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Discutir la Multitud: Cacerolas bastardas (21/09/12) // Colectivo Situaciones

Las cacerolas marcan los tiempos

No es sencillo de reconocer para la elite dirigente y sus numerosos militantes/adherentes: las cacerolas y las movilizaciones vuelven a marcar los tiempos. Queda en evidencia hasta qué punto la dinámica política en nuestro país (sobre todo en esta última década) tiene en la movilización callejera su fuerza. Es erróneo simplificar el cacerolazo del 13 de septiembre como si viniese de arriba (si bien es cierto que las grandes corporaciones prestaron logística simbólica-política, no orquestaron la movilización). Valorar el fenómeno nos exige reconstruir su contexto.

La impugnación de las cacerolas al gobierno coexiste con el fuerte respaldo del que sigue gozando el kirchnerismo, consolidado en base a una sucesión de políticas exitosas y a una eficaz maquinaria enunciativa. La oposición se muestra –por el momento- incapaz de ofrecer un horizonte estratégico y programático alternativo al movimiento de las cacerolas.

¿Qué significa, entonces, “marcar los tiempos”? El kirchnerismo es, luego del huracán destituyente de 2001, la única fuerza política capaz de re-inventar una y otra vez formas eficaces de gobierno de lo social. Solo que esta vez  se encontró frente a una plaza ajena que le cuestionó abiertamente y sin eufemismos la gestión de la crisis: las restricciones al cambio de moneda extranjera, el aumento de la presión impositiva, la política de medios de comunicación, la tentativa de relección, la política de planes sociales del gobierno, etc.

2001

Con los años se fue haciendo unánime el reconocimiento de cómo “la crisis de 2001” reorganizó (incluso de modo irreversible) la sensibilidad política. De ahí que, a lo largo de esta década, el 2001 no haya dejado de repetirse bajo mil máscaras. Se sigue soslayando (mistificando), sin embargo, lo que esa “crisis” arrojó como novedad: la irrupción intempestiva de lo que muchos teóricos han llamado (de un modo nunca lo suficientemente claro) las “luchas biopolíticas”.

¿Qué significa esto? Que el gobierno de lo social asume como problema central –de modo claro y directo– la gestión de la vida misma de la población (de las mayorías, de la fuerza de trabajo, etc.). Y que debe hacerlo desde el piso emplazado por el ciclo de luchas sociales que, desde mediados de los 90, confrontaron al neoliberalismo (ese modo, precisamente, más próximo al despojo de las vidas) con un conjunto de imágenes, movimientos, prácticas y enunciados que condicionaron la emergencia del kirchnerismo (como parte de los llamados gobiernos progresistas de la región). Desde entonces, la soberanía alimentaria y el problema de la representación/participación política; el uso de los recursos naturales y de la inteligencia colectiva, de las formas de vida, de trabajo y de ocio no han dejado de ser cuestiones de intensa disputa.

Esta situación se torna más clara desde el arribo, en 2003, de Néstor Kirchner al gobierno. Desde entonces, la polarización política se sustenta sobre dos interpretaciones contrapuestas: quienes entienden este gobierno de lo social como un modo de perfeccionamiento del neoliberalismo bajo nuevas condiciones y quienes, en cambio, asumen este hacerse cargo de la vida del pueblo como un cambio de fondo, un tránsito que niega y supera al neoliberalismo. Ambas perspectivas deben lidiar con un mismo desafío: ¿cómo evitar la autonomización de las resistencias biopolíticas?

De ahí que gobernar exija innovar en las formas de leer y de capturar la producción que surge de diferentes dinámicas sociales. Y esto a través de dispositivos de escucha, de contención y respuesta –siempre contingentes, siempre precarios–, que, no obstante, producen una escena política novedosa en términos de lenguaje, de articulaciones institucionales y de las formas de interpelación social.

Las paradojas del kirchnerismo se encuentran, de este modo, mucho menos en la siempre invocada mitología del viejo peronismo y mucho más en las modalidades propias de gobierno que trabaja bajo los efectos de una movilidad social a la que, en el mismo gesto, convoca y subordina para soldar un tipo de capitalismo inclusivo y de corte neodesarrollista.

Al mismo tiempo, 2001 ya no existe y está por todos lados.

El misterioso 54

Los números arrastran misterios. El 54% de los votos a favor de Cristina Kirchner obtenidos en la elección presidencial de octubre de 2011 posee significados diversos, la mayoría de los cuales sólo pueden comprenderse con el paso del tiempo y con el despliegue de los procesos que cruzan, determinan y explican –al menos parcialmente– nuestro presente. Destaquemos algunas claves.

La primera es evidente: luego de la crisis desatada por el conflicto sobre las retenciones “al campo” (2008) y la derrota en las elecciones parlamentarias (2009), el kirchnerismo se reinventa a partir de iniciativas capaces de construir nuevas y visibles mayorías: el Fútbol para todos, la estatización de las AFJP (antecedente de la reciente estatización de YPF), las leyes de Medios y de Matrimonio Igualitario y la Asignación Universal por Hijo.

Una segunda clave es el fenómeno político de convocatoria a los jóvenes tras la muerte de Néstor Kirchner. Aunque se la rodea –de parte de propios y ajenos– de significados insondables, lo cierto es que la desaparición física del ex presidente soldó en torno a la figura de Cristina Fernández de Kirchner una serie de significaciones, de sentidos, de afectos, producidos a lo largo de una década entera. Desde entonces, CFK no es una política más.

La tercera clave tiene que ver con la contundente decisión de apostar al mercado interno. Lo aseveró la Presidenta una vez afianzada sobre la cifra mágica: capitalismo es consumo. Y en la medida en que, para consumir, alguien tiene que producir, se trata de orientar al capital a la inversión productiva. Eso es lo que se llama, con cierta liviandad, “crecimiento” y que los críticos, por derecha, consideran una modalidad perversa del desarrollo planificado. La doctrina oficial se dice en una ecuación sencilla: cuando el capital invierte en la producción crea trabajo; cuando hay consumo, hay democracia¨.[1] La democracia afianzada sobre la ampliación del consumo es la lección aprendida post-2001 para garantizar la estabilidad de un sistema político y conjurar la amenaza destituyente.

No obstante, esta apuesta al “consumo” merece varias consideraciones. Una primera es que el consumo depende de una cierta relación con un mercado mundial en acelerada trasformación. El pasaje de una modalidad unilateral a otra multilateral (lo que se conoce como proceso de emergencia y consolidación del bloque BRIC) permitió a países como el nuestro una exitosa inserción global, sobre todo a partir de exportaciones de base extractivo-agropecuaria. La economía industrial ligada al esquema del biodisel y la soja, junto a la exportación de minerales y el posible cambio en la ecuación energética, constituyen un rasgo central del entramado del aumento de consumo.

De este modo –y tomemos la que sigue como una cuarta clave– en el 54% se juntan al menos tres procesos estructurales de la Argentina actual: (a) retórica oficial basada en los derechos humanos y sociales; (b) articulación entre exportación y consumo interno y (c) ensamble entre soberanía y desarrollo. Es sobre ese marco que CKF suele diagnosticar que la Argentina del futuro crecerá en torno a tres grandes aportes: alimentos, energía y conocimiento. No es fácil discutir este programa. De hecho, ningún partido político argentino lo hace de modo serio. El 54% es también la invención y delimitación de un espacio político al que podemos denominar ultracentro, apoyado en una articulación de las estructuras del viejo peronismo (sindicatos, intendencias, gobernaciones) y sectores progresistas (intelectuales, organismos de derechos humanos y organizaciones sociales).

Finalmente, quinta y última clave, en ese 54% hubo un mensaje para la llamada “oposición política”. Votar al oficialismo (FpV) fue un modo de castigar la mediocridad opositora por parte de un segmento del electorado que no tiene mayores compromisos con la política kirchnerista.

Acerca de la estupidez política

La estupidez es la autocomplacencia en el pensamiento, también en política. Pero, esta vez, la más visible es la estupidez cacerolera. No se trata, como dicen los intelectuales de izquierda, de un problema sociológico de las clases medias, ni de su escasa predisposición a embarrarse, ni siquiera de su congénito racismo. Se trata, más bien, de un modo de ser político –no exclusivo de las clases medias– que se organiza a partir de una premisa incuestionable: la constitución de una individualidad que irrumpe en la esfera pública animada en su estética y en sus lenguajes por el implícito de la propiedad privada.

En este marco, pareciera que uno de los motores principales de la movilización es el temor a que un tipo de inserción “con inclusión social” en un mercado mundial en crisis conduzca a poner en cuestión la propiedad privada. Lo que no es sino una lectura maniquea de las estatizaciones y demás políticas oficiales. De allí emergen afirmaciones –desacertadas y efectistas– del tipo “vivimos en una dictadura” (juicio “sustentado” en la proliferación de cadenas nacionales, en el laberíntico procedimiento para la obtención de dólares, en las ambiciones re-electoralistas; es decir, en la “chavización estatista” del país). Este tipo de afirmaciones evidencian la pobreza de las nociones de libertad, de seguridad, de democracia circulantes por esos espacios [2] y la absoluta ceguera respecto del papel neural del estado en el aseguramiento de los procesos de mercado.

En síntesis, es este “secretito” –la propiedad privada – el que subyace, de modo estúpido, a los reclamos y que permite una constitución subjetiva que va mucho más allá de la genéticamente anémica noción de clase media.

Hay otra estupidez en juego, una propiamente kirchnerista. Ya no se trata de esa movilización de naturaleza reaccionaria cuyo sentido primero es la defensa de la propiedad privada, sino la que surge de la ultraconcentración de la decisión política.

La idea de que la concentración de la decisión por parte de un grupo o persona que conduce un proceso político puede desencadenar una democratización mayor resulta del todo inconsistente. De este modo, la vuelta de la política que el oficialismo dice encarnar aparece, ante todo, como la operación de reponer un tipo de jerarquía, de mando y de demarcación entre los que deciden y aquellos a quienes se les comunican las decisiones –y en última instancia, bancan— la política. La política se reduce así a un fenómeno de comunicación (explicación y justificación), en lugar de ser el proceso de ampliación de las decisiones. El corolario de esta modalidad decisoria es una infantilización de las estructuras políticas militantes que redunda, por un lado, en una negación de la implicación entre estado, corporaciones y mercado y, por otro, en un bloqueo para la invención de procesos verdaderamente constituyentes.

Finalmente, “nuestra” propia estupidez: cierta complacencia con una fenomenología de la multitud (organización en red, autoconvocatorias relativamente espontáneas, ocupación callejera de los “muchos”, etc.) que desestima el carácter reaccionario que pueden adoptar estos procesos. Por este motivo, la analogía formal de estos fenómenos (cacerolazos recientes) con otras manifestaciones de la crisis global (“primavera árabe”, Occupy Wall Street, 15-M) no supone, de ningún modo, un contenido político equiparable.

Si Paolo Virno nos enseñó a pensar la “ambivalencia de la multitud” a partir del “tono afectivo” del territorio metropolitano (lo que explica la analogía formal), Toni Negri –desde hace décadas– insiste en ubicar en el corazón de la multitud el proceso real de constitución del “común” que la caracteriza (lo que explica la diferencia radical de contenido).[3]

Lo que vimos constituirse como contenido político en los últimos cacerolazos es un frente reaccionario que pone a la propiedad privada como base de constitución de toda subjetividad. En este sentido, la propiedad privada se vuelve condición transcendental o a priori de toda racionalidad pública. Nuestro problema, como eje de la politización que nos interesa, es exactamente el contrario: una política que toma como punto de partida y programa a crear las dinámicas de los movimientos que tienden a disolver el paradigma soberanista del poder, inventando nuevos modos de coordinación de la vida en común. Una producción de lo común, de la cooperación colectiva, que exige la invención de estructuras de decisión cada vez más amplias.

Escenarios

Bajo estas condiciones, los cacerolazos tensionan tres niveles de la coyuntura política: el modo de gobernar la crisis, la discusión sobre la “salida del neoliberalismo” (entendida como pasaje de un poder absoluto de los mercados a un paradigma de tipo “estatista”) y la posibilidad de armado de un frente anti-releccionista que aspira a bloquear la iniciativa oficial.

El virtual enhebrado de una “oposición arcoíris” (los blancos racistas de las cacerolas y los negros representados por la conducción de la CGT de Moyano) tiene consecuencias en varios niveles: por un lado, desplaza hacia la superestructura política –y a la pantalla de los grandes medios–  una extensa conflictividad entre modos de vida; por otro, tiende a promover candidaturas presidenciales capaces de “aterrizar” los componentes más irritativos de la fase política abierta a partir del 2001 y, finalmente, tiende a proponer una estrategia de boicot, en el tiempo, a la iniciativa política oficial (elecciones 2013/2015).

Al trenzar de este modo las dinámicas colectivas (relección vs. anti-relección; oficialismo vs. oposición), lo que se anula es la vía democrática en torno a la ampliación de las estructuras de decisión. A lo que no podemos más que contraponerle, una y otra vez, la necesidad de invención de nuevas formas de articular la decisión política en el nivel en el que se crean y arraigan los modos de vida.

Colectivo Situaciones

Buenos Aires, 21 de septiembre de 2012

***

[1] No hay más que recordar la publicidad clandestina del Frente para la Victoria unos días antes de las elecciones (“No seas rata, Rodolfo”) para comprender la variedad de la composición del 54%.

[2] No deja de ser curioso es que este mamarracho se presente bajo la forma de una verdadera fiesta de la clase media; “sujeto histórico” que, vaya uno a saber por qué motivos, acostumbra a presentarse como garantía de la democracia, de la honestidad y de la transparencia. “La que ya se está yendo de la plaza porque mañana tiene que trabajar”. “La que no vino en micro naranja ni por el plan social”. “La que se manifiesta por propia conciencia y voluntad”. Es una constante de la clase media (o clase mediática) asumir como universales sus representaciones y sus modos vida.

[3] Hay otra serie de “estupideces políticas” que aquí no vamos a desarrollar. Por ejemplo, una estupidez propiamente laborista –que bien encarna Hugo Moyano– que consiste en la incapacidad de advertir que el “trabajo” (el empleo formal asalariado) no es desde hace rato la única variable a mano para concebir las formas de reproducción de la vida popular, ni tampoco el horizonte hacia el que evoluciona una suerte de razón nacional-productiva, momificada en las veinte verdades peronistas. O la estupidez creciente dentro de la clase dirigente (de intendentes a gerentes de todos los partidos) en torno a un cierto espiritualismo: la idea de que la “paz interior” resuelve problemas políticos supone que estos se deben al stress y a las reacciones violentas. Además de banalizar saberes imprescindibles para la vida, este manotazo de chiches ideológicos new age no son sino una muestra más de la incapacidad por parte de quienes se conciben “dirigentes políticos” para pensar complejamente la situación.

Entrevista a Peter Pál Pelbart. Cuando uno piensa está en guerra contra sí mismo… (diciembre de 2008) // Colectivo Situaciones

Prólogo a Filosofía de la deserción. Nihilismo, locura y comunidad de Peter Pál Pelbart, publicado por Tinta Limón Ediciones.

 

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Libro: Bienvenidos a la selva (Diciembre 2005) // Colectivo Situaciones

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¿Quién Habla? Lucha contra la esclavitud del alma en los call centers (Diciembre 2006) // Colectivo Situaciones

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Entrevista al Colectivo Situaciones (Octubre 2005) // Sandro Mezzadra

De regreso a Buenos Aires en el mes de octubre, después de más de un año, la impresión ha sido desconcertante. Por un lado, son evidentes las señales de una reactivación económica, de un relance del consumo, de la presencia de una clase media que recupera seguridad y que vuelve a imprimir el signo de sus estilos de vida sobre la cotidianeidad de muchos barrios centrales de la capital argentina. Al mismo tiempo, octubre es un mes electoral, y la política –en su expresión mayormente visible por lo menos– parece reducirse nuevamente a la dimensión institucional y representativa. Es realmente difícil, recorriendo las calles de la ciudad, hallar los rastros –evidentes hasta el pasado año– de la gran explosión de creatividad colectiva determinada por el desarrollo de los movimientos luego de la insurrección del 19 y 20 diciembre de 2001. El mismo debate político parece haberse extraviado en aquella temporada, y vuelve a focalizarse sobre las anomalías del sistema político argentino, irreductible al bipolarismo de impronta «europea» que muchos propusieron como la única solución para los problemas del país. Vuelven a la mente el final de los años `90, la discusión que acompañó los orígenes de la experiencia (verdaderamente fracasada) de la Alianza de De la Rúa.

Por otro lado, es suficiente andar por el centro de la ciudad, moverse un poco en el devastado conurbano bonaerense, para verificar cuán poco han cambiado las condiciones de vida de una parte realmente grande de la población. Allí continúan –y son práctica cotidiana–, por ejemplo, las ocupaciones de tierras para construir nuevas casas, que han representado en estos años la principal forma de desarrollo del tejido metropolitano. Pero lo que a uno se le presenta aquí es, más en general, una sociabilidad realmente irreductible a las retóricas dominantes. No obstante –hablando con los compañeros que han sido protagonistas en estos años de las más extraordinarias experiencias de los movimientos desarrollados en torno a esta socialidad–, uno se encuentra con el relato de una fragmentación extrema, de procesos de despolitización que se han desplegado paralelamente a la cooptación de una parte del movimiento en la reconstrucción de aparatos clientelares de mediación social. No faltan las experiencias interesantes, los proyectos, las ideas: pero en general queda la impresión de una melancolía de fondo, que se intenta, tal vez, pensar políticamente. Incluso, las manifestaciones contra Bush en Mar del Plata no han representado un signo de contratendencia en este sentido: más que la riqueza de las experiencias cotidianas que habían caracterizado el desarrollo del movimiento argentino en los pasados años, ahí se expresó un rechazo muy «ideológico» de las políticas de Bush, importante si se quiere, pero de signo distinto respecto de aquel que impresionaba en Argentina hasta hace no mucho tiempo atrás.

Es a partir de esta experiencia de la ciudad que nos encontramos con los compañeros del «Colectivo Situaciones», con el propósito de intentar pensar juntos el desarrollo de estos últimos meses. Y parece lógico tratar de plantear la discusión misma sobre la situación argentina en el marco de una reflexión más amplia sobre aquello que está sucediendo en América Latina.

Sandro Mezzadra: Me parece que podríamos partir de algunas consideraciones sobre la situación general latinoamericana. Es bastante evidente que, sea por una serie de desarrollos internos al continente, sea por la situación global, con los Estados Unidos «distraídos» con la guerra de Irak, se han abierto en los últimos dos años espacios crecientes para una política autónoma latinoamericana. Es más, me parece que se está progresivamente imponiendo la conciencia del hecho de que la dimensión continental juega un papel cada vez más importante en la definición de las políticas internas en los principales países latinoamericanos. Y esto determina una contradicción muy interesante a partir de una retórica política que sigue estando sustancialmente centrada sobre la soberanía nacional.

