Anarquía Coronada

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Valeriano: un fake contra lo bienpensante // Soledad Sgarella

Este viernes 24 a las 21 hs., se presenta en el Centro Cultural Graciela Carena un cuaderno que compila textos de Diego Valeriano, en un formato “conversación pública” con la presencia del autor y moderada por Pablo Ramos y Claudia Huergo.

Valeriano es de esos que escriben y logran, en el mismo instante, que tengas vergüenza de hacerte la progre, pegarte un chasqui de angustia en medio del pecho o hacerte llorar de emociones diversas mientras describe, por ejemplo, una esperada precandidatura.

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Foto: Marina Chena

Diego Sztulwark afirma (en el prólogo del cuaderno) que el autor muchas veces puede ser leído como un provocador o un nihilista, “cuando es el último de los poetas románticos de la presencia”. Mientras, el propio Valeriano nos dice -sin ninguna seguridad- que escribe para ciertos y ciertas cómplices, que escribe porque frente a los que opinan le gusta fabular y que escribe -un poco- para perder la forma humana.

El colaborador de La tinta y de Lobo Suelto viene el viernes al espacio cultural de la calle Alvear convidado por Emosido Engañado, “un grupo de estudio informal de Córdoba, de miembros variables, que estudian cosas que les interrogan”, según la descripción que hacen los propios participantes. A la conversación abierta también invitan el Colectivo Cordobés de Psicólogxs Comunitarixs, el Ciclo de Cine Raros Somos Todos y el programa de radio El último proletario.

La psicóloga y escritora Marina Chena es una de las congregadas a compilar y editar este cuaderno y nos cuenta: “algunos de los textos que seleccionamos ya han sidopublicados y los pusimos juntos, con algunos criterios bastante laxos en verdad pero que así reunidos tienen una densidad distinta. Si bien son muy potentes en sí mismos, puestos juntos producen un efecto de reverberancia, de caja de resonancia, se van significando o resignificando unos a otros, se intensifican.


Reunir los textos en un formato como este es un poco salvarlos de la velocidad con que todo se procesa en las redes sociales, y aunque es verdad que son un poco en sí veloces y tienen un ritmo muy agitado, nos parece importante poder proponer una pausa, detenernos a prestar atención”.


El evento promete ser un espacio de encuentro, y según les organizadores, es la invitación a una fiesta entre amigos. «Mueran por coger» es, fundamentalmente, una excusa “para que esos textos, que son tan vitales, tengan una oportunidad de ponerse en diálogo con lectoras y lectores, que salgan a la cancha y ladren”, con una bienvenida de la banda local Esencia, y con Ramos Huergo tirando algunas líneas de conversación.

Valeriano es uno de los colaboradores que más publicamos en La tinta. Probablemente porque coincidimos con Chena cuando nos dice que “es una voz muy interesante, no solo en su faz beligerante (que ya en sí misma valdría la pena para publicarlos) sino porque, en cierta forma, resensibiliza la escena social colectiva y te diría, política. Vos poder estar de acuerdo o en abierto desacuerdo con lo que dice, pero hay algo a nivel corporal, visceral, que se mueve con su lectura”.

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Foto: Marina Chena

Todo ese runflerío que ciertos sectores desprecian con tanta fuerza aparecen en su escritura con una vitalidad que no puede no afectarte, es como que te toca y a veces produce incomodidad y a veces expresa una ternura inmensa. Valeriano aporta incluso desde ese mismo registro más bien corporal, o visceral, a interpelar un cierto consenso bien pensante.


“Es fácil decir Macri gato o gobierno de chetos meritócrata. Más difícil es cuestionar la progresía -fundamentalmente intelectual- y ahí es donde más posibilidades hay de romper ese sentido común, estabilizado en un conjunto de buenas intenciones. Creemos que es ahí donde Valeriano hace mella”, dice Chena.

El prólogo de Sztulwark empieza con un contundente “amor a los reventados” de Valeriano.

Y aquí volvemos a coincidir con Chena. Esa concluyente frase “es una imagen muy acertada: no es una reivindicación ideológica, es una profunda alianza afectiva con esas vidas”.

Nos vemos el viernes.

► “Mueran por coger” de Diego Valeriano. Se presenta el viernes 24 a las 21 hs. en Emosido Engañado (Alvear 157).

*Por Soledad  Sgarella para La tintaFotos: Marina Chena.

Las pibas // Redacción La Tinta

Hace unos cuantos años leí un título que hoy busco y encuentro: “Está embarazada, tiene 15 años y se dedica a secuestrar”. Triste resumen de Clarín sobre la vida de Silvina, protagonista de Pollita en Fuga crónicas de la periodista Josefina Licitra. En el 2003, plena fiebre de los “secuestros exprés”, Silvina fue para quien quería leer, el vivo relato de la vida marginal y de las condiciones de detención de las pibas adolescentes.

La vida de las mujeres jóvenes se trama en hilos particulares. Las condiciones actuales configuran una realidad que tiene un peso específico sobre sus cuerpos. “Para una piba no es gratuito estar a todo ritmo” dicen desde el Colectivo Juguetes Perdidos, “para una piba -por ser piba- es más difícil rajar de un modo de vida y moverse de rol”. Modo de vida ligado a la reproducción, el sostenimiento, a un cotidiano familiar que deja pocos y difíciles lugares de fuga de los mandatos morales, de los roles impuestos.

En contextos de precariedad de las existencias, son los cuerpos de las mujeres los que se hacen cargo de parchar y gestionar la vida, de resistir la muerte programada del sistema. De ellas y de todos los suyos y las suyas. Además de resistir todas las violencias.

Estas particularidades se trasladan a los contextos de encierro. Actualmente, tal vez por la baja cifra de detenidas en el sistema penal juvenil, pero también por la invisibilización histórica de las mujeres, las adolescentes no son una población que suele aparecer en los análisis. Del total de adolescentes privadxs de libertad, las mujeres alcanzan alrededor del 5%. Además, existe un modelo hegemónico de infracción adolescente en términos de varón y pobre.

En la ciudad de Córdoba la SENAF (Secretaría de Niñez Adolescencia y Familia) utiliza el eufemismo “centros socioeducativos” para referirse a los espacios de encierro de lxs menores, afectadxs por causas penales. En su página web éste organismo explica que su función, a contrapelo de todo lo conocido, es brindar “a los adolescentes alojados protección y asistencia integral y una serie de actividades educativas, deportivas, recreativas, y de formación laboral, con el objetivo de estimular actitudes de autocuidado y aquellas habilidades sociales que faciliten su integración social”. El de mujeres se llama Centro Socio Educativo para Mujeres Adolescentes (CESAM), situado en Nueva Córdoba.

