Anarquía Coronada

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Machismo

Con mis hijos no te metas // Gabriela Mendoza y Luli Chiovoloni

Miércoles a la mañana, viajamos en el furgón del tren sarmiento desde Haedo hacia Capital. Apoyadas sobre las bicis y abrazadas, entre chiste y risas nos besamos. Hasta ese entonces estamos describiendo un viaje más de los tantos que ya tenemos encima en ese tren y particularmente en el furgón. Hasta ese entonces, porque lo que pasó después nos plantó en una de las más crudas realidades por las que atravesamos lxs lesbianxs: el lesboodio.


En un intento por contextualizar lo más posible y también para hacernos ver a quienes actuamos allí y a nuestras reacciones como síntomas de un problema soslayado: no que no nos odien o no puedan entender que dos personas por fuera de la heteronormalidad quieran estar juntxs, sino que a ese odio y a esa incomprensión (llamémoslo así hasta encontrar un calificativo mejor), se le suma la fabricación de infelicidad y carencias que promueve el capitalismo y que el neoliberalismo se encarga de profundizar. Nos detenemos en el lugar mismo donde tuvo lugar la escena de odio: el furgón.


El furgón es un espacio específico dentro del tren. El del Sarmiento en particular, se caracteriza por ser bastante bardo. Es el espacio en el que transitamos les ciclistas, las mamás con niñes, cartonerxs, trabajadorxs de todas las edades y profesiones, migrantes y también (y entre otrxs) chongos horribles y muchas veces coincidimos todes ahí, porque todo se mezcla. Es mucho tiempo viajando, entonces se lo habita: se come, se duerme, se toma, se juega a las cartas, se habla por teléfono, se llora, se lee, se pelea, se consume.

Desde la tragedia de Once, en febrero de 2012, el tren sufrió muchos cambios. La reforma del furgón fue dirigida: de un vagón completo paso a ser un cuarto -o menos- y de tener nula vigilancia pasó a ser el foco de todos los controles. Y en un proceso que duró muchos meses, incluyendo la cancelación del servicio después de las 22 hs. para volver hacia el oeste, lograron normalizar los comportamientos de lxs usuarios a través del control/seguridad mediante cámaras y un disciplinamiento estricto: una vez llegadas las nuevas formaciones, por ejemplo, empezamos a respetar las filas para subir una vez que llegaba la formación a Once o que una vez abierta una latita de cerveza nos hablen directamente por altoparlantes para que la tiremos -voz que podían oir todes les viajeres- y que además cuenta con la ayuda policial, siempre presente y en gran número para este tipo de eventos.

Que el tren volviera significaba mucho para quienes viajamos, porque es el acceso más barato y rápido hacia capital, que es donde todo sucede, desde las fiestas, hasta los trabajos, pasando por las cursadas nocturnas o todo eso junto. Tal vez por eso no nos quejamos mucho, ni notamos las nuevas reglas.

Quien alguna vez haya presenciado una discusión o pelea en el tren, sabe que enseguida suelen dividirse en dos las posiciones de lxs pasajerxs, generalmente a favor y en contra y algunx que otrx un tanto indeciso, pero es muy probable que un problema que se desarrolla entre dos o más personas enseguida se vuelva un problema común, donde cualquiera puede opinar y efectivamente opina. Rebaten o apoyan argumentos de las partes involucradas y, a su vez, agregan nuevos temas a la discusión.

Lo que nos pasó puntualmente fue que una mañana viajando, entre risas y besos, se nos acerca una mujer un poco más grande que nosotras, parecida a nosotras, ergo, una aliada; pensamos que venía a advertirnos de alguna situación (por ejemplo, muchachos que estaban más al fondo)… Error, la mujer se acerca y, en un tono que hasta se podría decir “pedagógico”, le dice al oído a una: «Todo bien con ustedes, pero están mis hijos y todavía son muy chiquitos para entender algunas cosas que yo no les expliqué todavía porque son chiquitos».


Los discursos de odio aparecen así, solapados. De nuestra experiencia de trabajo con niñes podemos afirmar que cuando se presenta una escena de besos, la mayoría de las veces, tiene importancia igual a cero para elles ya sean heteros u homosexuales. Si quizá algo les llama la atención, al poquísimo tiempo ya están de nuevo inmersos en sus juegos, que es lo que realmente les importa, y si no, lo que realmente les debería importar.

Así mismo y continuando con los besos como tema, notamos que besarse entre personas del mismo género, o de géneros “dudosos” parecen habilitar la palabra y la conversación de todos y todas: nos hablan de la nada, como si tuviéramos que responder dada nuestra “condición” para validar nuestro aspecto o mejorar la impresión que causamos. Pareciera que ser lesbianx -por ejemplo- nos inhabilitara para cualquier otra transgresión: tenemos que dejar que nos cuelguen la bici en el furgón sin chistar -como si no pudiéramos hacer algo tan básico-, tenemos que responder con pedagogía frente a las “buenas maneras” del resto, aunque el contenido de lo que digan sea de odio.  Tal vez por eso, ante esta agresión no fuimos capaces del todo de replicar con argumentos de los que sí estamos convencidas realmente. Tuvimos que apelar a la tolerancia y al amor, cuando en realidad nuestras discusiones ya pasaron esas instancias. Pareciera que tenemos que educar desde el amor y el respeto al otrx odiante, porque no es “normal” que nos vean en la calle y nosotras, al fin y al cabo, estamos acostumbradas a que nos falte ese “respeto”.

Premisas que nos quedan: ¿cómo hacernos entender por fuera de nuestros círculos militantes y de formación?

 


“A mí me dan asco”


Eso aportó a la discusión una señora que estaba al lado nuestro: se refirió a nosotras por medio del asco. El asco, según el diccionario, es la denominación de la emoción de fuerte desagrado y disgusto hacia sustancias y objetos como la orina, como determinados alimentos, excrementos, materiales orgánicos pútridos o sus olores. A diferencia de otras formas menores de rechazo, el asco se expresa mediante violentas reacciones corporales como náuseas, vómitos, sudores, descenso de la presión sanguínea e incluso el desmayo.

¿A qué fluidos nuestros le teme esta señora? (Y no hablamos únicamente de vulvas) ¿Qué fluidos propios le dan asco? ¿Cuál es el imaginario de esta señora sobre nuestra sexualidad? ¿Qué puede un beso?

Con estas preguntas nos estamos cuestionando cuál es el trasfondo de una sensación tan visceral. Estamos seguras que el asco no se maneja tan conscientemente, que es necesario poder discutir previamente sobre toda la sexualidad, pero que, sobre todo, es indispensable una experiencia corporal liberadora que habilite nuestras sensaciones. Esa experiencia no podemos transmitirla con palabras, ni obligar a nadie a tenerlas. Lo que sí sabemos, es que no podemos manejar su asco, y probablemente ella tampoco pueda, pero tampoco permitir que se manifieste así sobre nuestros cuerpos y experiencias.