Colectivo Situaciones: Habría que señalar una consecuencia de algún modo paradojal en la situación que describís. En la medida en que efectivamente se impone la conciencia sobre las potencialidades que se están abriendo en América Latina, al mismo tiempo se hace cada vez más difícil obtener informaciones confiables sobre lo que sucede en los diversos países. En el sentido de que la misma información periodística está cada vez más condicionada por los diversos proyectos políticos que se juegan en el espacio continental, y a menudo el único modo que tenés para conseguir información sobre lo que sucede en un determinado país es ir personalmente. Esta es la razón por la cual en los últimos tiempos hemos comenzado a viajar mucho por América Latina, y en particular hemos hecho dos largos viajes a Bolivia y a México.

De todos modos, es evidente que en los últimos años muchas cosas han cambiado efectivamente en muchos países latinoamericanos. En Uruguay, en Argentina, en Brasil, en Venezuela, en algunos aspectos también en Chile, han llegado al poder, en condiciones diferentes cada caso, fuerzas políticas que habían representado –por largo tiempo– a la oposición, a menudo incluso a la oposición revolucionaria. Esto explica en buena parte el entusiasmo, la excitación que atraviesa el continente, la impresión que muchos tienen de encontrarse frente a una suerte de revival bolivariano… A nosotros nos parece, sin embargo, que sin negar de ningún modo la consistencia de los cambios en curso, es necesario mantener una postura crítica, asumir como problema analítico y político el hiato entre los procesos reales y la retórica que se edifica en torno a ellos. Y es precisamente al interior de este hiato entre los procesos que se sitúa el problema de la información.

Existe, por ejemplo en Argentina, pero no sólo aquí, un crecimiento muy firme de las inversiones de capital latinoamericano, y también un movimientos de gran importancia en torno al tema del petróleo venezolano. Pero de ahí a proponer, como muchos parecen hacer, una redefinición del viejo slogan «los soviet más la electrificación» en la idea del «discurso bolivariano más petróleo venezolano» nos parece, sin embargo, un error… Hay un problema de comprensión de la nueva articulación de la relación entre capital y discurso político en América Latina, y de la inserción de esta nueva articulación dentro de una situación global en transformación, que parece quedar sustancialmente fuera de debate.

SM: Lo que en todo caso me parece cierto es que la situación latinoamericana está caracterizada por una crisis profunda del modelo neoliberal que se había afirmado en los años 90, con una serie de características homogéneas, bajo el signo del llamado «Consenso de Washington». ¿Advierten ustedes, dentro de esta crisis, la emergencia de algunas características comunes de un nuevo modelo latinoamericano?

CS: Nos parece que esa es, efectivamente, la cuestión fundamental a pensar. Pero con una consideración preliminar, para nosotros, muy importante. Cuando se habla de neoliberalismo y de «consenso de Washington», muchas veces tenemos la impresión de que, en el discurso político latinoamericano, se hace referencia a políticas coyunturales impuestas por los Estados Unidos y por los organismos internacionales y, en consecuencia, de lo que se trataría es de sustituir estas políticas por otras de signo contrario, más ligadas a una suerte de autonomía continental. El punto es que el neoliberalismo ha marcado un pasaje irreversible, estructural, en la historia latinoamericana. No es un cambio en la clase política la que va a poder modificar las cosas. En ese sentido, hoy nos hallamos frente a gobiernos «populares» –para usar una categoría que tiene una historia importante en América Latina– que combaten el neoliberalismo partiendo de condiciones estructurales completamente neoliberales.

Este es, entonces, el punto de partida desde el cual nos parece necesario analizar las dificultades de estos gobiernos, ¡y no la «traición» de dirigentes de los movimientos populares una vez llegados poder! Si pensamos el caso de Brasil –que, de algún modo, es la misma experiencia de Kirchner en la Argentina– nos parece justamente ese el problema: nos encontramos frente a gobiernos que están formados dentro de un espacio abierto por la acción de los movimientos y que, sin embargo, no logran llevar a cabo las políticas de redistribución que, incluso, tendrían toda la intención de promover.

Por muchos aspectos –y sin que esto implique nuestra adhesión a ese proyecto– tenemos la impresión de que es el gobierno de Chávez en Venezuela el que tiene mejores posibilidades de llevar a cabo experimentaciones significativas en la búsqueda de una «salida» al neoliberalismo. Y esto tiene que ver, por un lado, con las condiciones políticas en las que la experiencia de Chávez se está desarrollando: el viejo sistema político está literalmente resquebrajado y no existe una oposición creíble en Venezuela. Pero tiene que ver, también, con la importancia del petróleo y con la posibilidad de que, en un futuro próximo, se defina una alianza entre Venezuela y Bolivia precisamente en torno a la gestión de las fuentes energéticas. Creemos que es ésta una variable esencial a tener en cuanta para poder pensar la evolución general de la situación latinoamericana.

SM: Me parece interesante tratar de profundizar en el significado del neoliberalismo como límite estructural en América Latina. ¿Cuáles serían las transformaciones fundamentales que ustedes ligarían a este límite?

CS: Por un lado, está su dimensión más evidente, aquella que tiene que ver con la transformación de la estructura de la propiedad, de las formas de la actividad económica prevaleciente en sectores claves. Pensemos en la situación argentina, donde el sector de los servicios está por entero privatizado. Pero pensemos también en una empresa «estatal» como Petrobras en Brasil, que juega un papel fundamental en las relaciones con Venezuela y con Bolivia, y en la que los capitales privados son ya decisivos respecto de las disposiciones societarias.

Pero, por otro lado, hay algo más y, posiblemente, más importante: el hecho de que la desarticulación de la clase obrera tradicional ha ocasionado procesos de marginalización y de informalización que han implicado y redefinido en profundidad la vida de una cantidad enorme de personas en América Latina. Esta es, sin duda, una realidad que tiene sus orígenes en las políticas neoliberales, pero que a esta altura tiene una dinámica autónoma. Y esto ha determinado problemas gigantescos, al mismo tiempo que ha nutrido prácticas sociales y formas de vida imposibles de «resolver» de un día para el otro. Este nos parece el problema fundamental hoy en América Latina, pero es el problema que queda totalmente afuera de la experiencia de las políticas de los gobiernos «populares». La gestión de la vida de estas enormes masas de población se define en el cruce entre la acción de organizaciones criminales, formas biopolíticas de control –a menudo violentísimas– y modalidades de autogobierno profundamente ambivalentes. En esta situación, por un lado legalidad e ilegalidad tienden a indeterminarse, mientras que, por otro, es precisamente esta población la que representa en América Latina el ejemplo más próximo de lo que en Italia se define como «multitud»: nos encontramos frente a modalidades de reproducción de la vida cotidiana por completo más allá de la forma nacional y «popular» clásica.

Pero que quede claro: es este mismo sector de la población el que ha forjado los movimientos más significativos e innovadores de los últimos años, el que ha producido las rupturas que, en cierto modo, han hecho posibles experiencias de gobiernos de nuevo tipo. Sin embargo, no es este sector de población la base social sobre la que estos gobiernos se apoyan, al tiempo que estos últimos no parecen haber desarrollado hipótesis políticas de relación con el sector de población del que estamos hablando que vayan más allá de la conjugación de clientelismo y retóricas de seguridad como forma de gestión de una fuerza de trabajo que se reproduce sobre la frontera entre inclusión y exclusión.

Es frente a esta realidad que las retóricas construidas sobre la idea de que es posible relanzar modelos de integración por medio del Estado –como el que en Argentina se experimentó con una cierta eficacia por ejemplo en la primera década peronista, luego de la segunda guerra mundial– nos parecen grotescas. Cuanto menos, nos parece que el peso de la prueba recae sobre aquellos que utilizan esta retórica, mientras se parte de la idea de que la posibilidad de la que hablábamos se da en los hechos. Y al mismo tiempo, si algún político contara con un mínimo de sinceridad acerca de cuáles son los métodos con los que organiza su apoyo electoral en un barrio cualquiera del conurbano de Buenos Aires… ¡sin duda debería dejar la política de un día para el otro!

De cualquier modo, en la situación actual se está reproduciendo lo que podríamos llamar el lado biopolítico del neoliberalismo de los años 90. Y esto sucede en una situación muy compleja desde el punto de vista «geopolítico». Por ejemplo, desde el punto de vista de los Estados Unidos, la simple estabilidad de países como Brasil y Argentina representa una garantía respecto de los posibles desarrollos imprevistos, como podría ser el caso de la situación en Bolivia. En ese sentido, las retóricas estilo años 70 de un gobierno como el de Kirchner bien podrían ser aceptadas como el precio que vale la pena pagar frente a semejante garantía. Sin contar que, mientras el proceso de integración al que apuntaban los estadounidenses bajo el signo del ALCA está efectivamente fracasando como proceso multilateral, se multiplican los acuerdos bilaterales entre Estados Unidos y los distintos países estableciendo condiciones para una profundización del neoliberalismo.

En suma, la crisis del «Consenso de Washington», por diversos aspectos, es una crisis relativa, e incluso, tal vez sea más una crisis de crecimiento que una verdadera crisis de transformación. Si miramos la historia del neoliberalismo en América Latina, reconociendo su origen en las dictaduras militares de los años 70 en Chile y Argentina, encontramos otros momentos de crisis en su desarrollo, tantos que se podría describir este último en términos cíclicos, de stop and go, como dicen algunos economistas.

SM: Me parece, sin embargo, que la situación actual está marcada por elementos de novedad muy significativos. A partir del hecho, evidentemente decisivo desde sus puntos de vista, de que la crisis del neoliberalismo está determinada entre otras cosas por el desarrollo de movimientos extremadamente radicales que son producto de las condiciones estructurales mismas generadas por el neoliberalismo.

CS: Sí, sin duda eso es verdad, y se refleja si querés en la distinta determinación con que un gobierno como el de Kirchner gestiona las tratativas con el Fondo Monetario Internacional o con empresas extranjeras que operan en el país en el sector de los servicios. Hay que tener en cuenta, luego, el hecho de que –siempre pensando en el caso argentino– el gobierno puede jugar sobre la ventaja competitiva garantizada por la devaluación del peso. Esto le permite, efectivamente, apuntar a la producción de un bloque social que apoya al gobierno significativamente distinto de aquel que, por ejemplo, apoyó a Menem en los años 90. De cualquier modo se podría decir que Kirchner es exitoso incluso a través del margen de maniobra obtenido desde el fin de la paridad entre el peso y el dólar, lo que le garantizó cierta dinámica de crecimiento económico, de relance del consumo, que le ha permitido al Estado recuperar a aquellos sectores de clase media que habían representado un componente muy importante de la revuelta de diciembre de 2001, participando, sobre todo, de las experiencias de asambleas barriales. No es, entonces, un casualidad que estas experiencias –entre las nacidas después del 2001– hayan sido las primeras en entrar en crisis.

Por otro lado, hay otro aspecto que muestra la persistencia de la revuelta de diciembre en las políticas de Kirchner. El gobierno actual es un gobierno que no puede, si no al precio de poner inmediatamente en discusión su legitimidad, adoptar medidas represivas contra las movilizaciones sociales. Y alrededor de esta imposibilidad se está, por un lado, organizando una oposición de derecha que hoy no tiene la fuerza de imponer sus soluciones, pero que en el futuro puede jugar un papel importante. Mientras que, por otra parte, la postura del gobierno termina por difundir una sensación general de inseguridad que conduce a cada vez más ciudadanos a dirigirse hacia agencias de vigilancia privada para resolver los problemas de su «seguridad» cotidiana. Con el resultado de que la economía privada de la seguridad está asumiendo dimensiones verdaderamente gigantes, y constituye un elemento cada vez más condicionante de la cotidianeidad.

También aquí vemos cómo los discursos avanzan en un sentido y los procesos reales en otro. Y no se trata, sobre esto queremos ser claros, de manipulación retórica de la realidad, de «demagogia»: esta disparidad de la que estamos hablando entre discursos y procesos se ha reproducido de forma continua a lo largo de estos años en los mismos movimientos sociales, constituye un elemento estructural de la situación en la que nos encontramos. Pero estamos seguros de que mientras no haya una nueva emergencia de movimientos capaces de poner directamente en cuestión los procesos mismos, será muy difícil producir una verdadera ruptura en la situación política de un país como la Argentina.

El tema es que un gobierno como el de Kirchner, el primero que reconoce abiertamente el rol fundamental de los movimientos sociales, los ha colocado, desde el principio, en una posición muy tradicional, asignando a los movimientos un rol muy clásico de elaborar demandas a las que luego sólo el sistema político puede dar una respuesta. La dimensión constructiva, el potencial de invención de soluciones, de formas de vida, incluso de nuevas instituciones sociales, que ha caracterizado a los movimientos de los últimos años ha sido desde el inicio cancelado por las políticas de Kirchner. Reconocimiento mediático y cooptación hacia el interior de clásicas modalidades clientelares: ésta ha sido la «oferta» de Kirchner a los movimientos. Y estos últimos no han estado a la altura de sustraerse a la fuerza de dicha oferta: la única alternativa ha sido la marginalidad; no ha habido, y lo decimos también en sentido autocrítico, capacidad de profundizar, de consolidar, el potencial constructivo de la autonomía. Un «realismo» de la autonomía: es éste el problema fundamental –y la tarea– que derivamos del desarrollo de los movimientos y de nuestras mismas prácticas de los últimos años.

Desde este punto de vista, nos ha parecido muy interesante lo que hemos visto y sentido en Bolivia, donde a la vigilia de las elecciones es muy difuso el panorama, tanto que incluso un dirigente «popular» tan autorizado como Evo Morales, una vez llegado eventualmente al poder, podría acabar por proponer a los movimientos una «oferta» muy similar a la de Kirchner.

SM: Probemos de experimentar, entonces, lo que llaman realismo de la autonomía aplicándolo al análisis de la situación boliviana. Han estado hace un tiempo un mes en Bolivia, se han encontrado con exponentes de las diversas realidades en movimiento de ese país y están actualmente comprometidos con una serie de proyectos editoriales muy interesantes, que tienen, entre otros, el objetivo de consolidar las relaciones que han emprendido en el curso del viaje…

CS: Bueno, lo que en mayor medida nos ha impresionado de Bolivia ha sido precisamente el hecho de que el principio de autonomía, la construcción de una red alternativa de relaciones sociales, tiene una base material mucho más amplia de la que jamás ha tenido la Argentina, incluso luego de la insurrección de diciembre de 2001. Por las condiciones particulares de Bolivia, por el peso de la cuestión indígena y por la herencia del colonialismo, esta red alternativa de relaciones sociales se constituye explícitamente contra el principio del Estado–nación. Y esto crea una tensión permanente con hipótesis políticas que, como la de Evo Morales, asumen al Estado como punto de referencia. Es evidente que no se trata de hacer una apología acrítica de esta red alternativa de relaciones sociales. Es muy difusa, en los movimientos bolivianos, una ideología comunitaria que tiene algunos ribetes horrorosos, como la idea de una justicia comunitaria que no se hace problema alguno al considerar la pena de muerte como una sanción «natural» para toda serie de comportamientos «desviados». Es la razón por la cual hemos encontrado muy interesante las posiciones de un colectivo feminista como «Mujeres Creando» –del cual hemos publicado una serie de textos (La Virgen de los Deseos, Tinta Limón, 2005)–: la crítica al fundamento patriarcal de las relaciones comunitarias nos parece muy interesante precisamente por las características específicas de los movimientos bolivianos.

Y aún el problema persiste: Bolivia es hoy un gigantesco laboratorio, en el que movimientos heterogéneos están materialmente produciendo modos de vida, formas de cooperación, modelos económicos alternativos respecto de aquellos que se inscriben en los marcos del Estado nacional, con sus códigos de funcionamiento centrados en torno de las instituciones representativas. La producción de hipótesis políticas capaces de aprehender esta realidad es de una urgencia absoluta…

SM: Me parece que aquí se sitúa un problema de ninguna manera secundario. Si observamos la realidad latinoamericana de estos últimos años –a la Argentina o a Brasil, por ejemplo– aquello que emerge más claramente es que llegado a cierto punto, en presencia de movimientos radicales y extraordinariamente innovadores, el sistema político termina por reconquistar la centralidad que parecía haber perdido precisamente a través del momento fundante de la lógica representativa: las elecciones. No es que la situación sea muy distinta, desde este punto de vista, en Italia… ¿Creen que en Bolivia pueda suceder algo similar con las elecciones de diciembre?

CS: Por el momento lo que nos parece necesario decir respecto de la situación latinoamericana es que el problema que estás señalando no conduce a la desaparición de los movimientos. La recuperación de la centralidad por parte del sistema político –hecho que se podría ver con claridad, por ejemplo, en la Argentina desde la elección de Kirchner a la presidencia– cambia las condiciones de expresión y de representación de los movimientos, introduce dificultades imprevistas, pero no cancela su presencia y su potencia. Esto, estamos seguros, vale tanto más para una situación como la boliviana, en la que, como decíamos, los movimientos tienen una radicalidad y una extensión extraordinaria. Y, más en general, creemos que la producción de movimientos sociales autónomos es ya una característica estructural de la situación latinoamericana que el mismo sistema político, a mediano plazo, está forzado a tener en cuenta.

SM: Es, después de todo, una valoración que se puede leer a contraluz en la Sexta Declaración de los zapatistas. Luego de haber estado en Bolivia, hicieron otro importante viaje precisamente a México. Han estado tanto en Chiapas como en la Ciudad de México. ¿Qué impresión tienen de la Sexta Declaración del EZLN y del debate que ha originado?

CS: Tenemos la impresión de que la Sexta Declaración del EZLN tiene una importancia política fundamental en un contexto mexicano y continental caracterizado por un cierto desplazamiento de la dinámica desde los movimientos hacia los gobiernos.

A nivel nacional, la situación es muy compleja, y vale la pena recapitular algunos elementos fundamentales de esta complejidad. A partir de 1988, México fue atravesado por grandes movimientos de democratización. No obstante, el PRI logra controlar la situación hasta fines de los años 90. En este proceso, la insurrección de los zapatistas en enero del 94 –con el ataque al NAFTA y al gobierno de Salinas– representó un duro golpe para ese modo completamente autoritario y neoliberal de gobernar. Pero cuando el PRI pierde finalmente las elecciones, quien se aprovecha de una dinámica electoral de ninguna manera límpida, no es el PRD y su candidato Cárdenas, sino el PAN, el partido conservador y ultra-liberal de Vicente Fox.

