Anarquía Coronada

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Lucia Scrimini

Mujeres en el Cordobazo: una pincelada de aquel momento // Lucía Scrimini

Me llamo Lucia Scrimini

Habité aquellos días del Cordobazo, Mayo del 69, siendo estudiante de medicina y militante de la FJC y de la FUC. En la universidad y las fábricas había mancomunión de proyectos. Ese día, no sé muy bien qué pasaba en los barrios, pero en la ciudad universitaria una efervescencia nos empujó del límite y muchos caminamos hacia el centro, al encuentro de la movilización general.

Éramos más chicas las que íbamos por las calles de los barrios en esa dirección. No sabía ni pensaba el porqué de ese predominio femenino. Son mis recuerdos. En esas calles encontrábamos muchas personas que necesitaban intercambiar, y nosotras nos deteníamos a conversar sobre la situación. Veredeamos con las doñas y como doñas.

Al centro llegamos multiplicadas.

Participamos de muchas barricadas. Aportamos materiales y azuzamos el fuego. Pero me fuerzo a imaginar que ¿lo “más pesado” de eso lo habrán hecho los muchachos?. Porque cuando veinte años después vi fotos de aquel día, en diarios y revistas, no se ve mucha  presencia femenina. Y eso que predominaban las polleras aún, aunque el jean había comenzado a “igualarnos”. Aún no comprendo. ¿Quizá los editores de esos medios priorizaban la masculinidad? No los fotógrafos, porque hoy, ya más años, empiezan a desmontarse fotos que no se habían mostrado antes.

         Esas viejas fotos, esos viejos diarios y revistas los miraba un día,  en que tenía también en mis manos un diario de los 90 (otra pesada década), en el que encontré, en primera plana, la noticia de que “Estudiantes universitarios de la UBA cortan las calles para convocar a la población a las cátedras libres Che Guevara”: y en estas fotos solo se ven chicas. Minifaldas, colores, diversos peinados, adornos y sonrisas.

         Entonces comencé a mirar mejor los diarios de este presente, ya buscando, con una pregunta instalada, y descubrí que las fotos de las movilizaciones barriales se veían encabezadas por mujeres y niñxs. Y que aún en situaciones tan complejas como tomas de tierras, e incluso dolorosas como desalojos, hay risas, o, cuanto menos, cuerpos con “ritmos” -cuerpos que ya no son el cuerpo militante, ya no son el cuerpo grave, sacrificial, solemne, serio, con su vestigio de entrenamiento- militar. Ya no son los cuerpos militantes -que en las imágenes del cordobazo, eclipsan lo femenino.

Cuando empezó el estado de sitio -aquellos momentos de “soldado no tires somos hermanos”-, empezamos a correr a guarecernos, pero también a cumplir con nuestras citas. Habíamos quedado  en encontrarnos en la casa de unas compañeras, en Ba. Clínicas. Allí fuimos. Encontramos un cumpa herido en la calle, gritando: tenía un balazo en el pie. Es que algunos soldados, hermanados a su modo -pues ellos también estaban presos en la vil tarea, como supimos después-, tiraron no más que a los pies. Lo hicimos pasar a la casa para asistirlo.

  Alguien llamó al hospital y cuando vino la ambulancia también llegó el Ejército. Mientras nos llevaban a las chicas con los brazos en alto, vi a los muchachos: se habían puesto guardapolvo blanco, y salían con la camilla. Eran muchos camilleros… ¡pero se escabulleron!

Sólo después supe que en ese momento, mientras cruzaba la calle con los brazos en alto y a punta de fusil, junto a varias compañeras, llegaba mi hermano a la cita:“¿Qué le digo a mi viejo? ¡Mi hermanita detenida por los militares!”, pensó Carlos.

Nos subieron a un camión y mandaron al Tercer cuerpo. Éramos hombres y mujeres, ya de noche. Hablaron de pronto los soldados: “Eh! ¿Alguna es amiga de Marta Elizondo? Yo soy compañero de ella, somos colimbas, nos obligaron a venir. No sé si podemos ayudar pero si quieren mandar algún mensaje…”.

