Anarquía Coronada

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Dolor y existencia. Amar con ardor la vida. Acerca de otro texto de Milena Jesenská // Cynthia Eva Szewach

 

                                              “Pensé que acabaría totalmente loca, loca de pena, añoranza, y de un terrible amor por la vida”

Milena a Brod

Cómo salir del dolor, de un encierro, de un abandono, de un estado sin salida, se pregunta Milena. ¿Cómo sobrevivir cada día? Ha roto con Kafka. Cuenta la soledad y la espera abismal de una no llegada. ¿Volverá? De pronto, en una fracción de segundo, algo cambia, algo de la vida se torna nuevamente vivible, dulce. Algo invisible, misterioso, parece abrirse y se respira. Del dolor de una separación a una forma de duelo.

Milena le escribe a Max Brod algo muy conmovedor: “¿Tengo culpa o no tengo culpa? Te lo suplico, por amor de Dios, no me escribas palabras consoladoras, no me digas que nadie tiene culpa, no me envíes a ningún psicoanálisis. Ya sé todo eso, créeme, sé ese tipo de cosas que podrías escribir. Confío en vos, Max, quizás en la hora más difícil de mi vida. Por favor, entenderás lo que quiero. Sé quién y qué es Frank: sé lo que ha pasado y no sé lo que ha pasado; estoy al borde de la locura; traté de actuar, vivir, pensar y sentir correctamente, guiada por la conciencia; pero en algún lugar hay una culpa. Eso es lo que quiero saber”[1]

El artículo al que daremos lugar, “Misteriosas redenciones”, al parecer está dirigido a Kafka. Se publicó dos meses después de que hubieran terminado su relación. Le pide a ella que no le escriba. ¡“Nada de escribir…”! “Hizo esta petición mientras estaba en un sanatorio en las montañas de los Tatras en el invierno de 1920-21”. También le dice a Brod lo siguiente: “Cuando le hables de mí, háblale como si hablaras de un muerto, me refiero a mi “estar afuera” “a mi extraterritorialidad””[2]

La cuestión de la búsqueda de redención en Kafka ha sido subrayada en varias ocasiones por Diego Sztulwark, como la necedad, una redención en el reverso de la nada, “como pequeña esperanza absurda de salvación ante la vergüenza del orden del mundo”, “porque en el aire y en el sueño se recrea la redención de aquellos a quien la ley excluye y pisotea”

 Milena escribe como testimonio personal. Publicado en Tribuna, se hace preguntas, está abrumada y desesperada por la pérdida, se interroga por la salvación, con una poética errante de la luz y de la oscuridad, entre el afuera, las calles, la ciudad, los caminos, y el adentro, el encierro, y la figura de estar “ante una ventana”. Escribe entre el desinterés por el mundo y el máximo ardor por la vida. El amor pareciera para ella, un sitio desde donde hay alguna salida. Con cierto despecho o desconcierto señala, quizás aludiendo a Kafka, que de la temible absurdidad de la vida se puede ir hacia la silenciosa y triste sumisión de la ley, donde el aire probablemente falte.[3]

 

 

“Misteriosas redenciones” (Mysteriózní vykoupení escrito en 1921)[4]

Los vínculos que nos conectan con las cosas son más estrechos y misteriosos de lo que imaginamos. Sorprendentemente, cuanto más felices somos, más fácil es acercarnos a la gente. Cuanto peor estamos y más sufrimos, más profunda es nuestra comunión con las cosas. Hay momentos en que estamos rodeados por objetos que de pronto han adquirido rostro; de repente se mueven y tienen una expresión, un significado o una dimensión que antes ignorábamos.

 El dolor te encierra en una jaula estrecha, asfixiante, sin puertas ni ventanas; no hay salida ni aire. La gente pasa junto a nosotros, muda y ciega; pero de repente algún techo, un carro o un fragmento de cielo parece abrir de par en par la muralla de nuestro dolor, las alas invisibles de un portal se abren de golpe, estamos salvados y respiramos.

