Anarquía Coronada

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¿Es antipolítica la izquierda? // Diego Sztulwark

00. Escuchamos hace tiempo, y ahora es ya un estruendo, que lo que crece en la opinión pública es la “antipolítica”, entendida por lo general como una capitalización ultraderechista de una bronca extendida con el régimen político calificado como tradicional. 

01. Por ultraderecha hay que entender varias cosas a la vez. Por un lado, es un dispositivo de orden social que desea reestablecer las jerarquías sociales -toda clase de supremacía: de clase, sexual y hasta étnica- en condiciones de desmovilización popular, en la que la sobredimensión de lo mediático no encuentra el contrapeso de la calle. Por otro, una táctica neoliberal para reencauzar el resentimiento social creciente con el propio neoliberalismo.

02. La mayor fuerza de la antipolítica neofascista es funcionar como una política de la verdad: al denunciar como falsa y eufemística la lengua políticamente correcta de las políticas convencionales, que hablan de igualdad pero generan desigualdad, se sitúan por medio de la desinhibición discursiva -y con relativa facilidad- en el inverosímil sitio de la transgresión.

03. La antipolítica nos muestra una división en la propia derecha política y social, puesto que una parte de ella sigue apostando a los pactos de dominación vigentes, mientras que otra parte lo considera insuficiente y radicaliza su posición en la lucha de clases para asegurar -desde el lenguaje mismo- lo que, según creen, ya no garantiza el pacto tradicional de dominación. Veremos a dónde cae la apuesta política de las burguesías y sus socios mayores del mercado mundial.

04. El motor de la antipolítica es la interpretación que la ultraderecha da a la evolución subjetiva de la crisis social. Esa evolución puede rastrearse sin problemas a partir de la convulsión de 2001, que mostró que el pleno empleo de calidad era una ilusión en la fase neoliberal del capitalismo, y que no cabía ya deducir ciudadanía de empleo. Diciembre del ‘17 (las toneladas de cascotes arrojadas desde Plaza de los dos Congresos a quienes aprobaban la reforma previsional, o el comienzo del fin del reformismo macrista en el gobierno) constituyó el último aviso sobre la imposibilidad de resolver esas crisis con políticas abiertamente neoliberales. Al no leer la pandemia como desastre capitalista, los políticos tradicionales se pusieron del lado errado de la mecha: cuidando las vidas en el estrecho espacio que dejan las incuestionadas relaciones sociales en crisis. Lo mismo se pretende con la actual espiral inflacionaria.

05. La izquierda política en la Argentina no tiene expresión unitaria. Una parte significativa esta en el kirchnerismo -el kirchnerismo no sería lo que es sin esa izquierda- y otra parte (creciente) se ve representada por el Frente de Izquierda y los diversos partidos de izquierda no peronista. Pero hay más: porque una parte importante de la izquierda argentina actúa autónomamente, es decir, a partir de acciones organizativas y verbales no alineadas desde lo partidario ni lo electoral. Esas izquierdas (peronistas y no peronistas, autónomas) expresan a su manera la existencia de colectivos sociales organizados -sindicales, territoriales, de intelectuales, de género- cuyas estrategias se encuentran ante el desafío de la crisis.

06. La crisis desmadrada tiene dos destinos extremos. La antipolítica reaccionaria o una reconfiguración de las izquierdas, de la radical a la tibiamente progresista. Sólo que los movimientos son inversos. Ahí donde las derechas se amalgaman, verticalizan y endurecen, las izquierdas solo podrían actuar eficazmente revisando sus premisas identitarias, abriéndose a la acción virtuosa de la movilización popular, dispuesta a reconfigurarse para viabilizar pulsiones igualitarias actualmente pospuestas.

07. La izquierda progresista se equivoca al llamar anti-política a las subjetividades de la crisis. Por el contrario, la antipolítica es la lectura antidemoctática y reaccionaria de las pulsiones igualitarias que la crisis podría adoptar. Sólo que la igualdad de la que tanto se habla, no cabe en las actuales relaciones sociales neoliberales de existencia.

08. La izquierda es y no es una antipolítica. Es una antipolítica convencional, y de no serlo deja de ser de izquierda. Y esto por la sencilla razón de que en la izquierda late el saber sobre la correspondencia orgánica entre forma política y modo de acumulación y de explotación social. Pero es también su contrario antagónico, porque sólo la reacción a esa relación entre política y economía actúa como cuestionamiento político -si, propiamente, noblemente político- a un sistema que la antipolítica neofascista defiende de modo abierto.

09. Lo único que le falta a la izquierda -a las izquierdas todas, por separadas ya que no podrían unirse por libre iniciativa- para disputar la crisis con la antipolítica reaccionaria es una política de la verdad a la altura de las circunstancias. Ya que si las fuerzas políticas convencionales son cínicas al afirmar que la igualdad es posible por la vía de los votos -y no de una radical movilización de cuerpos, instituciones y lenguajes- la política de la verdad neofascista es sincera en su cinismo.