En el Tercer cuerpo, a las mujeres nos separan y nos llevan a una pieza. No debía tener más que 4 x 4, y, seguían trayendo mujeres: ¡fuimos 60! Hacía mucho frio, siete grados bajo cero, y como habíamos andado a las corridas e improvisadas estábamos desabrigadas; no había ni frazadas ni colchones ni nada: pero el amuchamiento, el ser muchas, nos abrigó.

Supe veinte años después que a los hombres los llevaron a dormitorios de soldados, con camas y frazadas. Pero parece que los militares “no sabían” qué hacer con las mujeres. Había uno que nos traía mate cocido; lo burlábamos riendo a carcajadas, él salía diciendo: “prefiero un batallón de mil soldados y no cinco mujeres juntas. ¡No las entiendo!”

Hoy sé que la potencia femenina desconcierta al machismo. Y además lo enoja, la mayoría de las veces. A medida que nuestra potencia siguió creciendo, y así también nuestra visibilidad, vaya que sí “supieron que hacer” con las mujeres, a partir de la triple A. Una desesperada máquina de aplastar sus  existencias.

Fueron liberando a casi todas, porque la mayoría eran mujeres desprevenidas que habían salido a la calle en toque de queda.  Una joven había bajado del tren proveniente de Azul: salía de su pueblo por primera vez. La habían contratado para hacer el vestido de novia de la hija de un coronel. Jamás iba a entender porqué por llegar a Córdoba a esos menesteres merecía la cárcel. Lloraba y lloraba. Nosotras la bautizamos “la modistita que dio el mal paso” y la mimamos mucho.

Solo a tres no liberaron, porque detectaron que éramos militantes: Jacobita Tato, Nora Protti y yo.

Pasamos por un pre interrogatorio, realizado por militares locales del Tercer cuerpo, que habían estado al mando de  Jorge Raul Carcagno y en ese momento estaban exigidos por Sanchez La Hoz. El oficial que me interrogó, me llamó por mi apellido materno. Me asombré. Era amigo de un tío de mi madre, Carlos Montenegro, teniente coronel que había sido dado de baja por peronista en la “Libertadora”. “Lo siento, jovencita -me dijo-, a pesar de mi compromiso con tu tío, no puedo hacer nada por vos…”.

Cuando salí mi tío estaba grave con neumonía. Murió. Mis primos me culparon, dijeron que había tomado frío por hacer tratativas para mí. Era cierto, quizá. Pero yo creo que se encontró con la impotencia de sus ideales. Fue él, llorando, quien me comunicó que ya sabían que me condenarían a 4 años. Pienso que murió de tristeza (las afecciones pulmonares están ligadas a este sentimiento).

Nos trasladaron al predio donde se realizaban los juicios. Habían terminado con los hombres. Escuchamos que a Tosco, dirigente de Luz y Fuerza y a Canelles líder de la construcción, los habían mandado a Rawson.

         Temblábamos de frío, en la espera.

Jacobita tenía veintidós años, yo veinte, Nora solamente dieciséis. Un joven oficial tomó su capa y la puso en los hombros de la adolescente. Entró Sánchez la Hoz:

– ¿Quién puso un capote a esa chica?

– Yo, mi General.

– ¡Se la quita inmediatamente!

– No, mi general, ¡la niña tiene frío!

– ¡Treinta días de arresto!

– ¡No se la quito, mi General!

– ¡Cuarenta días! ¡Es como si le pusiera la bandera!

– Si sólo tuviera la bandera, se la pondría, mi general.

– ¡Ciento veinte días de arresto!

Y, furioso, él mismo quitó el capote.

