Anarquía Coronada

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Lucía Naser

La reacción Derecha e incorrección política en Uruguay // Colectivo Entre

En tiempos en los que se busca que las fronteras entre derecha e izquierda sean puestas en jaque o desaparezcan, el título de la segunda publicación del grupo Entre es elocuente: estas categorías están más vigentes que nunca. Las páginas de este libro son el resultado de un proceso de pensamiento colectivo que desde 2017 viene indagando acerca de las nuevas expresiones de la derecha uruguaya, a la luz de la coyuntura política actual.
Y este ejercicio, en un escenario de parálisis política, es fundamental, mucho más cuando la invitación es a no dejarse llevar por pronósticos tan desalentadores. Como aperitivo, a continuación, reproducimos, con la autorización de los autores, el prólogo de La reacción.

Cuando empezamos este libro, a fines de 2017, no íbamos a estudiar la derecha, al menos no directamente. Notábamos que se discutía constantemente sobre la corrección política y su contrario, la incorrección, y que en estas discusiones se formaban alianzas y complicidades insólitas. Roqueros ochentosos se unían a la Iglesia católica, periodistas de izquierda se aliaban con una renaciente ultraderecha, sin que esas afinidades le hicieran ruido a ninguno. Lo importante para ellos, autodeclarados políticamente incorrectos, era combatir lo que llamaban corrección política, marxismo cultural o ideología de género.

Los debates, más que sobre cuestiones sustantivas, se articulaban en torno a quienes ofenden y a quienes se sienten ofendidos, a la transgresión, a las acusaciones de censura y a la exagerada atención dada a las palabras utilizadas. Mientras tanto, la izquierda progresista, siempre afín a los eufemismos y al lenguaje técnico, colaboraba para que los debates se dieran en esos términos, en un momento de estancamiento político. Queríamos entender estas disputas. Nos incomodaba la corrección política que no decía las cosas por su nombre, pero, sobre todo, nos asustaba la forma en que una reacción derechista cada vez más radical se manifestaba a través de la incorrección, con la complicidad de actores que estábamos acostumbrades a escuchar como voces de la izquierda disidente. La investigación avanzaba y comenzábamos a crear argumentos sobre la disputa discursiva que mantenían la corrección y la incorrección política, aunque señalando con claridad cómo este marco era utilizado tácticamente por la derecha machista, homofóbica, racista, nacionalista y empresarial, para deslegitimar los avances en derechos.

Entendimos que era necesario replantear esta discusión de una manera que nos permitiera salir del agujero negro en el que siempre terminan las polémicas en torno a la corrección y la incorrección política. Les seguimos el rastro a la historia y los usos de la expresión “corrección política” y llegamos a las disputas entre evangélicos y liberales en Estados Unidos, a la transgresión como clave de la cultura uruguaya a partir de los ochenta, a las discusiones sobre la negación del holocausto en Europa, al anticomunismo obstinado en asociar cualquier forma de izquierda con el autoritarismo, a las disputas en torno al lenguaje no sexista. Y, últimamente, a la forma como Trump y Bolsonaro llegaron al poder: prometiendo combatir la corrección política, mientras los nazis del mundo se reúnen en foros como Politically Incorrect de 4chan.1

En pleno proceso de investigación el panorama político comenzó a aclararse, por lo menos en un punto: estamos ante el avance de una fuerte corriente reaccionaria, que combate a los movimientos y los gobiernos de izquierda surgidos en América Latina en la década del 2000, simultánea y articulada con la reacción xenófoba y racista que se expandió en todo el mundo a partir de la crisis de 2008.

En Uruguay, esto se hizo manifiesto en enero de 2018, cuando un movimiento de propietarios de tierras rurales se autoconvocó para crear la agrupación Un Solo Uruguay y comenzó una serie de movilizaciones que reclamaban devaluación, desregulación laboral y ajuste, con el apoyo de todas las cámaras empresariales del país. El 8 de marzo de 2018, en la marcha por el Día Internacional de la Mujer, un grupo de evangélicos denominado A mis Hijos no los Tocan se paró en el recorrido de la marcha, con pancartas antifeministas, para intentar generar incidentes. En las redes sociales abundan los ataques –muchas veces llevados a cabo por usuarios anónimos o bots– a simpatizantes, militantes y dirigentes de izquierda o feministas, al tiempo en que ya comenzó la campaña para unas elecciones en las que se plebiscitará la propuesta de un sector del Partido Nacional para “Vivir sin miedo”, que implicaría habilitar los allanamientos nocturnos, la cadena perpetua y el uso de militares para tareas policiales, mientras aparecen nuevos partidos de ultraderecha, en torno a figuras como Edgardo Novick2 y Guido Manini Ríos3.

¿Cuál es la naturaleza de esta reacción? ¿En qué fuerzas se basa? ¿Qué tácticas discursivas despliega? ¿Cuáles son sus objetivos? Estas son las preguntas que terminaron guiando la escritura de este libro.

La reacción es el segundo libro publicado por Entre.4 Al igual que el primero, fue escrito en colectivo. Esto quiere decir que el libro contiene estilos y registros expresivos distintos, rasgos y manías personales en la escritura, los cuales pertenecen a cada integrante del colectivo y resisten todo trabajo de uniformización estilística. Hay momentos para la narración histórica, que destacan episodios, personajes e instituciones; otros para el análisis, que desentrañan los argumentos y las estrategias de la reacción; otros propiamente políticos e incluso performáticos, que imitan el tono violento de la reacción.

El libro recorre un amplio abanico temporal y temático. Parte de la fundación del Uruguay moderno, llega hasta la era progresista y se detiene en las principales corrientes e instituciones conservadoras, los medios de comunicación y los temas que preocupan a la derecha, como la pérdida de los valores, el ataque a la familia, el humor tradicional, el combate a la inseguridad y el debate entre la corrección y la incorrección política. Esta heterogeneidad produce un texto algo fragmentario, pero que busca entradas y enfoques diferentes de un tema que por su propia naturaleza es polifacético.

Este libro es, entonces, el fruto de una investigación de meses, que implicó discusiones entre nosotres y con otres sobre lo que estaba pasando, pero también lecturas, recabar materiales de los medios y las redes, observar actos políticos, y analizar discursos y debates cotidianos. La escritura fue alimentándose de reflexiones colectivas, de muchos puntos compartidos, pero también de desacuerdos internos, en el entendido de que zambullirnos en nuestras propias incoherencias, contradicciones y dudas era importante para entender el campo de confusiones y ambigüedades en las que crece la reacción.

Durante este proceso de investigación fuimos condensando algunas reflexiones y conclusiones preliminares que tuvimos oportunidad de compartir en un ciclo de charlas en Entre,5 un seminario sobre el tema, del que participaron investigadores y militantes, y una ronda de conversación abierta al público para discutir el tema.6 También publicamos textos en los que se adelantaban ideas que terminamos de redondear en este libro. Agradecemos también a Laura Amaya y Cecilia Seré, por sus lecturas críticas y sus comentarios. Y especialmente a Valeria España, quien participó en la concepción y el comienzo del proyecto. Si bien quienes redactamos el libro y concebimos su gráfica fuimos Diego León Pérez, Gabriel Delacoste, Gabriela Sánchez, Laura Outeda, Lucía Naser, Ignacio de Boni y Santiago Pérez Castillo, el trabajo colectivo involucró a mucha más gente.

Tras una decena de borradores, fines de semana de encierro, centenas de porros y cigarros, containers de galletas y maníes, cadenas interminables de Whatsapp e intercambios con amigues y colegas, terminamos La reacción, aunque quizás esta recién comienza. Por este motivo, es un libro para usar a favor de la reenergización de la lucha, y no para entregarnos a la desesperanza y la depresión. Esperamos que nos ayude a entender qué está pasando y que a la vez abra caminos para que veamos todo lo que podemos lograr que pase de ahora en más.

El propósito central de este libro es mostrar que en Uruguay sí existe la derecha y que es necesario estudiarla, lo que implica despejar las capas de ideología, eufemismos y cinismo detrás de las que se esconde. Y también que es necesario meterse en el tema con profundidad, corriendo el riesgo de indagar en sus canales y sus resortes, para conocerlo desde dentro.

Como se verá, este libro está escrito en lenguaje inclusivo. Respecto del criterio utilizado, usamos mayormente la letra e como género neutro, salvo cuando nos referimos a la derecha como sujeto y a quienes la integran, casos en los que usamos el universal masculino. Esto se debe a que entendemos que la derecha es un sujeto eminentemente patriarcal, mientras que otros sujetos son heterogéneos y plurales.

Por último, hojeando, van a ver escenas protagonizadas por un hombrecito de traje, que ilustra los capítulos. Lo elegimos como arquetipo para retratar a la reacción. Quizás un oficinista, quizás un empresario, quizás un presentador de televisión. Frustrado, indignado, malcriado pero humano y vulnerable, nos va a acompañar mientras recorremos las distintas caras de la reacción.

1.   4chan es un sitio web en el que se alojan varios foros de discusión anónimos. El foro Politically Incorrect se caracteriza por ser un espacio de encuentro entre libertarians, ultraderechistas y racistas de Estados Unidos y el mundo. Para más información, ver el trabajo de Angela Nagle Kill All Normies: Online Culture Wars from 4chan and Tumblr to Trump, Washington: Zero Books, 2017.

2.   Empresario exitoso que reivindica su origen popular, de self-made man que se hizo de abajo, hoy propietario de varios locales comerciales y el Nuevocentro Shopping, y líder del Partido de la Gente, orientado al populismo punitivo, la derecha empresarial y la recuperación de los “buenos valores” perdidos.

3.   Excomandante en jefe de las Fuerzas Armadas, destituido por Vázquez en marzo de 2019 por sus intervenciones públicas contra los juicios a militares acusados de delitos de lesa humanidad.

4.   Entre: Ensayos sobre lo que empieza y lo que termina, Montevideo, Estuario, 2017.

5.   La reacción, 20 de agosto‑15 de octubre de 2018; 6‑19 de setiembre de 2017.

6.            Entre: La reacción. Derecha e incorrección política en Uruguay, Estuario, 2019, 275 págs.

 

Colectivo Entre (redactado en esta ocasión por Gabriel Delacoste, Ignacio de Boni, Lucía Naser, Gabriela Sánchez, Laura Outeda, Santiago Pérez Castillo, Diego León Pérez)

Salirse del cauce desbordando maternidades. La maternidad como acción política. // Valeria Grabino, Andrea Graña, Gabriela Iglesias, Lucía Naser*

Cómo pensar y practicar la maternidad entendida como una acción política se preguntan las autoras de este artículo que propone, desde una mirada feminista, resignificar el concepto liberándolo de los mandatos tradicionales.

 

LA MATERNIDAD COMO UN TEMA POLÍTICO. Nadie pone en duda que la maternidad es una experiencia y un trabajo que impacta en las estructuras más profundas de las vidas, las subjetividades y los cuerpos que la atraviesan. Pero ¿cómo?

La maternidad ha sido romantizada junto con un estereotipo de mujer construido por una sociedad patriarcal y una economía capitalista. Si bien esa construcción se ha transformado, continúa en el centro de la organización de la vida y las formas de (bio)poder contemporáneas. ¿Qué diferencia a una mujer madre de fines del siglo XIX de una del siglo XXI? ¿Viven igual su maternidad las mujeres de las clases altas que las de las clases bajas? ¿Y las que decidieron serlo y las que no?

 

A través de lecturas, del encuentro colectivo, de trabajos sobre sí mismas, de poner el tema arriba de la mesa familiar y laboral, se va planteando un proceso de politización, aunque aún es marginal. Salir de la soledad de la cocina o de la exclusiva dedicación a los hijos es dar el espacio para construir modos deseantes, emancipadores y críticos de hacer esto. A la vez, es inevitable enfrentar el espejo de “la mala madre”, sacudir los miedos, los juicios y los estigmas que pesan en las mochilas, llenas de mandatos.

 

En este texto y desde la colectiva que integramos, quienes escribimos preferimos hablar de maternar en vez de ser madres, porque no creemos que haya una esencia maternal y porque pueden gestar y maternar cuerpos diversos. Proponemos algo difícil, porque hablar de una maternidad crítica es fácil, pero practicarla no lo es. La maternidad pone en tensión los vínculos entre lenguaje y afecto, entre pensamiento y sentimiento, entre lo individual y lo compartido. Pone en relación cuestiones asociadas a la crianza, la biología y la reproducción, a experiencias y exigencias de las mujeres, a las relaciones intergeneracionales.

