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Padres, hijas y hermanos de Italia. Notas sobre la autobiografía de Giorgia Meloni // Franco «Bifo» Berardi

Este libro me ha arruinado el verano. Quizás el verano ya estaba arruinado de por sí, entre el calor insoportable durante semanas, la angustia del aeropuerto de Kabul, el goteo de datos sobre la COVID19 que no cede, y descubrir que las dos dosis de AstraZeneca que deberían haberme dado una cierta tranquilidad no dan seguridad ninguna, y de hecho el Occidente rico se está proporcionando la tercera, la cuarta y la quinta dosis mientras en el Sur del mundo los vacunados son el 1 o el 2 por ciento. Pero este libro ha dado el golpe de gracia a mi verano porque mientras lo leía me daba cuenta de que en el futuro próximo del país hay, seguro como las lluvias de otoño (pero  ¿habrá lluvias este otoño?), una vuelta al fascismo.

 

Fascismo en realidad no es la palabra exacta. Se usa esta palabra para definir una tradición que proviene de la humillación por una victoria mutilada y de la truculencia de Benito Mussolini, de las cuadrillas que iban a pegar a los braceros en huelga, del asesinato de Matteotti y de miles de sindicalistas e intelectuales entre 1919 y 1945. Luego continúa  a través de la república social, el Movimiento social de Almirante, la Alianza Nacional de Gianfranco Fini, etcétera. El fascismo del siglo XX fue un fenómeno barroco, meridional, patronal y juvenil: violencia, espectáculo, victimismo y fiera agresividad de colonialistas a la conquista de tierras africanas. ¿Estamos todavía allí o algo ha cambiado radicalmente?

 

Intentamos comprenderlo leyendo este libro llamado Yo soy Giorgia.

 

Hace algunos meses tuve un altercado con Giorgia Meloni. Para ser exactos ella me obsequió con su atención en su perfil de Facebook. Pero esto es agua pasada. No había leído todavía este libro.

 

Lo he leído porque dentro de un par de meses sale la quinta edición de un librito que publiqué en 1993 con el título de Cómo se cuida al nazi, y antes de que salga me parecía urgente comprender cómo ha evolucionado el nazismo, del que en estos últimos treinta años no nos hemos ocupado en absoluto, hasta el punto que creo que será él el que se ocupará de nosotros.

 

El contexto ha cambiado de forma impresionante. El partido de Giorgia Meloni, que por costumbre  suelo llamar fascista, se prepara para tener un rol que tal vez sea protagonista, tras la presidencia de  Draghi, la experiencia más totalitaria que el país ha conocido nunca.

 

Draghi es un hombre que representa perfectamente el estilo de la Goldman Sach: cinismo criminal y aristocrático understatement. Cuando este hombre apareció en escena todos se arrodillaron ante el Moloch. Todos, a excepción de la autora de este libro y de su partido.

 

Los arrodillados aparecen ( y son) tan indignos, empezando por los patéticos grillini, dispuestos a casarse con Berlusconi y quizás también a vender a su propia madre con tal de no abandonar su sillón, que el único partido que ha rechazado participar en la orgía del poder será justamente el favorito y , como es justo, gobernará el país.

 

No gobernará por mucho tiempo, según mis previsiones, porque el caos devastará la vida social, las catástrofes se sucederán a un ritmo vertiginoso y el próximo gobierno de los Fratelli d’Italia y de los nazis salvinistas se verá rápidamente arrastrado.

 

Dos preguntas surgirán en la mente de mi lector: la primera es ¿por qué estás tan seguro de semejante perspectiva? Y la segunda ¿ por qué este fascismo no sería fascismo?

 

Responder a la primera nos permitirá responder a la segunda.

 

Y para hacerlo leo el libro de Giorgia.

 

Padres

 

Los primeros capítulos tienen un carácter autobiográfico, cuentan que una persona abandonada por su padre vive en una situación de ansiedad,  entre dificultades económicas y existenciales.

 

El padre, o más bien la ausencia del padre, domina la escena.

 

La percepción de un padre que ya no está, que se disuelve, es algo que no se logra comprender. Es quizás una herida más profunda que la de un padre muerto, porque en el primer caso cabe esperar que te mire desde el cielo, mientras que cuando se va estás obligada a enfrentarte a su fantasma.

 

No se podría describir mejor un aspecto esencial de la condición contemporánea: la aceleración digital y la violencia neoliberal han provocado una explosión del universo psíquico, una deflagración del inconsciente que ha roto las barreras de contención y ha lanzado alrededor todo el material inquietante, pavoroso, de ensueño, horrible y maravilloso. Es el tema del que habla Massimo Recalcati: la explosión del inconsciente y la disolución de la figura del padre están íntimamente conectadas , pero la propuesta recalcatiana de una restauración de la figura del padre es  simple e inconsciente. Giorgia Meloni consigue olvidar al padre y refunda el patriarcado partiendo de la fraternidad de las mujeres.

 

El padre de la pequeña Giorgia, ateo impenitente y libertario un poco machista, fue a La Gomera, como aspiran a ir muchos chupatintas italianos que sueñan con las Canarias como si fueran un encuentro de piratas de otro tiempo y no un centro de salud para pensionistas gagás. De hecho, el padre pirata ha abierto un restaurante donde cocinaba espagueti para septuagenarios alemanes con ciática.

 

El escenario en el que crece el movimiento neo reaccionario del que Meloni es en Italia la dirigente emergente ( mientras resbala cuesta abajo el avieso Salvini, patético y poco creíble con su rosario entre los dedos), es la disgregación de la familia, efecto de la presión sumada a la precariedad, el estrés por la sobrecarga de trabajo y la supremacía libertaria exaltada por el neoliberalismo e inflado de basura publicitaria y televisiva. Soledad, nerviosismo agresivo, miseria sexual, impotencia – este es el caldo de cultivo en el que crece el movimiento neo reaccionario que,  a falta de algo mejor ( es decir, de peor), debemos llamar fascismo.

 

Una tarde la pequeña Giorgia, con su hermana Arianna, abandonadas por el padre y con su pobre madre en busca de medios para llegar a final de mes, encendieron una vela y se alejaron.

 

En poco tiempo el incendio había consumido todo el piso y nosotras escapamos con un bolso en el que habíamos metido el pijama, dos pares de pantalones y una camiseta. Nos encontramos, de golpe, en la calle sin un techo. Mi madre tuvo que empezar literalmente de cero. Una tarea de locos. Alguna vez vuelvo a pensar en eso y en broma me digo que quizás por eso he encontrado el valor, muchos años después, para refundar una casa política cuando la nuestra había desaparecido entre las brasas.

 

A los catorce años fue expulsada del campo de voleibol porque un acosador de la escuela le dijo “lárgate gorda”. Y entonces corre el riesgo de perderse entre las ciento mil páginas pro anorexia de

internet. Pero no cae, se salva, porque encuentra el camino de la sede más cercana del Fronte della Gioventú.

 

El ambiente en el que Giorgia, con quince años, entra podría ser  el de un centro social, al menos desde el punto de vista de la motivación y de las dinámicas psicológicas. Es el tema de la comunidad la que surge en estas páginas con toda su ambigüedad.

 

En una de aquellas reuniones en las que participé me llamó la atención un chico que, al final preguntó: ¿alguien necesita que le acompañen a casa? Comprendí que en aquel ambiente cada uno era responsable de los demás, todos se ocupaban de todos. Todos eran familia de todos.

 

Se nos pintaba como los malos, los violentos y sin embargo, el Fronte della Gioventú era acogedor. No había ninguna forma de exclusión para nadie y, las personas que en otro contexto no habrían tenido la mínima posibilidad real de socializar, en aquel ambiente podían también encontrarse como en casa. Por esto, desde siempre, en cada sección que se digne, había también un loco. O quizás, para ser sinceros, todos teníamos alguna rareza. Hace poco, pensando en ello, me he dado cuenta de que muchos de aquellos que abrazábamos la militancia política llegaban de situaciones familiares particulares: muchos tenían padres separados o quizás vivían en un contexto problemático. Los chicos más comprometidos desde el punto de vista político buscaban referentes, una dimensión  propia, querían pertenecer a algo.

 

También  a aquellos que frecuentan un centro social o se adhieren a un movimiento anarquista o comunista les mueve (entre otras cosas) un deseo de comunidad. El problema es que la palabra comunidad es ambigua.  Existe una comunidad de pertenencia, como a la que se adhiere Giorgia, en la que encuentra su identidad, el origen del que provenimos: el ser. Y hay una comunidad deseosa, o nómada, en la que lo que cuenta no es dónde venimos sino a dónde nos dirigimos, o dónde nos gustaría ir. En esta comunidad lo que cuenta no es lo que somos sino en lo que nos convertimos.

 

La palabra clave es aquí identidad. Pero, lo que significa esa palabra nadie lo sabe.  Es verdad que no lo sabe Meloni y no lo sé tampoco yo, por la simple razón de que esa palabra no significa nada: es solo un calco, el revés de la diferencia. Es, si se me permite, la diferencia mal entendida, la diferencia fijada, la diferencia enferma de miedo y de agresividad.

 

La diferencia se transforma en identidad cuando se hace agresiva, cuando pretende establecer sus fronteras y su intangibilidad, cuando se protege contra la contaminación, cuando agrede a un enemigo porque la guerra es solo el modo de soldar en el tiempo la identidad y para expandir su espacio.

 

En la diferencia no hay competición sino coevolución. Para convertirse en identidad, la diferencia debe competir, y vencer.

 

Tengo miedo, a menudo me siento inadecuada, tengo miedo que los demás non me consideren a la altura. Pero este miedo es mi fuerza, porque es la razón por la que no he dejado nunca de estudiar y de aprender, es la razón por la que siento que siempre debo demostrar cien, aunque en un tema parta de cero. Es la razón por la que soy tan minuciosa, tan terca, tan dispuesta al sacrificio. Que esté siempre compitiendo con los hombres y no con las mujeres, que haya buscado la aprobación y la amistad, la estima de mis compañeros de militancia y hoy de  partido, de todos los hombres que respeto, es fruto de esa herida.

 

Si hoy soy así es también gracias a mi padre, en lo bueno y en lo malo.

 

Cuando murió, hace algunos años, el hecho me dejó indiferente. Lo escribo con dolor. Comprendí entonces cómo era de profundo el agujero negro en el que había enterrado el dolor de no haber sido amada lo suficiente.

 

Ya no somos capaces de amar lo suficiente porque tenemos demasiadas cosas que hacer, demasiados estímulos excitantes que nos arrastran de una parte a otra. La soledad que deriva provoca depresión y el modo de escapar de la depresión es la agresión. Esto lo sabemos ya ¿no es verdad? El fascismo del siglo XX fue un ritual de masa, macabro y violento, con el fin de disipar la depresión de los italianos humillados por la victoria mutilada de Versalles, y de los alemanes arrojados a un abismo de miseria y resentimiento.

 

Esta es siempre la raíz más profunda de la violencia fascista: exteriorizar la depresión que aprieta dentro, que se acerca al alma, que te arrastra en una madriguera oscura. Volcar esa depresión agrediendo un enemigo; construirlo y después masacrarlo. El linchamiento, el asalto, la tortura, la violación, estas formas expresivas del fascismo de siempre son rituales para exorcizar la depresión. Funcionan, por desgracia, al menos un poco. Luego acaba trágicamente, como ya sabemos. Pero para esto tenemos que esperar un poco.

 

Ahora tenemos que esperar a que el partido de Giorgia Meloni atraiga el descontento, la desesperación, la depresión, la rabia de una generación que ha crecido en el ruido blanco de la aceleración, que ha sufrido más que nadie las consecuencias de la pandemia, y que saldrá todavía más precaria del gran Renacimiento financiero gestionado por el piloto automático de Draghi, visto que los amos de la economía están ya usando la crisis sanitaria como ocasión para despedir a quien tiene un trabajo fijo  y sustituirlos por esclavos dotados de móvil a tiempo determinadísimo.

 

La única que ha tenido el valor de decir que no al piloto automático  ha sido Giorgia. Es completamente previsible que esta elección se vea premiada por los electores. Además, el mensaje de Giorgia es más bien convincente, si se compara con el mensaje proveniente de cualquier otro que se presente a las próximas elecciones. Porque Giorgia es una mujer, una madre sola, una persona con  sufrimiento psíquico y ,sobre todo, porque encarna su condición femenina con una dignidad y un orgullo de la que otras mujeres de la política carecen completamente.

 

Hijas

 

He sido elegida. En la izquierda hablan mucho de la igualdad de las mujeres pero en el fondo piensan que la presencia femenina debe ser en cualquier caso una concesión masculina. Lo ha explicado Matteo Renzi  diciendo,cuando ha abandonado su nuevo partido,que habría sido el partido  más feminista de la historia italiana porque él había elegido poner  a la cabeza a Teresa Bellanova y como presidenta de la Cámara a Elena Boschi. Aquí las cosas no funcionan así. Seas mujer u hombre, donde estás debes llegar por capacidad y no por cupo. Y si las mujeres llegan, cuando llegan, no es por concesión de un hombre.

 

Giorgia es una mujer, pero le gusta competir con los hombres como si fuera un hombre. Y gana.

 

Quizás es como reacción a este complejo de inferioridad, que lleva a muchas mujeres  a competir entre ellas, que yo me divierto más,  compitiendo con los hombres.

 

Feminismo y competición: un oxímoron que funciona. ¿Qué mensaje puede ser más convincente para el electorado femenino, desde el momento que la ideología dominante ha puesto la competición en el centro y la hipócrita adulación de las mujeres es uno de los motivos recurrentes de la publicidad comercial y de la propaganda liberal?

Giorgia es una mujer que, única en la historia italiana, ha fundado un partido, y ese partido se llama “FRATELLI  d’Italia”. En vez de lloriquear por la cuota rosa, ha tomado el mando de la nave que se iba a pique y ahora parece que navega viento en popa.

 

El bagaje psicocultural de la  extensa crisis psicótica  es la disgregación de la figura paterna, y el sentimiento de desorientación que provoca en las hijas ( y en los hijos, naturalmente). Pero son las hijas las que saben reaccionar a esta situación, gracias a la fuerza que les ha dado el feminismo. Solo las mujeres han salido de la tormenta psico patógena del neoliberalismo con un sentimiento de solidaridad, si no intacto, al menos reconocible.

 

Giorgia recoge esa herencia y la vuelve masculina, para vencer.

 

también en los retos imposibles competimos para vencer.

 

En la página 164-5, Giorgia Meloni reconstruye la historia política de la última década en términos que a mí me parecen irrefutables. Parte del 2011, cuando le parece que se ha perpetrado un golpe de Estado impuesto por el poder financiero europeo.

 

Prescindiendo del juicio que podamos hacer sobre el gobierno de Berlusconi ( que me parece una orgía de vulgaridad, privatización e incompetencia), no hay duda que la sucesión de eventos que llevan  a su dimisión ( desde el aumento del spread pilotado por las finanzas alemanas al dictado financiero del pacto fiscal europeo) violó completamente las reglas de la democracia: Napolitano, un hombre siempre al servicio del poder, fascista primero, estalinista luego y al final liberal, impuso la voluntad de las finanzas norte europeas amenazando con una catástrofe económica.

 

También la desastrosa experiencia libia que llevó a la bárbara eliminación  del Gadafi aliado de Berlusconi se debió a  la imposición francesa y americana. Después vino el gobierno Monti, saludado como salvador de la patria, e impuso el pacto fiscal, la brutal ley Fornero y una línea de austeridad que nos ha llevado, entre otras cosas, a la debacle sanitaria del 2020.

 

Pero la experiencia Monti no bastó y al inicio del segundo año de pandemia la política italiana ha parido el segundo gobierno financista pilotado por el autómata Draghi. Pero si, como es más que probable, el autómata se verá arrastrado por el caos ( caos viral, caos social, caos geopolítico) entonces, podéis apostar: Giorgia es la más preparada para pasar a hacer caja. ¿Quién si no?

 

¿Los patéticos incapaces chaqueteros grillinos, que habían prometido destrozos y se han cagado encima y hacen de felpudo al piloto automático?

 

¿Los dem, que son los principales responsables de la devastación liberal  y de la privatización de todo?

Ensanchemos la visual: los pueblos europeos se encontrarán pronto teniendo que rendir cuentas con la derrota de Occidente que se precipita tras Kabul. La ola migratoria crecerá a las puertas de Europa. Turquía y Grecia han sido las primeras en erigir  precipitadamente un muro para contener la marea, pero la marea cerca los muros y los abate.

