Anarquía Coronada

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Maradona

El mundo que se nos abre a partir del afecto // Valeriano

Esquivar el algoritmo, amarlo en silencio, rajar del entretenimiento, gozarlo sin capturarlo, desertar. Entenderlo sin tantas palabras, afectarse sin postearlo, respirar. Resucitar en Punta del Este para seguir equivocándose. Hacer un poco de silencio y que lo nombren los murales, las risas, los tatuajes, la noche, los sueños, las barricadas. Un recuerdo, algo acá en el pecho, cualquier gilada que nos de risa, el mundo que se nos abre a partir del afecto. Que el silencio amoroso se haga consigna y que no lo nombren los funcionarios corte ricotero, las tuiteras de moda, los académicos que hablan sobre su agudeza lingüística, las panelistas de sobre, los chetos que flashean fútbol. Que no lo usen como excusa, coartada, bandera, commodity. Que no digan su nombre, ni su apodo, ni su intensidad nunca más. Que nombrarlo no de inmunidad, ni fueros. Que no nos cuenten nada porque ya sabemos lo suficiente. No lo manchen, no hagan informes, no lo traduzcan. No hagan otra vez la autopsia de su cuerpo, de sus dichos, de su vida. No lo victimicen dejándolo inmóvil, pollo, objeto.  Que no sea ruido, mercancía, espectáculo, junta médica, opinión, llanto en cámara, sensibilidad de mercado. Que nadie más haga extractivismo de su cuerpo, de su manija, de nuestra memoria. 

Territorios maradonianos // Diego Valeriano

Existen territorios maradonianos. Nápoles, Bangladesh, unos rochos en una moto rompiendo la noche, las paredes de la cancha del Lobo, un enfrentamiento con la policía en París, un gesto cualquiera de desobediencia, un 15 en Cuartel V. Territorios colectivos, festivos, de lucha, a veces íntimos, a veces multitudinarios, a veces autodestructivos. Algo espiritual difícil de definir, casi místico. El furgón llegando a Flores, una astilla, un motín, una charla, un abrazo. La noche. 

En los territorios maradonianos no se habla de la guita que le sacaron, ni de herencias, ni de abogados, ni de ADN. No tele, no patrullero, no panelistas, no vigilantes. Ni masterchef, ni AFA. A veces ni se habla de él. Se lo festeja, se lo recuerda, se lo intuye. Si hay que perdonar algo, se perdona. ¿Quiénes somos para no hacerlo? Se brinda por él, se canta y se vuelve a brindar. Se toma y se grita su nombre. Territorios gilada, manija, milonga. 

Son territorios amorales cargados de gestos, códigos, cuerpos fiesta, desobediencias en la piel y palabras nuevas. Es todo lo que se arma y desarma alrededor de un mural, de una charla infinita de Palomar a Sol y Verde, de cualquier segundeo a una amiga. Momentos, lugares, espacios, afectos. Un estado de ánimo, las ganas de seguir, de plantarse y alguien que invoca desesperadamente su nombre en medio de una noche muy larga. 

Dos meses, un instante, toda nuestra pobre vida. Un territorio distinto, otra forma de ranchar, ranchando de la misma forma. Un nuevo territorio, una nueva época, un nuevo tiempo. Territorios maradonianos, nuevo suelo destituyente, necesario, festivo y vital. 

No nos alcanzan los brazos // Gustavo Varela

El fútbol es geometría: líneas rectas, semicírculos, rectángulos elevados, otros rectángulos planos. Geometría de grado cero, casi medieval. Sobre los elefantes que soportan la planicie, la incomodidad copernicana de la redondez. La pelota siempre sobra sobre lo que es plano. Porque es redonda y lo redondo es espectral, aterrador, nómade. Horror Vacui. Lo redondo gobierna sobre la recta; en la quietud lo que se mueve es superior porque introduce el tiempo.

Entonces el hombre juega. Aristocracia e ingenuidad a la vez. La condición del jugador se inscribe allí, como dominio temporal sobre el espacio.

No Maradona. Él no. Es tiempo, como todos, y a la vez espacialidad pura. La gambeta es amague temporal, es figurar un movimiento y hacer otro. Virtud de la máscara, engañar para seguir. Messi es puro tiempo, un gran simulador: es rápido, es sigiloso, parece un roedor o un karting. Va y viene, como el río de Heráclito; y si se multiplica, si está a la vez aquí y allá es porque atraviesa el límite y se hace tiempo puro sin representación. (Riquelme también es tiempo, pero de otro modo: detiene, frena, se hace una cavidad; todos siguen mientras él suspende el devenir. Es pesado, como un gordo sin barriga. Riquelme es el camión que estacionó Diego en Barrio Parque).

