Anarquía Coronada

Tag archive

lang

Desprogramación de la cultura // Silvio Lang

 

Este texto me fue encargado, en abril 2020, por el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para la publicación “Porvenir: la cultura de la post pandemia”, junto a la fundación MEDIFÉ. Pero fue excluido de la publicación con el argumento: “Se sale de la consigna y se enfoca demasiado en lo político”.

 

 

La cuestión de la ética surge precisamente en los límites de nuestros esquemas de inteligibilidad, en el ámbito donde nos preguntamos qué puede significar  proseguir un diálogo en el que no es posible suponer ningún terreno compartido, en el que nos encontramos, por decirlo de algún modo, en las fronteras de lo que conocemos,  pero de todas maneras necesitados de recibir y ofrecer  reconocimiento: a alguien que está allí para ser interpelado y cuya interpelación debe admitirse.

– Judith Butler, “Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad”.

 

EL FUTURO ES AHORA

 

Pensar en nuestro rol como artistas o trabajadorxs culturales y en la función de una política cultural metropolitana post pandémica no puede hacerse sin un diagnóstico de cómo estábamos antes de la pandemia y cómo la estamos pasando. Desconfío de la futurología. Pienso que el futuro se elabora con los posibles del presente en conjunción con los posibles del futuro anterior. El tiempo de post pandemia no habrá sido nada que no hayamos intuido y constituido en el hoy.    

 

¿Qué tipo de ciudad estábamos habitando e imaginando? ¿Qué disposiciones de vida se estaban estructurando en el tejido metropolitano? ¿Con y contra qué normas, valores e intereses hegemónicos tuvimos que hacernos una vida para sobrevivir? ¿Qué prácticas artísticas reproducíamos y cuáles se inventaron contra-hegemónicamente? ¿Qué sufrimientos, sacrificios, coacciones, coerciones y concesiones estamos soportando y silenciando? ¿Qué prácticas de insubordinación y de dignificación de esos afectos y hábitos estamos activando? ¿Qué cuidados nos estábamos dando como sociedad, en cada comunidad de afinidad existencial?

 

El COVID-19 no aparece en un espacio liso. Los virus, las bacterias, invisibles a primera vista, son especies que coexisten con nosotrxs humanxs, incluso que gestamos entre nosotrxs y las superficies que intercambiamos. El (óculo)centrismo de lo humano nos impide, casi siempre, reconocer y co-existir con otras especies y fuerzas de nuestros entornos que nos afectan aunque sean y se nos presenten como más o menos elusivas. Por otro lado, un virus aparece en contextos organizados de una manera específica y estructuras sociales definidas. Este nuevo virus ha dejado más expuesta la estructura de desigualdad socio-económica que ya estábamos padeciendo. Padecemos una organización de la vida con normas y valores sociales invivibles y condiciones institucionales de una crueldad deshumanizante. Nos hemos adaptado a vivir en una vulnerabilidad social generalizada donde la cuarentena y la preservación de la vida no es igual para todxs. Nos parece más natural esa vulnerabilidad indigna que un virus como ser vivo. Sin embargo, las personas vih-positivas aprendimos cómo con-vivir con el virus. Incluso, muchxs de nosotrxs, pudimos politizar e instaurar el derecho a esta existencia contaminada.

 

¿Qué mutualismo social y protección poblacional institucional hemos podido activar para las personas que la epistemología urbanista higienista y visualista  viene expulsando? La pandemia es el modo en que la organización de lo social decanta con la aparición de un virus. La pandemia no es el virus, si no la respuesta política y la re-configuración social de una población existente atravesada por un virus y sus desigualdades socio-económicas.  Intuyo que trazando un plano crítico de esa organización estructural de crueldad y desigualdad, cargado de nuestras insurgencias colectivas, podemos comenzar a pensar en común una re-configuración de las fuerzas productivas de una cultura de lo múltiple, en el tiempo de post pandemia. Es necesario recuperar los momentos en que lxs artistas y activistas hemos sabido entrenar, en el último tiempo, prácticas de democracia real. Es decir, rica en perspectivas existenciales diferenciales y en fricción con lo establecido.

 

CULTURA CAMBIEMOS

 

Podría hacer la histología singular de mi identificación como plaga antimacrista a erradicar de las instituciones culturales públicas porteñas, condición que padezco desde que el PRO gobierna la Ciudad de Buenos Aires (2007). Padezco este estigma en cada una de mis insistencias por mi existencia artístico-política y las reivindicaciones colectivas en las que me he implicado estos últimos 13 años. Pero no pienso que sea algo personal. Propongo que consideremos esta disposición higienista contra la multiplicidad democrática, en la gestión del PRO, como una producción ideológica de (auto)control y (auto)represión. Una disposición que funciona con un protocolo de normas, valores e intereses sociales de double bind (Gregory Bateson). Vivimos comprimidxs entre el miedo a ser excluidxs y el deseo y la seducción de ser parte. La internalización coercitiva de esta forma de vida dominante modaliza una forma de ser de lxs diferentes individuos participantes de la comunidad artística, en particular, y del conjunto diverso de la esfera social, en general. “Macri es la cultura” fue la consigna implícita que hallamos, entre varios colectivos en el 2016, en la performatividad del PRO, constitutiva de su propia realidad social y cultural. La hipótesis de que la alianza Cambiemos había triunfado en la sociedad mediante un código cultural neoliberal que descodificaba y modalizaba las relaciones sociales mediante afectos, conductas, percepciones, usos del cuerpo y del espacio urbano, deseos, etc. Las gestiones del PRO, en la Ciudad de Buenos Aires, habían sido el laboratorio de esta micropolítica de una nueva subjetividad de derecha, fundada en tan sólo dos axiomas: la empresa capitalista y la policía. Mientras que la mayoría de los cuadros políticos del peronismo se resistían a pensar con las categorías de la dimensión micropolítica para “leer” los estados de ánimos de la esfera social.

 

En constelación con Gayatry Spivak, propongo tratar a esa disposición performativa como “producción ideológica”, actualizando esa noción en desuso para la teoría política. Y llamar provisoriamente, a esta producción situada: cultura cambiemos. Puede detectarse en varios de sus dispositivos de acción comunicativa como en hábitos de sus instituciones y en  su performatividad social. Funciona mediante un protocolo de individualización subjetiva que actúa de manera contradictoria, metiendo presión entre la intimidación y lo motivacional. Por un lado, la activación de la culpabilización a sentires y posibles respuestas defensivas discordantes. La culpabilización produce una (auto)represión subjetiva. Por otro lado, la proliferación de una constante positividad motivacional que activa una (auto)poiesis individual adaptativa. Se trata de un protocolo existencial, compuesto de prescripciones sociales –valores, normas, sentimientos, intereses, actitudes- que hacen desear la adaptación de la potencia impersonal de la vida a un tipo de vida personalizada. El protocolo suscita modelos de vida neoliberales con dos axiomas vitales básicos: la vida como empresa y la vida como policía -tal como viene caracterizándolo Diego Sztulwark. Es decir, unx mismx como empresa unipersonal y policía de sí y de lxs otrxs. “Nos ponemos la gorra”, para usar una imagen que ha desplegado brillantemente el colectivo Juguetes Perdidos, cada vez que alguna alteridad altera la empresa (auto)poietica de sumisión. De ahí, se entiende la moral punitivista, securitista e higienista de la ideología de la cultura cambiemos, que produce subjetividades odiantes microfacistas.

 

En todas las sociedades hay régimen de normas, valores e intereses. Nuestra identidad podría entenderse como un tejido de la relación-negociación con ese régimen dominante y la interacción de los “perfiles” de las redes sociales Pero siempre hay márgenes de autonomía. Como plantea Judith Butler: “Las normas no nos deciden de una manera determinista, aunque sí proporcionan el marco y el punto de referencia para cualquier conjunto de decisiones que tomemos a continuación”. Pero el punto para mí es si contamos con las condiciones socio-económicas y los recursos materiales e intelectuales a disposición para tomar decisiones autónomas de riesgo y transformar las normas que no nos reconocen. Por ejemplo, ¿podemos poner en cuestión las normas de la cultura cambiemos para que reconozcan a lxs artistas como trabajadorxs? ¿O en cada reclamo colectivo que hagamos seguiremos recibiendo como respuesta por parte de este código cultural la estigmatización y la precarización?

 

El índice de democracia de una sociedad podría medirse por el margen que tenemos de crítica de las normas, valores e intereses dominantes, que no reconocen otras formas de vida emergentes, en cada presente histórico. El margen liberado e incentivado por la Cultura Cambiemos es cada vez más constreñido, controlado, cruel, discriminador y excluyente para formas de vida no hegemónicas. Redirecciona, en cambio, los recursos de sus políticas culturales a la adaptación de identidades. Esta normalización social de la cultura cambiemos ocluye los márgenes de indeterminación donde pueden expresarse la multiplicidad de perspectivas de existencia o mundos críticos del régimen vigente. Sin ese margen de crítica a las normas y valores dominantes es muy difícil el reconocimiento de existencias diferenciales y la sobrevivencia de culturas alternativas. En palabras de Butler, ampliando a Michel Foucault: “El cuestionamiento del régimen de verdad mediante el cual se establece mi propia verdad es motivado, en ocasiones, por el deseo de reconocer a otro o ser reconocido por él. La imposibilidad de hacerlo dentro de las normas de que dispongo me fuerza a adoptar una relación crítica con ellas”.

 

Nuestra invención de prácticas artísticas trabaja en el desplazamiento y ruptura de la normalización social cuando sus prescripciones se vuelven anacrónicas e invivibles. Pero, también, nuestro trabajo artístico y activista consiste en la instauración de nuevos sentidos relacionados con “derechos de existencia” (David Lapoujade), que implican la lucha por las condiciones de jurisprudencias de formas de vida contra-hegemónicas. En la cultura cambiemos los márgenes de indeterminación del arte y activismo críticos y creadores están bloqueados, (auto)reprimidos, sin recursos económicos y sin espacios de uso. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires es la ciudad donde se concentra la mayor riqueza del país y una de las ciudades del mundo más validadas por su producción cultural contemporánea. La cultura cambiemos no ha dejado de extraer plusvalía de esa validación internacional. Sin embargo, en sus 13 años de gobierno, no ha desarrollado una política pública de democratización que implique un mayor acceso a recursos económicos e infraestructurales, espacios culturales públicos, opciones de trabajos artísticos remunerados para la producción, la investigación, la formación y la subsistencia de lxs artistas de la Ciudad. En cambio, ha utilizado el marketing como el salario espiritual de sus instituciones.  En la espiritualidad del marketing se patentiza más enfáticamente su producción ideológica. Es decir, su engaño. “Lo que llamamos ideología es precisamente la confusión de la realidad lingüística con la natural, de la referencia con el fenomenalismo”, tal como nos enseñó Paul de Man.    