 

Europa, centro de irradiación de la devastación colonialista, no tiene el valor de reconocer las responsabilidades del colonialismo en la miseria gigantesca del mundo que es la causa de la migración. No tiene el valor de reconocer la responsabilidad del capitalismo industrial, que es la causa principal de la contaminación y del cambio climático, causa última de la emigración. Ni la Unión Europea tendrá el valor de reconocer la responsabilidad de la ONU en la catástrofe afgana que provocará una nueva ola migratoria. Cerrar las puertas de la fortaleza, financiar un archipiélago de campos de concentración en los países limítrofes, ahogar a los que intentan navegar más allá del mar de Sicilia: Esto es Europa, estos son los europeos.

 

Es completamente natural que los movimientos neo racistas ganen espacio en todos los países europeos. Son ellos la mejor expresión de la violencia, de la arrogancia, de la irresponsabilidad de la raza depredadora.

 

Giorgia respecto a esto tiene las ideas claras:

 

Teníamos una idea clara de Europa que todavía defendemos y nos gustaría construir hoy: una unión de pueblos libres europeos, fundada en la identidad, un modelo muy diferente del de la actual Europa, una identidad indefinida en manos de oscuros burócratas que querrían prescindir de las diferentes identidades nacionales o incluso borrarlas. […] Europa era un gigante de la historia  y debía recuperar su lugar.

 

¿Qué significa que Europa es un gigante de la historia, a parte de la retórica? Quiere decir que  Europa ha puesto en movimiento el proceso de colonización que desde hace cinco siglos devasta, depreda, humilla, destruye.

 

En una artículo titulado “Toward a new global realignment”, publicado en 2016 en The National Interest,Brzezinski escribía:

 

Tendremos que estar especialmente atentos a las masas del mundo no occidental. Memorias reprimidas durante mucho tiempo alimentan un despertar revitalizado por los extremismos islámicos. Pero lo que pasa en el mundo islámico  podría ser el inicio de un fenómeno mucho más vasto en África, Asia y también en los pueblos precoloniales del hemisferio occidental. Masacres periódicas a sus antepasados por los colonizadores de Europa occidental han provocado en los últimos años dos o tres siglos de exterminio de los pueblos colonizados a una escala semejante a los crímenes nazis de la segunda guerra mundial, provocando millones de víctimas.

 

Justamente  Meloni afirma que la demonización del nazifascismo como excepción en la historia

bien educada de la modernidad se funda en una mentira y en una ilusión.

 

En el relato en boga en la posguerra es como si  de pronto el racismo se hubiera abatido sobre la sociedad con la camisas pardas hitlerianas… luego derrotadas por los buenos que hicieron la guerra contra los malos para combatir racismo y totalitarismo.   Es como si el racismo no hubiera existido antes ni en otros lugares […] como si la cultura occidental, no queriendo ser racista, hubiera intentado no haberlo sido jamás, cargando solo sobre la experiencia nazi el peso de esta tremenda herencia.

 

Hermanos

 

La violencia no es exclusiva de los fascistas, pero es la norma en el colonialismo, es decir, la norma del capitalismo en su proyección mundial.

 

El colonialismo, sin embargo, es el punto ciego del discurso de Giorgia. Europa no es un gigante de la historia sino el punto de irradiación de la violencia y de la explotación colonial. Pensar que los innumerables crímenes de este gigante del mal puedan olvidarse o perdonarse es una ilusión peligrosa.

 

 

Los europeos en su  inmensa mayoría se limitan a no querer saberlo. Pero todos los demás lo saben, y ahora rinden cuentas. Y la primera cuenta a pagar es una ola migratoria gigantesca e incontenible. La derrota afgana señala el inicio de la caída de Occidente pero, por desgracia, esta caída no será pacífica.

 

Los europeos se están preparando para el choque erigiendo muros, ahogando a la gente que querría alcanzar las costas sicilianas, creando campos de  concentración alrededor del Mediterráneo, financiando verdugos libios, turcos y pronto afganos o pakistaníes para que detengan, torturen y esclavicen a quien intente alcanzar Europa.

 

En un texto reciente, Achille Mbembe escribe:

 

En nuestro tiempo está claro que el ultra nacionalismo y las ideologías de supremacía racial están viviendo un resurgimiento global. Esta renovación viene acompañada del ascenso de una extrema derecha dura, xenófoba y abiertamente racista que está en el poder en muchas instituciones democráticas occidentales […]. La idea de una semejanza humana esencial ha sido sustituida por la noción de diferencia, tomada como anatema, prohibición […]. Conceptos como el humano, la raza humana, el género humano o la humanidad no significan nada, aunque las pandemias contemporáneas y las consecuencias de la combustión en curso del planeta continúan dándoles peso y significado.

 

La fuerza del nacionalismo hoy está en la desesperación de los pueblos europeos envejecidos, estériles y deprimidos. Giorgia está destinada a vencer porque organiza la desesperación de un pueblo que ya no tiene hijos.

 

El descenso de la natalidad es el problema más grande que se encuentra Occidente y debe afrontarlo. El descenso de la natalidad pone en un atolladero no solo nuestra estabilidad social, sino también la económica. Para mantener nuestro sistema del estado de bienestar necesita relevo. Nuestras comunidades continúan envejeciendo, tendremos que mantener cada vez más personas y cada vez menos personas que trabajen para mantenerlas. Volver a tener hijos es indispensable.

 

No sé si es indispensable pero sé que es imposible. No solo porque la fertilidad occidental ha caído y sigue cayendo, quizás por efecto de los microplásticos (mira al respecto el libro de Shanna H. Swan Count Down). Sino también porque las mujeres no quieren tener hijos para entregarlos al fuego que devora al mundo, aunque los gobiernos prometan dinero para quien ofrece su vientre a la patria.  Las mujeres europeas, y también las mujeres chinas, no parecen muy sensibles al reclamo de la patria.

 

La demografía es implacable e ingobernable, y la raza blanca está predestinada a la extinción, aunque Giorgia Meloni no quiera saberlo.

 

[…] la sociedad necesita hijos. El pueblo italiano está desapareciendo.  […] no comparto la idea que sostiene la izquierda de que se puede prescindir de los italianos reemplazándolos por quien  ha llegado hace poco de otra parte del mundo..

 

No es fácil comprender por qué Giorgia no comparte esta idea que me parece la única razonable. El problema es que, contrariamente a lo que ella dice, ni siquiera la izquierda tiene el valor de decir claramente, que solo el flujo de masas de africanos y asiáticos podría revitalizar las sociedades europeas que están, en diversa medida, moribundas. Ni la izquierda tiene le valor de legislar  en consecuencia, como hemos visto con el incalificable comportamiento de los últimos gobiernos de centro izquierda ( en el sentido que no habrá nunca más, si dios quiere) sobre la cuestión de la ciudadanía de los italianos que tienen la piel de color oscuro.

 

Entonces  yo prefiero hablar con Giorgia, más que con individuos como Renzo Minniti y Serracchini. A estos despreciables racistas por cobardía prefiero la racista por tozudez.

 

Por qué, querida Giorgia, no aceptar la idea de que el declive de Occidente es irreversible, y que Europa podría sobrevivir solo si renunciara a la primacía y devolviera lo que ha quitado?

 

Quizás porque, como dices en tu libro:

 

El Capricornio que hay en mí necesita que las cosas sean toas en su sitio, siempre he pensado que es mejor dar forma al espacio que obligar a mi mente a sufrir el desorden.

 

Extraordinaria confesión, querida Giorgia. Confesión más esclarecedora, creo, que todo lo que tus editores han llegado a comprender. Les tengo mucho respeto a los capricornios, ya que lo eran Mao Tze-tung y Jesús. Pero incluso si te encontraras en tal compañía no lograrías comprender que, quien prefiere dar forma al espacio antes que acoger el desorden porque genera nuevas formas, está destinado a provocar enormes violencias, y al final a ser engullido, porque el caos no se derrota con la guerra, sino que de la guerra se alimenta.

 

Y llegamos finalmente a la cuestión final, que tiene que ver con el propio orden y el caos, la identidad y la diferencia indefinible, el ser y el devenir.

 

De Italia

 

Querida Giorgia, yo creo sinceramente que vencerás las próximas elecciones en Italia, y que en el fondo te lo mereces, ya que tus adversarios son indecentes o carentes de toda dignidad. Mientras que a tí no se te puede negar el orgullo y la coherencia.

 

Vencerás, pero no gobernarás por mucho tiempo. Porque los movimientos neo reccionarios agreden el caos multiplicándolo.

 

Vencerás, y será el inicio de la precipitación final en la violencia, en el  desorden, en la miseria. Es inevitable, porque crees que lo importante es defender lo que somos, mientras ( perdona si te lo digo un poco sintéticamente) lo importante es aceptar en lo que nos convertimos.

 

La palabra soy se repite en tu libro como un mantra obsesivo.

 

Como italianos nos reconocemos íntimamente y desde siempre como europeos y occidentales. Porque el reconocimiento de formar parte de un mito común que ahonda en las raíces clásicas y cristianas abraza a los pueblos de Europa, pero su esfera de influencia se extiende más allá del viejo continente.

 

Para mí decir “soy” significa pertenecer al mismo tiempo a todo esto; y reconocer todas aquellos círculos no quiere decir  subordinarse uno a otro sino descubrir su intrínseca sinfonía. Y el crescendo, inexorable cabalgata.

 

Sono Giorgia Meloni es el título de este libro.

 

Pero no es verdad, querida, tú no “eres” Giorgia Meloni. Tú “te llamas” Giorgia Meloni, como yo me llamo Franco Berardi, y esto no dice mucho sobre mi ser o sobre mi destino. Y sobre todo no dice nada sobre mis elecciones, sobre mi porvenir o sobre mi muerte.

 

 

“Soy cristiana”, afirmas con el orgullo de los cruzados que generalmente, sin embargo, acababan derrotados,  burlados y rechazados. ¿ Y qué crees que has dicho? ¿Que eres cristiana? Afirmas que no entiendes a Francisco  aunque, disciplinada, te abstienes de maltratar al Papa. Necesariamente no lo puedes entender, porque Francisco( que yo ateo no pretendo entender en modo exhaustivo) ha dicho que no es tarea de los cristianos convertir, obligar a los otros a la verdad. La tarea de los cristianos es cuidar, abrazar, compartir con quien sufre la búsqueda perenne de una verdad que no existe. Esta búsqueda es lo que los cristianos llaman verdad.

 

“Soy italiana”. Afirmas en tono patético, cantando el himno del pobre veinteañero Mameli a quien se le debería ahorrar el ridículo  del que lo cubres.

 

Pero no es verdad, querida Giorgia, déjame decírtelo. Eres romana, eso sí, y por eso arrogante y quizás simpática ( pero rara vez). ¿Qué quiere decir que eres italiana, me lo explicas? Porque en tu libro no me lo has explicado.

 

Has dicho muchas veces tonterías sobre el valor y sobre la bandera pero no has dicho nada sobre Caporetto, sobre la colonización violenta del Sur y su expolio, nada sobre Bronte. No has dicho nadas sobre el 10 de junio de 1940, cuando Mussolini decidió entrar en guerra al lado del aliado nazi para derrotar a Francia que ya estaba ocupada por los alemanes. No has dicho nada de Grecia a la que había que hacer pedazos y que sin embargo nos hizo pedazos. No has dicho nada sobre las armas químicas en la guerra de Etiopía. Nada sobre el 8 de diciembre. Nada sobre las bombas en el Banco Agrícola de Milán el 12 de diciembre de 1969. Nada sobre los campos de tomates en los que ellos africanos mueren de calor después de trabajar 12 horas al sol para los cerdos que te votan.

 

Esto es Italia.

 

Luego está la Italia de Valle Giulia y del otoño obrero de 1969, la Italia de Emilio Lussu y de Sandro Pertini, de los muertos de Reggio Emilia y de los trenes de Reggio Calabria, la Italia de Vittorio Strada y la Italia de Carola Rackete, que es alemana pero es también italiana.

 

Yo no digo que esta segunda “es” Italia, porque Italia no es nada, es un millón de cosas diferentes pero sobre todo deviene en el tiempo.

 

Esto quiere decir que la palabra Italia no significa nada. Los que  la usan tan a menudo y de forma tan retórica, como tú haces generalmente, mandan a la gente a que los masacren.  La alianza con los imperios centrales para

 

“Con las mujeres sobre lechos de lana, vendedores de nuestra carne humana, esta guerra nos enseña a odiar” como cantaban los que la Italia che a ti te gusta mandó a morir en el maldito frente porque los generales habían traicionado para ponerse del lado de los probables vencedores, y  al final los vencedores anglo-franceses los trataron come merecían : como traidores de mierda.

 

Aquí debería ser posible responder a las dos preguntas que había planteado al principio de esta triste  reseña.

 

¿Por qué no podemos llamar simplemente fascistas a los Fratelli d’Italia?

 

¿Por qué todo se precipitaría rápidamente y catastróficamente cuando manden en el  gobierno?

 

No podemos llamarlos fascistas porque el fascismo del siglo XX fue una expresión de un pueblo joven y entusiasta que creía que podía conquistar el mundo, o por lo menos África. Lo de hoy es una expresión de un pueblo sesentón y deprimido, que teme ser invadido por las víctimas del colonialismo de ayer y de hoy.

 

Y las cosas se precipitarán catastróficamente porque el piloto automático de Draghi está drenando los pocos recursos que han quedado tras veinte años de neoliberalismo y austeridad, para entregárselos  a la Confindustria y al sistema financiero. Cuando haya arruinado Italia como ya ha arruinado Grecia os dejará el puesto a vosotros y entonces la retórica patriótica no servirá de mucho. Porque, como decís vosotros en Roma, las charlas, querida Giorgia, están en punto muerto.

                                                                                             

                                                                                              24 de agosto 2021

 

 

 

                                                                           

(Traducción de Lola G. Granados)

Economías de guerra y conflictos post-pandémicos // Alberto De Nicola y Biagio Quattrocchi

La alusión martillante a la guerra utilizada para describir los efectos de la emergencia sanitaria, parace señalar una mutación al interior del debate económico maisntream. Dentro de este interregno, las luchas en curso y las por venir podrían jugar un rol decisivo.

4 abril 2020                            

 

En la plenitud de la emergencia Covid, nada parece ser más pervasivo que la alusión a la guerra. La retórica bélica junta economistas y líderes políticos de diferentes orientaciones: es difícil encontrar a alguno que no la haya evocado al menos implícitamente, primero para presentar las medidas de distanciamiento social y sucesivamente para preparar a las poblaciones para las amargas consecuencias de la recesión económica que éstas ya están implicando. Para medir la vastedad y la profundidad de la situación de emergencia presente y futura, es indudable que las dos Guerras Mundiales constituyen los dos únicos “hechos totales” a los que es posible echar mano en el reservorio de la memoria colectiva. Se necesitará considerar con atención las implicaciones de esta alusión continua y martillante a la guerra de parte de quienes mueven las levas del poder económico y político: a primera vista, la impresión es que se orienta a modelar las expectativas sociales hacia un horizonte signado por la enorme compresión de los niveles de vida, por la disipación de los recursos y la militarización de los espacios sociales. Además, la metáfora bélica –ante todo referida a un “enemigo invisible”- lleva a representar el cuerpo social como algo homogéneo e indiferente a sus divisiones internas.

 

Pero hay algo más. La movilización del imaginario de la guerra parece querer romper con aquel sentido de familiaridad al que nos había acostumbrado, por más de diez años, la palabra “crisis”, y esto porque la que vivimos ahora no continúa simplemente  aquella precedente, si no que se inserta sobre ella, radicalizándola y haciéndola mutar de naturaleza. La crisis como forma de regulación permanente de la sociedad que difiere al infinito el momento de su resolución, deja ahora el campo al imaginario de la catástrofe: el revelarse de una percepción colectiva ligada a la amenaza de la supervivencia de la comunidad, no la temporal interrupción en la continuidad de un sistema, sino su misma reproducibilidad y sostenibilidad global. No debemos olvidar que éste deslizamiento estaba en acto antes de esta emergencia pandémica.

