Anarquía Coronada

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Reseña de La Condición Intelectual: Informe para una academia, de Raúl Rodríguez Freire // Claudio Celis

2018
Mimesis Ediciones

 

El libro de Raúl Rodríguez Freire constituye una publicación necesaria en un contexto en el cual, tal como el propio autor sugiere (p. 11), la publicación académica se torna una moneda de cambio central para la universidad neoliberal. Con gran rigurosidad, pero despojado de los manierismos propios del “paper” académico, La condición intelectual interpela al lector a preguntarse por el rol del intelectual al interior de una universidad colonizada por la lógica del capital. Esta rigurosidad fija el tono para cualquier discusión futura sobre el trabajo académico, desmitificando tanto la ideología del discurso neoliberal como la fetichización de la figura – ¿ya obsoleta? – del intelectual moderno. Desde esta perspectiva, este libro constituye un aporte fundamental para enfrentar aquel desafío no menor que significa pensar el incomodo espacio en el que se ha tornado la universidad contemporánea.
En particular, quisiera utilizar esta oportunidad para concentrarme solamente en uno de los muchos puntos abiertos por este libro. Me refiero a la rigurosa y sistemática argumentación desplegada por rodríguez freire respecto al problema de la teoría del valor en el capitalismo contemporáneo. Este punto se enmarca dentro de lo que se podría llamar una crítica inmanente al capital y que habría sido inaugurada por el propio Marx. Creo que solo a partir de una discusión seria en torno a los problemas teóricos que están en juego en la reflexión de rodríguez freire sobre la teoría del valor (algo que claramente no podré hacer aquí) será posible plantear la pregunta por la posibilidad o la imposibilidad de la crítica intelectual en el contexto de la universidad neoliberal (y, con ello, por la posibilidad o la imposibilidad de un afuera al campo inmanente en el cual aparentemente se ha constituido el capitalismo global).

La teoría del valor de Marx en la era de la universidad neoliberal
La condición intelectual podría muy bien llevar de subtitulo “La teoría del valor de Marx en la era de la universidad neoliberal”. A través de sus casi 150 páginas, este libro desarrolla una rigurosa argumentación en torno a lo que se ha llamado la “controversia del valor” en la obra de Marx (controversia que si bien surge junto a las primeras recepciones de la teoría económica de Marx a fines del siglo XIX e inicios del XX ha experimentado un importante renacimiento al interior de las recientes discusiones acerca del pasaje desde un capitalismo industrial hacia un capitalismo post-industrial). Dicho de otro modo, la supuesta transición desde un capitalismo industrial (fordista/taylorista) hacia un capitalismo posindustrial (post-fordista) que estaría ocurriendo desde la década de 1960 ha gatillado un intenso debate acerca de la validez o la caducidad de la teoría del valor de Marx para desarrollar una crítica al capitalismo contemporáneo. Y más que una mera exegesis o sobre-academicismo en torno a la obra de Marx, lo que está en juego en esta discusión es precisamente la posibilidad de una crítica al capital y de una reflexión en torno a sus alternativas. rodríguez freire enmarca el problema del trabajo intelectual al interior de esta discusión, y por ello que la importancia de este libro no se limite al mero campo académico, sino que ofrece pistas para avanzar en la compleja pregunta acerca de la relación entre trabajo y valor en la sociedad contemporánea.
En términos generales, la emergencia de nuevas formas de producción flexible (o post-fordismo) desde la década de 1960 ha contribuido una doble discusión conceptual: a) una reflexión acerca de las mutaciones en la naturaleza del poder; y b) una discusión sobre la persistencia de la categoría de trabajo abstracto en el capitalismo contemporáneo.