 

“Estaban franeleando”

 

Ya escuchamos esto en muchos otros relatos parecidos. Cuando los argumentos ya no pueden explicar el odio, la excusa es siempre que nos estamos zarpando. No creemos necesario detallar el modo en que nos besábamos, pero sí exponer que siempre un beso disidente es leído como franelero. Estamos seguras que frente a nuestros besos, la primer imagen desconcertante es sobre cómo garchamos, podemos intuir entonces que la franela se sitúa por fuera de nosotras y que aparece entonces únicamente en el imaginario de quien mira. .

He aquí otra cosa más de la que no vamos a hacernos cargo.


“Si seguimos así, en 2050 somos Sodoma y Gomorra”

 

Cuando escuchamos eso nos reímos mucho porque nos estaban demostrando que les resulta difícil, por no decir imposible, distinguir las particularidades de la sexualidad lesbiana, o bien, que el universal que puede describir todas las transgresiones sexuales es acerca de varones vinculándose con otros varones. Estamos seguras que se trata también de una disidencia, al tiempo que nos preguntamos por qué es tan difícil imaginar otras múltiples corporalidades ejerciendo su sexualidad por fuera de la heteronorma.

Ya no nos alcanza con visibilizar la homosexualidad como un conjunto cerrado e inamovible de prácticas específicas, que puede regularse nuevamente como la heterosexualidad. También queremos que todo aquello que escape a cualquier intento de normalización pueda ser imaginado y respetado (otra vez, nos parece casi ridículo tener que apelar al respeto).


A mis hijos no les hables”

 

Miramos a les niñes en cuestión. Nos miraban sí, pero más alterados por los gritos de sus “padres” que por nuestros besos y era evidente que les interesaba mucho más la pantalla del celular que el entorno. Les dijimos que estaba bien, que nosotras podíamos besarnos y que eso no era un problema. La interacción con les niñes hizo que irrumpiera en la escena el marido de esta señora totalmente sacado porque les hablábamos a sus hijes. Después de todo, quizá sí crean que intervienen en favor de elles y no por odio propio. Lo interesante de esta situación y el elemento a destruir se nos aparece entonces como nuestros propios límites, ya que inmediatamente dejamos de hablarles. Por un momento nos creímos que a sus hijes no teníamos que hablarles. Lo cierto es que con sus hijes sí nos debemos meter. No solamente porque no son suyos, sino porque nos es imposible no hacerlo. Las tortas somos educadorxs, maestrxs, profesorxs, entre un montón de otras cosas, y es nuestra obligación meternos con elles. Pero y por sobre todo porque habitamos, les guste o no, el mismo espacio y porque tenemos que poder besarnos libremente.


“Tengo 30 años de furgón”

 

La medición de la hombría en el tren puede reducirse a la cantidad de tiempo transitado en el furgón. De esta manera, se establece una jerarquía, en donde cuanto mayor sea ese tiempo, mayor es la autoridad para decidir qué puede suceder y qué no en este espacio.

Quien posea esa acumulación de tiempo, es quien va a decidir si tenemos que bajarnos o estamos perdonadas, siempre que nos mantengamos en los bordes establecidos. En nuestro tiempo transitado en el furgón vimos muchas cosas que pasaron desapercibidas: tipos tomando merca frente a pibites, nenas acompañando adultos de maneras sospechosas y también varones maltratando a sus parejas. Pareciera que hay una regla implícita dentro de este espacio de tránsito que regula en forma evidente lo que por fuera se regula de forma oculta.
Nos preguntamos ¿qué hace que este tipo en sus 30 años de transitar el mismo espacio bajo las mismas condiciones nos mire a nosotras y no pueda mirarse a sí mismo? ¿Qué tipo de carencias se evidencian y cuáles no?


La importancia de saltar

 

Frente a otras situaciones que leímos alguna vez como injustas, hemos discutido entre nosotras sobre la importancia de reaccionar. Hablamos acá de la reacción como la capacidad de posicionarse frente a una escena que se da en lo público y poder manifestarnos.

Hacia el final de nuestro recorrido, lloramos mucho, frente a todo el furgón. Lo evitamos cuanto pudimos y no aguantamos esa angustia. A la noche, hablando de esto, nos debatimos entre nuestra flojera por no aguantar el llanto y a la vez concluimos que, en definitiva, fue lo único vivo que nos pasó.

Entre quienes se posicionaron en nuestra defensa estaban una piba con pañuelo verde y naranja, ambos colgados de su mochila, un pibe con visera, otra piba, un tipo que declaró ser padre. Creemos que de alguna manera lloramos por las agresiones, y también, por quienes saltaron por nosotras. Lloramos mucho y con mucho ruido, porque no pudimos más que eso en un momento dado. Esos otros fluidos no daban tanto asco. Concluimos también que nosotras no tenemos que hacer absolutamente nada. Ni tenemos que educar, ni amarnos para besarnos, ni apelar a las propias experiencias de lxs odiantes para que nos respeten. No queremos siquiera respeto: déjennos ser.

Creemos que nunca más vamos a quedarnos calladas.


*Este escrito es una urgencia, con lo cual estamos incurriendo seguramente en errores ya sea por olvidos o ignorancia. Ojalá nadie se sienta zarpadx al leerlo. Nosotras tampoco entendemos nada.

Diana Maffía. «El Estado infantiliza a las mujeres» // Aldana Huilén Ceijas

Tuvieron que pasar 30 años de militancia feminista para que Diana Maffía llegara a ver un sueño hecho realidad: cuadras repletas de pañuelos verdes y el debate de la Interrupción Voluntaria del Embarazo impuesto en los medios, en la calle y en el Poder Legislativo. Ya celebra el momento histórico, porque asegura que “hay algo que no vuelve atrás, una convicción de ciudadanía que construimos de forma colectiva, una afirmación de cada persona gestante acerca de su derecho”. Para ella, lo que antes era una utopía, hoy son los vientos de época protagonizados por “diversos feminismos populares y la irrupción generacional de feministas muy jóvenes, que le han puesto otras características al movimiento”.

Maffía es Doctora en Filosofía y Directora del Observatorio de Género en la Justicia, que depende del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires. Es docente de grado y posgrado en universidades nacionales e internacionales y fundó la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología. Como legisladora porteña por el ARI, entre el 2007 y el 2011, convocó a Lohana Berkins para ser parte de su gabinete, lo que convirtió a la referente del movimiento LGBT+ en la primera travesti con un cargo en el Estado.