(…)  Una vaga angustia se asienta en la nuca, un tipo extraño de sufrimiento febril, un escalofrío recorre el ser, se apodera de mí una horrible sensación de futilidad. (…)

Te llevará horas llegar a un lugar en el que nunca estuviste.  Habla de las casitas, alineadas entre cruces de caminos que se abren, kilómetro tras kilómetro, de cuatro pisos de altura; las cocinas, las camas, los deshechos y esas macetas diminutas tras las ventanas, de pronto te provocan inquietud, mareo, asco. No volverías (…)  te preguntas con angustia cómo fue posible habitar semanas, meses, años, allí, tras ese vidrio entre el cielo y la acera; vivías ahí tus ansiedades y tus deseos; ahí volvías cada noche.

 Cinco metros de largo por seis de ancho sostenían lo que llamás vida, y a través de ese pequeño cristal está lo que llamás el mundo. De pronto, saltas al primer tranvía que pasa, subís al andén, vas hasta el frente y es como si estuvieras huyendo de algo.

(…) En medio del ruido y la ciudad, estas ahí en soledad. Ves cientos y cientos de ventanas como esa que te aterra y pasás de la terrorífica sensación ante la absurdidad de la vida, a una silenciosa y triste sumisión a la ley. [5]

(…) En la estación terminal, un camino embarrado se adentra en el campo: no sabés a dónde conduce, pero lo acariciás porque te lleva al mundo. Te quedás un rato donde comienza la calle y, finalmente, renunciás a tu deseo de seguir (…).

 Una vez, una mujer me contó: “Desde la tarde, ya sabía que él no volvería”. Esa sensación me arrojó a la calle, me agarró del cuello, me lanzó de un rincón a otro a través de pasajes, plazas, parques, andenes con ese presentimiento: él no volverá.  Sentía ganas de abordar a desconocidos, de contarles todo, de preguntarles qué opinan: “¿volverá o no volverá?”[6]

 Las calles se elevaban sobre colinas empinadas hacia el cielo y se hundían bajo los vehículos en lo más profundo. Caminaba tambaleante sobre la acera, en terreno llano tropezando con las piedras que el miedo colocaba en mi camino. La tienda de comestibles, la tabaquería y el escaparate del pub de enfrente amenazaban incluso desde lo lejos con confirmarlo. Las ventanas estaban sin luz. La escalera, oscura. El apartamento, vacío.

El peso infinito del tiempo que tendría que esperar se posó sobre mi pecho. Hora tras hora, la calle frente a mí se deslizaba hacia el pasado. Una esquina de la habitación me lanzaba hacia la otra, como una mísera pelota, de un lado al otro, una y otra vez. Una mancha del farol se arrastró por la alfombra, la oscuridad se posó sobre los muebles y el juego llegó a su fin. La ventana era el único punto del apartamento que no estaba vacío. En un extremo, yo; en el otro, la espera; ocupábamos toda la habitación y nos instalamos en silencio. Más allá de la curva de la calle, a veces se escuchaban pasos. Pero era una pisada ajena que se alejaba en la esquina, y alrededor, la oscuridad engullía al extraño. Duró toda la noche.

(…) La mañana se deslizó sobre los tejados, gris, clara, informe, incolora, llevándose la esperanza, se llevó la esperanza, se llevó a mi compañero.

Con largos postes al hombro, los serenos encendían, uno tras otro, los faroles de la calle del suburbio en intervalos regulares de quince minutos, como anunciando un día que ya no me interesaba en nada. La calle se estiraba, bostezaba, se recostaba de costado y volvía a dormirse, por una hora más. La cama intacta en la habitación a esa hora temprana parecía como si alguien estuviera muriendo. El vaso de agua puesto para la noche, el plato con frutas y las pantuflas desparramadas, con tanta tristeza, que perdí el valor para bajar a la habitación y me quedé junto a la ventana.