10. La política de la verdad de la izquierda no vendrá de arriba, ni como táctica electoral ni como acierto en el plano de la gestión. Todo eso podría ayudar y mucho, pero no sustituye el impulso que viene de abajo. La izquierda no es antipolítica, ni política del sistema. Incluso la palabra izquierda podría aquí estar sobrando. Lo que falta, en cambio, es un tipo de pragmatismo de la radicalidad capaz de enhebrar una narración popular de y para la crisis, sin la cual las fuerzas democráticas quedan estructuralmente a la defensiva.

11. La izquierda -las izquierdas todas- derrocha su propia posibilidad si se acomoda en un lugar interpretativo racionalista y sensato, cuando se trata de hacer de la interpretación la dimensión meditante de un acto de transformación.

 

Fuente: La Tecl@ Eñe

Tener necesidad de que la gente piense // Amador Fernández-Savater

En La sociedad del espectáculo, un libro que desde su aparición en 1967 se ha convertido en clásico (es decir, un libro siempre contemporáneo), el pensador francés Guy Debord afirma que la verdadera catástrofe de la sociedad moderna no es un acontecimiento por venir, ni tan siquiera un proceso en marcha (cambio climático, etc.), sino un tipo de relación con el mundo: la posición de espectador, la subjetividad espectadora.

¿En qué sentido? El espectador no entra en contacto con el mundo, lo ve frente a sí. Desde un “mirador” (el espectáculo) que concentra la mirada: centraliza y virtualiza, separa de la diversidad de situaciones concretas que componen la vida. El espectador es incapaz de pensamiento y de acción: se limita al juicio exterior (bien/mal), a las generalidades y a la espera. Es una figura del aislamiento y la impotencia.

El espectador de Debord no ha quedado superado ni mucho menos por la “interacción” de las redes sociales: se ha convertido simplemente en el “opinador” de nuestros días, que siempre tiene algo qué decir sobre lo que pasa (en la pantalla), pero no tiene ninguna capacidad de cambiar nada.

El espectador es una categoría abstracta, no alguien en concreto. Es por ejemplo cualquiera que se relacione con el mundo opinando sobre los temas mediáticos, sin darse a sí mismo ningún medio adecuado para pensar o actuar al respecto. Cualquiera de nosotros puede colocarse en posición de espectador y también cualquiera puede salir. Esto es lo que nos interesa ahora. ¿Cómo salir?


El espectador embrujado

Acaba de aparecer en Argentina La brujería capitalista (Hekht libros), un libro de la filósofa Isabelle Stengers y el editor Philippe Pignarre que nos permite avanzar en estas cuestiones. Incluso por caminos diferentes a los de Guy Debord. ¿Qué quiero decir?

Para Debord, el espectador es un ser engañado y manipulado. Lo explica sobre todo muy claramente en sus Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, el libro que escribió en 1988. Stengers y Pignarre desplazan esta cuestión: no se trata de mentiras o ilusiones, sino de “embrujos”. Es decir: el problema es que nuestra capacidad de atención está capturada y nuestra potencia de pensamiento está bloqueada. Por tanto, la emancipación no pasa por tener o decir la Verdad, sino por generar “contra-embrujos”: transformaciones concretas de la atención, la percepción y la sensibilidad.

Veamos esto más despacio. El espectador queda atrapado una y otra vez en lo que los autores llaman “alternativas infernales”. Por ejemplo: o bien se levantan vallas altas y picudas, o se producirá una invasión migrante. O bien se bajan los salarios y se desmantelan los derechos sociales, o las empresas se marcharán a otro lugar con el trabajo. Aislado frente a su pantalla, el espectador es rehén de la alternativa entre dos males. ¿Cómo escapar?

No se trata de “crítica”. De hecho, el espectador puede ser muy crítico, asistir por ejemplo indignadísimo -como todos nosotros hoy- al espectáculo de la corrupción, gozar viendo rodar las cabezas de los poderosos, etc. Pero eso no cambia nada. Seguimos en la posición espectadora: víctimas de la situación, reducidos al juicio moral, a las generalidades (“son todos corruptos”, la “culpa es del sistema”) y a la espera de que alguien “solucione” el problema.

Salimos de la posición espectadora cuando nos volvemos capaces de pensar y actuar. Y nos volvemos capaces de pensar y actuar produciendo lo que los autores llaman un “agarre” o un “asidero”. Es decir, un espacio de pensamiento y acción a partir de un problema concreto. En ese momento ya no estamos frente a la pantalla, opinando y a la espera, sino implicados en una “situación de lucha”. Tanto hoy como ayer, son esas situaciones de lucha las que crean nuevos planteamientos, nuevos posibles y ponen a la sociedad en movimiento.

Sin pensamiento ni creación es imposible que haya ningún cambio social sustancial y el mal (la corrupción o cualquiera) reproducirá más tarde o más temprano sus efectos. En ese sentido, en tanto que bloquea el pensamiento y la creación, la sociedad del espectáculo es una sociedad detenida, un bucle infinito de los mismos problemas.


