluntariamente han asumido ese nombre de colaboracionistas”, que significa “entregadores en el lenguaje internacional de la deslealtad”.

La CGT de los Argentinos, por el contrario, ofrece “a cada uno un puesto de lucha”, como bien repetía el un jovencísimo Darío Santillán, en las barriadas del sur del conurbano bonaerense, cuando a inicios de este siglo proliferaban los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD). De allí que el planteo ponga énfasis en que las direcciones sindicales burocráticas (“indignas”) debían ser barridas desde las bases. “Que se queden con sus animales, sus cuadros, sus automóviles, sus viejos juramentos falsificados, hasta el día inminente en que una ráfaga de decencia los arranque del último sillón y de las últimas representaciones traicionadas”, rematan, no sin antes aclarar que el movimiento obrero “no es un edificio ni cien edificios; no es una personería ni cien personerías; no es un sello de goma ni es un comité; no es una comisión delegada ni es un secretariado. El movimiento obrero es la voluntad organizada del pueblo”.

La CGT-A no se queda sólo en un buen planteo sindical, sino que tiene vocación hegemónica. Y desde su papel al frente de una importante facción de los trabajadores argentinos, hace un llamado a otros sectores para conformar un bloque popular capaz de protagonizar un proceso de cambio en la Argentina. Y si bien en su llamado se dirige a los “empresarios nacionales” –categoría que ya entonces podía discutirse ampliamente– no deja de poner en la mira la importancia de la alianza de la clase obrera con el estudiantado, los artistas e intelectuales, los sectores académicos y religiosos capaces de coincidir con el programa propuesto, que no es más –ni menos– que un programa anti-imperialista para la liberación nacional y la justicia social.

 

 

Retrospectiva y perspectiva

No es posible pensar ningún aspecto de la realidad actual si no es inscribiéndola en el horizonte político y cultural de la posdictadura. Queda claro que el genocidio impuesto promediando la década del 70 llevó adelante, como los propios militares denominaron a su accionar, un verdadero Proceso de Reorganización Nacional. Lo que hicieron se complementó con aquello que, luego de asumir la gestión del Estado mediante el voto obtenido en elecciones sin proscripciones, coronaron los gobiernos radical y justicialista de Alfonsín y Menem. De allí que invocar a la CGT-A, a su Programa del 1° de Mayo, sólo pueda hacerse como ejercicio de inspiración para el accionar presente, pero mediante un análisis concreto de la situación concreta, no sólo de la coyuntura, sino también del ciclo histórico en el que las distintas coyunturas de las últimas décadas se inscriben.

Dicho esto, no puede obviarse que no sólo la Argentina sino el continente y el mundo entero han cambiado en demasiados aspectos como para sostener la pereza de meterse en análisis agudos que permitan determinar algunos rasgos al menos del momento actual de la lucha de clases, objetivo obviamente que excede estas líneas.

La mutación a escala global del capital debe ser puesta en serie con los cambios concretos que ha vivido la clase que vive del trabajo en el país, y en ese proceso de mutación no puede obviarse el papel que han jugado los sindicatos, y las personas concretas que en ellos ocuparon lugares de dirección.

La clase trabajadora argentina no es ajena al proceso de fragmentación que ha provocado el neoliberalismo. La fractura entre sectores asalariados y sectores de lo que hoy se denomina economía popular es profunda y estructural. De allí la necesidad –de doble vía– que implica, por un lado, que quienes viven en esta franja de la economía popular cuenten con sus instrumentos específicos de organización, que tienen singulares modos de expresarse, sus propios repertorios de lucha y formas específicas de politización (y a esta altura, una propia historicidad como movimientos sociales, diferente a la de los sindicatos). Por otro lado, resulta conveniente asumir el desafío de promover y proyectar la unidad orgánica de la clase. Dicho esto, resulta conveniente no confundir unidad orgánica con unidad de estructuras. Los sectores asalariados se encuentran, como el resto de sectores populares, también fragmentados. La CGT no es una sola e incluso la CTA –surgida fundamentalmente desde los gremios de servicios en la década del 90, como una forma de salirse de ese modelo de “sindicalismo empresarial” que se estaba gestando– tiene dos expresiones.

Las últimas semanas circularon entre la militancia, y aún en los medios de comunicación hegemónicos, varias versiones respecto de la posible conformación de un Sindicato Único de la Economía Popular con vistas a reunir a las diferentes expresiones del sector en perspectiva de ingresar a la CGT. Más allá de que la iniciativa no pasó de algunas versiones periodística y rumores entre las militancias, tuvo la virtud de funcionar como índice de debates aún no abordados con la profundidad que se merecen, en el camino de construir una mirada estratégica capaz de salirse del coyunturalismo.

Quienes vienen protagonizando las luchas y procesos de organización popular desde hace años saben muy bien que este tipo de discusiones no se resuelven desde posiciones de ideologismo o purismo principista sino desde un realismo crudo que muchas veces impone el ritmo de la necesidad de posicionarse ante las urgencias de cada momento. Pero también saben muy bien el costo que implica llegar a ciertas discusiones demasiado tarde.

En la profundización de una mirada estratégica para la etapa política que atravesamos seguramente se encuentre una de las claves para salir del inmediatismo, y pasar no digamos a al ofensiva, pero sí al menos a un momento de construcción de poder popular con bases económicas, políticas, sociales y culturales más sólidas.

 

FUENTE:  La luna con gatillo (www.lalunacongatillo.com)

 

*Redactor del periódico Resumen Latinoamericano, conductor del programa radial y coordinador general del Portal Cultural La luna con gatillo.

 

1) Para consultar los programas de La Falda y Huerta grande, presentados por Roberto Baschetti, podes ingresar Comuner@s en la orilla, sección del Pensamiento Crítico del proyecto comunicacional Resumen Latinoamericano. También allí se puede leer el programa completo de la CGT-A, ingresando a los siguientes links, por orden de mención:

http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/04/10/comuners-en-la-orilla-textos-para-el-pensamiento-critico-programa-obrero-de-la-falda-introducido-por-roberto-baschetti/

 

http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/04/11/comuners-en-la-orilla-textos-para-el-pensamiento-critico-el-programa-obrero-de-huerta-grande-presentado-por-roberto-baschetti/

 

http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/04/13/comuners-en-la-orilla-textos-para-el-pensamiento-critico-programa-de-la-cgt-de-los-argentinos/

Diego Sztulwark a propósito de la publicación de su libro de diálogos con Horacio Verbitsky // Mariano Pacheco

En la semana en que se presenta Vida de Perro. Balance político de un país intenso, del 55 a Macri, conversamos con Diego Sztulwark, autor del libro en el que recoge dos años de diálogos con Horacio Verbitsky, publicado recientemente por Siglo XXI y editorial Tinta limón.

Rodeado de libros de filosofía y política, en el sitio en donde coordina sus grupos de estudio en la ciudad de Buenos Aires, Diego Sztulwark nos recibe para mantener una charla fugaz, entre mate y mate, y compartirnos un ejemplar del libro que acaba de publicar. En este diálogo breve pero intenso el ex integrante del Colectivo Situaciones (actual redactor del Portal Lobo suelto y columnista de La luna con gatillo) se mete de lleno en una tarea que –compartimos- se torna vital para el devenir de las experiencias de lucha y organización que se vienen sosteniendo en la Argentina de postdictadura.

¿Qué repercusiones tuvo en vos el hecho de haber revisitado todas esas experiencias del periodismo y la investigación de la que Horacio Verbitsky fue parte? Digo: más allá de lo que fueron esos momentos, que despertó en vos en términos de pensar el periodismo y la investigación en la actualidad.