Transfigurada por un único horror: ¿cómo sobrevivir al próximo día? En mi imaginación, las horas se sucedían en una mortífera angustia; mis miembros se paralizaban, mi cabeza me dolía, mi corazón dejó de latir, mi pecho dejó de respirar. Era como si el pavimento, allá abajo, ascendiera hacia mí, y la muerte dejaba de parecerme aterradora.

 De pronto, una estridencia rompió el silencio y el primer transporte suburbano entró en la calle como por capricho; el pequeño caballo sacudió la cabeza, movió su crin, tenía el lomo rozado y un carro a cuestas y sucedió un milagro. El mundo parpadeó, respiró en esa actividad cotidiana; las tiendas, los pasajes, los bares, la tabaquería, todo se agitó, las campanas se despertaron en la torre, las ventanas de las casas se abrieron a lo largo de toda la calle, por toda la ciudad, por todo el cielo; el día se expandió largo, largo y una bendición silenciosa vibró en el aire. Como en ese instante, de media fracción de segundo, que precede una anestesia, en ese medio segundo que lo abarca todo —todo el sol, todo el cielo, todo el mundo— la percepción me estremeció hasta que rompí en un llanto fatigado, entre sollozos de cansancio: ¡qué dulce, qué dulce, qué dulce es vivir!

(…) ¿Nunca has visto un ave volando con las alas extendidas sobre el horizonte, un ave tranquila, feliz, en la lejanía, sin intención de volver?  ¿Acaso no has encontrado jamás un camino que pueda soportar exactamente el número de pasos que necesitás para liberarte del dolor?

Creo firmemente que el mundo viene a nuestra ayuda. De algún modo, de alguna manera, de pronto, inesperadamente, con sencillez, con compasión. Pero a veces esa salvación es casi tan dolorosa como el propio dolor. Conozco a una persona con los pulmones enfermos. Es alto y delgado, su rostro anguloso, afilado, hermoso, maligno y sumamente bueno. Dijo esto sobre su enfermedad: “Cuando el corazón y el cerebro ya no pudieron soportar más el sufrimiento, miraron alrededor en busca de algo que los salvara, y entonces los pulmones alzaron la voz. Sé que mi enfermedad me salvó. Pero esa negociación entre el corazón y los pulmones, que tuvo lugar sin que yo lo supiera, debió de ser terrible.”[7]
Parece un cuento de hadas. Un extraño cuento de hadas de otro mundo y, sin embargo, es la verdad: existencia y sufrimiento. Aquí, los pulmones enfermos trajeron la redención. No, no te sorprendas. No hay por qué sorprenderse. Hay que llorar por ello. Hay que hundir la cabeza entre las manos y amar, amar con ardor la vida, para que todo ese amor termine por ablandarlo y se redima de la condena…

 

[1] Nota al pie de la versión en inglés Journalism” Berghahn Books New york. Mysterious Redenption por K. Hayes. Publicado en “Tribuna” en febrero de 1921

[2] M. Buber Neuman “Milena” Tusquets ed.

[3] Ana Arzoumanian en “La Jesenská” Ed. Paradiso: “Estas palabras con las que escribo son puñados de sal. Los tiro sobre su carne de manera que pueda comerla cuando llego a casa. Llevo sal en un bolsillito para que pueda salarlo, para que me dure más tiempo”

[4] Es versión personal, fragmentaria, a partir de las traducciones del francés en “Vivre” Bibliothèques 10/18”, Paris y del inglés en “The Journalism” Berghahn Books New york agradezco a Bettina Klunkert la revisión y a Moira Iglesias la colaboración con las traducciones existentes.

[5] Las negritas y las notas al pie son nuestras.