La maternidad es al mismo tiempo una experiencia íntima y una decisión personal, un tema social, una cuestión colectiva. Si política es –como dice Hannah Arendt– la forma en que el sujeto aparece en el espacio público, el de la madre es el rol en el cual la mujer se ha hecho más visible a lo largo de la historia. Esta visibilidad es simultáneamente la invisibilización de otras aristas de nuestra existencia: la mujer que trabaja, que tiene sexo, que se cansa, que se droga, que investiga, que crea, que viaja. Y es una visibilidad organizada por el régimen hegemónico de lo visible, o sea, un régimen patriarcal. ¿Cómo desarmar esa imagen sin desarmar la maternidad como una posible elección de vida? ¿Cómo pensar y practicar la maternidad como una acción política?

 

Decir que la maternidad es política no es igual a hablar de maternidades feministas. También son políticas las maternidades patriarcales, las funcionales a las formas de dominación y sujeción de la mujer. La politización de la maternidad desde el feminismo es un proceso en curso, que ha cambiado al propio movimiento, que no ha llegado a un consenso. Mientras que para algunas la maternidad es inherentemente patriarcal, otras creemos que es posible evitar sus formas de cooptación y que la potencia de crear vida es demasiada como para renunciar a ella por haber sido capitalizada por el régimen antropo-falo-ego-logo-céntrico, al decir de Suely Rolnik.

 

El aborto o el derecho a no ser madres han sido dos de las luchas más visibles del feminismo, y la derecha provida se ha aprovechado de eso para asociarlo a posturas antimaternales y “destructoras de familias”, al punto de organizarse con consignas como “A mis hijos no los tocan”. Pero poder decidir cuándo no hacerlo nos hace más libres en nuestra decisión cuando sí. Pocas cosas molestan más que feministas metiéndose en el altar que se ha construido para la Madre. Pero no queremos altares, ni oraciones, ni recetas; queremos expandir nuestros horizontes de libertad.

 

DIÁLOGOS ENTRE MATERNIDADES Y FEMINISMOS. La figura de la madre y los mandatos que se despliegan a partir de ella han sido tema de importantes debates desde los feminismos. Parte de la literatura feminista se ha dedicado a (re)significar la noción de madre, tan cargada de sentidos. La maternidad hegemónica, el instinto maternal, la buena madre representan formas específicas de habitar el cuerpo de las mujeres que las feministas han criticado y denunciado. Por lo que un dilema central para las madres que se han dejado interpelar por los feminismos es: ¿cómo la potencia de generar vida puede significar la muerte de la libertad de una?, ¿cómo maternar desde el disfrute?

 

Si recorremos la historia, no siempre se ha maternado de la misma manera, ni la noción de madre ha sido la misma en distintas sociedades y culturas. El sentido actual se forjó a mediados del siglo XVIII, en el contexto de la consolidación del capitalismo y los estados nación. Se trata de un proceso de cambio cultural, de cambios de los hábitos de las familias del antiguo régimen a los de la familia nuclear burguesa, que migró a las ciudades. En ese proceso, se individualizaron los cuidados antes compartidos y se los adjudicaron a las mujeres, lo que naturalizó su función materna para la familia. La dimensión público-privada comenzó a operar de forma eficiente y justificó el lugar asignado a la mujer-madre, excluida de la vida pública. Ubicada en el ámbito doméstico, pasó a ocuparse de los trabajos de reproducción, que desde entonces son traducidos como parte del amor materno.

 

La moralización de la práctica de crianza vino acompañada del fortalecimiento de la institución médica, que ganó autoridad sobre los cuerpos femeninos e infantiles, dictando las normas y las conductas necesarias para garantizar la buena salud, en especial respecto del parto y la lactancia, mandatos que se fueron extendiendo a otras etapas de la infancia. Estos saberes se desterraron de los linajes encarnados por distintas figuras femeninas, como las parteras, las curanderas y las brujas.

 

Hace 70 años, Simone de Beauvoir escribió El segundo sexo, que cuestiona el lugar asignado y naturalizado para la mujer, revisando, desde la filosofía, la construcción de la mujer como sujeta histórica y criticando la asociación directa entre las categorías mujer y madre a través de la distinción conceptual de las nociones de sexo y género. De este modo, cuestionó el destino obligatorio de la función reproductora y su lugar secundario en la sociedad. Su conocida frase “no se nace mujer, se llega a serlo” reubica la experiencia femenina como un proceso de construcción cultural, poniendo en tensión y en disputa su destino de buena madre y esposa.

Otro aporte importante del pensamiento feminista al debate sobre la maternidad es el que hizo, en los ochenta, Adrienne Rich, cuando publicó Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución. Allí analiza la maternidad a partir de dos claves que la componen: la experiencia del cuerpo femenino y la institución que representa y revive. Por un lado, ubica la maternidad como una pieza más del rompecabezas de las instituciones que se retroalimentan y sostienen el patriarcado. Se trata de un cuerpo maternal explotado, desapropiado, enajenado históricamente y utilizado como argumento biológico de su propio encierro social. Por otro, produce un giro ontológico en la dimensión del maternaje cuando lo piensa a partir de una experiencia personal y fuente de conocimiento. Reivindica el cuerpo femenino como centro de la experiencia que debe recuperar la mujer. Al afirmar que “nacemos de mujer”, apuesta a recuperar los vínculos entre mujeres. Dibuja una madre que protagoniza esta experiencia desde un lugar del saber, como una figura clave que, a la vez que enseña las primeras palabras a sus hijos, es para ellos fuente de conocimiento y significación del mundo. La posibilidad de generar vida se vuelve un poder que potencia las capacidades de creación y placer.

 

VOLVER PÚBLICO LO ÍNTIMO DEL MATERNAJE. La noción de maternidad desde una epistemología feminista es pensada y practicada desde la experiencia de personas que han maternado, es decir, partiendo de una misma. A la vez, pone la experiencia personal en espejo con las de otras madres, atravesadas por las historias de otras y sus formas de vivir y criar.

En este movimiento, se hace visible la relación entre las experiencias íntimas y el espacio público y, junto con ella, los mandatos relativos a los roles con los que cargan las madres como un manto invisible en el trabajo, la escuela, el centro de salud; las organizaciones sociales o colectivas en las que participan; los lugares de esparcimiento para adultas; las relaciones sexo-afectivas que establecen; los vínculos profesionales y amistosos que sostienen.

En todos estos espacios, se dan relaciones que son internalizadas como parte de la vida, pero se transforman a partir del momento en que nos convertimos en madres. Nuestro tiempo, energía, amor, paciencia, deseo sexual, entre otras cosas, están divididos entre nuestro rol de madre y las responsabilidades o los deseos que ya teníamos y no desaparecen por maternar.

Esto genera, entre otras cosas, una sensación de desdoblamiento entre la persona y la persona madre, que pasa a duplicar responsabilidades: sostener la vida que tenía, sumándole las responsabilidades que, acorde a la división sexual del trabajo, no son las esperables en los padres. Llevamos la culpa del espacio público al privado, que constantemente vigila que estemos haciendo lo mejor, sobre todo con nuestros hijos. Administramos nuestros tiempos y energías en relación con las vidas que dependen de nosotras; analizamos en qué, cómo y cuándo participaremos con base en lo que podemos y queremos, intentando no descuidarnos a nosotras mismas.

 

Actualmente, la justicia, la educación, la salud, las políticas públicas y las nuevas formas de acompañamiento a las madres y sus hijos pequeños transmiten el deber ser en relación con los roles asignados. Se habla desde la autoridad o autoritariamente: ya desde el embarazo dejamos de ser una persona con una identidad determinada para constituirnos en “la madre”. Nos trasmiten, paso a paso, qué, cómo y cuándo hacer, partiendo de la desconfianza de nuestros saberes y los conocimientos que emanan del vínculo madre-hija.

Urge dejar de depositar en la figura de las madres la culpa y la desconfianza de su saber, y en el varón, la disculpa, porque los cuidados y la educación son, aún hoy, mayoritariamente, tareas de las madres. Esto significa que destinamos más tiempo que los varones a sostener las tareas de reproducción de la vida, que sigue siendo tolerado por la sociedad el abandono parental masculino y premiada como un acto heroico la presencia de padres que sí asumen sus responsabilidades. Seguimos siendo mayoritariamente las madres quienes priorizamos las tareas de cuidado por sobre nuestro desarrollo profesional o nuestro despliegue en otras áreas. Y esto no es casual: en el ingreso al mercado laboral, se valora a las mujeres que no son madres y a los varones por encima de las mujeres madres, las embarazadas y, más aun, las madres solteras.

 

Los espacios públicos de militancia o recreación siguen presentando dificultades para incorporar la presencia de madres y madres con sus hijos. Los horarios, los ambientes, las dinámicas y la ausencia de un espacio pensado para la infancia expulsan a quienes quieren contribuir en la construcción de nuevas formas o disfrutar con pares adultos.

La política en femenino nos enseña que es necesario que nuestros cuerpos que maternan y nuestros hijos ocupen el espacio público, para hacer visibles las opresiones que nos atraviesan y, a la vez, construir nuevas formas de habitar lo público, con base en una experiencia que se materializa mientras avanzamos en procesos de reflexión y creación colectiva. Las repercusiones del 8M y nuestra presencia en las calles, en la proclama de la Coordinadora de Feminismos y en los medios ponen de manifiesto el poder social de la maternidad, la directa asociación de ser mujer con ser madre y en qué medida la sociedad recibe y tolera las diferentes formas de maternar, siempre tan asociadas al ámbito privado.

Creemos que un abordaje feminista de las maternidades puede contribuir a la reflexión, desde nuestra propia experiencia, sobre la violencia con la que se ha abordado la maternidad, para así transformar las formas en las que somos consideradas actualmente en los espacios y las instituciones que habitamos.

 

MATERNAR EN COLECTIVO. Silvia Federici argumenta que, para la mayoría de las personas, la palabra “reproducción” evoca imágenes de procreación. Sin embargo, esta pensadora nos dice que cada vez más, en el movimiento feminista, este concepto adquiere un sentido amplio, que da cuenta de todas esas actividades que recrean diariamente nuestras vidas, incluyendo las dimensiones material y simbólica, y el trabajo físico, pero también el trabajo emocional que rodea y sostiene el cuidado, y particularmente la crianza. Reconociendo la maternidad y la crianza como centrales, ¿cómo colectivizamos ese espacio de la reproducción de la vida?

En un sentido, maternar en colectivo parece una utopía. Como mujeres, hemos sido educadas en el desvalor y la invisibilización del mundo de la reproducción y lo que ella conlleva, incluidos los saberes femeninos, que –aunque los sepamos histórica y culturalmente producidos– son transmitidos generacionalmente. Como mujeres, también hemos interiorizado la idea de que la reproducción de la vida es un mundo privado, la contracara del mundo público, aquel que –inherentemente masculino– produce lo político. Estos sentidos conducen al modelo de maternidad encerrada entre los límites de la familia tradicional –u otros arreglos familiares–, que reproducen el aislamiento, la soledad y el agobio. Ser madre, maternar, se constituye así como una experiencia en solitario o, en el mejor de los casos, de pareja.