Maradona es más complejo. Es el hombre en la cancha y la cancha. Es toda la geometría posible. Es gambeta, amague, quiebre, velocidad, ritmo, premura.  Pero también habita el espacio como una extensión de sí mismo. Ve sin ver, dice alguien; y entonces ordena el campo a partir de la espacialidad de su cuerpo. La mano de dios es eso, los ojos cerrados, la espalda que sitúa al Shilton en su lugar de impotencia, el aire por encima del pelo. Y por encima del aire, un agujero al espacio: el brazo de Diego se agrega donde no hay nada, ni aire, ni arquero, ni tiempo para que la mano llegue. Es un boquete por el que se filtra el puño, un globo que emerge entre dos micrones. ¿Cuarta dimensión? No, tres dimensiones más uno.

Maradona. ¿Dónde está? Dice que en el segundo gol a los ingleses miraba a Valdano. La posibilidad del pase era la razón de su fuga, de su corrida. Trazó lo posible en medio de la necesidad: piernas que se cruzan, exactitud en la fuerza, ritmo ligero y condensación, bestialidad bretona y ansiedad de trinchera en los ingleses. El pase a Valdano se impuso como un espacio abierto; lo que podía ser desplazaba los cuerpos y los volvía torpes. La pelota, en el pie izquierdo, estaba entonces en otro lugar, allá, en el pecho de la sombra que corría a la par. Otra vez el vacío, otra vez el dominio del espacio por encima de la temporalidad del amague.

Ingresa al área y el hueco se agranda. El arquero tapa el pase, los defensores también. En los registros ingleses el gol se lo anotaron a Valdano. Aún hoy el bache persiste: ¿amnesia? No, inversión de planos.

La geometría que es el fútbol se hizo carne sólo en Maradona. El resto son emergencias ocasionales.

Diego no es dios, no es un genio, no es un caprichoso, no es un irreverente; no es barrilete ni jugador de fútbol. Diego es un artista, como Van Gogh, como Discépolo, como Nietzsche.  Es uno de aquellos que conjuga su existencia sólo en el presente, sin mediaciones, sin ninguna red de contención: el mundo entero se despliega cada vez sobre su cuerpo, “la cicatriz ajena” y la propia, todo a la vez. Sobre su piel se traza la vida de los otros, el cuerpo de los otros y entonces sabe sin ver: dónde estaba Valdano, dónde cada uno de los ingleses, dónde la pelota y dónde todas las posibilidades de un arquero que ya estaba en el suelo antes de ir al suelo.

Van Gogh elegía pintar en el medio del campo, entre los girasoles y los cuervos y sabía entonces que entre su cuadro y el mundo, entre el óleo y la realidad, no quedaba más distancia que la de su propia sensibilidad.  En el trazo del pincel estaba todo junto, el sol agrietado y su vida. En los pies del Diego lo mismo.

Es la ética del artista, no la del hombre común. Porque al artista todo lo expone, una risa o un tajo son la misma cosa. El presente puro es insoportable y entonces transfigura su malestar en obra. El hombre común vive en un universo ordenado, piensa en el mañana, se ampara debajo de los límites de una moral adecuada, cuida su lenguaje y sus acciones, juzga a los otros en nombre de su propia realidad. La vida del hombre común es angosta al lado de la vida del artista. Nietzsche caminaba ocho horas por día; Paganini podría ser hijo del demonio; Discépolo tenía sólo un sobretodo.

Un montón de señores “gordos”, los enjuiciadores de siempre, los que creen que la moral es una vaca que se ata, esos, viajan por el mundo y llegan con sus postales de los cuadros de Van Gogh traídas del Musée d’Orsay y dicen sentirse consternados ante tanta belleza. Algo saben del pintor y comentan dichosos parte de su biografía para enmarcar su arte en una experiencia sublime: “esto lo pintó antes de cortarse la oreja” –vociferan-; entonces sienten que algo más comprendieron del artista, que son cómplices de un mundo del que ellos están afuera. Mientras, a Maradona lo someten al tribunal de la razón cuando separan su obra y su vida. Y dicen: a mí me gusta el jugador, no el hombre. Nunca se ha repetido con tanta asiduidad una idea tan estúpida. Como si fuera posible descuartizar a un hombre con una navaja moral.