[6] En la obra “Requiem” de Jorge Palant, donde Milena habla con el fotógrafo Kevin Carter, le cuenta en un fragmento acerca de su relación con Kafka:”” El me escribió tantas cartas… las guardo entre el corazón y la memoria…”

[7] M. Jesenská aquí parafrasea la descripción que Kafka hace de su enfermedad en una de sus primeras cartas, abril de 1920 y que comienza: “De modo que el pulmón…” El pulmón y el corazón tienen voz.  En el libro “El temblor de las ideas” de Diego Sztulwark, retomando esa carta dice: “Si bien en épocas distintas tanto Spinoza como Kafka, debieron reflexionar sobre los mecanismos de inclusión y exclusión comunitarias (en Spinoza está la experiencia del Herem) y ambos sufrieron el peso de lo que Kafka llamó la relación predominante e inconsciente del cerebro con el pulmón”

Fragmentos de un clamor de Milena Jesenská // Cynthia Eva Szewach

“Qué también en esta oscuridad íbamos a estar tan acordes, eso es lo más extraordinario y yo solo puedo creerlo, literalmente, cada dos instantes”

Kafka a Milena

 

Milena Jesenská trabaja desde 1936 en Pritomnost, una revista mensual político-cultural de Praga. Ya han pasado más de diez años de la muerte de Kafka, y como periodista fue adquiriendo un lugar propio y crítico frente a los sucesos adversos y a las desdichas que se aproximan en su tiempo.

Como recuerda su amiga M. Buber Newman[1],  Kafka le ha escrito a Milena en sus cartas “Tú tienes el valor y sobre todo la fuerza de mirar más allá”. Ambos están afectados, concernidos entre sí en lo que piensan, escriben, poetizan, traducen. Buber, en relación a la época de este escrito, describe la valentía de Milena, pero también cierto abandono del optimismo que la caracterizaba. Por otro lado, se lee explícitamente una idea interesante, la relación entre decepción y deseo de venganza.  La decepción incluye sin duda una ilusión previa. Por otro lado, como transmite Ana Arzoumanian[2], hay una frase de Milena donde dice: “Hay que escribir los artículos políticos como una carta de amor”. Aquí pareciera además una retórica de urgente clamor.

Compartiremos fragmentos de un extenso texto de octubre de 1938, publicado días posteriores al complejo pacto de Múnich en septiembre. Declama, conmovida, afectada por las preocupaciones que tiene por los desamarrados, desplazados o perseguidos en el contexto previo al inicio de la guerra propiamente dicha.   Menciona un clima de falsas expectativas de paz: “Por supuesto esta paz no es obra nuestra. Nos es impuesta. Permítanme agregar que la palabra “impuesta” es un eufemismo (…) “.  Se trata de pedir ayuda dice, pero no humanitaria, no alcanzan colectas, sino otras transformaciones, abrir fronteras, albergar colonos.  Conocemos lo que sigue, se desata la ocupación de su país y ella será un año después, trasladada al campo de concentración donde enferma y muere en 1944.

Por encima de nuestra fortaleza[3]  es el título del artículo, que no carece de vigencia en nuestros días, ni de resonancias en los tiempos sombríos que corren, o de inquietudes desengañadas en una mujer sensible  a la potencia de las palabras y extremadamente perceptiva a lo que se huele silenciosamente. Comienza así:

“No soy de aquellas que se dejan seducir por la belleza de palabras, como derecho, justicia, moral. Sin embargo, defiendo con pasión su significado justo y verdadero, y para mis oídos, su sonido como el de la única moneda que no es falsa.

Pero cualquiera que tenga oídos para escuchar y ojos para ver, ha podido captar palabras poderosas, en el momento donde imponen una carga para los más débiles.

Demasiadas injusticias han ocurrido, logradas con el sonido de la música marcial, en nombre de los derechos y la humanidad.

Demasiados hombres son víctimas de las redes de esta aclamada paz para el festejo del mundo.

Los crueles golpes asestados a los derechos de las personas, siempre han estado cubiertos con el velo de propósitos nobles y moralizadores”.

Ella piensa que se ha obligado a un pueblo a que lleven adelante actos de crueldad o de injusticia, con el manto de una pacificación falseada, sin entender el sentido de lo que estaban haciendo. Y, como escribe Diego Sztulwark en un texto sobre Kafka si no se renuncia a preguntar, es porque se cuenta con la lengua, como bien más preciado y como oportunidad para tomar algunas decisiones, en el breve lapso que va entre la vida y la muerte, si se pudiese.