A. Poder: de la disciplina al control
En primer lugar, las transformaciones en el modo de producción y acumulación capitalista han gatillado una discusión en torno a lo que Gilles Deleuze ha denominado el paso desde una sociedad disciplinar hacia una sociedad de control. Para Deleuze, el post-Fordismo habría generado un desplazamiento de las formas de ejercer el poder a través de instituciones disciplinares (escuela, fábrica, hospital, cárcel, etc.) hacia nuevos mecanismos en mayor sintonía con la flexibilidad de la esfera productiva (formación permanente, cálculo estadístico, sistemas de control informático, mecanismos de crédito financiero, etc.). Desde esta perspectiva, la universidad neoliberal contemporánea sería un ejemplo de los nuevos mecanismos de poder de la sociedad de control en la cual el sujeto como “empresario de sí mismo” aparece como centro de los mecanismos de reproducción social, desplazando el carácter esencialmente disciplinar del aparato educacional. La formación y evaluación permanente, la transformación del saber en índices y estadísticas, la auto-imposición de mecanismos de perfeccionamiento y control, el desplazamiento de los mecanismos de seguridad desde la institución (disciplinar) hacia el individuo (empresario de sí), son todos síntomas de una universidad neoliberal cuya lógica de funcionamiento se asemeja a aquello que Deleuze describió como sociedades de control (y no responden ya a la lógica disciplinar propia de la universidad en su fase moderna). Ante esto, rodríguez freire propone una doble aclaración. La primera sugiere que la universidad neoliberal no debe ser pensada simplemente como una sustitución de un régimen disciplinar por un régimen de control, sino como una rearticulación de estos regímenes de poder que surgen de necesidades del mercado “y que la universidad tiende a fortalecer naturalizando la lengua del management” (p. 57). La segunda aclaración sugiere que, dado que es el mercado el que ha contribuido a esta rearticulación de los mecanismo de poder, entonces una discusión más profunda sobre el pasaje de la universidad disciplinar moderna a la universidad “del management” y el control (pasaje de un régimen de poder a otro) no puede estar ajena a la pregunta sobre las transformaciones en el proceso de valorización del capital (p. 74).

B. La persistencia del trabajo abstracto en el régimen post-fordista
En segundo lugar, y en directa relación a este último punto, es posible sostener que la emergencia del post-fordismo ha generado una importante discusión en torno a la validez o caducidad de la teoría del valor de Marx para explicar los nuevos mecanismos de producción y acumulación capitalista. Planteado de manera esquemática, se puede decir que hay dos grandes interpretaciones en torno a este fenómeno en la literatura marxista contemporánea: por un lado, la lectura liderada por el Operaismo Italiano que plantea que con el pasaje del capitalismo industrial al capitalismo post-industrial la teoría del valor de Marx entra en crisis y, por el otro, la lectura liderada por el grupo Krisis que sostiene la persistencia de la teoría del valor de Marx para comprender el capitalismo contemporáneo.

i. Operaismo Italiano
En la primera línea, autores como Mario Tronti y Antonio Negri han sugerido un “Marx más allá de Marx”, es decir, un Marx más allá de la teoría del valor. El argumento central para estos autores se sostiene sobre la crisis de la mensurabilidad del valor en un contexto en el cual la producción de valor comienza a operar en el marco de la “fábrica social”, guiado principalmente por el “intelecto general”, la cooperación y el trabajo cognitivo (o inmaterial). Dicho de otro modo, en este nuevo contexto de producción cognitiva e inmaterial, “el trabajo abstracto socialmente necesario” ya no podría funcionar como única medida del valor. Esta crisis del concepto del tiempo abstracto como medida del valor exige que se redefinan las categorías de explotación y de plusvalía (que en Marx no es posible sin la teoría del valor/trabajo), impulsando un retorno a la categoría de renta y a una centralidad de los conceptos de trabajo inmaterial y de “general intellect”. Toda esta reorganización conceptual trae por consecuencia una redefinición de la composición de clase y por ende de las nuevas formas de lucha y resistencia (por ejemplo, la categoría de “multitud” en Hardt y Negri).
Ahora bien, esta centralidad de los conceptos de renta, trabajo inmaterial, capitalismo cognitivo, e intelecto general para pensar el capitalismo contemporáneo ha hecho del Operaismo Italiano un marco privilegiado desde donde pensar la explotación del trabajo académico. Desde esta perspectiva, la universidad se nos aparece como un caso ejemplar de la “fábrica social” en la cual la producción de saber es explotada a través de mecanismos de captura que rentabilización una plusvalía surgida de la colaboración y la comunicación y que no puede ser reducida a las categorías de trabajo y tiempo abstracto características de la teoría del valor de Marx.

ii. El grupo Krisis
Por otro lado, la interpretación diametralmente opuesta se erige sobre la persistencia de la teoría del valor de Marx para la comprensión del capitalismo contemporáneo y está representada principalmente por el trabajo de Moishe Postone y del grupo Krisis (liderado inicialmente por Robert Kurz). Para estos autores, el post-Fordismo no implica un nuevo modo de producción y acumulación capitalista, sino una profundización de las categorías propuestas por Marx en su teoría del valor. Dicho de otro modo, a diferencia del Operaismo Italiano que quería imaginar un Marx más allá de la teoría del valor, Postone y Kurz postulan que el capitalismo contemporáneo es inexplicable sin los fundamentos originales de la teoría del valor que comprende la plusvalía a partir de la capacidad de medir el valor en términos de tiempo abstracto.