El sociólogo Matías Bruno explica que el propósito de estos lugares es “corregir los desvíos de criaturas violentas que, expulsadas del sistema y una vez apresadas, deben pagar por sus culpas”. El castigo como supuesta reinserción, idea caduca desde hace décadas, pero que sigue funcionando en las sociedades adictas a la mano dura. A las pibas no se las priva de la libertad, se las encierra y aprisiona en instituciones de castigo y control, pensadas desde una concepción androcéntrica que no mira las particularidades de género, y por eso profundiza la desigualdad y las violencias. Además, estos centros se diferencian de las cárceles “comunes” en el agravante de encerrar personas en un período de desarrollo diferente al de los adultos, porque además las instituciones estatales son adultocéntricas.

Existen percepciones, prácticas y estereotipos discriminatorios sobre lxs pibxs, y una tendencia social a considerarlxs población “peligrosa” que debe ser “sujeta a control”. Es una población que se encuentra, por tanto, en mayor situación de vulnerabilidad. Los sentidos sociales construidos sobre lxs pibxs pobres son especialmente negativas y estigmatizadoras, y se les concibe como propensxs a la violencia y al delito, culpandoles de ser los responsables de la “inseguridad”. ¿Qué duda cabe cuando se está tratando la baja de edad de imputabilidad? De ahí los acosos y abusos policiales, las persecuciones y la cantidad creciente de casos de gatillo fácil.

Una piba percibida como autora de un delito es un incómodo eslabón salido de la cadena, es una provocación doble y un manotazo desarmando mandatos. Se rompe la normatividad penal y la de género. La corrección disciplinaria entonces es más pesada, los cuerpos de las mujeres se colocan como un elemento central, lugar de conflicto y sometimiento. La moralidad que sostiene las opresiones de género, clase y etárea, muestra sus garras: mujer, pobre y joven. Todo para perder.

Los “desvíos sexuales”, la “promiscuidad”, los embarazos y las maternidades tempranas son ejes que se combinan con los delitos penales cometidos. Mujeres que se atrevieron a transgredir el rol tradicional donde las tareas de reproducción y cuidado debiera ser central. Las condenas sobre las pibas caen con más fuerza, por ser pibas.

El género es una dimensión constituyente del sistema penal y un componente siempre presente en el tránsito de las mujeres por sus instituciones, que conlleva situaciones de desigualdad y violencia sobre sus cuerpos. Que las mujeres en situación de encierro sean menos no responde a la benevolencia de los funcionarios de turno.

Según un informe elaborado por el Observatorio Regional de Justicia Penal Juvenil en octubre de 2015, para los países del cono sur, “las adolescentes mujeres sufren altos niveles de violencia de parte de los funcionarios de las instituciones del Estado que intervienen en el sistema penal juvenil, así como específicamente por parte de la Policía”. En muchos casos las pibas sospechosas de alguna infracción no llegan a la Fiscalía o al Poder Judicial, sino que se resuelve en las comisarías y controles policiales a través de la exigencia de retribuciones sexuales a cambio de libertad. Sobran relatos, aunque no tantas denuncias, por miedos y amenazas, y porque denunciar es evidentemente un riesgo. Así el cuerpo y la sexualidad de las pibas es un lugar privilegiado para el ejercicio de control y abuso de poder, cubierta por las estructuras de impunidad del Estado y sus instituciones.

La baja de edad de imputabilidad significa someter legalmente aún más a las pibas a un sistema penal perverso. Ellas, siempre preparadas para la resistencia, tejen sus estrategias de cuidado y auto cuidado. Nosotras, ponemos también el cuidado en el centro y decimos #CórdobaNoBaja, #NoALaBaja.

 

La Tinta  

Imagen: Eloisa Molina para La tinta

“Un llamado a repolitizar la vida cotidiana” // Silvia Rivera Cusicanqui

La totalidad de la nota pertenece al sitio web amigo LA TINTA que la ha publicado el 27 y 28 de Febrero en dos partes (Parte 1: “Un llamado a repolitizar la vida cotidiana” y Parte 2: “Está momentáneamente adormecida la política de las calles en Bolivia”). Aquí publicamos ambas partes reunidas en una nota.

En La Paz, Bolivia, todos los años Silvia Rivera Cusicanqui, socióloga, historiadora y ensayista integrante del colectivo Ch’ixi, lleva adelante una cátedra libre. “Sociología de la Imagen” se convierte así en un espacio de formación para descolonizar nuestras miradas. Estuvimos un mes compartiendo ese espacio y hacia el final del mismo, la entrevistamos con la intención de seguir comprendiendo nuestros feminismos latinoamericanos.

Por Redacción La tinta

Silvia Rivera Cusicanqui considera que su postura personal la ha colocado en cierto modo, “al costado” de toda la problemática planteada por el feminismo desde la década de 1960. “Digo al costado, no porque no me sienta interpelada por las ideas y esperanzas feministas, sino porque siempre he vivido la identidad femenina desde el interior histórico y político del colonialismo interno, donde la mujeridad se construye también colonizada”, narra Silvia en su libro Violencias (re) encubiertas en Bolivia.

En la entrevista que le realizamos, le preguntamos acerca de esto que ella nombra como una “forma práctica de ser mujer feminista, sin estar militando en grupos feministas”. Ella considera que ha sido, ante todo indianista, pensando que la opresión femenina y la opresión india son homólogas. Silvia nos planteó que hoy, el indianismo está totalmente abocado en un discurso nacionalista de buscar un estado aymara y una nación aymara y que para ella, “el nacionalismo es lo más antifemenino que hay. Es una vocación de poder totalmente centrada en un ethos masculino”. En esta primera entrega de la entrevista que le realizamos, conversamos con ella acerca de los encuentros y desencuentros entre indianismo y feminismo, los modos en que se estructura la violencia de género hoy y los vestigios coloniales que hay allí.

Nos gustaría comprender cómo identificas la presencia del patriarcado en distintos momentos históricos, cómo éste se fue exacerbando o constituyendo cada vez con mayor fuerza hasta la actualidad. Y en paralelo, pensar cómo se estructuró el poder y la supervivencia de las mujeres en estos siglos desde la conquista española.