En esos años el zapatismo desarrolló una larga lucha por los derechos indígenas y populares, elaborando reivindicaciones que han sido ignoradas por el conjunto del sistema político, por los tres poderes del Estado y por los tres grandes partidos nacionales. Pero estas luchas han generado, de todos modos, fuertes movilizaciones, es decir, han conducido a un proceso de renovada politización en México.

Sin embargo, luego de la absoluta falta de reconocimiento por parte de poder de los acuerdos de San Andrés (firmados por Zedillo, presiente del PRI), el EZLN optó por un largo silencio. Fue en este periodo que el zapatismo elaboró una forma original de autogobierno en las comunidades: las llamadas «Juntas de Buen Gobierno».

No se trata solamente de autogobierno comunitario –que tiene una larga tradición–, ni de una superposición entre estructuras de autogobierno y estructuras administrativas oficiales: es, más bien, un intento por organizar a nivel regional la autonomía, dando vida a un coordinación de municipios libres. Las «Juntas de Buen Gobierno» administran cuestiones de justicia, de tierras, de salud, de educación en grandes territorios. Y están formadas por miembros de todos los municipios autónomos. Su sede son los llamados «Caracoles», cinco en todo el territorio zapatista de Chiapas. Es allí que se recibe a la gente que se acerca al zapatismo, que se evalúan los proyectos, etc. Este autogobierno regional realiza la síntesis del poder ejercido en el territorio zapatista. Cuando estuvimos en Chiapas pudimos constatar los niveles de efectiva autonomía respecto del Estado. En terrenos como la salud, la justicia y la educación, es verdaderamente impresionante lo que los zapatistas han logrado producir, situándose directamente en competencia con el Estado, incluso frente a poblaciones que sin ser zapatistas se acercan a las Juntas o a esos hospitales para usar sus servicios.

Mientras tanto, el sistema político mexicano prepara las elecciones nacionales para mediados del 2006. La pelea será entre López Obrador, actual Jefe de Gobierno de la Ciudad de México y candidato del PRD y Madrazo, el candidato del PRI que cuenta con grandes recursos y estructuras, y que representa la continuidad de la cultura clientelar y mafiosa que ha gobernado México por décadas.

Hace unos meses atrás, hubo una tentativa de la justicia mexicana para impedir que López Obrador se candidatease a la presidencia. Y esto fue seguido por una extraordinaria movilización a la Ciudad de México de la que han participado millones de personas. También los zapatistas han apoyado esta movilización, haciendo sin embargo una distinción: lo que sostenían era la posibilidad de que López Obrador participara en las elecciones, no su candidatura. No es difícil comprender las razones del apoyo de los zapatistas a la movilización a la Ciudad de México, dado que en la plaza se encontraban muchos de los se habían movilizado en los años anteriores contra la guerra en Chiapas y a favor de los mismos zapatistas. La crisis concluyó con la admisión de López Obrador a las elecciones presidenciales, pero al mismo tiempo con una apelación de este último a la gente para que regrese a sus casas.

A partir de ese momento las cosas habrían vuelto a su marcha habitual: una fase de pre–campaña electoral y de realineamiento de las fuerzas, y luego el inicio de la campaña electoral propiamente. Entre una cosa y la otra, habría sido un año entero de congelamiento de cualquier iniciativa que no pasase a través de la mediación del sistema político.

Es en este contexto que se inscribe la iniciativa zapatista. Primero, con la declaración de una «alerta roja» y, luego, con la publicación de una serie de comunicados que en su conjunto componen la Sexta Declaración. Ya muchos compañeros, incluso también muchos analistas políticos, han puesto en evidencia la complejidad de la Sexta Declaración. Brevemente: se trata de un documento que describe la situación política actual atacando a López Obrador como candidato de Washington, acusándolo entre otras cosas de haber formado su lista electoral con reconocidos enemigos del zapatismo que se fueron pasando del PRI al PRD. La Sexta Declaración define al neoliberalismo como una guerra real, e insiste sobre el hecho de que el PRD no va a modificarlo ni va a poner en discusión sus líneas de fondo. Al contrario, como de algún modo anuncian los paramilitares de Zinacatán (antizapatistas y al mismo tiempo encuadrados en el PRD), el PRD atacaría, incluso militarmente, movimientos como el zapatista. La Sexta Declaración continua recordando cómo el conjunto del sistema político, incluido el PRD, se había enfrentado a la reivindicación de los derechos indígenas, y anuncia una iniciativa política.

En otro nivel, la Declaración reconoce las luchas actuales y las resistencias en América Latina, y se inscribe ella misma en este contexto, así como a nivel internacional se identifica en la resistencia global al capitalismo. En la Declaración hay también un balance del desarrollo del zapatismo: por un lado se reconoce que los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno han sido las iniciativas más importantes del último periodo; por el otro, se insiste en el hecho de que el EZLN es un ejército de liberación nacional, que no puede replegarse sobre un territorio para gestionar una autonomía local. De ahí, a partir de un proceso de consulta en las comunidades, surge una nueva iniciativa política dirigida tanto a aquellos que encuentran entre los «perdedores» del neoliberalismo como a aquellos que se identifican con una izquierda determinada. La idea es hacer un recorrido por el país, escuchar experiencias, ver realidades en evolución e intentar afirmar un programa de lucha nacional y de lanzar una «contra–campaña» con capacidad de desarrollar una presencia política hacia el interior del escenario electoral. Los zapatistas, para ello, han convocado a una serie de reuniones y asambleas en Chiapas, precisando que para ellos no se trata ni de construir un partido ni de participar de las elecciones ni, muchos menos, de apoyar a López Obrador.

A nivel continental, sobre la base de lo que habíamos dicho anteriormente, podemos agregar que la importancia de la Sexta Declaración consiste en el reconocimiento por parte del zapatismo de su participación en procesos abiertos de lucha en varios puntos del continente, pero también en el hecho de que esta participación consolida una perspectiva autónoma. En otras palabras, no se trata de construir procesos de unificación de las luchas por arriba, sino de reforzar la perspectiva y las experiencias de autogobierno, de alimentar las experiencias comunitarias.

Nuestra valoración general de la Sexta Declaración zapatista se podría resumir, entonces, en dos puntos. Por un lado, en una gran expectativa frente al simple hecho de que sea elevada una voz que reivindica una política hecha desde la base, una voz autónoma capaz de marcar un límite respecto a un tipo de política de gobierno –en crecimiento a nivel continental– que recupera reivindicaciones y temas de los movimientos aún cuando debilita sus las posibilidades concretas de organización y movilización. Se trata, sin duda, de una iniciativa muy audaz, y es difícil imaginar también el tipo de respuesta que los movimientos mexicanos darán a esta iniciativa. Pero miramos el proceso con un interés particular. Por otro lado, lo seguimos no sin una cierta preocupación, preguntándonos qué sucedería si el proceso mismo fuese bloqueado por la represión o por algún tipo de fracaso político: ya muchas veces el sistema político ha hecho oídos sordos a las demandas de los zapatistas, y en Chiapas persiste una alto nivel de militarización.

SM: Volvamos, para terminar, a la Argentina. ¿Qué perspectivas ven para el desarrollo de la situación política general y para los movimientos? Pero sobre todo: en estos años su trabajo de investigación militante dentro de los movimientos ha producido un cierto modo de entender la práctica política. ¿Qué tipo de reflexiones están haciendo a propósito de esto en las nuevas condiciones en que se ven obligados a actuar?

CS: Para nosotros se ha tratado, en estos últimos años, de desarrollar una práctica de investigación militante que supiese unificar lo que había permanecido demasiado tiempo separado: una investigación que supiese determinar la elaboración de las experiencias de ciertos movimientos haciéndola más «cercana» a los movimientos mismos de lo que hasta ahora han hecho los investigadores académicos o los militantes políticos clásicos. Los primeros para adecuarse a los estándares universitarios, los segundos para hacer prevalecer siempre su línea política.

Es claro que nuestro trabajo no puede permanecer indiferente al modo en que los movimientos se están transformando y que hoy, sobre la base de las experiencias realizadas, se trata de diversificar y articular una serie de iniciativas que valoricen los resultados del trabajo de estos años. Por un lado, no podríamos imaginar una práctica intelectual y política desligada de las condiciones reales producidas por los movimientos, de sus prácticas, de sus búsquedas, de sus inquietudes. Por otra parte, hemos experimentado un periodo de gran productividad política e intelectual. Entre el 2001 y el 2003, en Argentina se han hecho y dicho muchas cosas que de algún modo han modificado la cultura política del país. Hemos sido muchos, con diversos estilos, los que participamos de esta elaboración y difundimos estos lenguajes.

Ahora, esta elaboración se ha vuelto más subterránea. Más allá de explosiones esporádicas, que se producen en realidad muy frecuentemente, los movimientos que han sido protagonistas de las luchas hasta el 2003 se han comprometido con un proceso, muy rico, de análisis y valoración, de cierto modo «introspectivo». Estamos pues en una situación un poco paradójica, en que por una parte tenemos la apariencia de un reflujo considerable, mientras por otra percibimos que se están elaborando las bases de una nueva productividad, reflexionando acerca de lo que se ha hecho y buscando determinar los límites para poder seguir. De parte nuestra, estamos recalibrando la práctica de los seminarios al interior de los movimientos, que ha representado un aspecto esencial de nuestro trabajo de estos años, precisamente sobre este nivel.

Por cierto, las luchas entre el 2001 y el 2003 han consumido una enorme energía, nos han dejado a todos por decirlo de algún modo exhaustos. Pero por otra parte hay una serie de nuevos elementos, definidos también por el eco de nuevas luchas en otros países latinoamericanos, provenientes del desarrollo de una serie de resistencias y explosiones sociales continuamente reproducidas en los últimos dos años y que se ligan al modo en que se gestionan las condiciones de vida de la población: desde las revueltas contra las empresas ferroviarias privatizadas, los movimientos estudiantiles por las condiciones edilicias, hasta la recomposición de luchas salariales.

Es claro que estas nuevas dinámicas han requerido una nueva atención por parte nuestra, y estamos a la búsqueda de modos de participar en este proceso. Desde este punto de vista, la iniciativa más importante que hemos desarrollado fue la fundación de una editorial, «Tinta Limón» (www.tintalimonediciones.org). Sus objetivos fundamentales son introducir en la dinámica actual enunciados, reflexiones teóricas que puedan entrar en resonancia con la elaboración que se produce al interior de las luchas locales pero, al mismo tiempo, actuar de modo que desde el interior de estas luchas y de estas experiencias la reflexión y el debate puedan traducirse en textos políticos.

Publicado en IL Manifesto, Roma, octubre de 2005.

 

 

Apuntes sobre Acá no… de Juan Pablo Hudson (julio 2005) // Colectivo Situaciones

Apuntes sobre Acá no…

Por Colectivo Situaciones

 

1

 

Esta es la historia de una experiencia que probablemente no vuelva a pasar. La ocupación de fábricas requiere de un tipo  de compromiso, de saberes y de esfuerzo con el trabajo que, tal vez, quienes protagonizaron las ocupaciones a principio de este siglo hayan sido la última generación que los posea. Y tal vez esa intuición sea parte de la tristeza y de los dilemas que aparecen entre los “laburantes” y los “pibes”. ¿Cómo incorpo- rarlos a ellos, a los pibes, como socios (es decir, en igual rango) si les duele el cuerpo de nada, si “no se ponen las pilas” y faltan a cada rato sin justificación, si no entienden algo profundo del sentido de dedicarle tanto esfuerzo al trabajo?

Juan Pablo Hudson lo hipotetiza: en los pibes hay una trian- gulación pragmática entre subsidio estatal, trabajo en negro y changa que como articulación trabajo/dinero es más atractiva, más poderosa, que el salario, incluso que la incorporación inmediata como socio a una fábrica (vieja idea de democratiza- ción de la producción que hoy no parece provocar tanta ilusión ni animar tanto empeño).

Desilusión de los “laburantes”: frustración del trasvasamien- to generacional. No se ven a ellos mismos de jóvenes cuando ven a los pibes. Como si la ocupación necesitara de que sus pro- tagonistas hayan pasado por la disciplina de la fábrica para que sea posible y, también, deseable. Si se quita ese sustrato, ese pasado, esa experiencia de lucha y obediencia, se vuelve difícil asumir todo el compromiso que implica poner en marcha cual- quier establecimiento recuperado. Primer punto, entonces: la ocupación de la fábrica está al interior de un cierto encanto o relación de proximidad con ella, necesaria para transformarla.

2

Una vez adentro de la toma, aunque no se lo diga con esas palabras, los propios laburantes entienden la racionalidad de la precarización. Entienden su ductilidad para lidiar con la desafección al trabajo que sienten los “pibes” y con las exi- gencias de una producción extremadamente dependiente del mercado. Esto genera una contradicción tremenda: como si tuviesen que íntimamente y a destiempo darle la razón a los patrones. Y, sin embargo, no es así.

El desafío queda planteado de manera nítida es una pre- gunta que abre un horizonte de problemas muy extenso: ¿es posible encontrar otras figuras laborales, que no sean las del “laburante”, y que tampoco sean una confirmación resignada o derrotada de la precarización como lógica de pura explotación?,

¿es posible desde el trabajo entender la desafección al trabajo?

Ante la dificultad con los jóvenes,  una forma  de remediar  el problema de las incorporaciones de nuevos trabajadores  a  las fábricas recuperadas (que, en cierto punto, es un problema generacional) es reclutar a los viejos despedidos. Cuando los convocan, las razones de quienes vuelven (ya que la intención de volver, hay que aclararlo, no es inmediata) parecen ser dos: una suerte de revancha contra la fábrica que los echó (y en este senti- do la asamblea de ocupantes que los reincorpora siente la euforia y la grandeza de hacer justicia con ellos, de reparar los designios del mercado) y un fracaso en el cuentapropismo intentado.

Ahora, ¿no es la propia figura del “investigador del Conicet” la que para los trabajadores de la fábrica genera sospecha por ser identificada como otra forma de la desafección al trabajo? Reeditando de un modo nuevo la clásica polémica entre trabajo manual y trabajo intelectual (que no es ajena a estas experiencias), se abre una brecha zigzagueante en la relación, pero también entre los trabajadores y su apuesta a la rotación de tareas.

3

Queda al descubierto que  la ideología –del cooperativismo  a la horizontalidad– viene a posteriori. Como dice Lisandro cuando tiene que usar ese léxico para escribir: “Las ideas comunistas vienen del diccionario”. En este sentido, la minuciosidad de las frases, las idas y vueltas de los estados de ánimo, los quilombos y los logros que desfilan a lo largo de todo el texto del libro van dando una veracidad al relato porque la palabra es problemática, un poco confusa por momentos, desalineada, pero muy laboriosa, constante y, sin dejar de ser ambiciosa, nunca es utópica.

La autogestión se plantea como enigma. Los problemas de la autogestión no son sólo vinculares. Y, por eso, no se confía simplemente en hablarlos ni en volcarlos en técnicas de grupo. Hay algo en la división de tareas que parece poner conflictos más de fondo. Que no se resuelven con la asamblea.

La relación con el estado no es ajena a la noción misma de autogestión. Aparece a través de sus funcionarios, subsidios y programas. De manera no siempre esperable. Como un tanteo, una ayuda que no termina de solucionar nada pero que viabiliza cosas. Que llega menos prescriptivamente de lo que se supone y, al mismo tiempo, limita las energías capturando esfuerzo.

4

La escritura de este libro nunca destierra cierto estado de búsqueda, cierta conciencia de provisoriedad. No se dejan de lado las incomodidades: la escritura va y viene por ellas. Y, en ese movimiento, también elude el encasillamiento: ni tono militante ni académico, ni periodístico ni novelístico, no es sólo crónica ni tampoco puras notas de campo. JPH supo que esos lugares disponibles desde donde escribir estaban ahí, esperándolo, y ensaya entradas y salidas ocasionales. El lugar de enunciación, que no es colectivo, pero tampoco se siente amparado por la noción estricta de “autor” abre el libro a otros que, como Lisandro, lo asume como desafío para ponerse a escribir. La investigación se arma entonces como constelación: amigos, grupos militantes, compañeros, profesores, monólo- gos, lecturas, talleres, ponencias, etc. Y todo en la articulación un poco azarosa del viaje, el encuentro, la broma, el desánimo, la conversación y la confianza.

5

El nombre “fábricas recuperadas” remite directamente a 2001. A preguntas y experimentaciones que allí se abrieron y que fueron mutando hasta volverse hoy problemas nuevos. El 2001 no sólo es una fecha. Es también una referencia de continuo    a unos modos de hacer, a un conjunto de lenguajes y saberes,  a una forma de persistencia de la crisis. En este libro resaltan preguntas y dilemas que no son sólo de quienes se aventuraron a apropiarse de las fábricas y a inventar formas de relacionar- se, de producir, de compartir, de imaginar. En ellas se cifran preguntas de todos. Y son ellas también las que tienen muchas de las claves de un mundo que no admite ser tratado ni con nostalgia ni con ingenuidad: el mundo del trabajo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Altitude Sickness. Notes on a Trip to Bolivia* (October, 2005) // Colectivo Situaciones

1. In its heterogeneity and permanent movement, Bolivia is at the same time the experience and the fracture of magma. It is there where faces, bodies, and languages tell stories that challenge those seeking to understand, accompany, and enjoy. Our trip, in February 2005, was a struggle between this attempt to understand and the difficulties of adaptation (of which altitude was not the least of obstacles). It is also a wager on the distinctive outlook opened by what took place in recent years in Argentina. And this dialogue between processes of de-institution-construction is vital for both.

2. To arrive in Bolivia is to be surprised at an atmosphere that concentrates an extreme tension between different elements, a polymorphous dynamic that today characterizes, in different ways, the syntaxis of the movements and struggles of a good portion of Latin America. To connect with Bolivia is part of a necessary and renovated literacy. It looks as though any image let itself be seen and read. Today the space referred to as “Latin American” appears to the public through the emergence of so-called “leftist” national governments. The literacy we propose is one that allows us to have new keys to read this process. These governments—each in its own way—function as an extension, interpellation, substitution, subordination, displacement and/or reorganization of the movements and experiments that strive, in entire regions of the continent—precisely the hotter and more creative ones—to unfold a politics from below. This democratic impulse does not thrive without moments of insurrection, which spatialize and open new terrains, but, evidently, nor does it emphasize the constructive and innovative dimension of the processes that have been opened.

3. As with the “piqueteros” in Argentina, in Bolivia the struggles summon new expressions. The media invent new ways of naming each irruption. Thus, the aggressiveness displayed by the struggles is immediately called “war for” (water, coca, gas). These “wars,” however, are not moments of organization within a designed and consistent strategy over the control of the apparatus of the state, as it could have been conceived only two decades ago, althought it is evident that the consequences of these conflicts have a bearing on a constant politicization and a neutralization and erosion of central power’s ability to command. The so-called violence in the struggles in Bolivia is not decided and deployed by traditional revolutionary organizations, but by communitarian impulses more or less configured as such. This is why the coexistence of an electoral strategy of indigenous and popular groups along with harder or hidden resistances is not only highly conflictive but also persistent and even partially articulable at some moments.