 

Tomando en cuenta esto, cuando hablamos de maternar en colectivo, hablamos, en primer lugar, de descentrar el binomio madre-hijo para pensar la crianza. Más allá de con quiénes compartimos cotidianamente la crianza ‒nuestra pareja, el padre o la madre de nuestros hijos‒, creemos que es necesario involucrar a otros en el proceso de criar, para enriquecerlo y también para romper con el mandato de que niños y niñas son responsabilidad (primera y última) de las madres. La pregunta “¿dónde está la madre?” resuena cada vez que la sociedad entiende que la crianza, entendida como educación, fracasó. No importa qué tan cerca del modelo de madre abnegada se encuentre esa mujer madre. Porque nunca se es lo suficientemente abnegada. Al mismo tiempo que reclamamos “abrir” el binomio madre-hijo, necesitamos visibilizar las distintas experiencias de mujeres que crean redes de crianza. Esas experiencias nos rodean, somos parte. Porque, finalmente, no es cierto que criamos en soledad. ¿Cuánto maternaje de otras mujeres hay en nuestras maternidades? Los círculos de mujeres (amigas, vecinas, compañeras de trabajo, abuelas, tías) se activan rápidamente cuando tenemos que resolver cuidados fuera de la rutina, cuando los hijos se enferman, cuando queremos celebrar la vida y festejar sus cumpleaños, cuando nosotras enfermamos, pero deseamos que los hijos estén protegidos y sean amados. Visibilizar y enunciar las tramas colectivas que ya existen es también disputar el modelo patriarcal de la maternidad, que intenta separarnos y debilitar lazos entre mujeres. Existen más prácticas feministas que las que estamos preparadas para reconocer. Tenemos que recuperar, además, experiencias diversas en las que hay redes de ayuda para reproducir la vida, para criar, pero también para alimentar, para producir comunes. En suma, se trata de imaginar la redistribución de las responsabilidades y las creaciones que implica la crianza, porque los hijos ya no serán completamente de las madres y, al mismo tiempo, serán un poco hijos de muchos.

 

En otro sentido, hablar de maternar en colectivo nos enfrenta a un nudo difícil de desenredar. El patriarcado, al separarnos de nuestros linajes femeninos, nos ha separado entre nosotras y producido una forma de trasmisión de saberes que no necesariamente tiene anclaje en el cuidado colectivo. Una pregunta que resuena fuertemente es: ¿cómo acompañamos? A la amiga, a la hermana, a la hija que parieron (a la que quiso y a la que no quiso una cesárea, a la que quiso y a la que no quiso un parto natural, a la que pudo y a la que no pudo tener un parto natural), a la que acaba de tener un hijo (a la que quiere y a la que no quiere amamantar, que puede y no puede amamantar), que está intentando criar. El desafío aquí es trascender la fuerza social de la maternidad como marca identitaria de las mujeres, que, al acompañar a otras en convertirse en madres, se expresa interpelando nuestra propia maternidad. El desafío es salir del “bajo sospecha” para estar disponibles para otras, reconociendo nuestros saberes adquiridos en la experiencia, pero también nuestros vacíos, nuestras frustraciones, nuestros dolores. El despliegue de la potencia corporal y emocional para maternar requiere de recrear también las formas en que nos acompañamos. En este proceso de recreación, ¿cómo recuperamos nuestros linajes femeninos, sin romantizarlos o idealizarlos, pero reconociendo lo político en las experiencias de nuestras abuelas, madres, amigas, hermanas?


* Integrantes de Desmadre, colectiva feminista que reúne a mujeres, trans y personas no binarias, madres, trabajadoras, hijas, para compartir e interpelar nuestra experiencia de maternar y criar. Somos Desmadre, como el río cuando se sale de su cauce y desborda en otras formas. https://desmadrecolectiva.blogspot.com/

Brecha

Tiempo de rebelión // Lucía Naser

Llegó otro 8 de marzo, ese día que, si antes era motivo de algunos “feliz día” y algún que otro ramillete o bombón, ahora es resignificado por las luchas feministas. El 8M es día de lucha y de huelga feminista, es día de visibilizar el trabajo remunerado y no remunerado que hacen las mujeres, es día de habitar la calle y encontrarse con múltiples movimientos y colectivos.

Este 8 de marzo se consolidan al menos tres características que eran incipientes en años anteriores: por un lado, la huelga y la marcha se multiplican en diversos lugares más allá de la capital; por otro, los feminismos que las impulsan ya no se encuentran enfocados únicamente en luchas de y por las mujeres, sino que han entrelazado sus manos, cuerpos y consignas con otras luchas, como las de lesbianas, trans, no binarias y transfeministas. Paralelamente, se hace visible que los feminismos ya no sólo se involucran en luchas en torno al género y la sexualidad, sino que se constituyen como un movimiento político preocupado por múltiples aspectos que hacen a la vida, a su reproducción, a las diversas formas de poder, a las formas de (in)justicia social, así como al modelo político-económico que organiza formas de vida y de muerte a nivel local y global.

Mientras algunas mujeres trabajan hace meses en la organización de este día, otras acompañan con entusiasmo su llegada y otras hacen sus primeros contactos con las convocatorias y las consignas, que cambian año a año. Este 8 de marzo, la huelga feminista es convocada por un movimiento que no para de crecer y que ha aprendido a querer sus diferencias y su pluralidad, que le ha soltado la mano a la meta de homogeneidad y a la lógica de la competencia entre sus diferentes formas, para abrazar la creencia y la práctica de que está bueno ser muchas diferentes caminando hacia algunos objetivos en común.

La antesala del 8 de marzo no está llena de buenas noticias: venimos de un verano con índices terribles de feminicidios y travesticidios, de voces que se animan a denunciar y de quienes quieren deslegitimarlas, de niñas obligadas a parir cuando por ley les corresponde el derecho a abortar, de violaciones en balnearios, de iglesias que queman archivos de abusadores sexuales, de fascismos antiderechos que avanzan en la región y el mundo, de violencias contra trans, gays y lesbianas, de amenazas a sexualidades disidentes, de pibas que desaparecen y aparecen muertas, del asesinato de Natacha Jaitt en Argentina, de fallos indignantes de la justicia patriarcal, de celebraciones de congresos por la familia con el beneplácito del Estado. Pero la previa de este año también tiene el “Yo sí te creo”; la aprobación de la ley integral para personas trans luego de una campaña fortalecedora del movimiento y sus complicidades; el afianzamiento de las redes y las voces de mujeres que ya no se callan; las compañeras de Argentina que, aunque pierdan en el parlamento, se saben ganadoras; mujeres murguistas y carnavaleras organizadas; gordas y gordos organizados; campamentos feministas en el Interior; cooperativistas organizadas; mujeres artistas organizadas; más visibilidad lésbica; programas de radio, ferias y mercados feministas; caravanas en todo el país; educadoras y maestras organizadas; la emergencia de un feminismo antiespecista; iniciativas feministas en el interior de la Universidad; la politización feminista de la maternidad. Es, por otra parte, una previa signada por un gran crecimiento y la visibilización de organizaciones en todo el país, lo que ayuda a visibilizar, a su vez, que el movimiento no es únicamente capitalino ni está únicamente conformado por mujeres de clase media intelectual. Los protagonismos se hacen, afortunadamente, cada vez menos nítidos y dan un paso al frente del movimiento mujeres trabajadoras, mujeres trans, lesbianas y hasta compañeras que no se identifican con la categoría de mujeres, aunque sí con la de feministas. Acciones como las de Ni Una Menos, la campaña nacional por la ley trans o las acciones en barrios no céntricos de Montevideo realizadas por el Paro Internacional de Mujeres fueron impulsos importantes para esto. Hoy, los feminismos inundan el territorio y los cuerpos de todo el país: están la Asamblea Permanente de Mujeres Paysandú, el 8M Colonia, la Asamblea Permanente Mujeres 8M Salto, Hacia el 8M Artigas, varios colectivos en Durazno, Canelones y Rocha, y una coordinación permanente en Maldonado, entre otros.

Los feminismos son un ejemplo de que, cuando el mundo tira para abajo, es posible organizarse desde una emocionalidad no derrotista ni derrotada, sino todo lo contrario: desde la fuerza y la alegría que dan reconocer la potencia de un movimiento, la solidaridad que crece entre quienes viven cosas jodidas, pero no para radicarse en la identidad de víctimas, sino todo lo contrario, para descubrir cuánto se puede juntas. Ante el avance del fascismo, los feminismos se fortalecen, se entraman en sus diferentes ramas y vertientes para formar un caudal común. Ante el recrudecimiento de la violencia, los feminismos responden con la radicalización, la maduración y la retroalimentación de sus luchas. Como dos amigas que desde sus barrios y luego de una noche de fiesta se escriben: “Amiga, ¿llegaste?”“Amiga, llegué”. Y saben que quizás no duermen juntas, pero confirmar que la otra está ahí y constatar que estamos para nosotras es como una bocanada de aire una noche llena de peligro, una que nos permite no renunciar a la fiesta, no dejar de salir. Los feminismos despliegan lecciones prácticas y tácticas que necesitan escuchar otros movimientos y causas en crisis, porque las vamos a necesitar ante el oscurantismo que promete el panorama político del presente y del futuro próximo.

ENTRE NOSOTRAS MISMAS. Aunque el crecimiento de las movilizaciones es continuo en los últimos tiempos, año a año las organizaciones convocantes ensayan propuestas y articulaciones diferentes. La Coordinadora de Feminismos viene preparando la huelga hace semanas por medio de plenarias y comunicados abiertos. Con el título “Compromiso 8M” y el eslogan “Ante el fascismo, más feminismo”, la Intersocial Feminista envió una carta a las y los presidenciables en la que les exige “no retroceder en las leyes aprobadas que reconocen una nueva generación de derechos humanos”. Mientras que diferentes sindicatos integrantes del Pit-Cnt resolvieron diferentes convocatorias ‒con sus respectivas polémicas‒, que van desde el paro de 24 horas exclusivamente de mujeres al paro mixto desde las 16.00 para asistir a la marcha.

De las principales organizadoras, la Coordinadora de Feminismos es un pulmón de la presencia feminista en la calle, y no sólo en el 8M. La Coordinadora surgió en el proceso de organizar las alertas feministas, que se hacen cada vez que se comete un femicidio. Se caracteriza por crear formas de movilización que le ponen el cuerpo, la imaginación y la performance a la protesta, y delinear un estilo político que traduce algunas ideas fuertes del colectivo. La Coordinadora está integrada por organizaciones y feministas no orgánicas. Y tiene como principios la autonomía y la autoorganización; la performance como un lenguaje necesario para luchar contra poderes que se ejercen de forma performativa; la horizontalidad como objetivo y la relación entre mujeres como base para construir nuevas formas de vida. Como organización, también promueve un corrimiento de lo que Raquel Gutiérrez llama “política de la demanda” ‒basada en reclamar al Estado y al sistema político soluciones para los problemas‒ hacia formas de lucha no estadocéntricas, concentradas en construir alternativas desde abajo, desde las bases del movimiento, desde el nosotras mismas.

La Coordinadora no tiene un manifiesto o declaración de principios, no tiene organigrama ni estructura orgánica; teje su programa en el andar, y va armando y desarmando comisiones de trabajo según las necesidades de cada momento. Funciona en plenarias ‒que este año, y de cara al 8 de marzo, fueron anunciadas públicamente y abiertas a partir de febrero‒ y evita los nombres, tanto propios como de los colectivos y las personas que la van haciendo. Más que una lógica de pertenencia, representación o interinstitucionalidad, es un espacio en el que devenir anónimas, un camino para visibilizar a las que ya no están o para amplificar la voz de quienes encuentran más dificultades para que se las escuche. Un espacio en el que se funden sin diluirse diferentes luchas y movimientos dentro del movimiento.

Este año, como en anteriores, la Coordinadora convoca una huelga feminista de 24 horas, que afecte la doble jornada de trabajo (asalariado y doméstico), y a “concentrar y marchar, a leer la proclama colectiva en ronda y sin estrados, para volver a ser una constelación de voces, hablarnos a cada una de nosotras, reconocernos, hacernos de espejo en la lucha y decir al mundo desde ahí lo que queremos”. También se invita al ya ritual abrazo caracol y a celebrar este 8 de marzo desde luchas concretas de mujeres, trans, travas, tortas, lesbianas y disidentes en Uruguay. Una particularidad de la convocatoria de 2019 es que aparece en la plataforma una diversidad de temas que hacen pero también desbordan a la cuestión de la mujer.

La Coordinadora desplegó este año una campaña de comunicación en la que fue presentando, los días previos a la marcha, diferentes luchas y causas que hacen a la proclama y al sentido de la movilización de este viernes. Maternidades; punitivismo y justicia patriarcal; precarización de la vida; educación; trata y explotación sexual; avanzada fascista; disidencias y travesticidios; extractivismo; encierro, y violencia sexual: son los diez temas de la convocatoria, que son, a su vez, un mapa de los feminismos –y, por qué no, de la política– actuales. Por cierto, uno bien complejo y completo. Algunos cruces, como el del feminismo con la cuestión racial o de los feminismos con los anticapitalismos, no aparecen como ejes, porque se entiende que son transversales y que, por tanto, no merecen nombrarse aparte. Los textos de cada eje fueron escritos por diferentes grupos de mujeres inmersas en estas luchas concretas y articuladas entre sí en los plenarios de la Coordinadora. Todos ellos comparten un encabezado y un epílogo, que resultan un manifiesto en sí mismo: “Los eslabones de la cadena de opresión y violencia que se expanden en cada territorio y recaen sobre nuestros cuerpos son los que despiertan nuestras luchas”“Sigamos desplegando toda nuestra creatividad para continuar tejiendo nuestras luchas y mantener abierto el tiempo de rebelión”. Apertura y diversidad de colores son claves para entender qué está pasando.