 

Por ejemplo, la mayoría de lxs artistas escénicxs porteñxs subsistimos en “economías barrocas” (Verónica Gago). Nuestras economías domésticas se componen de una heterogeneidad y dispersión de nuestro oficio que puede ser desesperante.  Damos clases en talleres autogestionados; nos apoyamos en redes afectivas donde circulan intercambios monetarios y no monetarios, cada tanto percibimos paupérrimos bordereaux’s de las funciones que hacemos, realizamos servicios sexo-afectivos y terapéuticos, hacemos casting para publicidades, nos endeudamos con nuestras familias y amigxs, inventamos cualquier tipo de  changas y hacemos todo lo posible para ser parte de la cultura cambiemos y recibir alguna migaja. Los planes de emergencia gubernamental para artistas, durante la cuarentena, siguen siendo condicionados por bases concursables, contraprestaciones y rendiciones de cuenta. Cuando lo que necesitamos, tal como David Casassas viene planteando la “renta básica” como “revolución democrática”:    es que se dispongan recursos económicos de manera “incondicional y universal”, garantizando la “invulnerabilidad social” para todxs lxs artistas o trabajadorxs culturales de la Ciudad.

 

La modalización del protocolo actitudinal y afectivo de la cultura cambiemos produce un consenso cultural o, en palabras de Raymond Williams, el proceso de una “hegemonía vivida”, que niega el conflicto de la estructura de desigualdad y crueldad social y económica, así como la existencia de otras formar de ser y perspectivas de mundo. La meritocracia, la autogestión hipercompetitiva, el capacitismo, el aspiracionalismo, el emprendedurismo, el exitismo y el reconocimiento personalistas, la positividad unívoca, la productividad y el rendimiento sostenidos, el progreso económico individual, la transparencia, la salud higienista, la adaptabilidad permanente, la estandarización de los cuerpos, la alegría sin negatividad, el clasismo amnésico e introyectado de la “acumulación originaria”, conforman el universo de valorización de la cultura cambiemos. Son operadores existenciales microfascistas que han sido alquilados a ciertas técnicas de coaching ontológico, las teorías new age y las neurociencias. Se trata de prescripciones anímicas invivibles para cualquier tipo de expresión heterogénea a este protocolo de individuación. Valores, normas, sentimientos, intereses, actitudes sociales que envenenan la sensibilidad; explotan los cerebros; separan a los cuerpos de su propia potencia de actuar y de la potencia de parentesco con otros cuerpos; atentan contra toda proposición de colectivo, y contra el reconocimiento de que toda producción es común, social.

 

Cultura cambiemos, tiene, al mismo tiempo, la característica binarizante de cualquier código. Lo que se opone o no es compatible con la lógica de de sus elementos, es eliminado, estigmatizado, encarcelado, reprimido, patologizado. La consigna “revolución de la alegría” no fue más que la modulación semiosensitiva -el “timbreo” pastoral, entre intimidación y motivación-, de este código cultural. Pro de positividad, sin posibilidad de rezago ni de crítica a la adaptación absoluta; Alianza Cambiemos, ratificando el pacto de la desposesión subjetiva; Juntos por el Cambio, el “emprendedurismo” como “innovación creativa” y (auto)explotación autogestiva. No todo cambio es revolucionario. Un cambio puede ser concesión, coacción, declinación, neutralización, separación, desposesión, adaptación. Muchxs artistas y juventudes porteñxs no pudieron más que adaptarse y reproducir cultura cambiemos en este universo de valores y materias expresivas estandarizadas. Tanto por miedo a quedar  afuera como por la motivación a pertenecer. Aunque siempre regateando los recursos económicos y las infraestructuras colonizadas que sólo se habilitaron para una élite de burócratas y crápulas, que despreció, no sin antes extraer energía creadora, a la comunidad de trabajadorxs culturales de la Ciudad. Es menester emplazarse frente a la corte cultural que administra los escasos recursos e instituciones. Aunque eso no garantiza que los recursos aparezcan. Nunca se sabe hasta donde puede llegar el terror y la humillación a los súbditos. Sobre todo cuando ni siquiera se admiten a bufones que desenmascaren al poder soberano.

 

Desde esta perspectiva crítica, la cultura, no es para mí, necesariamente, una actividad laboral más, ni un sector productivo especial de la sociedad, sino la industria misma de la sociedad. La cultura no es una máquina expendedora de contenidos para que consumamos. La cultura es el software de la producción social de nuestras vidas. Lxs artistas críticos somos lxs hackers. Y el software de la cultura cambiemos no se sostiene en la recesión económica post pandemia y la bronca encuarentenada. Podremos inmunizarnos del COVID-19 pero no nos vamos a inmunizar tan facilmente de la cultura cambiemos. Se podrá naturalizar, pero eso no es inmunizar, en todo caso es negar lo ya internalizado. “EL VIRUS ES EL CISTEMA”, reza un grafiti, a la vuelta de mi casa, en el barrio de Constitución.

 

UN DIÁLOGO DE FRONTERA

 

El Ministro Enrique Avogadro me llamó para escribir este ensayo sobre el después de la pandemia. Me re-identifico como antimacrista y esta invitación es para mí una interpelación ético-política shockeante. ¿Por qué me llama a mí? ¿Quién soy? ¿Debo responder a su interpelación? Y si lo hago, ¿cómo hacerlo? Si bien mi disposición performática es tensionar las normas de las instituciones donde trabajo, esta vez se trata de una invitación a un diálogo público con un agente cultural del estado. El Ministro escribe el prólogo y los textos de lxs invitadxs se publican en el dominio de sus plataformas de gobierno. El estado es mucho más que un gobierno o una institución, es una forma de captura y gestión inmemorial de todos los flujos sociales, una idea imperial de absoluto. En palabras de Eduardo Viveiros de Castro: “El punto de vista del estado no es un punto de vista cualquiera. Es él punto de vista, jamás un punto de vista. El estado es, justamente, un absoluto (…) Es la transformación, por captura, del multiverso en universo”. ¿Cómo escapar a esta captura de lo Uno? ¿Cómo conjurar esta unificación del punto de vista? ¿Cómo impedir una identificación mortificante que secuestre nuestra soberanía subjetiva? Es una cuestión que no puede evitar cierto trauma.

 

PLAGA ANTIMACRISTA

 

Mi relación con las instituciones culturales y funcionarios de gobierno, especialmente en las gestiones de la cultura cambiemos, tiene un historial conflictivo. Siempre termino difamado, estigmatizado, patologizado, eyectado como una plaga a erradicar y en precariedad económica. Aunque contenido por redes de apoyo afectivas y parentescos por afinidades extra-estatales. Me parece importante citar algunos hitos de estigma para dar cuenta de esta corporalidad de enunciación traumatizada desde la cual hablo en esta plataforma. Necesito exponer las identificaciones asignadas y los procesos de desidentificación o re-identificación en los que he podido rehacerme.

 

“¡¿Por qué lo eligieron a Silvio?! Siempre que está Silvio Lang, hay quilombo”, se ofuscó la Productora Artística del CTBA -Complejo Teatral de Buenos Aires- contra el Comité Curatorial de las residencias coreográficas Danza Al Borde. El proyecto fracasó por abusos y maltratos laborales de los productores internacionales. El CTBA canceló el estreno, suspendió los contratos del equipo técnico-artístico y me hizo devolver el dinero que llegué a cobrar de mi contrato, tras 8 meses de trabajo.  “Si está Silvio Lang en el proyecto no presenten nada porque la Directora de Festivales no lo quiere ni ver después de lo que hizo con la Comparsa Drag en el FIBA”, le advirtió un productor de la Usina del Arte a un compañero, cuando intentábamos presentar un proyecto en esa institución. “Si vas a trabajar en la Casa, o estás con nosotros o no estás”, me intimidó el Director Artístico del CTBA por un post de Facebook, donde narraba un episodio entre la seguridad del Teatro General San Martin y la Comparsa Drag. “Vos, ocúpate de tu seguridad, que dice que este teatro es un ‘espacio privado’ y nos expulsa”, le contesté. “Hiciste una afirmación política con voluntad espectacular, no vemos tu investigación”, me culpabilizó el ex Director Artístico del Teatro Cervantes. Y les quitó a lxs performers el derecho a realizar presentaciones remuneradas y canceló la edición del libro sobre la investigación del Laboratorio de Creación II, que dirigí. “Hasta que no cambien las autoridades conservadoras del Teatro no vas a poder volver a trabajar, Silvio”, se sinceró el Director Artístico del Centro de Experimentaciones del Teatro Colón, luego que estrené la ópera El Fiord, con consignas políticas actuales y un estilo escénico disidente. “No te va atender, está enojado. ¿Por qué lo traicionaste, Silvio?”, me culpabilizó la asesora del ex Director Artístico del CTBA, cuando intentaba hablarle por la reprogramación de la obra Querido Ibsen: Soy Nora”. La “traición” era que me había implicado en el reclamo colectivo de los elencos seleccionados para participar de “Escena 70”, por condiciones de trabajo adecuadas. El funcionario enojado no reprogramó la obra. Y hasta el día de hoy, desde hace 7 años, que nunca más pude volver a dirigir en ninguna sala del CTBA. 