4. Another feeling we have about the construction of this social grammar has to do with what we could quickly call questions of mobility. The territories of “war” constitute at the same time the terrain of a settlement and a recomposition of the large internal migrations. This component of re-territorialization of population flows has a double dimension. With the process of neoliberal relocalization of the campesino and mining labour power in the 1980s and ’90s a reorganization of the economic profile of Bolivia took place, decomposing, at the same time, an experience of modes of struggle and identification achieved after decades of popular political work. And at the same time, after two decades, it is possible to perceive the beginning of the weaving of new links from the reviving of elements of the earlier life (as in the mining neighbourhoods of El Alto) that operates as a contribution of the unionist tradition to urban struggle, to the invention that arises from adaptating and creating new modes of linkage and new subjects of struggle. This reorganization appears, in different ways, with the Aymaras, the Queshua campesinos, and the Landless Peasants Movement (MST) of Bolivia.

5. In Bolivia, as in many other places, it is not possibile to give up a mixed regime of understanding. There is not “ONE” explanatory principle of the audible and visible phenomena. There is an unconcealable social fracture, of course; but the rigidity that this image presupposes hides the magmatic fluidity (sometimes hotter and more dynamic toward revolt, other times colder and slower). The same happens with the old and the new. It seems that certain pinnacles of classical philosophical thought admit a doctrine according to which the old is not the oldest, nor is the new the most recent, but rather the old is born old and the new is so for eternity. The old is not anachronistic and the new does not admit the logic of fashion and snobbism. The old would be that which is separated from the ability to create. The new, in contrast, is the ancient possibility of production. All this to say that in Bolivia there is an ancient and wide-ranging self-management capacity that is actualized today configuring networks of everyday life, and, at the same time, it harbours a capacity to develop struggles without excessively specializing specific and professional organizations. However, these networks coexist and are regarded, once and again, as unproductive, patriarchical, and strategistic logics. Both tendencies survive.

6. Another aspect in relation to the aptitudes of the Bolivian resistance movement is linked with the experiments of constructing what we could call (with all the objections we have regarding the use of the term “institution” as a name for this phenomenon) “non-statist institutions of counterpower.” We are witnessing the instauration of methods of organization, selection, and production of a limited representativity, exercised by very controlled delegation and mandate, following the assembly model, with broad and permanent coordinating bodies. From the FEJUVE (a federation of 500 assemblies from the El Alto area) to the coordinating committees for the defense of natural resources (which already consist of levels of self-management of public enterprises) or the Ayllus (productive communities from the Altiplano) and the extended experiences of community [s1]control all anticipate modes of appropriation of resources that are outlined in situations of organization of collective power (potencia)1 very different from the classical demand for the state ownership of public services. Its non-statist character, however, does not elude a fundamental ambiguity: as much in its imaginaries as in its discourses elements of a non-statist sociability mix with the continuance of a statist horizon.

7. Of course the political, social, linguistic and economic elites operate upon the ambivalence that runs through the popular networks. The strategy with which this bloc confronts the present crisis of domination is plural and includes aspects from the direct dispute over rent and the extractive productive profile to the autonomization of strategic regions and the appeal to international tribunals to condition the capacities of Bolivian sovereignty (Aguas de Illimani-Suez Lyonnaise de Aux and Aguas de Tunari-Bechtel); to the nomination of new candidates from the right to the preparation of paramilitary groups to confront the campesinos that seize land; to the “contention” by the neighboring countries (Argentina and Brazil) to the regional preparation of the United States in order to be able to place a material-military limit to an eventual outburst of social unrest. (The concern of the U.S. military apparatus about what is going on in Bolivia seems to retroactively confirm Che Guevara’s intuition with respect to its geostrategic potential in the heart of South America.)

8. The depth of the revolution that is developing in Bolivia can be assessed by the importance of what it brings to bear: a) The affirmation of a new complex popular subject that aspires to its full right to speak politics, which questions the structure of hierarchies that organize society and upon which the state finds support; b) the recomposition of communitary forms of life and their correlates in modes of struggle; c) the antagonism with the transnational structure of the colonial state. In any of the possible variants, however, a principle of organization develops which totally or partially questions the regime of autonomy of a sphere of politics and reconsiders the terms of a popular democracy. Because of the complexity of the process no linear vision can be sustained without problems.

9. In short: in Bolivia there is a social creativity that is alive, althought it is also possible to say that it is—paradoxically—“in crisis.” In Bolivia the problems of counterpower are concentrated and highly developed, but still this is not an “exhaustive sampling.” Moreover, it is possible that, in regard to many of the aspects inside the movements that cause “crisis,” there are in Chiapas, but also in some other movements in Argentina and the rest of the continent, more advanced experiments.

Bolivia implies a certain contraction of general problems, which it displays with a certain accentuation, but it represents neither the heart nor the sole point where the essence of the process unfolds. We could not say that Latin America’s counterpower is at stake in Bolivia, but we could say, perhaps, that “without Bolivia” we miss the general grammar of the struggles of present day Latin America. And in this grammar we perceive that it is essential to link the experience and elaboration of two poles so similar and yet so different: the movements in Bolivia and the Zapatista experience in Mexico. After trying out a series of strategies of construction that encompass from the constitution of a voice and an imaginary of their own to the creation of free municipalities and autonomous regions (Juntas of Good Government), Zapatismo feels they have arrived at a limit of their experience and as such are calling for the constitution of a new broad political strategy (Sixth Declaration of the EZLN). As much in Bolivia as in Mexico, the radical movements have to articulate their civilizatory perspectives and the construction of their autonomies to certain tactics in order to confront the dynamics that disperse them. Both Bolivia and Mexico are torn today over the nature of possible progressive governments that might result from the next elections. In both countries there is a counterpower that attempts to position itself in relation to what is coming, but in addition both had some time to watch, in Argentina and in Brazil (two different cases), the functioning of a complex relation between three terms: democratic governments with progressive aspirations, neoliberal conditions of existence, and the life of movements.

Colectivo Situaciones

October, 2005

Translated by Nate Holdren and Sebastian Touza


Situaciones is the name of an ongoing militant research around which our collective is organized. We have been working together for more than five years, and we do it, fundamentally, in workshops in which we think along with experiments of the new radicality. Among others, we have participated in co-research with the group H.I.J.O.S. and Mesa de Escrache Popular, the Campesino Movement of Santiago del Estero (MOCASE), the Movement of Unemployed Workers (MTD) of Solano, with experiments in alternative education, such as the Educational Community Creciendo Juntos (Growing Together) and the Universidad Trashumante (Transhumant University), with counterinformation collectives, such as lavaca, and art collectives, such as the Grupo de Arte Callejero (Street Art Group), and with people from this country and other regions. Since we came together we elaborated an autonomous press, in order to publish and disseminate the expressions of this work. This has grown to become a militant-press which we call Tinta Limon ediciones (www.tintalimonediciones.org).

* This is an excerpt from a longer piece that will be published soon in the book Mal de altura (Buenos Aires: Tinta Limon Ediciones, 2005).

1 In Spanish there are two words corresponding to the English word ‘power’: potencia and poder. Potencia refers to power as capacity – the power to act, power in the sense of ‘empower’. Poder refers to constituted power in institutions, in the sense of ‘the powers that be’ or ‘state power’. –Tr.

Agujero Negro: introducción al cuaderno PRESAS (07/12/2004) // Colectivo Situaciones

El siguiente texto constituye la introducción del cuaderno PRESAS, una publicación de lavaca y el Colectivo Situaciones, con testimonios de las mujeres detenidas por manifestar en Caleta Olivia y la Legislatura porteña.

Agujero Negro

I.

Si hablamos de un agujero –negro– es para nombrar ese sitio en el que ciertos cuerpos caen en la inexistencia social (fuera del consumo y las garantías legales). Si el agujero es negro es porque impide ver: chupa, atrae, aterroriza; de tan siniestro, pareciera como si no tuviera interior. Porque lo que pasa del otro lado se convierte en otra cosa, se descualifica de un modo feroz, como en una pedagogía trunca, pervertida, que trabaja descomponiendo. El agujero negro es el nombre que en cada momento toma la fábrica de lo insoportable, de los nuevos umbrales de lo intolerable.

El agujero negro no es sólo un lugar, es también una dinámica. Si funciona es porque su procedimiento es percibido por todos: difunde un sentimiento turbador de miedo, horror, rechazo.

Existe también una historia reciente de los agujeros negros: los desaparecidos y la vida destruida de tantos trabajadores de empresas públicas o de las industrias y talleres afectadas por la economía neoliberal de la dictadura primero y de la democracia luego, los jóvenes asesinados, víctimas del gatillo fácil policial. El agujero va cambiando, pero siempre está allí.

Y procede por anticipación: se adelanta a nuestras percepciones. Nos sorprende. Nos mantiene en estado de alerta constante. De manera que cuando creemos que sabemos conjurar un modo del agujero negro, ya tenemos que atender a su metamorfosis, a sus nuevas apariciones. Y entonces, un aspecto fundamental de nuestras vidas consiste en comprender por dónde avanza la grieta de la inexistencia: buena parte de la politización actual pasa por aprender a escapar o a enfrentar este avance de la muerte social organizada produciendo nombres, textos y testimonios para elaborar colectivamente el nuevo horror: «desaparecido», «desocupado», «víctima del gatillo fácil»…

La historia de las resistencias –de todo tipo– nos ayuda a comprender las invariantes de este juego de luces y sombras. Si de un lado su existencia es constante; de otro, es variable: sus mecanismos cambian, sus velocidades y lenguajes se adecuan a las circunstancias. Siguiendo sus líneas de avance se puede reconstruir el modo en que se rearticula en un lenguaje policial, parapolicial, jurídico y judicial, económico, mediático, burocrático.

Al punto en que se vuelve evidente que la oscuridad es una sombra, es decir, efecto de un juego de luces y visibilidades. Un juego de luces y sombras de amplia escala social: la tierra se desnivela. Hay territorios altos y bajos. Hay centros en la periferia y periferia en los centros. Cada quien es peligroso para otros y, a su vez, está en peligro frente a otros. Cada quien participa a su modo en el juego. Pero hay quienes quedan del lado de la sombra total, los que caen en el agujero. Esos a quienes el estado puede secuestrar, desaparecer, a quienes los policiales o los escuadrones de la muerte pueden aniquilar, a quienes la operatoria del mercado puede condenar a la inexistencia más brutal.

Las luces del centro oscurecen las periferias. Las luces de las periferias ocultan sus márgenes. Las calles, los barrios, los pueblos, los lugares de trabajo se tornan sitios de fractura, en donde la noche irrumpe como desde abajo, secuestrando biografías, años de trabajo, expectativas, familias, futuros…

Sus mallas de selección son enormes, al punto que entran en ellas poblaciones enteras: en el mismo momento en que el presidente Kirchner pide perdón en nombre del estado argentino por las desapariciones de los ´70 y habla en nombre de las Madres de Plaza de Mayo y los movimientos populares, se consolidan las zonas bajas, oscuras, el agujero negro más grande que jamás pudiéramos haber soñado. El «setentismo» retórico forma parte de la «luminosidad» actual, en la medida en que elimina de su registro la dimensión política de la guerra social en curso.

¿Cómo se constituyen estos momentos «luminosos», esa organización de la visibilidad social que condena a tantas y a tantos a las sombras?, ¿cómo fue que se pudo decir «por algo será» o «roban pero hacen?, ¿cómo funciona este nuevo juego de luces (hecha de soja, petróleo y «setentismo») forjado a partir de la recomposición post 19 y 20?

Contra quienes están convencidos de que aquellos días –del 2001– fueron los de una locura colectiva, irracional y, por tanto, inefectiva, tal vez quepa preguntarse si el funcionamiento del juego de luces y sombras no debe su fisonomía actual precisamente al desenlace de aquellos sucesos. Como si esas jornadas hubieran terminado de constatar un «fin de juego», momento en que los habitantes de las sombras tomaron la ciudad para decir «¡que se vayan todos!».

Asistimos ahora a la actualización de una nueva distribución de visibilidades. Decir que no pasó nada, que nada ha cambiado, sería desconocer la variabilidad del agujero. El discurso de la «inseguridad» ha reorganizado las percepciones: si antes se hablaba de «sitios peligrosos» por los que convenía no pasar –zonas rojas o bajas– ahora, al contrario, lo que se zonifica son los «sitios seguros». La geografía del desierto, de las sombras, es finalmente aceptada. Y los dispositivos actuales de control son precisamente los modos de gestión de la guerra social.

Tal vez sea redundante insistir sobre el hecho de que en el actual juego de luces y sombras se ha aniquilado, de facto, al espacio público. En la yuxtaposición de lo visible y lo invisible, sólo hay lugar para los discursos mediáticos –institucionales, empresariales– y la parodia cultural y democrática. De modo que la retórica de los derechos humanos y sociales convive sin mayores tensiones con la gestión hiper-jerárquica de las ligaduras sociales (tratamiento policial, parapolicial, penal, patoteril de las vidas).

La emergencia de un nuevo juego de visibilidades luego de las jornadas de diciembre del 2001 ha tomado mucho –sobre todo a nivel narrativo– de los movimientos, pero no ha ido a fondo (lo que tal vez sea más responsabilidad de los propios movimientos) en el desarme de toda esta urdimbre violenta que está funcionando (a modo de un auténtico fascismo postmoderno) como forma de acallar el fenómeno más importante de las últimas décadas por revertir esta lógica del agujero negro: la difusión de prácticas asamblearias constructoras de un nuevo espacio público en barrios, calles, fábricas, esquinas.

II

Barrios, pueblos, cárceles, institutos, calles conforman un gran corredor, una serie discontinua de momentos cuyas variables son de concentración y de desconcentración. Más que agujeros negros hay un ennegrecimiento de zonas enteras de la existencia.

El agujero negro, entonces, es realidad variable pero constante. Variable en sus modos, constante en el tiempo. Él mismo es síntoma evidente de una cadena de explotación social vigente y de la carencia de una democracia con base en la imaginación política de los pobres: de su potencial productivo y público.

El agujero negro actual es seguramente el más vasto de todos los que hemos conocido. Tiene las dimensiones de la guerra social en curso. Su economía interna es la de la producción de la inexistencia humana, con sus zonas baldías y sus áreas de concentración.

La prisión –nexo moderno entre los discursos jurídicos y las prácticas disciplinarias– expresa fabulosamente bien esta variación actual del agujero negro. Se trata de uno de los casilleros más brutales de este mundo sombrío. Carmen, una de las presas de «la Legislatura», detenida sin condena en Ezeiza, dice que las primeras 24hs en su pabellón («el cachibache») fueron más duras, para ella, que cualquiera de sus experiencias callejeras.

La prisión está allí, esperando a los pibes de los barrios, desde su juventud primera. Los habitantes del agujero negro pasan invariablemente por ella. Sitio de pruebas, de endurecimiento, de intensificación al límite de la violencia. Fábrica de un lenguaje, un estilo, un código que circula, luego, en los barrios. La cárcel concentra la calle, la calle anticipa la cárcel: ésta es la oscuridad del agujero, el agujero en la oscuridad.

Parece ser que hubo una época en que la prisión formaba parte de un funcionamiento legal relativamente eficaz. No tanto que la cárcel regenerara: fue desde siempre el sitio en el que se recluía a los «delincuentes», pero también –y al mismo tiempo– una fábrica de la figura misma del «delincuente». Un sitio donde conocer, producir, usufructuar y controlar redes delictivas. Y aún así, se suponía que la cárcel servía para castigar a quienes no comprendían el sistema de la obediencia a la norma: un lugar en el que se sometía a las personas «falladas» a una pedagogía extrema, como un curso intensivo, una violenta –y dudosa– re-normalización. Así, parece, fue alguna vez la cosa.

Pero las cárceles ya no están pobladas de «delincuentes». La propia operatoria que podía ordenar qué ilegalidad es legal y cuál no lo es ya no posee el estatuto universal, activo y productivo de la ley. Y sin ley, ya no hay –propiamente hablando– delincuencia. Cuando los poderes de mando (social, político, económico, «institucional») no hacen sino empujar en función de su propia voluntad de dominio, la «legalidad» se acomoda –momento a momento– a sus propias necesidades. La legalidad va surgiendo como efecto secundario de un sinnúmero de operaciones económicas o políticas. La prisión –como depósito de chicos, de pobres– se ha vuelto un depósito de perdedores, de víctimas menores de operaciones mayores del mercado. La vigencia del término «delincuente» ya no expresa una realidad legal, sino un modo político (penal-policial) de tratar a los habitantes del agujero negro.

El discurso penal se va adecuando a este juego, donde los negocios que se organizan en las fortalezas y se efectúan en los sitios valorizables, van dejando «sobras», «víctimas», «perdedores» de todo rango. No se trata ya del «preso político» de antaño, sino de una nueva prisión (una nueva prisión política) en donde lo político sólo emerge cuando se reconstruyen todos los mecanismos de producción de estos modernos «chivos expiatorios».

Cuando le preguntamos a Carmen si se sentía una «presa política», ella responde con toda ironía: «No. Me siento una estúpida, me manifesté por un derecho y quedé acá»: ¿qué quiere decir esta respuesta? Uno está tentado de recordarle, como si ella lo hubiera olvidado, su propia historia, su experiencia de organización, de lucha. Pero no, no es la de ella una respuesta amnésica: sabe perfectamente por qué está allí: que le armaron «una cama». Será Marcela, otra de las chicas presas de «la Legislatura», quien va a entregarnos la clave para comprender la lucidez de Carmen. Ante la misma pregunta –¿te considerás presa política?– ella responde: «No. Me siento una rehén política». Ellas han quedado secuestradas. Su estadía en la prisión se lee como una captura que se comprende mejor cuando se reconstruye la trama de negocios y poderes reales que están en juego antes que por un cálculo de delitos y derechos. De allí la sensación de que con más astucia la prisión se podría haber evitado.

A su vez, las presas de Caleta Olivia se perciben como presas o rehenes políticas en la medida en que –a diferencia de los «presos sociales»– están allí por haber dirigido un reclamo al estado. La diferencia, en su experiencia, está dada por la acción colectiva y el destino público de su acción: un pueblo que lucha por desbordar las restricciones impuestas por la cadena de explotación; por evitar, por salir, por resistir al agujero negro.