A mí la figura de Verbitsky siempre me resultó fascinante. Digo: fascinante no en el sentido de que uno admira a alguien, sino de que pude ver ahí un estilo de presentación de la información y un estilo de confrontación que no venía del mundo periodístico propiamente dicho sino de una tradición militante, sea lo que sea que uno puede opinar de los períodos militantes de Verbitsky. La que me interesó fue eso centralmente: la investigación como una zona de rigor, en la que se trata –por ejemplo– de problematizar como operan las derechas, cómo actuar los poderes, y ser capaz de ofrecer una información sistemática para disputar, en el plano de la comunicación, cosas que también se están disputando en el plano de la calle, de la lucha social y sindical. Creo que eso hoy no se ve en el periodismo dominante, quizá sí se lo puede ver en determinados medios alternativo o periodistas particulares, pero no es la línea dominante en el periodismo actualmente. Y cuando uno se pone a ver de dónde viene todo eso, se topa inmediatamente con la figura de Rodolfo Walsh. Y pensando en él, se me ocurrió en que era posible trazar ea línea, la que va desde Prensa Latina con la Revolución Cubana –no entendida como fenómeno nacional sino como uno continental, regional– donde empieza a entenderse, en el plano de la comunicación, la información y la difusión, hay una disputa específica que dar (en el caso de la Revolución Cubana, con el imperialismo); y cómo a partir de ese fenómeno, una serie de intelectuales-militantes de ese período se comprometen con esa tarea. Siempre me pareció que había una relación entre esa experiencia, y la experiencia de la formación de las áreas de Información e Inteligencia, como la que desarrollaron Walsh y Verbtsky primero en las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y luego en Montoneros, pero que puede verse en casi todas las formaciones guerrilleras. En todos los grupos revolucionarios en realidad estuvo siempre muy presente esta necesidad de la información y la inteligencia o como la querramos llamar. Y después también está todo el período de la prensa clandestina, de ese intento de seguir actuando autónomamente desde los movimientos populares –aún en los peores momentos– para librar esa lucha específica en el plano de la información y la inteligencia.

Sería pensar ese ciclo de las luchas revolucionarias de los años 60 y 70 previos al aniquilamiento vía el terror de todas esas experiencias…

Claro. Y desde 1977, la aparición de los organismos de derechos humanos, que también tienen una zona de investigación, más vinculada a lo jurídico, es cierto, a diferencia del período anterior donde la información está vinculada a la revolución. Toda esa lucha vinculada a investigar el genocidio creo que es una lucha muy vigente. No estoy de acuerdo con quienes plantean que es algo ligado sólo a los años 70. Me parece que hay toda una posibilidad de gestar figuras penales para los actores económicos que fueron parte del vínculo entre terrorismo de Estado y acumulación de capital. Insisto: me parece un tema no cerrado aún. Pero también la Iglesia, y los cuadros civiles, empresariales, que todavía no se ha encontrado la figura penal de cómo tipificarlos para juzgarlos. Yo creo que eso sigue siendo una tarea y que los organismos de derechos humanos de algún modo heredan ese hilo rojo de la investigación. Pero no sólo los organismos, porque después aparece el movimiento piquetero, y el Ni Una Menos y todas las militancias más ligadas a los movimientos sociales que a las organizaciones políticas como en los años 70. Y todas esas organizaciones enfrentan de algún modo el mismo desafío: poder entender contra quien pelean, comprender en el plano de la información y de la comunicación qué es lo que está en juego. Y yo creo que ese hilo rojo que va desde la Revolución Cubana hasta los movimientos sociales, de Prensa Latina a los intentos actuales de disputar es ese plano intelectual (de la información, la comprensión, la comunicación, la inteligencia), es una lucha estratégica de los movimientos sociales. Tampoco creo que sea una tarea de especialización burocrática sino que es algo que nos corresponde a todos: comprender que es una tarea estratégica, que hay una historia viva de estas funciones. Y creo que es una tarea poder proponer, a las organizaciones sociales, que se preste atención a este plano. En ese sentido no es que importe tanto la figura Horacio Verbitsky sino un método de trabajo, que tiene una historia muy larga, y que uno no querría que se pierda. Tampoco conservarla como es, pero sí rescatarla para pensar que hay ahí para actualizar, para recrear.

Vos también que te dedicas a coordinar grupos de estudio de filosofía: ¿ves que se produjeron ahí algunos cruces entre el pensamiento crítico occidental – por decirle de algún modo- y esta tradición crítica del periodismo nacional/Latinoamericano?

El cruce no se produce en Horacio Verbitsky, pero sí en compañeros que trabajamos esto. Cuando empezamos a trabajar, Horacio me dijo: “vos sos muy filósofo, muy abstracto, no sé si vamos a poder trabajar juntos”. Pero al final, lo que empezó a pasar –me parece– es que esa articulación le gustaba, pero no la quería hacer él. Entonces de algún modo me ofrecía que la hiciera. Es decir, tratar de teorizar un poco sobre esta dimensión de la investigación con elementos no tan tradicionales de la militancia de los 70, que tuvo una serie de categorías que pueden haber sido muy operativas para ese período -y que incluso hoy pueden tener alguna vigencia- pero que queda claro que si son sólo esas categorías falta incorporar mucho material.

Yo creo que sí, que el archivo europeo, por decirlo de algún modo, ese que va desde Spinoza a Marx, de Marx a Mayo del 68, tiene una potencia enorme. Un archivo, por otra parte, que seguramente los mismos europeo no sepan usar ya, pero que en la situación Latinaomericana –vinculado al último ciclo de luchas de los movimientos sociales– es muy susceptible de ser apropiado desde nuestra condición, nuestra experiencia, nuestro lenguaje. Creo que sería muy sectario de nuestra parte decir que hay cosas que pueden tener un valor pero que no las vamos a usar porque vienen de afuera. Ningún lector de Mariátegui, como fui yo toda mi vida, podría tener una mirada tan sectaria como para sostener que hay que descartar esa dimensión internacional o cosmopolita del conocimiento, de la conexión entre las luchas y las imágenes del pensamiento.

En este sentido, para mí, para mi formación, un autor argentino que fue clave es León Rozitchner. Y todo el período de trabajo con Verbitsky en mi cabeza estuvo esta comunicación con Rozitchner. ¿Por qué? Porque siempre una investigación empírica conecta con un plano más general de conceptos y de ideas que permiten pensar esa investigación. Y voy a poner un ejemplo: Verbitsky tiene una obra –para mí bastante desconocida y muy fundamental– que son los cuatro tomos sobre la historia política de la Iglesia argentina. Unas 1.600 páginas muy documentadas sobre el papel de la Iglesia en el siglo XX en el país. Básicamente, el momento en el que la secularización incompleta de la Argentina liberal, por presencia de la clase obrera migrante, lleva a la burguesía a aliarse con una iglesia a la que estaba combatiendo. Y a tomar de la Iglesia una ideología general del control, unas jerarquías naturales que se traducen luego en jerarquías sociales, y a delegar la represión del movimiento obrero en ese saber de la Iglesia. Entonces sucede que se produce ese ensamble, en donde las clases dirigentes –que no llegaban a ser laicas en el sentido europeo– le dan a la Iglesia la tarea de adoctrinar a las Fuerzas Armadas para la represión de un movimiento obrero que, cada vez más, era migrante y con ideas libertarias. Entonces, ese proceso que va desde comienzos del siglo XX a la ESMA, es una historia donde resulta muy difícil diferenciar Iglesia y Fuerzas Armadas. La doctrina de la tortura, la contención de los cuadros militares, toda la concepción anti-revolucionaria de las Fuerzas Armadas, viene muy elaborada en relación con ciertas corrientes de la Iglesia (vaticana, pero también francesa). Mientras yo leía esos tomos, tenía en mi cabeza La cosa y la cruz, el libro de Rozitchner, una investigación que tiene en su horizonte un período mucho más largo, porque es prácticamente una historia del cristianismo, entendido como una gran metafísica que separa cuerpo y alma y denigra la materialidad del cuerpo a favor de una inmaterialidad del alma. En Rozitchner entonces, el cristianismo tal como se constituye a partir del siglo IV –cuando se transforma en una religión de imperio y pasa a ser una tecnología de producción de subjetividades controladas – es una preparación del capitalismo. Por eso para mí, poder leer una tesis filosófica tan compleja y tan documentada como la de León Rozitchner, puesta en relación con una investigación empírica (como las 1.600 páginas de Verbitsky, en donde se recorre un archivo enorme y al mismo tiempo muy situado), me permitió indagar en por qué nuestro pensamiento crítico tiene tanto horror con las derechas eclesiales. No sólo porque nos gusta leer a Niestzsche y sus críticas al cristianismo, sino también porque esas lecturas nos permiten entender cómo se armó la picana, y cómo se puso a funcionar ese dispositivo que reventó a nuestros compañeros. No son cosas distintas. Entonces, la posibilidad de ensamblar el pensamiento crítico tal y como nosotros necesitamos pensarlo dadas las cosas que vivimos, con una investigación empírica, rigurosa, con datos, lo que permite es armar una fuerza del tipo discursivo, intelectual, que no está separada de la fuerza de política callejera. O por lo menos, como decía León, deberíamos apostar a que aquello que se juega en el plano de la calle sea lo mismo que se juega en el plano de las ideas.