El trabajo organizativo se dividió en comisiones: logística, comunicación, proclama, autocuidado, finanzas, y baile e intervenciones. En cuanto a la de autocuidado, la Coordinadora trabaja desde un pensamiento que diferencia autocuidado (que significa evitar la violencia) de autodefensa (que involucra tácticas defensivas que pueden incluir enfrentamientos). Al mismo tiempo, se propone no ser la única responsable de este aspecto de la marcha, sino compartir algunas pautas de autocuidado, pero entendiendo que la manifestación se construye entre muchas y que, por ende, esta dimensión no puede ser delegada y es responsabilidad de cada una y de los colectivos presentes. La comisión de intervenciones ensaya hace semanas una performance, que se realizará en el inicio y en el cierre de la marcha y convivirá con otras de otros colectivos ‒como La Melaza, Afrogama, Diez de cada Diez, La Caída de las Campanas, la Asociación de Danza del Uruguay‒, con un acto de Apostasía Colectiva y con otras que probablemente se hagan presentes.

CREATIVIDAD PARA CONTINUAR TEJIENDO. El dispositivo del paro o huelga ‒acompañado de consignas como: “Si nuestras vidas no importan, produzcan sin nosotras”, “Paramos el mundo mientras parimos mundos nuevos” y “Eso que llamas amor es trabajo no remunerado”‒ es activado hace ya algunos años para crear cortocircuitos en las cadenas de organización social (intra e interfamiliares) y valorizar visibilizando el trabajo que hacen las mujeres fuera y dentro de sus casas. El llamamiento es a hacerlo como y donde cada una pueda y quiera. Las respuestas van desde mujeres que detienen todas sus labores, incluido el cuidado de sus hijos, hasta quienes acompañan la decisión de sus sindicatos o se suman recién a las 18.00 para el inicio de la manifestación.

La huelga feminista reactualiza un dispositivo clásico del movimiento obrero y lo resignifica en sus propios términos, convierte el paro no sólo en un medio, sino también en un fin en sí mismo, que pone en el centro las transformaciones colectivas y los acontecimientos subjetivos que se producen en el encuentro entre mujeres de barrios y clases diferentes, en el abrazo entre madres adolescentes y viejas militantes, en la ocupación de la calle, que tan a menudo sentimos que no nos pertenece, en el canto conjunto entre quienes llevan el repertorio y quienes lo aprenden en ese momento, en la construcción de la memoria de luchas feministas del pasado, que reviven en los actos y los cuerpos del presente, en la previa de semanas llenas de debates y asambleas. Tanto que se dice que “marzo es el mes de la mujer”, pero un mes le está quedando corto al feminismo. Queda corto cuando se analizan las luchas que se entretejen en la convocatoria de este año; cuando es manifiesto que los feminismos están en las calles para oponerse a todo un sistema de poderes que trabajan juntos sin ser del todo lo mismo, y por eso requieren tácticas de lucha complejas: el patriarcado, el alzamiento y el avance de la ola de ultraderecha, el punitivismo y los dispositivos represivos que se presentan como soluciones, cuando no son más que mecanismos de vigilancia, disciplinamiento y marginación social. El modelo económico tiene alianzas y pactos con los “valores” que defienden los movimientos provida y por la familia; la familia es defendida siempre que responda a las formas de vida del cis-hetero-patriarcado, sublimando la maternidad, pero pasándoles por arriba a los derechos y los deseos de quienes deciden ser o no ser madres; el capitalismo dinamita solidaridades, explota vidas y encuentra en los cuerpos de mujeres pobres materia prima de bajo costo para su legitimidad social; la justicia es un “poder” que procede con sesgos y cegueras selectivas; el neoliberalismo avanza en su misión privatizadora de la vida y ataca a todo lo que es común, desde los recursos naturales hasta la educación pública; a los pibes se les pide todo, pero sin darles nada, salvo plomo cuando no vienen de familias “bien”; el desarrollo se abre paso obstruyendo arterias principales de una democracia que dentro de poco será una pieza de museo o una estrofa nostálgica de alguna olvidada canción.

Se habla hace tiempo de movimiento, de marea, de lucha, de ola feminista, mientras de a poco va apareciendo la palabra “rebelión”. La rebelión feminista da cuenta de un hecho que está impactando en nuestras vidas, en nuestras instituciones y en todas las luchas y organizaciones políticas del presente. Y también da cuenta de que semillas colectivas están siendo plantadas en un suelo que ya está revuelto, que ya está siendo arado, cuya fertilidad está por verse, pero que seguro nunca va volver a ser como antes.

 

Brecha

TETA CRÍTICA: la violencia de estar como queremos // Lucía Naser

 

A partir de algunos acosos, varias censuras y la creciente sensación de que estamos en un presente paradójico – o más bien de enorme retroceso – por el cual mientras el feminismo crece y es reconocido, nuestras cuerpas siguen siendo policiadas y prohibidas en las calles y en las redes, empezamos a hablar con algunas amigas sobre hacer algo al respecto.

Decidimos organizar una Teta crítica, especie de Masa crítica pero no sobre bicicletas sino sobre pareos, en una playa y de pezones descubierto.

Fue así que creamos un texto y una imagen, e hicimos un evento que fue luego compartido por un montón de organizaciones, colectivas y mujeres (incluso algunas que nos sorprendieron bastante). Así invitábamos a encontrarnos un domingo de febrero por la tarde:

“Los senos femeninos son policiados a la vez que codiciados, son censurados bajo la etiqueta de «contenido sexual». Los pezones de mujer son diferenciados permanentemente de los pezones de hombre; no se los quiere en el espacio público salvo que sea para amamantar o para placer de los tipos. Reivindicamos el derecho al pecho, a hacer con nuestras tetas lo que queramos donde cuando y con quien queramos. Nos deseamos de pechera al viento y de teta libre, entre amigues o en solitario, en las playas y en las redes, rozando el viento, el mar u otros cuerpos.

Convocamos a una masa crítica de tetas al aire libre. Porque somos muchas muchas tetas como para andar siempre escondidas o guardadas en el secreto del sutien, la casa o el bikini.

Este evento es convocado por colectivos autónomos y no tiene vínculos con partidos políticos ni grupos religiosos. Tetas sin sutien, ni dios, ni partido.”

 

Entre las que lo agitamos, hay varias amigas que son lesbianas o no binaries; quizás ellas viven más que otras lo que significa ser señaladas como las inapropiadas, o las que están en cualquiera, y esa rabia les da energía (y nos contagia) para encarar lo que es nada más ni menos que nuestro derecho a estar y hacer lo que queremos.

 

Nos convocamos a las 17h. Un rato después empezaba a solo un par de cuadras un Peñarol-Defensor que hacía que la rambla estuviera aún más poblada e intensa de lo que un domingo caluroso y soleado de febrero ya suele ser en los entornos de la Ramirez y el Parque Rodó.

 

Llega el día. Hay casi más gente refugiada en las sombras de los árboles del parque que en la playa. Llegamos primero un grupo de cuatro y enseguida nos quedamos en tetas como para que nos encuentren las demás. No habíamos terminado de desplegar el pareo cuando un tipo se acerca a una de nosotras (“la embarazada”) a exigir que “por favor” me pusiera el bikini. Estaba rabioso y consternado; hablaba muy agresivamente y sin preocupación de llamar la atención de toda la playa – que nuestras tetas no habían causado -, decía que él no iba a permitir esto, que nos vistiéramos ya mismo (especialmente yo), que iba a hacernos una denuncia, que no lo iba a dejar así. Segundos después ya invocaba a dios y a Juan para alegar que lo que estábamos haciendo estaba muy pero muy pero muy mal. La situación fue escalando. Se acercaron a defendernos algunas otras mujeres que estaban en la playa. Una de ellas se sacó el bikini enfrente del demente para demostrarle que ella también hacía lo que quería (me emocioné). Otra señora gritaba que caiga el patriarcado y le hablaba a él con una voz que hubiera intimidado a un regimiento de milicos. Otra desde su posición playera horizontal nos decía que tranquilas, que vivimos en un país retrógrado mientras nos daba fuerza.

 

De nuestro lado y por la rapidéz en que sucedió todo estábamos bastante asombradas y atónitas. Le decíamos que se fuera que estábamos en paz y no molestábamos a nadie, o que a él también se le veían los pezones y con el paso de los minutos se nos empezaban a agotar la paciencia y las razones. Argumentos como que nos auto percibimos hombres y por eso no nos íbamos a poner la parte de arriba, o que había entre el grupo algunas madres y que amamantando igual se nos vería algún que otro pezón, que era una acción artística u otras excusas venían a nuestra mente para que se fuera y dejara de violentarnos y amenazarnos. Pero lo cierto es que todo aquello no era para zafar, sino para defender nuestro derecho a estar como queríamos y nada más y nos jodía decir cosas que no pensábamos para sacarnos a otro más de encima (¿cuántas veces tuviste que inventar complejas mentiras para que un tipo te dejara en paz cuando debería bastar un “no” o un “andate” para estar tranquila?). No es tanto pedir.   

La situación se disuelve porque el tipo fue alejado, un poco a insultos de todas, un poco a empujones literalmente por una de nosotras. Se quedó sin embargo merodeando entre las dunas y la rambla. Diciendo que él se iba pero que le quedaba esto adentro y que se la iba a cobrar. Que era el hijo de dios, decía.

Llegada complicada y al mismo tiempo percibir que la gente que está en la playa está con nosotras y no con este energúmeno. Nos vamos sumando varias y procesando lo que pasó. No es raro que en este tipo de acción el protagonismo se lo coma el antagonismo, la violencia, la represión. Intentamos reenfocarnos en lo que es el propósito de la acción. Nos relajamos un poco mientras ponemos algunos carteles con dibujos de un pezón preso, un par de carteles que dicen “tetas libres” y “teta crítica”.

Unos minutos después llega el dúo de prefectura. La mujer amablemente nos dice que nos viene a informar que no podemos hacer eso, que “el topless está prohibido en las playas”. Le decimos con suavidad que revisamos y en ningún lado se indica que está prohibido. Que hay un montón de hombres con pezones visibles. Citamos el reglamento de playas de la IM donde claramente indica que (citar) “las mujeres deben usar mallas de una pieza o dos”. Le señalamos la parte de abajo del bikini: una pieza. Nos miran con desconcierto y se van hablando por walkie talkie. Ya no vuelven.

Llega una compa con las tetas pintadas y pintura y nos colgamos a dibujarnos. Salvo por la agresividad externa (no de la gente en general sino de agentes puntuales), no se siente transgresor o raro estar ahí sino una extraña sensación de naturalidad de la situación, que hace más bien extraño el hecho de que no hagamos eso siempre. Llegan unas amigas a sacar unas fotos de la acción.

Mientras tanto vemos que algo está sucediendo en la rambla. Llegó una camioneta de policías de la marina de donde bajan al menos unos 10 tipos. Se aprontan como preparándose para actuar con sus máscaras esas que les tapan la cara y una urgencia que no nos explicamos. ¿Realmente esto es por unos pezones al sol? Vemos que no hay ninguna mujer (por ahora) entre los policías y eso nos tranquiliza bastante porque significa que no pueden acercarse a llevarnos. Se quedan en la rambla a unos cuantos metros pero no paran de mirarnos. No damos crédito; es todo un operativo.