Como les decía, hay elementos patriarcales en la estructura pre hispánica andina, pero yo creo que atenuado por el paralelismo de género, por el carácter bilateral de la autoridad y la existencia por un lado de panakas y aillus que permitían un espacio autónomo de las mujeres donde además el papel ritual que tenían ellas, era además un papel productivo: es un conocimiento de las recetas, de la chicha, de los tejidos, de las canciones y todo eso como un saber femenino reservado interiormente a las mujeres del cual no tenían conocimiento los varones. Por lo tanto había como una cierta autonomía y las fuentes de poder tenían esa doble naturaleza, el ancestro femenino y el ancestro masculino.

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Foto: Colectivo Manifiesto

Todo eso va a ser trastocado por la invasión, sobre todo la parte ritual, pero debido a la propia ceguera de los colonizadores que enfocaron todas sus herramientas de exacción sobre el varón como jefe de familia, hubo como cierta invisiblidad de las mujeres. El rol de ellas como ritualistas de los márgenes se trasladó al margen del comercio, en tanto el varón estaba desarrollando su actividad en el centro de la comunidad, en el espacio de la producción, la mujer cada vez más tendía a ir a intercambiar fuera de la comunidad. De eso surge toda esa presencia que les impresionaba a los españoles de las mujeres en los tambos. En el siglo XVII hubo un censo y ellos planteaban “esas mujeres qué hacen ahí, deben estar vendiendo sus cuerpos”. O sea, desde la experiencia de ellos en España, la presencia de mujeres en el espacio público sólo podía interpretarse como prostitución en tanto que en realidad, las mujeres fueron claves en el nexo entre la coca y la plata en Potosí y también en el Cuzco.

Entonces a lo largo del siglo XVII, XVIII, esta presencia femenina en las ciudades se estableció como una suerte de tercera república y permitió el surgimiento de ciudades matricentradas donde el papel de estas mujeres era central. Además había un proceso como de aculturación e imitación de las mujeres españolas que terminó generando una sociedad que se podía reproducir a sí misma y que estaba en el intersticio entre la sociedad comunitaria del campo y la sociedad estamental de las ciudades. Esta presencia ha sido persistente. Tu has visto en la rebelión de Tupac Katari, el papel militar, incluso de las mujeres, llegó a ser importante y a lo largo del siglo XIX también. Entonces esos momentos de crisis de la economía exportadora eran momentos de auge del mercado interior y ahí el papel de las mujeres era muy importante. En todo esto, obviamente se ha reproducido el patriarcado porque ha habido una suerte de alianza tácita entre los varones de la sociedad dominada y la sociedad conquistadora.

Entonces, en cada caso ha habido mecanismos como de defensa de todo tipo, pero el destino de las mujeres en las ciudades oscilaba entre el comercio y la servidumbre doméstica. Y ahí ya hay todo un fenómeno de mestizaje asociado a los hijos ilegítimos de mujeres que prestaban servicios en las casas y tenían hijos para el patrón. Entonces todo eso genera una sociedad despreciada por su promiscuidad y todos estos estigmas de género. Pero a la vez, una cierta fortaleza por el carácter colectivo que tenían estas opciones. Esto lo ves ya a principios del siglo XX con la fuerza que tienen los sindicatos de mujeres, tanto de las culinarias como de las vendedoras de los mercados, las lecheras, etcétera que van a constituir los sindicatos más fuertes y perdurables en su adhesión al anarquismo.

Va a llegar al punto en que en un tiempo post guerra del Chaco, las mujeres eran la columna vertebral de la Federación Obrera Local (FOL). La Federación Obrera Femenina (FOF), llegó a ser el principal aglutinante de las y los trabajadores una vez que varios gremios de los varones fueron cooptados por el Estado y por los partidos políticos. Ahí hubo como una cierta tenacidad de las mujeres de mantener su espacio de autonomía al punto que los varones tuvieron, de alguna manera, que plegarse a las luchas de las mujeres.

Todo eso se vino abajo con la Revolución del 52, que entre otras cosas instala la forma moderna del partido y de la sociedad basada en la división de lo público y lo privado y la reclusión femenina en los hogares, a pesar de que había un grupo que se llamaban las Barsolas que no eran más que una suerte de grupo de choque femenino. En realidad las mujeres terminaron siendo muy secundarias en la política hasta los años ochenta o noventa: esta presencia de las mujeres en la política era marginal y lo sigue siendo hasta cierto punto.

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Foto: Colectivo Manifiesto

Cuando vos nombrás la política, ¿a qué te referís? ¿A las formas de hacer política más autónomas?

—Al espacio público en general. Si bien hay una apertura a nuevas formas de trabajo fuera de la casa, son formas que reproducen los roles femeninos tradicionales: enfermeras, educadoras.

Vos nombrabas que en la Revolución del 52, la “higienización” fue una política de estado que apuntó a que la llevaran adelante las mujeres en el ámbito doméstico.

—Eso es una política estatal que viene de la época de la oligarquía de los últimos años, del Servicio Cooperativo Interamericano de Educación del departamento de Estado. Allí se introduce toda una cuestión de que la causa de la pobreza indígena es la mugre. Y además, esto viene a ser como un mercado para los detergentes, jabones y todo esto y tiene como efecto el intento de encerrar a la mujer en el hogar al cuidado de los niños y la limpieza del hogar para separar a las mujeres de las labores productivas. Obviamente que esto no lo logran de completo, porque es importantísima la labor productiva en la agricultura, la mujer es fundamental, pero de todas maneras hay un intento muy serio de instalar, pues, el american way of life generalizado a través de políticas higienistas.

En el artículo “Mujeres y estructuras de poder en los Andes: de la etnohistoria a la política”, vos hacés una historización acerca del papel de la mujer antes de la colonia, y marcás como la sociedad boliviana, es una sociedad que tiene una historia de la mujer habitando los espacios públicos de manera muy fuerte, cuestión que hoy pareciera ha quedado un poco oculta. Teniendo en cuenta esta historia de estas mujeres, nosotras nos preguntamos cómo construir hoy un feminismo “con los pies en la tierra”.


—Yo veo que el terreno de unión es la defensa de la madre tierra. Y el nexo con las luchas territoriales y ambientales sobre todo de indígenas de tierras bajas en Bolivia. Yo creo que ahí está el lugar del nexo más fructífero porque une las reivindicaciones feministas con las luchas más territoriales y ambientales de los pueblos indígenas. De hecho yo creo que en este gobierno van de la mano las agresiones a las comunidades y las agresiones a las mujeres, de la mano de un gran incremento de los femicidios, esto es impresionante.