 

De ello eran testimonio los movimientos feministas, aquellos por la justicia climática y las recientes sublevaciones globales que, de Francia a Chile, habían mostrado cuanto la cronificación de la crisis del capitalismo neoliberal terminaba por amenazar las condiciones mismas de la reproducción de la vida. También lo testimoniaba el debate entre aquellos economistas que se interrogaban sobre la necesidad de recurrir a medidas no convencionales para salir del “estancamiento secular”. Ahora, con la pandemia, se agota aquel arsenal de retóricas y respuestas institucionales que habíamos conocido con la crisis precedente: en este caso, la típica descarga de los desequilibrios sistémicos hacia el endeudamiento y la responsabilidad individual, así como la culpabilización de la sociedad por las fallas del mercado parece –al menos temporalmente- imposible de proponer. La dificultad con la que tropiezan estos días los neoliberales para reponer condicionalidades workfarísticas al apoyo de los ingresos de los pobres, y contrapartidas austeritarias para las ayudas económicas a los Estados puestos en dificultad por la emergencia sanitaria, son una demostración del impasse actual. El recurso a la retórica bélica y a la economía de guerra es luego y también el indicador de una mutación ocurrida en el paradigma de la crisis como arte de gobierno.

 

El interregno de la “ciencia triste”: ¿hacia un nuevo consensus?

 

Si se restringe el campo a los economistas mainstream es fácil individualizar una doble utilización de la alusión al evento bélico. Mientras de un lado la guerra constituye un válido ejemplo de lógica económica para un shock no cíclico o simétrico, que se distiende completamente sobre los componentes de la demanda y de la oferta agregada, del otro, el evento imprevisto, en la admisión misma de Mario Draghi, justificaría “un cambio de mentalidad” al interior del pensamiento económico dominante, aludiendo a la necesidad de una política económica a la altura de los “problemas de la reconstrucción”.

 

El fuerte retorno de la política fiscal a la caja de herramientas de los economistas ortodoxos es ya un dato de hecho, después que en el período de la Gran Moderación (desde la segunda mitad de los años Ochenta hasta la debacle de 2007), el gasto público y la tasación habían sido consideradas inútiles y dañinas. Solo para dar pocos pero significativos ejemplos: Edmund Phelps, economista norteamericano premio Nobel 2006, referente de los new keynesianst, apunó recientemente la oportunidad no sólo de un aumento del gasto público, si no de las intervenciones estatales a gran escala “en cómo nuestras economías producen y distribuyen bienes y servicios”, evidenciando la necesidad de una desplazamiento en las funciones del Estado. Kenneth Rogoff, uno de los principales economistas del FMI entre el 2001 y el 2003, afirma que los países implicados deberían comprometerse en ingentes gastos públicos en déficit fiscal para sostener sus economías. Mario Draghi, ex banquero central del BCE, en un denso artículo en el Financial Times, escribió que en tal coyuntura el rol del Estado es “distribuir su propio presupuesto para proteger a los ciudadanos y la economía de los shocks de los cuales el sector privado no es responsable y que no puede absorver”. Agregando que la política monetaria expansiva de los bancos centrales debe coordinarse con el gasto público de los gobiernos, con el objetivo de salvar a las empresas de las caídas y contener los niveles de ocupación, desempeñar un rol de garantía de los préstamos bancarios a las empresas, además de promover inversiones específicas. Actividades que inevitablemente implicarán un aumento de los niveles de endeudamiento público, compensados por la reducción de los privados. Advirtiendo además que, en ausencia de tales políticas, se asistiría a “una destrucción permanente de la capacidad productiva y por tanto de la base fiscal”, comprendida la transmisión de nuevas inestabilidades en la economía financiera.

 

 

Se trata del discurso de economistas neoliberales pertenecientes a diversas tradiciones de la teoría económica, que parecen señalarnos que estamos en medio de un corrimiento al interior de la economics. Una suerte de “interregno” del pensamiento económico burgués, una redefinición todavía inestable, que parece aludir sin embargo a una inédita hegemonía. Un deslizamiento que adviene, obviamente, no abstractamente en el cielo de las ideas, si no sobre el fondo del enfrentamiento geopolítico y geoeconómico entre los EEUU, China y Europa; e internamente  a Europa misma, entre los ordoliberales alemanes (y sus países satélites) y los países del Sur europeo, sobre el terreno de los coronabonds y de la mutualización de los riesgos entre los Estados.

 

En un conocido artículo de 1972 –intitulado The Second Crisis of Economic Theory- Joan Robinson traza un esquema de los ciclos hegemónicos de la teoría económica en relación a las crisis cíclicas del capitalismo. Al lado de las importantes cuestiones teóricas observadas por la economista inglesa en el ensayo, la primera crisis emergería en los años 30 con la debacle del laissez-faire, favoreciendo el consensus keynesiano. La segunda crisis, por su parte, se manifiesta plenamente en los años 70, con la afirmación del laboratorio neoliberal. La alusión a Robinson nos resulta útil para decir, junto a otros economistas heterodoxos que han avanzado tales tesis, que estamos probablemente al medio de la tercera crisis de la teoría económica.

 

Se podría objetar, no sin razón, que ya antes del Covid-19, a seguido de la crisis financiera global, hubiera algunas señales. Desde las reflexiones de Larry Summers sobre el estancamiento secular a las reconsideraciones de Olivier Blanchard, economista jefe del FMI, que empujaban hace tiempo por la recuperación del rol del gasto público. Sin descuidar tampoco el consenso generado en torno a un genérico Green New Deal, sostenido por diversos neo-keynesianos, también como resultado de las presiones de los movimientos ecologistas globales. El punto, sin embargo, es que sólo ahora, en el post-Covid, el énfasis no está puesto exclusivamente sobre el rol del gasto fiscal expansivo, si no todavía más a fondo sobre las nuevas funciones que el Estado debería asumir para apurar un inédito “motor del crecimiento”,  después de la crisis del “keynesianismo privatizado” de los años 90 y 2000.

 

Si estamos o no fuera de la racionalidad reclamada al pragmático “intervencionismo” del Estado neoliberal, llamado continuamente a reconstruir el funcionamiento real del mercado, todavía es temprano para decirlo. Lo que es cierto es que cada potencial pasaje hegemónico en la ciencia económica no llega en el vacío. Ya Mario Tronti, en Obreros y Capital, aclaraba que detrás del keynesianismo de la Progressive Era estuvieron primero las grandes luchas sindicales en los EEUU de los años 30, solo después las conceptualizaciones en la Cambridge inglesa. Así como la segunda crisis de la teoría económica fue el reflejo de la inversión de las relaciones de fuerza social sobre el final de los años 70 del siglo pasado. Cuando hablamos luego de la eventual tercera crisis hegemónica, pensamos en aquel campo de tensiones abierto por los ciclos de luchas globales de los últimos años, y en aquello que en potencia podría abrirse nuevamente en una fase en la cual el pensamiento mainstream y los gobiernos empiezan a discutir sobre cual “reconstrucción” posible.

 

Economia de guerra, reconstrucción y reconversión.

 

En estos días, el empleo del imaginario de la guerra lleva consigo la reiterada alusión a la reconstrucción, cuando las sociedades pongan las bases de una nueva economía sobre los escombros producidos por el conflicto. En el libro “El gran nivelador”, aparecido recientemente y citado con frecuencia en estas jornadas, el historiador Walter Scheidel muestra cómo el período de las dos guerras mundiales en el siglo pasado representó uno de los más potentes fenómenos de nivelación de las desigualdades de la historia humana. A este extraordinario resultado las dos guerras mundiales contribuyeron en todo caso de modo diferente. Todos los estados beligerantes debieron realizar un enorme esfuerzo para financiar los gastos de la guerra: en buena parte, este proceso fue sostenido por la requisición por parte del Estado de importantes cuotas del PIB y “tomando prestado dinero, imprimiendo billetes y cobrando impuestos”.

 

En la Primera Guerra Mundial, sin embargo, los países en conflicto respondieron a esta común exigencia balanceando de modo diverso estos instrumentos: mientras los EEUU y el Reino Unido apuntaron mayormente a la fiscalidad, acentuando la progresividad de los impuestos – dando entonces vida con la capacidad de tasación sobre los ingresos más altos, a una forma de “conscripción de la riqueza” útil para contrapesar, en el terreno del consenso social, la masacre de las masas populares en las trincheras-, Alemania y Rusia prefirieron en mayor medida tomar en préstamo el dinero o imprimirlo ex novo. En particular en Alemania, el escaso recurso a la leva fiscal, para defender la renta de las élites industriales, no produjo efectos relevantes de nivelación de las desigualdades, antes bien, aumentó el ingreso de los perceptores de rentas más elevadas. Como es notorio, a esta política de expansión monetaria y de protección de los ingresos del capital le siguió la hiperinflación de los años sucesivos, los motines revolucionarios y la sucesiva reacción nazi.

 

 

En todo caso, la Primera Guerra no modificó radicalmente la estructura de las desigualdades sociales. Será con el fin de la Segunda Guerra que se alcance este efecto: la ingente destrucción de capital producida por la guerra unida a la permanencia en el período de los impuestos fuertemente progresivos utilizados para financiar el esfuerzo militar, fueron las condiciones que permitieron una extraordinaria nivelación de los ingresos. Sin embargo, el pasaje de una mera política de “requisición” a una efectiva política de “redistribución” llega solo en virtud de transformaciones mucho más radicales. A partir de los años 30, de hecho, en  muchos países occidentales se pusieron las bases para la “sociedad salarial”, esto es, aquel sistema de estatutos sociales y canales de transmisión de la riqueza centrados en la figura del salariado, que los estados adoptaron para contrastar el creciente poder del movimiento obrero organizado y para conjurar la extensión de la revolución comunista. Luego, cuando concluye el conflicto mundial, el enorme potenciamiento fiscal del Estado y la adopción de nuevos dispositivos de tasación sobre la riqueza, originariamente creados para la economía de guerra, fueron reconvertidos en la creación del Welfare State post-bélico.

 

La historia de las economías de guerra y de la reconstrucción post-bélica nos señala que el nuevo protagonismo del Estado en la dinámica económica no define de por sí ninguna transformación, ni necesariamente da vida a salidas democráticas o redistributivas. Para que esto sea posible, es necesaria una red de contrapoderes capaces de guiar algo más que una reconstrucción: una reconversión.

 

Un ejemplo patente es proporcionado por el problema del refinanciamiento de las instituciones del Welfare a las cuales se les reclama tanto. Los últimos cuarenta años han estado signados por fuertes recortes al gasto, incluida la sanidad. Más en profundidad, hubo una readecuación funcional del gasto público a favor de nuevas normas sociales de productividad en las instituciones de la “reproducción social”: el intervencionismo del Estado neoliberal ha vuelto al Welfare funcional a la lógica de la competencia económica, precarizando a los trabajadores y trabajadoras, recurriendo a procesos de externalización y privatización, recortando los costos para maximizar la ganancia de las divisiones operativas singulares, adoptando las lógicas administrativas y sistemas de control de la fuerza de trabajo típicas del sector privado, atendiendo plenamente las indicaciones de la ideología del New Public Management.  

 

Como siempre ha sido, los presupuestos de los Estados son un terreno de enfrentamiento de las clases sociales y entre las subjetividades colocadas diferenciadamente en el proceso productivo social. La insistencia en el rol del gasto en déficit propuesto por los economistas ortodoxos, no es otra cosa que el preanuncio de una nueva Progressive Era que está develándose. La disputa que se inicia en torno al tema de la reposición del gasto público, abre inmediatamente lo relativo a su dirección y función, definiendo ya una línea de separación entre quienes, como los economistas mainstream, piden en primer lugar salvataje de las empresas y welfare residual, y las luchas, que empiezan instalar muy otras necesidades.

 

 

Horizontes post-pandémicos

 

Los conflictos futuros están siendo ya preparados por aquellos en curso. Mientras los líderes políticos, uno tras otro, lanzaban sus apelaciones a la “unidad” en la guerra contra el enemigo invisible, nuevas líneas de fractura si iban formando. La presión de la opinión pública organizada en redes ha compelido a los gobiernos – incluso a aquellos inicialmente más recalcitrantes al lockdown-, a adoptar drásticas medidas de protección de la sociedad, confirmando de alguna manera la posición de aquella parte de los trabajadores que estaban luchando por la extensión del bloqueo completo de la actividad productiva, en defensa de la salud común. Por su parte, la difusión en más países de las campañas por la extensión universalista de las medidas de sostén a los ingresos está evidenciando la iniquidad de los sistemas de protección social. La protesta creciente del personal sanitario muestra como detrás de la retórica de “nuestros soldados al frente”, están las desastrosas condiciones de una fuerza de trabajo precarizada y de un sistema sanitario debilitado por las políticas de racionalización.

 

Pero sobre todo, la emergencia Covid muestra finalmente a plena luz cuanto el funcionamiento de la economía y la operatividad de la valorización capitalista depende estrechamente del trabajo reproductivo y de las instituciones colectivas que lo garantizan. Este “arcano”, develado ya por los movimientos feministas y ecologistas de los últimos años, muestra cómo el declamado “retorno al Estado” es en realidad una mistificación del nuevo protagonismo político de la reproducción social. Es en esta encrucijada que las actuales presiones en defensa de lo público muestran su inconciliable tensión con las políticas del Estado, aquel mismo Estado que ha reducido lo público a una función residual y a un territorio a ser colonizado por el mercado.

 

El campo abierto por las políticas de reconstrucción pone luego, a un tiempo, un doble desafío. El primero es el de una resocialización igualitaria de la riqueza: las medidas puestas en juego por los gobiernos nacionales muestran con evidencia cierta la existencia de agujeros estructurales en los sistemas de protección social. La creciente convergencia hacia reivindicaciones universalistas del ingreso es la más clara demostración de la inadecuación de los instrumentos a disposición de los Estados para proteger los niveles de vida de toda la población, y la medida del progresivo desmantelamiento de los canales de distribución de la riqueza típicos de las sociedades salariales.

 

En segundo lugar, el momentáneo aumento del gasto público no dice todavía nada de su dirección y función. La movilización en defensa de las instituciones colectivas del Welfare y por su refinanciamiento, plantea inmediatamente la cuestión de repensar la articulación jerárquica entre lo público/ lo común, el mercado y el Estado, como marca de la nueva centralidad asumida por la reproducción social. Si el aumento del gasto público no es garantía de la redistribución del ingreso, mucho menos lo es de una redistribución del poder hacia el abajo. Por esta razón, las movilizaciones que estamos observando parecen indicarnos, una vez más, la necesidad de retomar la reflexión sobre contrapoderes capaces, por un lado, de orientar las decisiones en el campo de la “reproducción social” de parte de los Estados y de la rutilante Comisión Europea (en el caso de Europa), y del otro de experimentar abajo fórmulas nuevas de mutualismo, de instituciones autónomas en el campo de los “cuidados” recíprocos, así como ya está sucediendo espontáneamente en diversas realidades italianas, en Europa o en América.

 

Ya hemos visto cuanto una situación de estancamiento secular,  en ausencia de políticas de resocialización de la riqueza, y el mantenimiento en el frente interno de las normas neoliberales, estuvieron en la base de aquella reciente torsión autoritaria que ha signado los sistemas políticos de muchas partes del mundo. Hoy, frente a un escenario que anuncia un deslizamiento del estancamiento a una más probable espiral  depresiva, y ante la ocasión proporcionada, por las actuales políticas de emergencia, de una centralización del poder por parte de los gobiernos, el horizonte de una nueva onda neo-autoritaria que resuelva los radicales desequilibrios mediante una militarización de la vida social y económica, arriesga presentarse como una amenaza mucho peor que aquella que hemos experimentado ya durante el ciclo reaccionario de esta última década.

 

Traducción: Diego Ortolani

Fuente: https://www.dinamopress.it/news/economie-guerra-conflitti-post-pandemici/

El virus y el terremoto bajo el pavimento de las finanzas // Biagio Quattrocchi y Paolo Scanga

 En un artículo previo a la irrupción del Covid-19, Quatrocchi reflexionaba sobre las tensiones ya al límite en Europa, y en general en Occidente, luego de más de 10 años de austeridad neoliberal incrementada desde la crisis subprime, y sobre la inminencia de un giro en la gestión de la political economy, reclamando un ciclo de luchas transnacionales que lo pudiera cualificar. Este artículo da cuenta del profundo impacto de la emergencia pandémica en ese escenario previo.

 El virus y el terremoto bajo el pavimento de las finanzas

 La difusión del virus y la activación de las medidas de enfrentamiento adoptadas por cada estado separadamente, producirán una crisis económica y financiera de vastas proporciones y de rasgos inéditos. Solo un programa de luchas transnacionales para el apoyo a los ingresos y un amplio plan de “socialización de las inversiones” a nivel europeo puede hacer la diferencia para una Europa post liberal.