 

Intentamos que no se lleven toda nuestra atención. Conversamos un poco, sobre represión y policiamiento de nuestros pezones pero también sobre otras cosas. Hay dos compas que fueron con sus hijas, una de ellas tiene la edad suficiente para no entender porqué esto causa tanto revuelo y su madre se lo explica… como puede. Conversamos de experiencias que hemos tenido en otras playas, en la imposibilidad de hacer esto como nos gustaría. De que hacer esto no sea sinónimo de estar peleando con otres, del deseo de que nuestro deseo no sea tan violentado, de qué fácil es que una acción así se vuelva violenta y no por el hecho de que se nos vean los senos sino de toda la agresividad que se despliega (y nos rebota en el cuerpo) a nuestro alrededor. Hablamos de lo difícil que es practicar la libertad sin volvernos objetos de la mirada de otres, sin que se nos comunique que estamos haciendo algo mal.  

El resto de la playa está totalmente en la suya. La convivencia conosotras se siente hermosa e incluso se acercan algunas a preguntarnos qué es Teta crítica o si pueden hacerlo con nosotras y ahí mismo pelan, se sacan foto con alguno de los carteles, se suman felices de que exista este espacio.

 

Nos ponemos a construir una teta gigante en la arena. No dura mucho la paz porque vemos que de nuevo desde la rambla y desde el pelotón de policía que nos mira sin cesar, unas cámaras como de canal de tv nos enfocan. Pasan al menos unos 20 minutos filmando sin siquiera acercarse a preguntar.  Debatimos sobre qué hacer y nos quedamos en la nuestra pero es violento el abordaje (sin abordaje) y pasado tanto tiempo nos preguntamos de qué canal serán y sobre todo qué estarán diciendo sobre las imágenes de nuestra acción a la que se suma nada menor presencia de esa cantidad de milicos resignificándolo y tergiversándolo todo. Finalmente se acercan un par de periodistas varones. Nos dicen que tienen un comunicado de prensa – lo cual no es verdad porque aunque el evento era público no hicimos nada similar – y que a ellos los mandaron a cubrir esto. Que si queremos podemos decir algo, darle una entrevista, eso sí, no puede mostrarnos las tetas, solo del cuello para arriba. El encuadre no lo ponemos nosotras, el cuerpo si.

Pensamos qué hacer y durante el diálogo hay que reconocer que uno de los pibes se afloja y dice que si es por él borra lo que tiene en la cámara y hace que nunca pasó nada y que entiende nuestro lado y que lo que va a salir en Subrayado probablemente haga más énfasis en que la policía tuvo que ir a la playa porque había unas locas en  tetas que en lo que queríamos decir. Decidimos dejarla por esa y quedarnos con lo que pasó ahí entre nosotras y con la gente que estuvo compartiendo sol a la proximidad y a la distancia durante estas horas.

Se van y nos quedamos. El sol está ya casi cerca del horizonte. Hacemos un par de fotos juntas. Mate va, mate viene. Terminamos de construir la teta. Nos contamos cosas entre baldes de arena. Una compa me dice que cuando ella fue madre nunca había visto otras tetas porque siempre andamos tapadas, que ella no sabía que sus pezones eran diferentes como más chatos, me dice que los pezones al sol se hacen más fuertes y sanos. Otra cuenta sobre una experiencia fea que tuvo al operarse los senos y despertar de una cirugía con la asimetría entre ellos “corregida” sin previa consulta. Comentamos sobre la disimetría de nuestras tetas y experiencias. Sobre lo que significan para nosotras por fuera de la permanente sexualización constante que se hace de nuestros cuerpos. Sobre nuestra sexualidad y sus otras formas y espacios. Sobre por qué esto solo se nos permite cuando es para el porno o hay un bebé. Conversas que quedan en nuestras cuerpas y entre abrazos enarenados. Somos unas 30, unas llegan y otras se van, salteando el tetazo entre actividades familiares, ferias feministas, tablado y danza en el parque.

Pensamos que estaría bueno hacer más teta crítica en otras playas. Pienso que podría ser organizado o simplemente espontáneo. Que solo se trata de habitar los lugares que son de todes como queremos. Que igualdad de género sin la posibilidad de elegir y decidir sobre nuestros cuerpos es solo un slogan vacío. Que la igualdad no existe sino como lucha por y sobre los cuerpos. Que seguimos peleándola y por las cosas más básicas. Y que hay luchas que se dan en terrenos tan cotidianos y desasociados a la militancia como una playa de domingo en febrero.

 

Fotos: RebelArte – colectivo de intervención fotográfica

 

Política en gestación: embrión de otras formas de vida Sobre y desde el cuerpo gestante desde una política feminista // Lucía Naser

Este texto es sobre un tema del que no sólo nunca me imaginé escribiendo, sino que hasta hace muy poco me imaginé no viviendo: ser madre. Esa fase que cambia todo, que parte de cero pero que a la vez es de las experiencias (de las tecnologías) más milenarias de nuestra vida en sociedad.  

La maternidad apareció como opción en parte por motivos personales, y en parte porque encontré en el feminismo compañeras y formas de pensar y de vivirla que zafaban de los modelos heteronormados y machistas de maternidad que tenía hasta entonces disponibles (o cerca). Para decirlo en las palabras lo más directas posibles, antes de eso ser madre era para mí sinónimo de entregarle el útero y la vida al patriarcado y no estaba dispuesta. Algunos años después de que esa certeza empezó a desestabilizarse y después de haberme enamorado de alguien en quien confío para hacer esto, escribo este texto desde un cuerpo político y gestante. Escribo desde y sobre ese momento bisagra que es el embarazo donde aún no pero ya casi. Escribo desde el feminismo, que si pone en riesgo las visiones y prácticas hegemónicas sobre el cuerpo de la mujer, no puede saltearse la politización de una de las experiencias más normativizantes de la vida femenina: la maternidad.

¿Cómo pensarla o vivirla sin demonizarla pero también sin sacralizarla ni romantizarla? ¿Cómo politizarla y construirla cuando es elegida y problematizarla y resistirla cuando no lo es? ¿Cómo transitar afectivamente por una maternidad feminista sin que se vuelva una experiencia organizada únicamente por la resistencia y el NO a los mandatos exteriores? ¿Y a los interiorizados?   

En la maternidad se encastran piezas claves de las definiciones patriarcales de lo que es y de lo que debe ser “la mujer”. En ella se juegan aspectos claves como la convivencia y la división del trabajo entre géneros, al menos para quienes hacemos esto en parejas heterosexuales unidas por el amor y la amistad. Me encantaría leer como les va a madres o padres de parejas homosexuales por ejemplo, o padres-madres que no se identifican con ningún polo del binarismo de género (ni a ellxs ni a sus hijxs), o a quienes deciden hacer esto en comunidad, pero no puedo ni pretendo hablar por ellxs.

Los imaginarios y comportamientos más populares en torno a los cuerpos de las mujeres gestantes y de las no gestantes (por elección o por impedimento) dejan claro que este periodo de excepción dice mucho sobre cómo y qué significa el cuerpo de la mujer en general; un significado que muta con el tiempo y entre culturas y aunque no debe ser universalizado necesita deconstrucción (y en muchos casos destrucción). La mater-paternidad trae adjuntas no solo alegrías, responsabilidades y un montón de corazones en instagram, sino también un container de miedos que puede llevarte muy fácilmente al conservadurismo. Para no terminar ahí (mi mayor miedo) es que escribo esto juntando algunos pensamientos gestados durante estos meses.

Empecemos por dos modelos de embarazadas o madres que el mercado social de las identidades ofrece en forma de imaginarios y de carne real: la madre emocional y la madre profesional.

 

La madre emocional

Según el modelo que llamaré acá “la madre emocional”, la embarazada es una especie de bólido sin control que agrega al ya impredecible e insoportable carácter hormonal de las mujeres, dosis desbordantes de arbitrariedad y sin razón. Debe por tanto ser perdonada por todo, aceptada en todo, tratada en el fondo como un ser fuera de sus cabales.  

Parte de este razonamiento – que asocia a la embarazada a cierta impunidad – es construido en torno de que la embarazada “está emocional” y si bien es cierto que una ondanada de hormonas te hacen sentir a veces más drogada que después de fumarte un troncho de las mejores flores, este modelo de feminidad suena conocido y tiene como trasfondo la construcción machista de la mujer irracional, impulsiva y en definitiva histérica y loca.

La madre emocional es la punta de la madeja donde se encuentran enrollados argumentos como que la maternidad es un hecho 100% corporal y no mental, por ende biológico, por ende al que la mujer viene determinada y de hecho es su razón de ser. En esa madeja también se enreda el pensamiento sobre las emociones como algo femenino, un lugar común del machismo. Asociar a la maternidad a un hecho conmovedor en términos emocionales e intenso en términos corporales – que lo es – es a menudo confundido con tratar a la embarazada como un útero que camina, como una bola de hormonas y carne o en su versión más romántica como una analogía humana de la madre tierra: tan fértil como impredecible, tan pasiva como prelingüística.  

Si una ha sido lo suficientemente valiente o nerd para adentrarse en al menos una pequeña parte de la inmensidad de la biblio y videografía sobre el tema “ser madre”, no faltan frases del tipo de que  “ahora que ya no puedes pensar en otra cosa que no sea tu bebé”, o “ahora que te olvidas de todo y no puedes concentrarte en nada”. Quizás soy una gestante perversa y desconectada de su proceso gestacional (aunque no lo siento para nada así) pero cuando leo ese tipo de cosa no puedo sino pensar que me están tratando como una débil mental o bien que están preparando el terreno para que “la embarazada” vaya jubilando a sus neuronas o a cualquier proceso intelectual de su vida para ceder paso a la tarea para la que vino a este mundo: Ser Mamá.

No señores (y señoras), no es cierto que solo pienso en mi bebé. Es más, me parecería patológico y preocupante para ese ser que llega al mundo que mi único pensamiento sea ella. Creo que este tipo de relación da inicio a relaciones de apego de las madres hacia sus hijos que luego derivan en relaciones de dependencia, rencor y exigencia que no estoy dispuesta a tener para con cualquier cosa que salga de mi útero, mucho menos con alguien que tiene ya a esta altura (30 semanas) cierta autonomía como ser humana.

La madre profesional

Otro estereotipo de opera como modelo es el de la madre profesional. La especialista en cada uno de los temas y labores asociados a la gestación y a la crianza. La que ha dedicado horas y horas a lecturas, tutoriales y conversaciones que la instruyen sobre la buena mamá (igual que hace algunas décadas había que educarse para ser la buena esposa).

Es que a través de la maternidad se ponen en circulación las demandas que caen en la mujer y que si bien representan a modos de organización patriarcales, muchas (demasiadas) veces son transmitidas por vías y grupos femeninos. Círculos de mujeres donde en busca de la madre perfecta en cruza con la mujer moderna se ponen en acción toda una serie de solidaridades (o quizás decirles complicidades), consejos, tips y recomendaciones sobre qué hacer y cómo para cumplir sin errores los requisitos del perfil buscado. Me pregunto si en círculos de varones o incluso de varones en procesos de deconstrucción de su masculinidad el tema de la paternidad es tema de terapia, de bar, de chats, de infinitas conversaciones virtuales y reales con conocidos y desconocidos, de páginas y páginas de piques sobre las diversas labores, conflictos, alegrías y angustias de ser padre. Me pregunto porqué a mi pareja (hombre) no le llegan los cientos de links con recomendaciones para ir tras una lista interminable de artículos que ni te imaginabas que existían para el bebé – y por cierto varios links de un mismo tipo de artículo como para que uses todo el tiempo libre de tus nueve meses de gestación en investigar la mejor opción considerando calidad-precio. Me pregunto porqué de los varones no se espera que estén “divinas” antes, durante y después de tener un hije. De hecho una buena porción de los comentarios que he recibido durante el embarazo van desde “estás bárbara”, a “cuánto aumentaste?”, a “lo importante es no subir de peso”, o que es un error de antes pensar que “hay que comer por dos”, a relatos de cuánto engordó ella cuando estuvo embarazada, y que “siendo bailarina es bueno que te cuides para poder seguir bailando” o que me sientan bien los kilitos de más. (¿En serio? Voy a tener una fucking hija por qué no me preguntás lo que siento!).

Para algunas personas y entornos pasas directamente a ser durante nueve meses una enorme panza con patas o simplemente a perder tu nombre propio en favor de La embarazada. Grito expelido con cierto entusiasmo y cariño que personalmente me pone los pelos de punta: “ahí viene la embarazada!”. Mi primer reflejo es pensar “¿dónde?, yo me llamo Lucía”.