 

 

 

DESPROGRAMACIÓN CULTURAL 

 

Pienso que la esfera social y las instituciones estatales de la Ciudad necesitan iniciar un proceso de desprogramación de esta producción ideológica de double bind de la cultura cambiemos para habitar el tiempo de post pandemia. No damos más. Si bien, “el mundo que viene va a ser un mundo de economía de la información y de alimentos” (Andrés Malamud), como proyectan algunos expertos del capital socializado, creo que podemos hacer un salto de imaginación política. Por un lado,  la cultura digital y la digitalización de la vida no tienen por qué ser nuestra prioridad. Podemos invocar un derecho a la desconexión de los dispositivos tecno-lingúisticos ¿Por qué adaptarnos, otra vez, tan fácilmente a los dispositivos que en nuestras prácticas artísticas de las corporalidades y políticas del contagio conjuramos? Nuestra prioridad es cómo rehacemos nuestras vidas prescindiendo del universo de valores de la cultura cambiemos. ¿Cómo queremos vivir y producir nuestras vidas juntxs en esta Ciudad? ¿Va a seguir siendo el urbanismo la epistemología de control, de la expulsión y de la violencia ciudadana a cielo abierto, las únicas modalizaciones existenciales posibles? ¿O vamos a trazar estrategias contra-hegemónicas que regeneren el espacio público? ¿Es posible trabajar en “un futuro no heteroreproductivo” (Jack Halberstam), abierto al reconocimiento de  existencias diferenciales? ¿Podremos desplazarnos del centralismo de lo humano y convivir con lo no humano sin subordinarlo ni exterminarlo? ¿Aprender a co-existir con los virus, lxs muertos, lo eterno-de-cada-cual, por ejemplo? ¿Somos capaces de  asumir la producción de lo común, humano y no humano? Lo común como lo que nos afecta a todxs: los alimentos, el lenguaje, los afectos, las normas, las bacterias, la tierra, etc. Necesitamos, como nos interpela Donna Haraway, “seguir con el problema” de aprender un hacer-pensar en común, que usufructúe colectivamente los valores que producimos en asociación. Apelar, en el caso de los alimentos, por ejemplo, a un “repertorio de formas de organización territorial autogestionaria y de constitución de un mercado popular que posibilite  ciertos consumos en escala de masas” (Verónica Gago). No se trata de la “caridad cristiana”, ni la “solidaridad participativa”, ni del “voluntariado” de un neoliberalismo recargado. Más bien de transformar la infraestructura de las fuerzas productivas de lo humano y lo no humano, y de liberar la esfera pública de la violencia cultural de la producción ideológica hegemónica.

 

27 de abril – 7 de mayo 2020, Buenos Aires.

 

 

 

Método revolucionario de la composición de los cuerpos (Lectura estratégica de Filosofía y emancipación. Simón Rodríguez: el triunfo de un fracaso ejemplar, de León Rozitchner) // Silvio Lang

I

 “No queremos que el Estado legisle sobre nuestros deseos”, dijo la activista travesti feminista Lohana Berkins. Desear es volver a nacer. El deseo es un apetito de lo vivo, las ganas que me mantienen vivo. Desear es querer seguir vivo y elaborar las estrategias para no morir o para que no me maten. El deseo es una bifurcación del primer nacimiento del cuerpo de la madre. “Deseoso aquél que huye de la madre”, escribió el poeta José Lezama Lima. Cada deseo es una fuga. Y quien realiza una fuga planea una política del deseo. Por eso al Estado y al Capital les interesa, especialmente, cada vez más, lo que podemos desear. Nacer de nuevo con cada desvió del deseo es enfrentarse y hacer alianzas. Venir a dar con uno pero multiplicado. Presentir y enfrentar la situación de que estoy hecho de mil pedazos de vidas ajenas. Que un montón de fragmentos de gestos, ideas, afectos, intensidades y moléculas transmigradas me componen y descomponen esa estafa del Yo unificado, homogéneo y privado al sentir lo múltiple. Nacer de nuevo es sentir y vivir al ritmo de la multiplicidad histórica y  presente que me constituye. El llanto chillón del primer nacimiento desde el cuerpo materno cuando nos arroja al mundo se transforma con este segundo nacimiento en pánico por devenir una multiplicidad social. Segundo nacimiento, es el concepto que León Rozitchner presiente para una conversión revolucionaria. El segundo nacimiento es la condición para cualquier “nuevo nacimiento colectivo”. Si no me animo a sentir lo ajeno que hay en lo propio no hay deseo revolucionario que se active. La revolución son las ganas de amar. Es decir, organizar la co-producción de la materialidad sensible del mundo con otros. La revolución y el amor son una puesta en común de los fragmentos de nuestra materialidad sensible co-produciendo humanidad. Lo saben los amantes que con cada encuentro furtivo les vienen unas ganas locas de transformar cualquier cosa en la forma del amor que lxs rebalsa. En cada encuentro tumultuoso de las carnes del amor renacen las ganas de transformarse transformando la forma humana, la carne no cristiana del mundo. Te amo, es decir: quiero devenir materialmente con vos y con los otros que pueden componer nuestra ecología del amor. Hay revoluciones porque hay devenires de amor.

El amor para León Rozitchner no es el amor a una trascendencia, al hijo de Dios. Es más bien un amor material, sensible, concreto. Amar es organizarse con las relaciones de las carnes del mundo. La carne es el quinto elemento que la cosmología se olvidó. Aire, tierra, agua, fuego, y carne. El encuentro o la relación material del amor afecta la carne de los cuerpos y los transforma. Hay un amor materialista, un marxismo sensualista de la carne, o bien, como el chiste de León sobre su propia filosofía, en una de las conversaciones con  Diego Sztulwark: “un materialismo maricón”. León lo dice desde su heterosexualidad, es un hétero-sensible. Quiere invertir la difamación que le prodigan los machirulos del pensamiento heterosexual cada vez que pretenden desactivar y normalizar su filosofía. Sin embargo, no es en vano esta irrupción chistosa de “lo marica” en el inconsciente hablado de León. La marica es históricamente una figura de lucha de la resistencia de las disidencias sexuales en todo el mundo. Es un insulto odioso que se vuelve una performance subjetiva de defensa y de contra-ofensiva para el movimiento disidente. En la imaginación de la historia político sexual las maricas y las tortas son las primeras feministas anticapitalistas. La maricas del Frente de Liberación Homosexual, escriben, de la mano de Néstor Perlongher, el panfleto subversivo “Sexo y revolución”, en pleno gobierno de Perón, con la Triple AAA ya asesinando. El panfleto del Frente de Liberación Homosexual inscribe, por primera vez, en Argentina, un lazo político conceptual, corporal, marxista y feminista explícito entre revolución social y vida sexual. El FLH denuncia y analiza cómo el Capital explota y se reproduce a partir de la heterosexualidad obligatoria modalizando el desdeo y el goce de los cuerpos. Desde entonces, desde las maricas feministas de los 70 y con la broma del filósofo materialista, “mariconear” es hacerse cargo de las relaciones materiales que organizan el entre de los cuerpos. “Amor marxista” o “Materialismo maricón” es la presencia de los otros en cada acción y relación entre los cuerpos que produce forma humana. Rozitchner con Marx, pero también con el mariconeo estratégico de los cuerpos insumisos.   

 II

 “Tengo un cementerio travesti en la mente”, dice la activista trans Marlene Wayar, invocando las muertes de todas las compañeras asesinadas por la policía, el machismo y el abandono del Estado. Los fragmentos de los cuerpos de los otros que me hacen me informan y me dan la forma de la historia mundial del deseo sometido. El mundo sufre en cada cuerpo cada vez que nuestras ganas de vivir es impedida, amenazada y agotada. Reconocer el sufrimiento de los otros cuerpos como propio es, también, asumir el fracaso de los recursos que tenía para cuidarme. Si soy múltiple y estoy en peligro de muerte los otros cuerpos también lo están y sufren por ello. Hay una Internacional del sufrimiento de los cuerpos y las mentes. Los otros no son nuestro infierno: los otros son la punta de lanza para encarar alianzas y fugarme del infierno del orden del Capital. Reconocer que otro sufre es auto-percibirme una multiplicidad sufriente y sintiente. Me incorporo al sufrimiento de los otros porque los otros ya están ahí, en mi, haciéndome el cuerpo de manera inconsciente. El descubrimiento del Inconsciente freudiano no ha sido otra cosa que la herramienta revolucionaria para armar y desarmar la multiplicidad andante que somos.      

El horror a sentir el sufrimiento del otro que ya está resonando en nosotros expulsa, a la vez, de nuestro inconsciente la posibilidad de sentir el propio sufrimiento de la amenaza de muerte. Esa muerte desterrada en nosotros la lanzamos a cualquier otro hasta destruirlo, torturarlo, ignorarlo y gozarlo. El racismo, el linchamiento social son una resolución ética asesina con la propia muerte y el cuerpo como propiedad privada de  otros cuerpos. Educarse en la muerte y en las ganas de amar son los principios de una pedagogía de la liberación que ensaya León Rozitchner para la revolución de los cuerpos y la creación de otra humanidad.

Cada cuerpo es el lugar donde se contraponen, se mezclan, se diferencian los movimientos y las afecciones de muchos otros cuerpos. Cada cuerpo es un “campo de fuerzas” afectivas, dinámicas, intelectuales, reglamentarias en constante tensión y expansión. Cada cuerpo es un caldo de cultivo social. En tu cuerpo los otros ya están en modo activado. Desconocer esas fuerzas que nos atraviesan y nos hacen es el modo paranoico de matar lo que vive pese a unx. Nos movemos entre cuerpos, somos hechos de cuerpos. Cada cuerpo es una multiplicidad de cuerpos. ¿Cómo sería un teoría social y una politicidad que piense experimentando este real múltiple? Requiere un saber indeterminado porque se trata de pensar los movimientos que componen los cuerpos. Requiere un saber sintiente de la materia afectiva que nos forma. Enseñar la vida de los afectos como condiciones de producción de existencia. Organizar formaciones extrañas de otros cuerpos. La forma sensible, la materia afectiva es el modo de existir, el modo de aparecer en el mundo. Una revolución erosiona las formas materiales de existencia. Toda educación social revolucionaria es una educación afectiva. Las ideas sociales se traman como afectos sociales. “El saber es aquello que se desarrolla desde lo que se vive cada día haciendo”, escribe León.

Hay un saber fundamental que se ignora: que vivo compuesto de otros. Que mi condición de auto-producción es la fábrica social de humanidad. La “enseñanza universal” del Simón Rodríguez de León Rozitchner no es la “igualdad de las inteligencias” del Joseph Jacotot de Jacques Rancière sino la composición de los cuerpos. Saber es actualizar esa presencia incesante de la carne del mundo en cada uno de mis tejidos. Cómo actúan los otros en mí. Ninguna erudición importa sino una investigación de las afecciones del mundo que trastocan mi manera de percibir, de sentir, de conocer, de ponerme en relación. Saber es desenterrar la tumba que le hice a los otros en mí. Saber es hacer pasar afectos mediante las sensaciones que la carne del mundo mueve en mí. La ignorancia es desconocer y no poder organizar las sensaciones que vivo en mi devenir social. El Simón Rodríguez de León moviliza una “enseñanza universal” en situación: “Un sistema de construcción revolucionaria, en momentos de revolución” para crear una nueva humanidad.