Vida de Perro… se presenta este miércoles 2 de mayo en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Horacio Verbitsky y Diego Sztulwark conversarán de 18.30 a 20 horas en la Sala Carlos Gorostiza.

El problema de los argentinos (y las argentinas). Relato dedicado a Facundo Burgo Ferreyra // Mariano Pacheco

No era un “inocentón”, no. Era un niño.

“Nuestras bellas almas son racistas”

Jean Paul Sartre

El problema son los choros. Y los ñoquis. Sí. Ahora. Ahora el problema son los choros y los ñoquis. Los ñoquis y los vagos. Los que piden monedas. Los trapitos. Los que venden estampitas. Que venden, va. Que te extorsionan con la imagen de un santo. O de la Virgen. Virgen deberían ser esas chicas. Esas mugrosas. ¡Que vayan a laburar! El problema es que no quieren laburar. Les das un trapo de piso y salen corriendo. Que se van a poner a limpiar. Igual hay que tener cuidado. Le das la mano y te toman el codo. Le abrís la puerta de tu casa y te roban. Las negras siempre roban. Te roban tu casa. Y si te descuidas te roban el marido. O te lo toman prestado. No te lo sacan del todo. Te lo llevan por un rato. Las negras se calientas con los tipos de guita. Se hacen la croqueta. Se piensan que ellas también serán como las negras de las novelas: lograr que un tipo lindo y de guita se enamore de ellas. Pero eso sólo se ve en las pantallas. Y las negras no son negras. Son blancas que actúan de negras. De provincianas. Igual también están los blanquitos que son negros de alma. Los que salen a la calle a hacer quilombo. Porque le dicen protesta pero es hacer quilombo. Una cosa es salir con una olla y una cuchara, como puede hacer una de nosotras, que se yo, a hacer un poco de ruido, y otra cosa es cortar una calle. Prender fuego. Los tipos sin remeras, todos sudados. ¡Que vayan a la-bu-rar! Pero que van a laburar estos… Queres un electricista y no hay. Querés un plomero, y no hay. Queres uno que te destape el baño al menos, tampoco hay. Siempre tienen otros trabajos “pendientes”, te dicen. Por una pendiente habría que tirar a todos esos negros de mierda. Y a las negras. Solo salen a pedir. O a “protestar”, como le dicen. Las minas llenas de críos alrededor. Claro, por unos mangos que les llueva de arriba las negras ya van y tiene hijos. No uno o dos. O tres. ¡No! ¡Un montón! Las negras se llenan de críos. Y de perros. Y de gatos. Se creen que todavía están esos ranchos del interior de donde vienen. Pero no. Están en la ciudad. Pero bueno. Esto no es de ahora. Antes también. Los negros se hacían los cocoritos en la época de la yegua. Decí que se murió. La mató el cáncer. Decí, que sino alguien igual la habría matado, a ese macho con polleras. Hubo blancos también igual he… Blancos que eran negros de alma. Nenes de mamá contaminados por los negros. Se hacían los héroes metiéndose en la guerrilla. Decí que los mataron a todos. Bueno, no. A todos no. A casi todos. Si los hubiesen matado a todos la cosa se habría terminado. Pero no se terminó. Los negros son así: se multiplican. ¡Otra que los panes de Cristo! Los panes, la harina y la grasa. Este país está lleno de grasa. Otra que tortafritas. Una torta de tortafritas se puede hacer con tanta grasa. Una gran torta. Este país está lleno de tortas. Y de putos. Sí, si ahora hasta se pueden casar. Y tener hijos. Y andar mostrando obscenidades por ahí. El otro día salí de casa y me topé con dos tortas de la mano, caminando como si nada. Y dos putos dándose un beso en medio de la plaza. Mirá si los ven los nenes. ¡Qué degenerados! Pero así estamos: rodeados de putos, de tortas, de cirujas, de negros, de grasas, de ñoquis. ¡Se podría poner un supermercado con todo eso! Pero no. Ni siquiera. Porque ni un negocio como se debe se puede tener en este país. Porque vienen las bolivianas y se te sientan a vender cosas en la puerta. Todo el día ahí sentadas las peruanas. Peruanas no. Bolivianas. Bueno, no sé, es lo mismo. Las negras esas olorientas. Y sus maridos. ¡Qué olor tienen esos tipos! Y sí. Habría que hacer un supermercado con toda esa grasa disponible. O no: se los podría sacar de la Villa y meterlos… En una gran villa. Sí. Pero todos juntos. Los negros, las negras, las tortas, los putos, los peruanos, las indias, las bolitas, los choritos, los que protestan, todos. Meterlos a todos en una villa y prenderla fuego. Para no andar gastando balas en matarlos de a uno. Y sí, que pase un avión y los rocíe de nafta y los mate a todos. Y a todas. De una vez. De una puta vez. A ver si así se dejan de joder…

Punk-Nietzsche (o acerca de Los violadores como rock existencialista) // Mariano Pacheco

 Reseña de Más allá del bien y del punk. Ideas provocadoras: un libro de Pil y Juan Carlos Kreimer  (editorial Planeta).

Fue en 1991 cuando escuché hablar de Los violadores por primera vez, cuando tocaron de teloneros de Los Ramones en su segundo show en la Argentina (el primero había sido en 1987 y Los violadores no pudieron oficiar de teloneros porque estaban de gira fuera del país). Tenía apenas once años. Fue entonces que mi hermana mayor asistió al recital en Obras Sanitarias. Un año después, cuando logré ir con ella a Obras para ver a Los ramones, los teloneros ya no fueron Los viola (separados meses antes) sino Todos tus muertos, así que recién pude ver a Los violadores en vivo en 1995, en Cemento cuando Pil volvió a los escenarios, ya sin el resto de “los históricos”. En el medio pude visitar a Pil en su casa de Villa Urquiza, una calurosa tarde de 1994. Aún atesoro las fotos que sacamos entonces.

Veinte años después de aquella vuelta a los escenarios elegí “¿Y ahora que pasa, he?” y “Más allá del bien y del mal” como canciones para acompañar las artísticas de La luna con gatillo, programa radial semanal del que formo parte y al que entre los amigos solemos denominar como «trinchera radiofónica». Allí hablamos de cine; de teatro; de música; de la realidad política y social del país, y del mundo; y de libros, por lo general, varias de las novedades editoriales que nos interesan. Así, 30 años después de que los neoyorquinos inauguraran la ramones-manía, llegó a mis manos Más allá del bien y del punk. Ideas provocadoras, un libro de Pil y Juan Carlos Kreimer publicado por editorial Planeta que da cuenta de la historia de Los violadores con testimonios de todos sus integrantes e incluso un compilado de voces vinculadas de un modo u otro a la escena punk local.

En el principio fue el verbo… en un libro

Cuenta Pil que fue en el verano de 1981 cuando se topó con el libro Punk la muerte joven (de Kreimer) mientras recorría librerías en la calle Corrientes, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Un libro que se transformó en su biblia y que 35 años después, al recorrer los mismos rincones de la ciudad, pudo encontrar reeditado con un nuevo apartado titulado “Historias paralelas”, en el que aparecen… ¡Los violadores!