Situación de lucha

No se abre una situación de lucha porque se sabe, sino precisamente para saber.No se crea una situación de lucha porque hayamos tomado conciencia o abierto finalmente los ojos, sino para pensar y abrir los ojos en compañía. La lucha es unaprendizaje, una transformación de la atención, la percepción y la sensibilidad. El más intenso, el más potente.

Los autores ponen varios ejemplos: por ejemplo, la lucha de los medicamentos anti-sida. En 2001, 39 empresas farmacéuticas mundiales, sostenidas por sus asociaciones profesionales, abren proceso contra el gobierno sudafricano que garantizaba la disponibilidad a costo moderado de medicamentos para el sida. La alternativa infernal entonces decía: o hay patentes y precios altos, o es el fin de la investigación. El progreso tiene un costo y un coste.

Pero las asociaciones de pacientes de sida salen de su papel de víctimas y politizan la cuestión que les afecta: investigación, disponibilidad de los medicamentos, derechos de los enfermos, relación con los médicos. Piensan, crean, actúan. Suscitan nuevas conexiones con asociaciones humanitarias, otros afectados, empresas farmacéuticas sensibles, Estados favorables como Brasil, etc. Porque el mapa de una situación de lucha (los amigos y los enemigos) nunca está claro antes de que se abra, sino que esta lo redibuja. No hay “sujeto político” a priori, la situación de lucha lo crea.

La alternativa infernal pierde fuerza y los industriales acaban retirando su demanda. No porque los afectados les hayan opuesto buenos argumentos críticos, sino porque han creado nueva realidad: nuevas legitimidades, maneras de ver, sensibilidades, alianzas. En una situación de lucha, nos dicen los autores, los diagnósticos críticos son “pragmáticos”, es decir, inseparables de la cuestión de las estrategias y los medios adecuados. En definitiva, de las alternativas infernales se sale sólo “por el medio”: a través de situaciones concretas, por medio de prácticas, desde la vida.

Podemos pensar en el mismo sentido las luchas de los últimos años: desde la PAH hasta YO SÍ Sanidad Universal, pasando por los movimientos de pensionistas y de mujeres. Una situación de lucha es el “intelectual” más potente: no sólo describe la realidad, sino que la crea, suscitando nuevas conexiones, problematizando nuevos objetos, inventando nuevos enunciados. De hecho, los intelectuales-portavoces (nuevos y viejos) surgen muchas veces en ausencia de situaciones de lucha, para representar a los que no piensan.

Sin situaciones de lucha no hay pensamiento. Sin pensamiento no hay creación. Sin creación estamos atrapados en las alternativas infernales y espectaculares. La representación se separa de la experiencia social. Sólo quedan los juicios morales, las generalidades y la espera. El runrún cotidiano del espectáculo mediático y político, así como de nuestras redes sociales.


Que la gente piense

Hoy vemos crecer un poco por todas partes movimientos ultraconservadores. ¿Cómo combatirlos? La subjetividad a la que interpelan todos estos movimientos es la subjetividad espectadora y victimista: «el pueblo sufriente». La víctima critica, pero no emprende un proceso de cambio; considera a algún Otro culpable de todos sus males; delega sus potencias en “salvadores” a cambio de seguridad, orden, protección.

Escuchamos hoy en día a gente de izquierda decir: disputemos el victimismo a la derecha. Hagamos como Trump o Salvini, pero con otros contenidos, más “sociales”. Es una nueva alternativa infernal: hacer como la derecha para que la derecha no crezca. Un modo de reproducir la catástrofe que, como decíamos al principio, está inscrita en la propia relación espectadora y victimizada con el mundo.

En 1984, a una pregunta sobre qué es la izquierda, el filósofo francés Gilles Deleuze respondía: “la izquierda necesita que la gente piense”. A estas alturas me parece la única definición válida y la única salida posible. No disputarle a la derecha la gestión del resentimiento, del miedo y el deseo de orden, sino salir de la posición de víctimas. Que la gente piense y actúe, como se hizo durante el 15M, el único cortafuegos de la derechización que ha funcionado durante años en este país.

Dejar de repetir que “la gente” no sabe, que la gente no puede, que no tiene tiempo ni luces para pensar o actuar, que no pueden aprender o producir experiencias nuevas, que sólo pueden delegar y que la única discusión posible -entre los “listos”, claro, entre los que no son “la gente”- es sobre qué modos de representación son mejores que otros. Hay mucha derecha en la izquierda.

Que la gente piense: no convencer o seducir a la gente, considerada como “objeto” de nuestras pedagogías y nuestras estrategias. Abrir procesos y espacios donde plantear juntos nuestros propios problemas, tejer alianzas inesperadas, crear nuevos saberes. Aprender a ver el mundo por nosotros mismos, ser los protagonistas de nuestro propio proceso de aprendizaje.