III

“No queremos ser más esta humanidad”, dice la activista y artista travesti Susy Shock.  El mundo humano se divide en dos formas: de un lado los cuerpos expropiados y  expulsados de la tierra; del otro, los cuerpos expropiadores y apropiadores de la tierra. Los primeros han sabido resistir el sufrimiento propio y ajeno; los segundos, desconocen tal saber corporal, porque la negación es la condición para seguir haciendo sufrir y expropiando la energía de otros. Lo que pueden hacer unos y otros con esta situación partida será el “índice de verdad” de la democracia. La democracia está en guerra por sus dos formas de humanidad aunque se viva en aparente paz. La enseñanza revolucionaria reconoce esta guerra de fondo y la paz como tregua para organizar otra forma humana. En la paz se prepara la contra-ofensiva. Pero para ello es necesario investigar: ¿cómo se produce el sufrimiento social? ¿cómo se explotan y se niegan los cuerpos del presente? ¿qué posibilidades hay de liberación y recomposición de los cuerpos ahora? Son las preguntas que articulan esta enseñanza de resistencia. La práctica y la teoría de tal enseñanza se funda en la experiencia del hartazgo de los cuerpos expropiados y expulsados. Aprenderla requiere una crítica de sí mismo: pasar de la ignorancia del sufrimiento propio y ajeno al saber sintiente de los otros resonando en uno/a. Aprender es ensayar, arriesgar un nuevo cuerpo en el escenario social; actuar una nueva relación con nuestra sensibilidad, nuestra percepción y nuestros modos de relacionarnos y de enunciar. Se aprende un saber material de lo que está en juego y, también, de lo que fracasa en una situación. Entender es descubrir las diferencias de lo vivido; conceptualizar es conectar esas diferencias experimentadas. La teoría es lo que hace que una experiencia se intensifique hasta crear una nueva forma humana, hecha de espacios, tiempos, vínculos, imágenes, palabras, movimientos, gestos que no existen. La pedagogía de la enseñanza revolucionara es una crítica práctica al ordenamiento del mundo y una morfogénesis -la creación de formas sensibles- de la humanidad que viene.      

Crear humanidad es crear formas sensibles de un nuevo tipo de corporalidad que aún no existe. Esa corporalidad se practica. Se trata de inventar procedimientos que incorporen el propio cuerpo en otros cuerpos; plegarse en y desplegarse desde otros cuerpos. Generar los espacios y los tiempos donde esta crítica inventiva del cuerpo suceda. Abrir zonas de agite de los cuerpos.  Ensayar otras formas de relación con la afectividad, con la lengua, con la sensibilidad, con las maneras de percibir y de conocer. Crear una afuera desde esta cárcel interior de conexiones totalizantes del Yo. Producir insolvencias semióticas; avivar insurgencias afectivas; politizar lo que nos pasa; intensificar nuestros deseos estratégicos; desencadenar actos y gestos no-conformados; investigar nuestras mutaciones sensibles; materializar nuestras contra-coherencias afectivas. Se trata, pues, de inventar pragmáticas y protocolos de experimentación sensible para gozar en la vida común que viene. Componerse con lo heterogéneo, con lo indócil, con lo aberrante al régimen de sentido heterosexual del Capital. Como vociferó Antonin Artaud experimentar un “atletismo afectivo”. ¿Cómo se forman hoy las subjetividades de las milicias que van a revolucionar desde sus formas de vida el imperio del Capital teconológico y financiero? ¿Cuáles son las subjetividades militantes, artísticas, médicas, científicas, pedagógicas, activistas que se están haciendo cargo de los vinculos y crean prácticas de sensibilización? ¿En en qué espacios y colectivos se están creando prácticas de liberación? Son las problemáticas que interesan al método revolucionario de la composición de los cuerpos para otra humanidad. En medio de la captura generalizada de nuestra fuerza de actuar, que realiza el capitalismo absoluto necesitamos aprender a devenir máquinas de guerra sensibles. Comunidades afectivas que encuentren salidas a la explotación de la potencia de actuar y las ganas de vivir que  realiza el capitalismo.

 

IV

“El tiempo de la revolución es ahora, porque a la cárcel no volvemos nunca más”, dijo Lohana Berkins. La revolución es ese “segundo nacimiento” que nos acontece cuando descubrimos a los otros en nosotros y creamos poder colectivo. Estar en revolución es recrear “los poderes originarios de los cuerpos” en el cuerpo propio. Devengo un sentimiento revolucionario, es decir, asumo la resonancia de los otros en mí. La revolución requiere el tránsito de esa naturaleza material pre-individual  -aquello que nos excede, los otros en uno- como posibilidad y condición de producción de existencia. Es reconociendo el sentimiento colectivo del sufrimiento histórico de los cuerpos que nos hace crear formas humanas nuevas necesarias para vivir. Es porque nuestros cuerpos no dan más,  porque estamos hartas del mundo absoluto que nos fija y despotencia, es porque no queremos que nos verduguen más. Es “porque a la cárcel no volvemos nunca más” que un proceso revolucionario se inicia como pasión desencadenada. Cuando nos encontramos con un mundo que requiere ser transformado para vivirlo es que hay revolución. La revolución es una disidencia existencial. Cuando nuestros cuerpos son des-compuestos y re-compuestos un método revolucionario trabaja en nosotrxs.  ¿Cómo participo de los procesos materiales de los cuerpos que me implican, que me apasionan? ¿Cómo me incorporo y rehago mi cuerpo desde el cuerpo del amante que me afecta, del compañero de piquete, de las travestis que matron, de los cuerpos anónimos que vibran en mí? ¿Qué ideas crecen de esa asociación corporal que es un cuerpo social en proceso?  La revolución es un ahora porque es el proceso irreversible de nuestros cuerpos amándose, organizándose en un tiempo-espacio divergente, en una crono-topia diferencial. La revolución no es la “toma del poder”, sino la conciencia práctica del poder colectivo de los cuerpos y su método de composición. Los afectos como las ideas son relaciones que forman humanidad. Una revolución social es el espacio que se abre para investigar la recomposición de las relaciones entre los cuerpos.  La “resonancia sensible”, como llama León a este dinamismo de los cuerpos es un saber del pueblo que se piensa así mismo desde la propia experiencia. Los cuerpos en su relación afectiva con lo que les pasa y cómo se relacionan entre sí y con el entorno fundan otra coherencia, otra legalidad, otra economía. El método revolucionario de la composición de los cuerpos enseña que la realidad se co-produce. La “libertad personal” es una trampa. No hay desarrollo personal que no implique el aprovechamiento de los cuerpos ajenos para el beneficio propio. Extrapropiar los cuerpos de otros es la base para luego expropiar la tierra, la naturaleza trabajada, las cosas, las ideas… El “derecho de propiedad” es una usurpación de cualquier realidad co-producida. Dice León:

“La usurpación es el secreto escondido y recóndito que forma sistema  con la exclusión y usurpación del otro en uno mismo, la del propio cuerpo que se siente en su propia existencia más intima también separado y solo: el propio ser se funda en haber usurpado, sin reconocer, al otro.”

Sentir la co-producción de la materialidad histórica del mundo que habitamos es aprender un cuerpo resonante donde “la propia corporeidad esta trabajada por las cualidades y las facultades de otros cuerpos”. ¿De qué manera estoy entrelazado en otros? ¿Cómo mis cualidades y facultadas son el concierto de las capacidades que posibilitan otros? Son las preguntas del método revolucionario. El conocimiento revolucionario empieza por una verdad palpable: me singularizo en plural. Negarse a este fundamento de lo humano es una ignorancia asesina.     

V

“Las travestis no estamos en la agenda emocional del país”, dice Susy Shock. El método revolucionario va contra esa ignorancia que asesina los cuerpos de los otros en uno. La incapacidad de empatía es nuestro enemigo: la sensibilidad es un arma. Se trata de diseñar en cada espacio de trabajo una pragmática de los afectos. Invertir en prácticas que se hacen cargo de los vínculos. Poner en discusión los modos en que se diagraman las relaciones sociales de explotación o no, de conquista o no, en cada proyecto, en cada espacio de militancia, de investigación, de creación que abordamos. Desactivar la explotación de los cuerpos en todos los planos de la vida. Leer, hablar, escribir, crear, pensar, investigar, amar, orgnizarse haciendo, siempre, resonar los propios límites, los propios bordes del cuerpo. “La pedagogía es un arma en la medida en que inscribe en los cuerpos un saber del propio origen histórico que se prolonga en ellos”, escribe León. El “materialismo ensoñado” que León logrará articular al final de su vida es la activación de la memoria de la carne como punto de partida para hacer mundo, ideas, combates. No vamos a decir ni proclamar nada que no podamos soportar con nuestros cuerpos. El conjunto de sensaciones o el sentimiento resonante del propio cuerpo es la hipótesis de cualquier pensamiento, de cualquier arenga, manifiesto y protocolo de experimentación. Decir “cuerpo propio” es un autoengaño semántico: sólo hay cuerpo social. El método revolucionario no provee datos ni saberes, más bien restituye un poder que fue sutraído por la verosimulitud capitalista: la composición colectiva de nuestros cuerpos. Como lo pensó Gilbert Simondon, contemporáneo a León, durante su estadia en Paris: la individualización es la resolución de una problemática del encuentro de dos o más heterogeneidades materiales o cuerpos. Es por eso que estamos desfasados, desde el vamos, en relación con nosotros mismos. Este desfasaje primero es lo que nos permite producir una sensibilidad común, fuera de lugar del Yo indiviso. Estar descentradxs es la condición necesaria para desplegar la capacidad de incorporarse a cualquier lugar, de recomponer el sentido del mundo y la capacidad de hacerse un cuerpo nuevo.  Participando de otra materia; incorporarse a un medio o un proceso otro es componer lo común, es decir, lo que nos afecta a todos. Plegarse y desplegarse en el otro como un medio material; los otros cuerpos como espacio material. Materializaciones y modalizaciones entre los cuerpos trazan subjetividades colectivas. Subjetividades que asumen las formas de implicación y participación en los procesos de afección de los cuerpos. La sensación es el punto en que el cuerpo traza nuevas relaciones con lo que lo afecta. La producción de un cuerpo intensivo o un cuerpo afectivo de la sensación es la fábrica de la potencia social que es necesario disputar.

El método revolucionario de la composición de los cuerpos más que una pedagogía coreográfica es una técnica lisérgica del cuerpo excesivo, los espacios descentralizados; las alianzas múltiples; las temporalidades co-existentes. Una agenda emocional trans-versal.  