¿A quién le importa la cantidad de heroína que se inyectó Billy Holiday? ¿A quién la nariz del gordo Troilo? ¿A quién la desesperación de Eva Perón o la estupidez política de Piazzolla? Sólo a los que tienen “la indignidad de habar en nombre de otros”, a los que se creen dueños del tribunal.  Aquí tomamos partido: Pelé fue un administrador de consorcios y Mohamad Alí uno que se rió siempre.

En el arte no hay sanción, porque la vida y la obra son la misma cosa. En los pies del Diego van dos kilos de ubre y el Luigi Bosca con Seven up y el camión en Barrio Parque, y cada una de sus palabras inconvenientes y todas sus internaciones.  No dolor de víctima, sino de insomne, de ojos abiertos porque la vida se presenta sin puentes, de desesperación existencial, de ansiedad infinita porque “el instante es enorme”. El Diego es un hacedor de belleza, de pintura cinética, de música tonal cuando él mismo era la tónica.

No nos alcanzan los brazos para abrazarlo.

 

Fragmento del ensayo Fútbol, more geometrica demonstrata, publicado en el libro De pies a cabeza, ensayos de fútbol.

Río de Janeiro y la vía // Rubén Mira

Que es lo que exige una imagen gratuita, sin firma, de Maradona en la calle? Una pegatina porque sí, gigante, Diego joven, con la pelota en la cabeza. Una imagen encontrada un día oscuro, así nomas, un día de estos. Homenaje sin ambición artística, sin doble emotividad, sin firma. ¿Que exige? Casi nada. Exige un reconocimiento. Pero ese reconocimiento dispara inmediatamente una territorialización emotiva, simbólica, vital.

Para primera hipótesis sirve: la imagen Maradona, su imagen más que su nombre, mapean como nada el presente. Nos reparte, nos agrupa de un lado a otro. No a un lado u otro de una oposición, sino oponiendo a quienes quieren resolver el flujo vital en una oposición y los que aceptan habitar una fluctuante contradicción irresuelta, que se mueve para acá y para allá, según se vaya viviendo.

¿Cómo atrapar la rebeldía maradoneana impregnada de Versus de Versace? ¿Cómo pensar esa vitalidad generosa que se le va la mano hasta el castañazo femicida? ¿Cómo soportar una vez más el relato idiota de Víctor Hugo –barrilete, barrilete qué- mientras transcurre en el living el último capítulo de Intratables? Es hora de que nuestro maradonismo cuestione nuestros refugios políticos y no a la inversa. Segunda hipótesis: la opción pulsional maradoneana es irreductible a cualquier tipo de progresismo.

Ahora, ¿es esto lo que la imagen generosamente regalada por una pegatina anónima en Río de Janeiro y la vía levanta? ¿Es esto o es también otra cosa? Digo, en el espacio denso del presente nos estamos quedando sin palabras. Nuestro problema es, arriesgo, que nuestros discursos hablan a través de nosotros algo que no acertamos a querer ser. Ya se… ya se… siempre es así,.. pero ahora es una evidencia que nos pesa palabra por palabra. Y de pronto, aire fresco, sin palabras: reconocimiento.

Esa imagen te anda buscando, y cuando la encontraste, fuiste, la imagen se mete adentro tuyo. Pero no se queda ahí, vuelve y cuando vuelve se superpone a la imagen que te buscó y te encontró. La imagen de Diego ya no es Diego, es la imagen tuya. ¡Qué quilombo! Y no es arte. Ni es magia. Ni es religión. Sucede que la imagen juega entre. Entre, nunca en un término de una oposición. La imagen de Maradona, claro. No cualquier imagen testea, te pide definiciones libidinales, sensibles.

¿Como jugador todo bien? ¿Como tipo todo bien? ¿Maradona, el que vive jugando o el que juega para vivir? ¿Cuál es la verdadera naturaleza de la belleza y el valor exacto de la eficacia? Nada mejor que la disfunción maradoneana para ahondar en la discusión política de lo estético. Porque tal vez solo Maradona permite socavar todos los atributos del consenso para llevar la discusión a un terreno irracional y masivo, a una zona de definiciones casi inconscientes que mapea, para un lado y para el otro. ¿Se puede separar arte y vida? ¿Es lícito hacerlo? ¡Es posible pensar que la imagen Maradona no es además y también una imagen palabra y una imagen hecho?