El preso «político» de décadas pasadas era una pieza capturada por el bando contrario. Entre fuerzas que se cohesionaban ideológicamente, la tarea represiva consistía en quebrar la conciencia política del capturado para derrotarlo: la lucha contra el preso era contra su conciencia y contra la conciencia colectiva expresada en su organización. En cambio, el «rehén político» actual -por momentos más cercano al preso social que al viejo preso político- ya no extrae su fuerza de resistencia de esa relación entre conciencia y partido, sino de saberse un preso inmediatamente comunitario, situación que se expresa en la relación con su familia, sus hijos, sus compañeros, su red más inmediata (más o menos extensa) de recursos y afectos. De allí que se lo intente quebrar en el terreno de su constitución comunitaria, amputándolo a través del bloqueo de sus vínculos esenciales. Como si aquello que hace unas décadas se jugaba en el terreno de la conciencia ideológica se desplegase ahora sobre el suelo de una afectividad que se valoriza, se politiza, a partir de acciones, ideas y formas organizativas inmediatamente ligadas a la producción de la existencia individual y colectiva.

III

Las familias de las víctimas se han convertido en el rostro y la expresión del dolor. En ellos se lee el testimonio de quienes caen en el agujero y, por lo mismo, constituyen –incluso a su pesar– una primer instancia de simbolización, de politización del agujero. Ya las Madres, Abuelas e Hijos de los desaparecidos habían recorrido este camino. De alguna manera los familiares articulan un dolor social que los profesionales de los medios no saben o no pueden reconducir. Es como si la politización post 19 y 20 requiriese una publicación, una apertura de la propia intimidad, una politización de ese sufrimiento que, cuando existía el espacio público, no hubiésemos dudado en llamar mundo «privado».

Las familias, los «propios protagonistas», expresan el drama actual. Ellos mismos recrean la polaridad social en juego. A partir del secuestro fatal de Axel Blumberg, por ejemplo, se ha dado consistencia a una percepción que exige reforzar los mecanismos actuales de las sombras y las luces. Este nuevo fascismo no se inventa de un día para el otro, ni se construye meramente de «arriba hacia abajo». Al contrario: no hace sino contraer, formalizar y desplegar a partir de nuevas imágenes, nombres y palabras el modo en que se vienen gestionando los vínculos en todo el territorio de las sombras. Blumberg padre no hace sino explicitar una declaración de guerra (entre quienes «tienen porvenir» y quienes «ya no lo tienen») al tiempo que pretende reorganizar un estado monolítico y disciplinado capaz de llevarla a cabo, en alianza con los medios, el aparato jurídico-penal y el discurso de la «inseguridad».

Pero también están los familiares de los casos del gatillo fácil, o de Kosteki y Santillán o de quienes murieron asesinados durante los días 19 y 20, que prolongan –con su dolor– la línea de resistencia.

Las presas –de «la Legislatura» y de Caleta Olivia– y sus compañera/os se encuentran en este exacto momento en que puede surgir un nuevo estatuto del testimonio. Se trata –como decíamos antes– de los nuevos «chivos expiatorios». Aquellos que están lo suficientemente débiles como para ser objeto de manipulación, pero a la vez lo suficientemente conectados con el cotidiano de lo social como para que cunda el ejemplo.

Las presas, entonces –alterando el juego de visibilidades– están en el justo punto en que un nuevo testimonio político puede articularse. Punto que ilumina, de un lado, una compleja cadena de explotación social vigente y, de otro, la emergencia de un principio cooperativo rastreable en las resistencias y sólo posible en la medida en que estas resistencias sean capaces de producir, en sí mismas, nuevos modos de vivir lo común.

Testimonio también de una institucionalidad anacrónica y desfalleciente que intenta (re)construirse a fuerza de la penalización de su lenguaje y de sus actos, duplicando la cadena de la explotación y esforzándose por encauzar los «desórdenes inaceptables» para el «país en serio», es decir, aquel en el que la trama «legal» vuelva a ser garantía de la articulación con los capitales depredadores de experiencias, recursos, bienes colectivos.

En este cuaderno se encontrará a un grupo heterogéneo de mujeres que hablan de «ellas», pero también –y al mismo tiempo– de los «demás». Porque los cuerpos caídos, condenados a la inexistencia, son también los de los jóvenes (considerados «peligrosos» por definición), los migrantes (sospechados, eternamente, de traer el germen de lo extraño, de la degradación), los chicos –por si acaso– y los viejos –cuyas vidas «improductivas» ya no merecen ser «financiadas».

Aquí, sin embargo, el testimonio es de las mujeres. Si algo se pretende es indagar –precisamente– en la relación entre el cuerpo de las mujeres y las prácticas actuales de exterminio. En este cruce en el que estamos insistiendo entre cadenas de explotación y líneas de resistencia se pone en evidencia el lugar de la mujer, de esa potencia afectiva capaz de trazar un esquema opuesto al de la fuerza bruta policial, de la guerra y el narco: el gesto del cuerpo que alimenta y protege, que impone el cuidado, la visibilidad y la consideración para los condenados y la confianza en lo que puede cada quien. Lo que se juega en esta batalla es, nada menos, que un auténtico dilema entre una política de la atención y los cuidados versus otra –dominante– de la guerra.

La presencia femenina en estos agujeros negros revela, entonces, su presencia en la calle, en las luchas, en el cuidado, en el tejido de redes protagonizando la resistencia a la grieta de inexistencia. Como si en su capacidad de generar existencia humana, los propios atributos domésticos lejos de quedar reducidos a una intimidad esclavizada efectuaran una repolitización de todo el campo de lo social, alterando incluso, los códigos de inteligibilidad del poder.

Esta historia la cuentan las presas de la Legislatura porteña y las de Caleta Olivia. Agregamos también el testimonio de la Ammar (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina) – Capital, organización que acompaña a las presas. El cuerpo de la mujer y los modos de su exterminio: esta dimensión del agujero negro es la que proponemos recorrer a partir de su palabra, de su testimonio –que no es meramente la palabra del protagonista, sino la palabra implicada, que surge de las intimidades de esa historia–, de cartas y entrevistas, y que se complementa con fragmentos del discurso «legal», y de una serie de coberturas periodísticas que han sido las primeras en acercar estos testimonios.

Colectivo Situaciones

7 de diciembre de 2004

Notas sobre la noción de “comunidad” a propósito de Dispersar el poder (Febrero 2006) // Colectivo Situaciones

Epílogo al texto Dispersar el poder. Los movimientos sociales poderes antiestatales, de Raúl Zibechi, una publicación de Tinta Limón Ediciones, 2006.

Notas sobre la noción de “comunidad”

a propósito de Dispersar el poder.

Los movimientos como poderes antiestatales.

  1. Acabamos de leer Dispersar el poder. Los movimientos como poderes antiestatales. La potencia del presente “momento boliviano” brota del texto de modo inocultable. La hipótesis, resumida desde el título mismo, nos coloca en medio del desafío político actual: se trata de perseverar en el punto de vista de las luchas, de las resistencias y de ciertos modos de existencia que les subyacen, como auténtica clave y motor del largo proceso de desorganización de las instancias centralizadas y difusas del poder colonial capitalista hoy visible a escala global.
    En este contexto, la hipótesis de la “comunidad en movimiento” como vitalidad inmediata e insustituible del proceso nos lleva a considerar de manera directa no tanto sus derivas posibles, sus previsibles avatares, sino más bien el modo mismo en que nos representamos este flujo vital, estos núcleos persistentes de resistencia que tanto se efectúan desorganizando el poder (dispersándolo), como produciendo –simultáneamente– aperturas renovadoras de las energías e imaginarios sociales.
    Por todo esto, la noción de comunidad nos interesa. Y no de un modo puramente especulativo, sino de forma concreta, tal como se nos aparece cuando nos ocupamos de la dimensión emancipativa de los procesos en curso.
    Estas notas, por tanto, no concluyen nada sobre el libro de Raúl Zibechi, sino que, como mucho, prolongan ciertas discusiones abiertas sobre los modos de concebir la noción misma de lo común, lo comunitario.
  1. La noción de comunidad asume –con razón– un peso decisivo en cada una de las fórmulas alcanzadas por Dispersar el poder, y preside cada una de las estrategias argumentativas, desde el momento en que se intenta hacer de la comunidad no una categoría general –útil para nombrar infinidad de objetos diferentes–, sino un concepto específico para un devenir histórico social: la comunidad es el nombre de un código político y organizativo determinado como tecnología social singular. En ella se conjuga una aptitud muy particular: la del advenimiento, a través de la evocación de imágenes de otros tiempos –y de otro modo de imaginar el tiempo mismo–, de unas energías colectivas actualizadas. La comunidad, en movimiento, ella misma movimiento, se desarrolla, así, como una eficacia alternativa, donde podemos percibir una inusual gratuidad en los vínculos. La comunidad nombra de este modo una disponibilidad hacia lo común siempre alerta, siempre generosa. Es indudable que esta manera de concebir la forma-comunidad está llevada, aquí, a su límite positivo. El texto ha extremado sus rasgos, su potencial emancipativo para desarrollar combates urgentes contra su anacronización modernizante, pero también para revelar, por contraste con otras formas actuales de vida, la existencia de fuerzas sensibles y políticas que la ponen en movimiento. La comunidad opera, entonces, en este texto, como nominación de las formas de la acción colectiva, y lo hace con toda la intención de circular a contrapelo de la sensibilidad evanescente para la cual todo lo sólido se desvanece en el aire.
  2. La comunidad merece entonces una nueva atención. Ya no como excentricidad de un pasado que se resiste a morir, sino como una dinámica de asociación y producción común con sobrada vigencia política que, sin embargo, y por lo mismo que vital, plagada de ambivalencias. Pensar la comunidad equivale, entonces, a concebirla en su dinámica real: en marcha, claro, pero con sus detenciones y sus metástasis (como nos lo recuerda la película de Alex de la Iglesia, precisamente, La comunidad, pero también voces de la propia Bolivia como la de María Galindo “¿qué pasa si la autoafirmación indígena se nos pudre en el camino?”). Una comunidad percibida sin apriorismos ni folklorismos (que obstaculizan la comprensión de los modos en que lo comunitario se reinventa). Y, sobre todo, sin reducirla a una plenitud desproblematizada y desvinculada de otros segmentos de cooperación social (lo que hace a sus cierres, sus sustancializaciones).
    Por el contrario, pensar la comunidad en su dinámica y su potencial implica reparar en los procesos de constante disolución, para entender luego los modos inéditos de su rearticulación en otros espacios (del campo a la ciudad), en otros tiempos (de la crisis del fordismo periférico a la del neoliberalismo), en otras imágenes (del pueblo a la junta de vecinos), luego de lo cual lo común es capaz de otras posibilidades a la vez que enfrenta otros conflictos. La comunidad no admite ser pensada como un hilo de continuidad en la historia de ciertas regiones latinoamericanas o como un sujeto persistente en el tiempo, sino a condición de ser descifrada como un conjunto de rasgos que –muchas veces de forma intempestiva– encarnan lo común.
  1. La comunidad con sus zonas alienadas y recreadas es a la vez espacio de disputa y horizonte de actualización comunista. La comunidad toma forma como conjunto de procedimientos que surgen y se desarrollan en una línea quebrada de alteraciones, más que como gen y herencia impasible. La comunidad, existe como trama portadora de una memoria y un saber hacer, una reserva de imágenes y como fábrica de discursos y consignas de las luchas actuales, en contraste con sus propias inercias.
    La comunidad es movimiento, en tanto esfuerzo por actualizar lo común, y lo común es siempre lo no absolutamente realizable, es una universalidad abierta, no aferrable en su plenitud. La comunidad es siempre, y por eso, un devenir, un intento, un avance. De allí también que sus cierres y detenciones la alejen de lo común o lo minimicen, delineando una “comunidad sin común”.
    Poner la mirada en Bolivia a través de la interrogación por lo común es tratar de captar el laboratorio de una maquinaria social comunitaria (cómo surge y se desarrolla la fórmula: autonomía + cooperación) en plena marcha. Es difícil no ver en ese “funcionamiento” una producción (la de lo común bajo la forma de lo comunitario) y una proliferación (de lo común hasta más allá de los límites formales de las comunidades mismas), más que una mera movilización de recursos y lógicas completamente anteriores, siempre pre-existentes. Y es también difícil no asumir ese invento social en su complejidad: la idealización de lo comunitario equivale a distraerse sobre el proceso permanente de construcción de lo común, una pereza sobre las lógicas opresivas y jerárquicas que la atraviesan (detenciones y cierres) y que desafían a su reformulación permanente.
    La comunidad, entonces, se desarrolla como terreno de configuración particular e histórica de lo común y lo común como virtualidad que late y se actualiza en la comunidad, pero que no vive realizado en ella.
  1. Lo común se juega en la relación entre impulso comunitario y estado colonial, racista y capitalista. Pero esta relación no está condenada a ser concebida como la de un retorno de lo anacrónico sobre una frustración de lo moderno. Muy por el contrario, el hacer comunitario y su apertura a contradicciones y ambivalencias internas nos informan de la contemporaneidad radical de la comunidad respecto de otros modos de cooperación y organización social. De igual modo el estado colonial-capitalista, además de producir las peores jerarquías internas, ha sido un freno muy concreto al desarrollo de nuevas potencias subjetivas y políticas. La apertura a la que forzaron los movimientos sociales bolivianos expresa una nueva modernidad hasta ahora sumergida.
  2. Lo comunitario, entonces, es dinámica de producción económica y subjetiva. Más que un modelo para asegurar una unidad cohesiva y sin fisuras, se activa a través de una diferenciación permanente. La comunidad tiende a reproducir químicamente sus moléculas (cooperación social + autonomía), evitando la concentración y atacando (dispersando) las instancias centralizantes, los moldes y medidas impuestos a su desarrollo. La comunidad, contra todo sentido común, produce dispersión. Una dispersión tanto más paradójica cuanto que constituye la posibilidad misma de su fluidez: evita la cristalización de las iniciativas o el congelamiento de los grupos en formas institucionales o estatales y a la vez dinamiza las energías populares. La dispersión como base de un desenvolvimiento de lo común insiste en combatir su alienación en formas fijas y cerradas, incluso el cierre de lo colectivo en comunidades puras. La comunidad que se define más bien por sus mutaciones itinerantes (migraciones, relocalizaciones, etc.) parece dar lugar a ese movimiento constante que hace de la dispersión su fuerza común.
    Dispersión del poder, guerra al estado. Dispersión contra centralización.
    La comunidad presiente y combate la acumulación y la concentración y en esa confrontación –que es también contra sí misma– va inventando procedimientos que van más allá de sus propios límites, de su territorio, difundiendo mecanismos de producción de lo común, tales como los sistemas de rotación de funciones, de obligación y de reciprocidad.
    Sería un error, sin embargo, identificar esta lógica dispersiva con el aislamiento o la ausencia de relación. Todo lo contrario: la dispersión como condición de conexión transversal, de un aumento de la cooperación.
  1. Durante los últimos años la noción de autonomía fue una de las que mejor funcionó para identificar esta dinámica de producción de lo común y dispersión del poder del estado, del capital, y también del modo en que estos poderes se reproducen al interior de las comunidades que protagonizan estos procesos. Estas prácticas de autonomía son tendencias que aspiran a transversalizar el campo social, y se agotan cuando no encuentran el modo de expandirse. De allí que no nos parece posible entender la noción de autonomía como la formación de una isla autosuficiente e incontaminada, cerrada, que en última instancia no haría sino ampliar el ideal liberal del sujeto racional afirmado en su independencia económica, intelectual y moral. Por el contrario, la autonomía aparece en las luchas de buena parte de América Latina como rasgo de la cooperación, y resulta absolutamente improductivo separarla del espacio al que se proyecta, plagado de actores heterogéneos y poderes de todo tipo. La autonomía, entonces, más que doctrina, está viva cuando aparece como tendencia práctica, inscripta en la pluralidad, como orientación a desarrollos concretos que parten de las propias potencias, y de la decisión fundamental de no dejarse arrastrar por las exigencias mediadoras-expropiadoras del estado y del capital.
    Cuidar los “tiempos internos” y alimentar la “capacidad de sustracción” son cuestiones fundamentales de estas experiencias. Sus riesgos son el congelamiento y el dogmatismo. De allí que sea posible decir que autonomía tiene a totalizarse como movimiento de apertura y no a cerrarse en una “totalidad dada”.
    Las coyunturas políticas no son, entonces, “lo otro” de la autonomía, sino un momento de yuxtaposición de fuerzas en el que la autonomía opera como tendencia, de ruptura y polarización, o de problematización y profundización, apuntando a desplazar los límites de lo dado. Esta ha sido y sigue siendo la práctica de las experiencias de lucha en buena parte del continente.
  1. Cabe distinguir la dispersión producida por los movimientos sociales de la fragmentaciónque promueven el mercado y el estado. En rigor no debería haber confusión entre una y otra: mientras la dispersión, evitando la centralización, alimenta el flujo de la cooperación; la fragmentación lo moldea y lo subordina a la lógica del capital. Mientras la dispersión conecta, la fragmentación neoliberal jerarquiza y concentra por arriba. La ambivalencia actual exige la distinción entre ambas dinámicas, sin perder de vista que la tendencia dispersiva se teje sobre el suelo dominante de la fragmentación capitalista. La confusión de lenguaje a favor de la fragmentación surge tanto de quienes la promueven activamente (ONG’s y organismos internacionales de financiamiento) como de aquellos que subordinan la construcción de vínculos transversales a la unidad por arriba (estado) como única forma de lucha contra la fragmentación. Bolivia muestra, en el momento actual, el encuentro de la dinámica comunitaria –con su doble movimiento de dispersión destructiva y cooperación constructiva– y la dinámica estatal-colonial en crisis. La situación abierta pone en juego tanto la profundidad del impacto democratizador de los movimientos sobre el estado, como la persistencia y la orientación de la metamorfosis institucional esbozada.
  2. Bajo el neoliberalismo el proceso de fragmentación, privatización y explotación de lo común expropia recursos y deshace los tejidos comunitarios, a la vez que empuja a nuevas luchas a través de las cuales se recomponen las tendencias productivas de lo común. Pero este movimiento constructivo se realiza sobre un nuevo terreno, desbordando tanto los antiguos marcos de la comunidad estatal-nacional, como multiplicando las dimensiones en juego de esta producción de lo común, hasta involucrar no sólo la lucha contra el racismo y el colonialismo sino también la reapropiación de recursos naturales, los servicios públicos y la posición simbólica de lo comunitario en la vida política. En Bolivia la reorganización indígena-urbana y la lucha por la gestión pública del agua y la nacionalización del gas se despliegan en esta lógica. El desafío de pensar lo comunitario hoy en América Latina no puede sino partir de esta nueva composición de lo común y sus dinámicas que abarcan la reapropiación de recursos naturales y la autorregulación de las relaciones sociales que surgen de estas luchas. En el reconocimiento de estas tendencias (efectivas aún si parciales y mediadas por la representación) está el más novedoso de los rasgos de la gobernabilidad emergente en el continente, cuya amenaza más notable es –precisamente– el intento de controlar y estabilizar la fuerza callejera de los movimientos. Desde este punto de vista, resulta ingenuo, o directamente reaccionario, todo intento de reducir las formas de producción actuales de lo común tanto a los modelos estado-nacional-desarrollistas como a un cierre endógeno sobre la comunidad-indígena-tradicional.
  3. La comunidadcontra el estado, supone entonces un contraste entre fluidez productiva y gestión opresiva de esas energías. El neoliberalismo ya había dado cuenta de esta relación polar conectando de manera abierta a las comunidades con el mercado capitalista, sin mediaciones. El Alto, las nuevas resistencias, surgen (y se constituyen) en esta dinámica abierta de enfrentamiento. La crisis actual del aparato de la dominación en Bolivia, entonces, implica una reformulación general entre estado y sociedad, entre estado y comunidad. ¿Recomposición de una (nueva) estatalidad en base al reconocimiento de una dinámica de lucha comunitaria? ¿Cómo evaluar esta situación aparentemente inédita que se ha abierto en Bolivia? ¿En qué nivel se desarrollará ahora esta polaridad? ¿Una nueva composición política del estado surgirá del pleno reconocimiento de la dinámica comunitaria y sus poderes dispersantes o bien implicará un nuevo intento de subordinación? En todo caso, se advierte con facilidad que la encrucijada boliviana actual está determinada por el reconocimiento de esta potencia dispersante de la lógica comunitaria, pero también por la necesidad de desarrollar aún más las formas cooperativas en una nueva escala en combate simultáneo contra las propias tendencias al cierre y en contra de las fuerzas propiamente estatal-capitalistas que promueven esta detención. El desarrollo de nuevos poderes basados en el reconocimiento de la dinámica comunitaria (“mandar obedeciendo”) parece ser la clave positiva de una nueva constitución política en Bolivia.
  4. Arribamos a una nueva síntesis: dispersión del poder más cooperación social. Según parece, entonces, la dispersión comunitaria ha aprendido a enfrentar los mecanismos de fragmentación subjetiva y de centralización estatal capitalista y tiene ahora el doble desafío de configurar modos de regulación de lo colectivo acordes a esta lógica dispersiva, anticipadora y destructiva de la centralización estatal. Una potencia positiva de producción y una negativa de dispersión. La primera, requiere de nuevas formas más amplias de articular la cooperación y la segunda, con Pierre Clastres, se conquista con “jefes que no mandan”.
  5. En todo el continente, con las grandes diferencias de desarrollo y capacidad de autoreferencia y de lucha de los movimientos (es decir, dinámicas de acción colectiva y no sólo grandes organizaciones sociales), surge la misma pregunta: ¿qué hacer con el estado? La cuestión del quién y cómo se gobierna cuando la presencia de los movimientos desestabiliza la escena de las últimas décadas se ha tornado urgente. ¿Cómo concebir la concreción de este desarrollo heterogéneo de los estados capitalistas por parte de los movimientos? ¿Desarrollar poderes no estatales? ¿Ensayar una nueva dinámica de avanzada de los movimientos sobre los gobiernos que gobiernan en su nombre? ¿Combinar un doble movimiento de lucha y coexistencia en crecimiento de instituciones no estatales del contrapoder sobre instituciones estatales del poder? En todo caso, la doble perspectiva de la dispersión del poder y la invención de modos ampliados de la cooperación parecen esbozar la fórmula del principio activo que se juega en el “momento boliviano”.