Las mujeres son las que más están poniendo el cuerpo en las luchas socioambientales, no solamente acá en Bolivia sino en toda América Latina.

—Sí. Y es un nexo fructíferamente fuerte en términos teóricos. Se ha pensado siempre que el cuidado, el alimento, son las cosas del mundo privado, son las cosas de las mujeres y que las mujeres debían salir de eso, salir al mercado del trabajo… eso es un feminismo burgués, de la modernidad. Pero hoy en día, procurar el alimento tiene implicaciones cósmicas. Cuidar de la salud, del cuerpo y de la vida, son cosas de una implicación política mucho más grande a través de este nexo con el tema de la Madre Tierra. Una política de los afectos y del cuidado es hoy una forma de hacer política, es un llamado universal a repolitizar la vida cotidiana.

Inicio de PARTE 2:

Silvia Rivera Cusicanqui, es una de las voces críticas necesarias para comprender el momento social y político que está atravesando Bolivia. En esta segunda parte de la entrevista que le realizamos en La Paz, Bolivia en el mes de febrero de este año, indagamos en el vínculo entre patriarcado y Estado, el servicio militar que sigue siendo obligatorio en el Estado Plurinacional de Bolivia, la relación entre mujer y trabajo y los aportes de la mirada ch’ixi a los feminismos latinoamericanos.

Por Redacción La tinta

¿Por qué no podemos admitir que tenemos una permanente lucha en nuestra subjetividad entre lo indio y lo europeo? 
(Silvia Rivera Cusicanqui)

En un horizonte de lucha planetario y bioregional, invocando desde su chuyma la energía descolonizadora del sentir-pensando (amuyt’aña), Silvia Rivera Cusicanqui nos invita a reflexionar desde una mirada ch’ixi nuestras realidades y coyunturas latinomericanas. En su libro Sociología de la Imagen, plantea que lo ch’ixi “literalmente se refiere al gris jaspeado, formado a partir de infinidad de puntos negros y blancos que se unifican para la percepción pero permanecen puros, separados”.

Ella lo define como “un modo de pensar, de hablar y de percibir que se sustenta en lo múltiple y lo contradictorio, no como un estado transitorio que hay que superar (como en la dialéctica), sino como una fuerza explosiva y contenciosa, que potencia nuestra capacidad de pensamiento y acción”.

Lo ch’ixi se opone así a las ideas de sincretismo, hibridez, y a la dialéctica de la síntesis, “que siempre andan en busca de lo uno, la superación de las contradicciones a través de un tercer elemento, armonioso y completo en sí mismo”, escribe Silvia. Es entonces, desde esta mirada que reflexiona, en su libro “Mito y desarrollo en Bolivia. El giro colonial del gobierno del MAS” acerca del proyecto neodesarrollista del Estado Plurinacional y la episteme indígena a través de las luchas que varios pueblos están llevando adelante en defensa de la Madre Tierra.

Silvia escribe con la intención de inspirarnos a las lectoras un “optimismo cauteloso” o “pesimismo alegre” que permita “invocar la episteme indígena como parte esencial de un pensar propio y creativo, capaz de ir más allá de la caricatura folclórica estatal”. De la misma manera, sus lecturas nos inspiraron para reflexionar acerca de los vínculos entre patriarcado y Estado en Bolivia.

Nos gustaría que nombres los elementos patriarcales que vos identificás que han estado presentes en la conformación y continuidad del Estado Plurinacional de Bolivia

—Yo lo que veo, en términos fácticos, el nexo que hay, es el pacto entre los militares y el Movimiento al Socialismo (MAS). Eso viene desde el principio. La Fuerza aérea y la Fuerza naval tienen un poder inmenso, un poder de control territorial y de recursos, la impunidad, la corrupción y la tolerancia a la corrupción. Todo eso marca una herencia de la época del pacto militar-campesino, una especie de pacto militar-cocalero mafioso. Que es un elemento que trae graves consecuencias para las mujeres. Es ahí donde hay cuarteles, donde empiezan los prostíbulos, la trata de mujeres. Y todo eso es tolerado, fomentado por el Estado. Además de que la impunidad militar, es espantosa.

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Foto: Sofía Bensadon

El hecho mismo de que el servicio militar siga siendo obligatorio en Bolivia, es algo importante a analizar cuando una piensa los espacios de conformación de vínculos e identidades masculinas. Vos hablabas en uno de los encuentros de la Cátedra Libre de Sociología de la Imagen, que el servicio militar obligatorio, que se instala después de la Guerra del Chaco, pasa a ser un “rito”, una forma de “ciudadanización aceptada por las clases subalternas” y como espacio de conformación del “ser hombre”.

—Exacto. El servicio militar es un servicio colonial, de violentar los cuerpos. Realmente mueren muchos jóvenes por maltrato en el cuartel. Y el hecho de que hay una impunidad y un velo y una cantidad de privilegios y prebendas que gozan los militares, tiene efectos muy graves en la normalización del patriarcado y de la opresión y de la impunidad frente al femicidio.

Pensando en esto que trabaja Rita Segato sobre “la guerra contra las mujeres” en un momento en el cual, pensar las estrategias de supervivencia, es casi una necesidad básica para nosotras, es que nos preguntamos también qué posibilidades hay de pensar no sólo estrategias de supervivencia, sino también alternativas de emancipación. Vos hablabas de volver al vínculo con la madre tierra. En este contexto de crisis civilizatoria, cómo damos esos pasos, cómo construimos recordando a esas mujeres prehispánicas de los márgenes.

—Yo creo que hoy día hay muchas comunidades dispersas, pero que están haciendo cosas: agricultura, ecología. En las ciudades, en todos lados, en toda América Latina. Ahí se están retomando los vínculos prácticos entre el ser mujer y las políticas más amplias ambientales y de cuidado de la tierra. Yo creo que hay un momento.

Además, en algunos países como en la Argentina está súper activo el Ni una Menos y tiene un arraigo popular que no tiene en Bolivia. Acá en cambio es muy de ONG la cosa del Ni una Menos, las marchas son muy débiles. En cambio, allá casi se podría hablar de un movimiento social de mujeres. De todas maneras esto está momentáneamente adormecido, porque está momentáneamente adormecida la política de las calles en Bolivia, estamos muy adormilados.