Cuarta hipótesis: la eficacia maradoneana es eficacia poética. Diego, consciente de que el trabajo con el lenguaje debe violentar lo previsible para decir. Diego diciendo. ¿Qué es mejor, el gol con la mano a los ingleses o la mano de Dios? ¿Que es más doloroso, el doping positivo o me cortaron las piernas? Diego que provoca con la frase inolvidable, pero también Diego que balbucea.  Diego que en ese casi ni poder hablar, dice. Frase genial o farragoso arrastre casi indescifrable, es lo mismo. Pura eficacia de Diego en la palabra, ligada al hecho, ligada al fútbol. ¿Diego poeta o diego loco pasado? ¿Diego porque lo dice Diego o Diego por lo que dice? Fraseo… fraseo maradoneano que la imagen agita, como si lejos, una hinchada… no?

Y ahí esta Diego, che, en la pegatina, cerca de la vía, joven, hermoso, casi Pelusa, con la pelota en la cabeza, en perfecto equilibrio. Pero también lo queremos en pelotas en un sauna chino, gordo como chancho con el pelo teñido de rubio, lo queremos con Menem y con De la Rúa? ¿Lo queremos vestido a Luis quince en la revista caras, hinchado de merca y tirado en un sanatorio pedorro de Punta del Eeste? Diego, antes de internarse, comiendo pizza y mirando el partido y dándose con un tubo de oxígeno para poder seguir mirando el partido y dándole a la fugazzeta. ¿Lo queremos también? Con la pelota en la cabeza es fácil he! Eros y Tánatos en versión Villa Fiorito, che.

Che, digo, porque acá va la quinta hipótesis: diego es nuestro mejor antídoto contra la gramática del ejemplo, nuestro vacuna contra el virus guevarista. ¿Puede, amigos, el héroe contaminado por el mundo ser la línea de fuga del hombre nuevo?

Maradona, Maradona, Maradona. Ni siquiera nombre, ni siquiera apellido. Imagen suelta en un cruce en Caballito, imagen haciendo desastre en la matrix del ser nacional y del presente. ¿Nuestro Neo? ¿Nuestro minotauro? ¡Ay, si no fuera por la imagen! Ay si no fuera por alguien que por ahí se le ocurrió regalarla y regalársela! ¿Podría haber sobrevivido aquel día oscuro? ¿A uno de estos días? ¿Podría haber llegado hasta hoy sin desesperar más que Baudelaire en Bélgica?

Hay belleza, hay felicidad, hay desobediencia, hay deseo de destitución y formas de construir otros mundos… hay Maradona para redefinir lo que significa hoy, hoy mismo, ya, cada una de esas palabras. Porque hoy por hoy, casi que sin Diego no significan nada. No exagero, no, Así de urgente es el trabajo de volver a hablar. Nos agarramos de lo que podemos. Yo vi a Diego en Rio de Janeiro y la vía. El aire se volvió más respirable. Casi pude balbucear.

 

Te quiero, Diego // Agustín Jerónimo Valle

1.- El Diego no puede caminar, parece. Necesita bastón. Le duele, se encorva hacia adelante como sacando el culo pa’trás, como si así pesara menos el cuerpo sobre sus piernas, como si así sus rodillas se olvidaran. Ahí está. En un capítulo nuevo de su vida; hombre de tantas, tantas vidas. En algún momento quizá muera. No lo sabemos, no puede saberse. “Todos los hombres son mortales” es un juicio categórico no deducido, sino inducido: los que estamos vivos quizá seamos los primeros inmortales. Sobre todo Diego. Pero por si acaso, por si algún día muere, hay que pensar. Pensar y entender, antes de eso, por qué lo amamos; por qué Maradona es Maradona.

Porque además, en las valoraciones que se hacen de Diego, se juegan disputas culturales de relevancia cierta. No es lo mismo.

Maradona es el orgullo; es la mayor concentración de orgullo en un cuerpo que han dado estas pampas. Su cara, por ejemplo, en la formación antes de aquel partido contra Bélgica: con ese hambre se morfa el mundo. También curtió el bochorno. Es que claro: No se puede dimensionar la altura sin conocer la bajeza.

2.- Necios quienes festejan “al jugador” fustigando a “la persona”. Hay unidad entre vida y juego, inseparabilidad entre juego y vida, modo de jugar y modo de vivir. Sostener que “como jugador sí, pero como persona, un desastre” es la definición de la estupidez en Argentina.

Hay una misma irreverencia, un mismo atrevimiento, una misma intuición, una cierta autonomía, una misma interpidez en su modo de jugar y su modo de vivir. Esto es muy evidente.