*Publicado en la revista Apuntes del pensamiento Latinoamericano Nº 5, “León Rozitchner: un marxismo con cuerpo propio”    Cristián Sucksdorf (editor), Instituto de Estudios Sociales de América Latina y el Caribe, Facultad de Sociales de la Universidad de Buenos Aires, septiembre 2018. 

Sensibilidad de las desobediencias // Silvio Lang

Una vez más la Feria del Libro de Buenos Aires fue escenario del escándalo. Como dijo alguna vez Eduardo Rinesi: “La derecha no soporta el escándalo”. Así como lxs lectorxs descarriadxs de la Biblioteca Nacional le sacamos los carteles NO A LA BIBLIOTECA OFFSHORE, en el acto de Inauguración de la Feria del 2016,  a Alberto Manguel, designado por el Ministro Pablo Avelluto como director de la Biblioteca, ahora lxs pibxs de los Institutos de Formación Docente de la Ciudad le sacaron los carteles a Avelluto NO AL CIEERE DE LOS BACHIS POPULARES. La “Acción carteles por la Biblioteca Nacional” ampliada. Agitprop del “in your face”. En la misma sala de inauguración de la Feria, en el predio que la Sociedad Rural ofrece a  los mercados rentables. Hay una historicidad, o mejor, una sensibilidad comunitaria de las desobediencias. “¡Señor, señora, no sea indiferente, nos cierran los terciarios en la cara de la gente!”, cantaban anoche, estudiantes, profesores. La misma canción versionada que las compañeras travestis -Lohana Berkins y Diana Sacayán- inventaron para denunciar la persecución policial: “¡Señor, señora, no sea indiferente se mata a las travestis en la cara de la gente!”. Claudia Piñeiro, oradora principal de la Feria denuncia las políticas públicas de la industria del libro en pleno acto y cita a otra mujer, Griselda Gambaro, quien fue la primera oradora mujer en los 40 años de Feria: “La necesidad de la disidencia como espacio de alerta”. El mismo miedo ante los poderes que se enfrentan; el mismo coraje para actuar y defenderse del sufrimiento e impoder que nos causan; la misma vergüenza ante las víctimas que abrazamos. Hay que buscar esas fuerzas desobedientes de nuestras sombras, nuestros muertos, de nuestros amigos y amigas para boicotear el presente, para cruzar el cerco de la realidad que nos imponen.  Desadaptarnos de la vida neoliberal; desencajarnos donde sea necesario; aprender a pegar patadas; sacar el hocico del propio plato como los perros; pegar un grito fuerte para que nos escuchen; desplazar nuestras prácticas endogámicas; conectar nuestros mundos con otros improbables; transversalizar las luchas. Hacerse no una vida, si no un entramado de vidas en un teatro social de las fuerzas desobedientes.

Diarios del odio – Diario del macrismo // Silvio Lang

Fraternidad estratégica entre el colectivo Juguetes Perdidos y la Organización Grupal de Investigaciones Escénicas

En diciembre de 2015 asumía Macri, con varias batallas electorales ganadas desde el 2013. Sin embargo, en espacio Roseti, festejábamos un año de fundación de lo que supo ser nuestro búnker cultural. En la fiesta de cierre, en un acto contra-fóbico de agite, me subí a unos palets con micrófono en mano y recité el ensayo de tres páginas La Gorra Coronada. Sobre el devenir voto de la vida mula, de los Juguetes Perdidos –JP. La guitarra de La Rocketi Banda acompañaba de fondo. Había que gritar a la juventud bienalizada el peligro en el que estábamos. Habíamos metido a la policía en nuestros corazones. Habíamos policializado nuestro sistema nervioso. Estábamos haciendo de nuestras mentes un nuevo cementerio. El macrismo no era un voto ideológico sino un voto de confianza de las almas argentinas entregadas al orden de la empresa y la policía. Me sentía frente a las teatras como el wacho Ioshua recitando: “Yo, no soy un hérore / Yo, sólo yo yo y eso no es mucho / Yo, soy sólo yo y no alcanza / Yo, Soy mi propia manada”. A los pocos meses organizamos en Roseti, gracias a Juan Coulasso que nos abrió las puertas, las conversas públicas “La normalización de la cultura”, junto a Diego Sztulwark, los JP, Verónica Gago y Diego Skliar. Repartíamos como panchos el cuadernillo “Macri es la cultura”, editado de urgencia por Tinta Limón, Revista Crisis, Lobo Suelto y los JP. 2016 fue para algunxs de nosotrxs un año de repliegue en la intemperie, de abrir frentes de lucha; de generar espacios de encuentros y aguante; de solidarizarse con lxs damnificadxs directxs; de buscar nuevas alianzas. Mientras otrxs estaban viendo cómo acomodarse y adaptarse a la nueva gobernabilidad. También, fue un año de mucha “soledad política”, como declararon los JP, en la presentación de su último libro La Gorra Coronada. Diario del macrismo, la semana pasada. Algunxs cumpas se metieron para adentro. Y hubo que estar con ellxs, aunque nuestra estrategia vital era otra. Y pienso que hubo dos escrituras fraternas en su estrategia como máquinas de guerra sensibles que tomaron al toro por las astas: la de los JP con su Gorra Coronada y nuestra fundación de la Organización Grupal de Investigación Escénicas, con las que llevamos a escena el poemario Diarios del odio, de Roberto Jacoby & Syd Krochmaldny. Esas escrituras-diarios de guerra, una en forma de investigación política delirante y la otra en forma de indagación escénica-musical-pop, se desarrollaron a lo largo del 2016 y durante este año, 2017.

“Tomar el toro por las astas” no significa seguirle el juego a la “coyuntura”, sino ir en contra de la verosimilitud de la “coyuntura” que el macrismo ficcionaliza. Ficcionalizar es establecer un singularizar ordenamiento del modo de percibir los hechos. La representación funciona como la homogeneización y la totalización de esa ficcionalización. Se trata no de hacerle olé a la representación sino de descuartizar el verosímil de su obviedad totalitaria. Los JP y nuestra ORGIE somos baqueanos en el arte del carneo y del raje de la disidencia existencial. Ellos se fugaron de la Academia como representación del saber; nosotros nos fugamos del Teatro como representación del mundo heteronormativo.

La carne del macrismo es el odio. Un odio resentido activado en revanchismo. Lo que al macrismo le da existencia, carnadura en el mundo, es el afecto del odio. El odio es para nosotros una categoría política: produce organización, hegemonía cultural y gobernanza. El odio es una de las pasiones políticas que organiza a los pueblos. La otra pasión política es el amor. Habría que poder concatenar las categorías políticas críticas del progresismo con los afectos que producen modos de vida concretos. “Un gobierno de derecha con movimientos propios de una dictadura”, “ajuste”, “vaciamiento”, “despidos”, “endeudamiento”, “transferencia de ingresos a los grandes grupos económicos”, “criminalización de la protesta y persecución a los militantes”, “avance contra las políticas de derechos humanos”, etcétera… pueden resultar nociones abstractas e ineficaces si se las escinde de las subjetividades que interpela y modaliza el macrismo. Como sostienen los JP: “Si la ‘discusión’ se mantiene en ese plano, lo que se arma es un escenario (‘la coyuntura, la coyuntura’) que se aleja de las prácticas concretas y posibilidades reales de disputar sensiblemente una gobernabilidad inédita”. Necesitamos agujerear ese “realismo de la obviedad” tanto como la verosimilitud macrista.

Cuando comenzamos a ensayar Diarios del odio, lo primero que tratamos de investigar es qué odia este odio: cómo es que se llega a odiar tanto al punto de querer matar o mandar a matar. La primera intuición fue que lo que se odia es la relación de lo múltiple. Que este odio es un afecto particular de la impotencia de las posibilidades de relacionarse, de todo lo que se pone en relación más allá de un orden trascendental. Se odia lo que queda fuera del ojo de Dios. La sociedad macrizada –o mejor, la “vida mula” neoliberal fundada en la propiedad privada de la tierra, el cuerpo, el auto, la mujer, los hijos, la empresa– odia los desbordes del “juicio de Dios” que se producen por relaciones profanas. Odia que se mezcle lo inmezclable, según su orden de funcionamiento codificado. Este odio es la rabia de no poder con el caos de las diferencias sensibles; el pánico a lo heterogéneo; la paranoia a las relaciones inesperadas que se producen en la masa democrática. Es un odio de derecha a la experiencia plebeya. Un odio al pueblo avivado, es decir, a lxs que no portan títulos de poder, ni herencia de propiedad, meros hijos de la tierra que en movimiento se constelan o se juntan, devienen multitud y se autorizan como poder autónomo de existencia colectiva. No es sólo odiar a los negros, a las travestis, a los pibes y las pibas pobres, a las maestras de la escuela pública, a lxs militantes, a lxs migrantes latinoamericanxs… El odio de derecha es el odio a lo que puede un cuerpo heterogéneo en sus abiertos y azarosos encuentros. “No se sabe lo que puede un negro”, me dijo un amigo indio y artista que nunca leyó a Spinoza. Por eso nuestras primeras imágenes materiales para la escena fueron los movimientos de masa: manifestaciones, piquetes, pogos, rituales, ocupaciones, motines, levantamientos, caravanas, encumbramientos, orgías… Los enunciados de los foristas de los poemas de Diarios del odio devenían en la puesta en escena un odio paranoico al poder de la masa en movimiento, insumisa, amorfa, irrepresentable, pero de la cual los odiadores podían extraer fuerzas y relanzarlas contra todo.