Pensar es el único contra-embrujo posible. Implica ir más allá de lo que se sabe y empieza por asumir un “no saber”, arriesgarse a dudar o vacilar. Es el arte de liberar la atención de su captura y volcarla en la propia experiencia. Poner el cuerpo, precisamente lo que le falta a la posición de espectador, de tertuliano, de comentarista de la política, de polemista en redes sociales.

Seguramente necesitamos una nueva poética política. Por ejemplo, una palabra nueva para hablar de lucha, que asociamos muy rápidamente a la movilización, a la agitación activista, a un proceso separado de la vida, etc. Reinventar lo que es luchar. En realidad, una lucha es un regalo que nos damos: la oportunidad de cambiar, de transformarnos a la vez que transformamos la realidad, de mudar de piel. No hay tantas.

Una situación de lucha no es ningún camino de salvación. Así solo la ve el espectador, que se relaciona con todo desde fuera. Desde dentro, es una trama infinitamente frágil, muy difícil de sostener y avivar. Pero también es ese regalo. La ocasión de aprender, junto a otros, de qué está hecho el mundo que habitamos, de tensarlo y tensarnos, de probarlo y probarnos. Para no vivir y morir idiotas, es decir, como espectadores.

La reacción Derecha e incorrección política en Uruguay // Colectivo Entre

En tiempos en los que se busca que las fronteras entre derecha e izquierda sean puestas en jaque o desaparezcan, el título de la segunda publicación del grupo Entre es elocuente: estas categorías están más vigentes que nunca. Las páginas de este libro son el resultado de un proceso de pensamiento colectivo que desde 2017 viene indagando acerca de las nuevas expresiones de la derecha uruguaya, a la luz de la coyuntura política actual.
Y este ejercicio, en un escenario de parálisis política, es fundamental, mucho más cuando la invitación es a no dejarse llevar por pronósticos tan desalentadores. Como aperitivo, a continuación, reproducimos, con la autorización de los autores, el prólogo de La reacción.

Cuando empezamos este libro, a fines de 2017, no íbamos a estudiar la derecha, al menos no directamente. Notábamos que se discutía constantemente sobre la corrección política y su contrario, la incorrección, y que en estas discusiones se formaban alianzas y complicidades insólitas. Roqueros ochentosos se unían a la Iglesia católica, periodistas de izquierda se aliaban con una renaciente ultraderecha, sin que esas afinidades le hicieran ruido a ninguno. Lo importante para ellos, autodeclarados políticamente incorrectos, era combatir lo que llamaban corrección política, marxismo cultural o ideología de género.

Los debates, más que sobre cuestiones sustantivas, se articulaban en torno a quienes ofenden y a quienes se sienten ofendidos, a la transgresión, a las acusaciones de censura y a la exagerada atención dada a las palabras utilizadas. Mientras tanto, la izquierda progresista, siempre afín a los eufemismos y al lenguaje técnico, colaboraba para que los debates se dieran en esos términos, en un momento de estancamiento político. Queríamos entender estas disputas. Nos incomodaba la corrección política que no decía las cosas por su nombre, pero, sobre todo, nos asustaba la forma en que una reacción derechista cada vez más radical se manifestaba a través de la incorrección, con la complicidad de actores que estábamos acostumbrades a escuchar como voces de la izquierda disidente. La investigación avanzaba y comenzábamos a crear argumentos sobre la disputa discursiva que mantenían la corrección y la incorrección política, aunque señalando con claridad cómo este marco era utilizado tácticamente por la derecha machista, homofóbica, racista, nacionalista y empresarial, para deslegitimar los avances en derechos.

Entendimos que era necesario replantear esta discusión de una manera que nos permitiera salir del agujero negro en el que siempre terminan las polémicas en torno a la corrección y la incorrección política. Les seguimos el rastro a la historia y los usos de la expresión “corrección política” y llegamos a las disputas entre evangélicos y liberales en Estados Unidos, a la transgresión como clave de la cultura uruguaya a partir de los ochenta, a las discusiones sobre la negación del holocausto en Europa, al anticomunismo obstinado en asociar cualquier forma de izquierda con el autoritarismo, a las disputas en torno al lenguaje no sexista. Y, últimamente, a la forma como Trump y Bolsonaro llegaron al poder: prometiendo combatir la corrección política, mientras los nazis del mundo se reúnen en foros como Politically Incorrect de 4chan.1

En pleno proceso de investigación el panorama político comenzó a aclararse, por lo menos en un punto: estamos ante el avance de una fuerte corriente reaccionaria, que combate a los movimientos y los gobiernos de izquierda surgidos en América Latina en la década del 2000, simultánea y articulada con la reacción xenófoba y racista que se expandió en todo el mundo a partir de la crisis de 2008.