Aquí han hecho la ley de igualdad de género donde se acepta el cambio de sexo y el transgénero, pero no se permite el matrimonio homosexual. En fin, son recortes muy formales, aflojar por un lado para ajustar por el otro. Entonces se afloja por ejemplo en tema de aborto pero se ajusta en el extractivismo y en toda la agresión que hay a los territorios indígenas.


En algún punto ¿podrían considerarse demandas liberales hacia el Estado?

—La lucha por el matrimonio me parece una barbaridad, heterosexual y homosexual. El matrimonio es una institución conservadora y reaccionaria. Pero acá se afloja en algunos términos para poder seguir con la política extractivista. Y ahí es donde las mujeres tenemos que estar más firmes que nunca.

En relación al vínculo entre mujeres y trabajo. Traíamos las reflexiones tuyas, escuchadas en la cátedra libre, acerca de lo que implicó la creación de un orden social tras la llegada de los colonizadores, basado en un mundo donde los que dominan, no trabajan. Vos planteabas que esto, para el mundo andino “es el mundo al revés”, donde el trabajo es visto como castigo, donde el trabajo es explotación. Esta vuelta de rosca de pensar cuán distinto es el trabajo en el mundo andino, cuando existe un vínculo con la Madre tierra, con la Pachamama.

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Foto: Sofía Bensadon

—Sí, en el mundo andino, el trabajo también está vinculado con las fiestas, con el mundo ético y con el cosmos.

Vemos que en Bolivia se da muy fuertemente que la mujer incursiona en rubros que en otras territorios, son roles ocupados por hombres, ahora e históricamente. Por ejemplo, en la construcción, es un trabajo que en muchas sociedades se lo considera sólo de hombres y acá se da hace bastante tiempo ya que la mujer ingresa a ese rubro y de alguna manera lo hace propio.

—Bueno eso ya comenzó en la Guerra del Chaco, habían maestras albañiles, masivamente las mujeres entraron en puestos de trabajo de varones y a través de toda una política de autoconstrucción. Porque la mayoría de los casos, cualquier obra estatal, el Estado ponía los materiales y la mujer el trabajo y ahí las mujeres estaban picando piedras y pavimentando. Pero hay en general una sensación de que no hay límites para las mujeres en término de tipos de trabajo. No hay tabúes.

Y crees que eso se puede dar acá en Bolivia por toda la historia de la mujer con el trabajo en el campo…

—Sí, absolutamente, porque la migración es diferencial. En las comunidades básicamente hay mujeres, viejos y niños. Entonces el grueso de la labor agrícola está en manos de mujeres. Aparte de que el trabajo es visto pues como algo absolutamente dignificante.

Por último, para cerrar, queríamos preguntarte cuáles son los aportes que el pensamiento ch’ixi tiene para hacer a los feminismos latinoamericanos.

La Gayatri Spivak decía que estamos cansadas de ser socias honorarias de los clubes masculinos. Yo pienso que tampoco queremos que los varones sean socios honorarios de los clubes femeninos. Y ahí es donde entra lo ch’ixi, la posibilidad a la vez de compatibilizar lo individual con lo colectivo, lo femenino con lo masculino. Y un poco eso lo hemos puesto en práctica aquí en el colectivo, nosotras no somos las que cocinamos y ellos hacen, sino que interactuamos en todos los terrenos. Pero también manteniendo ciertos espacios diferenciados. Entonces la idea es también, como coexistir entre diferentes estableciendo lugares en los que la diferencia no se disuelva con el sometimiento de uno al otro, sino que permanezca como cierta energía en el propio conflicto. Esta es una forma en la cual lo ch’ixi podría resolver esta paradoja.

Saber, denunciar, creer // Redacción La tinta

…Conciencia de desafiar el orden establecido, 
tono de voz que muestra que uno se sabe subversivo, 
ardor en conjurar el presente 
y en llamar a un futuro cuya hora 
uno piensa que contribuye a apresurar.
Michel Foucault. Historia de la sexualidad

Dicen que el miedo empieza a cambiar de bando y las mujeres ya no nos callamos más. Dicen también que el binomio hombre-mujer se empieza a desarmar y somos todas las oprimidas las que empezamos a pronunciar las violencias. No sólo aquellas explícitas. El golpe. La marca visible. El femicidio. La sangre. También aquellas violencias más difíciles de decir. Sabemos que estamos desafiando el orden establecido, con estas, nuestras voces que se saben subvirtiendo un orden marchista. Sabemos lo que dicen.

Nosotras, que siempre guardábamos secretos porque temíamos lo que podía pasar si se destapaba la olla, empezamos a hablar. Nosotras, que a veces nos culpabilizábamos de lo que nos ocurría, que justificábamos actos, empezamos a nombrarlos como violencias.

Al decir nuestras verdades sobre aquel amigo entrañable, la ex pareja que se dice feminista, el compañero de trabajo tan respetado o incluso, aquellas personas que guardaron silencios cómplices, dudamos esperando que nos crean. Hasta que nos dimos cuenta que somos una red inmensa de crédulas. De mujeres que pasamos por experiencias de violencias parecidas. Esas que pronunciamos y que ya no pueden volver a cocinarse tapadas.

Foto: Colectivo Manifiesto

Desnudar el machismo

Física, psicológica, sexual, económica, patrimonial, simbólica. Las violencias existen cuando se nombran y se las desviste colectivamente. Es bien sabido que las violencias machistas adoptan diversos ropajes. A veces se visten de rosa y nos susurran al oído cosas “románticas” como “sos mía y sin vos no puedo vivir. Si me dejás te mato”. Ni hablar de cuando aparecen por decenas una tarde de verano por la calle, “piropeando”, es decir, acosando. Otra veces las violencias se ponen unos borcegos militares y nos encierran en nuestras casas, prohibiendonos salir a menos que sea a hacer las compras y por la mañana. También ha ocurrido que las violencias se disfracen de conquistadores. Muchas, pero muchas veces, las violencias machistas se ponen traje y pasean por los juzgados.

Según la encuesta realizada por el Colectivo Ni Una Menos durante el 2016, el 97% de las mujeres sufrieron acoso en espacios públicos y privados. Este Primer Índice Nacional de Violencia Machista que obtuvo 59.380 respuestas de más de 1.800 localidades de todo el país, reveló que el 95% de las entrevistadas sintió alguna vez que estaba ante una situación que requería realizar una denuncia por violencia machista; de ellas, sólo el 21% pudo formalizarla en la comisaría, el 7% intentó pero no se la tomaron y el resto evaluó que no iba a ser tenida en cuenta.