Es un gran reactivo Maradona: allí donde lo ponés, hace saltar a quienes son de derecha. Esto es una idea de Rubén Mira. Siempre el de derecha salta anti maradonianamente; de derecha existencial. Los ortibas y gorrudos. Porque detrás de ese juicio que busca separar jugador de ciudadano, hay dos operaciones morales: una, se lo manda a laburar. Sí, dicen, es bueno en su trabajo, haciendo su gracia. Dos, llamado al orden: genialidad en la cancha, y luego a acatar. Eso pretenden. A trabajar y después obedecer. Operaciones morales de cuño clasista: lo que no toleran los anti es que el Diego sea nacido pobre y haga lo que quiera en primera plana, que sea un hijo de la población postergada,  y se comporte con mayor rapidez que cualquiera. Un villero sin sumisión, un atrevido, eso odian los anti.

3.- Maradona es el principal frasista de la cultura argentina. El mejor creador de frases de la cultura popular argentina; nadie creó tantas frases devenidas patrimonio popular como él. Ningún escritor, ningún político, ningún músico (quizá el Indio Solari y Juan Perón sean los que le siguen, pensando en el último medio siglo), ningún publicista. Un creador masivo de lemas.

O sea: el mejor jugador de fútbol de la historia, además tuvo una vida de fiestero fuerte (lo cual ya de por sí es un plan de vida deseable para mucha gente), y además es el mayor frasista de la cultura popular argentina. Cantidad de vidas tiene Diego.   

La esfera es la forma perfecta. Y Diego es el que mejor la entendió. El tipo más cercano a la forma perfecta. Y también es, Diego, el hombre más gifeable de la cultura argentina; se vio en Rusia su genialidad para la dramaturgia pública: imposible no mirarlo. No hay cuerpo tan propiciante de gif’s e imágenes polisémicas. Maradona entiende los lenguajes: objetuales, corporales, verbales. Entiende los lenguajes, y es mejor que nadie. Su genialidad es de orden lingüístico. Una genialidad cinético-cognitiva.

4.-Dice Gustavo Varela que Diego tiene el campo de juego plegado en el cuerpo. Por eso sabe siempre dónde están los compañeros, los rivales, las zonas de libertad. Diego es un cartógrafo nato. Cartógrafo instintivo. De inmediato arma mapa de dónde están los malos, dónde están los nuestros, dónde está el premio. Porque es un cartógrafo del conflicto, asume  siempre la premisa del asedio, de que hay algunos que lo quieren cagar a patadas, asume la urgencia y también que siempre se puede tener un golpe de suerte, por dónde la ponemos nosotros. Y en el conflicto, Diego tiendea enfrentarse al poder, a los peores poderes. Tiende. Hay pocos “famosos” que hagan eso. Los famosos en general adhieren al statu quo, porque han triunfado y saben que el éxito siempre es el éxito de las reglas. Es que Diego no tuvo éxito, Diego ganó. Diego ganó y no por eso dejó de pelear contra la FIFA, contra Macri… Mil veces pifió, y en parte es porque nunca adhiere sin más al viento dominante; siempre tiene una cuota de autonomía.

5.- Autonomía de lo que el cuerpo puede: puede cinéticamente, verbalmente, dramáticamente, políticamente. Hace algo menos de dos años llegó a las pantallas hogareñas argentinas un videito desde Dubai: en una cinta de correr, transpira Diego Maradona. Toca el panel para reducir la velocidad de la carrera, y pone música: suena un acordeón festivo, “nuevamente, con ustedes, Looooos Palmeeeras!”, y Diego, enfundado en una camperita de lycra brillosa y estridente, continúa siguiendo el mandato monocorde de la cinta, solo que comienza a agregarle variaciones al movimiento, haciendo con el cuerpo los dibujos de la música. Empieza a alternar pasitos más cortos y más rápidos, más largos y más lentos, sacude las manos como maracas, se las arregla para trazarle curvas y vaivenes al suelo negro e incansable del aparato. Convierte la determinación programada en una mera condición sobre la que el cuerpo, con la verdad inmediata de su intuición cinética, impone su propia melodía. De pronto parece que la cinta misma baila bajo los pies del Diego. Es palmario, evidente, que improvisa todo, que todo es un diálogo entre cuerpo y música; como si la música mediante su alma rigiera la materia. La máquina es lo que Diego la hace ser. Belleza inalienable de ese cuerpo. Baila fluidificando al aparato; es el extremo opuesto del baile aparato del gato presidente. Diego baila y expone por contraste lo inerte, la medianía y la vileza de la normalidad generalizada. Diego es un bailarín, siempre lo fue: baila el conflicto con pelota. Diego enseña que la belleza es una dimensión interior al conflicto. Así nos sacó campeones del mundo.

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