Aprendizaje insignificativo // Julián Ferreyra*
La soledad no se encuentra, se hace.
Marguerite Duras
En vacaciones o en cualquier tiempo similar, puede llegar a suceder algo más que un idiotismo intelectualoide-escapista o un culto por la inmediatez del consumo: al menos por momentos, puede acontecer también una desconexión, mejor dicho, una conexión distinta con y del conflicto: eso que es el corazón materialista-espiritual de la neurosis.
En ese instante opera un trance que va del purismo desenfrenado de la satisfacción a la potencia apacible de la satisficción. Menos sublimación ─noción pretenciosa si las hay─ que arrojo calmo. Se trata de un movimiento, del reverso de la pedagogía, que Piglia nos enseñó desde Borges: dejar de fiscalizar vía papers cómo está la realidad en la ficción, para atreverse entonces a experimentar cómo está la ficción en la realidad. Un viaje de vuelta circular.
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Estando de vacaciones Freud experimentó el sueño más famoso de la historia [del psicoanálisis], “la inyección de Irma”, y aprendió algo tan inesperado como añorado: los sueños pinchan el cuerpo desde el alma. Despertó para tomar coraje y dejó de tragarse los sapos de la medicina rigurosa y desopilante de su tiempo, la cual negaba al alma con el fin de aplastar al hecho carnal, sexuado y mortal. Intuyó que lo más interesante de un sueño es el momento de un despertar.
Luego, en Estudios sobre la histeria conocimos a Katharina[i], una joven que Freud escuchó mientras estaba en otro descanso, esta vez en las montañas. Como estaba de vacaciones se permitió relajarse y, así, sustituir la supuesta profundidad que la hipnosis garantizaba por la apuesta de “mantener una simple plática”, arribando igualmente a efectos no sólo terapéuticos y de alivio, sino analíticos.
Desde esta peripecia Freud comenzó a tomarle el gusto a lo que se convertiría en el único principio rector del psicoanálisis, la asociación libre. Porque si bien no existe un correlato directo de la asociación libre para quien psicoanaliza, una escucha no relajada atentaría contra la misma. De más está decir que esa relajación de la que hablamos no es ociosa, perezosa o pasiva, sino por el contrario una ardua posición activa: no hay nada más activo que simplemente escuchar.
Cuando se aprende a nadar se debe primero aprender a flotar. En este orden se fundamenta la “atención parejamente flotante”: flotar para no ahogar el nado del decir, que es siempre un Nadar de noche (Juan Forn).
Viajar y vacacionar no son necesariamente análogos, y solemos recordárselos a nuestros analizantes viajeros: se puede viajar sin estar de vacaciones, y viceversa. En el mismo sentido, poco interesante es viajar, descansar, o comenzar un análisis, presumiendo a priori cuál será el efecto, qué se pretenderá encontrar, etc. Buscar y encontrar, tanto como viajar y vacacionar, son dos actos diferenciados que eventualmente coinciden. Dicha coincidencia, más que eventual, remite en todo caso a la contingencia de una elección.
Parafraseando al Cromwell de Freud, nunca se llega tan alto como cuando no se sabe hacia dónde vamos: por ello no hay tal cosa como un “psicoanálisis sin lágrimas”, las cuales no son necesariamente tristeza.
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Esos momentos tan gloriosos como llanos donde uno aprende, descubre, o quizás simplemente enuncia algo que era anhelado con fervor, pero con fervor apagado. Se reaviva un poco, o bastante, un fuego muerto harto conocido, un calor íntimo pero estropeado con la humedad compulsiva del intelecto, del rendimiento y de lo que garpa.
En el silencio, allí donde suele haber sonidos con pretensión de ideas, tan geniales como (in)utilitarias, aparecen chorros amablemente centrífugos de música. Cualquier música, la que a uno más le guste, eso da igual. Escuchamos eso de nuestras verdades reveladas y obvias que, a decir verdad, chorreaba falsedad; o al revés, oímos en nuestro cuerpo que allí, en esos sortilegios cotidianos y engañosos de sí, existía una verdad tan dura como confortable puede resultar la arena.
En este momento, o quizás hace un rato, aprendí o perfeccioné sin esfuerzos una minucia técnica de natación; luego perfeccioné mi forma de limpiar la hoja de afeitar, y ahora aprendí a escribir sin pensar. Nada del otro mundo, y justamente por ello, por mundano, el asunto es tan fascinante.
Un descubrimiento más acá de sí; todo lo contrario a aquello de lo cual se ocupan los llamados “especialistas”, esos exégetas de vidas ajenas que postulan una existencia compartimentalizable en individualidades, coartada de un neoespiritualismo del desentendimiento. EspeCIAlistas de un “radicalismo cerebral” ─a.k.a. Facundo Manes─ o bien de un inconciente hippie (bella provocación de J. Alemán).
Si de vaticinar se trata, mucho más interesante la adivinación de un pasado, que nunca es propio ni todo verdadero.
Freud atinó muy bien que “la verdad al cien por ciento es tan rara como el alcohol al cien por ciento”, y uno de sus interlocutores epistolares, Stefan Zweig, sentenció amablemente que “la teoría de Freud se ha mostrado irrefutablemente verdadera, en el sentido creador, según la frase inolvidable de Goethe: <Solamente es verdadero lo que es fecundo>”. La verdad se escapa, afortunadamente, de la pretensiosa completud de lo verdadero, y para ello se vale de ciertos elementos no tan significativos: esos que para otros y para la propia neurosis son degradados en “falsedades”.
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Los Elige tu propia aventura contenían al principio una “Advertencia” que incluye un pasaje crucial: “no leas de corrido (…) de tanto en tanto, mientras leas, se te va a pedir que tomes tus propias decisiones…”. Gran consejo sobre el vivir, el leer o el analizar para quien no lo pidió: leer es siempre escribir, y escribir no se hace de corrido sino siempre eligiendo. Al leer conviene posicionarse como si estuviéramos encarnando una novela de iniciación: se aprende como efecto indirecto de una experiencia.
Freud también dijo alguna vez que la única manera de hacer importantes descubrimientos era disponiendo todas las ideas exclusivamente enfocadas en un interés central: en un psicoanálisis ese interés es lo insignificante. Una pasión shakespeariana: “soy tuyo entero pues veo en ti todas las imágenes que amé”[ii]. Más o menos esto es lo que llamamos transferencia.
Se trata de algo similar a la intuición; por ende, deseo. La intuición es efecto de una extrospección precisa. Eso mismo: lo que no se busca, lo que se encuentra, por ejemplo, al conversar con lo que escribo. Algo mucho más acá. Una soledad construida, una proximidad tan cierta e inminente como necesariamente conjetural: un aprendizaje insignificativo.
Eso.
*Autor de #PsicoanálisisEnVillaCrespo y otros ensayos (2019)
[i] Katharina se llamaba Aurelia Öhm (de soltera Kronich), y se encontró con Freud en 1893.
[ii] Soneto XXXI de la compilación traducida por Mujica Lainez.