El kirchnerismo en su ampliación de derechos e inyección de dinero para el consumo interno produjo, sin proponérselo, potencias desbordantes, existencias disidentes. Además de la controlada conducción kirchnerista, durante la “década ganada” hubo un “dejar hacer”. Desde las páginas de Diarios del odio y de Diario del Macrismo se entrevé, en las ciudades de la “década ganada”, un dinamismo de imágenes de modos de vida que son blancos del odio de clase, racista, xenófobo, homofóbico, travestofóbico, misógino. El desborde son los pibes y las pibas enfiestados tomando birra y fumando porro en la esquina del barrio; la piba pobre con plata para pagarse un aborto; wachiturros con Lacoste; lxs hijxs del albañil del Bajo Flores con notebook; las travestis y las personas trans con DNI; los putos y las tortas que se casan, festejan y postean; motitos inundando las ciudades; las Madres de Plaza de Mayo que construyen casas para pobres; los indios de la Tupac Amaru que se hacen casas con piletas; los indios y bolivianos que usan Tinder, Grindr y Manhunt para coger; los negros-cabeza del Conourbano que viajan en el tren colgados y van al Centro con zapatillas de marca; la legitimidad internacional de la gran feria de ropa “trucha” La Salada; turras riéndose y moviendo el smartphone con carga; lxs migrantes latinoamericanxs pobres que pueden entrar sin problema al país y en una semana obtienen el DNI; los negros africanos que venden joyería, anteojos y relojes en la vereda; la democratización del show del fútbol; la juventud envalentonada con ser militantes; la Biblioteca Nacional que deviene una usina de producción cultural, debates políticos y editorial de filosofía; la no represión de la protesta social que corta la calle todos los días; la intelectualidad y locuacidad pedante de la presidenta; el look femme fatal de la presidenta; el culto a la cumbia; los genocidas en cárceles comunes; las amas de casa con la Asignación Universal por Hijo, mientras que la vecina de al lado, un poco menos pobre que ella, labura de cajera en un súper; lxs científicxs que son becados para investigar cosas que ni se sabe para qué sirven; lxs cartonerxs organizadxs; el Centro Cultural Kirchner gratis y encima con el apellido de casada de la presidenta; lxs bolivianos que ocupan tierras del Estado en la Ciudad y como el Estado no los reprime los balean otros vecinos pobres argentos; lxs autonomistas y lxs investigadxres experimentales que tienen recursos para ir a los barrios a escribir con lxs pibxs, editar y traducir los libros que quieran, e invitar a filósofxs internacionales; recitales todo el tiempo; falopa y pastis todos los fines de semana para que lxs pobres anden súper bien; una mujer ex guerrillera conduciendo las Fuerzas Armadas; plata en el bolsillo para circular por cualquier lugar de la Ciudad y enfiestarse a cualquier hora; pibas que se sublevan ante los machirulos; cursos de Derechos Humanos para los militares; Educación Sexual Integral en las escuelas; viajes de placer en 24 cuotas para todos y todas; hijos con triple filiación; el crecimiento de la industria del libro hasta la apertura de un Museo Nacional del Libro y de la Lengua; autos Cero Kilómetro para todos y todas; el “todos y todas” como igualitarismo introducido en la lengua; lxs artistas que viajan y tienen más recursos; los cineastas que filman películas difícil de entender; la TV pública que produce mejor calidad de contenidos que los canales privados; la historia política y cultural de la Argentina vuelta espectáculo en la calle; los piqueteros o los pibes y pibas “en la Casa Rosada”; las exequias de Néstor Kirchner que se hacen públicas; una banda de rock o de cumbia tocando en un acto “patrio”; dos aires acondicionados por casa; un plasma por habitación; pibitos y pibitas escabiando vinos chetos; rochos y transas copando boliches en Puerto Madero o fiestas electrónicas; lo plebeyo con plata… “El consumo libera”, fue la gran tesis política de Diego Valeriano sobre la “década ganada”.

 

En fin, esa imaginería material de los desbordes produce un sensualismo de los cuerpos en movimiento acercándose y enfiestándose; estrechándose y abrazándose: rozándose y bordeándose; apretándose y apiñándose; allegándose e incluyéndose; hacinándose y confundiéndose; apropincuándose y anudándose; entrecruzándose y adicionándose; reuniéndose y ligándose; enlazándose y aglutinándose; enroscándose y adhiriéndose; contagiándose e intercalándose; entretejiéndose y entremezclándose; gozándose y deseándose. Pero ese movimiento co-existe con un movimiento de securitismo de la vida neoliberal privada del cuerpo de los otros. En grandes porciones de la población un miedo al contacto y un fuerte resentimiento a las vidas en devenir se fueron convirtiendo en “fuerzas anti-todo”, como las describen los JP. Estxs no enfiestadxs que viven, como vivimos todxs, en una movilización permanente de la propia cotidianeidad para garantizar las condiciones materiales que reproduzcan nuestras vidas neoliberales y mantengan nuestro estado anímico, mediante la extorsión del salario, se engorraron y llaman al orden, al punto de poner el cuerpo para linchar, armarse y delatar. Engorrarse es “devenir un tirano: de tu pareja, tu familia, tu vecino, o cualquiera que ande suelto por ahí e irrite las sensibilidades mulas”. Y la “vida mula”, de la que hablan los JP, es ese esfuerzo cotidiano de integración social que hacemos cada unx de nosotrxs para no caer del mapa totalitario del capitalismo financiero. Cualquier desvío de la norma neoliberal es sancionado moralmente por lxs mulerxs adaptadxs hasta desear la muerte del o de la inadaptadx. Apenas asume la Alianza Cambiemos al Gobierno Nacional y en la mayoría de las gobernaciones provinciales los enunciados del odio de este deseo de matar se vuelven un accionar y lxs inadaptadxs son acusados de “vagos”, “grasa militante”, “ñoquis” “mantenidos” y “terroristas”. Y son englobados bajo el significante totalitario “kirchneristas”. Entonces, se producen los despidos masivos en el Estado y las empresas; pibes chorros son linchados por los propios vecinos; los putos son golpeados en la calle… –es el imperio de la vecinocracia, en una suerte de distopía política anunciada por el Colectivo Situaciones en 2001– y lxs militantes y activistas brutalmente reprimidos, encarcelados, torturados y asesinados por las Fuerzas de Seguridad y las Fuerzas Armadas. Se recrudecen los ataques homofóbicos, travestofóbicos, los feminicidios y travesticidios; se encarcela a lesbianas por darse un beso en una plaza y defenderse de una violación en un barrio. Desde el gobierno se aviva a las fuerzas odiadoras en la población y se suelta a la policía como perros de caza. Los jefes verduguean a sus empleados y en las escuelas se desatan cruzadas contra cualquier gesto que se desvié de la vida gorruda. “En cada desborde, por mínimo que sea, hay una oportunidad para el engorramiento y el revanchismo”, escriben los JP. Es “el gobierno de las almas gorrudas” al poder.

 

Lo que el macrismo o “gobierno de la tranquilidad”, como lo describen los JP, viene a ordenar y finalmente a clausurar y reprimir es la fiesta de la existencia democrática: es decir, que lo cualquier pueda advenir. No hay derecho para nuestras propias alteraciones, ni para ningún desvío o fluctuación que crée vida más allá de la vida como empresa y policía. Lo que se cierra con el macrismo no son solo las más de 3000 fábricas industriales que entraron en bancarrota en estos dos años por la pérdida del consumo interno y la desregulación de las cláusulas de la importación; lo que se cierra es la Fábrica de lo Sensible del devenir de las existencias transversales. Estos desbordes crearon nuevas formas de vida desafiando el código de vida neoliberal y la normalidad heteropatriarcal del capitalismo más allá del propósito del kirchnerismo. El macrismo es el mejor lector-captor, desde 2013, de esta conversión subjetiva en la población: las subjetividades gorrudas y las subjetividades disidentes. “Nosotros sabemos lo que quiere la gente y sabemos cómo comunicarlo”, declaró el jefe de Gabinete, Marcos Peña Brown. El macrismo trabaja en el nivel de los afectos de la población. El macrismo supone que la gente quiere algo y que ellos pueden dárselo, como publicistas de las fuerzas oscuras de la sociedad. Sus enunciados políticos antes que ideológicos o como parte de un programa político del Pro son el blablá de los odiadores. Lxs dirigentes macristas repiten lo que dicen los odiadores en las redes y en los barrios. Por eso la práctica militante evangelizadora del “timbreo” macrista y los ejércitos comunicativos de trolls, community manager y hackers oficiales, muchos de ellos trabajando full time en la Quinta de Olivos. El macrismo es un Gobierno fuertemente comunicacional, pero no solo porque miente en sus contenidos sino porque utiliza la acción comunicativa como táctica de captura y ofensiva en el plano de las ideas y los afectos de la población, que responde a una estrategia de guerra total contrarrevolucionaria. Como expresa Diego Sztulwark: “La contrarrevolución macrista consiste, en todo caso, en una épica justiciera fundada en la decisión de las clases dominantes del país de ajustar los comportamientos sociales a las líneas de mando emergentes de las pulsiones del mercado mundial (…) Contrarrevolución, quizás, como labor continua de esterilización comunicacional y refuncionalización neoliberal de todo aquello que surge como elemento de fuga y resistencia a la coacción de la economía del valor.”

Los odiadores seriales necesitan, además, una estética terapéutica. Es decir, sublimar el goce de matar con acciones, relatos e imágenes comunicacionales de violencia cruenta contra lxs inadaptadxs, que resisten y fugan del código macrista. Las razias que la Policía Federal comenzó a ensayar en la última marcha del Ni Una Menos, y que son las únicas imágenes que la televisión emitió de la multitud, fueron puestas en escena de una estética de la crueldad. Hay un goce en ver a los policías arrastrando de los pelos, por el asfalto, a lesbianas activistas. Como hay un goce de los odiadores en ver a la Policía de la Ciudad avanzando violentamente, como en una película hollywoodense, sobre los jóvenes piqueteros que cortaron la Avenida 9 de Julio para reclamar por la emergencia alimentaria. Hubo una variación de punto de mira de la puesta en escena de la crueldad en las jornadas de protestas del jueves 14, el lunes 18 y la madrugada del 19 de diciembre. Por un lado, dieron luz verde para pegar a los efectivos policiales, gendarmes y prefectos, que demostraron una brutalidad de perros de cacería lanzados para destrozar a sus presas. Lo que se comunicó en las imágenes y la narrativa desde el imperio de los medios de comunicación fue un estado de guerra. El plan del macrismo es, ahora, inscribir en el humor social un peligro de terrorismo interno difamando a las organizaciones sociales para legitimar e institucionalizar el monopolio del ejercicio de la violencia genocida y así continuar con el proyecto de expropiación capitalista. Hay imágenes de la crueldad que esta vez no fueron televisadas y solo circularon por las redes sociales: los policías motorizados que primero uno atropella a un pibe de 18 años y luego otro le pasa la moto por encima; el poli que gasea en la geta a una vieja en camisón que estaba en la puerta de la casa mirando la represión y luego la golpean con la cachiporra; otro policía que gasea a otro viejo parado en el medio de la calle; el patrullero que le lanzan a otro viejo; las balas de goma dirigidas a fotógrafos de medios críticos; los cumpas que recibieron balas de goma en los ojos y la cabeza; el maestro que recibió 21 impactos de balas de goma y perdió un ojo; el policía de civil infiltrado que le reventaron un ojo sus propios compañeros policías; el viejo que se murió de un infarto en medio del cacerolazo del lunes a la noche; la cara quemada por el gas lacrimógeno de la diputada Mayra Mendoza, etcétera… Solo mostraron las 300 personas que tiraron piedras –municiones caseras que sacaban de las baldosas que rompían en la desesperación–, pero nunca mostraron a las 500.000 personas que manifestamos y fuimos encerradas en una emboscada por la policía y los camiones de Gendarmería, en el barrio de Congreso. La masa en pánico corriendo y replegando por los gases lacrimógenos de largo alcance; las tanquetas con chorros de agua; las balas de goma y las motos asesinas no fueron televisadas. Con la escenografía de la guerra al terrorismo en nombre de la paz, el macrismo hace girar el escenario de la violencia donde se expone a las organizaciones sociales como nuevos enemigos del pueblo. Sin embargo, lo que hemos aprendido con León Rozitchner es que a la “violencia de derecha” se la digiere y redirecciona con una estrategia de contraviolencia que implique una contraofensiva sensible de los cuerpos aterrados por el peligro de muerte.