Su camino en el feminismo está ligado a su trabajo en materia de Derechos Humanos y denunció el machismo en los organismos que los promovieron desde la última dictadura cívica, eclesiástica y militar: “Cuando se desarrolló el Juicio a la Junta, por ejemplo, no se permitió que las mujeres testimoniaran sobre los delitos sexuales en los campos de concentración, como si fueran parte de una cuestión privada e individual y no colectiva y pública”. Y añadió que “ahora hay un surgimiento de una memoria individual y colectiva de mujeres, que nos revela muchísimas violencias que no habían sido consideradas violaciones a los Derechos Humanos”.

En esta entrevista con Revista Zoom, analizó el debate parlamentario, el rol del Gobierno nacional en el avance del proyecto de ley y lo que llama “el florecer del feminismo”.

Las niñas eternas

“Le temen a que la mujer pueda abortar sin alegar razones, sin dar explicaciones a un tercero, porque hay una enorme desconfianza sobre la autonomía y la racionalidad de las mujeres”, reflexionó Maffía después de seguir de cerca las audiencias públicas y los debates en Diputados y Senadores. “(El Estado) no nos considera sujetos de derecho y, por lo tanto, piensa que, si se nos da un aborto a libre demanda y sin causales que puedan evaluar ellos, nuestra decisión va a ser arbitraria y no basada en razones”, agregó. El problema, según su análisis, está en la “tutela paternalista” del Estado, que “infantiliza a las mujeres, nos considera menores de edad perpetuas. El proyecto de ley va a garantizar la autonomía de la mujer, que es el verdadero problema político; y no el aborto en sí, que va a seguir existiendo con o sin Ley”.

En el año 2012, cuando acompañó la lucha por la sanción de la Ley de Identidad de Género (26.743), advirtió un problema similar: antes, el cambio de género era asignado luego de un peritaje psiquiátrico. A menudo, a las personas transexuales o transgénero se las evaluaba enfermas, bajo la etiqueta de “disforia de género”. “El género se determinaba en tercera persona, era una decisión del sistema médico avalada por la Justicia. Además, en este caso, el ´desajuste´ era patologizado. Con la Ley, la única autoridad sobre género pasó a ser la persona misma”, explicó. Y arremetió: “Si las mujeres fuésemos plenas ciudadanas, debería pasar lo mismo y deberíamos tener el derecho a decidir”.

Sin embargo, la filósofa advirtió que el Estado no debería permanecer ausente o indiferente en lo que respecta a la planificación familiar, sino que la tarea pasaría por redefinir su rol. “El Estado debe responder a la demanda y amparar los planes de vida posibles. Si una mujer decide tener un hijo, el Estado debe garantizar un parto humanizado, la atención del embarazo, del puerperio, de la lactancia y todo lo que corresponde a la gestación. Y si decide no tenerlo, debe garantiza el acceso al aborto legal y gratuito y a la provisión de anticonceptivos. La decisión de qué plan seguir corresponde a la persona gestante”.

Cabeza a cabeza en el Senado

A grandes rasgos, las posturas en el Senado se dividieron en cuatro: los indecisos; los llamados “verde claro”, que son los que apoyaron el proyecto de ley pero con modificaciones; los que estában a favor del texto tal como había llegado desde Diputados y aquellos que estuvieron en contra.

De todas formas, Diana Maffía se siente victoriosa. Está convencida de que el debate que se implantó a nivel social es irreversible y que la futura presentación será debatida en otros términos y con un movimiento feminista muy nutrido. “El Monseñor Angeleli decía que tenía un oído en la Biblia y otro en el pueblo. Tomo sus palabras y reformulo: los legisladores tienen que tener un oído en la Constitución y en los Derechos Humanos y el otro, en el pueblo. No pueden tener un oído en la Biblia, porque esto es inapropiado en un país laico”, opinó.

La doctora considera que hubo un “tratamiento indebido del contenido de la ley” en las audiencias públicas y que el plazo para limitar la práctica del aborto –que en el dictamen presentado intentó bajarse de 14 a 12 semanas- no tiene sentido. “El Código Penal, que tiene 100 años y fue redactado por hombres exclusivamente, no impone plazos, sino que sólo habla de cuáles son las motivaciones por las cuales se pueden practicar abortos no punibles. Y es razonable, porque el plazo cambia a medida que avanza la tecnología. Hasta hace 15 o 20 años, a los 6 meses y medio, el embrión tenía sobrevida fuera del vientre materno. Actualmente, la tiene a los 5 meses y medio. De la misma manera avanza la neonatología y la tecnología de la fecundación in vitro”.

Además, consideró que el Gobierno nacional tuvo un rol fundamental al habilitar el debate parlamentario, a pesar de que sus principales funcionarios estén en contra y de que la vice-presidenta Gabriela Michetti, que preside la Cámara de Senadores, rechaza el proyecto. “Casi todos los avances que logramos las mujeres, como el Voto Femenino o la Paridad de Género en listas, fueron avances oportunistas de diferentes gobiernos. Este también lo es, pero el derecho se adquiere igual. Durante 8 años en un Gobierno presuntamente progresista y a cargo de una mujer, no lo logramos”, denunció la filósofa.

La primavera feminista

“Yo creo que el feminismo floreció. Eso es lo que se vio en las vigilias”, aseguró Maffía. Consideró que un factor central en el crecimiento de las organizaciones feministas fue la conformación de diversos modos de activismos o “feminismos populares”, a menudo ligados a organizaciones sociales y políticas que abarcan muchas demandas y no sólo las relacionadas al género. “No hay sólo un movimiento académico, de profesionales que leyeron 18 libros y entonces se recibieron de feministas”, aclara.

Consultada sobre la participación masiva de la juventud, aseguró que el feminismo vive una “irrupción generacional” y que las feministas jóvenes trajeron nuevas características al movimiento, como el activismo corporal, la puesta en la calle, la performatividad y, sobre todo, el rol central de las redes sociales y las nuevas formas de comunicar la política.

“El desarrollo de esa juventud feminista no depende de quienes venimos militando hace años, sino que es totalmente autónomo, tiene una nueva dinámica. Es un resultado tan inesperado después de tanto tiempo. Es como si se hubiera plantado una semilla que tardó mucho en florecer y que, de golpe, florece con todo. Permite que las de mi generación nos retiremos en paz. Me maravilla y, para mí, es una expansión del corazón”, concluyó.