“Nadie en el mundo tiene más sed de nobleza y de derecho que los pobres, lo necesitan como su pan cotidiano. (…) Digo todo esto porque puedo escribir estas líneas, sólo si se me permite escribir realmente con claridad, honestidad y contundencia.”

Milena advierte el progresivo avance del nazismo en su país, a y las “dificultades” de brindar apoyo a los refugiados a pesar de los supuestos acuerdos. Invoca, “a pesar de nuestra aparente impotencia, debemos actuar con rapidez (…) pero la gente no puede alimentarse de un reconocimiento y de un respeto doloroso”.

Hay mucha desocupación y bastantes intelectuales se han exiliado. “Estamos muy empobrecidos. No hay duda que seguiremos viviendo, pero no es menos certero que lo haremos en peores condiciones que antes y esto se aplicará a cada uno de nosotros. Tendremos que esperar bastante antes de comenzar a construir nuevos caminos, a construir nuevas fábricas y líneas de ferrocarril como nos prometen los periódicos.”

“Pareceremos una balsa que está recogiendo a los náufragos de un barco que se hunde, y que dejó entrar a más personas de las que se pueden contener. Entre los refugiados hay mujeres que desconocen totalmente la suerte de sus maridos y no saben si jamás volverán. Sí, incluso hay niños que están aquí solos.  En toda Praga, apenas hay una casa donde no se presenten al menos dos o tres refugiados. Al menos son privilegiados porque conocen a alguien en la ciudad.  Pero miles más han huido a lo desconocido…”.

Dice que puede dar testimonio como checa. “Este pueblo está hoy profundamente afectado, humillado, herido. Del dolor y del exceso de fatiga, de la aplastante decepción puede nacer el deseo de venganza. (…) venganza es el arma de los débiles contra otros aún más débiles. Si nos vemos obligados a imponer a nuestro pueblo una carga insoportable, debemos tener muy claro quiénes serán las víctimas designadas de su ira”.

Milena interpela -en especial a Inglaterra y a Francia- a la apertura de fronteras para emigrados, en especial alemanes que huían del nazismo, para que se los aloje y proteja con celeridad. Escribe que su país, Checoslovaquia, podría ser un lugar de tránsito, pero por las circunstancias y condiciones se trataba de un sitio muy temporal como para poder darles una nueva vida.

Una nueva vida, no una nuda vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Margaret Buber Newman, “Milena”.  Tusquets editores

[2] Ana Arzoumanian , Entrevista de abril 2019 , Página 12, a partir de la presentación de su hermoso libro “La Jesenská” editorial Paradiso 2019

[3] Los fragmentos del artículo son traducción personal de la versión francesa. Titulado “Au-dessus de nos forces” “Vivre” Bibliotheques 10/18 París, y cotejados la versión del inglés titulado “Beyond our strength” en “The Journalism of Milena Jesenská” Berghahn Books New York, 2003, junto a una amiga y colega Moira Iglesias.

Infancias, en el pensamiento de Milena Jesenská // Cynthia Eva Szewach

En 1921, Milena publica en Tribuna, una crónica titulada “Niños”. Le interesa contribuir con sus preocupaciones críticas acerca de los modos en los que la infancia es considerada, en especial por los checos. Plantea sus ideas y sus inquietudes y se basa en sucesos de la vida cotidiana o en la literatura fundamentalmente de los autores rusos como Dostoievski o Tolstoi. Parte entonces de lecturas, de una sensibilidad personal, pero en especial de la observación directa de escenas para pensar acerca del alma infantil.