Parte de una contraofensiva sensible son las acciones colectivas que realizamos para que no nos maten. Diarios del odio y la Gorra Coronada. Diario del macrismo funcionan estratégicamente como escrituras de resistencia en la calentura del presente. Comprendemos que toda obra es una desobediencia de la época. Se hace mundo desobedeciendo el presente. Es así como Henri Meschonnic planea la salida del posmodernismo que constriñe nuestra respiración y nos impone su política del ritmo hasta enfermarnos y separarnos de lo que podemos hacer, sentir y decir. Se piensa contra la época codificada; contra los aplausos de tus contemporáneos; contra los poderes estandarizantes del teatro –el texto, los personajes, el significado, el diálogo, el conflicto, la estructura, el actor, el director…–, y la sociología –el objeto y el campo de investigación, las estructuras, la estadística, la jerga y las categorías académicas…–. No queremos adaptarnos a la Cultura Macri, ni a la heteronormalidad teatral que lo co-produce. Más bien, nos desconectamos de su código y le hacemos cortocircuito. Producimos un movimiento irónico que nos desvincula del lenguaje del pensamiento heterosexual del “capitalismo absoluto” y sus teatros de operaciones. Producimos insolvencias semióticas; avivamos insurgencias afectivas; politizamos lo que nos pasa; intensificamos nuestros deseos estratégicos; desencadenamos actos no-conformados; investigamos mutaciones sensibles; materializamos contra-coherencias; le damos una sintaxis al grito. Destituimos esta humanidad y sus imperios en cada paso para crear otras relaciones con nuestro cuerpo, con la organización, con el ambiente, con la producción, con la sensibilidad. Componemos y dirigimos máquinas de guerra sensible. Exploramos las fuerzas que nos sobrepasan; revisamos nuestros propios microfascismos para desviarlos. El deseo de matar es el deseo-amo que el Capital, por su acumulación, aceleración y valorización infinitas pretenden modalizar en nuestras existencias. Nuestras estrategia inocula otras intensidades en el campo social. Para nosotros la resistencia es primera. Porque la existencia es un conjunto de operaciones estratégicas, en el plano del deseo, para que no te exploten, ni te esclavicen, ni te maten. Y quienes planeamos una fuga inventamos un política del deseo. Para nosotrxs la existencia es resistencia. Y la resistencia son insistencias. Escribimos escénicamente Diarios del odio y delirantemente Diario del macrismo para que no nos maten más. Es nuestra contraofensiva sensible.

Consideramos que el macrismo es la realización de un posfascismo. El fascismo histórico fue una fase preparatoria para el post-fascismo de la vida neoliberal o el “capitalismo absoluto”. El posfascismo es la violencia total en nombre de la paz. Es coerción de la paz del terror o la supervivencia. Es la “precariedad totalitaria” en la que vivimos, como dicen los JP, que produce un “terror anímico” a fuerza de emprendedurismo entusiasta. “No es un cambio ideológico, sino tecnológico”, dijo el jefe de Gabinete, Marcos Peña Braun, frente a los empresarios, en una entrevista con Carlos Pagni. Nuestra vida está evolucionando a fuerza de dispositivos tecnológicos automáticos que modalizan nuestra sensibilidad, nuestra manera de conocer, de vincularlos… Los dispositivos tecnológicos que capturan nuestra fuerza viva comienzan a sustituir al Estado y al mercado. El “capitalismo absoluto” es la idea de que todos nuestros comportamientos biológicos, físicos y sociales pueden ser programados y reprogramables para la acumulación infinita del capital y la circulación de mercancías y personas. Como sostiene Bifo, estamos frente a una “mutación antropológica”. Nuestra vida va a una abstracción y una desensibilización generalizada –o ausencia de empatía– gobernada por la lógica abstracta del signo tecno-financiero. Un deseo de orden, transparencia y claridad fundan esta gobernanza que avanza con técnicas de totalización, conjurando el acontecimiento, es decir, que algo que desordene pase. El sistema de comunicación y la tecnología digital son la policía del pensamiento puritano de este nuevo Imperio, que se apropia de nuestras máquinas de guerra o salidas críticas-inventivas, no sin violencia represiva como fueron los asesinatos de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. Nos faltan máquinas de guerra en el plano de los signos, que generen proposiciones y ruidos indiscernibles por el código neoliberal de la vida mula, que produzcan cortocircuitos, sabotajes y desconexiones que escapen de la racionalización absoluta. Experimentar y vivir otros goces que desborden los dispositivos de orden. Una política que invente prácticas de sensibilización y nuevos protocolos de experimentación siguiendo nuestros desvíos. Devenir otra cosa que no sea un dispositivo tecnológico es asumir el derecho a nuestras propias alteraciones. Oponer otras formas-de-vida: otros intereses, otros gustos, otros goces, otras figuras, otros ritmos. Por eso hacemos Diarios del odio y muchas máquinas de guerra sensibles más. Se trata de tramar alianzas que saboteen el triunfo del posfascismo del gobierno de Macri.

Con Diarios del odio no hicimos la automática temporada del teatro independiente porteño. Organizamos una o dos presentaciones por mes, en diferentes espacios, para encontrarnos con públicos heterogéneos. Nos interesaba con cada presentación producir un micro-acontecimiento: reunir a una gran masa de público diverso que se encuentre a sí misma por primera vez y se piense y se afecte. También produjimos varios escándalos en los públicos porque, como dijo Eduardo Rinessi, “la derecha no soporta el escándalo”. Estamos de huelga con la endogamia y la autocomplacencia del público del teatro independiente porteño, y contra sus condiciones de producción neuróticas, impotentes y autoexplotadoras: queremos desarreglarlas y producir otros modos de encontrarnos en lo escénico y más allá de lo escénico. ORGIE somos un grupo que compone todos los planos de producción y creación colectivamente y estamos practicando dirigir nuestros deseos comunes. Somos una nueva generación de artistas –la policía y la normalidad teatral porteña nos reniega– que trabaja con lo real y lo común del presente que nos afecta a todxs: el posfascismo neoliberal.

 

A principios de octubre anunciamos las funciones de Diarios del odio como “motines”. Entendíamos que el sufrimiento, el miedo, el terror y el estrés que el gobierno está provocando en la población argentina necesitaban ser expresados. Como dijimos, el odio es una pasión política: el odio de las clases dominantes sobre lxs inadaptadxs, pero también el odio con el que resistimos las clases explotadas y marginadas. Para nosotros hacer la obra una vez al mes es una arenga, un agite de los cuerpos, de las ideas y de la percepción. El domingo 10 de diciembre realizamos una pegatina de afiches en la Av. Corrientes, a la altura del barrio Congreso, con los rostros de las mujeres patriarcales del macrismo –Michetti, Bullrich, Vidal, Carrió– y la palabra “MOTÍN”, que anunciaban la última función del 2017. Son las mujeres ventrílocuos del bloque de poder del capital financiero internacional que violentan al pueblo en nombre de la paz, en nombre del orden, del orden de sus ganancias y sus propiedades. Al otro día de la pegatina, la ciudad se amotinó en la Plaza de los Dos Congresos, durante las manifestaciones contra la conferencia de la OMC, tras fuertes represiones del gobierno. El miércoles 13 de diciembre el público se amotinó en la sala, en el barrio de Congreso donde hacemos la obra, antes de comenzar la función, contra unos espectadores violentos que nos querían someter a todxs a que cumpliéramos su poder de consumidores. El jueves la ciudad se amotinó en el barrio de Congreso contra el proyecto de reforma previsional. El lunes 18 volvimos a las calles donde se juegan nuestras posibilidades de actuar, donde tomamos el riesgo de avanzar juntos marchando sitiados, de enfrentarnos a la policía, de hacer nuevas amistades, de encontramos con otrxs.

Como los JP, consideramos que el macrismo es una reacción policial antifiesta del quilombo de la vida democrática. “Arriba la vagancia”, es uno de los lemas de los JP. Entonces, desde ORGIE, armamos y lanzamos el ciclo Entrenar la fiesta. Una suerte de seminario-happening-fiesta. En cada encuentro danzamos un genero musical diferente: funck carioca, electro house, reggaetón, pop… Apto para todo público, producimos un espacio de mezclas, donde las singularidades se manifiestan entre sus formas de moverse. Pasamos procedimientos de movimiento, con el propósito de crear capacidades que rehagan nuestros cuerpos; de cruzar umbrales de intensidades; de concatenar fuerzas que actúan sobre y entre los cuerpos; de reinventar la trama de la danza colectiva. La fiesta es, también, una lucha política. Disputar la noche, decimos. No podemos conceder a los políticos del orden que definan cómo gozan y desean nuestros cuerpos.

Nos pasa como a los JP: “Nuestro rechazo al macrismo es, antes que político o ideológico, sensible, odiamos su propuesta de vida. Alianza entonces con las fuerzas e intensidades que se desatan por ahí, en algún agite cualquiera y anónimo”.

ACONTECIMIENTO MEYERHOLD // Silvio Lang

 

El nombre del director escénico, ruso y comunista Vsevold Meyerhold (1874-1940) anuda cuatro movimientos de la historia del siglo XX que elaboraron lo colectivo contemporáneo: la revolución bolchevique donde se juega la creación del “hombre nuevo” y el protagonismo de las masas; las primeras vanguardias estéticas que mezclan arte y vida; el terror del Estado estalinista que reacciona, captura y asesina ese proceso de “revolución permanente”; y el giro performático en el teatro, que libera de la totalización de la representación obligada. Meyerhold significa el acontecimiento cultural que produce ese anudamiento entre política, arte, vida y revolución.