La madre profesional tiene que estar bien nutrida y saludable con todo lo que es bio-orgánico-reciclable y sustentable para el planeta, pero no engordar jamás ni caer en drogas letales como el azúcar (?). Tiene que ser independiente pero estar incondicionalmente para su bebé o de otro modo traumas indelebles se posarán sobre la psique del bebé cual manchas en una hoja en blanco; tiene que ser activa pero dar teta a demanda; tiene que tener todos los accesorios pero saber dónde y cuándo comprar sin gastar de más; tiene que darse el permiso de desbordes emocionales pero poder ser su propia coach y rejuntar los pedazos para seguir espléndida; tiene que tener amigas pero que éstas no pongan en peligro la estabilidad del heteronórmico hogar. La madre profesional tiene que seguir con su vida profesional pero volverse una profesional de la maternidad que leyó 30 artículos sobre cada micro decisión que el sistema médico, financiero, educativo, inmobiliario e indumentario le pide tomar: informarse exhaustivamente sobre qué cuna tener y hasta en qué momento cortar el cordón umbilical, si usará pañales descartables o reusables, si su bebé reptará hasta su teta o si dejará que lo acerque la enfermera, qué tipo de chupete comprar, qué tipo de juguetes y de muebles llevarán a tu hijo a ser un “baby einstein” o un infradotado con dificultades y retrasos en el desarrollo. Las prevenciones son tantas y los consejos también que su efecto no puede ser otro que inocularte un profundo conglomerado de todo tipo de miedos sobre todo lo que puede salir mal.

No es que quiera elevar – tampoco juzgar – a esas madres que escabiaron y fumaron durante el embarazo o bien porque quisieron, o bien porque pertenecían a otra clase o bien porque gestaron en otro tiempo donde “una copita no hace nada”. Parece bastante obvio que la variabilidad en tiempos relativamente cortos de las teorías sobre “lo que hace bien y lo que hace mal” muestran que son ideología at its purest. Y por cierto con altas cargas de moralismo adjunto.

Por otra parte estas horas y horas de conversaciones sobre qué comprar y dónde, sobre qué es malo o bueno en términos absolutos, parecen tener por objetivo rellenar con consumismo y certidumbres “prácticas” la enorme incertidumbre y vulnerabilidad que implica hacer un ser humano de cero – y poner el cuerpo para eso-, y la abismal experiencia que significa convertirse en madre o padre (superando por otra parte el imaginario que rodea a esas figuras a partir de la propia tu experiencia de vida). Todo menos prepararse para el hecho de que lx/el pibx tendrá su propio mambo que no podemos ni prever, ni controlar, ni universalizar. Tampoco comprar. Y es que el capitalismo te encuentra un flanco débil en el hecho de que ciertamente querés lo mejor para tu hijx y esa es la carnada para pescarte desde el consumismo: la idea de que eso llamado “lo mejor” está por ahí en el mercado y se trata de averiguar qué es y donde lo venden para resolverlo.

La madre profesional es hermana de la esposa profesional. Es una trampa que aunque ya no tiene por objetivo (explícito) la complacencia y manutención de “el esposo”, pone a lxs hijes como rehenes de la reproducción de las mismas viejas relaciones de sometimiento de las mujeres.

No pienso agradecerle a mi pareja porque un día hizo la cena o cambió un pañal, o conmoverme porque expresa el deseo de ocuparnos de une hije a la par. Lo doy por hecho. Sino ¿él debería agradecerme todos los días por que desde que su espermatozoide fecundó mi óvulo estoy prestando mi cuerpo y toda mi energía-fluidos-hormonas-tejidos-sangre-etc para que crezca y se desarrolle nuestra feta?, ¿o qué?

Prefiero arriesgarme (oh intrépida!) a no comprar los mejores pañales del mundo pero vivir con la política y la ética en las que creo. Y mi opción es tan política como las otras. Porque la maternidad es política y es una de las principales usinas de reproducción y producción de formas de vida. Entonces al menos nos debemos una discusión profunda sobre la dirección de los cambios que trae volvernos además de hijxs – condición irrenunciable -, padres. Y qué formas de vidas deseamos diseminar en este ya bastante jodido mundo.

Madre se hace

La madre emocional y la madre profesional funcionan no sólo como estereotipos sino también como identidades. Y sabemos que las identidades son sobre todas las cosas nichos de formas de vida que proveen de ciertas guías y contenciones a las que las personas nos apegamos para reducir la tremenda anomia que significa estar en este mundo. Pero es obvio que hay más de dos tipologías y que cruces y variaciones de ambas dan lugar a otros tipos y personajes. Está la mamá autoayuda (la que siempre tiene el consejo ideal para darse y darte), la mamá bio (que jamás dio a su hijx ni a ella misma ningún alimento o elemento procesado o transgénico, la conciente del planeta y comprometida con el medio ambiente), la madre ejecutiva (que abraza el pragmatismo que requieren nuestros tiempos y avanza sin culpa como una topadora infernal maximizadora de eficiencia), la madre feminista manijeada (gracias por existir!), la madre didáctica (que en todo ve una excelente chance de aplicar una lección educativa y ejemplarizante para sus crías o para el mundo), la madre plena (la que nació para ser madre y a eso quiere dedicar su vida), la madre con consumo problemático de hijx (que no puede despegarse un segundo ni corporal ni mentalmente de su descendencia o cosas terribles sucederán), la madre tradicional (que manda a cagar a todo y abraza las “formas de antes” no dudando en encajarle un chorrito de vino a esa mema para que duerma mejor), la madre previsora (que ya averiguó a qué liceo irá su embrión), la madre sumisa (que es madre de toda la familia incluyendo su pareja, mascotas, etc y es además la limpiadora, la cocinera, la proveedora, la encargada de las compras, de la decoración y de inventar juegos nuevos los fines de semana), la madre paranoica (que se ocupa de problemas que no están ahí), y otro sin fin de arquetipos con las que seguramente con el tiempo me cruzaré o hasta encarnaré.

No pretendo ni (auto)exijo originalidad ni burla. Apenas en mi séptimo mes de embarazo y reconociendo mi desconocimiento de lo que se viene, me queda claro que esto está salado y que no tengo ni idea de qué tipo seré yo o si voy (vamos) a lograr un mínimo de dignidad en la tarea. Solo nombro todo esto porque no aparece en los libros que leí y me parece que reírse de una, y transcribir los guiones ocultos es una buena forma de autoobservarnos, pensarnos, modificar los patrones adquiridos y los hábitos que nos transmitimos de generación en generación y de grupo en grupo. Y de poder elegir.

Cuerpo gestante en el espacio público

Para terminar algunas observaciones sobre el cuerpo de “la embarazada” desde este cuerpo transitoriamente en ese estado.

(Uno) La sobrevaloración de la mujer gestante es la contracara de la desvalorización de la mujer no gestante. Como mujer que pensó y dijo durante gran parte de su vida que no quería tener hijos y no iba a hacerlo, me sorprendió enormemente como los entornos más próximos hasta los profesionales y anónimos, la gente pasa a valorarte diferente porque estás embarazada. Esto te facilita mucho las cosas en la cotidiana, te conecta con una capacidad de empatía y amor que escasean en este mundo, y quizás es uno de los motivos por lo que varias mujeres declaran que estar embarazada es lo mejor que les pasó en la vida.

Aunque sería una hipócrita si dijera que este trato diferencial no se siente bien, también lo sería si no compartiera que también me pegó mal pensar en porqué es tan valorado el cuerpo de una mujer cuando está en funciones reproductivas. Me hizo pensar en que esa serie de usos y costumbres son lo que estimulan a las mujeres a entregar su vida (me refiero a TODA SU VIDA) a la maternidad y a encontrar la fuente de autoestima en un útero útil para la reproducción de la especie cuyo correlato es la presencia del varón aportador de la semilla. Pero ¿y si no? ¿Si no tenés ganas de estar nunca embarazada no vales igual? ¿No sos tan querida y considerada?

(Dos) La impunidad de la embarazada de la que hablábamos hace un rato – por la cual durante este período de “excepción” te está permitido todo – ¿no es un placebo chantajista para todo eso que no podemos durante el resto de nuestras vidas donde no hay un nuevo retoño de la especie creciendo en nuestras entrañas?. Disfruto muchísimo de mi embarazo, siento amor por esto que crece en mí, y me parece una conexión con la naturaleza y con fuerzas vitales que nos atraviesan y trascienden que sin duda son difíciles de comparar con otras experiencias, pero me resulta perverso el lugar que La Embarazada ocupa y el contraste con el resto de la existencia de la mujer y en otros momentos de su vida.

(Tres) Dicho todo esto, sin embargo, hay un aspecto no excepcional durante los nueve meses en que todo tu cuerpo se redondea y muta en formas que no dependen de tu voluntad, conciencia o decisión (más allá de la de no interrumpir el embarazo): el acoso callejero no deja de estar ahí. Primero porque tus tetas se inflan como burbujas intentando escalar hacia arriba en un refresco efervescente recién abierto y eso hace que “los piropos” te atomicen sin ganas ni tiempo de explicar que “además de que podes meterte el comentario en el orto, estas no son mis tetas”. Pero después, cuando ya es obvio que tenés une pibx creciendo adentro, no faltan candidatos para expresar a viva voz la calentura que les provoca la mujer fértil, la imaginación que se despierta al verte con una marca que devela que alguna vez cogiste, todo tipo de comentarios que te ponen al nivel de un animal de reproducción, te señalan como hembra preñada, te hablan sobre hacer hijxs, o aluden directamente a la zona y modo como entró el semen en cuestión y otra infinidad de otros poemas y versos que producen la náusea más fuerte que una embarazada puede experimentar. En resumen, muchos hombres – muchos más de los que una puede imaginar – tienen el fetiche de la embarazada y no dudan en hacértelo saber.

(Cuatro) Pero también está la maternidad en espacios semi públicos, que ya no son la calle sino ambientes de militancia o estudio donde una madre y un padre sin duda atraviesan experiencias bastante diferentes.

Hace poco nos preguntábamos con mi pareja porque últimamente vemos a tantos compañeros varones con sus hijxs pequeños en eventos públicos mientras que no es tan frecuente ver a mujeres con sus bebés e hijos participando de cosas como conferencias, clases etc. ¿Será que en el caso de las mujeres ir con hijxs es visto como molesto mientras que a los hombres se les celebra como una proeza? ¿O será que ahora que el cuidado está siendo más repartido sucede que los padres no dejan de ir a lugares cuando están a cargo mientras que las mujeres sí? ¿Porqué se da esta auto reclusión femenina? Observaciones preliminares me llevan a pensar que aunque en efecto el cuidado está cada vez mejor distribuído, cuando los padres se quedan con les hijes les llevan con ellxs a lugares, mientras que las mujeres se quedan en la casa. ¿O es que la mujeres participan menos en este tipo de espacios independientemente de que tengan hijxs a cargo o no? La respuesta es obvia para cualquiera que haya leído estudios más serios que mis especulaciones sobre el tema. ¿O no?

Hay cosas que aunque estén en tus narices no ves hasta que las vivis.

Lo que podríamos gestar juntes: antojos colectivos

Por cada gesto de aprobación que la sociedad o mi entorno me hizo cuando tomaba una decisión ajustada al sistema (terminar un doctorado, bailar en un teatro conocido, irme a vivir en pareja o el sumum: tener unx pibx) tengo presente los gestos de desaprobación y señalamiento cuando mis opciones, gustos y deseos no iban por la senda delineada como “el camino del bien”. No es rencor es justicia, y es recordar(me) que como mujeres no vivimos nuestras vidas para complacer a los mandatos patriarcales pero tampoco para privarnos de cosas por demostrar que podemos llevar la contra (me refiero a amar, o atravesar esta experiencia tan inmensa que es gestar a otro ser dentro de una y en colectivo pero también a cosas como ponernos una minifalda o pintarnos las uñas).  