Aldana Huilén Ceijas // Revista Zoom

Morir mil veces: 10 lecturas para abordar el femicidio en la literatura // Dolores Reyes

Dolores Reyes eligió para Revista Sonambula diez novelas, cuentos o libros de no ficción que abordan la problemática del femicidio, algunos incluso mucho antes de que se difundiera el uso de la palabra. De Jorge Luis Borges a Roberto Bolaño, pasando por Juan José Saer, Jorge Barón Biza y Gabriela Cabezón Cámara entre otros y otras.

 

Busco las horas.

De acuerdo con la fecha, un femicidio cada 30 horas, cada 20, cada 26…los travesticidios, en ascenso.

Busco las horas y las noticias no parecen ponerse de acuerdo.

En todo caso, las mujeres asesinadas, desaparecidas, quemadas o desfiguradas pueden encontrarse no sólo en la sección de policiales sino también, mucho antes de que comenzáramos a hablar de violencia de género y femicidios, en nuestro relatos, en nuestras letras de tango, en nuestros poemas, en eso que llamamos literatura. Y buscan la hora de ser escuchadas.

Proponemos a continuación una lista con 10 libros que abordan la problemática del asesinato de mujeres por el sólo hecho de su condición de ser mujeres. Seguramente sea arbitraria e incompleta -en la Argentina también las travestis vienen padeciendo asesinatos extremadamente crueles e impunes- pero son 10 excelentes textos para entender la trayectoria de la violencia de género que engloba, mutila y mata a todo aquel cuerpo que ejerza el rol femenino.

El transfondo común a estos libros: una policía que no sólo no protege a las ciudadanas sino que muchas veces es participe de la violencia y el lucro desatado contra sus cuerpos, las mujeres como grupo social desvalido y abandonado ante la indiferencia, las familias de las chicas desamparadas en su búsquedas, las múltiples relaciones entre femicidio y poder político.

Busco las horas para que esto se acabe para siempre…

 

1- “La intrusa”, de Jorge Luis Borges

Publicado por primera en El informe de Brodie (1970), el cuento “La intrusa”, de acuerdo al relato que uno de los hermanos realiza durante el entierro del otro, narra la historia de Cristian y Eduardo Nilsen, que viven juntos, y de la llegada de una mujer, introducida al hogar por uno de ambos, Juliana Burgos “no mal parecida, de tez morena y ojos rasgados”.

Los Nilsen, descendientes de irlandeses o dinamarqueses “altos, de melena rojiza, apodados los Colorados”, eran, dice el relato, muy criollos, tanto en sus conductas como en sus costumbres. Un día, Cristián le ofrece a Eduardo “compartir” a la muchacha; otro día la propuesta será venderla a un prostíbulo de Morón. No hay solución posible al deseo de posesión: se descubren ambos hermanos pagando por el cuerpo de la muchacha y deciden volver a traerla de vuelta a su rancho.

Como en la sociedad actual, el relato pone de relieve que la solución final que encuentran los hombres es asesinar a la mujer, sin darle ni siquiera un entierro: “A trabajar hermano. Después nos ayudaran los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con sus pilchas. Ya no hará más perjuicios. Se abrazaron casi llorando. Ahora los ataba otro vínculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla”.

2- Racimo, de Diego Zúñiga

Publicada en 2014, Racimo aborda la desaparición de niñas en Alto Hospicio, localidad al norte de Chile. El lugar geográfico es relevante porque Alto Hospicio se presenta como un lugar perdido, levantado junto a basureros clandestinos. La vida de las niñas y adolescentes se desarrolla en este espacio marginal y extremadamente pobre, en done los adultos están alienados por las condiciones de trabajo y exclusión. Es aquí cuando la trama se complejiza. Torres Leiva se encuentra con una de las chicas que, moribunda, vaga por el desierto y la lleva hasta un hospital.

Es significativo que en la novela de Zúñiga, los hombres poseen nombre y apellido, mientras que los personajes femeninos sólo nombre de pila, una manera de comenzar a hacerse invisible.

Hace unos años, en la Feria del Libro de Bs As., Diego estaba de invitado en una mesa sobre femicidio y literatura. Un periodista le preguntó si la literatura alcanzaba para tratar este problema y Zúñiga dijo que no, que no era suficiente pero añadió: -Yo vine a plantar una bandera, desde aquí, plantar una bandera en contra de los femicidios.

3- Cicatrices, de Juan José Saer

Publicada en 1969, Cicatrices transcurre en 1963, durante el gobierno de Guido, después del golpe del 29 de marzo a Frondizi. El peronismo estaba proscripto. La trama de la novela se centra en el 1 de mayo del 63, cuando Luis Fiore, ex dirigente sindical peronista, sale de caza y luego mata a su mujer de dos disparo de escopeta en la cabeza.

A través de los relatos de sus cuatro narradores, de sus entrecruzamientos en trayectorias y espacios comunes, pero sobre todo del femicidio y el tiempo histórico en el que se desarrolla la trama es posible apreciar la violencia de género invisivilizada en la vida de los personajes, y cómo esa violencia crece hasta que detona la escopeta.

4- Sin embargo Juan vivía, Alberto Vanasco

Publicada por primera vez en 1947, la novela posee ciertas peculiaridades la transforman en una novela de excepción: uno de los procedimientos “experimentales” -Saer diría: “La literatura es experimental o no es” – de la novela de Vanasco es que está escrita en segunda persona. “Cuando llegues (a las diez menos cuarto) te encontrarás con la muerte de tu hermana, con varios policías y las primeras páginas de la novela”.

En el femicidio de Genoveva, hermana del protagonista, las culpabilidades irán variando de uno a otro de los personajes del entorno.

5- El desierto y su semilla, de Jorge Barón Biza

Publicada en 1998 por la editorial Simurg y recientemente reeditada por Eterna Cadencia, la novela tiene una marca autobiográfica fuerte: en el año 1964 y durante una audiencia de divorcio, después de veinte años de matrimonio y con ambos abogados presentes, Raúl Baron Biza (llamado Arón Grageac en la novela) le arroja ácido en la cara a su ex mujer, Clotilde Sabattini (en la novela, Eligia). Su hijo Jorge (en la novela, Mario Gageac) socorre desde el primer instante a su madre, y en medio de este episodio comienza la narración.

Entre la fascinación y el espanto, el hijo indaga su linaje en ese rostro deshecho al que irán cubriendo de colgajos, apósitos, injertos, la acción de la naturaleza operando activamente en la formación de quelonios, úlceras y cicatrices; y entre los escritos del padre suicidado un día después del ataque a su ex: “Yo despreciaba sus escritos, y me esforzaba por diferenciarme de él (… ). Ahora, la opción parece ser, para mí, o parricida de su memoria, o resentido por herencia, sin beneficio de inventario; o vulgar imitador en la copa y el balazo”.