Colectivo Situaciones, Buenos Aires, Febrero 2006.

 

Aquel diciembre… A dos años del 19 y 20. (16/12/2003) // Colectivo Situaciones

¿Qué quedó en nosotros de aquella conmoción a la que hemos llamado 19 y 20, haciendo alusión -de ese modo- al fenómeno insurreccional de fines de diciembre del 2001?

En principio una evidencia: ya no somos los mismos. Pero tal vez no convenga empezar por aquí: quizás esta evidencia esté demasiado gastada. Y, sin embargo, preguntar en primera persona del plural puede arrojarnos nuevamente al lenguaje de la política: ¿quiénes éramos «nosotros» antes de aquellas jornadas?, ¿un «nosotros» disperso, o «en formación»? Quizás ni siquiera eso. Puntos desconectados, resistencias sordas, crecientes y sordas. Sin embargo, el «nosotros» que surgió durante aquellos días se desplegó alimentándose de una vecindad pocas veces ejercida. Y aún así no deja configurar un nosotros claro, lineal y definitivo, sino uno más bien sinuoso, a veces orgulloso de sí, pero otras sumergido en la resignación y en el temor de la disolución.

Sigamos por este sendero. No somos los mismos, las cosas cambiaron. Y ese cambio no posee un mensaje nítido, único. El cambio es multidireccional, como es múltiple la espacialidad actual en que se ejercitan las prácticas y los pensamientos. Se dijo «NO», se abrieron búsquedas, se potenciaron luchas, se incentivaron discusiones, se trabaron relaciones, se ahondaron interrogantes, se hizo política. En pocas palabras: hubieron ideas y prácticas, rechazos y construcciones. El territorio se multiplicó en la medida en que fue siendo habitado de modos diversos.

Pero también, se escucha, «todo eso no condujo a nada». Que hubo desolación, desilusión, que los vínculos que se armaron también se desarmaron y que tras el verano largo del 2001 vino el reflujo y hasta el resentimiento respecto de los modos autónomos del hacer.

La contradicción aquí no es necesariamente un obstáculo. Constatar el entristecimiento de las fuerzas que pretendían un avance lineal de los modos de autoorganización popular no debería implicar una mistificación de esta declinación ni una minimización de la relevancia de aquellos acontecimientos: de hecho, no hay modo de comprender la Argentina actual sin considerar estas modificaciones, así como sus persistencias.

¿Las cosas podrían haber sido de otro modo?, ¿deberían haberlo sido? Tal vez las buenas intenciones merecían haber primado. O las buenas razones de los mas sesudos vaticinadores. En fin, el devenir de los acontecimientos debió haber ocurrido según otras leyes, y no bajo el signo complejo de la realidad. Pero las cosas son así nomás y no contamos hoy con grandes claves que doten de un sentido retroactivo a los sucesos de aquellos días. No poseemos ese corolario último de lo ocurrido que nos permita refutar definitivamente la íntima, la angustiante impresión de que todo pudo haber sido en vano: una obra inconclusa, un caudal de energía que se disipa, un manojo de ideas falsas, un espejismo colectivo que no supo asumir seriamente sus desafíos. La realidad juega fuerte contra los ilusos, pero también contra los sabios.

Y, aún así, contamos con la más firme de las certezas respecto de la contemporaneidad revulsiva de aquellas jornadas, al punto que siguiendo la huella de su potencia podemos acceder a los núcleos de inteligibilidad más profundos de los dilemas actuales. Como sucede ante todo punto de inflexión, la urgencia no radica tanto –ni tan sólo– en analizar meticulosamente sus causas (que tal vez no existan de modo separado de la ruptura misma), sino más bien en explorar las nuevas posibilidades prácticas, trazar los vínculos necesarios y cuestionar los nuevos límites de lo pensable.

Y bien, la gramática de los cambios (y no sólo sus posibles orientaciones) vuelve a reafirmar su carácter complejo. Al punto en que resulta pertinente preguntarse si tantas continuidades (políticas, sociales y económicas) no nos hablan de la inagotable capacidad de persistencia de aquello que por comodidad llamamos «la realidad».

En efecto, podría suceder que los sucesos de diciembre no fuesen sino un estallido relativamente suelto por falta de aguja que lo hilvane con otros trozos de tela. Sólo que la costura existe, y deja sus marcas. Una primera forma de verificar la marca radica en lo más inmediato: los discursos que se empeñan denodadamente en sostener que aquí «nada ha pasado». Son muchos, demasiados: esto es sospechoso. ¿Por qué negar con tanto énfasis algo que de por sí no posee existencia? Más aún: ¿no es esta misma energía denegativa índice de cierta modificación en el campo de lo discutible, lo pensable, lo imaginable?

En efecto, contamos con el «método de la sospecha», el más inmediato. Y contamos también con realidades firmes: la dignidad alcanzada por los movimientos sociales radicales. Sin ir demasiado lejos, toda la discursividad del gobierno actual no hace sino trabajar al interior de esta legitimidad, de esta dignidad, para anunciar desde allí que estos movimientos «fueron» muy importantes, pero hoy ya no hacen falta. La política vuelve y se nos dice que esto es motivo de fiesta. En nombre de esa vuelta de la política las personas que han ingresado en procesos de politización radical son tratados como tropas de un ejército vencedor desmovilizado: «gracias por los servicios prestados», ahora a casa.

Desmovilizados y peligrosos: aquellos que articularon sus demandas a la organización de la lucha y aportaron a la inauguración de un protagonismo social inédito, son ahora subsumidos en la gran fábrica de la subjetividad capitalista actual: la «in-seguridad». La paradoja está planteada: la política vuelve para despolitizar. Se trata ahora de apagar los fogones desparramados en todo el territorio. La política vuelve a pasar por la política: lo social debe despolitizarse… todo aquello que posee vida autónoma debe inmovilizarse y esperar la señal que lo habilite como actor legítimo.

La ofensiva de «la política» se torna particularmente aguda cuando pretende apropiarse del sentido de las jornadas de aquel diciembre. Definitivamente lejos de la inexistencia, entonces, aquellas fechas son reclamadas ahora como materia prima imprescindible para constituir una nueva legitimidad: un renovado juego de lenguajes y legalidades ha sido activado sobre la base de un fuerte deseo de normalización. De este sistema de transacciones entre lo «nuevo» y lo «viejo» se alimenta una rejuvenecida aspiración sobre las ventajas que se pueden obtener de la recomposición de los poderes de mando.

A tal punto que las fuerzas que han tomado la articulación de lo social en sus manos confiando en su capacidad de cooptar los elementos más novedosos de los movimientos sociales no pueden evitar ser desbordados continuamente por una tonalidad abiertamente reaccionaria.

Y probablemente sea este desacople (entre la narración política dominante de los procesos actuales y la tonalidad disciplinaria que se le adhiere) lo que permite revestir las actuales circunstancias con un patético manto «sententista». La esperanza deviene entonces espera: las luchas concretas deberán subordinarse a las más abstractas elucubraciones sobre unas relaciones de fuerzas completamente desprendidas de lo cotidiano, y las rebeldías (las experiencias de autoorganización de los movimientos sociales radicales) deberán ajustarse al nuevo «cronograma político».

Así, el mapa de la Argentina actual está cruzado por una línea vertical normalizante hecha de una reforzada y paradójica tendencia a la fragmentación social (tanto más paradójica en cuanto su fuerza radica en la promesa de integración fundada en una híper precaria inclusión laboral) y de ciertos rasgos de recomposición política. Pero también está atravesado por una línea diagonal, de multiplicidad, que trabaja en una variedad incontable de sitios pensantes. Una polarización atravesada por una transversal resistente. La cartografía de una polaridad socioeconómica y cultural, boicoteada por una resistencia de hecho, fundada en precarias redes difusas capaces de explicitarse una y otra vez.

Gobernabilidad, entonces, y estrategia de asimilación -con signo opuesto- de algunos elementos del autogobierno, o una nueva gestión de la fuerza de trabajo ocupada y desocupada bajo la promesa de trabajo para todos: de los planes sociales a los salarios de miseria, o la conversión de los planes sociales en exigua base salarial de un «neokeynesianismo» irrisorio. Invitación, en fin, a gestionar la precariedad de las vidas a las organizaciones políticas y sociales que oscilan entre autogobierno y cogestión. Explotación puramente política de la fuerza de trabajo a cargo de un humanismo victimizante que subordina (sacrifica) la vida a partir de negarle toda capacidad creativa autónoma.

Claro que esta misma formulación podría ser planteada sin demasiado problema a nivel continental, porque esta es la escala actual de los procesos de subsunción del trabajo y los recursos naturales al mercado mundial. La cuarta guerra mundial se profundiza. De allí que no esté demás considerar la transversalidad y la autoorganización popular como líneas defensivas de máxima relevancia.

En fin, 19 y 20 son fechas de conmemoración: ¿qué política de la memoria es aquella que se pone en juego estos días? ¿Qué se olvida cuando se recuerda? ¿De qué están hechas estas memorias? ¿En qué consiste la pugna actual por la conmemoración sino en una disputa por la elaboración de nuevas legitimidades, que trabajan a partir de una infinita tematización vaciadora?

Pero la pregunta inicial era otra: ¿qué quedó en nosotros –o de nosotros– a dos años de aquel diciembre? ¿Quiénes «somos» hoy? ¿En qué prácticas nos articulamos? ¿Qué ideas nos hacen fuertes si, como nos ocurre, no nos interesamos por los discursos que «bajan» limpios buscando realidades (cosas y vidas) a formatear? ¿Adónde conduce el camino de la verificación de las prácticas?

Después de todo, quizás sí haya un «nosotros» a partir de una cierta perspectiva de aquel diciembre. Tal vez podamos descubrir qué «somos» si somos capaces de percibir lo que posiblemente haya sido la develación más radical de aquellas jornadas: la inexistencia de toda garantía a priori –así como de todo pretendido sitio privilegiado– del pensar y del hacer.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones

16 de diciembre de 2003

Entre la crisis y el contrapoder. Paradojas de la negación. (17 notas inspiradas en la revuelta boliviana) (20/10/2003) // Colectivo Situaciones

1- La negación mueve. Disuelve lo que era. Toda des-configuración nos entrega a un espacio virtual poblado de posibles. La negación, negando lo que es, puede sorprendernos. No es que ella se torne positiva. Pero sí que ella se encuentre con lo positivo.

De hecho, al mover, la negación no es pura disolución. Toda nueva configuración implica un reencuentro con las potencias que le permiten ser, moverse. La negación como desfasaje, como imposible identidad, como verdad (en el sentido en que, según Adorno, la «totalidad es la no-verdad») es apertura, convocatoria al devenir. Pero el devenir es positivo o, mejor, puede ser experiencia –y por tanto– punto de perspectiva, terreno habitable, acontecimiento creador: afirmación. Afirmación que, a su vez, niega doblemente: se niega para no devenir falsedad –identidad-, pero también niega en el sentido que agrede, con su potencia, la quietud del contexto. La actividad de la potencia inquieta. Su expansividad promueve reacciones. Estas reacciones –podríamos decir– son también negativas. Pero esta negatividad es de un sentido –aparentemente– opuesto a la primer negatividad.

2- Tenemos entonces dos negatividades. Una que opera dentro de un contexto constituyente, deconstruyendo, pero también impidiendo la identidad plena, la quietud (llamémosle a ésta negación resistente), y otra que opera por resentimiento ante la constitución (o negación reactiva). Y aunque tal vez no nos sea posible distinguir a priori de un modo radical ambas negaciones, quizás podamos contar con un recurso práctico que nos permita distinguir la naturaleza –resistente o reactiva– de cada negación concreta, a partir de situaciones concretas.

Proponemos reconocer la «negación resistente» a partir de ciertos rasgos: a- su sentido es el de empujar hacia la multiplicidad, y contra la unidimensionalización de la vida; b- el tipo de resistencia que ejerce es expresión de una potencia (de trabajo, de habla, de goce, de creación); c- por lo tanto, su temporalidad no es segunda, sino primera: la negación es expresión de una fuerza productiva. En términos de una situación concreta la temporalidad de la negación suele manifestarse como fundante. La resistencia, el «no», la negación, el «grito» (como dice Holloway) abre las puertas a la potencia. Con respecto a la «negación reactiva», ella es segunda, su cartografía es la de los poderes centralizadores, jerarquizadores, clasificadores: la afirmación con la que se vincula es la conservación y el bloqueo de todo posible devenir.

3- Las crisis latinoamericanas actuales están atravesadas por ambas negatividades: una, fundada en la violencia del capital y la represión de los estados, y otra en la defensa de los recursos vitales, y en las capacidades de resistencia. Del levantamiento zapatista, a la reciente rebelión boliviana, pasando por la insurrección de diciembre del 2001 argentino, la resistencia popular opera como elemento deconstructor, a la vez que abre a devenires múltiples. La potencia popular, genera, a su vez, reacciones. La dinámica es polarizante.

4- El antagonismo –o polarización–, no obstante, produce asimetrías de todo tipo. Lógica de la reacción contra dinámica de la resistencia. Cada modo de la negatividad se vincula con la naturaleza de su contenido histórico específico: la negatividad de la reacción es manifestación pura del carácter ontológicamente segundo, parasitario y jerarquizante del capital, mientras que la resistencia, como negación de lo que «hay», es reencuentro con lo primero –que no preexiste en forma pura, claro, pero que es siempre evocable de modos muy concretos en situaciones concretas–, con las potencias constitutivas, de la producción, la creación, la amistad y la investigación. Lógica de la captura contra lógica de metamorfosis. Vínculo sin vínculo entre polos ontológicos y políticos asimétricos.

5- ¿Debe formularse la pregunta sobre la conversión, es decir, sobre los modos en que cada negatividad deviene positividad, según sus principios? (cómo la reacción existe como poderes efectivos; cómo las resistencias actualizan potencias reales) ¿O nos pondríamos –por esta vía– demasiado abstractos? Retengamos, al menos, que aún en un eventual pasaje de un estado a otro las naturalezas en juego mantienen sus asimetrías (como lo revela toda la analítica de Marx sobre la dialéctica capital-trabajo).

6- Polaridad y asimetría; desencuentro, coexistencia y enfrentamiento; tales parecen ser los modos exteriores de vincular poder y contrapoder. Y sin embargo hay otras conversiones a retener: aquellas que convierten elementos de una naturaleza en operaciones de un campo de naturaleza otra. ¿Cómo deviene múltiple lo uno? ¿Cómo se reabsorbe lo múltiple en lo uno? Exterioridades relativas que se penetran constantemente, robándose terreno, contaminando e invadiendo zonas enemigas: una espacialidad fragmentada, pero repleta de placenteros senderos o pasajes interiores, de túneles, de fronteras militarizadas y de umbrales.

7- Las crisis son grandes truenos de la reacción. Son sus bostezos y sus quejidos. Los dolores de su muerte y los de su despertar: su mañana y su noche. Como costas en las que se encuentran sin tocarse las playas y los mares. No se disuelven los términos, pero combaten duramente dando lugar –en el límite– a fronteras no lineales, produciendo nuevas figuras, inestables. Danza de una asombrosa interpenetración: de desgastes y destrozos. En las crisis se conoce algo más de los hombres y de las mujeres (a la vez que, por eso mismo, se deshacen amistades). En ellas se ocasionan encuentros incómodos entre quienes, desde una vereda, conciben toda ruptura del orden –normalidad– a partir de un extraño efecto producido por la creación de nuevas subjetividades, como si éstas fueran siempre negaciones resistentes; mientras que, en la vereda de enfrente, se aglomeran aquellos que persisten en considerar la crisis como un acontecimiento sistémico, ajeno y sólo pensable como «disfuncionamiento». Las ciencias –sobre todo las sociales– como negación reaccionaria, en la medida en que imaginan la crisis como conjunto de «desperfectos técnicos», objetivos (así se los considere insolubles). Nos interesan los primeros, porque son quienes tienen ojos para ver en la crisis un proceso de agotamiento de aquello que, precisamente, entró en crisis, y para verse como artífices y no como víctimas de tal agotamiento.