En el último tiempo numerosas denuncias han salido a la luz, como declaraciones públicas, escraches en las redes sociales o denuncias formales. Los señalados como parte del problema fueron desde artistas internacionales, pasando por nacionales, hasta desconocidos escrachados en las redes. Una muestra de ello, es la web que surgió donde se enumeran todxs lxs artistas abusadores o cómplices, y abierta a que cada una se anime a seguir denunciando. El dominio va al hueso: “Tu ídolo es un forro”.

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(Foto: Colectivo Manifiesto)

La virilidad en decadencia

Respirar para sacar la voz,
despegar tan lejos como un águila veloz.
Respirar un futuro esplendor,
cobra más sentido si lo creamos los dos.
Liberarse de todo el pudor,
tomar de las riendas,
no rendirse al opresor.
Caminar erguido, sin temor,
respirar y sacar la voz.
Ana Tijoux. Sacar la voz

Rita Segato, desde hace muchos años, se viene preguntando por qué la masculinidad se transforma en violencia. Para desentramar la pregunta, la autora de La guerra contra las mujeres nos brinda algunas pistas. Una de ellas, se refiere a la “virilidad en decadencia”, consecuencia de pérdidas laborales y la caída económica. Según Segato, “Ellos” necesitan reafirmar que no están perdiendo ese poder que les da seguridad y entre otras muchas posibilidades, lo intentan retener siendo violentos contra mujeres u otras disidencias y con eso obtienen un efecto placebo temporal.

Pero ahora, los “machos” ya no pueden moverse cual pez en el agua. No pueden seguir reivindicando tan fácilmente el ser macho. Nosotras avanzamos, nos acompañamos, mientras las palabras van saliendo. A los gritos o silbando bajito. Con la vecina en la verdulería o en un taller de reflexión. Y así, vamos escuchando un “Yo te creo”, mientras compañeras, amigas, vecinas y hasta desconocidas, nos abrazan mientras decidimos denunciar.

Aunque la reacción en el entorno acompaña menos de lo que esperamos. No falta el que pregunta qué hacía a esa hora y en ese lugar la víctima, o la que cuestiona si tardó muchos años en hablar o duda acerca de por qué escupió tan rápidamente la verdad. Cuesta creerle a la víctima si no hay marcas físicas, o reprochan haber llegado hasta ahí solas y sin decir nada. La sociedad patriarcal tiene un inmenso aparato destinado a producir su “verdad”, esa que Foucault contribuyó a comprender en sus configuraciones mediante su trazado de la historia de la sexualidad, tratando de desentrañar los saberes que a ella se refieren.


Nos preguntamos por qué esa necesidad de que nos crean. Y ante estas palabras, nos re-preguntamos ¿Por qué no nos creerían, si en el mundo una de cada cinco mujeres ha sido violada? ¿Por qué no nos creerían, si una de cada tres ha sufrido abusos?


Cuando empezamos a desvestir al machismo, nos damos cuenta de dos cosas: la primera es que tiene un baúl añejo al lado lleno de prendas de todos los colores. La segunda es que si hurgamos en él, nos encontramos con algunas que nos resultan familiares, que vimos en algún momento de nuestras vidas en la calle o en nuestras casas o en la cama.

Cuerpos denunciantes

“…La jurisdicción es el propio cuerpo, 
sobre el cuerpo y en el cuerpo”.
Rita Segato

En Córdoba, el Centro de Comunicación Popular y Asesoramiento Legal (CECOPAL) -que integra la Red de Participación Social Córdoba- decidió recientemente suspender a un integrante de la asociación civil que hacía una veintena de años ocupaba un puesto jerárquico en la institución.

Cuando el violento dejó su cargo al frente del establecimiento, dos trabajadoras de Cecopal perdieron el miedo y decidieron contar lo que habían sufrido. Lo denunciaron por violencia psicológica, amenazas y hostigamiento. Ante esta situación, la asamblea de socios y socias de la asociación decidió confiar en el relato de sus compañeras, acompañar, y finalmente apartar al acusado.

Poder parar la pelota y tomar una determinación semejante es siempre un gran esfuerzo que requiere que se desencadene un recorrido difícil. Camino en el que la gran mayoría de las instituciones, personas o espacios suelen dar la espalda. Son muchos los varones que salen públicamente a defender a sus colegas abusadores con excusas terribles, sosteniendo el pacto entre machos. También son numerosas las mujeres que ponen en duda las palabras de las congéneres, siendo víctimas ellas también de diversas violencias machistas.

A mediados de agosto -de cara a este camino de revisión, deconstrucción y construcción- Cecopal inauguró en su sede un mural de mosaico titulado “Libres, autónomas y luchadoras”. En este marco, se reunieron organizaciones sociales, colectivos de mujeres y vecinxs para dialogar sobre la violencia hacia las mujeres en general, y sobre la violencia en las instituciones en particular.

En ese contexto Ana Bertarelli, coordinadora del Equipo de Jóvenes de la institución, se refirió a la violencia machista que se da en todos los ámbitos de la sociedad: “Nos preocupa, pero más que preocuparnos queremos compartir con ustedes que nos ocupa. Y nos ocupa al hacer un mural, cuando trabajamos en las escuelas con los jóvenes en los talleres, en la radio”.

Explicó además que “así como nos ocurre a las que trabajamos en distintos sectores de la ciudad escuchar a mujeres que son víctimas de violencia, nos pasa que en las mujeres con las que trabajamos nos cuesta más advertir que pueden estar atravesadas por problemáticas de violencia”.


Bertarelli llamó a los presentes a estar atentas y atentos, porque “incluso nos pasa a las organizaciones que trabajamos con mujeres. Nosotros como organización civil no escapamos a esto, nosotros también al interior de nuestras organizaciones tenemos que estar alertas”.


La verdadera lucha que tenemos que encarar contra el patriarcado se lleva a todos los espacios que habitamos, en cada rincón de nuestra vida, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Forma parte del todo no tolerar más esa violencia solapada o abierta a la que nos someten y levantarnos sin miedo, porque somos muchas las que nos creemos. Hacernos de las herramientas que tengamos a mano, ir mutando y transformando las maneras de vincularnos y sobre todo generar redes de contención.

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(Foto: Colectivo Manifiesto)

*Por Redacción La tinta / Imágenes: Colectivo Manifiesto.