6- Las niñas perdidas, de Cristina Fallarás

En 2011, la publicación de Las niñas perdidas le significó a Fallarás ser la primera ganadora del premio Dashiell Hammett (novela negra).

A través de los ojos de una ex periodista devenida en detective, se desarrolla una narración potente y llena de rabia por una Barcelona oscurísima, en la que la violencia, el tráfico y el asesinato se descargan sobre los cuerpos de mujeres niñas. La voz del relato es cruda, descarnada y directa, lo que le otorga a la investigación sobre las dos niñas desaparecidas una actualidad rabiosa.

La violencia de género agravada por la pederastia y el lucro sobre los pequeños cuerpos le generan a la protagonista la ira que descarga contra el cuerpo de algunos animalitos. Una forma de denunciar la hipocresía de tanta sociedad defensora de derechos animales frente a la casi indiferencia ante los cuerpos de niñas torturados y muertos.

7- Beya, de Gabriela Cabezón Cámara e Iñaki Echeverría

Como respuesta a la convocatoria de la editorial española Sigueleyendo para contribuir a la serie Colección de bichos, clásicos infantiles para adultos, Gabriela Cabezón Cámara se despachó en 2011 un arrollador relato sobre una víctima de trata cautiva en un prostíbulo bonaerense. La nouvelle tiene un trabajo con la lengua que le otorga una cadencia propia: fue, en gran parte, escrita en octosílabos. La trata de blancas y el tratamiento que la autora le da a la tortura y al dolor, la insertan en una tradición que arranca con El matadero y sigue, haciendo unos altos un poco abruptos, con Lamborghini. En la crueldad y el dolor al cual es sometida Blanca podemos leer toda la tradición argentina de literatura y violencia, pero particularizado a la forma de sometimiento y lucro que se hace sobre los cuerpos de las mujeres.

8- Chicas Muertas, de Selva Almada

Publicado en 2014 con una de las tapas más intranquilizadoras que recuerde, Chicas Muertas es el primer libro de no ficción de Selva Almada.

La voz del texto trabaja con los testimonios de familiares, los expedientes judiciales, las tumbas -si hay cuerpo- en los cementerios de provincia, y los propios recuerdos de la autora, buceando en tres femicidios no resueltos de los años ochenta, cuando ni siquiera existía el término femicidio. Pero el impacto del asesinato de Andrea, dormida en su propia cama y en el interior de su casa, la crueldad sobre una tan joven María Luisa y la desaparición de Sara, tres casos aún no resueltos, abren el texto a infinidad de violencias y prácticas ejercidas sobre el cuerpo de las mujeres, adolescentes y niñas en cada uno de los pueblos que Almada aborda en Chicas Muertas.

La lectura de Chicas Muertas logra hacer visible lo naturalizado, como forma de empezar a problematizar y revertir la violencia de género que es epidemia en nuestras tierras.

9- La Pesquisa, de Juan José Saer

Publicada en 1994, La pesquisa articula, en uno de sus planos narrativos, el relato de Pichón Garay a sus amigos sobre los asesinatos de veintisiete mujeres mayores ejecutados por un asesino serial, en el mismo barrio de París en el que reside Pichón.

Desde la presentación de la novela se la sitúa dentro del género policial, dándole un lugar central dentro de sus elementos característicos al relato sobre por lo menos tres pesquisas: La que ejecuta el asesino sobres sus víctimas, la que lleva a cabo el investigador en búsqueda del asesino y la pesquisa del sentido oculto en toda la serie de femicidios.

10- 2666, de Roberto Bolaño

La gran novela polifónica sobre los femicidios en el norte de México significa por acumulación. Bolaño no ahorra lo más mínimo de la violencia desatada sobre los pobres cuerpos de las mujeres, convertidos en despojos en el desierto de Sonora. Tantas muchachas sin nombre, tantas apenas comenzando su juventud.

La parte de los crímenes (cuarta parte que constituye 2666) es para mí la apuesta más alta del libro, ya que la violencia que late, amenaza y cohesiona a todo el volumen, se desata en un lenguaje descriptivo casi a nivel de prontuario policial, pero el prontuario no queda constituido aquí por el listado de criminales, si no por los cuerpos de las mujeres y la crueldad extrema ejercida sobre ellos. Parecería que el escritor buscase desbordar al lector, indignarlo, enfurecerlo, conmoverlo o en cualquier caso, sacarlo del “automatismo” y su forma de recepción indiferente, relatando uno tras otro los femicidios de Ciudad Juárez en todo su horror. Así, la ficcional Santa Teresa, en el lejano desierto de Sonora, se nos vuelve cada vez más cercana.

Por su singularidad y su potencia, la lectura de 2666 es una experiencia ineludible para vivenciar la violencia femicida, el lugar de las fuerzas de seguridad, la justicia, los gobiernos y el poder en torno a las mujeres muertas y desaparecidas que se desangran en un torrente llamado América Latina.

 

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Banda de Guerra // Yeguada Latinoamericana [manifiesto]

 

No seguiremos portando e inscribiendo en nuestras cuerpas ningún tipo de norma o mandato sexual. Por el contrario, decidimos tensionar y estallar en las fisuras de aquellas imposiciones naturalizadas y reproducidas como verdad. Nos rebelamos, escupimos y deformamos el “deber ser mujer” hetero-normada en Chile y Latinoamérica. Por ello, entre todas componemos una yeguada, caballada, existencia disociada, nos transformamos en animalas no humanas, no mujeres, recogemos lo primitivo, lo mitológico, lo fundante, para aparecer visibles, sujetas públicas, esparciendo el flujo indecoroso por las calles del ombligo de Santiago, bestias lúbricas, marchando, pisoteando decididas el cemento que dirige a los cuerpos productivos. Deformamos el cuerpo dócil, transitamos indecentes, a pasos del “santo padre”, el tótem cristiano, el Estado-nación. Nos autodenominamos “yeguada” y recordamos el proceso de colonización que introdujo animales no originarixs de estos territorios con el objetivo de instrumentalizarles, disciplinarles, someter su movimiento, su existencia y   utilizarles como tecnología militar. En su segunda visita, Colón trajo una yeguada de 7 hembras con el propósito de esclavizarlas para reproducción y carga. Hacemos ahí un cruce con nuestras propias cuerpas fragmentadas, cosificadas, etiquetadas para el consumo. Nuestros órganos son nombrados por la tecnología política del cuerpo como “órganos reproductores”, mutilando el deseo, el sexo, invisibilizando y negando la utilización de éstos para el placer, castigando la transgresión.