En Uruguay, esto se hizo manifiesto en enero de 2018, cuando un movimiento de propietarios de tierras rurales se autoconvocó para crear la agrupación Un Solo Uruguay y comenzó una serie de movilizaciones que reclamaban devaluación, desregulación laboral y ajuste, con el apoyo de todas las cámaras empresariales del país. El 8 de marzo de 2018, en la marcha por el Día Internacional de la Mujer, un grupo de evangélicos denominado A mis Hijos no los Tocan se paró en el recorrido de la marcha, con pancartas antifeministas, para intentar generar incidentes. En las redes sociales abundan los ataques –muchas veces llevados a cabo por usuarios anónimos o bots– a simpatizantes, militantes y dirigentes de izquierda o feministas, al tiempo en que ya comenzó la campaña para unas elecciones en las que se plebiscitará la propuesta de un sector del Partido Nacional para “Vivir sin miedo”, que implicaría habilitar los allanamientos nocturnos, la cadena perpetua y el uso de militares para tareas policiales, mientras aparecen nuevos partidos de ultraderecha, en torno a figuras como Edgardo Novick2 y Guido Manini Ríos3.

¿Cuál es la naturaleza de esta reacción? ¿En qué fuerzas se basa? ¿Qué tácticas discursivas despliega? ¿Cuáles son sus objetivos? Estas son las preguntas que terminaron guiando la escritura de este libro.

La reacción es el segundo libro publicado por Entre.4 Al igual que el primero, fue escrito en colectivo. Esto quiere decir que el libro contiene estilos y registros expresivos distintos, rasgos y manías personales en la escritura, los cuales pertenecen a cada integrante del colectivo y resisten todo trabajo de uniformización estilística. Hay momentos para la narración histórica, que destacan episodios, personajes e instituciones; otros para el análisis, que desentrañan los argumentos y las estrategias de la reacción; otros propiamente políticos e incluso performáticos, que imitan el tono violento de la reacción.

El libro recorre un amplio abanico temporal y temático. Parte de la fundación del Uruguay moderno, llega hasta la era progresista y se detiene en las principales corrientes e instituciones conservadoras, los medios de comunicación y los temas que preocupan a la derecha, como la pérdida de los valores, el ataque a la familia, el humor tradicional, el combate a la inseguridad y el debate entre la corrección y la incorrección política. Esta heterogeneidad produce un texto algo fragmentario, pero que busca entradas y enfoques diferentes de un tema que por su propia naturaleza es polifacético.

Este libro es, entonces, el fruto de una investigación de meses, que implicó discusiones entre nosotres y con otres sobre lo que estaba pasando, pero también lecturas, recabar materiales de los medios y las redes, observar actos políticos, y analizar discursos y debates cotidianos. La escritura fue alimentándose de reflexiones colectivas, de muchos puntos compartidos, pero también de desacuerdos internos, en el entendido de que zambullirnos en nuestras propias incoherencias, contradicciones y dudas era importante para entender el campo de confusiones y ambigüedades en las que crece la reacción.

Durante este proceso de investigación fuimos condensando algunas reflexiones y conclusiones preliminares que tuvimos oportunidad de compartir en un ciclo de charlas en Entre,5 un seminario sobre el tema, del que participaron investigadores y militantes, y una ronda de conversación abierta al público para discutir el tema.6 También publicamos textos en los que se adelantaban ideas que terminamos de redondear en este libro. Agradecemos también a Laura Amaya y Cecilia Seré, por sus lecturas críticas y sus comentarios. Y especialmente a Valeria España, quien participó en la concepción y el comienzo del proyecto. Si bien quienes redactamos el libro y concebimos su gráfica fuimos Diego León Pérez, Gabriel Delacoste, Gabriela Sánchez, Laura Outeda, Lucía Naser, Ignacio de Boni y Santiago Pérez Castillo, el trabajo colectivo involucró a mucha más gente.

Tras una decena de borradores, fines de semana de encierro, centenas de porros y cigarros, containers de galletas y maníes, cadenas interminables de Whatsapp e intercambios con amigues y colegas, terminamos La reacción, aunque quizás esta recién comienza. Por este motivo, es un libro para usar a favor de la reenergización de la lucha, y no para entregarnos a la desesperanza y la depresión. Esperamos que nos ayude a entender qué está pasando y que a la vez abra caminos para que veamos todo lo que podemos lograr que pase de ahora en más.

El propósito central de este libro es mostrar que en Uruguay sí existe la derecha y que es necesario estudiarla, lo que implica despejar las capas de ideología, eufemismos y cinismo detrás de las que se esconde. Y también que es necesario meterse en el tema con profundidad, corriendo el riesgo de indagar en sus canales y sus resortes, para conocerlo desde dentro.

Como se verá, este libro está escrito en lenguaje inclusivo. Respecto del criterio utilizado, usamos mayormente la letra e como género neutro, salvo cuando nos referimos a la derecha como sujeto y a quienes la integran, casos en los que usamos el universal masculino. Esto se debe a que entendemos que la derecha es un sujeto eminentemente patriarcal, mientras que otros sujetos son heterogéneos y plurales.

Por último, hojeando, van a ver escenas protagonizadas por un hombrecito de traje, que ilustra los capítulos. Lo elegimos como arquetipo para retratar a la reacción. Quizás un oficinista, quizás un empresario, quizás un presentador de televisión. Frustrado, indignado, malcriado pero humano y vulnerable, nos va a acompañar mientras recorremos las distintas caras de la reacción.