Poco después entró otro oficial. Pálido, le dice a un compañero que escribía a máquina: “¡Me toca la Scrimini! ¡Y la pierdo!” Sería mi abogado defensor, y perdía su ascenso si perdía el juicio, que estaba ya definido. El compañero le dice: “¡enfermate!”. Y eso hizo eso cuando estuve en el banquillo de acusadas. Mi temblor no aumentó: ya era máximo.

A Nora la mandaron a su casa por menor. A Jacobita y a mí se nos acusó de haber preparado un hospital de campaña, o sea de haber premeditado y preparado el enfrentamiento. Los fundamentos más importantes, sin embargo, fueron que éramos unas pobres chicas manipuladas por nuestros familiares (a ella, su padre, y a mí, mi hermano, ambos dirigentes del PC) y también utilizadas por Tosco y Canelles.

Nos condenaron a 4 años en Rawson.

Los oficiales se levantaron, cansados, diciendo: “mañana firmamos las condenas”.

Esa noche, Onganía levantó los tribunales militares. ¡El levantamiento popular había tenido éxito! Los “éxitos” de los momentos revolucionarios nunca perduran, pero sí sus efectos. ¡Aún persisten los aromas de junio del 18 cordobés, ese potente Cordobazo del 69 y la magia creativa del 2001!

La universidad pública, laica, reformista, con la participación de todos los claustros persiste en la Argentina desde ese poderoso movimiento de La Reforma Universitaria del 18.

El Cordobazo, experiencia de pueblo sorprendido en acontecimiento de su propia potencia. Lo imposible se hace realidad. Comienza el derrocamiento de una dictadura. El pueblo se reconoce en el codo a codo

 < Dijo Rodolfo Walsh:

 “El saldo de la batalla de Córdoba, «El Cordobazo», es trágico. Decenas de muertos, cientos de heridos. Pero la dignidad y el coraje de un pueblo florecen y marcan una página histórica argentina y latinoamericana que no se borrará jamás.
En medio de esa lucha por la justicia, la libertad y el imperio de la voluntad del pueblo…”

 2001 también, la efervescencia absolutamente inventiva, tomó las calles y éstas se transformaron en experiencia íntima y universal. También se derroca un gobierno opresor. Nos quedan experiencia y hechos de potencia creativa, aunque del “Qué se vayan todos” se  haya diluido su significación y realidad.

 En todos estos acontecimientos hubo muertes y heridas, no las minimizo. Son la sombra que estimula aún más nuestra revuelta.

“No sabían qué hacer con las mujeres”, entonces nosotras pasamos a la cárcel civil, y estuvimos, solo un mes, en el penal femenino El Buen Pastor.

En aquellas épocas yo nada sabía sobre Feminismo. Hoy es mi militancia fundamental. He abandonado lo partidario, desde la guerra de Malvinas. La organización partidaria, de cualquier color, la considero siempre patriarcal, verticalista.

Hoy puedo comprender por qué era femenino que nos importara detenernos en los barrios frente a las miradas ingenuas, las que nada sabían acerca de la huelga de ese día.

Las mujeres podemos detenernos en el cotidiano.

Hoy ya sabemos que el cotidiano es la esencia de la vida.

Ya comprendí y ya somos muchas las que podemos sostener que “lo íntimo es político”.

Y creo que nosotras no éramos visibles porque no habíamos comprendido las diferencias complementarias. Creíamos que la igualdad pasaba por indiferenciarnos, por asimilarnos. Consideramos que la maternidad entorpecía esa igualdad (hasta Simone de Beauvoir se confundió en esto: demoró, como nosotras, en percibir que la maternidad es uno de nuestros atributos creativos).

Creíamos que la estética sólo era para las artes y sospechábamos banalidad si ésta habitaba nuestros cuerpos.

En este marzo del 2018 (8M), a cincuenta años de entonces, 800 mil mujeres recorrieron las calles de Buenos Aires, todas desplegando belleza, fortaleza, alegría, creatividad, danza, actuación, plástica, en cuerpos, paredes y suelos. Las tetas al aire hacen reír o asombrar mas no escandalizar.