Nosotras hemos decidido abortar el silencio y la posición subalterna. Abortamos la patria como fundamento, así como la identidad chilena, para gritar que somos latinoamericanas yeguas y mestizas, mutantes. Nos burlamos de la historia colonial vestidas de jumpers de color “verde institucional”, que representan el uniforme de esos cuerpos dóciles, deformados y esculpidos por la institución de Carabineros de Chile, dotados de coerción directa y poder fácil, sucio, represivo. El uniforme borra las diferencias y define un ejercicio controlado. Los cuerpos restringen su movimiento, aprenden el desfile, controlan el esfínter, definen un peinado, el vestido, la falda, el maquillaje. El uniforme define límites con les otres, impone identificación, permite cierto estatus público. Y esto ocurre con el escolar, el carabinero o el doctor. Los cuerpos se instruyen y educan: la palabra, el silencio, lo bueno y lo malo, el ideal… Las, los y les cuerpes de todes les actores sociales portan prótesis que moldean su desplazamiento e incluso sus deseos, así como lo hacen los uniformes policiales que indistinguen y borronean la piel, los huesos, el miedo, el criterio, la voluntad.

Como yeguas rechazamos la posición subalterna en la que los humanos han situado a les animales no humanes, así como la estructura patriarcal ha sitiado y situado a la mujer. Concretamente en esta contingencia nos oponemos al uso de la denominada bestia, a su uso como mano de obra esclava, sometida y destinada a resguardar los intereses de las instituciones de poder. Nos reconocemos como sujetas insumisas frente a esa construcción histórica que ha hecho el hombre blanco, heterosexual y cisgénero, el cual nos ha posicionado y calificado como inferiores, mutilando nuestra animalidad e instintos. Cuando nos rebelamos o decidimos subvertir nuestras prácticas se nos persigue y busca castigar, denigrar con insultos especistas de animales no humanos feminizados, intentando hacer también de nuestras libertades estigmas y patologías. Si aquel es el costo de la transgresión a la norma, declaramos que somos las yeguas, las perras, las zorras, las cerdas, las vacas, y todas aquellas sometidas por el antropocentrismo patriarcal, colonizador y neoliberal, que explota e invisibiliza todo cuerpo no hegemónico, lo controla y somete en nombre de la “humanidad” y el progreso.

Re-inventamos nuestro modo de manifestarnos, siendo irreverentes e inmorales para la mayoría de las personas a quienes el Estado y la Iglesia tienen anestesiades. Usamos sus estrategias para incomodar. El bronce marca el paso y produce una atmósfera apocalíptica que la propia institución escolta, permitiendo con ello evidenciar la extraña familiaridad que evoca nuestra presencia, su instrucción militar puesta en conflicto y en impotencia. No concebimos que se le dé bienvenida al jefe de la Iglesia Católica, pues esta institución fue actor protagónico en el proceso de sometimiento de los pueblos originarios. No olvidamos, ni silenciamos el hecho de que aún existen iglesias y conventos en territorios mapuche usurpados. Por ello nos preguntamos ¿Para qué una visita del Papa en un país “laico” desde 1925, si no es para pedir disculpas y devolver lo que se ha robado?, ¿para qué su presencia y espectáculo, si no es para dar cara  ante tanta violación y abuso infantil por parte de los que encarnan la Iglesia? ¿Cómo recibir de brazos abiertos a un Papa que justifica a pedófilos y pederastas, hablando de “calumnias” ¿Un ridículo defensor de la paz y la justicia, que no es capaz de interceder por la injusta persecución a la machi Francisca Linconao y tantos otros perseguidxs políticxs? La denominada autoridad católica omite y sataniza los debates de identidad de género, aborto libre y sin causales y matrimonio igualitario, entre otras consignas contingentes, normalizando y reproduciendo prácticas opresivas y de sometimiento.

Por todo lo anterior y en base a la recepción violenta que ha tenido nuestra acción, ante los vínculos tácitos y aún latentes entre Iglesia-Estado, la valoración mesiánica del empresariado y las grandes élites nacionales, ante la elección de un reconocido delincuente como presidente de la República: declaramos que estamos en guerra, en resistencia, como yeguas locas, indisciplinadas, haciendo sonar nuestras trompetas en el cielo y en las cuerpas.

 

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Nahir Galarza y el patriarcado // Cosecha Roja

Nahir Galarza fue condenada a prisión perpetua por el asesinato de Fernando Pastorizzo. Los jueces consideraron que Nahir, de 19 años, y Fernando, de 20, eran novios y que los disparos fueron voluntarios. Nahir es la mujer más joven en recibir la pena máxima para un delito.

Desde el 29 de diciembre de 2017 nunca estuvo en duda que había sido la autora: ella confesó que le disparó por la espalda con el arma reglamentaria de su padre Marcelo Galarza. Está detenida desde entonces. El tribunal de Gualeguaychú la condenó por el delito de homicidio agravado por el vínculo y el uso de arma de fuego. Unas 300 personas se acercaron hasta la entrada de la sede judicial para aplaudir la resolución del Tribunal.

Nahir Galarza como objeto de consumo

El caso de Nahir llamó la atención porque es una mujer joven de clase media. Rubia, flaca, bonita: nada en el sentido común que encaje en el lugar de victimaria. Algunos medios la construyeron como un personaje para ser consumido: “podía ser un ángel, un demonio y para la mayoría sería atractiva”, dijo Clarín desde uno de sus titulares. La nota sigue allí, pero el título cambió pronto: quizás recordaba demasiado al escándalo que desató cuando titularon “perfil de una adolescente sin rumbo” para hablar del femicidio de Melina Romero.

Durante el juicio, el fiscal Sergio Rondoni Caffa anunció que había un vídeo de ella teniendo sexo con Pastorizzo que probaría el vínculo. Ella le dijo al fiscal que si mostraba las imágenes sería el culpable de su suicidio. Todos estos hechos fueron títulos de noticia. El video no apareció en el juicio, pero hubo miles de búsquedas en Google. El fogoneo sobre su aspecto físico significó que su imagen e intimidad no le pertenecían: podían ser usadas para el morbo ajeno.

En las redes sociales propusieron un ejercicio: intentar recordar los nombres de los asesinos de Melina Romero, Erica Soriano, Ángeles Rawson, María Soledad Morales, Candela Sol Rodríguez, Natalia Melmann. Casi ninguno está en nuestra memoria colectiva. Así funciona la lógica de los medios, recordamos a las víctimas porque se habla de ellas. Se las construye como buenas o malas. ¿Pero qué pasa con los victimarios? De ellos no se habla.

El “caso Nahir Galarza” rompe está lógica: poco interesan los detalles de la vida de Fernando porque no es él quien está bajo la lupa. Un cambio necesario: que las víctimas no sean sometidas a una autopsia mediática. Pero ¿dejarán los medios de poner el foco inquisidor contra las víctimas? ¿O sólo hablan hoy de Nahir porque pueden juzgarla con la misma mirada machista que a una mujer víctima?