Fue en la madrugada del 27 de febrero de 1981 cuando Pil debutó en la banda, luego de que su primer cantante, Orlando García Paladini, se hubiese alejado del grupo tras el primer recital realizado el 19 de enero de 1980. Y si bien ocho días después, en el segundo recital, la banda zafó con el bajista (Beto) oficiando de cantante, también éste desertó de la banda tras ese segundo show «cansado de caer preso», según cuenta en su testimonio.

Esta historia del punk en Argentina no remite tanto al legado británico sino al polaco, o a una mezcla de ambos en realidad.

Roberto Zelazek llegó a la Argentina con su familia cuando tenía siete años. Desde chico sus padres lo llevaron al Centro Polaco de Buenos Aires, sitio al que también asistía la madre de Pedro Braun, el chico unos años mayor que él que en un momento determinado, en pleno Proceso de Reorganización Nacional, apareció con los pelos parados y alfileres de gancho en la solapa. Para entonces ya había estado en Londres, se hacía llamar Hari B y traía un disco de The Clash en la mochila que rápidamente hizo escuchar a su amigo “El Polaco”. Juntos emprendieron la conformación de una banda que con el tiempo pasó a llamarse Los violadores y tuvo en sus filas a Sergio Gramática en batería y a Stuka en guitarra, tras un breve paso por el bajo.

El 1o de diciembre de 1983, mientras el radical Raúl Alfonsín asumía la presidencia de la Nación, Hari B abandonaba la banda para dedicarse a su otra pasión: el montañismo. Días antes había salido a las calles “Los violadores”: primer disco de la banda con doce canciones grabadas en dos días entre mayo y junio de 1982. Pero tuvieron que esperar un año y medio hasta que Umbral (un sello under especializado en folclore pero que ya había grabado con V8) aceptara promocionar a esa banda punk que cantaba canciones como “Sucio poder” o “Represión” en plena dictadura cívico-militar.

Punk-Nietzsche

¿Qué es el rock? ¿Y el punk-rock?

Henry Rollins dice que el rock no es una fiesta de cumpleaños: es una acto para hacer catarsis, un acto extremo para que los que asisten vean algo más allá de lo que ven siempre, dice Sergio Gramática en una frase que parece rememorar aquello que los formalistas rusos afirmaban respecto de la literatura: que su función era la de desautomatizar la mirada.

Hoy Nietzsche diría que una vida sin rock no tiene sentido, arriesga Stuka, quien supo tener su paso por la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Gramática, por su parte, define el estilo de Los viola como un engendro mutante de tipos medio alocados y sostiene que el punk es romper con lo establecido. Patear el tablero. Desobedecer. Y también: una revolución intestina dentro del rock, que cuenta con instrumentos como los fanzines para promover una lectura propia de las cosas. Aunque para muchos pueda parecer una sorpresa, hay una profunda posición intelectual detrás del punk, al menos de esta primera camada y de muchos que luego recogieron ese legado.

Pablo Cosso sostiene que el punk argentino es un colectivo de denuncia, agitación y resistencia. Tal vez por eso las palabras de este crítico musical aparecen citadas en el libro para reforzar dicha idea: el movimiento punk como radicalidad sin estructuras, que cuenta con las letras de sus canciones, los fanzines que edita y los flyers o afiches que promueve como sostenes comunicacionales y sus actuaciones y eventos culturales como focos de agitación.

Pocos advierten que los punks y sus primos hermanos los heavys son bichos intelectuales. Ni que debajo de su nihilismo hay lecturas, cine, pensamiento, reflexión, “cultura”. Las últimas décadas del siglo XX no tienen en el campo rockero argentino, quien mezcle con tanta virulencia la cosa literaria, la cosa filosófica, la cosa ideológica con la cosa musical y actitudinal. Editores de sus propios fanzines, escritores de cuentos y crónicas, de poesías, de análisis políticos, manifiestos, promotores de eventos, los punks no son diletantes. Más bien tenaces. Se hacen sus propios afiches, se producen sin plata, graban por su cuenta, afirma por su parte el crítico musical Leandro Donozo.

Algo de eso parecer querer corroborar Pil, cuando en su testimonio sostiene:

Los punks somos más cultos, leemos, pensamos, reflexionamos mucho, nos construimos una base cultural y desde ahí somos muy críticos. No atacamos a algo porque no nos gusta. O por prejuicio. O por resentimiento.

Puede verse que la crítica a los “viejos vinagres” del rock no era mera postura, sino modo de entender(se) en el mundo. Punk es existencialismo, dice Pil. Y aclara: preguntarte ¿quién soy? ¿qué hago acá? Y luego remata: una banda de rock es una revolución posible. En lo social y en lo personal. Idea que en otra parte del libro complementa con la de resistencia:

La resistencia consiste en recuperar el tiempo para reflexionar sobre lo que estamos haciendo, en no dejarse embalar por una corriente de cosas y hábitos que se nos van imponiendo y elegir qué hacer y qué no hacer. Es abrirse a otras voces, voces de personas que no transan, voces que aparecen en tus oídos y te advierten que algo huele mal…

Tal vez pensando esta idea sostenida por Pil, Kreimer escribe hacia el final del libro que el verbo del punk por excelencia es confrontar. Y aclara: no sólo al tipo que pasa desprevenido, o dormido, o muy seguro de que su visión es la que vale. También a vos mismo, para que no te quedes pegado a ninguna creencia.

Rabia, velocidad, ruido, incorrección, inconformismo, rechazo, oposición, descreimiento, provocación: los atributos centrales del punk-rock.

¿Intelectual punk?

Cuanta Pil que de jovencito trabajó en mil cosas. Fue zapatero, trabajó en una imprenta y en varios lugares más antes de entrar a cantar a Los violadores. Siempre destinó gran parte del dinero que cobraba a comprar libros y discos. El primero fue la edición argentina de The Clash, en diciembre de 1977. También cuenta que, varios años más adelante, un día agarró su CPU e impresora y los vendió: con esa plata fue y se compró una colección de libros clásicos: Goethe, Flaubert… y volvió a releer a Verne.

Tengo mis fetiches -dice Pil-. Uno es Stendhal, con Rojo y negro. La canción que se llama “Ellos son” dice: “Rojo y negro/ son diferentes emblemas”. Otra es “Le Rouge et le Noir”, que habla de un asesinato en una ópera. Y ahora una nueva “Rot und Schwwartz”, esos colores en alemán, inspirada en El jugador de Dostoievski, un tipo que va por la vida buscando gitanas que le adivinen su suerte, y solo juega al negro y al rojo. Me faltarían una “Rosso e Nero”, una “Red & Black”, un “Vermelho e Preto”, ¿no? Leía en la cama hasta que se me cerraban los ojos.

También Pil deja en clara su pasión por el cine en este libro:

Cuando estábamos ahí nos íbamos en el 140 a Corrientes, a la Cinemateca del SHA o a la Lugones del Centro San Martín. Si daban, no sé, un ciclo de Joseph Losey, de lunes a sábado, íbamos. ¿Cómo ver sin que te pase nada El sierviente o Kind and Country? El perro andaluz de Buñel, o Eréndira. El séptimo sello de Bergman… Éramos hípercinéfilos.

Hace cinco años ya que este cronista vive en la provincia de Córdoba, con lo cual está lejos de corroborar si, en plena “Revolución de la alegría”, la Lugones sigue dándole continuidad a esa rica historia. Pero puede asegurar que, hasta hace al menos unos años atrás, aún podían verse allí films documentales imposibles de conseguir en Argentina y también la obra completa de algunos grandes clásicos, como la del ruso Andréi Tarkovski o la del italiano Pier Paolo Pasolini.

Esta pasión cinéfila y literaria Pil muchas veces la expresó en sus canciones, como ya ha remarcado y como sigue contando en distintos tramos del libro:

Después aporté otro tema rápido, “Guerra total”, en el que empiezan mis ganas de meter la geopolítica en la banda, algo que no tenía y la necesitaba. Porque lo que pasaba era también la historia. A mí siempre me gustó saber cómo se dieron las situaciones, qué pasaba en el mundo para que se dieran determinados cambios y transformaciones, la sociedad industrial, el neocolonialismo.