1.   4chan es un sitio web en el que se alojan varios foros de discusión anónimos. El foro Politically Incorrect se caracteriza por ser un espacio de encuentro entre libertarians, ultraderechistas y racistas de Estados Unidos y el mundo. Para más información, ver el trabajo de Angela Nagle Kill All Normies: Online Culture Wars from 4chan and Tumblr to Trump, Washington: Zero Books, 2017.

2.   Empresario exitoso que reivindica su origen popular, de self-made man que se hizo de abajo, hoy propietario de varios locales comerciales y el Nuevocentro Shopping, y líder del Partido de la Gente, orientado al populismo punitivo, la derecha empresarial y la recuperación de los “buenos valores” perdidos.

3.   Excomandante en jefe de las Fuerzas Armadas, destituido por Vázquez en marzo de 2019 por sus intervenciones públicas contra los juicios a militares acusados de delitos de lesa humanidad.

4.   Entre: Ensayos sobre lo que empieza y lo que termina, Montevideo, Estuario, 2017.

5.   La reacción, 20 de agosto‑15 de octubre de 2018; 6‑19 de setiembre de 2017.

6.            Entre: La reacción. Derecha e incorrección política en Uruguay, Estuario, 2019, 275 págs.

 

Colectivo Entre (redactado en esta ocasión por Gabriel Delacoste, Ignacio de Boni, Lucía Naser, Gabriela Sánchez, Laura Outeda, Santiago Pérez Castillo, Diego León Pérez)

Notas para una genealogía de la insurrección // Diego Sztulwark

Prólogo de Diego Sztulwark a Desde abajo y a la izquierda. Movimientos sociales, autonomía y militancias populares (Cuarenta ríos), de Mariano Pacheco

Si el libro que inicia la colección de ensayos en la que se inscribe el presente volumen acuña la ingeniosa expresión “vidas de derecha” (Silvia Schawarzböck: Los espantos. Estética y postdictadura) para designar el tipo de existencia que llevamos los habitantes del mundo posthistórico en el que enseñorean quienes destrozaron el proyecto de las organizaciones revolucionarias de los años setenta, el de Mariano Pacheco se ocupa de lo que podría llamarse “vidas de izquierda” y trata de la contra-historia que nace durante el nuevo siglo abierto por la irrupción del zapatismo el 1ro de enero de 1994, desplegado en nuestro país a partir del 26 de junio de 1996 (la pueblada acontecida en localidades neuquinas de Plaza Huincul y Cutral-Có). Las vidas de derecha transcurren en un universo de postdictadura en el que toda política ha quedado neutralizada mediante el empleo de un dispositivo cultural específico que consiste en eximir a los victoriosos de reflexionar públicamente sobre su victoria en la lucha de clases mientras vencidos quedan a cargo de la narración de lo sucedido. De modo que la de los derrotados se torna testimonio sin política. La cultura de la democracia no tiene afuera: la izquierda se reduce a salón y literatura, sin guerra. Las vidas de izquierda en cambio irrumpen en con el “ciclo de resistencia popular y anti-neoliberal” 1996-2002, creando una contra-cultura antagonista y reintroduciendo el desafío político que el terrorismo de estado había aniquilado.

Pacheco investiga el nexo entre ese enorme potencial de ruptura de la crisis (y por lo tanto de apertura de horizontes) y la emergencia de lo que llama una nueva izquierda autónoma. Ese nexo consiste en adoptar el punto de vista de la crisis, que no se ha agotado ni resuelto. Sino que subsiste como reservorio de percepciones y prácticas subversivas. Las corrientes militantes de la izquierda autónoma sostienen y comunican lo que en la crisis hay de crítica inmanente de la doble relación de representación en la que coinciden los grandes actores de la democracia: la representación política de matriz liberal en la que se juega la legitimidad del estado; la representación propiamente capitalista del valor que sostiene los dispositivos de explotación de lo producido por la cooperación social. La nueva izquierda autónoma expresa de manera militante los rasgos de autoorganización propios de un ciclo de luchas que en su radicalidad apuntan a destituir las técnicas comunicacionales, jurídicas y policiales de la dominación autoritaria por vías democráticas tan características de la geopolítica actual.

Esta es la premisa del presente ensayo de Mariano Pacheco, y es importante que este punto de vista se desarrolle en confrontación con los títulos previos de esta colección (que de por sí constituye una contribución decisiva para la elaboración política de una perspectiva generacional) en la que ya se abordaron las cuestiones de la dialéctica entre mito y creación (Yo ya no, de María Pía López); la relación entre peronismo y revuelta (Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución; de Javier Trímboli) y el vínculo entre militancia y filosofía del acontecimiento (Teoría de la militancia; de Damián Selci). Pacheco retoma todos estos problemas desde el ángulo del antagonismo: discutiendo desde abajo la precariedad conservadora de la mediación simbólica y material kirchnerista; proponiendo retomar los elementos de las luchas autónomas como experiencias capaces de estructurar proyectos fuertemente alternativos al neoliberalismo; cuestionando la política de la memoria histórica que llevaba a anclar la coyuntura del 2003 en 1973, salteándose –precisamente– toda la experiencia que va del 94 zapatista al 2001 argentino; reponiendo el carácter biopolítico de las luchas autónomas como fondo sobre el cual leer la noción badiouana de acontecimiento tal como la estudió de su maestro Raúl Cerdeiras, es decir, arraigada en la capacidad de destitución del marco de representaciones sostenidas por la gubernamentalidad llamada democrática y no en la emergencia de un liderazgo proveniente del sur.