Esa misma fiesta de existencia recorrió el planeta.

Nosotras ya conocemos y confiamos en nuestras diferencias.

Los represores pasaron el desconcierto de “no saber qué hacer con las mujeres”; siguen sin saberlo, pero creen que lo que ignoran no existe y pretenden borrarlas con despiadados femicidios.

Dice Silvia Federici: “La caza de brujas, como escena predilecta de una expropiación colectiva, no queda sólo en el pasado, sino que insiste y aparece bajo nuevas formas de criminalización, empobrecimiento y violencia contra las mujeres y sus formas de autonomía”

Después de tanta caza de brujas muchas mujeres quedaron amordazadas en un rol de silencios, simulaciones, histerizaciones, uso y abuzo de sus cuerpos apagando las hogueras. Ellos creyeron que nos habían sacado del campo de batalla y nosotras creíamos que debíamos estar allí de ayudantas o disimuladas.

Siglos de “mujeres detrás de un Gran Hombre”

Para Sánchez La Hoz era un sacrilegio que una mujer usara un capote militar; para un juez militar era un absurdo una mujer con responsabilidades políticas o de lucha, y sólo podían concebirlas usadas por esos hombres a los que ellos preferían tener en la querella.

Para el patriarcado, en aquellos momentos de mi relato, se jugaba la invisibilidad femenina. No era concebible, para el máximo represor, que el joven oficial pudiera percibir a la adolescente temblando de frio. Mi hermano no podía explicarle a su padre -no a la madre- que su hermanita se había hecho visible y él no lo había evitado.

En el 72 (Dictadura de Lanuse) en la comisaría en la que me “tiraron” después de allanar mi casa, ya fui testigo de una adolescente torturada, por “ser hermana de un guerrillero”. El guardia cárcel no cabía en el asombro y el dolor: “En las celdas de esta comisaría sólo había ladrones, no entiendo ahora traen a estudiantas y a niñas acusadas de hermana!!”

Esa joven cantaba con una voz asombrosa, canciones de la guerra civil española, tirada en el piso sin poder moverse del dolor.

 Y ella dio potencia a cada preso, al guardiacarcel, a nosotras.

 En el 74. Las AAA. Sufrí un allanamiento también. Y allí ya hubo la muerte de una compañera ((Rita Hidalgo) y los golpes y manoseos eran a las “putitas”

En la dictadura del 76, la mayor visibilización , las mujeres más claramente en lucha, enardeció a los impotentes y cubrió de femicidios, torturas y violaciones los cuarteles y campos de concentración.

Y después de la dictadura, de la desaparición masiva, siguió creciendo la potencia femenina en las calles, hogares y trabajos.

 Y también creció el reguero de sangre y dolor, en las mismas calles, campos y casas, de cuerpos femeninos, con úteros o sin úteros. También los travesticidios se incluyeron a la misma tragedia.

No hago punto final en la tragedia. Más y más fuerte, mayor es la sublevación y la manifestación de una nueva existencia.

Una nueva existencia donde los géneros se dirimen por un “Modo de Ser” y no por una sexualidad

 Así interpreto a este  feminismo que va  creciendo asombrosamente:

¡Alerta, alerta, alerta que camina, la lucha feminista por América Latina!

La hoguera está prendida, Y el alerta es para nosotras, porque la hoguera está dispuesta por los impotentes.

Y sepan que en ella caben  también los que prestan el capote, los hermanos protectores, los que osan arrodillarse frente al milagro de esta nueva efervescencia, los que sostienen al bebé que cae de la marsupia de las mujeres.

Las mujeres no cedemos frente al fuego.

Los compañeros rodean, con el mismo riesgo, nuestra fiesta de cuerpos leales a la vida

Por eso el grito es hoy de la humanidad:

¡ALERTA, ALERTA, ALERTA QUE CAMINA, LA LUCHA FEMINSTA POR AMÉRICA Y EL MUNDO!

 

 

 

 

 

 

 

 

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