Geopolítica pura, arremete en otro tramo del relato. Y aclara con orgullo: en eso fuimos pioneros. Bajábamos líneas con las letras que a los chicos les volaban la cabeza. Geopolítica e historia que conectan el destino sudamericano (en palabras de Jorge Luis Borges) con el devenir de la política mundial. Remata Pil:

Los “hijos predilectos” eran los alemanes que habían generado eso, la Segunda Guerra Mundial. Los hijos predilectos era la metáfora de lo que estaba pasando por los campos argentinos, el Olimpo, etcétera. Clarín titulaba “Enfrentamientos entre bandas subversivas y el Ejército: doce guerrilleros muertos”. No que “plantaban” cadáveres, que los mataban en un lado y los tiraban en otro diciendo que se habían muerto en un enfrentamiento. ¡Acá hay campos, acá hay campos!, desperté diciéndome un día. Por todos lados nos estaban violando y los malos de la película éramos nosotros que nos habíamos puesto ese nombre transgresor.

Con gran capacidad de síntesis y un humor ácido capaz de captar los microfascismos que por entonces circulaban en nuestra sociedad, Pil escribió en el último tramo de la dictadura una canción con el ritmo de la publicidad de Mantecol; pero en lugar de decir: “Mantecol a la vuelta de tu casa, Mantecol en el kiosco de la esquina, Mantecol en la panadería, Mantecol 24 horas al día”, Pil cantó el mismo ritmo suplantando la palabra Mantecol por represión. Fue el comienzo de una leyenda que se complementaría con “Uno, dos, ultraviolento”: tema inspirado en La naranja mecánica (film de Stanley Kubrick realizado en 1971 sobre la base de la novela homónima de ciencia ficción publicada en 1962 por Anthony Burgess) que se convirtió en hit en los años ochenta.

Punk, instantaneidad y legado

Pil es un tipo con historia dentro del punk, qué duda cabe. Fundó la primera banda del género que “la pegó” en la Argentina. Pero no es un nostálgico o alguien pegado al éxito de tiempos pretéritos. Supo salir adelante en los momentos más difíciles, fundar nuevas bandas, saber cuando “pactar” con los antiguos camaradas antaño enfrentados y rearmar Los violadores en más de una oportunidad. Pero también supo captar los nuevos aires de la historia, las lógicas de las nuevas generaciones estructuradas por las dinámicas de la revolución científico-técnica de las últimas dos décadas. Siempre, sin embargo, pervivió en él cierto espíritu punk ligado a la autogestión, al empuje, al asumir los problemas como desafíos.

En una época el “Sí” era terrible: se llevaba parte de la boletería a cambio de un destacado, dice Pil Trafa en referencia al Suplemento Cultural del diario Clarín, para luego reflexionar:

A puras redes sociales, con una plata mínima te garantizás unas trescientas, cuatrocientas entradas. Se ocupa tu mánager. Pone una pauta tipo promocionar publicación en facebook, crea contenidos, fotos, nosotros vamos agregando imágenes y actualizando nuestros sitios con esos materiales y los amigos nos etiquetan. El verdadero difusor de lo que hacés sos vos mismo. Los medios están para redondear la movida. En definitiva, para legitimarla.

De algún modo, con esto Pil propone volver a las fuentes pero utilizando todas las cuestiones tecnológicas a su alcance:

La alternativa es la del manual punk: venderla vos mismo en los shows. Cuando viajamos, casi siempre vendemos casi todos los CD que llevamos. Uno de cada tres del público se vuelve a su casa con uno. Los vendemos sin el recargo del distribuidor, a cien pesos. También vendemos muchas remeras, las mandamos a hacer nosotros mismos. Las últimas de Pilsen se vendieron todas. No es taaaanta plata lo que deja, pero apuntala otros gastos que no se ven: traslado, mantención de equipos, volantes…

Pil también destaca el hecho de que por más caro que le salga a una banda, hoy en día sin un video no existís. Pero también advierte que hay una sensibilidad del artista que suele no llevarse bien con el éxito. Y que para alimentar esa sensibilidad hay que cuidarse de que la presión (por ejemplo, de las discográficas que exigen sacar discos) no perfore la creatividad. Además, una banda punk no es una simple banda de rock. Es algo más fuerte que tiene que ver con las vibraciones del sonido. Por eso Pil destaca el hecho de que hoy en día en una computadora, en un mp3, el sonido no tiene la misma fuerza que antes tenía en un CD e incluso mucho antes en un vinilo. De allí que, si bien siempre lo consideró importante, hoy más que nunca crea que el punk mantiene cierta vitalidad ligada con su historia en el recital, en el en vivo. En los pubs recién me siento satisfecho  cuando la gente sentada empieza a pararse y saltar. Cuando algunos se suben a las mesas…, explica Pil. Y remata: el día que yo vea que eso deja de pasar con el público que nos va a ver, dejo de tocar. El día que termine con la gente sentada, ya está, ¡a descansar, abuelo!

Bonus track: ese punk que llevamos dentro

Desde que salieron por primera vez de Buenos Aires para tocar en Córdoba a fines de 1982, hasta que dieron por finalizada la experiencia a mediados de 1991, Los violadores viajaron por varios lugares del país y también visitaron otros países. Tocaron con Sumo y con V8; tuvieron a Andrés Calamaro como baterista en un ensayo; grabaron canciones para un disco en vivo con un tenor (Carlos Darío Saidman, el reconocido cantor de ópera que cantó en el Lincoln Center de Nueva York) y fueron teloneros de Los ramones, entre otras travesías.

Una década y media después, con la formación original, Los violadores se presentó en el Luna Park no sin un nuevo escándalo, puesto que el show fue prohibido para menores de 18 años por presiones ejercidas por la Iglesia Católica puesto que el nombre de la banda -se argumentó- resultaba “nocivo”. “Moral y buenas costumbres” titularon uno de los temas que pudo escucharse en el Lado B de su primer disco. ¿El eterno retorno nietzscheano de la sociedad argentina?

Un año y pico después de aquél recital Pil vuelve a figurar en los medios de comunicación, esta vez junto a Juan Carlos Kreimer, ambos autores de este libro que estamos reseñando en el que también aparecen los nombres de Patricia Pietrafesa, promotora del Fanzine Resistencia entre 1984 y 2001, actualmente bajista de la banda Kumbia Queers y el profesor de filosofía y conductor televisivo Darío Sztajnzrajber, quien destaca que el punk es nietzscheano o, más bien, que Federico Nietzsche supo ser un precursor del punk al propiciar una poética nihilista retomada por el movimiento musical centrada en destruir las falsas idealizaciones a la vez que proponer hacer pasar lo constructivo por esa destrucción. También está presente el testimonio de la filósofa Esther Díaz (profesora titular de la Cátedra de Pensamiento Científico del Ciclo Básico Común para ingresar a las distintas carreras de la UBA), quien se hizo leyenda no sólo por ir a los recitales punks sino por asistir a sus clases con borceguíes, tachas y ropas de cuero negro. Para Díaz, además de Nietzsche fueron los filósofos cínicos los precursores del punk (el primer aullido punk en la historia universal) ya que en el siglo IV a.C se oponían a los poderes dominantes, no se sometían a las pacatas normas sociales, incluían mujeres pensadoras que se burlaban de las lujosas vestimentas de los filósofos oficiales y de sus ideas universalistas al servicio de los poderosos.

Además de integrantes del Salón Pueyrredón, figuran testimonios de los ya mencionados críticos musicales Pablo Cosso y Leandro Donozo, para quien el punk trató de desarrollar la idea de auto-gobierno y crear una patria paralela (una internacional -aclara Donozo- rememorando el lenguaje de los viejos luchadores) que desenmascara a la hegemónica a la vez que propone alternativas de producción, de mirada sobre el mundo y de vida.

Qué duda cabe que en esa construcción crítica el rol de Los violadores fue fundamental.