8- Y bien: Las crisis no son el grado 0 de la resistencia. La experiencia argentina, mexicana o boliviana nos hablan de la preexistencia de la resistencia, su presencia en la producción de las crisis y los modos en llevar la crisis hasta el final. ¿Qué configuraciones surgen a partir deallí? ¿Qué ocurre con la convivencia de las experiencias asamblearias y las subjetividades fragmentadas, dependientes, posmodernas? ¿Cómo se renegocia la presencia de las masas insurrectas y la nueva subordinación del mercado mundial? ¿Qué nuevas imágenes, nociones y experiencias estamos produciendo desde América Latina?

9- ¿Contamos con lenguajes, imágenes y procedimientos perceptivos para registrar, acompañar y desplegar las potencias que anidan en las resistencias? ¿Hemos asumido una perspectiva interior a la espacialidad del contrapoder (de las resistencias) capaz de producir subjetividades anticipatorias de las crisis, capaces de atravesarlas e ir más allá de ellas, haciendo de las resistencia producción de nuevos estilos de vida?

10- Estado capitalista, fuerzas de seguridad, mercado mundial, fetichismo de la técnica y despolitización de las tecnologías, espectáculo y cuantificación de los flujos, producción de subordinación en las relaciones laborales y de consumo: he aquí la fisonomía de la reacción. Si el nuevo protagonismo social interviene sobre un suelo trabajado por las condiciones posmodernas, éste rechaza, sin embargo, sus conclusiones: el «olvido» de la potencia.

11- Podemos ventilar nuestras dudas más íntimas: ¿qué proyecciones podemos hacer sobre la base del surgimiento de esta nueva radicalidad política, que trabaja a partir de una valoración muy fuerte de la autonomía organizativa y de pensamiento, de la interdependencia horizontal, de una clara idea del conflicto social y político, y de una solidaridad aceitada entre grupos que no están llamados a coincidir más que en enfrentamientos puntuales contra la represión? ¿Qué nos espera una vez que hemos producido –empleando para ello el máximo de los esfuerzos– enormes tajos en el cuerpo del capital, una apertura que nos invita a un trayecto completamente desconocido, una aventura para la cual, sospechamos, no cuentan ya demasiado el conjunto de los los saberes y las tradiciones instituidas del pensamiento y los hábitos de lo social y lo político?

12- No se trata de revoluciones políticas, aunque sí de auténticas revueltas. O una revolución en los modos subjetivos del hacer. Multiplicidad que va componiendo su trama alrededor de problemas tales como la autogestión de recursos y saberes, en la perspectiva de una producción material de la vida a partir de estos nuevos focos de producción de valores. En Argentina fue muy evidente la modificación del paisaje a partir de la acción de los movimientos piqueteros (trabajadores desocupados); las cientos de fábricas ocupadas autogestionadas por sus trabajadores; las asambleas barriales que redefinieron –en los hechos– los espacios públicos de la ciudad; las redes productivas de una economía solidaria; las experiencias en salud, educación, derechos humanos y contrainformación; las investigaciones sobre la producción de un nuevo arte capaz de problematizar desde lenguajes más densos estos tejidos emergentes, una nueva estética que logra presentar esta experiencia más allá de estereotipos y confirmaciones impuestas por la figura (espectacular) del espectador, y un nuevo lenguaje que renueva el sentido de una lengua saturada por expresiones provenientes de los mass media, de una academia irremediablemente alejada, y de una jerga política que entiende la palabra como objeto de manipulación.

13- La negación como resistencia, en la América Latina actual se emparenta con la formación de nuevos trayectos en un tablero despedazado: sobre este suelo fragmentado se experimentan desplazamientos subjetivos y recorridos éticos que van más allá e impugnan la imagen de la víctima que padece. La crisis puede ser asumida no sólo en sus efectos devastadores y disciplinantes: el desierto puede ser  también el terreno de agenciamientos de potencias productivas y subjetividades cooperantes.

14- Fuerza y fragilidad: negación deconstructiva, y carencia de modelos de totalización: Del repudio de la dominación a la configuración de nuevas prácticas y pensamiento.

15- Y todo esto en el contexto de una guerra reaccionaria. La cuarta guerra mundial. La hipótesis del contrapoder se torna imperiosa: extender redes concretas que protejan estos nuevos mundos emergentes. Si de un lado contamos con el peligro de una institucionalización que bloquee las capacidades creativas y los horizontes de expansión; del otro corremos un riesgo no menor en el llamado a reducir esta misma expansión a la «lógica del enfrentamiento», que privilegia la estrategia del espejo frente al poder.

16- Volviendo a nuestras preocupaciones más íntimas sobre la negación resistente: ¿con qué recursos contamos para expresar en imágenes, nociones generales y conceptos precisos este proceso de emergencia de un nuevo protagonismo social? Las descripciones que se intentan caen a menudo en un reduccionismo extremo, producto de una vocación descriptiva que no se interroga por los límites de sus propios recursos representativos. De allí que sea imprescindible el desarrollo de un pensamiento estético capaz de reorganizar representaciones novedosas que escapen a las ya agotadas mallas conceptuales de interpretación política.

Las resistencias han puesto en marcha una vasta operación (que es a la vez una nueva exigencia ética y estética) de intervención-lectura o lectura-intervención: un nuevo acoplamiento entre la materialidad de las prácticas y las capacidades del concepto; una encarnación de lo pensante y, a la vez, una pensabilidad del hacer; una destitución de la separación de la sensibilidad corpórea con respecto a la idea pura; movimiento este que dispone los saberes como inmediatamente operativos, volviendo posible la experiencia. Este nuevo territorio subjetivo, capaz de sostenerse por sí mismo y devenir fuente de juicios, enunciados, valoraciones, lecturas, actos, luchas, encuentros constituyen las claves del «pueblo por venir» (a veces presente, a veces ausente, y por tanto –como lo quería Deleuze– requiriendo del acto estético que lo preanuncie) . Se trata, sin dudas, de un territorio extraño, que se resiste a ser definido, reducido, objetivado. Una máquina capaz de seleccionar soberanamente su propio mundo relevante.

17- Si toda negación resistente implica un proyecto de agenciamiento (es decir, toda emergencia de un nuevo territorio subjetivo), este proyecto es a su vez producción de sus propias condiciones: la actual «crisis latinoamericana», o lo que ocurre bajo unos territorios que decidimos seguir llamando así, no será ya pues pensable sólo bajo la luz de las ciencias del mercado –esas profecías que nos hablan de los designios divinos de la diosa económica– sino, y sobre todo, del brillo de estos movimientos de recomposición, verdadero mensaje de las luchas latinoamericanas al resto del mundo.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones

Buenos Aires, 20 de octubre de 2003

El silencio de los caracoles (Algunas hipótesis para conversar con los zapatistas, desde Buenos Aires, a diez años de su insurrección) (17/10/2003) // Colectivo Situaciones

 

La asociación fue rápida: entre el ¡Ya basta! zapatista y el ¡Que se vayan todos!, aquel grito popular que emergió tras las jornadas insurreccionales de diciembre de 2001 en Argentina, se percibía un parentesco extraño, pero no por eso, menos posible. Dos modos de nombrar la rebelión y dos momentos –a casi una década de distancia– de una contraofensiva popular en América Latina que hoy estalla en Bolivia. El zapatismo, desde su irrupción en 1994, funcionó como una verdadera máquina de producción de prácticas y enunciados dirigidos a constatar que la revolución no había muerto. El zapatismo habilitó así un nuevo pensamiento sobre la revolución y hoy persiste en un modo de actuar y pensarse de los movimientos sociales que en muchos aspectos puede asumirse zapatista. Especialmente por lo disruptivo de sus modalidades de existencia -y formas de resistencia- en relación a las tradiciones de la izquierda clásica (en todas sus variantes). El zapatismo, como innovación radical de la lucha revolucionaria, trazó una frontera: aquella que separa las prácticas por la emancipación de la política entendida como una vía de acceso –revolucionaria o reformista– al poder estatal. Se pueden apuntar algunas hipótesis sobre las repercusiones concretas que ha tenido el zapatismo en el debate de las experiencias sociales argentinas a la vez que registrar los modos actuales en que lo que acontece en Chiapas sigue estando presente aquí.

I. De Chiapas a Buenos Aires

1- Una curiosa recurrencia implícita en buena parte de los discursos progresistas sostiene –aún sin formularlo nunca del todo abiertamente- que en la historia hay grandes procesos de reversibilidad. Así, el compuesto de dictaduras, ataques a las clases obreras y movimientos populares y feroces reconversiones neoliberales que sacudieron con violencia a América Latina (y particularmente a la Argentina) no será más que un triste paréntesis –por largo que fuera- del que tarde o temprano se debería salir para volver a la «normalidad» social, económica y política. En Argentina, el nuevo gobierno promete (como horizonte máximo de salida del neoliberalismo) reconstruir un «país normal».

Según los «normalizadores», los «pensadores del paréntesis», los poderes capitalistas no alteran la realidad, no producen marcas, no configuran irreversibilidades. Son como la lluvia que se ve fuera de la casa. Sabemos que sería mejor no tener que salir, no mojarse. La metáfora no es muy afortunada ni aspira a devenir buena literatura, pero tal vez nos permita comprender el sitio que el estado ocupa en esta normalidad. El estado no es parte de la tormenta sino estructura de refugio.

El zapatismo nos permitió «salir del paréntesis», de la burbuja, de la perspectiva estrechamente moral que supone que todo lo que va mal es una pura desviación provisoria y que el hilo estructurante del bien triunfará. El zapatismo nos permitió recordar, en plena noche neoliberal, que política y reversibilidad no son términos asociados.

2- Dadas ciertas condiciones de partida, ciertas operaciones pueden producir efectos previsibles. Pero cuando estas condiciones son duramente alteradas (dictaduras, neoliberalismo, revoluciones fracasadas) las condiciones varían. Las viejas operaciones –desprovistas de su suelo- ya no pueden siquiera aspirar a reproducir aquellos efectos.

La emergencia del llamado «neozapatismo» resultó equivalente, entre nosotros, al descubrimiento de una política, de un pensamiento, capaz de registrar estas variaciones fundamentales en las condiciones.

Con el zapatismo las ideas, las sensaciones y las prácticas vuelven a fluir. Ya no se trata de hacer «más de lo mismo» (más «setentismo»), sino de alterar la propia imagen de las luchas políticas, la revolución y el pensamiento político. En este sentido el zapatismo viene a despertarnos, a hablarnos de que la revolución no ha concluido, y a recordarnos que se trata de volver a pensar, crear y producir nuevas experiencias, a re-inventar una nueva radicalidad.

3- Los ecos de aquellos primeros días del 94 fueron completamente confusos en Buenos Aires. Pensábamos que el EZLN era un nuevo coletazo de la lucha insurreccional centroamericana. Una nueva guerrilla revolucionaria que se anotaba para intentar tomar e poder, sabiendo que, al fin y al cabo, vendrían (tarde o temprano) las «negociaciones de paz» y la conversión en un partido político legal. Nos producía cierta alegría ver decisión de lucha, pero no podíamos esperar más que la confirmación de aquellas reglas de juego que consistían en ejercer la lucha armada como modo de entrar al sistema político.

Sin embargo, ni bien pasaban los meses, los textos, los gestos, las noticias, los rumores que venían de Chiapas nos iban desfigurando los prejuicios. Ahora resultaba que nuestras previsiones ya no daban cuenta de lo que sucedía en México, pero –más aún- nuestros cerebros «hiperpolitizados» no eran capaces (quizás por vez primera) de comprender la lógica que impulsaba a los rebeldes. El EZLN decía cosas –para nosotros- completamente inverosímiles: ¿cómo tomar en serio eso de que no se lucha por la toma del poder? ¿cómo aceptar –sin que nuestras mentes políticas colapsen- que el estado no es el centro de la revolución? ¿cómo admitir –sin diluirnos al instante- que las vanguardias son, de aquí en más, un obstáculo para el cambio social? De a poco la cartografía neuronal y corporal iba reacomodándose: ya no se trataba de juzgar qué era lo «que le faltaba», ni de tomarlas como un «mientras tanto», un bajo escalón de una escalera ausente, sino de nuestra propia mirada comenzó a ser trabajada por la configuración de unas potencias emergentes que requerían de otras percepciones para producir el encuentro.

4- Aquellos años fueron de una profunda esquizofrenia. En Argentina las luchas contra las privatizaciones eran derrotadas una por una y el neoliberalismo era norma discursiva absoluta. Las izquierdas ya habían decidido blindarse en sus propias verdades dogmáticas y no era mucho lo que, en esas circunstancias, podía esperarse de las luchas que se daban de modo disperso aquí o allá. El fin de la historia hacía estragos, acompasado por el dólar barato y la democracia de mercado. No parecían ser buena época para los espíritus rebeldes –como el de las Madres de Plaza de Mayo- que persistíamos en una relativa soledad. La desorientación de quienes nos dábamos cuenta que las cosas habían cambiado y que debíamos buscar nuevos modos de hacer y pensar era enorme.

El zapatismo irrumpe como un relámpago en esa larga noche. Y parece hablarnos directamente a cada uno de nosotros. Parece venir a decirnos –en un idioma sorpresivamente comprensible- que la rebelión es siempre justa, que se puede luchar y pensar «sin modelos», que la resistencia y la creación existen, aquí y ahora, como exigencia vital.

5- Pero las cosas no vienen solas. Aquellos mediados de los noventa fueron también en la Argentina (desgarrada y fragmentada por las políticas neoliberales), los años en que las periferias sociales y geográficas comenzaron su propia rebelión. Desde los extremos norte y sur del país comenzaron las puebladas, los cortes de ruta, las asambleas de pobladores. De a poco, la lucha piquetera fue tomando fuerza en todo el país.

Esas luchas sociales mostraron de inmediato nuevas características: surgían como estallidos populares, desde la periferia del país, no se traducían en expresiones consistentes en el sistema político y electoral, no se canalizaban al interior de los partidos políticos, ni de los sindicatos, no se nucleaban alrededor de dirigentes únicos y duraderos ni de organizaciones estructuradas, no proponían modelos programáticos consistentes. A demás, estas manifestaciones de rechazo se tramaron de un modo muy evidente con las culturas populares y juveniles, articulando de un modo muy vital los elementos que surgen la vida de la villa –cumbia villera-, del rock de los barrios, y las barras de futbol.

De modo paralelo se incorporó a la escena pública una nueva generación, aquella que compartía edad e inquietudes con los HIJOS de los luchadores desaparecidos y asesinados en los ´70. Y con ella las nuevas preguntas, y el rechazo a cómo se había consolidado la impunidad luego de la última dictadura militar, el descubrimiento de las luchas del pasado, el resurgir de las prácticas contraculturales, el repensar de las condiciones actuales, y la construcción de hipótesis sobre los nuevos modos de lucha política.

Y en el centro de estas líneas convergentes, la mayoría de las veces, como una presencia silenciosa, se hallaba la voz del zapatismo.

6- Hacia fines de los ´90 y comienzos del 2000, las luchas sociales y políticas argentinas –y las nuevas expresiones culturales- se contagian, se enfrentan y se encuentran con la crisis. La estrepitosa caída de la hegemonía de las estructuras que sostuvieron las políticas neoliberales se concretó tras la insurrección de diciembre del 2001. La historia es conocida: la ciudad de Buenos Aires se convirtió en un enorme piquete cuya consigna principal fue: «que se vayan todos, que no quede ni uno solo».

II- La rebeldía social como política

7- Los zapatistas caminan lento pero van siempre adelante. Sobre todo en el terreno de las imágenes. Hablan de resonancia y con ella no sólo hablan ellos sino que nos proporcionan el modo de comunicarnos con ellos. Los zapatistas no son «interpretables». Se resuena con ellos, o no. Ellos resisten y se rebelan frente a las interpretaciones.

Y, efectivamente, «nuestro zapatismo» fue variando cuando pudo pasar de la adhesión al encuentro. Y el encuentro vino con la profundización de las luchas argentinas: los escraches, las experiencias de economía alternativas, las ocupaciones de fábricas por sus obreros, las luchas campesinas del norte del país, el resurgir de las luchas de los pueblos originarios, los movimientos piqueteros, las asambleas de las ciudades y toda una miríada de experiencias en el campo del arte, el pensamiento, la salud y la educación.

8- Pero el «zapatismo» no sólo es inspirador. Es también elemento irritante. Si de un lado es la postulación de la rebeldía social como política –algo que parece nombrar la experiencia de muchas luchas argentinas-, del otro es provocación a las políticas revolucionarias más clásicas. Surgió entonces la polémica. ¿Qué cosa es ese «rebelde social» que no aspira a «comandante»? Según Marcos –gran aliado en estas disputas- si el revolucionario es quien se organiza para llegar al Estado y una vez allí cambiar la sociedad desde arriba, el rebelde social es aquel que trabaja por la base de las sociedades, operando la insubordinación, afirmando devenires minoritarios, resistiendo y creando sin desear, en el fondo, abandonar «la base».

El «revolucionario» se torna un obsesionado por «la» organización, mientras que el rebelde social insiste en que «sólo existe la base». Dos figuras: una primera, para quien la política es fundamentalmente la acción de modelar. Una segunda para quien la política es, sobre todo, (auto)configuración.

III- Del estado a la autoorganización

9- Con la propagación del zapatismo, el estado y el poder volvieron como nunca a ser objeto de discusiones. Por lo pronto, la toma del poder dejó de ser una evidencia incuestionada.

10- La transformación neoliberal implicó también un cambio de patrón en la dominación. En la medida en que su reconversión –de modo más evidente en América Latina- vino acompañada de una disminución-modificación de las capacidades estatales de regulación de flujos (materiales y simbólicos) hasta quedar reducido a una maquinaria completamente mafiosa, de una subordinación cada vez mayor a las nuevas configuraciones del poder mundial y que el mercado fue ganando terreno como medio de configuración subjetiva, el campo de disputas fue girando de la demanda al estado y la aspiración de su captura -como fundamento último del cambio- a una lucha total contra el capital por las formas del ser y del hacer en todos los terrenos.