iii. La persistencia de la teoría del valor en la universidad neoliberal
La condición intelectual asume una clara posición teórica en línea con la segunda interpretación. Como propone el propio autor, “el post-fordismo no constituye una nueva forma del capitalismo, sino una heterogénea distribución de sus elementos” (p. 133). Así, este libro intenta pensar la universidad neoliberal a través de un prisma diferente al del Operaismo Italiano, enfatizando que a pesar de su carácter “inmaterial” y “cognitivo”, el trabajo académico sigue operando bajo la lógica de la producción de plusvalía basada en la explotación del tiempo de trabajo abstracto. Como propone el autor, en la universidad contemporánea el tiempo abstracto no ha cesado de ser la medida del valor (p. 129). Esto significa que el carácter cognitivo del trabajo intelectual “no debe llevarnos a pensar que la categoría de trabajo abstracto se encuentra obsoleta” (p. 74). Por ende, concluye, la reflexión sobre la condición intelectual en la universidad neoliberal exige “retornar a la teoría del valor esgrimida por Marx en El Capital” (p. 54).
En contra de las categorías de trabajo inmaterial y capitalismo cognitivo, y distanciándose del entusiasmo suscitado por el redescubrimiento de la categoría de “general intellect” por parte del Operaismo Italiano, este libro recupera la distinción entre trabajo improductivo y trabajo productivo propuesta por Marx (primero en El Capital y luego en las Teorías de la plusvalía) para pensar desde este lugar la condición del trabajo académico actual y del trabajo intelectual en general. Que el trabajo sea productivo o improductivo, nos dice Marx, nada tiene que ver con el producto del trabajo (y por ende con su valor de uso), sino que depende estrictamente de su capacidad para contribuir al proceso de valorización del capital (p. 84). Si bien es cierto que en el contexto histórico de Marx el concepto de trabajo improductivo refería más bien a formas pre-capitalistas de producción no subsumibles por completo a la lógica de valorización del capital, Marx “no tenía cómo conocer el devenir de lo que llamó trabajo improductivo” (p. 74) en el contexto de la actual producción intelectual. Esto no justifica, sin embargo, “borrar de un plumazo el trabajo abstracto, subsumiéndolo en el trabajo inmaterial” como hace la interpretación del Operaismo Italiano. Y pese a que el pasaje del capitalismo industrial al capitalismo post-industrial ha significado una transformación radical de las “condiciones del trabajo y del mundo en general”, estos cambios no modifican el núcleo fundamental de la valorización capitalista y por ello que la categoría de trabajo abstracto y la distinción entre trabajo productivo e improductivo siga siendo fundamental para un crítica del capital. Sólo así, propone rodríguez freire, “podremos percibir lo que implica la crisis del trabajo hoy y cómo esta afecta el trabajo intelectual en particular” (p. 74).

Desde este lugar, rodríguez freire se preguntar en qué medida y bajo qué forma la actividad intelectual deviene trabajo productivo y hasta qué punto preserva un resto de trabajo improductivo irreductible a la valorización del capital. Dicho de otro modo, la pregunta Benjaminiana sobre “el lugar del intelectual en el proceso productivo” debe ser reformulada en términos del trabajo intelectual en su condición de trabajo productivo o improductivo. Y dado que la singularidad del trabajo intelectual se encuentra en que en él el trabajo abstracto no puede ser separado de modo categórico del producto de su trabajo, siempre existirá un residuo de trabajo improductivo en toda actividad intelectual, un residuo no reducible a la lógica del trabajo abstracto. Este es el punto central tanto para pensar la privatización y consecuente explotación de la actividad intelectual así como para esbozar su potencial de resistencia.
A partir de esta hipótesis general, el libro de rodríguez freire intenta pensar una alternativa a la subsunción del trabajo intelectual por la lógica del capital. La lectura del trabajo académico desde la teoría del valor de Marx y desde la distinción entre trabajo productivo y trabajo improductivo le permite reflexionar en torno a la producción del saber como una forma de resistencia al proceso de valorización sin caer en la nostalgia o la fetichización del intelectual moderno. Esto quiere decir que, en contra de la interpretación del Operaismo Italiano, la forma inmaterial del trabajo universitario, marcado por un carácter comunicativo, cognitivo y colaborativo, “no debe llevarnos a pensar que la categoría de trabajo abstracto se encuentra obsoleta” (p. 74). El carácter crítico de la actividad intelectual no pasaría entonces por las nuevas relaciones sociales propias de la “multitud”, sino por su capacidad para delimitar de manera clara entre el trabajo productivo y el improductivo, y por inducir formas de producción y de asociación que se resistan a su subsunción en la lógica de la valorización.