Milena, quizá estaba al tanto del giro escandaloso producido en Viena por el psicoanálisis, acerca de la concepción de la infancia y lo infantil, la sexualidad como factor esencial y el retorno de lo reprimido, en tiempos no cronológicos, significados una y otra vez, valiosos por su incompletud y por sus sentidos y sin sentidos intermitentes.  Aunque no sabemos que haya leído a Freud, sin embargo, podemos encontrar algunas consonancias, en ciertos fragmentos que transcribiremos para comentar junto a algunos hallazgos del terreno de lo ético.[1]

La mentira infantil

Freud en 1905 en especial con “Tres Ensayos para una teoría sexual”, es donde asienta aún más, el carácter fundacional de su conceptualización sobre la infancia. Lo polimorfo sexual, el placer autoerótico no dado de antemano, lo no instintual. Bajo la égida de lo pulsional, el objeto de elección, amoroso y sexual, es móvil, diverso. Por lo tanto, la lectura que el psicoanálisis aporta afecta la noción de normalidad establecida y des- inviste a la infancia de una pureza, inmaculada.  En 1913 Freud escribe “Dos mentiras infantiles”. Allí le da un estatuto de verdad a la formulación de mentiras en la infancia, en tanto invención ficcional, salto simbólico e inaugural respecto del descubrimiento de que el otro no puede saber todo respecto del propio pensar. Es una forma de proteger el pensamiento, de tener un secreto, producto de imaginación y de ocurrencias verbales. No moralizar los hechos ni despreciar el propósito de la mentira, en tanto verdad semi-dicha, es esencial, acentúa Freud.  Sin duda los derroteros que tiene el arte de mentir y la mentira en cada situación, es un vitraux de múltiples engranajes, a veces como padecimiento. A su vez la lectura que pueda hacerse de la misma en la adultez, es diferente, puede ir del síntoma sufriente a la impostura o la canallada.

 Milena transmite que en tiempos infantiles se percibe con toda la piel, con el corazón, con la mente. La piel, esa envoltura primera. Se absorbe con el ser, la atmósfera de misterio, que quizá puede convertirse en miedo, en horror o en falsa explicación. Está atenta al misterio. En la niñez, dice, se encuentran las semillas de sensibilidad, que surgen a lo largo de la vida y en la adultez se “reacciona con el mismo gesto” como desde muy pequeños. El niño puede muy bien distinguir cuando se lo trata en forma genuina o impostada para complacer. Todo el artículo le da valor al respeto por singularidad de cada niño o niña, aunque acerca de la mentira infantil la autora es categórica respecto de no moralizar la respuesta:

 “Padres que obligan a sus niños a obedecer, simplemente porque es un niño y ellos son padres, enseñan a ser mentirosos, porque la mentira es la única defensa que tiene un niño contra la autoridad que no puede entenderlo. Padres quienes castigan a un niño en su primera mentira, cometen un crimen, un niño nunca miente poque si un niño miente, es impulsado por una necesidad, defensa o resistencia contra algo a lo que se opone con su ser entero, cuando su mente aún no puede oponerse”

Por un lado, ubica en algún sitio una “primera mentira”. Aquella que inicia la sorpresa para la infancia de la magia de su invención. Si el adulto no juega el juego, asesina una creación.

Segregaciones en juego

Hay un párrafo, que trata otras cuestiones y que nos llama a especial interés. Relata una escena con niños y niñas, al aire libre, a quienes ella se detiene a observar. Es una especie de “ilustración” que pone en cuestión la suposición de la creencia en la existencia de una bondad especial en la niñez, sin inclusión del odio o la maldad, como parte la misma. Desde ya, distintas de aquellas que le conciernen a la implicación en un adulto.

Transcribimos la escena:

 “Este año vi a algunos niños citadinos soplando burbujas a través de un sorbete. Era en el límite de una pradera, el sol brillaba y las burbujas eran lustrosas y coloridas, tan fascinante que me detuve a mirarlos. Estaban alegres, amigables, entusiasmados y todo andaba muy bien- hasta que apareció un obstáculo.