Entrevista a Rita Segato! // La Tinta

Rita Segato: “Una falla del pensamiento feminista es creer que la violencia de género es un problema de hombres y mujeres”

Más allá de todo prejuicio escandalizador, Segato ha propuesto una mirada profunda sobre la violencia letal sobre las mujeres, entendiendo a los femicidios como una problemática que trasciende a los géneros para convertirse en una expresión de una sociedad que necesita de una “pedagogía de la crueldad”.

Por Florencia Vizzi y Alejandra Ojeda Garnero para El Ciudadano

Rita Segato es doctora en Antropología e investigadora. Es, probablemente, una de las pensadoras feministas más lúcidas de esta época. Y tal vez de todas las épocas. Ha escrito innumerables trabajos a partir de su investigación con violadores en la penitenciaría de Brasilia, como perito antropológico y de género en el histórico juicio de Guatemala en el que se juzgó y condenó por primera vez a miembros del Ejército por los delitos de esclavitud sexual y doméstica contra mujeres mayas de la etnia q’eqchi, y fue convocada a Ciudad Juárez a exponer su interpretación en torno a los cientos de femicidios perpetrados en esa ciudad. Su currículum es largo e impresionante.

Más allá de todo prejuicio escandalizador, Segato ha propuesto una mirada profunda sobre la violencia letal sobre las mujeres, entendiendo a los femicidios como una problemática que trasciende a los géneros para convertirse en un síntoma, o mejor dicho, en una expresión de una sociedad que necesita de una “pedagogía de la crueldad” para destruir y anular la compasión, la empatía, los vínculos y el arraigo local y comunitario. Es decir todos esos elementos que se convierten en obstáculo en un capitalismo “de rapiña”, que depende de esa pedagogía de la crueldad para aleccionar.

Es, en ese sentido, que el ejercicio de la crueldad sobre el cuerpo de las mujeres, pero que también se extiende a crímenes homofóbicos o trans, todas esas violencias, “no son otra cosa que el disciplinamiento que las fuerzas patriarcales imponen a todos los que habitamos ese margen de la política, de crímenes del patriarcado colonial moderno de alta intensidad, contra todo lo que lo desestabiliza”. En esos cuerpos se escribe el mensaje aleccionador que ese capitalismo patriarcal de alta intensidad necesita imponer a toda la sociedad.

No es tarea sencilla entrevistar a Rita, que es una especie de torbellino, capaz de enlazar con extrema claridad y sutileza los argumentos más complejos. Se toma su tiempo para responder, analiza cada pregunta, la desgrana, profundiza y vuelve a empezar con una vuelta de tuerca sobre cada concepto. Tiene su propio ritmo y seguirlo puede ser un desafío.

En el marco del alarmante crecimiento de los casos de violencia de género, ¿podría profundizar en el concepto que desarrolló de que la violencia letal sobre la mujer es un síntoma de la sociedad?

—Desigualdad de género, control sobre el cuerpo de la mujer desde mi perspectiva, hay otras feministas que no coinciden, acompañan la historia de la humanidad. Sólo que, contrariamente a lo que pensamos y a eso que yo llamo prejuicio positivo con relación a la modernidad, imaginamos que la humanidad camina en la dirección contraria. Pero los datos no confirman eso, al contrario, van en aumento. Entonces tenemos que entender cuáles son las circunstancias contextuales e históricas.

Una de las dificultades, de las fallas del pensamiento feminista, es creer que el problema de la violencia de género es un problema de los hombres y las mujeres. Y en algunos casos, hasta de un hombre y una mujer. Y yo creo que es un síntoma de la historia, de las vicisitudes por la que pasa la sociedad. Y ahí pongo el tema de la precariedad de la vida.


La vida se ha vuelto inmensamente precaria, y el hombre, que por su mandato de masculinidad, tiene la obligación de ser fuerte, de ser el potente, no puede más y tiene muchas dificultades para poder serlo. Y esas dificultades no tienen que ver como dicen por ahí, porque está afectado por el empoderamiento de las mujeres, que es un argumento que se viene utilizando mucho, que las mujeres se han empoderado y que los hombres se han debilitado por ello y por lo tanto reaccionan así… no. Lo que debilita a los hombres, lo que los precariza y los transforma en sujetos impotentes es la falta de empleo, la inseguridad en el empleo cuando lo tienen, la precariedad de todos los vínculos, el desarraigo de varias formas, el desarraigo de un medio comunitario, familiar, local… en fin, el mundo se mueve de una manera que no pueden controlar y los deja en una situación de precariedad, pero no como consecuencia del empoderamiento de las mujeres, sino como una consecuencia de la precarización de la vida, de la economía, de no poder educarse más, leer más, tener acceso a diversas formas de bienestar.


Y eso también va en dirección de otra cosa que vengo afirmando: que hay formas de agresión entre varones que son también violencia de género. Yo afirmo que los varones son las primeras víctimas del mandato de masculinidad. Con esto no estoy queriendo decir que son víctimas de las mujeres, y quiero dejarlo bien en claro porque se me ha entendido de una manera equivocada muchas veces. Estoy diciendo que son víctimas de un mandato de masculinidad y una estructura jerárquica como es la estructura de la masculinidad. Son víctimas de otros hombres, no de las mujeres.

Muchas mujeres reciben esta violencia como algo normal. ¿Por qué?

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Foto: Colectivo Manifiesto

—Por eso, sobre todo en España, al principio, cuando en las primeras campañas por los derechos de la mujer empezaron a aparecer estas mujeres golpeadas en la televisión, fue muy fuerte y causó mucho impacto. Plantear que la violencia doméstica es un crimen creo que fue el mayor avance de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (Cedaw), es decir, que algo que es una costumbre puede ser un crimen. Es dificilísimo, sobre todo en el campo del derecho dar ese paso, porque el derecho es como la santificación de todo lo que es la costumbre como ley. Pero la Cedaw dice: esta costumbre es un crimen, no puede ser transformada en ley. En ese caso de la violencia doméstica, de las violaciones domésticas, se ha marchado en el camino de comprender que es un crimen.

Ahora, lo que nos da a nosotros una pauta, una luz para entender mejor todo ese tema, es que cuando hay un óbito, cuando aparece un cuerpo, un asesinato de mujer nunca fue natural, ni antes ni ahora ni nunca. Y ahí vemos que hay una dificultad del derecho y del Estado en ganar terreno en este campo. Porque, sin ninguna duda, están en aumentando cada vez los feminicidios, ese verdadero genocidio de mujeres que estamos viviendo, de varias formas. Y eso lo sabemos porque ya hay más de 10 años de estadísticas en la mayor parte de los países. Y además el avance en lo legal y lo forense respalda esta afirmación.