18 marzo 2020

El 12 de marzo el índice Ftse de la bolsa de Milán cayó 16,92%: el peor resultado diario de su historia. Contemporáneamente, el Dow Jones concluyó las transacciones igualando el récord negativo de 1987, superándolo en términos de puntos absolutos. Desde el inicio de la difusión del virus, todos los otros índices bursátiles internacionales están consignando pérdidas enormes, sobre todo de los títulos bancarios y de transporte. A estos se añade otro dato sobre el cuál los analistas están focalizando la atención, este es el Chigago Board Options Exchange y sus transacciones, mejor conocido como índice Vix o “índice del temor”. El Vix mide la volatilidad implícita en las acciones del S&P 500, y ha registrado incrementos de vértigo, cercanos a los niveles registrados en tiempos de la quiebra de Lehman Brothers. Incluso si está focalizado sobre los EEUU y sobre las firmas más grandes, el índice está bajo vigilancia de todos los traders del mundo. Un aumento repentino del Vix es, por si solo, la indicación de la reapertura del baile en las bolsas.

¿Estamos de frente a una nueva crisis financiera? No se puede descontar aún. Pero aquello que nos interesa subrayar no son tanto los puntos de convergencia respecto a la crisis subprime u otras crisis financieras hasta aquí vividas, cuanto la radical diferencia. Es fácil también notar que no se trata de las primeras señales de inestabilidad post 2008, basta pensar en el ataque especulativo a los títulos de Estado entre 2010 y 2012, o el impacto negativo del referéndum del Brexit del 2016.

La novedad de frente a la cual nos encontramos es que, todo sumado, cuanto acontece en las bolsas no es el centro de la crisis. Después de cinco años de políticas monetarias fuertemente expansivas de parte de las principales bancas centrales, tasas de inflación de cerca de un punto porcentual a nivel mundial (exceptuando los países emergentes), un régimen de tasas de interés en muchos casos todavía caracterizado por valores negativos, podemos decir que nos encontrábamos ya –incluso antes de esta fase- en una situación particularmente inestable. Bajo las cenizas del Quantitative Easing se ocultaba la inquietud de los operadores financieros, que en posesión de ingentes cantidades de liquidez estaban incesantemente a la búsqueda de rendimientos mayores, operando en los países emergentes y adquiriendo títulos a más alto riesgo. No obstante ello la política monetaria había logrado, hasta este momento, suavizar o meter bajo el mantel estas tensiones.

Lo que es claro ahora, en cambio, es que las medidas monetarias expansivas adoptadas por las bancas centrales se revelan insuficientes para contener los actuales quebrantos bursátiles: son 38, de los cuales 29 desde febrero, los recortes del costo del dinero de parte de varios bancos centrales solamente en el 2020. Después de un período breve de alza de tasas,  el BCE no excluye que seguirá a los otros banqueros centrales. Pero a diferencia de antes, la “bazooka” monetaria se revela un arma ineficaz: los márgenes de maniobra para los recortes son extremadamente limitados. Basta pensar que el domingo 15 de marzo la Reserva Federal, temiendo una nueva semana de shocks ha anunciado un nuevo recorte de las tasas y el recomienzo del QE por 700 mil millones. El día después Dow Jones, Nasdaq y S&P 500 colapsaban por 12 puntos porcentuales.

Las especulaciones a la baja a las cuales asistimos en las diversas bolsas mundiales, no están desligadas obviamente de las tensiones de la economía real. Más bien aparecen como operaciones que intentan compensar las pérdidas esperadas sobre las ganancias, con la acumulación anticipada de plusvalías financieras.

De lo real a la finanza y retorno

Luego, a diferencia de la crisis global del 2008, la inestabilidad a la cual asistimos tiene origen en la economía real. Para no ser malentendidos es útil añadir que la inversión de las cadenas de transmisión, de la economía real a la finanza, no anuncia ningún nuevo predominio de lo “real”, y ni siquiera la señal que devuelve al capitalismo financiero a su antigua función de “capital ficticio”. En todo caso tales evidencias confirman que, en la actual configuración de la “economía monetaria de producción”, los shocks –de cualquier origen- están destinados a distenderse sobre el capital total.

La novedad relevante no reside siquiera en la magnitud del impacto que la pandemia tendrá sobre la economía, si no en su transversalidad y pervasividad. Al interior del debate mainstream, desde Richard Baldwin a Kenneth Rogoff, solo por citar algunos ejemplos, se ha difundido la convicción que la expansión del Covid-19 y la política de su contención de China y de los otros países, generarán costos tanto sobre la demanda agregada cuanto (sobretodo) sobre la oferta de bienes y servicios. Una realidad que nos vuelve a traer un problema incluso del terreno de la historia económica contemporánea, del cual podemos obtener eventuales enseñanzas.

Ni el crack del 1929 ni menos la crisis petrolera de 1973, ni siquiera las crisis más recientes constituyen ejemplos válidos. Se necesita quizás, con la necesaria prudencia, recurrir a la evocación de las guerras, a la 1ra y 2da Guerra Mundial, para encontrar situaciones en las cuales tensiones sobre la demanda son acompañadas de la destrucción de capacidad productiva del lado de la oferta.

Tiene razón Sandro Mezzadra en decir que una metáfora adecuada para describir la situación actual del capitalismo global es la de “obstrucción”, una instantánea que fotografía los problemas que se registran por el lado de la oferta de bienes y servicios. El bloqueo de la producción china entre enero y febrero, en la fase aguda de los primeros focos, ha abierto el baile atascando las cadenas logísticas de aprovisionamiento global de las empresas, con graves consecuencias sobre el comercio internacional y difusos bloqueos de la acumulación al interior de las cadenas globales de valor. Sólo la provincia de Hubei explica un cuarto de la producción mundial de los cables de fibra óptica, y está especializada en la fabricación de microchips avanzados, utilizados en diversos continentes en el ensamblaje de la telefonía y de otros ingenios.

El freno de la producción ha generado efectos en cascada en otras áreas del planeta como consecuencia de la extensión de las cadenas productivas, en la misma Asia oriental (Corea del Sur, Taiwán, Vietnam, Malasia, Singapur), hasta arribar a Europa (Alemania sobre todo) y los EEUU. Los datos UNCTAD añaden que las exportaciones de bienes intermedios utilizados por otros países como input han subido de ser el 24 % del total de las exportaciones chinas en 2003 al 32 %  en 2018. La propagación del virus a los otros continentes (Europa, EEUU, Rusia, etc.) obviamente ha empeorado enormemente la situación, extendiendo el fenómeno a otras cadenas del valor global más allá de las TIC, con el involucramiento de las automotoras, las textiles, hasta algunos compartimentos de los servicios (turismo, transporte aéreo, etc.), que en algunas economías tienen un peso a no desestimar.

La “constricción”, el “racionamiento”, la ruptura del “flujo tenso” en los intercambios –condición fundamental en la logística global y en el modo de producción actual-, arriesgan ser solo una parte del fenómeno. La cancelaciones de órdenes, el alargamiento indefinido de los tiempos de entrega, los problemas de liquidez que experimentarán progresivamente las empresas por la falta de realización en el mercado, no se puede descartar que se transformen en una verdadera y propia destrucción de capacidad productiva en algunos sectores, que es siempre también destrucción de fuerzas productivas.

El discurso relevante para nosotros es que cuando se asume la perspectiva de las cadenas de suministro, es porque en realidad se quiere hacer las cuentas con la “multiplicación del trabajo”, estos es con la explosión de formas diferenciadas de explotación a lo largo de las cadenas. Y es inevitable que las tensiones apenas descritas, comprendidas las iniciativas que algunos grupos industriales asumirán para reconstruir los nexos “trizados” de esta infraestructura capitalista, serán cargadas primero que todo sobre las componentes de fuerza de trabajo menos resguardadas y más débiles sindicalmente, con inevitables diferenciaciones también sobre el plano geográfico.

Si pasamos al lado de la demanda no se puede descuidar que la pandemia global se inserta en un cuadro altamente inestable, signado por el débil crecimiento norteamericano, por un sustancial estancamiento europeo con fuertes diferencias internas (por ejemplo entre Alemania e Italia), por la ralentización del crecimiento chino. A lo que se agrega las tensiones comerciales entre China y EEUU y la guerra de los aranceles, las tensiones entre los productores de petróleo (Irán-EEUU), así como el horizonte comprometedor de la catástrofe ecológica. Partiendo de los relevantes cambios imprimidos al capitalismo global por la última crisis, debemos recordar que hemos salido de esta larga fase sin que las élites económico-políticas hayan logrado sustituir eficazmente el precedente “motor del crecimiento”, representado sintéticamente por la expresión “keynesianismo privatizado”, con un sistema igual de estable (relativamente).

En estas horas signadas por el riesgo del contagio, los economistas mainstream se obstinan en ver solo una parte del problema, ciertamente de no descuidar. Los más honestos apuntan que las medidas de contención epidemiológica producirán un probable aumento de la desocupación y un ulterior crecimiento de las desigualdades. Fenómenos que terminarán por impactar sobre la demanda agregada a través de la contracción de los consumos, y se presentarán de manera “diferida” en tiempos más largos, bastante más allá de la cuarentena.

Lo que no ven estos señores, porque sus teorías no le permiten verlo, es que las tensiones sobre la demanda tienen una raíz todavía más profunda, que va más allá del problema del consumo de las familias. Olvidan que los problemas de la naturaleza, de la ecología a las pandemias, no son accidentes casuales. Antes bien son siempre manifestaciones de dramas preparados históricamente, en todo caso de modo inconsciente, pero siempre fruto de actividad humana y de las elecciones que conciernen directamente al contenido de las inversiones: qué, cómo y cuándo producir.

Son eventos que se presentan como la materialización de un imprevisto que descompagina los planes, y sin embargo, son realidades que descienden de elecciones políticas y económicas acumuladas en el pasado. Y es entonces sorprendente escuchar afirmar a insospechables economistas norteamericanos “la recesión es una necesidad de salud pública”. Para defender a la salud pública, la reproducción de la sociedad, para contener las muertes y la morbilidad, deviene para estas personas “objetivamente” inevitable asumir el riesgo de la caída de la demanda agregada norteamericana.

Se trata de una expresión que por sí sola describe bien la contradicción en la que están actualmente las economías capitalistas. Después de cuarenta años de políticas neoliberales, de contracciones de las inversiones para el welfare state, de recortes a los gastos para la sanidad pública, de recurso continuo a las privatizaciones, un evento incalculable como la pandemia vuelve dramáticamente evidente aquello que nos han enseñado las feministas, esto es que la “reproducción social” viene siempre primero que la “reproducción de la economía”.

El coronavirus, en ausencia de sólidas instituciones sanitarias públicas y gratuitas, deviene una amenaza para la continuidad de las relaciones sociales y para todo aquello que tenemos en común en nuestra vida. Muestra cuanto los sectores así llamados “antropogenéticos”, aquellos fundados sobre la “producción del ser humano por medio de seres humanos”, los campos del “cuidado” recíproco como la sanidad, son fundamentales también para el funcionamiento de la economía. Haber privado a las sociedades de las instituciones del welfare state universales, significa ahora poner a dura prueba la cooperación social difusa, el intercambio relacional, como motores y sustancia ontológica sobre la cual se fundan los modos contemporáneos de producción capitalista.

 El virus y Europa

En su último discurso a la nación Macron ha puesto mucho énfasis en parangonar la pandemia a una guerra. La alusión al evento bélico es funcional también para iluminar el enfrentamiento entre diferentes modalidades de gobierno regional y global, lo que está abriendo escenarios mundiales del todo inéditos. Por un lado Xi Jinping, en un desafío de notable dimensión a las democracias liberales, ha experimentado una forma de contención de la epidemia que no tiene parangón en la historia humana. Del otro los neoliberales angloamericanos Trump, Johnson y Bolsonaro, guiados por la convicción cínica e infame que el mercado y la sociedad se autorregulan, están dispuestos a no intervenir frente a la pandemia: “no te preocupes y continúa”. Se trata de dos modelos alternativos, dos “formas” del gobierno del mundo radicalmente opuestas y en lucha por la hegemonía global que comparten un rasgo común: han recurrido y recurrirán planificada y estructurado a las plataformas digitales, a las app de escaneo biomédico y al big data. Enormes empresas financieras como Alibaba o Walmart se presentan como pernos del desafío geopolítico y geoeconómico antipandémico.

En esta polarización, Europa asume una frágil e inestable tercera posición, sea en las prácticas médico-sanitarias en respuesta al virus, sea respecto a las consecuencias econonómico-sociales correlativas. Una vez más la Unión Europea no logra definir una respuesta homogénea a la expansión de la epidemia: países como Italia, España, Francia pero también Alemania han conocido diferentes tipos de “excepción”, que evidencian los niveles de poderes y contrapoderes, constitucionales y sociales, diferentes entre los Estados miembro. Por otro lado, sin embargo, si bien de modo no armónico, se está intentando (mirando sobre todo al eje franco-alemán) diseñar una línea alternativa al desafío global supuesto por la opción tecno-autoritaria china y angloamericana. Una respuesta que tiene sus raíces en la constitución ordo-liberal, sin dudas, pero que podría abrir, ciertamente no por la voluntad directa de las tecnocracias europeas, escenarios distintos para el futuro de Europa.

De frente a la crisis pandémica, la gobernanza europea se ha visto constreñida a modificar algunos de los parámetros europeos, como la suspensión del Pacto de Estabilidad, confirmando como se ha dicho la línea de la política monetaria expansiva. Ambas medidas que muestran un doble rostro. No seremos nosotros, ciertamente, quienes nos enojemos por la suspensión de uno de los pilares más rígidos de la constitución material europea, pero por otra parte, en ausencia de un inmediato acto de coraje de parte de las instituciones europeas se arriesgará solo ver cristalizadas las relaciones de poder entre los países europeos, ya muy presentes en el Tratado de Maastricht. 

La exaltación del ministro del Tesoro italiano Gualtieri al anunciar que “hemos decidido utilizar todo el endeudamiento neto autorizado por el Parlamento de 25 mil millones de euros”, revela toda la impotencia en la que se encuentra el sistema Italia, en ausencia de una solidaridad europea. No obstante alguno, mintiendo mientras sabe que miente a un país inmovilizado por la difusión del virus, diga que tal inversión inicial estimulará un flujo financiero total de 350 mil millones, aludiendo a un multiplicador del gasto público simplemente irreal. Además, tras los límites de la respuesta italiana, se trata de sumas calibradas sobre poco más de nueve semanas y del todo insuficientes para ser consideradas estímulo suficiente para un PIB que, en las mejores hipótesis, proyecta una caída de 2,5 %, con una crisis cuya pervasividad esbozamos antes. En suma, el “dique” promovido por Conte no es mucho más que un parche frente a un huracán.  

Con mayor razón si estas cifras se contrastan con la propuesta alemana de inyectar 550 mil millones de euros, como estímulo económico para empresas y welfare. Esta asimetría nos autoriza a decir que, incluso si se suspende temporalmente el Pacto de Estabilidad, estando así las cosas, no hay manera de modificar las relaciones de fuerza internas a la estructura europea. No hay ni siquiera ningún nexo causal que prevea una salida “progresista” en esta solución: la historia, al contrario, nos ha enseñado que incluso las sociedades más reaccionarias han hecho amplio recurso al gasto público en déficit. La evocación continua al momento bélico nos constriñe a recordar que tampoco todos los tratados de paz son indoloros. Solo una robusta y rápida redefinición de la political economy a nivel continental nos podría salvar de una profunda y dolorosa recesión.

 El contagio de las luchas

Las medidas adoptadas en estas horas por los principales países europeos, incluso en sus relevantes diferencias internas, las cuales ya esbozamos, parten de una común lógica política en la cual control social, moral de la responsabilidad individual, vigilancia común sobre las desviaciones y atenuación de la clausura de la actividad productiva, representan algunos rasgos fundamentales. Sobre este inestable balanceo, entre contención de la circulación de las personas, defensa de la salud pública y continuidad de la acumulación, intrínsecamente contradictorio, potencialmente explosivo,  se juega la perspectiva del modelo de sociedad post-coronavirus, a diferencia de cuanto proponen Johnson en UK, Trump en USA, o incluso en China.

Mirando a Italia, la afirmación de este modelo no se ha desarrollado ciertamente de manera espontánea, ni es el resultado de alguna superior civilidad europea; antes bien ha sido el fruto de los agobiantes y cínicos reclamos de Confindustria por no interrumpir la producción, de un lado, y del débil rol de los sindicatos confederales del otro, que con una lógica de rasgos esencialmente corporativos, han terminado por sellar un protocolo sobre la seguridad ante la epidemia débil, por decirlo suave. Pero mientras las centrales sindicales han tentado de contener por todas las vías las reacciones, desde abajo los trabajadores y trabajadoras de la manufactura y la logística han promovido iniciativas espontáneas de huelga, que las mismas centrales confederales en algunos casos se han visto constreñidas a validar, solo para no perder el control de los sitios productivos.