Una relación violenta es una relación patriarcal

Cuando se conoció el caso, muchos referentes machistas lo utilizaron como un argumento contra el Ni Una Menos. Las redes se llenaron del hashtag #NadieMenos y en Cosecha Roja nos preguntamos si efectivamente era así o si nos tenía que ayudar a pensar en cómo se construyen las parejas. ¿Estamos educando a nuestras jóvenes para que sean sanas y libres, o enseñando que la única forma de vivir es al lado de un varón?

El “te amo para siempre” que ella escribió en las redes sociales y que los medios leyeron como un acto de psicopatía puede entenderse como un ejemplo de cómo el machismo atraviesa toda las relaciones. El crimen cometido por Nahir está dentro de la lógica del patriarcado. La lógica de la simbiosis, de no poder ser unx mismx sin otro que me sostenga, del ‘juntxs para toda la vida’, es el reverso del “te amo y por eso te mato”.

Nahir entró en la historia criminal argentina. Los medios la ubicaron junto al Petiso Orejudo, Robledo Puch, la familia Puccio. Un diario, incluso, la definió como una de las asesinas “más peligrosas”. ¿Cómo llega una chica de 19 años a la vitrina del salón de la fama criminal junto a asesinos seriales? ¿Por qué en un país en el que se cometen casi 300 femicidios por año, el caso de una chica que asesina a su pareja ocupa horas en los noticieros y se convierte en tema principal de los principales portales?

Por el perfil de la asesina y la construcción que hacen los medios del personaje: es mujer, rubia, flaca, linda, adolescente, de clase media.

El juicio oral y público comenzó el 4 de junio Nahir fue condenada a prisión perpetua el 3 de julio. La celeridad tiene relación con la mediatización del caso pero también con otros factores: la confesión de la asesina, la simpleza del caso, los tiempos procesales de la justicia entrerriana. La condena se condice con el crimen por el que fue imputada. Pero ¿cuántos años hay que esperar para una condena a un femicida? ¿En cuántos casos la figura se corresponde? ¿En cuántos hay penas tan altas?

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Caza de brujas en Mendoza: Golpean y amenazan de muerte a militantes feministas del Barrio Cano

 

Días atrás, 4 militantes feministas que viven en el Barrio Cano de la ciudad de Mendoza fueron brutalmente agredidas y amenazadas de muerte. Los amedrentamientos, basados en argumentos xenófobos y machistas, provienen de sus propias vecinas del edificio. Los hechos no son aislados, se inscriben en una ola de violencia desatada por los sectores más conservadores de la sociedad contra los avances del movimiento feminista

En el Barrio Cano, ubicado en la sexta sección de la ciudad de Mendoza, se desarrolla desde hace 5 años una iniciativa de economía solidaria con perspectiva de género: la Feria Ameri Cano que todos los sábados se instala en la plaza del barrio, agrupando a cientos de mujeres feriantes. Alicia Maldonado forma parte de esta iniciativa desde sus inicios, siendo una de las impulsoras de la organización. Al respecto, nos cuenta “La feria se ha ido transformando. Surgió primero como un grupo de amigas que se juntaban a vender la ropa que ya no usaban. Empezamos siendo 4, despúes 12, ahora somos 300. Y la organización se ha ido redefiniendo, transformando a medida que como cuerpo colectivo nos hemos ido pensando, enfrentando distintos proyectos e iniciativas que sentíamos necesarias para ir creciendo como espacio. Y hoy día hemos llegado a identificarnos como una organización feminista de base territorial, donde hay una gran diversidad de pensamiento con respecto a distintas cuestiones como la cuestión del aborto, los partidos, pero nos unimos a partir de una economía social donde implementamos prácticas que se podrían considerar como no neoliberales. Además es un espacio de articulación y de redes que sobrepasan lo  meramente económico y en ese espacio ocurren una serie de procesos que habilitan otros procesos que tienen que ver con la contención que se da a mujeres que son víctimas de violencia de género, violencia institucional, laboral. Y a lo largo de este tiempo, hemos desarrollado distintas iniciativas que tienen que ver con talleres de capacitación, de género, otras iniciativas comunitarias como ciclos de cine, ciclos de debates, hasta milongas no misóginas; es decir, todas las actividades que surgen de allí siempre se abordan desde una perspectiva de género que más que identificarnos con un feminismo en particular, entendiendo que hay muchos feminismos, lo que hacemos es implementar una práctica feminista; deconstruir las lógicas patriarcales para organizarnos en el territorio”.

Alicia es chilena y vive en el Barrio Cano hace 11 años. Fruto del proceso de organización de la Feria, ella y otras vecinas se organizaron a través de un sistema de delegadas por monoblock y ganaron las elecciones del consorcio del barrio, luego de 20 años de que no se celebraran comicios. El pasado viernes 29 de junio, Alicia y dos militantes feministas fueron fueron brutalmente agredidas y amenazadas de muerte. Los amedrentamientos, basados en argumentos xenófobos y machistas, provienen de sus propias vecinas del edificio. Relata Alicia: “He estado recibiendo hostigamientos por parte de ellas hace muchísimo tiempo por mi nacionalidad, porque le molestan mis prácticas, mi cotidianidad que no tiene nada que ver con las prácticas que por ahí se esperan de una mujer de mi edad, de mi nacionalidad. Esa bronca acumulada llevó a que ese día 29, una de ellas me golpeara la puerta a patadas, gritándome: ‘chilena, puta, abortera, usurpadora’ con mucho odio, mucha bronca; haciendo alusión sobre todo a que soy chilena y soy puta. Esa es la causa principal por la que ella considera que yo merecía ser golpeada. Luego de eso, llamé a mis compañeras, inmediatamente se acercó un grupo de vecinas del barrio, fui a la comisaría a poner la denuncia. Ella [la agresora] va con otra vecina, que son las dos Pro Vida, que están con la bandera argentina en la ventana, con el cartel Provida y permanentemente hostigándome por mi condición de extranjera. Allí en el hall central de la comisaría, agrede a otra compañera, trata de ahorcarla. Cuando terminamos de poner la denuncia, estas personas se habían arrimado a denunciarme a mí y a mi hijo de que nosotros supuestamente le habíamos pegado. Y cuando estábamos afuera ya dispuestas a volvernos a nuestra casa, estas personas me toman afuera de la comisaría, me agarran a patadas en el suelo. Cuando las dos compañeras que estaban conmigo trataron de sacarla, también las golpea a ellas. La policía las saca de encima de mí, supuestamente la habían detenido. El fiscal se había comprometido a sacar medidas de protección, esas cosas nunca ocurrieron. Personalmente siento que la policía avala todo ese tipo de acciones porque nosotras desde la Feria le pusimos una denuncia a la fiscalía, debido a que de manera sistemática no toma, no recoge las denuncias por violencia de género. Hemos tenido el caso de muchas compañeras que han ido sangrando a poner la denuncia, debido a los golpes que les han dado sus parejas, y se niegan a tomar las denuncias. Es un accionar sistemático”.