Hacer vida es (re)producir formas de vida y en ello aparecen muchas posibilidades de construir otros mundos. Por eso anoto en el cuaderno de mis luchas intentar vivir esta experiencia desde el deseo y el amor y no desde la trinchera; que les niñes que vengan no sean rehenes de nuestras cruces, traumas y normas ni tampoco los mesías y delegados de eso que queremos ser pero no nos animamos ni nosotres mismxs; que no sean una prueba de quienes somos, como modelos en miniaturas de nuestros super yos y super egos; que no sigamos tapando las enormes incertidumbres de la vida con recetas “infalibles” y links de internet; que no tapemos los vacíos afectivos de nuestras familias o vidas solitarias con objetos, consumismo y manuales; que dejemos de juzgarnos como táctica para reafirmarnos; qué formas de amor y de amar disidentes y diferentes puedan abrazarnos incluso siendo madres y padres; que estar embarazada no sea “la mejor experiencia de tu vida” o que si lo es te haga pensar en cómo va tu vida; que no digamos más “tener” un hijo como se tiene una mascota o un artículo del hogar; que ser madres y padres no sea un proyecto donde se espera éxito, eficacia y buena performance sino el inicio de una relación que va a convivir con otras relaciones, seres, tiempos; que dejemos de pensar la maternidad desde la universalización de nuestra condición de mujeres occidentales blancas y de clase media; derribar el mito del “instinto maternal” y desarrollar instintos para otras cosas; que desertemos del rol de “la mujer sensible”, la que todo lo percibe y todo lo ve mejor, desde la mugre en el baño hasta la necesidad de sus hijxs, la pareja y el hogar; que nos preguntemos si por detrás de la madre perfecta no se esconde el objetivo cuasi nazi del mejoramiento de la especie; que nos preguntemos por la ola contemporánea de higienismo y obsesión por la salud perfecta. Esos serían mis antojos de embarazada.

En resumen reinventar y re intentar un mundo afectivo por fuera de los estereotipos de lo maternal-femenino y al mismo tiempo por fuera de la estrategia de masculinización como táctica defensiva. Reinventarlo sin tener que renunciar a pensarnos desde nuestros cuerpos de mujeres. Agarrar coraje pero no para hacer la dieta del tomatito cherry cada 15hs o para ser la mujer super eficiente que puede con todo, rinde en todo, sabe todo, es sexy pero también culta, es buena madre pero también está buena, es abierta pero también organizada. Agarrar coraje en colectiva, para hacer más ancha nuestra libertad, nuestro desorden, nuestro espacio para respirar, nuestro espacio para cuidarnos y no siempre cuidar. Incluso para descuidarnos, porque a veces necesitamos eso, lanzarnos a cosas que no sabemos, poner ciertas “prioridades” en segundo o último lugar, hacer cosas que no son para “los nuestros” ni para nosotras, tirar todos los libros de autoayuda a la hoguera, no planificar ni prever, no ser preventivas ni mesuradas, ni nada.

Decidir ser madres.

Pero que otrxs sean lo normal.

 

Atacar al arte. Sobre las políticas de lo sensible en tiempos de guerra // Lucía Naser

Abro un libro de Rancière después de mucho tiempo. El libro se llama “Disagreement” y habla sobre la relación entre política y filosofía.

 

En la página aleatoria y desde los apuntes al margen llego a un fragmento que habla de que no hay tanta diferencia entre el lenguaje poético y el lenguaje argumentativo. Este tipo de pensamiento es el que ha hecho a Rancière un pensador fundamental para el arte, reformulando de nuevo una pregunta vieja: ¿arte para qué?

 

Desde su definición de política como distribución de lo sensible, y desde su capacidad de creación – no sólo de conceptos – a través de la filosofía, Jacques le ha dado oxígeno a un campo que sufre el peligro de morir de sumisión, irrelevancia ornamental o endogamia. Ranciére logró abordar la función social-política del arte desde la especificidad de la cosa misma y desterritorializar el centro de la política de “la política” para apuntar a los procesos sensibles, perceptivos, cotidianos y colectivos que le dan forma. Rancière logró disputar el significado hegemónico de “política” y abrir de esa forma un portal ancho para que en ella reingresara el arte, ya no en forma de propaganda o de espectacularidad distractiva y embrutecedora – que también es una forma de ejercicio del poder y la política – sino desde la premisa de que política es estética.

 

Su obra fue algo así como un terremoto que hizo a muchxs reenamorarnos de la idea de política; que reactivó las fuerzas de una pasión traumatizada por la imposibilidad de transformación que constatábamos dentro de los marcos que las instituciones de la política con mayúscula ofrecía; un amor desilusionado que nos acercó a estrategias escapistas.

 

En el campo artístico refloreció la idea de un arte que era político por tratar con y desde el plano de lo sensible, por producir experiencias que intervenían en las formas de ver, sentir, actuar colectivas. Obras que quizás no tenían contenidos políticos explícitos o a primera vista políticos, pero que no por ello se concebían en la línea defensora de la autonomía del arte (o de su independencia de la política) sino todo lo contrario.

 

Todo esto nos permitió a lxs artistas afirmarnos en nuestras prácticas artísticas y en la convicción de que interviniendo sobre lo sensible estamos cambiando el mundo. Sin embargo el mundo da pocas señales de estar cambiando en los sentidos que nos imaginábamos y me pregunto por qué la interrupción que su pensamiento provocó en la relación entre estética y política, se tradujo de formas tan aguachentas en el campo artístico. ¿Por qué y cómo el campo artístico cambió tan poco en sus formas y tácticas de intervención aún dialogando con estas ideas? ¿Cómo fue que el arte (sobre todo el contemporáneo) aplaudió las consignas Rancierianas que le permitían reafirmar su propia relevancia pero sin profundizar en los desafíos que le proponían sus ideas? En otras palabras me pregunto si hemos expuesto al arte a la inestabilidad que venía adjunta a su reconceptualización de la política de la estética o si lo hemos en definitiva protegido de ella, seleccionando – un tanto oportunistamente – algunas ideas que suenan bien pero sin ir más allá con ellas.

 

Quizás con Ranciere hay que enojarse un poco porque te enamora tanto con su pensamiento que te quedas queriendo solo leerlo. Entras en su mundo por la puerta lingüística y son tan potentes sus palabras que parece que alcanzaran.

Con el arte hay que enojarse un poco porque te enamora tanto que te quedas queriendo solo hacerlo. Entras en su mundo fenomenológicamente y las experiencias que vivís con él son tan transformadoras que parece que alcanzaran, al menos (y he aquí un punto incómodo que me gustaría pensar) para quien lo practica.

 

Es decir, si preservamos la delimitación de lo artístico como el campo estético por excelencia con su especificidad y sus profesionales, entonces no es lo mismo ser un artista que no serlo para poner en prácticas la idea de que la política es la estética. Curiosamente quienes consciente o inconscientemente resisten más la idea de esta deslimitación de lo artístico son precisamente los artistas, que desde una lógica del interés (lógica por cierto a desarmar o cuestionar urgentemente) son quizás los que más perderían. ¿O ganarían?

 

*

 

Hoy el arte y la cultura viven ataques múltiples: desde el intento de su desarme por parte del neoliberalismo y su reemplazo por industrias culturales o del espectáculo, hasta las tentativas de su cooptación por la izquierda o el progresismo, el arte y los artistas se encuentran en el presente permanentemente en jaque.

 

Es difícil exigirle o inclusive atacar al arte cuando necesita de tanta defensa contra -. Pero quizás atacarlo es la mejor forma de activarlo en tanto máquina de guerra, en tanto máquina deseante.

Quizás hoy atacar al arte como campo es la mejor forma de hacer vivir la potencia política de la estética; de llevar sus herramientas y sus obreros especializados a trabajar fuera de la línea de ensamblaje donde su experticia solo logra producir en serie.

 

Tal vez hay que elaborar una crítica al arte “de izquierda” desde la izquierda porque necesitamos abordar de forma crítica y práctica como es eso de que el arte cambia el mundo. Quizás no es tan mala la idea parar de defender al arte para atacar al arte – y atacarnos en tanto clase artística – porque la defensa de nuestras intenciones y de su mera existencia puede llevarnos sin darnos cuenta a posturas conservadoras.

 

Sé que suena extraña la propuesta de atacar al arte en tiempos de ataques permanentes que este sufre; en medio de las guerras mediáticas, religiosas, capitalistas que lo acechan. Pero defender al arte quizás nos paraliza y congela la propia potencia que lo artístico tiene en tanto política/estética.

 

Propongo entonces pasar de defender a atacar el arte, como quien inyecta un veneno que puede ser también la cura (pharmakon le llamaban los griegos o autoinmunización en jergas filosóficas más contemporáneas). La propuesta no garantiza resultados y puede tener contraindicaciones pero percibo que atrincherados en la defensa de nuestras micropolíticas de lo sensible no seremos capaces de dar la batalla contra las fuerzas que gobiernan cada vez más nuestras políticas de lo sensible en el campo expandido de lo social, más allá del círculo delimitado como “comunidad artística”.

 

Atacar al arte pero en nuestros propios términos, para que en lugar de desplegar un proteccionismo principista de su existencia, exploremos en él la potencia viva de su experiencia (e invención de experiencias). Atacar al arte como forma de romper el círculo autoinmunizador – dispuesto a defender su supervivencia a cualquier costo – que asegura sobre todas las cosas la im-potencia del arte. Exponer al arte al mundo, porque la política de lo sensible se juega ahí afuera, afuera del campo reconocido como “arte”. Igual que señaló Ranciére que le pasa a la “política”.

 

Para que el arte no reduzca su potencia desestabilizadora de lo sensible a la producción microcomunitaria de experiencias de vida alternativas, necesitamos arte que se cague en la línea que diferencia lo que es y lo que no es arte. La idea no es nueva y hasta la hemos levantado como bandera pero qué difícil es ponerla en práctica.

 

Entonces ¿arte para qué?.

Para que la política de lo sensible se transforme en prácticas sensibles militantes; para que lxs artistas pongan todas sus técnicas a implicarse con luchas sociales de sujetos reales; para que lxs artistas – esos definidos como los que “su principal ingreso viene del arte” – no sean los detentores exclusivos de experiencias que cambian la forma de vivir y lo sabemos; arte para que el arte no sea sólo para quien tiene el capital cultural para disfrutar del arte; arte para que la miseria del mundo no quede pidiendo limosna en la puerta del teatro o en las tramas moralistas de una comedia costumbrista; arte para que la revolución de lo sensible no sea privatizada y vendida en forma de proyectos para fondos concursables con logos de empresas o del estado; para que la hegemonía mediática se sienta amenazada y quiera censurar a la forma en que los cuerpos hablan un lenguaje imposible de ser silenciado o traducido; arte para que el diálogo no sea solo entre convencidos; para que se difunda y socialice el pensamiento que producen en la acción las luchas sociales y las subjetividades que emergen en ellas; para que la poética no sea otra cosa que pensamiento que participa de luchas políticas en colectivo; para que la transformación no sea sólo para quien lo practica; para que superemos las versiones contemporáneas del romanticismo y el posmodernismo que operan capturando al arte en paradigmas tautológicos y autoexplicativos.

 

*

 

El pasado (y sobre todo las miradas derrotistas de la izquierda sobre su propio pasado) nos dejó terrible miedo de la pregunta sobre el rol social del arte. Nos traumó tanto la subordinación de la estética a la política que las décadas siguientes consistieron en reafirmarnos en la singularidad de lo artístico y perdimos contacto con el mundo donde esa singularidad está cambiando.

 

Mi propuesta entonces no sería tanto politizar el arte o reinventar el arte sino intentar lo que no sabemos: la invención de una política, la activación de las herramientas creativas para la invención de otro mundo, que es en definitiva la búsqueda inagotable de la política.

 

No se trataría entonces de politizar la danza sino de dancificar la política; no se trataría de abordar problemáticas sociales en nuestros guiones y textos sino de crear una dramaturgia para nuevas formas de lucha política en colectivo; no tanto cantarle a la revolución sino que la sublevación sea a través del canto, del coro, porqué no de la misa; no tanto una fiesta para apoyar la marcha sino marchas que sean una fiesta; no tanto la obra que habla de comunidad, de multitud sino hacernos parte de ellas; no tanto leer la masa sino encarnarla. Hay artistas que ya empiezan a hacerlo; a renunciar a los circuitos especializados de circulación y legitimidad y salir con sus prácticas artísticas a la calle, con los movimientos, con los gremios, salir de fiesta, trabajar en comunidad y des-autorizarse en procesos que dispersan la individualidad, que valoran las revoluciones sensibles de artistas que no se identifican como tales. Como coreógrafa me impacta el modo en que la danza está presente en las manifestaciones y he visto a marchas coreografiar a bailarines y enseñarles de política en el proceso. He visto a bailes enseñar a bailarines a compartir la intensidad de una danza sin espectadores (cosa que nos vamos olvidando porque hemos estado siempre en la escena), he visto cantantes sumarse y componer para movimientos sociales y estos actos me conmueven. Me parece que por ahí va la cosa. Pero claro nadie nos va a dar un fondo o un premio por hacer eso; nadie nos va a invitar a un festival donde salvo que seas famosx no entran obras de más de 2 o 3 intérpretes; nadie va a interesarse desde el campo artístico por una “obra” sin autor ni forma de venderse; nadie va a poder poner sus herramientas de trabajo a trabajar desinteresadamente. ¿O sí?