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“Nunca nos fuimos pero ahora volvimos, porque nunca entendiste lo que te dijimos” // La luna con gatillo

«Somos nosotros”. La frase se repite siete veces, letra cursiva, color negro. Más abajo: “Diciembre 19 y 20”. Impresa sobre fondo blanco, grafiteada en paredes, stencileada sobre carteles publicitarios, ésta intervención gráfica se multiplicó por todas partes el primer semestre de 2002. Estas palabras registraban una presencia en la ciudad. Las jornadas insurreccionales de 2001 seguían exigiendo vigencia meses después. La historia de la Argentina contemporánea atestiguaba el colapso de un ciclo neoliberal.

Diciembre de 2017, en Argentina hay un nuevo ciclo neoliberal en auge y una serie de micro-políticas neoliberales teje un puente con el ciclo progresista anterior. Por eso volvemos sin habernos ido nunca. De allí el título de esta editorial. Y el punk como gesto para indagar lo que aún nos falta pensar. Es hora de la imaginación indisciplinada.

Ningún gesto nostálgico, la idealización del pasado siempre es una operación conservadora. Nos medimos con las fuerzas de la época, entendemos sus enlaces con las épocas pretéritas y hacemos de la resistencia un modo de vida creativo, colectivo y singular.

Es momento de reflexión, agite y combatividad. Y de potenciar el vínculo con otras singularidades, con otras experiencias colectivas, con perspectivas más similares o menos cercanas a la nuestra.

La luna con gatillo procura la conversación abiertamente sin temerle a la discusión, incluso a la polémica. Por eso es que a la trinchera radiofónica y la presencia en las redes sociales hemos sumado este año otras actividades político-culturales. En esas charlas, debates, talleres, intervenciones artísticas le ponemos el cuerpo a la decisión que nos significan estos intercambios. Hoy plantamos bandera en la web para contribuir a los combates por el sentido en nuestra sociedad y dinamizar un proceso que se torna vital: cambiar las relaciones de fuerzas actuales.

Elegimos esta fecha pensando en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 como un momento de impugnación absoluta del orden. Y sobre todo como síntesis de una disposición anímica para crear nuevos modos de entender el mundo y habitarlo.

Hay en nuestra identidad latinoamericana un mandato de tenacidad: reactualizar estrategias de resistencia y de supervivencia, imaginar y poner a funcionar otras maneras de existencia. Ése es el afecto que nos une a todos los pueblos que luchan por su liberación.

No actuamos, ni sentimos, ni pensamos en soledad; ni singularmente ni desde nuestras experiencias colectivas. Las transformaciones nos ponen en comunión con quienes, muchas veces, sostienen posiciones contrarias a las nuestras. Cuando hay un pueblo acostumbrado a defenderse, la responsabilidad es sumarse al combate contra la opresión. El 14 de diciembre de 2017 en la capital de nuestro país volvió a arder la indignación y se frenó el avance de las políticas del hambre. En las calles de todas las ciudades argentinas diariamente el pueblo disputa la soberanía a las clases que históricamente persisten en usurpar los derechos, la tierra, la libertad y la vida. Masticamos las urgencias de la época, digerimos las herencias que nos constituyen, nos disponemos orgánicamente a dar batalla y vociferamos:

Subiré al cielo,

le pondré gatillo a la luna

y desde arriba fusilaré al mundo,

suavemente,

para que esto cambie de una vez.

La pueden encontrar en la web en: LA LUNA CON GATILLO

Y el video que elegimos para acompañarla: una entrevisa a Diego Szturwark: Conversaciones sobre la odisea 2001.

Dal Maseto y la literatura como oficio y cada libro como un nuevo territorio a conquistar: Reseña de Antonio, de Guillermo Saccomanno // Mariano Pacheco

Un hombre se encuentra caminando solo, por el bosque y la playa, mientras conversa con su amigo muerto. La escena, repetida por días, se transforma en punto de partida de este relato que Guillermo Saccomanno le dedica a Antonio Dal Masetto, el “pequeño Giotto”, a quien reconoce como su maestro: “hablo de tu influencia, ese ejercicio pudoroso de lo pedagógico en la amistad que puede haber entre un maestro y su discípulo”.

Saccomanno habla de su amigo-maestro recientemente fallecido y, en esa conversación-monólogo reconstruye su vida –la de Antonio-, pero también la suya, y ciertos trayectos compartidos.

“Debe haber sido a mediados de los 80. Te veía a veces en una fonda del Bajo. Una noche me animé a acercarme a tu mesa, te acerqué un ejemplar de mi primera novela… Parabas en esa zona, el Bajo. Los bares donde se juntaban marginales, yiros, artistas, viejos melancólicos”.

Por prepotencia de trabajo

Por Saccomanno nos enteramos de la infancia de Dal Maseto, una coyuntura en donde en Italia mandan los fascistas y reina la guerra. Un padre obrero que desafía el toque de queda para no dormir en la fábrica y poder retornar a su casa. El autor de Antonio logra captar toda la sencibilidad del mundo que rodea a Giotto, lejos de cualquier pretensión de heroicidad. Así leemos: “Vuelve esquivando los tiros. No le importan. Cualquiera puede pensarse que es un valiente, uno que se arriesga por la resistencia. Pero no. Es un montañés tozudo. Su única razón es que quiere dormir en su cama”.

También nos enteramos por Saccomanno que primero el padre y un tío de Antonio vinieron para este continente a trabajar en una carnicería, y más tarde él, con su madre y una hermana. Qué Giotto trocó los zapatos por las alpargatas; que comenzó a trabajar en el reparto del negocio familiar; que hacerse entender en un nuevo idioma fue uno de los mayores desafíos. Y del comienzo de todo el mundo que rodea al Dal Maseto escritor también nos enteramos: “a veces, de noche, en la llanura, en esa casa baja, una luz permanece encendida. Sos ese pibe que lee hasta que el gallo cante”.

El pibe se hace adolescente y migra a la gran ciudad. Tiene 17 años, llega en micro al barrio porteño de Once con unos pocos pesos, se instala en una pensión y comienza a trabajar en una tienda (enrolla las telas que despliegan las clientas). “Desde entonces trabajaste sin parar. De cualquier cosa. Lo que vos querías era pintar, pero dónde ibas a guardar un caballete, los cuadernos, las paletas, los pomos, los pinceles. Ser pintor era caro. Entonces agarraste un cuadernito y empezaste a escribir”.

La escritura como oficio

Cuando las dictaduras golepearon sobre el cuerpo social, y por ende también sobre el ambiente literario, Antonio interrumpió la escritura (con excepción de palabras sueltas escritas en papelitos que, guardados en una caja, años más tarde se constituyeron en la materia prima con la que construirá una nueva novela) y volvió al trabajo manual: pintar paredes, por ejemplo.

En el medio, la escritura entendida como oficio, lejos de cualquier idea romántica de inspiración.

Escribir una novela, escribir para un diario o una revista, lo mismo da. Lo importante es captar la singularidad del acontecimiento escritura, las potencialidades que se despliegan en el movimiento de las manos sobre un cuaderno o una máquina de escribir.

Dal Maseto participó de Eco contemporáneo, junto con Miguel Grinberg y Jorge Di Paola, revista que contó con el apoyo –entre otros– de Julio Cortázar. También –de la mano de Miguel Briante– trabajó en Confirmando, donde trabó amistad con Osvaldo Soriano. Años más tarde publicó columnas en el diario Tiempo argentino. “Empezando el 2000, dejás de escribir contratapas. Vas al diario, anunciás tu retirada. Tus textos de los martes ya son un clásico, se recopilaron en libros. No puedo seguir. Son más de diez años. Uno debe darse cuenta cuando se repite. Entonces hay que parar”.

La fidelidad a la escritura, la incomodidad, no pensar en el qué pensarán antes de comenzar a exteriorizar lo que se siente, lo que se piensa, lo que se imagina.

Una novela centrada en un pueblo que se parece demasiado a Salto, donde se crió Dal Maseto. Un texto que no deja bien parados ni a los poderosos ni a sus vasallos del lugar. “Un fresco de pago chico”, escribe Saccomanno. Y agrega: “pero el pueblo olvida pronto su indignación al enterarse que la novela será película. El cine llega al pueblo. Llegan los técnicos, los actores. Y los periodistas. Por unos minutos de fama todos olvidan la denuncia de sus agachadas y complicidades. Ahora sos una estrella”.