***

La precisión de la investigación de Pacheco (las secuencias fechadas, los escenarios localizados) no surge del puntillismo académico sino de una necesidad profunda: la magnitud de la ruptura, el potencial del acontecimiento 1994-2001 no se verifica sin cierta capacidad de iluminar de otro modo el pasado. Si con Schwarzböck la postdictadura son años de pura vida de derecha (sin “afuera”), el estudio realizado por Pacheco a la luz del acontecimiento los convierte en genealogía de la insurrección.

En ningún caso conviene ignorar lo que se juega en redistribución de nombre y fechas. Sobre todo no conviene desestimar un detalle para nada irrelevante: situar como punto de inflexión el 1ro de enero de 1994, es decir, el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, conlleva una consecuencia inmediata y profunda: inscribe el nuevo tiempo como parte de un tiempo histórico caracterizado como la “cuarta guerra mundial”. Vale la pena insistir, no es un detalle menor (el 11 de septiembre estallan las Torres Gemelas en NY). Como no lo es colocar al 2001 argentino en ese escenario de guerra. En ambos casos se afirma algo que va más allá del ciclo de luchas y permite caracterizar un ciclo largo, en el que el fundamento del poder político resulta inseparable de la aplicación de una violencia global en nombre de la paz. Es dentro de este cuadro que Pacheco lee la Masacre de Avellaneda, ocurrida otro 26 de junio (esta vez de 2002), episodio clave para entender cierta fisonomía que posteriormente adoptó el kirchnerismo:

No por los asesinatos en sí, por más brutal que haya sido la represión e impactantes las imágenes de los trágicos sucesos, sino porque el 26 de junio de 2002 es el punto de quiebre de ese proceso abierto en 1996. La “Masacre de Avellaneda” se torna central, entonces, para comprender lo que ha pasado durante los últimos quince años en el país, entre otras cosas, porque impuso un doble límite. Por un lado, la masiva respuesta en repudio a la represión que se cobró la vida de dos jóvenes militantes no solo generó el adelantamiento de las elecciones (cuyo ganador, como todos sabemos, fue Néstor Kirchner), y el repliegue político de Eduardo Duhalde, sino también el fin o al menos el aplazamiento, de una respuesta abiertamente represiva a la crisis de 2001. El kirchnerismo fue la salida garantista, redistributiva, en otras palabras, la respuesta progresista que este sistema encontró ante el fuego de los piquetes y el ruido de las cacerolas.

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Triple importancia del zapatismo, entonces: como fundación,inicia el ciclo de luchas popular y antineoliberal que da nacimiento a la nueva izquierda autónoma; como geopolítica: diagnostica la guerra e imagina alianzas globales; como estrategia, tal y como pudo haber ocurrido con la Comuna de París, el zapatismo inspira procesos de fuerte productividad política en una época histórica caracterizada por el hecho de que la revuelta extrae su potencia de la carencia de esquemas teóricos y modelos de éxito.

Con la simple indicación de “abajo y a la izquierda” basta entonces para repasar los años noventa argentinos como el momento de articulación de una contra-cultura eficaz para enfrentar los dispositivos democrático-neoliberales de la postdictadura. Una nueva articulación entre cuerpos y toma de la palabra, una nueva aproximación entre lucha y narración, tal y como se observa hoy en los feminismos populares. Es en este sentido que 2001 y la consigna “otra política” le permiten a Pacheco comprender el ciclo de los gobiernos progresistas como exaltación de una conservadora “autonomía de lo político” (lo que en este contexto merece una aclaración, puesto que la autonomía de lo político discontinúa la relación entre lucha y política por medio de un dispositivo mediador específico que es la representación, mientras que la autonomía de la que habla Pacheco consiste, por el contrario, en  la reinvención incesante de continuidades y prolongaciones entre cuerpos rebeldes y organización colectiva, entre insurrección e institución).