Viéndose atraída por el extraño esplendor, una pequeña niña que cuidaba unos gansos se acercó al grupo de niños. Muy tranquila y sin interferir en absoluto. Sin embargo, los niños la atacaron con tanto enojo que quedé atónita. La pequeña tuvo que irse; pero no logró resistirse mucho. Las burbujas volvieron a atraerla como un imán y luego de un rato regresó, y se paró al lado del niño que soplaba burbujas devorando las esferas de color con sus ojos. Esta vez fue peor. Ni un sólo niño la defendió; no se le ocurrió a ninguno ser bueno con ella. Hasta podrían haberla lastimado si yo no hubiera intervenido. Lo más curioso fue lo que pasó después: cuando pregunté por qué no la dejaban mirar, un niño con vergüenza dijo ‘no lo sé’. Una niña un poco mayor, que tal vez supuso que esa explicación no me alcanzaba, agregó ‘ es tan extraña’. Ciertamente la pequeña lo era. No tenía zapatos ni medias, su cabello rubio estaba aclarado por el sol y tenía una colita de caballo y pecas. ‘Pero es una pena. Seguramente quiere mirar y divertirse’, intenté explicar. ‘Entonces que mire’ decidieron los niños. Ambas, la niña y yo, entendimos con claridad: no se trataba de bondad sino que más bien obedecieron.”

¿Que leemos? Hay un juego que funciona, entre un grupo de niños y niñas, quienes son conocidos entre sí.  Milena los mira jugar. Su presencia parece en inicio no interferir, están alegres. Una niña que viene de “afuera” un huésped extranjero en la escena lúdica les hace de interferencia. Una niña que mira con anhelo impedido. Milena mira esa mirada atenta “de la ñata contra el vidrio” y es testigo de una segregación incluso cierto maltrato que se ejerce con una niña con carencias. No la incluyen en el juego, pero la registran con hostilidad ¿Qué estatuto tiene esa segregación en la infancia?

“La compasión por el sufrimiento, deformidad y dolor no es una emoción innata, así como sufrimiento, deformidad y dolor tampoco lo son”, un niño no las conoce desde siempre, va registrando en su recorrido de transmisiones dice Milena. En el acontecimiento relatado con el juego de las burbujas, están atravesados por algo que desconocen, de lo que no pueden dar cuenta, o que no se puede dar cuenta en la infancia, pero despunta una vergüenza, que insinúa lo que trasciende la intención. ¿Están bajo afectación de coordenadas de la época en un creciente contexto de atmósfera de entre guerras? Probablemente ¿Por qué no la dejan jugar? “No lo sé”, responden, o “es extraña” dice una niña más grande aclara Milena Una ajenidad en el semejante, en el par, que lo convierte en un prójimo extraño a “su burbuja”.  Queda descartada desde ya una responsabilidad respecto de la segregación en tiempos de la infancia, pero establecemos una pregunta, un enigma, en aquello que hacen recaer incluso con cierta ferocidad sobre un par.  La hostilidad, el enojo, en ese caso no era parte del juego. Acciones, que podrían darse en una escena de actualidad en una plaza, en una escuela.  Esas acciones están articuladas, comandadas de forma inconsciente desde otro lado, en el campo del Otro: padres, cultura, educación, contexto, a dilucidar a leer, a pensar.[2]

Con obediencia, no con deseo de incluirla, aceptaron que la niña “mire”. No hubo al parecer una transformación grupal de la posición que sostenían. En ese poco, la niña igualmente seguía quedando como intrusa sin formar parte.  Pero, lo que se transforma son las condiciones del juego.  Ya no tiene sentido.  Se detiene un maltrato, aunque se pierde un juego que está condicionado a cierta escena.  Ella les demarcaba un lugar otro que mantenían a distancia de sí, pero no indiferente.

 

[1] En este caso, los fragmentos fueron traducidos y revisados de la versión traducida al inglés en “The Journalism of Milena Jesenská” Berghahn Books New York, 2003, junto a una amiga y colega Moira Iglesias. Acordamos con Moira que en principio asienta Milena su posición ética respecto de una ética en la infancia.

[2] Moira Iglesias dice: El juego se vio interrumpido por un obstáculo. Lo extraño de aquella mirada de la niña suscitó un rechazo inmediato que interrumpió con hostilidad el decurso alegre y apacible del juego. La tromba pulsional rasgó la tela de la zona de encuentro compartido modificando las condiciones de resguardo que el jugar requiere. 

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