Una escuela literaria

Este libro habla de Antonio, sí, pero no sólo de él, sino también de su autor, del vínculo entre ambos, y de ese pliegue profundo que los unió: la literatura. El texto funciona así como una máquina de lectura y de crítica en el testimonio vivo de cómo un escritor se hace, con todo lo tormentoso que eso puede llegar a ser: “cuando decidí ser escritor sabía que no tenía por delante una vida fácil, decías. Me esperaban dificultades, penurias, el riesgo del hambre. No me importaba. Era joven. Estaba dispuesto a todo, pero nada me importaba, nada iba a detenerme”.

“Los libros sirven para romper la soledad”, escribe, en alguna otra parte, el autor de El pibe, quien afirma que es en el insomnio en donde suele encontrar “la palabra perdida, la frase fugitiva”, más allá de que recuerda que su amigo Antonio cultivaba una idea de la escritura como oficio, tal como ya hemos remarcado.

El libro, entonces, como construcción oficiosa, pero también, como esa otra tierra en donde los escritores (siempre extranjeros) podemos reconocernos (“escribir es averiguar, me decís. Te parafraseo: cada libro es un territorio a conquistar”. El autor de La lengua del malón da un paso más, y define el estilo de Dal Masetto como “literatura de la experiencia”. “Hay que observar a la naturaleza, me decías. Siempre enseñaba algo que uno por lo general ignora. Y que no tiene por qué saber. El secreto es que el lector se dé cuenta de eso sin que uno lo señale, me decís”.

Y más adelante agrega: “de hecho, la literatura que nos gusta se suele nutrir de la realidad así se trate de una novela de aventuras”. La literatura como aventura, entonces, y como conquista. Y como juego (un gran tablero sobre la mesa), en donde el escritor juega a ese juego que es escribir para encontrarse. “Quiere expresar otra cosa. No le convence decir lo que ya dijo. Aunque consiga decirlo bello y sublime, no le alcanza. Como el jugador, necesita seguir apostando”.

Aunque también, tal como aparece narrado en Antonio, la literatura puede ser “vicio absurdo”, una práctica que –se asume– puede que no pueda nada, o al menos que pueda hacer muy poco contra la injusticia, en un mundo en el que crece cada día la tendencia del “limitado valor de lo que hacemos”, pero que –sin embargo– se emprende igual, con obstinación.

“Entonces me pregunto en qué consiste la necesidad de escribir, este impulso”, escribe Saccomanno. Y como en una suerte de homenaje al maestro, y a sí mismo, y todos los que escribimos, remata: “no digo que la escritura sane, pero apuesto a que predispone la resistencia”.

Reseña de La verdadera vida (un mensaje a los jóvenes), de Alain Badiou // Mariano Pacheco

Libros para el cambio social

 

Ocho puntos a modo de recomendación de un libro que hace pensar, sentir e incita a la acción transformadora.

Por Mariano Pacheco (La luna con gatillo)

 En una cuidadísima edición de tapa dura, editorial Interzona publicó recientemente La verdadera vida (un mensaje a los jóvenes) de Alain Badiou, texto en el que el pensador francés de ochenta y nueve años vuelve a definir la tarea de la filosofía como una actividad para “corromper” a la juventud, a quien interpela a romper con la “falsa vida” para poder adentrarse en la aventura de conquistar la vida verdadera, en alianza con los más viejos, hoy descartados por una sociedad que no hace más que trazar continuamente una línea de “culto a la juventud”.

1 – ¿Qué es una verdadera vida?

Tal el tema y única pregunta de la filosofía, dice Badiou, quien define la misión del filósofo como la de “corromper a la juventud” (lejos del poder, el dinero y los placeres, esta corrupción sólo tiene por objeto mostrar a la juventud que hay algo superior a todo eso y que vale la pena ser experimentado). “Fundamentalmente, corromper a la juventud significa una sola cosa: tratar de hacer que la juventud no entre en los caminos trillados, que no sea simplemente consagrada a una obediencia a las costumbres de la ciudad, que pueda inventar algo, proponer otra orientación por lo que respecta a la verdadera vida”.

2 – ¿La vida verdadera está ausente?

Partiendo de la afirmación del poeta francés Rimbaud, Badiou destaca que la filosofía muestra que la verdadera vida no siempre está presente pero tampoco  -nunca- completamente ausente. La “vida falsa”, entonces, es lo que reduce la existencia a la lisa y llana satisfacción de las pulsiones inmediatas.

3 – Los enemigos de la verdadera vida

Badiou señala por lo menos dos:

En primer lugar la pasión por la vida inmediata, la que presenta un porvenir oscuro o invisible, una vida desprovista de significado.

En segundo lugar la pasión por el éxito, la que propone encontrar un buen lugar en el orden existente (régimen del proyecto eficaz, bien construido). “La vida se convierte entonces en la suma de las astucias para estar bien establecido”.

4 – El culto actual a la juventud

Badiou plantea que hoy en día atravesamos un momento histórico en el que se ha invertido el antiguo culto a los ancianos, a quienes se equiparaba con sabios. Y si bien en la práctica se concentra el poder en personas de mayor edad, la ideología de la época es juvenilista. Los viejos quieren permanecer jóvenes más que los jóvenes volverse adultos, señala el autor de El ser y el acontecimiento quien -para graficar lo que escribe- pone como ejemplo la frase “estar en forma”: sea haciendo gimnasia, realizándose cirugías estéticas o lo que fuera.

 

A diferencia de épocas anteriores, hoy ya no habría un momento de “iniciación” en la vida adulta (como antes lo era el servicio militar o el casamiento, y para el 90% de la población, el ingreso a la fábrica). Esta situación, por lo tanto, arroja a la juventud a una suerte de “adolescencia infinita” así como empuja a los adultos a una suerte de estado de “puerilización”, plenamente atado a una lógica de mercado. “El adulto se convierte en aquel que tiene un poco más de medios para comprar más juguetes de los que tiene el joven. La diferencia es más cuantitativa que cualitativa”, destaca Badiou.

5 – El reverso del culto juvenil

La misma sociedad que idealiza la situación juvenil es la misma que termina tomada por un miedo a la juventud, sobre todo a la juventud de los sectores populares. Se les teme, insiste el ex filósofo maoísta, por su errancia y desorientación (no se sabe qué es, y sobre todo, qué puede). De allí que una amplia franja de la juventud de las grandes ciudades sea considerada un grave problema. “La cantidad de leyes represivas, de prácticas policiales, de pequeñas encuestas, de procedimientos expresamente destinados a tratar ese miedo a la juventud es un síntoma totalmente considerable” insiste.

6 – La imposición de la lógica del dinero

La salida del mundo jerarquizado de la tradición no propuso una simbolización no jerárquica, arriesga Badiou quien sostiene que -ante esta situación de desorientación de la juventud- se nos propone al dinero como referente universal. Propuesta que se desarrolla por una doble vía. Por un lado, con la apología ilimitada del capitalismo y sus libertades vacías. Por otro lado, con el deseo reactivo de un retorno a la simbolización tradicional (jerárquica). ¿Qué hacer entonces?

7 – Una idea militante

El autor de Manifiesto por la filosofía propone tejer una alianza entre los más jóvenes y los más viejos. “Los más rebeldes de los menores de treinta y los más duros de los mayores de sesenta, contra los cuarentones y los cincuentones bien instalados” (¿qué haremos los que pasamos los treinta y no hemos llegado a los cuarenta? De eso no dice nada el filósofo contemporáneo).

8 – Una tarea en medio de la crisis

La tarea del mundo que vendrá será encontrar lo que podría ser una libertad creadora, afirmativa” sostiene Badiou, quien caracteriza el momento actual como el de una situación de crisis que sacude y destruye los últimos restos de la tradición pero sin dejar ver la vertiente positiva de esa crisis (libertad bajo el modo de ausencia de ciertas prohibiciones). Esta libertad consumista que nos atraviesa no parecería fijar ninguna orientación hacia una idea nueva de la verdadera vida. Nuevamente: ¿qué hacer entonces? El autor de El siglo insiste en la necesidad de emprender la tarea de invención de una nueva simbolización igualitaria (la convicción de la “idea comunista”, según la define) que se plante contra la rutina de lo simbólico “en el agua helada del cálculo capitalista”. Y finaliza con una interpelación directa a las y los jóvenes que lo lean, afirmando que si bien está aquello de lo que son capaces, también está aquello de lo que no saben todavía que son capaces, eso que define como “lo más importante”, a saber: lo que se descubre cuando se encuentra algo imprevisible.