Y bien, contra esta autonomía de lo político, Pacheco se plantea un plan diferente: la recomposición de un sujeto popular y antineoliberal cuya dialéctica constitutiva debe ser investigada en sus movimientos específicos que van desde las luchas sindicales (huelga) a las las que emergen de los movimiento territorializantes (comunidades, piquetes, por recursos naturales), pasando por las que se dan en la esfera de la reproducción (como la lucha de las mujeres). Siguiendo la hibridación de estos procesos, Pacheco logra dar cuenta de la formación de nuevas experiencias de sindicalismo popular, como lo es la experiencia de la CTEP. Esa investigación presta atención, además, a la dimensión subjetiva de estos procesos constituyentes (el papel intelectual de la teología de la liberación o del punk como foco de agitación o “proceso de radicalización sin estructuras”), y a la capacidad de combinar trabajo político concebido como alternancia entre tejido de modo de vida en ruptura con la hegemonía capitalista y capacidad de intervenciones tácticas en las diversas coyunturas.

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Como ya sucedía en su libro De Cutral-Có a Puente Pueyrredón, hay en la escritura de Pacheco una enorme riqueza descriptiva. Una interioridad de la escritura con las luchas que lo aproximan quizás más a la actividad extractiva que a la descriptiva. En el tratamiento de los hechos desciende al subsuelo de las memorias militantes y rescata señalamientos que poseen un valor sorprendente, no solo para la situación en la que nacieron sino quizás para toda actualidad imaginable. Como cuando recuerda los objetivos planteados por el núcleo militante del que participaba en los años noventa. Estos era: “generar la imprescindible organización de base”; “promover instancias de coordinación y organización que excedan lo propio”; “formar cuadros y militantes que desarrollen la capacidad de construir y reproducir esta política”; “marcar cursos de acción, desde construcciones de masas y participación en los conflictos, que aporten claridad al conjunto de la lucha popular”. Estos ejes debían plasmarse allá por los fines de los años 90 en la construcción de un Movimiento de Trabajadores Desocupados de alcance nacional: la Aníbal Verón. El objetivo último de este libro quizás sea el de repetir –en el sentido de recordar y actualizar– estos señalamientos metodológicos, es decir: contribuir a desarrollar las funciones estratégicas de organización política autónoma de las multitudes que no llegaron a plasmarse de modo suficiente en torno a la crisis de 2001. Es ahí donde la relectura crítica de 2001 sirve como relanzamiento de la imaginación autonomista:

… en el autonomismo subestimamos mucho lo que el peronismo es a la cultura política popular de la Argentina; pensamos que como ya los nombres de Perón y Evita no aparecían, como el PJ y la CGT eran socios de la gobernabilidad neoliberal etc., el peronismo no estaba presente más en las vidas populares, en sus imaginarios. No nos dimos cuenta, creo, que mucho de lo que nosotros llamábamos bajo el rótulo de “nuevas formas de hacer política” estaban muy teñidas, en algunos casos, de lo mejor que el peronismo supo dar en la historia de este país. Por otro lado, también creo que en nuestras experiencias se pecó de cierto ultra-izquierdismo discursivo, que no tenía una correlación con una práctica ultraizquierdista, porque fue el momento en donde más se habló de poder popular y donde menos se construyó poder popular. Entonces, digo, ahí hubo un problema. Y me parece que ahí es donde pagas caro el hecho de no haber formado cuadros, cuando tus militancias se muestran incapaces de ver cuál es la etapa política que se abre, y encontrar respuestas más creativas, más audaces y acordes a ese cambio por el que atraviesa la Argentina.

Nueva Izquierda Autónoma, para Pacheco, es organización capaz de introducir el punto de vista de las luchas plebeyas en el gran debate de la organización del trabajo, del estado y de la cultura. No se trata para él de un programa futuro, sino de dar cuenta de un fenómeno dinámico que ya ostenta raíces materiales e históricas consistentes (rastreables en cada pico de radicalización de las luchas populares del siglo XX, incluso dentro del peronismo), pero que carece de una adecuada teoría de la organización capaz de desplegar y maximizar su potencial táctico, en el contexto de la actual desestructuración neoliberal de lo social (y también un momento de articulación de las luchas contra el neoliberalismo en momentos en que las políticas populistas se muestran por completo insuficientes para detener su avance y donde, en cambio, se destacan nuevos sujetos en lucha como los feminismos populares o los trabajadores de la economía popular). Si algo resulta innovador, fresco y necesario en este trabajo es precisamente la decisión de intervenir sin prejuicios en los impasses de la constitución de la autonomía, tradición aún para muchos ilegible de las luchas populares. Con este libro Pachecho rompe cierto hermetismo, cierta autoculpabilización que ha acompañado las discusiones dentro de lo que estamos llamando la autonomía. Asume abiertamente su deseo de iniciativa, plantear y resolver las tensiones e irresoluciones que han bloqueado su desarrollo (alguna de ellas clásicas, como es la relación entre espontaneidad y organización, rasgos del siglo de luchas e indicaciones tácticas, ruptura acontecimental y sentido de la historia). Sobre el final Pacheco se vacila sobre un punto esencial: ¿Dio 2001 un tipo específico de intelectual, en el sentido gramsciano del término, es decir, como articulador de las praxis plebeyas? En esa vacilación habría que recomenzar a leer de nuevo este libro, para darse una idea de la riqueza de la experiencia vivida y los problemas que enfrenta toda rebelión verdadera.

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