Punk-Nietzsche (o acerca de Los violadores como rock existencialista) // Mariano Pacheco

 Reseña de Más allá del bien y del punk. Ideas provocadoras: un libro de Pil y Juan Carlos Kreimer  (editorial Planeta).

Fue en 1991 cuando escuché hablar de Los violadores por primera vez, cuando tocaron de teloneros de Los Ramones en su segundo show en la Argentina (el primero había sido en 1987 y Los violadores no pudieron oficiar de teloneros porque estaban de gira fuera del país). Tenía apenas once años. Fue entonces que mi hermana mayor asistió al recital en Obras Sanitarias. Un año después, cuando logré ir con ella a Obras para ver a Los ramones, los teloneros ya no fueron Los viola (separados meses antes) sino Todos tus muertos, así que recién pude ver a Los violadores en vivo en 1995, en Cemento cuando Pil volvió a los escenarios, ya sin el resto de “los históricos”. En el medio pude visitar a Pil en su casa de Villa Urquiza, una calurosa tarde de 1994. Aún atesoro las fotos que sacamos entonces.

Veinte años después de aquella vuelta a los escenarios elegí “¿Y ahora que pasa, he?” y “Más allá del bien y del mal” como canciones para acompañar las artísticas de La luna con gatillo, programa radial semanal del que formo parte y al que entre los amigos solemos denominar como “trinchera radiofónica”. Allí hablamos de cine; de teatro; de música; de la realidad política y social del país, y del mundo; y de libros, por lo general, varias de las novedades editoriales que nos interesan. Así, 30 años después de que los neoyorquinos inauguraran la ramones-manía, llegó a mis manos Más allá del bien y del punk. Ideas provocadoras, un libro de Pil y Juan Carlos Kreimer publicado por editorial Planeta que da cuenta de la historia de Los violadores con testimonios de todos sus integrantes e incluso un compilado de voces vinculadas de un modo u otro a la escena punk local.

En el principio fue el verbo… en un libro

Cuenta Pil que fue en el verano de 1981 cuando se topó con el libro Punk la muerte joven (de Kreimer) mientras recorría librerías en la calle Corrientes, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Un libro que se transformó en su biblia y que 35 años después, al recorrer los mismos rincones de la ciudad, pudo encontrar reeditado con un nuevo apartado titulado “Historias paralelas”, en el que aparecen… ¡Los violadores!

Fue en la madrugada del 27 de febrero de 1981 cuando Pil debutó en la banda, luego de que su primer cantante, Orlando García Paladini, se hubiese alejado del grupo tras el primer recital realizado el 19 de enero de 1980. Y si bien ocho días después, en el segundo recital, la banda zafó con el bajista (Beto) oficiando de cantante, también éste desertó de la banda tras ese segundo show “cansado de caer preso”, según cuenta en su testimonio.

Esta historia del punk en Argentina no remite tanto al legado británico sino al polaco, o a una mezcla de ambos en realidad.

Roberto Zelazek llegó a la Argentina con su familia cuando tenía siete años. Desde chico sus padres lo llevaron al Centro Polaco de Buenos Aires, sitio al que también asistía la madre de Pedro Braun, el chico unos años mayor que él que en un momento determinado, en pleno Proceso de Reorganización Nacional, apareció con los pelos parados y alfileres de gancho en la solapa. Para entonces ya había estado en Londres, se hacía llamar Hari B y traía un disco de The Clash en la mochila que rápidamente hizo escuchar a su amigo “El Polaco”. Juntos emprendieron la conformación de una banda que con el tiempo pasó a llamarse Los violadores y tuvo en sus filas a Sergio Gramática en batería y a Stuka en guitarra, tras un breve paso por el bajo.

El 1o de diciembre de 1983, mientras el radical Raúl Alfonsín asumía la presidencia de la Nación, Hari B abandonaba la banda para dedicarse a su otra pasión: el montañismo. Días antes había salido a las calles “Los violadores”: primer disco de la banda con doce canciones grabadas en dos días entre mayo y junio de 1982. Pero tuvieron que esperar un año y medio hasta que Umbral (un sello under especializado en folclore pero que ya había grabado con V8) aceptara promocionar a esa banda punk que cantaba canciones como “Sucio poder” o “Represión” en plena dictadura cívico-militar.

Punk-Nietzsche

¿Qué es el rock? ¿Y el punk-rock?

Henry Rollins dice que el rock no es una fiesta de cumpleaños: es una acto para hacer catarsis, un acto extremo para que los que asisten vean algo más allá de lo que ven siempre, dice Sergio Gramática en una frase que parece rememorar aquello que los formalistas rusos afirmaban respecto de la literatura: que su función era la de desautomatizar la mirada.