No es que no haya más estados. Sí los hay. Su presencia es evidente. El estado legisla, reprime, coopta, interviene, fracasa. Lo que varió fue la naturaleza y la eficacia de su operación. Su estructura actual es la de un operador de la inserción del territorio nacional en el mercado mundial, de un dispositivo de gestión biopolítica de la vida humana –y no humana-, de unas bandas mafiosas que pugnan por ligarse al capital de la forma que sea, deteriorando toda lógica institucional como campo de lucha política y consolidando un aparato corrupto productor estructural de exclusión.

En América Latina se hace completamente evidente esta lógica de hierro que produce un territorio nacional cada vez más fragmentado y polarizado en donde cada nueva oportunidad de valorización del capital viene acompañada por la destrucción de vastos territorios –auténticas tierras de nadie– y de poblaciones enteras.

11- El zapatismo es afirmación –y afirmación concreta, en un contexto concreto- de la dignidad. Y esta dignidad, tal como nosotros la experimentamos a partir de las luchas argentinas está hecha de una activación de las propias potencias. La dignidad se forja en la lucha contra la victimización. La dignidad aflora bajo una fenomenología de la autonomía, la multiplicidad, la disposición de la creación, la capacidad de autodefensa, y la disputa en los modos de producir la vida.

IV. Del «Que se vayan todos» a los «hombres del paréntesis».

12- La insurrección argentina de los días 19 y 20 de diciembre del 2001 visibilizó un amplio abanico de subjetividades «dignificantes». Se trató de una revuelta destituyente que acabó con la ficción de una autonomía de lo político (y sus representaciones). La Argentina fracasada (luego de ser expuesta en foros internacionales como modelo de aplicación del neoliberalismo) mostró su rostro oculto. El paisaje cambió radicalmente en pocas semanas. Las luchas sociales y la pérdida del miedo (posdictadura) se dieron cita en cientos de asambleas autoconvocadas de vecinos durante el verano del 2002. En su paso por Buenos Aires, a mediados del 2002 John Holloway interrogó ¿»Zapatismo urbano»? El «que se vayan todos» y el «ya basta» suponen el punto más intenso del diálogo entre las luchas argentinas y mexicanas.

13- El año 2002 trajo consigo la generalización de las luchas pero también la repetición extenuante. Sobre esta base actuó también la represión. Las crisis traen disposición a la lucha pero también deseo de «normalidad». Lentamente fueron reviviendo los «hombres del paréntesis».

V- Asumir la (cuarta) guerra (mundial) para impedirla

14- 1992 fue clave en América Latina. Con el aniversario de los 500 años de la colonización, el movimiento indígena produjo un nuevo salto en su actividad. Entre los afluentes que se suman al movimiento indígena en este resurgir de las luchas en todo el continente, apunta Raúl Zibechi, podemos destacar la presencia de la teología de la liberación y las militancias inspiradas en el guevarismo. La elaboración zapatista opera sobre estos componentes actualizándolos a partir de las nuevas condiciones de dominio, enriqueciéndolos con nuevas influencias del pensamiento contemporáneo.

15- Pero este resurgir se da en medio de una nueva ofensiva del capital por capturar recursos vitales. Los pueblos latinoamericanos desarrollan sus luchas en medio de esta ofensiva brutal de modo que la polaridad entre las incursiones del poder y las experiencias de contrapoder se torna cada vez más extrema. Los zapatistas han llamado a este intento de las fuerzas del imperio por reorganizar el planeta «cuarta guerra mundial». Esta guerra, la neoliberal, es evidente, no está concluyendo. El zapatismo nos ha permitido vislumbrar los modos inmanentes de ligar las luchas situadas con la ofensiva global del capital.

16- Las formas actuales de colonialismo desarrollan nuevos –viejos- sistemas de conquista a partir de las redes biopolíticas de control y expropiación de los recursos naturales y sociales que hacen a la reproducción material, cultural y simbólica de los pueblos. Las resistencias que vemos hoy no sólo en México y Argentina sino también en Bolivia, Venezuela, Ecuador, o Perú (entre otros) consisten en tentativas de una reapropiación de los elementos vitales y en una re-territorialización de las capacidades de lucha. Las tentativas por configurar modos de autoorganización social se inscribe también en una guerra civil producida al interior de los países latinoamericanos bajo el discurso del narcotráfico, el terrorismo y la inseguridad.

17- Si los estados nacionales articulan territorio nacional y poder global del capital, se entiende que las luchas actuales, las rebeldías sociales, deban configurar nuevas teorías políticas, nuevos modos de configurar lo colectivo. De allí la tesis democrática del zapatismo, cómo múltiplo de múltiples (un mundo donde quepan muchos mundos). De hecho, el zapatismo ha avanzado incluso hasta oponer la multiplicidad de las nacionalidades a la unidimensionalización de sus estados. El zapatismo nombra estas aspiraciones profundas y puede otorgar claves de este «modo latinoamericano» de participación en el espacio de las luchas transnacionales en curso.

18- EL zapatismo no ha dejado de (re) inscribirse en este proceso de reterritorialización. Incluso la lucha armada no es concebida por ellos al modo de las guerrillas latinoamericanas tradicionales, sino como autodefensa de esta reterritorialización -de las condiciones de reproducción de las comunidades-. La lucha armada no ya como clave de la destrucción del viejo sistema sino como defensa de la autoorganización.

19- Se trata de asumir esta guerra único modo de bloquearla. Asumir la guerra no consiste en constituirse en un bando opuesto al del poder organizado por la lógica del enfrentamiento, sino en el desarrollo y cuidado de experiencias que se afirman y persisten en su deseo de expandir la vida. Entre el poder que destruye y las experiencias de contrapoder hay una relación fundamentalmente asimétrica.

VI- De la comunicación al silencio

20- En nuestro país también se ha transitado de la autonomía -como independencia organizativa respecto al estado, los partidos políticos y los sindicatos- a la autoorganización. La autonomía es concebida por las experiencias de contrapoder como la autoproducción de sí mismas, esto es, la capacidad de sustraerse de los modos dominantes del hacer, de producir bloques de tiempo espacio propios, y de afirmar formas de reproducción material de la vida alternativas al mercado y al estado.

21- Y, sin embargo, la autoorganización no es una nueva receta. En la actualidad asistimos a una ideologización de criterios tales como «autonomía» y «horizontalidad» (ambos muy zapatistas, y muy difundidos en su «mandar obedeciendo»). Ideologización en el sentido de una inversión del modo de comprender estas nociones fundamentales del nuevo protagonismo social, a partir de la cual se supone que estos principios son modos organizativos salvadores y no, precisamente, claves problemáticas a desarrollar.

22- En una vieja entrevista entre Antonio Negri y Gilles Deleuze, éste responde que la revolución no requiere tanto de nuevos modos discursivos o comunicativos, sino de otra cosa: de «silencios». Según Deleuze las palabras han tomado la forma del dinero. Se han abstraído y circulan sin implicancias. Los zapatistas también se llaman a «silencio». El silencio es el sonido de quien está pensando, de quien se reacomoda, se repliega –quien vuelve a plegar el pliegue-. Es el ruido que hacen las redes autopoiéticas. El silencio, también, como táctica de politización de estas redes. El silencio, claro, como fuente de una palabra implicada (los caracoles). Como lo otro de la violencia y la dominación.

23- No hay, entonces, «mensaje zapatista». No hay tarea de desciframiento ni de difusión. Si intentamos alguna imagen de la repercusión zapatista, ésta no puede asimilarse a ningún a ninguna operación de transmisión de consignas. Cuando lo que se intenta es reproducir los postulados zapatistas no queda más que un vaciamiento de la experimentación: mera ritualización en forma de slogan y de idealizaciones aptas para el consumo y la inminente frustración.

24- En Argentina se habla ahora de «reflujo». Nosotros preferimos hablar de re-pliegue: de un volver al pliegue, pero también de un plegar los pliegues. De plegar lo que fue desplegado. El repliegue -como el silencio zapatista- no es derrota sino anticipación. No es disolución sino capacidad subversiva de deconstrucción. No es aniquilamiento sino vuelta a la sustracción, a la desarticulación, a la composición –silenciosa–. No es pacto y cooptación sino ruptura con la lógica del espectáculo. El silencio también resuena. Es el turno de los caracoles.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones.

Buenos Aires, 17 de octubre de 2003

The Shock of the New. An Interview with Colectivo Situaciones (25/04/2003) // Marina Sitrin

Buenos Aires, April 25th, 2003.

The Shock of the New
An Interview with Colectivo Situaciones

By Marina Sitrin

The social movements that exploded in Argentina in December 2001 not only transformed the fabric of Argentine society but also issued a ringing testimony to the possibility of a genuinely democratic alternative to global capital. The whole world was watching.

For all the theories about what constitutes and how to make revolutions, in essence they are nothing more than ordinary people coming together to discuss and fight for social possibilities that were previously beyond the horizon of historical possibilities. At its root, it is about the creation of new dialogues.

Colectivo Situaciones is a radical collective in Buenos Aires dedicated to stimulating these dialogues. They have tried to facilitate the most far-reaching aspects of the discussions that have unfolded among the social conflicts in Argentina through their books, which are (literally) structured as dialogues.

These discussions transcend national boundaries. Marina Sitrin interviewed Colectivo Situaciones while in Argentina this spring, where she was working on her forthcoming book, which will be a collection of interviews exploring the Argentine uprising through the political and personal experiences of those involved. She was awarded a grant by the IAS in July 2003 in support of her work (see “Grants Awarded” for more information).

Reprinted here is an excerpt from her interview. This interview explores the difficulty of creating concepts adequate to the new Argentine social movements, some of the political vocabulary that has emerged from these movements, and the meaning of engaged theoretical work. It was conducted in Buenos Aires on April 25th, 2003.

Chuck Morse

Colectivo Situaciones emerged from Argentina’s radical student milieu in the mid 1990s and, since then, have developed a long track record of intervention in Argentine social movements. Their books are dialogues with the unemployed workers movement, explorations of the question of power and tactics of struggle, and conversations about how to think about revolution today.

Their radical views pertain to practice as much as theory. They are genuinely a collective and all of their projects are collectively produced. Presently, in addition to their publishing work, they are also working in a collectively run, alternative school.

In a note printed on the back of many of their books, they describe their work as follows:
[We] intend to offer an internal reading of struggles, a phenomenology (a genealogy), not an “objective” description. It is only in this way that thought assumes a creative, affirmative function, and stops being a mere reproduction of the present. And only in this fidelity with the immanence of thought is it a real, dynamic contribution, which is totally contrary to a project or scheme that pigeonholes and overwhelms practice.

More information can be found on their website at www.situaciones.org. The IAS awarded a grant to Nate Holdren in July 2003 for a translation of their book 19 and 20: Notes for the New Social Protagonism (see “Grants Awarded” for more information).

Radicals have often been criticized for imposing ideas and dogmas upon events instead of attending to their real nuances and complexities. Colectivo Situaciones has tried to overcome the strategic and intellectual impasse that this creates by advancing a contextually sensitive approach to the world. I asked them to explain their method and to give background on their collective.

At a particular moment we began to see what, for us, was a fundamental lack of options for left libertarians and autonomists in general. We began to feel very dissatisfied with the discourse on the Left—of the activists, the intellectuals, the artists, and the theoreticians—and began to ask ourselves if we should put our energy in the investigation of the fundamentals of an emancipatory theory and practice. Since that day, we have continued pursuing that same question and, since that day, things have been appearing, like Zapatismo. Certain people also began appearing in the theoretical camp, asking very radical questions, and they influenced us a lot. We studied them, got to know them, and exchanged a great deal. Also, in Argentina there began to emerge very radical practices that also questioned all of this, carried out by people who were also searching.

During this process, certain key ideas kept appearing to us that we decided to develop and see where they would lead. One of the ideas that we came across was that, as much potential as thought and practice have, they cannot reach their full potential if not based in a concrete situation. In some respects, this is pretty evident, or should be, but normally developing a thought or practice within a situation is not easy. We decided to immerse ourselves in this work. We do not think that situations can be created, and this is the difference that we have with the Situationists of Europe in the late 50s and early 60s, who believed that a situation could be created, and who tried to create situations. We think not: situations are to be entered or taken on, but cannot not be invented by ones’ own will.

This gives rise to what Gilles Deleuze said: “creation as resistance, resistance as creation.” We consider our own collective an experience of resistance and creation, to create resisting in the area of thought, linked to practice.

However, for us it is difficult to speak in general terms. When you say “Piquetero movement,” you are creating a homogeneity—an equality of circumstances, of characteristics, of a quantity of things—that in reality does not exist. This has to be seen in context. We work in concrete experiences and part of our work consists of attempting not to make generalizations. We believe there are points, or practical hypotheses, that develop in distinct moments, and that each movement, each concrete situation, develops in a particular, determined form. For example, the influence that Zapatismo has had is evident as an inspiration, but to say that the Argentine movement is the Zapatista movement would be an absurd generalization. What we are working to make more general is the concept of “new social protagonism.” This concept is not something that lumps together various phenomena, but is rather a concrete way of working in specific contexts, that we believe will advance and radicalize the question of what social change means today. Not everyone has the same work, the same answers, nor develops in the same way. But, shared is the new social protagonism’s radicalism in posing these questions as well as bringing forward its practice. Generalizing is difficult because it hides the complexity of concrete situations.

Through the Argentine uprising many people began to see themselves as social actors, as protagonists, in way that they had not previously. I asked Colectivo Situaciones how such a rapid radical transformation could take place and how it could be so widespread.

The parties were a huge fraud for all the people, for everyone in general, but doubly so for those that had an emancipatory perspective. In addition, it is evident that the Argentine state failed, not only the political parties. The state in default, totally captured by the mafias, a state that neither manages to regulate nor generate mediations in society, ended up destroying the idea, so strongly installed in Argentina, that everything had to pass through the state. Thus, between this and the global militancy that was developing, the ideology of the network, plus the presence of the Internet and the new technologies, the new forms of the organization of work… these things reinforced the ideology of horizontalism. This also coincides with the most important ideas of the new social protagonism: Decisions made by all; the lack of leaders; the idea of liberty; that no one is subordinated to another; that each one has to assume within him or herself responsibility for what is decided; the idea that it is important to struggle in all dimensions; that struggle doesn’t take place in one privileged location; the idea that we organize ourselves according to concrete problems; the idea that it is not necessary to construct one organization for all, but that organization is multiple; that there are many ways to organize oneself according to the level of conflict one confronts; the idea that there is not one dogma or ideology, but rather open thinking and many possibilities. It also has to do with the crisis of Marxism, which was such a heavy philosophical and political doctrine in the 60s and 70s. Also, in Argentina, the collapse of the military dictatorship produced very strong experiences, such as the Madres de Plaza de Mayo, who showed early on that political parties are not an efficient tool for concrete, radical struggles.

But now there is an ambivalence, because there are many people doing very important things at the level of this new social protagonism: in a school, a hospital, a group of artists, a group of people creating theory; and perhaps the notion of horizontalism is not the most important for them. For example, we are working in a school where, of course, everyone makes decisions together, but not because the participants adhere to a horizontalist ideology, but rather because the situation itself makes us equals in the face of problems.

Thus, it seems there is a distinction. Many times, in asambleas, we see a discussion of horizontalism as a political identity. We say that it is not about the theme of horizontalism, but about political identity . We say that one is not organized according to pure imaginaries—I am a revolutionary, a communist, a Peronist, an autonomist… but rather one works on concrete problems. For us this is where nuclei of greater power exist: in some asambleas, neighbors, without anyone convoking them, without a political power, with any political representation, start discussing what it means to say that they want to play a leading role in something; what it means to take charge themselves, that the state is not going to take responsibility for them, that society is unraveled, is disarmed, disintegrates if there is not the production of new values by the base. Thus, this self-organization is very important from this point of view. Previously there were the piqueteros , who have a much longer history than the asambleas , and discovered all of this before.

The word “horizontalism” is part of the new political vocabulary that has emerged out of the Argentine movements. It is used by many in these movements—from the piqueteros and asambleas to those who have occupied factories—to speak of the political relationships being formed. I asked Colectivo Situaciones to share their thoughts on the meaning and usage of this word.

There is a question of leadership. The politics of horizontalism, in the most moral sense, supposes that when a group of people exercise leadership or are very active or tend to be organizers, that there is a danger of verticalism or institutionalization. To us, it seems that this can only be known in the context. What happens if every time a person talks a lot or is very active that person is accused of being an institution that restrains the movement? To us it seems that this reveals a significant exteriority of the situation and a big moralization.

Many times, in a simple perspective, it would seem that there is horizontalism when everyone speaks equally, because nobody does more than the others. But it is necessary to see that often subjugation is not the subjugation of a person: it can also be the subjugation of an ideal, or subjugation in the impossibility of doing things. There is the impotence and sadness that can exist in forms that appear horizontal from the outside.

Thus, we don’t celebrate the fact that there are asambleas in the abstract. Many asambleas don’t interest us, because even though everyone speaks, there isn’t really an opening, there isn’t really active power ( potencia) . Whereas other groups that are accused of not being sufficiently horizontal are creating possibilities and hypotheses and changing the lives of the persons so much that they generate a very strong attraction and very strong power. For example, think of Zapatismo . As in Zapatismo , as in some MTD (Movimiento de trabajadores desocupados/Unemployed Workers’ Movement)—like the MTD of Solano—there are people who are the most horizontal of the horizontals that question if there is sufficient horizontalism. But, to us it seems unnecessary to try to make an experience that functions a model for the majority.

Horizontalism is a tool of counter-power when it is a question—power is socialized, it is democratized, it is the power of all—but horizontalism is a tool of power when it is a response, when it the ends the search, when it shuts down all questions. Horizontalism is the norm of the multiplicity and the power of the people who are different, not of those who follow the conventional. The risk is that horizontalism shuts you up and becomes a new ideology that aborts experimentation. That is the risk.

Although Colectivo Situaciones’ books are highly theoretical—and often difficult reading for native Spanish speakers—they are decidedly anti-academic and try to produce a militant, engaged theory. I asked them to explain their approach to me.

Something that interests us is the struggle against academic thought, against classical academic research. It is often said that militant investigation is good, because it manages to show things closely, very internally, but that it is not good because it lacks distance and does not permit objectivity. We are developing an idea that is precisely the contrary. [We believe that] only by adopting a very defined perspective is it possible to comprehend the complexities and tensions of a situation. What we have is a position of work that demands deep practical engagement: it implies a lot of time, a lot intensity, a lot of study, and a high level of sensitivity. For us, it is not an obstacle to knowledge, but the only form that goes with the development of truly complex thought. Our experience is that, in the end, the Argentine academy—not only in the university, but also in the mass media and arts—tries to grasp what is happening without being engaged or fully developing ideas. We see very clearly the difference between us and them. Our work functions in exactly the opposition sense….

Translated from Spanish by Chuck Morse and Marina Sitrin

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