La alusión de la Comisión Europea al “cuanto tenga que ser” del gasto público y la inestabilidad constitutiva del modelo social que emerge del gobierno de la emergencia, puede abrir inéditos espacios de lucha. Es lo que está sucediendo y puede profundizarse en Francia, donde las intensas luchas de los Chalecos Amarillos han construido una trama de contrapoderes, en la cual no faltan inéditos procesos de politización entre los médicos y doctoras, enfermeras y enfermeros, o entre los operadores de otros espacios del welfare (como escuela y universidad). O incluso lo que en Italia está representando la concentración de primeras reflexiones y energías en torno a la campaña por la Renta de Cuarentena, que ofrece la posibilidad de abrir brechas en los sistemas workfarísticos, completamente inadecuados para la gestión de esta fase.

En el drama del coronavirus se ha impuesto una coyuntura que no se presentará más del mismo modo, y la política de las y los subalternos es siempre y sólo política de la coyuntura; ahora son las élites europeas quienes reconocen que se necesitan inversiones públicas en algunos campos del welfare. Necesitamos orientar estas opciones a través de las luchas, hacer emerger necesidades, campos de aplicación, soluciones concretas en la esfera de “los cuidados”, del mutualismo, de la solidaridad y de las instituciones de la reproducción social. Porque una cosa debe ser clara: sin luchas, sin presiones sociales desde abajo, no hay motivo alguno para pensar que el gasto público sea necesariamente suficiente y bien orientado.

La reivindicación de un Ingreso de Cuarentena constituye un primer campo de tensión; precisamos reafirmar la necesidad de una medida de apoyo a los ingresos no workfarística, incondicional, orientada a la autodeterminación de las y los sujetos, adecuada a la intensidad de la crisis y destinada a continuar mucho más allá del período de contención de la circulación de personas.

Al mismo tiempo es decisivo relanzar la imaginación de una Europa post-liberal. Y entonces no alcanza como ya recordamos el uso limitado de la flexibilidad presupuestaria, diferente para cada país. En cuanto a lo fundamental y deseable, ni siquiera bastaría la introducción de sistemas de tasación sobre los patrimonios para financiar inversiones públicas. Precisamos al contrario superar los límites del gasto público nacional, reclamar un presupuesto europeo para hacer saltar a través de las luchas el desequilibrio competitivo entre las áreas internas a Europa.

Servirán verdaderas y justas medidas de “socialización de las inversiones” a nivel continental en el campo del welfare y del ambiente, financiadas mediante  la emisión de títulos europeos con la coordinación de un banco central con funciones plenas de prestador de primera instancia. En el campo de la política monetaria se asiste incluso a un retorno de propuestas en torno a la idea neoliberal de helicopter money. Es una idea que iría forzada, llevada contra sus propios límites. Si sirve distribuir moneda para llegar en profundidad a la sociedad de la crisis, que se redistribuya a los ciudadanos y no a las empresas, como se hizo en Hong Kong en esta fase. Para hacer esto son útiles los cuerpos, las iniciativas, el pensamiento y el deseo de cambiar. Entonces no toca otra cosa que probar organizar lo imprevisto de la lucha, ojalá más allá de los angostos espacios nacionales.

Traducción: Diego Ortolani

Fuente: https://www.dinamopress.it/news/virus-terremoto-pave-della-finanza/

Crónica de la psicodeflación // Franco «Bifo» Berardi

Original en: https://not.neroeditions.com/cronaca-della-psicodeflazione/
[Traducción: Emilio Sadier]

You are the crown of creation
And you’ve got no place to go
[Eres la corona de la creación
y  no tenés adónde ir.]
Jefferson Airplane, 1968

«La palabra es un virus. Quizás el virus de la gripe fue una vez una célula sana. Ahora es un organismo parasitario que invade y daña el sistema nervioso central. El hombre moderno ya no conoce el silencio. Intenta detener el discurso subvocal. Experimenta diez segundos de silencio interior. Te encontrarás con un organismo resistente te impone hablar. Ese organismo es la palabra.»
William Burroughs, El boleto que explotó

21 de febrero

Al regresar de Lisboa, una escena inesperada en el aeropuerto de Bolonia. En la entrada hay dos humanos completamente cubiertos con un traje blanco, con un casco luminiscente y un aparato extraño en sus manos. El aparato es una pistola termómetro de altísima precisión que emite luces violetas por todas partes.

Se acercan a cada pasajero, lo detienen, apuntan la luz violeta a su frente, controlan la temperatura y luego lo dejan ir.

Un presentimiento: ¿estamos atravesando un nuevo umbral en el proceso de mutación tecnopsicótica?

28 de febrero

Desde que volví de Lisboa, no puedo hacer otra cosa: compré unos veinte lienzos de pequeñas proporciones, y los pinto con pintura de colores, fragmentos fotográficos, lápices, carbonilla. No soy pintor, pero cuando estoy nervioso, cuando siento que está sucediendo algo que pone a mi cuerpo en vibración dolorosa, me pongo a garabatear para relajarme.

La ciudad está silenciosa como si fuera Ferragosto. Las escuelas cerradas, los cines cerrados. No hay estudiantes alrededor, no hay turistas. Las agencias de viajes cancelan regiones enteras del mapa. Las convulsiones recientes del cuerpo planetario quizás estén provocando un colapso que obligue al organismo a detenerse, a ralentizar sus movimientos, a abandonar los lugares abarrotados y las frenéticas negociaciones cotidianas. ¿Y si esta fuera la vía de salida que no conseguíamos encontrar, y que ahora se nos presenta en forma de una epidemia psíquica, de un virus lingüístico generado por un biovirus?

La Tierra ha alcanzado un grado de irritación extremo, y ​​el cuerpo colectivo de la sociedad padece desde hace tiempo un estado de stress intolerable: la enfermedad se manifiesta en este punto, modestamente letal, pero devastadora en el plano social y psíquico, como una reacción de autodefensa de la Tierra y del cuerpo planetario. Para las personas más jóvenes, es solo una gripe fastidiosa.

Lo que provoca pánico es que el virus escapa a nuestro saber: no lo conoce la medicina, no lo conoce el sistema inmunitario. Y lo ignoto de repente detiene la máquina. Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la economía, porque sustrae de ella los cuerpos. ¿Quieren verlo?

2 de marzo

Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la máquina, porque los cuerpos ralentizan sus movimientos, renuncian finalmente a la acción, interrumpen la pretensión de gobierno sobre el mundo y dejan que el tiempo retome su flujo en el que nadamos pasivamente, según la técnica de natación llamada «hacerse el muerto». La nada se traga una cosa tras otra, pero mientras tanto la ansiedad de mantener unido el mundo que mantenía unido al mundo se ha disuelto.

No hay pánico, no hay miedo, sino silencio. Rebelarse se ha revelado inútil, así que detengámonos.

¿Cuánto está destinado a durar el efecto de esta fijación psicótica que ha tomado el nombre de coronavirus? Dicen que la primavera matará al virus, pero por el contrario podría exaltarlo. No sabemos nada al respecto, ¿cómo podemos saber qué temperatura prefiere? Poco importa cuán letal sea la enfermedad: parece serlo modestamente, y esperamos que se disipe pronto.

Pero el efecto del virus no es tanto el número de personas que debilita o el pequeñísimo número de personas que mata. El efecto del virus radica en la parálisis relacional que propaga. Hace tiempo que la economía mundial ha concluido su parábola expansiva, pero no conseguíamos aceptar la idea del estancamiento como un nuevo régimen de largo plazo. Ahora el virus semiótico nos está ayudando a la transición hacia la inmovilidad.

¿Quieren verlo?

3 de marzo

¿Cómo reacciona el organismo colectivo, el cuerpo planetario, la mente hiperconectada sometida durante tres décadas a la tensión ininterrumpida de la competencia y de la hiperestimulación nerviosa, a la guerra por la supervivencia, a la soledad metropolitana y a la tristeza, incapaz de liberarse de la resaca que roba la vida y la transforma en estrés permanente, como un drogadicto que nunca consigue alcanzar a la heroína que sin embargo baila ante sus ojos, sometido a la humillación de la desigualdad y de la impotencia?

En la segunda mitad de 2019, el cuerpo planetario entró en convulsión. De Santiago a Barcelona, ​​de París a Hong Kong, de Quito a Beirut, multitudes de muy jóvenes salieron a la calle, por millones, rabiosamente. La revuelta no tenía objetivos específicos, o más bien tenía objetivos contradictorios. El cuerpo planetario estaba preso de espasmos que la mente no sabía guiar. La fiebre creció hasta el final del año Diecinueve.

Entonces Trump asesina a Soleimani, en la celebración de su pueblo. Millones de iraníes desesperados salen a las calles, lloran, prometen una venganza estrepitosa. No pasa nada, bombardean un patio. En medio del pánico, derriban un avión civil. Y entonces Trump gana todo, su popularidad aumenta: los estadounidenses se excitan cuando ven la sangre, los asesinos siempre han sido sus favoritos. Mientras tanto, los demócratas comienzan las elecciones primarias en un estado de división tal que solo un milagro podría conducir a la nominación del buen anciano Sanders, única esperanza de una victoria improbable.

Entonces, nazismo trumpista y miseria para todos y sobreestimulación creciente del sistema nervioso planetario. ¿Es esta la moraleja de la fábula?

Pero he aquí la sorpresa, el giro, lo imprevisto que frustra cualquier discurso sobre lo inevitable. Lo imprevisto que hemos estado esperando: la implosión. El organismo sobreexcitado del género humano, después de décadas de aceleración y de frenesí, después de algunos meses de convulsiones sin perspectivas, encerrado en un túnel lleno de rabia, de gritos y de humo, finalmente se ve afectado por el colapso: se difunde una gerontomaquia que mata principalmente a los octogenarios, pero bloquea, pieza por pieza, la máquina global de la excitación, del frenesí, del crecimiento, de la economía…

El capitalismo es una axiomática, es decir, funciona sobre la base de una premisa no comprobada (la necesidad del crecimiento ilimitado que hace posible la acumulación de capital). Todas las concatenaciones lógicas y económicas son coherentes con ese axioma, y ​​nada puede concebirse o intentarse por fuera de ese axioma. No existe una salida política de la axiomática del Capital, no existe un lenguaje capaz de enunciar el exterior del lenguaje, no hay ninguna posibilidad de destruir el sistema, porque todo proceso lingüístico tiene lugar dentro de esa axiomática que no permite la posibilidad de enunciados eficaces extrasistémicos. La única salida es la muerte, como aprendimos de Baudrillard.

Solo después de la muerte se podrá comenzar a vivir. Después de la muerte del sistema, los organismos extrasistémicos podrán comenzar a vivir. Siempre que sobrevivan, por supuesto, y no hay certeza al respecto.

La recesión económica que se está preparando podrá matarnos, podrá provocar conflictos violentos, podrá desencadenar epidemias de racismo y de guerra. Es bueno saberlo. No estamos preparados culturalmente para pensar el estancamiento como condición de largo plazo, no estamos preparados para pensar la frugalidad, el compartir. No estamos preparados para disociar el placer del consumo.

4 de marzo

¿Esta es la vencida? No sabíamos cómo deshacernos del pulpo, no sabíamos cómo salir del cadáver del Capital; vivir en ese cadáver apestaba la existencia de todos, pero ahora el shock es el preludio de la deflación psíquica definitiva. En el cadáver del Capital estábamos obligados a la sobreestimulación, a la aceleración constante, a la competencia generalizada y a la sobreexplotación con salarios decrecientes. Ahora el virus desinfla la burbuja de la aceleración.

Hace tiempo que el capitalismo se encontraba en un estado de estancamiento irremediable. Pero seguía fustigando a los animales de carga que somos, para obligarnos a seguir corriendo, aunque el crecimiento se había convertido en un espejismo triste e imposible.

La revolución ya no era pensable, porque la subjetividad está confusa, deprimida, convulsiva, y el cerebro político no tiene ya ningún control sobre la realidad. Y he aquí entonces una revolución sin subjetividad, puramente implosiva, una revuelta de la pasividad, de la resignación. Resignémonos. De repente, esta parece una consigna ultrasubversiva. Basta con la agitación inútil que debería mejorar y en cambio solo produce un empeoramiento de la calidad de la vida. Literalmente: no hay nada más que hacer. Entonces no lo hagamos.

Es difícil que el organismo colectivo se recupere de este shock psicótico-viral y que la economía capitalista, ahora reducida a un estancamiento irremediable, retome su glorioso camino. Podemos hundirnos en el infierno de una detención tecno-militar de la que solo Amazon y el Pentágono tienen las llaves. O bien podemos olvidarnos de la deuda, el crédito, el dinero y la acumulación.

Lo que no ha podido hacer la voluntad política podría hacerlo la potencia mutágena del virus. Pero esta fuga debe prepararse imaginando lo posible, ahora que lo impredecible ha desgarrado el lienzo de lo inevitable.

5 de marzo

Se manifiestan los primeros signos de hundimiento del sistema bursátil y de la economía, los expertos en temas económicos observan que esta vez, a diferencia de 2008, las intervenciones de los bancos centrales u otros organismos financieros no serán de mucha utilidad.

Por primera vez, la crisis no proviene de factores financieros y ni siquiera de factores estrictamente económicos, del juego de la oferta y la demanda. La crisis proviene del cuerpo.

Es el cuerpo el que ha decidido bajar el ritmo. La desmovilización general del coronavirus es un síntoma del estancamiento, incluso antes de ser una causa del mismo.

Cuando hablo de cuerpo me refiero a la función biológica en su conjunto, me refiero al cuerpo físico que se enferma, aunque de una manera bastante leve –pero también y sobre todo me refiero a la mente, que por razones que no tienen nada que ver con el razonamiento, con la crítica, con la voluntad, con la decisión política, ha entrado en una fase de pasivización profunda.

Cansada de procesar señales demasiado complejas, deprimida después de la excesiva sobreexcitación, humillada por la impotencia de sus decisiones frente a la omnipotencia del autómata tecnofinanciero, la mente ha disminuido la tensión. No es que la mente haya decidido algo: es la caída repentina de la tensión que decide por todos. Psicodeflación.

6 de marzo

Naturalmente, se puede argumentar exactamente lo contrario de lo que dije: el neoliberalismo, en su matrimonio con el etnonacionalismo, debe dar un salto en el proceso de abstracción total de la vida. He aquí, entonces, el virus que obliga a todos a quedarse en casa, pero no bloquea la circulación de las mercancías. Aquí estamos en el umbral de una forma tecnototalitaria en la que los cuerpos serán para siempre repartidos, controlados, mandados a distancia.

En Internazionale se publica un artículo de Srecko Horvat (traducción de New Statesman).

Según Horvat, «el coronavirus no es una amenaza para la economía neoliberal, sino que crea el ambiente perfecto para esa ideología. Pero desde un punto de vista político el virus es un peligro, porque una crisis sanitaria podría favorecer el objetivo etnonacionalista de reforzar las fornteras y esgrimir la exclusividad racial, de interrumpir la libre circulación de personas (especialmente si provienen de países en vías de desarrollo) pero asegurando una circulación incontrolada de bienes y capitales.

«El miedo a una pandemia es más peligroso que el propio virus. Las imágenes apocalípticas de los medios de comunicación ocultan un vínculo profundo entre la extrema derecha y la economía capitalista. Como un virus que necesita una célula viva para reproducirse, el capitalismo también se adaptará a la nueva biopolítica del siglo XXI.

«El nuevo coronavirus ya ha afectado a la economía global, pero no detendrá la circulación y la acumulación de capital. En todo caso, pronto nacerá una forma más peligrosa de capitalismo, que contará con un mayor control y una mayor purificación de las poblaciones».

Naturalmente, la hipótesis formulada por Horvat es realista.

Pero creo que esta hipótesis más realista no sería realista, porque subestima la dimensión subjetiva del colapso y los efectos a largo plazo de la deflación psíquica sobre el estancamiento económico.

El capitalismo pudo sobrevivir al colapso financiero de 2008 porque las condiciones del colapso eran todas internas a la dimensión abstracta de la relación entre lenguaje, finanzas y economía. No podrá sobrevivir al colapso de la epidemia porque aquí entra en juego un factor extrasistémico.

7 de marzo

Me escribe Alex, mi amigo matemático: «Todos los recursos superinformáticos están comprometidos para encontrar el antídoto al corona. Esta noche soñé con la batalla final entre el biovirus y los virus simulados. En cualquier caso, el humano ya está fuera, me parece».