 

Quizás hay un Rancière careta y otro popular.

Quizás hay un arte que se dice político pero es careta.

Quizás hay que desenojarse un poco con Rancière. Vuelvo al par de párrafos que me hicieron abrir el libro (o viceversa qué importa). Dice ahí que

 

“La invención política opera en actos que son a la vez argumentativos y poéticos, muestras de fuerza que abren una y otra vez, tantas veces como sea necesario, mundos en los que dichos actos de comunidad son actos de comunidad. Esta es la razón por la que “poético” no se opone aquí a la discusión. Es también la razón por la que la creación de mundos litigiosos, estéticos, no consiste en la mera invención de lenguajes apropiados para reformular problemas que no pueden ser abordados con lenguajes existentes” (59)[1]

 

Hacer lo que no sabemos no es lo mismo que no hacer porque no sabemos.

 

¿Encaramos de una vez esa revolución de lo sensible pero ya no desde la comodidad de las disciplinas y sus lenguajes “alternativos” (pero específicos y conocidos) sino en el mundo expandido e indisciplinable de la comunidad?

 

“…la política es estética en principio. Pero la autonomización de la estética como un nuevo nexo entre el orden del logos y la distribución de lo perceptible es parte de la configuración moderna de la política”[2] (58)

 

Para que defender al arte no sea igual que defender su autonomización; para defender al arte de los ataques hegemónicos, creo que hay que empezar a atacarlo en nuestros propios términos y desde el campo de luchas que nos conciernen por fuera de nuestra especialidad artística. Hay algo de verdad en el viejo postulado de que un intelectual de izquierda debe estar dispuesto a atacar su propia posición de clase. ¿Atacamos entonces al arte para darle vida en los procesos de lucha y transformación que nos convocan en lo sensible de forma urgente?

 

Si la precariedad es ya una condición impuesta, juguemos con ella y desde ella, hagamos del casi-todo-está-perdido la vía para reencontrar las armas sensibles donde está única fuerza con la que contamos en esta guerra.

 

Esta guerra, que no es (solo) contra el arte sino contra la vida.

[1]“Political invention operates in acts that are at once argumentative and poetic, shows of strength that open again and again, as often as necessary, worlds in which such acts of community are acts of community. This is why the “poetic” is not opposed here to argument. It is also why the creation of litigious, aesthetic worlds is not the mere invention of languages appropriate to reformulating problems that cannot be dealt with in existing languages” (59)

[2]“…politics is aesthetic in principle. But the autonomization of aesthetics as a new nexus between the order of the logos an the partition of the perceptible is part of the modern configuration of politics” (58)

El movimiento de un paro // Lucía Naser

El despertar de la conciencia feminista no consiste sólo en tomar conciencia de la pertenencia a una clase histórica y sistemáticamente oprimida, sino en entender el entramado de relaciones que organizan ese poder.

Implica, además, pensar en cuánto y cómo se ha vivido bajo esta fórmula opresiva. Hay algo de empoderador -a lo “proletarios, uníos” pero traducido a sororidad-, pero con certeza también hay algo de doloroso; propio y ajeno. El despertar feminista tiene que ver con adentrarse en los laberintos de la subjetividad y encontrarse llena de estructuras y trampas. Con estar dispuestxs a hacerlo. Es, por lo tanto, una revolución política que empieza en la subjetividad y termina en ella, pasando por todos lados; devela el modo en que la sociedad nos hace interiorizar sus formas de vida a la carta y se adentra en territorios tan íntimos como los de la sexualidad y el deseo a pautar sus formas y sus contenidos. Hacerse feminista es deshacerse por dentro, rehacerse, entender la automatización de líneas discursivas que son difíciles de desenmadejar. Esto implica una enorme complejidad para cualquier sujeto político y nos exige repensar la idea misma de sujeto. ¿Qué subjetividad puede llevar adelante una revolución que sabe que implicará deshacer parte de sí misma? El desafío -individual y colectivo- es atravesar por ello sin llevarse sobre los hombros una mochila gigante de resentimiento. En otras palabras: ¿cómo seguir diciendo “amor”?

Generalmente pensamos en los procesos revolucionarios como la materialización violenta y colectiva de una convicción muy fuerte. En el feminismo hay convicciones y hay colectivo pero el enemigo es justamente la violencia. ¿Cómo se libra una guerra en este campo de batalla? La pregunta pone de manifiesto que guerra no es la palabra. Quizá “lucha” se ajuste mejor al enemigo al que el feminismo se enfrenta.

Sería ingenuo y hasta obsceno exigirle al feminismo que se organice como una sororidad alegre que festeja la mujeridad e invita a los hombres a sumarse. El feminismo ha tenido logros pero existen aún demasiados debes; mientras tanto, encuentra en su avance más muertas y masacradas por hombres con quienes mantenían relaciones “amorosas”. La muerte por violencia machista nos duele porque va al núcleo del problema: la vida. Pero también porque toca la colonización de nuestras formas de amor por parte del machismo.

La lucha feminista se radicaliza porque existen razones para ello; sintéticamente, una historia de fracasos y de falsos triunfos, de “inclusión”, de igualdad demagógica pero no efectiva. La vía progresiva de la lucha feminista se ha mostrado incapaz de generar transformaciones de base y la historia ha dicho demasiadas veces “espera”. La radicalización de la lucha feminista se traduce -y lo celebro- en políticas que no buscan alegrar o convencer a los reaccionarios ni a los misóginos, sino modificar las relaciones sociales que ellos reproducen. Hay otras políticas que no pueden ser ejecutadas desde el Estado u organizaciones no gubernamentales y que también implican radicalización. Tienen que ver con políticas de la vida y de formas de vida, con subjetividades en movimiento, con encontrarse en la diferencia. El gran desafío consiste en encontrar la rabia necesaria para la radicalización sin confundirla con el odio o la persecución, pues sus formas inhiben la emergencia de nuestros anhelados contenidos.

La revolución feminista enfrenta un desafío parecido al de otras revoluciones; su radicalización y conducción son llevadas a cabo por un núcleo cuya toma de conciencia, refinamiento crítico y conocimiento de medios y tácticas ha ido madurando, encontrando consensos, creando líneas teóricas y espacios de práctica; formando un movimiento. Para eso, la revolución cuenta con una base social de hombres y mujeres que adhieren de formas desparejas y a veces contradictorias al apoyo de esta causa.

En relación a esto, el feminismo enfrenta dos problemas. Uno es que no funciona como otras luchas: el problema del machismo tiene que ser atacado en toda su complejidad, y por eso es difícil aislar un par de puntos de consenso. Este hecho no puede derivar en la expulsión del movimiento de sujetos que desean apoyar la lucha pero no en los términos que la vanguardia del movimiento ha definido como los más efectivos. La revolución feminista tiene que poder lidiar con este carácter incontrolable, y pensar en él como una potencia y no como una desventaja o un problema a resolver. No le hagamos violencia doméstica al feminismo; llamémoslo a crecer en sus formas diversas, imperfectas, procesuales, incontrolables, sexuales, transgenerativas, dispersadoras de poder. La revolución tiene que suceder en cada casa y en cada cuerpo, y no vamos a estar ahí para supervisarla. Y todo lo que se va de control tiende a la imperfección, pero tiene como contrapartida una enorme potencia. En este sentido celebro las formas de adherir al paro de colegas del interior del país, de las amigas que nunca se manifestaron antes, de los (a menudo torpes) hombres que sienten propia la causa, de las pintadas y flyers de los barrios cuyas gráficas y consignas pueden shockear a mi sensibilidad posmoderna de académica universitaria y artista contemporánea. Aunque no siempre leo los mensajes de constelaciones y gestalt que se cuelan entre las cadenas de whatsapp, celebro el crecimiento de la idea de hermandad femenina entre mis amigas con hijos, que van rumiando el feminismo pero no están dispuestas a dejar de amar a sus parejas. Lo celebro entre mis amigas “despolitizadas”. Me parece crucial que ellas entiendan que no se trata de odiar a los hombres sino de amarnos más y mejor. Celebro (y lo celebro como un triunfo de esta lucha) la adhesión del PIT-CNT, una organización con mucho de machista, a la que el feminismo ha logrado interpelar radicalmente. Celebro la articulación de organizaciones y sujetos tan distintos que está logrando el feminismo. Celebro que un paro no sea definido por grandes centrales sindicales sino por mujeres en movimiento.

Puede decirse que en estos reductos de diferencia se encuentra la garantía de cooptación del movimiento, que hay que diluir todo feminismo diluyente, que la intransigencia y la violencia es lo único que los hará retroceder. Yo sigo dudando de si son estos los medios. La tragedia llama a la tragedia, y la sedimentación de estereotipos no tiene otro destino que la confirmación de que los hombres son unos hijos de puta y las mujeres, las cabezas de la sensibilidad que da lugar a las familias (biológicas o elegidas). El biologicismo nos ha impuesto el sometimiento machista, no recurramos a él desesperadamente. Esto no implica una traición al núcleo de la lucha, sino una disputa por el significado de las existencias que emergen bajo la palabra “mujer”.

El 8 de marzo movilizará mediante cuerpos de-generados la cuestión de la mujer en todo el país y en muchísimos lugares del mundo. Nuevas organizaciones emergen, y aquellas que habían representado a los clásicos sujetos de lucha se reorganizan; no es fácil cómo se pasa del “trabajador” a la mujer y como se hace un paro donde “el patrón” no puede ser llamado a un consejo de salarios ni a una mesa de acuerdo. Lo personal es político. Pintadas y carteles se preparan hace semanas; asambleas y adhesiones, bonos colaboración, spots, comunicados y entrevistas. La mujer es el sujeto de lucha y por quién es esta lucha, simultáneamente. Nace así, por estos años, la historia de una transformación que ojalá podamos contar cuando seamos viejas y hayamos no tenido o quizá tenido nietos. La contaremos entre amigas y en medio de otras nuevas viejas luchas que por entonces serán las urgentes. La contaremos por las que murieron jóvenes en manos de sus parejas. La contaremos tocando y tocándonos, desde un encuentro extraordinario de ideología y afecto, ese punto orgásmico de la política.

Para ello necesitamos un feminismo que no sea la otra cara del machismo, sino mucho mejor que él; que no sea el opuesto antagónico de la genitalia fálica que nos ha estructurado desde los salarios hasta el deseo; que entienda que la soberanía de los cuerpos es viable colectiva y no individualmente; que se constituya un movimiento de solidaridad y política en el sentido más desestabilizador de lo sensible, un movimiento que entiende que la lucha consiste en esto; caminar juntas y juntos, tomar el poder sin pedirlo, dar pasos convencidos sin nunca olvidar lo importante que resulta ir transformándonos en el camino.

Si “el macho” opera con sus verdades por medio de una aplanadora inquebrantable, nos damos el lujo de construir nuestra fuerza desde el reconocimiento de nuestra vulnerabilidad, que es al mismo tiempo la promesa y potencia de nuestro empoderamiento. El feminismo es una lucha por objetivos concretos pero también está fuertemente basado en la experiencia. Hacia esa experiencia vamos este 8 de marzo, y el paro es para los adversarios, pero sobre todo para despertar nuestra conciencia, alzarnos diciendo basta, reconocer la diferencia entre los discursos de amor y los actos de guerra, reconocer la diferencia entre lo elegido y lo impuesto, reconocernos en la diferencia sin indiferencia.

Para quien duda de si el feminismo está creciendo, piense cómo pasó usted -si es que pensó en absoluto en la mujer- los pasados 8 de marzo.

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