 

Víctima de la estafa de los Juicios de Moscú, en 1940, y rápidamente fusilado por Stalin, es el primer hombre de teatro asesinado por el Estado. Sus posiciones estéticas y políticas y su producción escénica eran una amenaza al totalitalismo cultural y político estalinista.

 

Muchos nombres de la saga revolucionaria y del arte contemporáneo acompañaron a Meyerhold en sus creaciones: Maiacovsky, Eisenstein, Vertov, Tchaicovsky, Debussy, Mussorgsky, Malevich, Maeterlinck,  Popova, Stepanova. Y muchos otros influenciaron sus elaboraciones estéticas: Wagner, Strauss, Gluck, Trosky, Chaplin, Appia, Craig, el jóven Marinetti, Vajtángov…

 

Varios desplazamientos produjo Meyerhold en la historia del arte escénico y la producción cultural hacia un comunismo pagano –la igualdad festiva de todos los seres y las cosas-:

  • una nueva actuación, basada en la capacidad del actor y su relación con lo imposible de hacer, donde el actor es el creador que organiza su materialidad y dirige su performance. Para ello, la formación de los actores y las actrices requiere de una educación política que considere la práctica como arma;
  • un nuevo espectador, copartícipe y creador del goce de la nueva vida revolucionaria;
  • un pensamiento constructivista, que implique la construcción de nuevos edificios teatrales para el teatro del futuro; el develamiento de la maquinaria teatral; la “cineficación” -o tecnificación- del teatro como espectáculo de masas al igual que el cine;
  • una rematerialización de las superficies o formas sensibles de la puesta en escena, que recree las nuevas formas de vida que trae la revolución.
  • un devenir musical del lenguaje escénico, mediante un “teatro asociativo” o de la sensación que mezcle las energías, las expresiones y los estilos urbanos del pasado y del presente,

 

Con estos desplazamientos Meyerhold produce algunas ideas-teatro:

  • la democratización o un comunismo de las formas en una permanente reconstrucción del teatro;
  • la organización estratégica de toda la producción, incluso la recepción, a través del ritmo;
  • la producción del presente colectivo en escena;
  • la investigación autónoma experimental de l*s creadores/as escénicos/as.

 

 

La obra escénica Meyerhold. Freakshow del infortunio del teatro, estrenada en Buenos Aires en 2014, fue una tentativa combativa de inteligir los nudos conceptuales del acontecimiento Meyerhold, a través de las flexiones que su pensamiento produjo en la práctica escénica del siglo XX, y ponerlos en relación con las trascendencias de la producción actual del teatro argentino.

 

Las fuerzas productivas de la escena como organización y transformación del presente colectivo del público; el teatro puesto en relación con algo más que el teatro; la potencia de la producción material de la corporalidad del actor y los otros elementos sensibles de la puesta en escena; la música como recomposición del mundo actual; y el desborde de la arquitectura de la sala, fueron algunos de los ejes conceptuales que experimentamos de su pensamiento y consideramos como armas posibles para discutir con el teatro que hacemos hoy en Buenos Aires y las provincias.

 

La historicidad -potencia de lo que pasó actuando hoy- es una actitud en presente. Es decir, un desbordamiento de la historia para pensar cuál es el campo actual de lo posible, cuáles son las chances de franqueamiento de los límites históricos y cómo romper la normatividad del presente irrespirable.

 

 

* Dossier del espectáculo Meyerhold. Freakshow del infortunio del teatro, de Silvio Lang: http://campodepracticasescenicas.blogspot.com.ar/2017/01/corpus-meyerhold-freakshow-del.html

Link: https://www.youtube.com/watch?v=aJ2G_3rDTZ0

Crédito foto: UNTREF

2017-11-12

El consenso del arte // Silvio Lang

1.
No se podría decir que el arte de estos últimos doce años en Argentina haya sido libertario y excesivo. Hubo libertad de acción y manifestación, sí, sin dudas. Hemos vivido hasta el día de hoy en una verdadera democracia de manifestación en el sentido que el filósofo Jacques Derrida definia la literatura: la pasión democrática que puede decirlo todo. Se escribió y se dijo como nunca: en las redes sociales, en la televisión, en los diarios, en las radios. Pero siempre en relación con el discurso central de los dos grandes gobernantes del período. Néstor y Cristina, en apariencia insuperables en sus retóricas performáticas y apuestas políticas, dibujaron los contornos de lo pensado durante el ciclo de los gobiernos kirchneristas. Así como ningún otro dirigente político, es probable que ningún artista, en tanto legislador del espacio y el tiempo social, haya intentado ir más allá del horizonte de “la década ganada”. ¿Quién osó redoblar la apuesta en el ámbito de la fabricación simbólica y afectiva? ¿Quién osó actualizar los modos de producción cultural más allá de la política modernista del kirchnerismo?
2.
La política cultural del kirchnerismo se desplegló en una perspectiva modernista del capital: incrementó su mercado de poder según una ley de libertad de cambio de la producción y de profesionalización o emprendurismo de la práctica artística. La cultura del libro se benefició con la generación de docenas de pequeñas editoriales independientes y la apertura de librerías, favorecidas también por el aumento de la capacidad de compra, en el marco de las políticas de consumo del Gobierno y la regulación impositiva de las importaciones. La inyección presupuestaria a la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares generó una mejora técnica y una presencia cultural de las bibliotecas en todo el país. Un proceso extraordinario y de singular vitalismo vivió la Biblioteca Nacional, conducida por Horacio González, que conectó la cultura del libro con los procesos de subjetivación política y cultural. La Biblioteca Nacional fue encontrando en el camino la experiencia de un proceso libertario y excesivo, que se desarrolló con la participación de las cabezas más contemporáneas y singulares de la patria. La producción audiovisual se incrementó y multiplicó sideralmete: en los últimos años se estrenaron, promedio, dos películas argentinas por semana entre producciones nacionales y co-producciones internacionales; se grabaron teleseries finanaciadas integramente por el Estado; se filmó en las provincias con equipos locales, inaugurando una profesionalización de los cineastas del interior del país; se abrieron salas de proyección exclusiva de películas argentinas en todo el territorio nacional. El Teatro Nacional Cervantes, aunque no culminó su obra de refacción edilicia, ordenó y reforzó su burocracia sindical y administrativa, lo que permitió que volviera a funcionar con normalidad y que pudiera desarrollar –no sin muchas deficiencias técnicas– un programa federal de giras. Cristina inauguró el Centro Cultural más grande de Latinoamérica con el nombre de su marido fallecido y la gigantesca feria Tecnópolis. Se recuperó el predio del ex centro clandestino de detención en la Escuela de Mecánica de la Armada para convertirlo en sede de espacios culturales coordinados por los organismos de Derechos Humanos. Se abrieron diarios y revistas estatales e independientes con escrituras e investigaciones particulares y complejas comoMiradas al surTiempo ArgentinoCritíca, InfojusAnfibiaCrisisMancilla,Suplemento Soy. El Ministerio de Cultura y muchos organismos del Estado Nacional generaron una cuantiosa suma de contrataciones a cantantes, actores para recitales y actuaciones en multifacéticos eventos como nunca antes en la historia de la cartera cultural. Se diseñó un Mercado de las Industrias Culturales Argentinas como el signo mayor de distribución de cultura para el consumo. Radio Nacional multiplicó sus contenidos y staff y hasta creo una FM de rock nacional con programas periodísticos. Se abrieron canales de televisión didácticos como Pakapaka y Canal Encuentro. La Televisión Pública, dirigida por Martín Bonavetti, se transformó íntegramente y podríamos decir que generó una estética propia y una cultura de trabajo nueva en su burocracia. Muchas obras de teatro y danza contemporánea se exhibieron en los festivales y teatros más importantes de todo el mundo generando una plusvalía de poder y hegemonía en cierta subcultura artística.
3.
Sin embargo, en el transcurso de “la década ganada”, la producción artística y semiótica ha resultado marcadamente conservadora, reaccionaria, enclaustrada, realista, antiutópica y, principalmente, acrítica. Se ha imaginado y realizado bastante poco en el plano de las estéticas singulares y las producciones semióticas del campo social. Muchas oportunidades de singularización de la sensibilidad estética y de transformación de los modos de vida sociales se desaprovecharon en la legitimización de los artistas y la legalidad militante. ¿Qué riesgos hubo en pensar más allá del Estado de cosas y la agenda gubernamental? Es curioso que desde la gestión kirchnerista no hubo un eje en la experimentación artística en sus políticas culturales, fue más bien legitimizar lo que ya se producía. Es probable que la moral del sujeto del rendimiento en la lógica consumista, el emprendurismo de la vida neoliberal, el imperativo de pertenencia y el narcisismo de la pura construcción de sí en el ágora global de internet desalentaron apuestas vitalistas en la micropolítica. No hubo, desde la producción cultural y estética, creaciones de realidad articuladas a gran escala con el campo social. No hubo experiencias épicas ni utópicas colectivas. No hubo estéticas singulares críticas, que excedieran las estructuras de obediencia consensuadas por “la razón neoliberal”. No hubo elaboración de estrategias para organizar el presente colectivo. Por ejemplo: ¿qué exceso vitalista pueden exponer las narrativas escénicas porteñas enclaustradas en sus salas privatizadas para 40 espectadores? ¿Qué nueva proyección utópica colectiva puede generar un teatro de living tomado por la neurosis de familia de clase media urbana?
4.
Es probable que el imaginario más excesivo y desbordante haya venido de la mano del Estado. Basta observar la inauguración del mega Centro Cultural Kirchner, que operó como contraseña de entrada a las sociedades desarrollistas, aunque con un funcionamiento admistrativo, técnico y curatorial impotente. Las puestas en escena multitudinarias de los festejos por el Bicentenario –a cargo del productor cultural Javier Grosman– y la ceremonia por la muerte de Néstor, que ocuparon todo el Centro de la Capital Federal, también fueron imaginarios amplificantes y, en el mismo pase, una producción de poder. Habría así un desfasaje entre la apuesta épica-excesiva del Gobierno kirchnerista y el realismo naturalista conservador de los artistas de “la década ganada”. Un tipo de disciplinamiento que legitima la “normativización de la cultura” continuada en estos meses de neoliberalismo macrista y que convoca, hoy más que nunca, a pensar y a elaborar procesos de producción subjetiva transformadores, irreductibles, libertarios y vitalistas.

Fuente: Nuevos Trapos (www.nuevostrapos.com.ar)

Ir a Arriba