Y remata: “Está lo que ustedes quieren construir; aquello de lo que son capaces, pero también los signos de aquello que los invita a partir, a ir más allá de lo que ustedes saben hacer, construir, instalar. El poder de la partida. Construir y partir. No hay contradicción entre ambos. Saber renunciar a lo que se construye porque algo distinto les hizo una señal en dirección a la vida verdadera”.

Con estas líneas hacemos esta recomendación de un libro que, entendemos, hace pensar, sentir y también, incita a la acción transformadora de lo dado.

 

Una conversación sobre Derrames II // Diego Sztulwark y Mariano Pacheco

Un curso de Gilles Deleuze, dictado en la Universidad de Vincennes entre noviembre de 1979 y marzo de 1980, es publicado en la Argentina por editorial Cactus, en su serie Clases, bajo el título:Derrames II: aparatos de Estado y axiomática capitalista.
Resulta complejo, un poco difícil reseñar un libro de más de cuatrocientas páginas, con tanta densidad conceptual en un bloque radial. Pero desde la trinchera radiofónica no queríamos limitarnos al comentario de blog, en palabra escrita, y quisimos traer ante nosotros, y nuestro oyentes, la palabra de quien consideramos uno de los grandes filósofos del siglo XX. Y de nuestro siglo, podríamos agregar siguiendo las pistas de su amigo y compañero de ruta Michel Foucault, quien supo arriesgar: “el siglo XXI será deleuziano”.
Estas clases, de algún modo, pueden funcionar como puerta de entrada y de salida de lectura de Mil mesetas, el segundo tomo deCapitalismo y esquizofrenia, uno de los cuatro libros escritos de conjunto entre Deleuze y Félix Guattari; particularmente de sus últimos tres capítulos, a saber: “Tratado de nomadología: la máquina de guerra”, «7.000 a. J.C: Aparato de captura” y “1440: lo liso y lo estriado”.
El libro muestra de algún modo cómo los cursos pueden funcionar no sólo como espacio de lecturas y debates sobre determinados temas sino también como lugar de experimentación, puesto que muchos de los temas que aparecen en los mencionados capítulos deMil mesetas son trabajados en estas clases de una manera mucho más extensa y profunda.
Para compartir una mirada sobre esta publicación compartimos un diálogo con Diego Sztulwark, quien visitará la provincia hoy viernes 24 de noviembre para presentar este libro, entre otras propuestas.
Fuente: https://lepondregatilloalaluna.blogspot.com.ar/

Componer un libro, hacerse una libertad // Mariano Pacheco

En su bloque  “Libros y Alpargatas”, “La luna con gatillo” realizó un repaso de la obra literaria Buda y Descartes. La tentación racional, el libro de Diego Sztulwark y Ariel Sicorsky recientemente publicado por editorial Cactus.
El libro bien podría llamarse Meditaciones. Meditaciones sobre el filósofo francés y el príncipe hindú, sobre el acto de escribir y los sentidos de investigar, y aún, de publicar un libro en estos tiempos. Sobre Descartes, lo que todos sabemos: su cogito ergo sum (“Pienso, luego existo”), sentó las bases del sujeto moderno de la filosofía. Buda, sus enseñanzas -en cambio- parecen estar en las antípodas: el despertar puede producirse en la medida que opera un des-centramiento. Sin embargo, el conocimiento, la pasión por el conocimiento, y la meditación, parecen ser los puntos de contactos entre estos dos hombres tan distantes en el tiempo, la geografía y las filosofías que de sus enseñanzas se desprenden. “El punto de contacto entre Buda y Descartes, lo que nos permite hablar de ellos conjuntamente, es la importancia que ambos atribuyen a la meditación, a la autofundación de la conciencia como acto de reflexión del saber sobre el agente del saber (de la conciencia sobre el ser conciente, del cógito sobre la duda metódica)”, escribe el pensador italiano Franco Berardi (“Bifo”), en las palabras de presentación de este libro recientemente publicado por editorial Cactus.
Sztulwark y Sicorsky llaman la atención acerca de este contrapunto y este aparente punto de contacto desde el inicio mismo de su libro. Mientras que Descartes parte al mundo para conocerlo, Buda realiza un viaje hacia sí mismo, también para llegar al conocimiento. Pero los autores reparan en una paradoja: que Descartes ingrese en un proceso de introspección para arribar a sus conclusiones racionalistas. “Considerar, como él mismo hace, que ese espinoso proceso es unameditación ¿no trastoca las imágenes idealizadas que de ella nos hacemos?” Y luego agregan: “la palabra meditación viene asociada con el ejercicio de la respiración y de poner la mente en blanco, y nunca con la revuelta racionalista contra la pasividad del sujeto”.
Como sea, no puede negarse que ambos, Descartes y Buda, proponen nuevos puntos de partida y crean nuevos modos de concebir el mundo. “En ambos casos la meditación se presenta como una práctica del trabajo sobre sí que apunta a reorganizar la relación entre sensibilidad y conocimiento”, insisten los autores, quienes visualizan en la “duda sistemática” cartesiana y en la interrogación hindú una resonancia a investigar respecto de la relación entre la duda y la pregunta por la ilusión.
¿Qué hay de esas resonancias? ¿De esa pulsión de saber sobre la no-ilusión en Buda, del deseo de meditación presente en la filosofía hoy expulsado del paradigma hegemónico en las ciencias y las lógicas académicas? ¿Qué hay del costado oníirico, erótico, religioso y secreto de Descartes? Estas y otras preguntas que incitan al inconformismo podrá encontrarse el lector en este libro, cuyos autores se declaran abiertamente ni busdistas ni cartesianos, aunque sí atravesados por un “placer de investigar” el “poder que el pensamiento radical tiene sobre la vida, cuando no se separa de ella queriendo gobernarla”.
Sztulwark y Sicorsky rescatan de Descartes la fuerza del deseo del yo, la posibilidad de hacer del pensamiento una instancia constructiva. Y de Buda su religión de la inmanencia, ese esfuerzo por contribuir a vivificar lo político, sencibilidad sin la cual -destacan los autores- “tal vez no sea posible tomar en serio ninguna de las propuestas de transformación que en nuestras sociedades se suceden sin eficacia alguna”. He ahí el núcleo político de estas lecturas que convidan Diego y Ariel, más allá de las posibilidades -o imposibilidades- de poner en serie estas filosofías, hay un deseo de problematización de nuestro mundo que no escapa a sus lecturas, su escritura, sus elucubraciones. “La crítica del liberalismo torna vigente la denuncia budista de la ilusión del yo que actúa sobre el mundo (aún del yo que intenta transformarlo)”. Y agregan: “sea por la vía de la risa o de lo serio, de la sustracción individual o de la constitución de máquinas colectivas de guerra, la meditación, tal vez desprovista del riguroso ceremonial de las escuelas (meditar combatiendo) se abre como un camino vital posible cuando la vida se nos escapa y ya no tenemos ninguna imagen que abrazar”.
Inmersos en medio de una globalización del capital exacerbada, mientras oriente se entrega a una movilización industrial, científica, política y militar que deja atrás sus antiguas maneras de hacer y de pensar, mientras el “culto de Asia” se expande por occidente como otro fetiche de los tantos que circulan entre las mercancías que inundan la totalidad de nuestras existencia, este nuevo libro de la editorial Cactus pone de manifiesto un profundo deseo por extraer de estas tradiciones algo nuevo.
Como sea, y tal como lo afirman sus autores, en este libro no se busca tanto una enseñanza filosófica que pueda desprenderse de estos maestros, sino un gesto: el de hacerse una libertad.

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