La red informática mundial está dando caza a la fórmula capaz de enfrentar el infovirus contra el biovirus. Es necesario decodificar, simular matemáticamente, construir técnicamente el corona-killer, para luego difundirlo.

Mientras tanto, la energía se retira del cuerpo social, y la política muestra su impotencia constitutiva. La política es cada vez más el lugar del no poder, porque la voluntad no tiene control sobre el infovirus.

El biovirus prolifera en el cuerpo estresado de la humanidad global.

Los pulmones son el punto más débil, al parecer. Las enfermedades respiratorias se han propagado durante años en proporción a la propagación en la atmósfera de sustancias irrespirables. Pero el colapso ocurre cuando, al encontrarse con el sistema mediático, entrelazándose con la red semiótica, el biovirus ha transferido su potencia debilitante al sistema nervioso, al cerebro colectivo, obligado a ralentizar sus ritmos.

8 de marzo

Durante la noche, el Primer Ministro Conte ha comunicado la decisión de poner en cuarentena a una cuarta parte de la población italiana. Piacenza, Parma, Reggio y Modena están en cuarentena. Bolonia no. Por el momento.

En los últimos días hablé con Fabio, hablé con Lucia, y habíamos decidido reunirnos esta noche para cenar. Lo hacemos de vez en cuando, nos vemos en algún restaurante o en casa de Fabio. Son cenas un poco tristes incluso si no nos lo decimos, porque los tres sabemos que se trata del residuo artificial de lo que antes sucedía de manera completamente natural varias veces a la semana, cuando nos reuníamos con mamá.

Ese hábito de encontrarnos a almorzar (o, más raramente, a cenar) de mamá había permanecido, a pesar de todos los eventos, los movimientos, los cambios, después de la muerte de papá: nos encontrábamos a almorzar con mamá cada vez que era posible.

Cuando mi madre se encontró incapaz de preparar el almuerzo, ese hábito terminó. Y poco a poco, la relación entre nosotros tres ha cambiado. Hasta entonces, a pesar de que teníamos sesenta años, habíamos seguido viéndonos casi todos los días de una manera natural, habíamos seguido ocupando el mismo lugar en la mesa que ocupábamos cuando teníamos diez años. Alrededor de la mesa se daban los mismos rituales. Mamá estaba sentada junto a la estufa porque esto le permitía seguir ocupándose de la cocina mientras comía. Lucía y yo hablábamos de política, más o menos como hace cincuenta años, cuando ella era maoísta y yo era obrerista.

Este hábito terminó cuando mi madre entró en su larga agonía.

Desde entonces tenemos que organizarnos para cenar. A veces vamos a un restaurante asiático ubicado colinas abajo, cerca del teleférico en el camino que lleva a Casalecchio, a veces vamos al departamento de Fabio, en el séptimo piso de un edificio popular pasando el puente largo, entre Casteldebole y Borgo Panigale. Desde la ventana se pueden ver los prados que bordean el río, y a lo lejos se ve el cerro de San Luca y a la izquierda se ve la ciudad.

Entonces, en los últimos días habíamos decidido vernos esta noche para cenar. Yo tenía que llevar el queso y el helado, Cristina, la esposa de Fabio, había preparado la lasaña.

Todo cambió esta mañana, y por primera vez –ahora me doy cuenta– el coronavirus entró en nuestra vida, ya no como un objeto de reflexión filosófica, política, médica o psicoanalítica, sino como un peligro personal.

Primero fue una llamada de Tania, la hija de Lucía que desde hace un tiempo vive en Sasso Marconi con Rita.

Tania me telefoneó para decirme: escuché que vos, mamá y Fabio quieren cenar juntos, no lo hagas. Estoy en cuarentena porque una de mis alumnas (Tania enseña yoga) es doctora en Sant’Orsola y hace unos días el hisopado le dio positivo. Tengo un poco de bronquitis, por lo que decidieron hacerme el análisis también, a la espera del informe no puedo moverme de casa. Yo le respondí haciéndome el escéptico, pero ella fue implacable y me dijo algo bastante impresionante, que todavía no había pensado.

Me dijo que la tasa de transmisibilidad de una gripe común es de cero punto veintiuno, mientras que la tasa de transmisibilidad del coronavirus es de cero punto ochenta. Para ser claros: en el caso de una gripe normal, hay que encontrarse con quinientas personas para contraer el virus, en el caso del corona basta con encontrarse con ciento veinte. Interesante.

Luego, ella, que parece estar informadísima porque fue a hacerse el hisopado y por lo tanto habló con los que están en la primera línea del frente de contagio, me dice que la edad promedio de los muertos es de ochenta y un años.

Bueno, ya lo sospechaba, pero ahora lo sé. El coronavirus mata a los viejos, y en particular mata a los viejos asmáticos (como yo).

En su última comunicación, Giuseppe Conte, quien me parece una buena persona, un presidente un poco por casualidad que nunca ha dejado de tener el aire de alguien que tiene poco que ver con la política, dijo: «pensemos en salud de nuestros abuelos». Conmovedor, dado que me encuentro en el papel incómodo del abuelo a proteger.

Habiendo abandonado el traje del escéptico, le dije a Tania que le agradecía y que seguiría sus recomendaciones. Llamé a Lucia, hablamos un poco y decidimos posponer la cena.

Me doy cuenta de que me metí en un clásico doble vínculo batesoniano. Si no llamo por teléfono para cancelar la cena, me pongo en posición de ser un huésped físico, de poder ser portador de un virus que podría matar a mi hermano. Si, por otro lado, llamo, como estoy haciendo, para cancelar la cena, me pongo en la posición de ser un huésped psíquico, es decir, de propagar el virus del miedo, el virus del aislamiento.

¿Y si esta historia dura mucho tiempo?

9 de marzo

El problema más grave es el de la sobrecarga a la que está sometido el sistema de salud: las unidades de terapia intensiva están al borde del colapso. Existe el peligro de no poder curar a todos los que necesitan una intervención urgente, se habla de la posibilidad de elegir entre pacientes que pueden ser curados y pacientes que no pueden ser curados.

En los últimos diez años, se recortaron 37 mil millones del sistema de salud pública, redujeron las unidades de cuidados intensivos y el número de médicos generales disminuyó drásticamente.

Según el sitio quotidianosanità.it, «en 2007 el Servicio Sanitario Nacional público podía contar con 334 Departamentos de emergencia-urgencia (Dea) y 530 de primeros auxilios. Pues bien, diez años después la dieta ha sido drástica: 49 Dea fueron cerrados (-14%) y 116 primeros auxilios ya no existen (-22%). Pero el recorte más evidente está en las ambulancias, tanto las del Tipo A (emergencia) como las del Tipo B (transporte sanitario). En 2017 tenemos que las Tipo A fueron reducidas un 4% en comparación con diez años antes, mientras que las de Tipo B fueron reducidas a la mitad (-52%). También es para tener en cuenta cómo han disminuido drásticamente las ambulancias con médico a bordo: en 2007, el médico estaba presente en el 22% de los vehículos, mientras que en 2017 solo en el 14,7%. Las unidades móviles de reanimación también se redujeron en un 37% (eran 329 en 2007,  son 205 en 2017). El ajuste también ha afectado a los hogares de ancianos privados que, en cualquier caso, tienen muchas menos estructuras y ambulancias que los hospitales públicos.

«A partir de los datos se puede ver cómo ha habido una contracción progresiva de las camas a escala nacional, mucho más evidente y relevante en el número de camas públicas en comparación con la proporción de camas administradas de forma privada: el recorte de 32.717 camas totales en siete años remite principalmente al servicio público, con 28.832 camas menos que en 2010 (-16,2%), en comparación con 4.335 camas menos que el servicio privado (-6,3%)».

10 de marzo

«Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín».

Esto está escrito en las docenas de cajas que contienen barbijos que llegan de China. Estos mismos barbijos que Europa nos ha rechazado.

11 de marzo

No fui a via Mascarella, como generalmente hago el 11 de marzo de cada año. Nos reencontramos frente a la lápida que conmemora la muerte de Francesco Lorusso, alguien pronuncia un breve discurso, se deposita una corona de flores o bien una bandera de Lotta Continua que alguien ha guardado en el sótano, y nos abrazamos, nos besamos abrazándonos fuerte.

Esta vez no tenía ganas de ir, porque no me gustaría decirle a ninguno de mis viejos compañeros que no podemos abrazarnos.

Llegan de Wuhan fotos de personas celebrando, todas rigurosamente con el barbijo verde. El último paciente con coronavirus fue dado de alta de los hospitales construidos rápidamente para contener la afluencia.

En el hospital de Huoshenshan, la primera parada de su visita, Xi elogió a médicos y enfermeras llamándolos «los ángeles más bellos» y «los mensajeros de la luz y la esperanza». Los trabajadores de salud de primera línea han asumido las misiones más arduas, dijo Xi, llamándolos «las personas más admirables de la nueva era, que merecen los mayores elogios».

Hemos entrado oficialmente en la era biopolítica, en la que los presidentes no pueden hacer nada, y solo los médicos pueden hacer algo, aunque no todo.

12 de marzo

Italia. Todo el país entra en cuarentena. El virus corre más rápido que las medidas de contención.

Billi y yo nos ponemos el barbijo, tomamos la bicicleta y vamos de compras. Solo las farmacias y los mercados de alimentos pueden permanecer abiertos. Y también los quioscos, compramos los diarios. Y las tabaquerías. Compro papel de seda, pero el hachís escasea en su caja de madera. Pronto estaré sin droga, y en Piazza Verdi ya no está ninguno de los muchachos africanos que venden a los estudiantes.

Trump usó la expresión «foreign virus» [virus extrajero].

All viruses are foreign by definition, but the President has not read William Burroughs [Todos los virus son extranjeros por definición, pero el presidente no ha leído a William Burroughs].

13 de marzo

En Facebook hay un tipo ingenioso que posteó en mi perfil la frase: «hola Bifo, abolieron el trabajo».

En realidad, el trabajo es abolido solo para unos pocos. Los obreros de las industrias están en pie de guerra porque tienen que ir a la fábrica como siempre, sin máscaras u otras protecciones, a medio metro de distancia uno del otro.

El colapso, luego las largas vacaciones. Nadie puede decir cómo saldremos de esta.

Podríamos salir, como alguno predice, bajo las condiciones de un estado tecno-totalitario perfecto. En el libro Black Earth, Timothy Snyder explica que no hay mejor condición para la formación de regímenes totalitarios que las situaciones de emergencia extrema, donde la supervivencia de todos está en juego.

El SIDA creó la condición para un adelgazamiento del contacto físico y para el lanzamiento de plataformas de comunicación sin contacto: Internet fue preparada por la mutación psíquica denominada SIDA.

Ahora podríamos muy bien pasar a una condición de aislamiento permanente de los individuos, y la nueva generación podría internalizar el terror del cuerpo de los otros.

¿Pero qué es el terror?

El terror es una condición en la cual lo imaginario domina completamente la imaginación. Lo imaginario es la energía fósil de la mente colectiva, las imágenes que en ella la experiencia ha depositado, la limitación de lo imaginable. La imaginación es la energía renovable y desprejuiciada. No utopía, sino recombinación de los posibles.

Existe una divergencia en el tiempo que viene: podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo. Igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en educación, en salud.

No podemos saber cómo saldremos de la pandemia cuyas condiciones fueron creadas por el neoliberalismo, por los recortes a la salud pública, por la hiperexplotación nerviosa. Podríamos salir de ella definitivamente solos, agresivos, competitivos.

Pero, por el contrario, podríamos salir de ella con un gran deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad.

El virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir. La igualdad ha vuelto al centro de la escena. Imaginémosla como el punto de partida para el tiempo que vendrá.

Fuente: Sangrre

Bifo: «Nos volvemos brutales cuando no entendemos la relación entre la palabra y el cuerpo» // Clinämen

Conversamos con el filósofo Franco Berardi en el Bar de la Tribu. Las derechas actuales, un fascismo sin juventud y sin victoria, donde no hay nada que ganar. La sensibilidad como capacidad de entender la ambigüedad. El lenguaje sin afecto, causa de la precariedad. El general intellect encargado de desmantelar y repogramar la máquina global. El problema político de reactivar la conjunción erótica de cientos de millones de cuerpos cognitivos.
07/10/2018

Fascismo senil y algoritmo financiero. Usos de Bifo // Entrevista a Franco “Bifo” Berardi por Diego Sztulwark

Con casi una decena de libros publicados en castellano, Bifo, lejos de ser un autor desconocido en Sudamérica, se ha convertido en una estimada fuente de inspiración. Para quienes no lo conocen, este filósofo activista de Bolonia, que bordea los 70 años, es un autor prolífico cuya obra es publicada en la Argentina con mucho interés por varias editoriales (Cruce, Tinta Limón, Cactus, Hethk, Caja Negra) desde hace años. Bifo es una de las figuras paradigmáticas del joven movimiento del autonomismo italiano (también conocido como movimiento operario): fue uno de los protagonistas del Movimiento italiano de 1968 –en Italia se prolongó hasta 1977–, fundó la histórica revista A/traverso y la mítica Radio Alice (primera radio pirata italiana). Traducido por pequeñas editoriales y blogs –nodos de auténticas redes de prácticas activas en el ámbito de la pedagogía o de la militancia, del teatro y el cine–, leído por hakers y psicoanalistas, comunicadores y filósofos de la técnica, sus ideas no dejan de ser utilizadas y puestas en conexión con situaciones diversas. Durante algunos años vivió en Nueva York, donde conoció de cerca el movimiento cyberpunk y fue el artífice de TV Orfeo, la primera televisión comunitaria de Italia. Actualmente se desempeña como profesor de historia social de los medios en la Academia de Bellas Artes de Brera, Milán.

En esta conversación hemos querido conocer algo más del método de la plasticidad o “cartográfico” –heredado de Félix Guattari–, y de cómo fue evolucionando ese modo de trabajo, tomando principalmente como puntos de referencia sus obras publicadas en la Argentina: Generación post AlfaFélixDe la SublevaciónEl trabajo del Alma y Fenomenología del fin. En sus palabras, el método “rizomático” consiste en hacer la cartografía viva y nunca totalizable de la composición social. ¿Cómo leer a Bifo hoy, desde nuestras circunstancias? ¿Qué nos enseña su modo de trabajo a la hora de abordar unas prácticas situadas en la particular coyuntura histórica de la región –el neoliberalismo sin crisis de Chile, los límites del llamado progresismo en Uruguay, el neoliberalismo de manual de un Durán Barba, clave para comprender la situación política argentina, y el tecno-fascismo emergente en Brasil–? ¿Cómo ligar la actualización del método cartográfico a la incorporación cotidiana de nuevas generaciones de activistas en diferentes colectivos, organizaciones y movimientos que investigan y experimentan el más allá del neoliberalismo, el racismo, el patriarcado y el fascismo? ¿Cómo evitar la nocividad de simplificaciones relativas al deseo -ese “flujo psíquico que se activa y se desactiva, y que se modifica por efecto de las condiciones culturales, técnicas, sociales entre las cuales se mueven los flujos del imaginario”–, clave en la fuerza de estos movimientos?

Félix Guattari y el método de la plasticidad

Diego Sztulwark: ¿Cómo fue tu relación con Félix Guattari? ¿Cómo se conocieron? ¿Cómo lo recordás? Me refiero a sus aspectos biográficos, a rasgos de su amistad o del compañerismo que tuvieron.

Franco Berardi: A Félix lo conocí leyendo su libro, Una tomba per Edipo. Psicoanalisi et trasversalità (publicado en castellano por Siglo XXI bajo el título Psicoanálisis y transversalidad, Buenos Aires, 1976), que me impresionó mucho, y lo encontré personalmente en junio de 1977, cuando me había escapado de Italia después de la insurrección boloñesa de marzo del mismo año. Félix estaba muy entusiasmado con los acontecimientos italianos de ese año. Su obra comenzaba a circular, en especial en Bolonia, y la explosión de locura feliz de los “indianos” metropolitanos y de Radio Alice estaba influida por la lectura de El Antiedipo.

Llegué a París en mayo de 1977, después de cruzar clandestinamente la frontera entre Italia y Francia. Durante las primeras semanas, unos amigos me hospedaron en una casa de la Avenue de la République. Félix fue muy amistoso conmigo desde el primer momento; en junio le hice un llamado telefónico y él de inmediato me invitó a alojarme en su casa de la rue de Condé, cerca de Odéon. Viví en ese lugar, una casa laberíntica con muebles de varios estilos mezclados entre sí, con visitas continuas de intelectuales, de artistas, de activistas.