Realizadas las denuncias pertinentes en la Comisaría Sexta, la solidaridad se hizo presente. Llegaron integrantes de la Campaña Nacional contra la Violencia hacia las mujeres, Ñañacay, Altallama, Feministas Autónomas, La Colectiva, entre otras . Una de las agresoras quedó presa pero fue liberada horas más tarde.

El sábado 30 se realizó una convocatoria en el marco de la Feria Ameri Cano, en la que se expusieron los hechos y tomaron la palabra distintas mujeres pensando colectivamente la situación, formas de protección y autodefensa. Sin embargo, esa tarde las amenazas continuaron por parte de una de las mismas agresoras. Esta vez fueron dirigidas a Natalia Peña, activa militante feminista que vive en el mismo edificio que Alicia Maldonado. Expresa Natalia “A nosotras nos agredieron y nos dijeron que nos iban a matar, nos amenazaron con prendernos fuego la casa, nos dijeron que ‘las feministas éramos picudas en ciertos lugares y en otros no podíamos hacer nada’. Lo que pensamos de estas amenazas y esta violencia es que se está poniendo en juego un orden establecido en el que nosotras como feministas estamos avanzando. Y eso se está sintiendo, se está viendo y llega a todos los sectores. Y tienen reacciones, son pequeñas acciones de grupos no organizados, pero que en verdad tejen lazos espontáneos, son como microfacismos resistiendo. Hay resistencias a un cambio de orden, y las feministas estamos avanzando en eso. Y no sólo avanzamos como movimiento, también avanzamos en nuestras prácticas, en nuestra condición de mujeres, de vivir solas, de ser feministas; las prácticas de todos los días representan una amenaza en muchos sentidos. Por eso creemos que no han sido violencias espontáneas, sino que tienen que ver con un fuerte origen en el odio a todo lo que no responde, un odio a nuestro avance como feministas en muchos sentidos y que en la coyuntura se está sintiendo ese avance. No es menor el tratado de la despenalización del aborto, la cantidad de compañeras que empiezan a sacar sus situaciones de violencia a la luz, no es menor que cada vez hayan más organizaciones feministas en los barrios. Eso se empieza a sentir, y las respuestas, las reacciones, las resistencias también. Y eso es justamente lo que estamos viviendo nosotras en nuestros cuerpos en este momento. Creemos que tiene que ver con una persecusión política muy ligada al sentido común, no es una persecusión política organizada”.

Como medida preventiva momentánea para resguardar sus vidas, las militantes agredidas debieron retirar algunas pertenencias y dormir en otras casas. Ayer domingo 1 de julio se realizó una nueva reunión entre vecines y organizaciones sociales con el objetivo de definir las próximas acciones. Se acordó realizar un festival contra todas las formas de violencia, denunciar la “inoperancia” y la sistemática violencia institucional por parte de la Comisaría sexta y la Oficina Fiscal N° 2 e implementar sistemas comunitarios de comunicación y protección. Finalizada la reunión, todes les asistentes compañaron a las vecinas agredidas a sus departamentos a buscar ropa y abrigo hasta que puedan regresar a sus hogares. La jornada finalizó sin incidentes de ningún tipo.

Hechos como este no son aislados, se inscriben en una ola de violencia desatada por los sectores más conservadores de la sociedad contra los avances del movimiento feminista por una vida sin patriarcado. Recordemos los amedrentamientos en Ciudad y provincia de Buenos Aires contra mujeres y jóvenes que portaban su pañuelo verde, perpetrados en plena vía pública o medios de transporte. En la Provincia de Mendoza, además de lo sucedido en el Barrio Cano, el sábado 23 de junio una joven fue perseguida varias cuadras por el centro del Departamento de Godoy Cruz. Luego de refugiarse en un local comercial, quienes la acechaban la cruzaron en plena vía pública siendo violentada por llevar su pañuelo de la Campaña. El 12 de junio había sido robada una bolsa con 500 pañuelos verdes que se encontraron luego en un basural. Al día siguiente, durante la fría vigilia por la media sanción de la Cámara de Diputados al proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo, las mujeres fueron amedrentadas con una amenaza de bomba en la carpa que habían levantado en la Plaza Independencia. La policía realizó requisas y desalojó el lugar, pero las manifestantes regresaron y continuaron resistiendo junto a millones en todo el país.

Sin dudas, esta “nueva caza de Brujas” se encuentra con una fuerza colectiva que construye herramientas de cuidado y protección que permiten seguir avanzando en las reivindicaciones históricas del movimiento de mujeres que hoy está haciendo historia. Sin dudas, como se escucha en las calles y plazas, “si tocan a una, respondemos todas”.

 

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Ser Piba // Diego Valeriano

Ser piba, ranchar en el congreso, armar una fogata y que un fuego verde devore todo. Que no queden ni las cenizas de lo que somos. Ser piba desde lo más profundo, desde las madrugadas, desde el aguante, desde el  miedo, desde el segundeo, desde la fiesta.

Ser piba, inundar el Sarmiento, las aulas, el  A, rebalsar las calles.  Llenar de temor a los que dormían tranquilos, a las ortibas, a los dirigentes, a los troskos que mueren por protagonismo, a los que van a las marchas como selfies, a los que escriben para congraciarse, a los que si bien ahora entienden ya es demasiado tarde.

Ser piba para entender absolutamente todo. Para plantarse frente a los giles, para construir tantas ideas que transmuten la vida cotidiana, para hacer incomoda la vida adulta, para saber que ahora, en esta plaza,  el combate es inminente.

Ser piba como único gesto político, como gloria, como nacimiento, como caníbales. Para mirar a todos como pobres tipos, para almorzar en Tarzan y que los viejos mueran de odio del verde. Sacarle la careta a los gatos de la  iglesia, en especial a los que parecen compañeros. Escrachar guachos que creían amigos y amigarse con pibas que parecían tan lejanas.

Ser piba para estar así de manija toda la vida, para que todas sean pibas, para que piba sea todo lo que es. Para no escuchar hablar nunca más de trabajadores, ni de unidad, ni de los setenta. Para que los de la CGT se caguen todos, para que los rati bajen la vista, para matar de una buena vez a Dios.

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