Usted plantea que la violación es un acto disciplinador, un crimen de poder. ¿Qué se juega el agresor sexual en esos casos?

—Bueno, ese concepto es de altísima complejidad. Le cuesta mucho a la sociedad comprender a qué apunto. Mucha gente de bien, muy moral, saltó contra esto e intenta rápidamente diferenciarse de ese sujeto que considera anómalo, criminal, inmoral, en fin todo lo malo que se deposita en ese sujeto, en ese chivo expiatorio que es el agresor… y los otros hombres se salvan y dicen yo no soy eso. Yo eso lo pongo bajo un signo de interrogación.


Yo creo que aquel último gesto que es un crimen, es producto de una cantidad de gestos menores que están en la vida cotidiana y que no son crímenes, pero son agresiones también. Y que hacen un caldo de cultivo para causar este último grado de agresión que sí está tipificado como crimen… pero que jamás se sucedería si la sociedad no fuera como es. Se sucedería en un psicópata, pero la mayor cantidad de violaciones y de agresiones sexuales a mujeres no son hechas por psicópatas, sino por personas que están en una sociedad que practica la agresión de género de mil formas pero que no podrán nunca ser tipificadas como crímenes.


Por eso mi argumento no es un argumento antipunitivista de la forma clásica, en el sentido de que no se debe punir o sentenciar. Sí tiene que haber leyes y sentencias que sólo algunas veces llegan a materializarse. Pero en nuestros países sobre todo, en el mundo entero, pero especialmente en América Latina, de todos los ataques contra la vida, no solamente los de género sino de todos en general, los que llegan a una sentencia son una proporción mínima. La eficacia material del derecho es ficcional, es un sistema de creencias, creemos que el derecho lleva a una condena. Pero claro que tiene que existir, el derecho, todo el sistema legal, el justo proceso y la punición. Lo que yo digo es que la punición, la sentencia no va a resolver el problema, porque el problema se resuelve allá abajo, donde está la gran cantidad de agresiones que no son crímenes, pero que van formando la normalidad de la agresión. Ninguno tomaría ese camino si no existiera ese caldo de cultivo.

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Foto: Colectivo Manifiesto

¿Y por qué algunos hombres toman ese camino y otros no? Porque si es un problema social ¿no afectaría a todos por igual?

—Y bueno, porque somos todos diferentes… yo no te puedo responder eso. Lo que sí te puedo asegurar es que los índices serían muchos menores si atacáramos la base, o sea, el hábito, las prácticas habituales. Tampoco hablo de una cultura de la violación, porque se habla mucho de eso, sobre todo en Brasil. Se habla mucho de una cultura violadora. Está bien, pero cuidado con la culturalización, porque el culturalismo, en el abordaje de estos temas, le da un marco de “normalidad”, de costumbre. Como se hace con el racismo por ejemplo… es una costumbre. Yo tengo mucho miedo a esas palabras que terminan normalizando estas cuestiones.

En relación a este tema, sobre que la violación es un crimen de poder, disciplinador, eso, ¿se juega de la misma manera en el caso de los abusos de menores? Ya que generalmente los niños son abusados en su mayoría en las relaciones intrafamiliares o por integrantes de sus círculos cercanos, ¿se puede hacer una misma lectura o es distinto el análisis?

—Yo creo que es un análisis distinto, porque ahí si entra la libido de una forma en que yo no creo que entra en las violaciones de mujeres. Yo no he investigado mucho ese tema, lo que sí puedo decir al respecto es que el agresor, el violador, el asediador en la casa lo hace porque puede. Porque también existe una idea de la paternidad que proviene de una genealogía muy antigua, que es el pater familias, como es en el Derecho Romano, que no era como lo concebimos hoy, como un padre, una relación parental. Sino que el padre era el propietario de la mujer, de los hijos y de los esclavos, todos en el mismo nivel. Entonces eso que ya no es más así, pero que en la genealogía de la familia, como la entendemos, persiste… la familia occidental, no la familia indígena. Pero sí la familia occidental, que tiene por debajo en sus orígenes la idea de la dueñidad del padre. Entonces, eso aun está muy patente. Tengo estudiantes que han trabajado este tema. Por ejemplo, el caso de un pastor evangélico que violaba a todas sus hijas, y lo que sale de ese estudio es que el hombre, en su interpretación, era dueño de esos cuerpos. Eso es algo que no está más en la ley, pero sí en la costumbre. Y el violador también es alguien que tiene que mostrarse dueño, en control de los cuerpos. Entonces el violador doméstico es alguien que accede a esos cuerpos porque considera que le pertenecen. Y el violador de calle es alguien que tiene que demostrar a sus pares, a los otros, a sus compinches, que es capaz. Son variantes de lo mismo, que es la posesión masculina como dueña, como necesariamente potente, como dueño de la vida.

En su experiencia, ¿el violador se puede recuperar de alguna forma, con la cárcel o con algún tratamiento?


—Nunca vi un trabajo de reflexión, no lo podemos saber porque el trabajo que debemos hacer en la sociedad, que es primero entender y luego reflexionar, nunca fue hecho. Sólo después de hacer el trabajo que está pendiente todavía de hacer en el sistema penitenciario, podemos llegar a ese punto. No hay elementos suficientes. No estoy hablando de psicópatas. Porque, a diferencia de lo que dicen los diarios, la mayor parte de las agresiones sexuales no son perpetradas por psicópatas. Los mayores perpetradores son sujetos ansiosos por demostrar que son hombres. Si no se comprende qué papel tiene la violación y la masacre de mujeres en el mundo actual, no vamos a encontrar soluciones.


Quedan pendientes tantos temas… hablar, por ejemplo, sobre el papel de los medios que, según sus propias palabras, colaboran con exhibir públicamente la agresión a las mujeres hasta el hartazgo, haciendo de la victimización de las mujeres un espectáculo de fin de tarde o después de misa, reproduciendo hasta el hartazgo los detalles más morbosos y funcionando así como el “brazo ideológico de la estrategia de la crueldad”…. Esos y tantos otros. Será en otra oportunidad. La estaremos esperando.

*Por Florencia Vizzi y Alejandra Ojeda Garnero para El Ciudadano. Foto: Colectivo Manifiesto.

Extraído de: www.latinta.com.ar

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