En julio, me arrestaron en París mientras caminaba por la calle. Los jueces italianos me buscaban por la organización de la revuelta estudiantil de marzo y le habían pedido a la magistratura francesa mi extradición a Italia, donde 300 de mis compañeros y gran parte del equipo de Radio Alice ya estaban encarcelados. Durante mi detención en la prisión de Fresnes, en las afueras de París, Félix armó con sus amigos una solicitud por el rechazo a la extradición, y fue firmada por numerosos escritores. En el proceso, el juez me liberó reconociendo el carácter político de las acusaciones. Algunos días después de esto, Félix y yo escribimos un texto de denuncia de la represión en Italia que fue firmado por Sartre, Sollers, Foucault, Barthes y muchas otras personas, lo que produjo un efecto muy fuerte en la opinión de la izquierda italiana.

Félix era un hombre simpático, generoso, que parecía siempre un poco distraído, como alguien que siempre está pensando en otra cosa. Si bien tenía muchos años más que yo, nunca he sentido a Félix como a un padre, sino siempre como a un hermano.

D.S.: En tu artículo «Depresión Félix» te referís a su muerte y señalás un aspecto de la filosofía de Guattari y Deleuze sobre el deseo. Si entendí bien, afirmás que hubo en El Antiedipo una concepción utópica-juvenil del deseo, corregida luego en ¿Qué es la filosofía? ¿Podrías explicar cómo fue esa “depresión” de Félix desde el ángulo de su concepción del activismo? En tu texto ligás la concepción del deseo como “vejez” (esta segunda posición de nuestros filósofos) con la sabiduría budista sobre la impermanencia de las formas. Me gustaría mucho saber cómo pensás esta reorganización del deseo.

F.B.: La lectura de El Antiedipo, para mí y para miles de estudiantes y activistas del movimiento autónomo italiano, hizo crecer la convicción en que el proceso revolucionario estuviera destinado a expandirse y continuar en el tiempo, porque se fundaba sobre una dinámica del deseo que parecía imparable. El problema es que nuestra interpretación del concepto de deseo era muy simple. Entendámonos, no estoy hablando de la complejidad real del texto, de lo que Guattari y Deleuze entendían en sus escritos, y de las complicaciones ligadas a la relación entre lacanismo y nueva práctica psicoanalítica. No. Quiero limitarme solo a una reflexión sobre el efecto político de nuestra lectura. A partir de 1977, mientras estaba en París viviendo en casa de Félix, participé de la actividad del CINEL (Centre d’Initiative pour de Nouveaux Espaces de Liberté), donde cumplía una función de enlace entre el movimiento italiano y el laboratorio filosófico parisino. Pero debo confesar que no estoy contento del modo como se desarrolló esa función. La atención teórica se concentraba sobre el concepto del deseo, y el deseo aparecía como una fuerza incontenible que solo esperaba ser desencadenada para luego arrollar a toda forma de represión y explotación.

Se trataba de una visión simplista sobre el plano filosófico, y políticamente peligrosa. Era simplista porque reducía el deseo a una fuerza natural, naturalmente buena y progresiva. No es así: el deseo no es una fuerza natural sino un flujo psíquico que se activa y se desactiva, y que se modifica por efecto de las condiciones culturales, técnicas, sociales entre las cuales se mueven los flujos del imaginario. Lo que creo haber entendido es que el deseo no es una fuerza unívoca liberadora o positiva, sino que es el campo sobre el que se forman las fuerzas subjetivas, donde chocan, y vencen, y pierden sus batallas. El punto de partida del discurso guattariano consiste en la afirmación de que el deseo no es una falta, y que su dinámica no es la de la necesidad, pero sí la de la creación de mundos imaginativos. Pero la modalidad en que esta dinámica se manifiesta y los contenidos imaginativos que el deseo produce pueden ser muy diversos.

A partir de 1977, las modalidades de formación del campo deseante cambiaron drásticamente. Los flujos autónomos, igualitarios, que en los años 70 se habían manifestado bajo la forma de autonomía social, fueron investidos y transformados hacia un sentido individualista y competitivo en los años siguientes, en los años de la contrarrevolución liberal. Esta evolución ya había sido prevista y desarrollada en la década de 1970 por Jean Baudrillard. Pero Baudrillard era visto con una cierta sospecha en el ambiente guattariano. Yo leí sus libros en los primeros años 80, justamente cuando comenzaba a desplegarse la transformación social y técnica que identifica al liberalismo. Y mi visión del lazo entre deseo y procesos de subjetivación comenzó a cambiar.

La visión triunfalista del deseo, la acentuación del carácter liberador de la energía deseante, nos impidió por mucho tiempo elaborar un discurso sobre la depresión. En efecto, el tema de la depresión queda al margen de la reflexión guattariana, aun cuando Félix sufrió de depresión en varias ocasiones, sobre todo en los años invernales, en los años 80.

 

 

 

 

 

 

 

 

D.S.: Hay una relación intensa y cambiante de Félix Guattari con el psicoanálisis, en particular con el lacaniano, con el que estuvo muy ligado. ¿Cómo fue su relación con Lacan? ¿Qué podemos decir hoy del esquizoanálisis y cómo actualizarías las diferencias entre ambas orientaciones analíticas?

F.B.: Debo confesarte que yo no conocía a Lacan antes de encontrar a Félix, por lo cual mi sucesiva lectura del mismo ha sido influida por la crítica guattariana. No sé mucho sobre la relación de Félix con Lacan. Cuando lo conocí, en 1977, esta relación ya hacía un tiempo que había terminado, y creo que nunca hemos hablado de Lacan. Por entonces, atravesábamos un momento intensamente político y nos abocábamos a cuestiones vinculadas a la campaña contra la represión en Italia, a la petición firmada por los intelectuales parisinos contra la política represiva, que convocaba a un coloquio internacional a realizarse en septiembre en Bolonia.

Félix mismo eligió a las personas a quienes pedir su firma y la adhesión. Es significativo el hecho de que la petición no fuera firmada por Lacan, pero creo que se debió a que Guattari había decidido no contactarlo. ¿En qué consiste la crítica de Guattari-Deleuze al lacanismo? Es una pregunta compleja. Para responderla, sugiero la referencia a un artículo que Guattari publicó en 1972, en la revista Change International, “Machine et Structure” (“Máquina y estructura”, artículo incluido en el ya citado Psicoanálisis y transversalidad). En ese artículo, Guattari manifiesta su insatisfacción por la reducción lacaniana del inconsciente a estructura, y propone trasladar la atención a la máquina, o sea a la concatenación técnica y semiótica que modifica el campo en el cual actúa el inconsciente.

Nunca entendí bien cómo fue la relación personal que Félix tuvo con Lacan después de esta ruptura filosófica. Lo que me parece decisivo, en el plano de la relación psicoanalítica, es que en Guattari el rol del analista está mucho más volcado a refocalizar que a interpretar. La refocalización, o sea el desplazamiento práctico del foco de la atención y de la inversión, es una acción que concierne a la relación entre la persona y su ambiente comunicativo, afectivo, su paisaje social. De este modo, Guattari se alejaba del predominio freudiano de la función interpretativa, para proponer el esquizoanálisis, que consiste en una refocalización del paisaje, de las proyecciones, de las mismas obsesiones y de los mismos delirios del sujeto del esquizoanálisis. El esquizoanálisis propone seguir lo esquizo en su recorrido psicótico para hacer posible, desde el interior del delirio, el encuentro de nuevas posibles concatenaciones que permitan la salida de los retornos obsesivos, y encontrar por esa vía retornos colectivos felices, capaces de sostener la dinámica de la caósmosis.[1]

El problema de fondo, sin embargo, está en el hecho de que desde los años 80 en adelante, el territorio imaginario cambia de modo dramático. En las condiciones creadas por la nueva tecnología reticular y por la explosión del liberalismo, la movilización psíquica –continuamente solicitada por las nuevas formas del capital, por la estimulación permanente de la publicidad, por el asedio mediático– condujo a la actual desestructuración pánica de la producción del inconsciente. En el universo de la sobrestimulación, el problema del esquizoanálisis también se redefine.

El pensamiento deseante nace en los años 1969 y 1970 como cuestionamiento a una dimensión de la existencia colectiva que, según la crítica de los situacionistas, se encuentra dominada por el aburrimiento (boredom). La mutación técnica producida por el neoliberalismo y por las redes desplaza esta dimensión social del aburrimiento hacia una prevalencia de la ansiedad. El cuadro psicopatológico cambia de modo tan radical que el triunfalismo deseante, que en un primer momento encontramos en el Antiedipo, terminó por convertirse en una fuerza útil para la desregulación liberal y para el hiperconsumismo. En sus últimas obras, particularmente en ¿Qué es la filosofía? y en Caósmosis, Deleuze y Guattari comienzan a hablar de la faz caótica y dolorosa del deseo. El texto más actual en este sentido es el último capítulo de su último libro: “Del caos al cerebro”. La problemática del caos, del sufrimiento psíquico que eso lleva consigo, las estrategias de relación con el caos abren una nueva fase en el pensamiento de Deleuze y Guattari, aun cuando esa fase terminaría pronto, ya que Félix muere en 1992, y Deleuze pocos años después.

D.S.: En cuanto a las posiciones de Guattari en política ¿cómo evolucionó su marxismo desde un punto de vista activista o militante?

F.B.: Guattari formó parte de un grupo trotskista durante los años posteriores a 1968, pero debemos tener en cuenta que la definición de trotskista en Francia era muy amplia e imprecisa: una manera de decir marxista no ortodoxo, comunista no stalinista. También Baudrillard, tan diferente de Guattari, había sido trotskista en la década de 1960, lo cual no dice demasiado con respecto a su formación filosófica.

El marxismo de Guattari no tenía un carácter reducible al abanico de los marxismos ortodoxos, leninista, maoísta, trotskista, consejista. Para él, como para Deleuze, no se trataba de determinar una versión correcta o una aplicación actualizada del pensamiento de Marx, sino de conceptualizar la dimensión de la subjetividad que falta en su obra.

Das Kapital finaliza con un capítulo inconcluso, del que Marx escribió solo el título (“Las clases”) y unas pocas líneas. Es el capítulo 52 nunca escrito, en el cual Marx hubiera debido elaborar la cuestión de la clase no solo como objeto económico, sino también como sujeto político, histórico. Marx no desarrolló este concepto que permanece como un agujero en la textura general de su pensamiento.

En el vacío de este agujero se desarrolla la historia del movimiento revolucionario y el pasaje desde la Primera a la Segunda Internacional. Subsistió por un lado una interpretación más determinista, la de Engels y de la socialdemocracia alemana, y por otro una concepción más voluntarista que se manifiesta con la formación del partido bolchevique de Lenin. En el primer caso, la clase obrera es el efecto de la transformación productiva industrial, y su maduración política coincide con el desarrollo de las fuerzas productivas, con la concentración creciente del capital y también con la masificación del trabajo industrial. En el segundo caso, el concepto de clase obrera implica la relación hegeliana entre an sich y fur sich, es decir, entre la dimensión objetiva del trabajo, la materialidad de las relaciones económicas, y la dimensión subjetiva: conciencia política de los trabajadores, mediada por el partido e incorporada en el partido.

El pensamiento de Deleuze y Guattari se puede situar en el interior de la esfera del marxismo como una reconfiguración del problema de la subjetividad, detrás de la alternativa entre determinismo económico y voluntarismo político. La subjetividad deja de ser algo económicamente determinado, como tampoco un puro efecto de la voluntad política. Se comienza a entender la dimensión subjetiva como algo concreto pero no determinado. La lucha de clases también tiene que comprender el deseo, lo que significa el inconsciente social, el sufrimiento psíquico y las concatenaciones de enunciación. Guattari nunca se planteó el problema de establecer una nueva ortodoxia marxista, solo se propuso ilustrar los procesos de subjetivación que transforman la condición objetiva de las fuerzas sociales en actores de enunciación colectiva.

 

D.S.: En sus últimos años, Guattari pasa de la idea de transversalidad a la de “metamodelización”. Quizás esta intuición práctica y teórica resuma mucho de su camino. ¿Qué es la metamodelización? ¿Qué importancia tiene hoy para las prácticas según tu criterio?

F.B.: Me parece que el concepto de metamodelización tiene algo que ver con lo que Gregory Bateson expone en su ensayo sobre la esquizofrenia, Pasos hacia una ecología de la mente (Lohlé-Lumen, Buenos Aires, 1998). El esquizoanálisis, dice Félix, no consiste en imitar al esquizofrénico, sino en salir (como lo hace el esquizo) de las fronteras del sentido, del significado establecido, para ampliar la visión, para acceder a la dimensión a-significante como posibilidad de recontextualización de la psicosis y de la normalidad, y de la relación entre psicosis y normalidad.

Bateson dice que el esquizofrénico no reconoce las comillas de la metáfora, y la toma como la realidad. En este sentido, el esquizo es un metamodelizador. El trabajo del esquizoanálisis consiste en esto: tomar en serio la metáfora, ampliar el territorio de la significación, hasta implicar y comprender lo a-significante. Metamodelizar significa trascender la dimensión modelizada (lo que está comprensible en el interior del campo del significado) para comprender lo que no pertenece al significado. Metamodelización, entonces, es una ampliación del cuadro analítico que permite, como dice Guattari en Caósmosis, recargar la significación.

D.S.: En tu trabajo Fenomenología del fin, hacés referencia a un “método rizomático” o cartográfico ¿Cómo es, cómo funciona y para qué sirve en tu práctica actual?

F.B.: Rizomático o cartográfico, ambos términos van juntos. No hay otro modo de hablar del rizoma que no sea cartográfico, es decir, que no sea una fenomenología infinita del rizoma que es irreducible a una totalización.

D.S.: De nuevo, pensando en Guattari y también en vos, ¿qué papel juega la tradición del obrerismo italiano en el pensamiento de cada uno de ustedes? Es muy diferente, lo sabemos, pero quizás puedas contar brevemente cómo es en cada uno. De Guattari conocemos su amistad y su colaboración con Toni Negri. Un poco lo que cuenta François Dosse en Gilles Deleuze y Félix Guattari. Biografía cruzada.

F.B.: El encuentro de lo que se conoce como obrerismo italiano y lo que se conoce como postestructuralismo francés no es solo un acontecimiento biográfico o meramente político. Hay una convergencia filosófica que tiene que ser investigada. Desde 1977, muchos intelectuales italianos huyeron a Francia, y la red de sostenimiento que Guattari había construido con sus colaboradores (CINEL, Centre d’Initiative pour de Nouveaux Espaces de Liberté), en esta coyuntura, ha sido importante para el desarrollo de un discurso teórico común. Pero lo que me interesa subrayar es la metodología común que para mí se identifica a través del concepto de “composición social”.

El pensamiento obrerista y el postestructuralista convergen en la común atención al proceso molecular (para decirlo con las palabras de Guattari) y a la cotidianidad y espontaneidad del rechazo del trabajo. La lucha de clases es ante todo un proceso vinculado a la composición social, técnica, cultural. Y psíquica –esta es la contribución específica de Guattari–. La subjetividad es el territorio de convergencia de los flujos que proceden del campo de la economía, de la cultura, del inconsciente.

D.S.: Para entender este encuentro entre el llamado postestructuralismo francés (Deleuze, Guattari, Foucault) y el obrerismo italiano es necesario volver sobre los diferentes modos de leer a Marx que habías mencionado.

F.B.: Tenemos que retomar lo que decía antes: durante el siglo XX se definen dos grandes direcciones a partir de la obra de Marx. La primera es la tradición humanista, historicista, que se encuentra en pensadores como los de la Escuela de Frankfurt. Esta tradición enfatiza las obras juveniles de Marx, aun involucradas en una visión teleológica y hegeliana. La segunda es la tradición estructuralista que resalta la dimensión económica de la lucha obrera, y se refiere sobre todo a la obra fundamental, Das Kapital.

Pero hay una tercera posibilidad de interpretación del pensamiento marxiano, que emerge después del 68 y de la publicación de la obra menos conocida, Grundrisse, en particular el “Fragmento sobre las máquinas”. En este texto, Marx se focaliza sobre la cuestión del cambio técnico, de sus efectos en la esfera de la subjetividad obrera, y de la disminución del tiempo de trabajo necesario –liberación del tiempo de vida social desde la esclavitud del salario–, como condición del comunismo.

El obrerismo italiano enfatiza la importancia del “Fragmento…” marxiano y, al mismo tiempo, plantea el problema de la subjetivación en términos de recomposición social del trabajo, contra el trabajo. La lucha es, en esencia, lucha de liberación del tiempo de vida humana desde el trabajo asalariado. Al mismo tiempo, Guattari enfatiza el carácter liberador de la dimensión maquínica, y abandona una postura nostálgico-humanista sospechosa de la técnica.

Espasmo Caosmótico

D.S.: Como conclusión sobre la figura de Guattari ¿qué dirías de su vigencia? En tu libro ya mencionado, Félix, en el capítulo “La depresión Félix” introducís reflexiones de procedencia budista. ¿Querés decir algo más sobre Guattari?

F.B.: Creo que el legado más importante de Félix se encuentra en su última obra, Caósmosis, y en el libro contemporáneo a este, escrito en colaboración con Deleuze, ¿Qué es la filosofía? En este libro compartido se habla de vejez y de amistad. Y se habla de caos, del sentimiento de desbordamiento. El caos y el cerebro, el dolor de ser superados por la velocidad de los signos. Pero en su libro en solitario, Guattari escribe las palabras: spasme chaosmique. Me parece que es la primera vez que aparecen estas palabras en su obra. El espasmo, la dolorosa aceleración del organismo, el efecto de pánico y de parálisis que este provoca.

La lectura de El Antiedipo produjo un efecto de euforia a nivel intelectual y político. Una euforia contemporánea a una intensificación del universo semiótico, mediático, visual. Una euforia contemporánea a la desregulación neoliberal. El movimiento social autónomo, en Italia como en otros lugares, fue atravesado por esta euforia que se puede identificar como corriente deseante. La depresión psíquica se ha vuelto un fenómeno masivo en expansión en el nuevo siglo, en especial para la generación conectiva. En las obras de Deleuze y Guattari, el tema de la depresión parece ignorado, casi removido. Sin embargo, el tema implícito en Caósmosis y en el último libro en común es la depresión, aunque esta palabra nunca sea pronunciada. El espasmo caósmico del que habla Guattari, el efecto caótico de la aceleración en su relación con el cerebro, representan la emergencia de una intención de enfrentarse al agujero negro.

D.S.: ¿Cuáles son, en la actualidad, las formas dominantes de modernización de la subjetividad capitalista, y cómo atraviesan transversalmente lo psíquico, lo social y lo institucional?

F.B.: Advierto dos tendencias generales de trasformación de la subjetividad, divergentes en su dirección, pero que se alimentan de modo recíproco. La primera es la creación de la autonomía global, la conexión de los cerebros en una red prescriptiva, la construcción de un sistema de tipo neurototalitario que unifica la extracción de big data y la predisposición de automatismos técnicos. La segunda tendencia es la demencia desencadenada de los cuerpos separados de los cerebros, el caos geopolítico, la guerra civil fragmentaria y global al mismo tiempo.

La divergencia entre la actuación matemática de la autonomía financiera tecno-comunicacional y el caos psíquico, político, social, traza una forma esquizofrénica de la mente global. La voluntad política se ha vuelto impotente para gobernar los flujos infoesféricos (medios, finanzas). La impotencia es el carácter profundo de la psicoesfera de nuestro tiempo, una llave para interpretar el giro hacia la derecha de grandes partes de la población blanca de Occidente. La potencia de la voluntad política y de la democracia como ejercicio de la voluntad es aniquilada por un sistema de automatismos tecnolingüísticos y por la potencia desterritorializadora de las agencias de producción semiótica global: FAGMA (Facebook, Apple, Google, Microsoft, Amazon).

En consecuencia, la voluntad se manifiesta como un Ersatz, como un sustituto histérico. El fascismo se presenta de nuevo en la escena europea y en la escena mundial. Pero no se trata, como en los años 20 del siglo pasado, del fascismo futurista eufórico de hombres jóvenes que esperaban la gloria nacionalista. Ahora el fascismo es el de los que no pueden imaginar futuro alguno, un fascismo de la vejez de la impotencia. Una gran parte de los jóvenes europeos votan por la derecha –la marcha ultraderechista de Varsovia, que se hizo algunos meses atrás, convocó a muchos jóvenes–, tienen una percepción senil, están animados por el resentimiento y son incapaces de imaginar un futuro que sea algo diferente de un regreso del pasado.

En Dialéctica de la Ilustración, un libro escrito en los años 40, Adorno y Horkheimer sostienen que si la razón no es capaz de asimilar una reflexión sobre su momento regresivo está destinada a la extinción, a ser destruida (Theodor W. Adorno y Max Horkheimer: Dialettica dell’Illuminismo, Einaudi, 1947, Prefacio, página 5). Adorno y Horkheimer se refieren a lo que había pasado en su época: el nazismo se afirmó como destrucción de la razón porque la razón no supo comprender las fuerzas de la oscuridad evocadas por la humillación del Tratado de Versalles y el empobrecimiento de los trabajadores alemanes. Lo mismo pasa hoy: la razón se identifica con el algoritmo financiero y la mayoría del pueblo se da vuelta contra la razón, y quiere vengarse contra los partidos de la izquierda neoliberal que impusieron la fuerza de una razón antisocial. El fascismo de Trump y de la Brexit es una venganza contra la racionalidad, por eso no creo que pueda producirse un pronto regreso a la democracia.

D.S.: ¿Una nueva separación entre cuerpo y cerebro?

F.B.: La separación del cerebro global conectado desde el cuerpo afectivo es la causa de la demencia que vuelve. El regreso a la identidad nacional, religiosa, racial es el efecto de la caída de todo universalismo, porque el universalismo se ha convertido en globalismo técnico-financiero. El cerebro se conecta en un espacio bunkerizado, inaccesible a los cuerpos dementes. Y los cuerpos dementes se dedican a una guerra de los pobres contra los más pobres, de los impotentes contra los más impotentes.

D.S.: ¿Por qué insistís con nociones como “caoides” y “heterogénesis” en este contexto?

F.B.: En Caósmosis, Guattari habla de la niebla y de los miasmas como el panorama del fin del siglo pasado. Hoy, la niebla y los miasmas se han vuelto sofocantes desde un punto de vista físico y sobre todo desde un punto de vista psicosocial. “I can’t breathe.” “No puedo respirar”: el grito colectivo de los que desfilaron en las calles norteamericanas después de la muerte de Eric Garner, el afroamericano asmático sofocado por un policía hace algunos años, es el grito que mejor expresa la subjetividad contemporánea.

Ya cité el “spasme chaosmique” que provoca una contracción dolorosa del organismo social planetario. La aceleración está provocando un espasmo. La aceleración es una intensificación del estímulo infonervioso que genera patologías bien conocidas, pero escasamente explicadas, como el trastorno de déficit de atención o el ataque de pánico. El caos político debe ser interpretado como un epifenómeno colectivo de las patologías de intensificación, del espasmo caósmico. ¿Qué se hace en una condición de espasmo? Se busca un ritmo diferente, un ritmo más armónico, más sincronizado, por decirlo de algún modo, del organismo con el cosmos, con el entorno mutante.

El “caoide” es un conjunto semiótico (un signo, un grafo, una invención técnica, un concepto, un meme) que hace posible un ritmo sintónico con el ritmo acelerado del entorno técnico y relacional. Un concepto actúa como un caoide cuando tiene la capacidad de revelar algo que la visión dominante oculta. La poesía puede sugerir un ritmo que permita armonizar con el caos.

En Caósmosis, Guattari añade las siguientes palabras: “¿Qué es el pensamiento sino la capacidad de enfrentar el caos?” Hay que recordar que en el último capitulo de ¿Qué es la filosofía?, refiriéndose al caos y al cerebro, Deleuze y Guattari plantean que el único modo de relacionarse felizmente con el caos es aliándose con él, no combatiéndolo, porque el caos se alimenta de la guerra. El problema en consecuencia es: ¿Puede el cerebro colectivo producir de modo consciente una nueva sintonía con la evolución técnica del cerebro colectivo mismo? ¿Puede el cerebro colectivo (el general intelect) actuar conscientemente sobre su misma evolución?

D.S.: ¿Sigue siendo necesaria la discusión de la violencia? Si es así, ¿cómo pensar una contraviolencia en el actual contexto?

F.B.: En Italia prima la idea de que los años 70 fueron de mucha violencia. Y lo fueron en el estricto campo político. No obstante, la violencia está mucho más difundida en nuestros días: lo observamos en la vida cotidiana, en la realidad de las relaciones personales, en la frecuencia del femicidio. Si la violencia de los años 70 se presentaba principalmente como un conflicto entre visiones universalistas (lucha de clases, internacionalismo, en contra de la democracia liberal capitalista), hoy se manifiesta como la fragmentación identitaria, como la lógica del pertenecer: proliferación de los nacionalismos, de las mafias, de los integrismos religiosos. Sin embargo, no creo que la afirmación de un derecho histórico a organizar la violencia de los oprimidos, que fue un principio leninista y anarquista en el siglo pasado, tenga en la actualidad algún sentido.

La forma actual del dominio financiero, tecnológico, psíquico no se puede contrastar con la fuerza física. No hay un lugar físico donde se concentre el poder financiero. El dominio es desterritorializado y desmaterializado: se encuentra en la circulación de signos en la infoesfera, en automatismo técnicos inexorables que la violencia física no puede siquiera tocar. Solo un proceso de sabotaje y de reprogramación puede parar y subvertir la máquina financiera global. Solo un proceso de autoorganización de los trabajadores cognitivos puede redireccionar la arquitectura tecnosocial de la actividad productiva.

D.S.: ¿Podrías explicar el papel que le otorgás a la maternidad en relación con el cuerpo, el lenguaje, los signos y la sensibilidad?

F.B.: Luisa Muraro, en su libro El orden simbólico de la madre, se refiere a la relación entre el cuerpo de la madre y la génesis de la significación: la atribución de significado es el efecto de una confianza fundamental, la confianza en el cuerpo de la madre, o sea en la voz hablante de un ser humano. La relación entre significado y significante, que es arbitraria en el sentido de Saussure, se forma a partir de la singularidad de la voz y de la confianza afectiva. El significante “agua” se vincula con el significado operacional del líquido que bebimos para aplacar la sed porque la voz de mi madre garantizó la relación funcional entre signo y referente. Cuando digo “madre” no me refiero a la madre biológica, ni estrictamente a un ser humano de sexo femenino, sino a la voz singular que genera sentido, que genera confianza en el sentido del mundo. El mundo tiene sentido porque un cuerpo singular, una voz singular atribuye sentido a las palabras que denominan el mundo.

¿Qué pasa, entonces, cuando aparece en la escena una generación de seres humanos que aprendió más palabras desde una máquina que a través de una voz humana? ¿Qué pasa cuando emerge en la escena del mundo una generación que no funda su entendimiento y su capacidad de significación sobre la confianza afectiva, sino sobre la funcionalidad de signos que no tienen garantía afectiva sino solo operacional? Yo creo que esta ausencia del cuerpo de la madre (que puede ser el tío, el vecino de casa, un hermano, no importa, pero tiene que ser una vibración singular y afectiva), esta sustitución de una vibración singular por una máquina, es el fundamento de lo que llamamos precariedad: una fragilidad psíquica que se manifiesta como incapacidad de construir relaciones sociales de solidaridad.

Una tendencia de origen lacaniano, que se está manifestando en el pensamiento psicoanalítico contemporáneo (pienso en Massimo Recalcati), afirma que el problema esencial de nuestro tiempo es la desaparición del padre, o sea de la autoridad simbólica que se manifiesta en la ley y garantiza el orden social. El efecto de los movimientos antiautoritarios y de la aceleración semiótica neoliberal sería la explosión del inconsciente y la desaparición de la figura ordenadora del padre. Hay algo de verdadero en esta tesis, pero no creo que esta sea la dirección más interesante para entender lo que está pasando y, sobre todo, para imaginar cómo podemos actuar terapéutica y políticamente. Creo que el problema fundamental no es la explosión de la figura paterna ordenadora (la autoridad simbólica) sino el desvanecimiento del cuerpo de la madre (la afectividad como fundación de la simbolización). El problema verdadero es la crisis de la capacidad de fraternidad. Cuando la relación entre hermanos se funda sobre el vínculo con el padre no es fraternidad sino asociación patricida, comunidad entre guerreros. La fraternidad no se funda en la autoridad paterna, sino en la empatía afectiva que se origina desde el cuerpo de la madre.

Loveless (Sin amor), la película del director ruso Andrey Zvyagintsev, trata sobre la desaparición de Aliosha, un niño de ocho años a quien Genia, su madre, no sabe y no puede amar. Esa es la desaparición del futuro mismo, que en la película de Zvyagintsev está sustituido por la omnipresencia de la pantalla móvil, del smart-phone.

D.S.: Finalmente, ¿cómo te planteas en el contexto actual la cuestión de la tarea política-intelectual?

F.B.: Esta es la pregunta de más difícil respuesta: ¿cuál es la tarea del intelectual, del pensador en la época actual, a la que ingresamos oficialmente con la victoria de Trump, con la difusión del nacionalismo en Europa y con la derrota de la izquierda en América latina? Agregaría, más radicalmente, ¿qué hacer cuando el legado del humanismo moderno se hunde junto con el legado de la Ilustración y del socialismo?

A diario nos enfrentamos con la emergencia de la infamia: la arrogancia de los ignorantes que toman el poder justamente gracias a su ignorancia y a su arrogancia. ¿Y la miseria y la desesperación en aumento incesante que afecta a una cantidad de seres humanos cada vez mayor?

Creo que tenemos que vivir en una condición de duplicidad que implica el ejercicio de hablar con dos idiomas diferentes: el primero es el idioma de la resistencia humana; el segundo, el de la profecía y la anticipación, el de la creación de conceptos que estén a la altura de la mutación post-humana que no podemos parar.

En el primer nivel, tenemos que educar a los que nos escuchan a ser justos con las naciones en el sentido que los judíos dieron a esta expresión durante la Shoah. O sea que tenemos que expandir a las minorías que resisten contra lo inhumano y que se comprometen a continuar siendo humanos como el italiano Vittorio Arrigoni, como la americana Rachel Corrie. En el segundo nivel, tenemos que comprender la nueva dirección que la evolución está imprimiendo sobre los acontecimientos de la historia y de la vida cotidiana, y elaborar conceptos que sean capaces de atravesar el caos, actuar como caoides, producir un horizonte de transformación consciente.

En el primer nivel, tenemos que crear espacios de solidaridad clandestina e incluso lugares de felicidad, para evitar que la conciencia sin esperanza devenga en depresión psíquica o en agresividad y en autolesión. Resistiendo, tenemos que saber que la resistencia no puede resistir, que los valores del humanismo moderno no pueden parar ni subvertir la ola de venganza antihumana que sale desde el océano de la desesperación contemporánea. En el segundo nivel, tenemos que conservar la conciencia del posible a pesar de la fuerza del probable, del inevitable. El apocalipsis que acompaña a la mutación puede oscurecer el posible, pero no cancelarlo. La posibilidad de un uso social de la tecnología, la posibilidad de un uso humano del conocimiento, permanece en la conexión de los cerebros, a pesar de la forma tecno-social que somete la inteligencia a la acumulación.

D.S.: En sus tesis sobre el concepto de historia, Walter Benjamin denunciaba que la socialdemocracia, apegada al evolucionismo, miraba con sorpresa el arribo del fascismo, y que ese asombro, producto de su fe en el progreso, no le había permitido combatirlo con éxito. ¿Somos capaces de extraer un conocimiento político útil del fascismo del siglo XXI?

F.B.: Creo que en los últimos años se ha reproducido la misma situación que denunciaba Benjamin. Al igual que en el siglo XX, la izquierda no ha sido capaz de anticipar esta nueva ola de oscuridad. La izquierda y el liberalismo-demócrata en general, subalternos al realismo absolutista de la economía financiera, han perdido el pulso de la profunda mutación del psiquismo social. Horkheimer y Adorno ya lo plantearon en el prefacio de su Dialéctica de la Ilustración: si el pensamiento crítico no logra entender la oscuridad que acompaña a la Ilustración, firma con eso mismo su sentencia de muerte.

No creo que se produzca una vuelta a la normalidad liberal-democrática. Creo que se ha abierto la caja de Pandora. Solo mas allá de la oscuridad puede volver a emerger la posibilidad. El problema presente es cómo podemos sobrevivir al ensombrecer. Y al mismo tiempo, cómo podemos transmitir el contenido de la posibilidad.

[1] Sobre la caósmosis, Bifo señala en Fenomenología del fin que “es el proceso que sigue a la explosión de la topología morfoestática y que tiene como resultado el surgimiento de una nueva forma”. Caósmosis es el título de uno de los más importantes libros de Guattari, publicado en castellano por Manantial, Buenos Aires, 1996.

11/01/2018

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