Hoy Nietzsche diría que una vida sin rock no tiene sentido, arriesga Stuka, quien supo tener su paso por la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Gramática, por su parte, define el estilo de Los viola como un engendro mutante de tipos medio alocados y sostiene que el punk es romper con lo establecido. Patear el tablero. Desobedecer. Y también: una revolución intestina dentro del rock, que cuenta con instrumentos como los fanzines para promover una lectura propia de las cosas. Aunque para muchos pueda parecer una sorpresa, hay una profunda posición intelectual detrás del punk, al menos de esta primera camada y de muchos que luego recogieron ese legado.

Pablo Cosso sostiene que el punk argentino es un colectivo de denuncia, agitación y resistencia. Tal vez por eso las palabras de este crítico musical aparecen citadas en el libro para reforzar dicha idea: el movimiento punk como radicalidad sin estructuras, que cuenta con las letras de sus canciones, los fanzines que edita y los flyers o afiches que promueve como sostenes comunicacionales y sus actuaciones y eventos culturales como focos de agitación.

Pocos advierten que los punks y sus primos hermanos los heavys son bichos intelectuales. Ni que debajo de su nihilismo hay lecturas, cine, pensamiento, reflexión, “cultura”. Las últimas décadas del siglo XX no tienen en el campo rockero argentino, quien mezcle con tanta virulencia la cosa literaria, la cosa filosófica, la cosa ideológica con la cosa musical y actitudinal. Editores de sus propios fanzines, escritores de cuentos y crónicas, de poesías, de análisis políticos, manifiestos, promotores de eventos, los punks no son diletantes. Más bien tenaces. Se hacen sus propios afiches, se producen sin plata, graban por su cuenta, afirma por su parte el crítico musical Leandro Donozo.

Algo de eso parecer querer corroborar Pil, cuando en su testimonio sostiene:

Los punks somos más cultos, leemos, pensamos, reflexionamos mucho, nos construimos una base cultural y desde ahí somos muy críticos. No atacamos a algo porque no nos gusta. O por prejuicio. O por resentimiento.

Puede verse que la crítica a los “viejos vinagres” del rock no era mera postura, sino modo de entender(se) en el mundo. Punk es existencialismo, dice Pil. Y aclara: preguntarte ¿quién soy? ¿qué hago acá? Y luego remata: una banda de rock es una revolución posible. En lo social y en lo personal. Idea que en otra parte del libro complementa con la de resistencia:

La resistencia consiste en recuperar el tiempo para reflexionar sobre lo que estamos haciendo, en no dejarse embalar por una corriente de cosas y hábitos que se nos van imponiendo y elegir qué hacer y qué no hacer. Es abrirse a otras voces, voces de personas que no transan, voces que aparecen en tus oídos y te advierten que algo huele mal…

Tal vez pensando esta idea sostenida por Pil, Kreimer escribe hacia el final del libro que el verbo del punk por excelencia es confrontar. Y aclara: no sólo al tipo que pasa desprevenido, o dormido, o muy seguro de que su visión es la que vale. También a vos mismo, para que no te quedes pegado a ninguna creencia.

Rabia, velocidad, ruido, incorrección, inconformismo, rechazo, oposición, descreimiento, provocación: los atributos centrales del punk-rock.

¿Intelectual punk?

Cuanta Pil que de jovencito trabajó en mil cosas. Fue zapatero, trabajó en una imprenta y en varios lugares más antes de entrar a cantar a Los violadores. Siempre destinó gran parte del dinero que cobraba a comprar libros y discos. El primero fue la edición argentina de The Clash, en diciembre de 1977. También cuenta que, varios años más adelante, un día agarró su CPU e impresora y los vendió: con esa plata fue y se compró una colección de libros clásicos: Goethe, Flaubert… y volvió a releer a Verne.

Tengo mis fetiches -dice Pil-. Uno es Stendhal, con Rojo y negro. La canción que se llama “Ellos son” dice: “Rojo y negro/ son diferentes emblemas”. Otra es “Le Rouge et le Noir”, que habla de un asesinato en una ópera. Y ahora una nueva “Rot und Schwwartz”, esos colores en alemán, inspirada en El jugador de Dostoievski, un tipo que va por la vida buscando gitanas que le adivinen su suerte, y solo juega al negro y al rojo. Me faltarían una “Rosso e Nero”, una “Red & Black”, un “Vermelho e Preto”, ¿no? Leía en la cama hasta que se me cerraban los ojos.

También Pil deja en clara su pasión por el cine en este libro:

Cuando estábamos ahí nos íbamos en el 140 a Corrientes, a la Cinemateca del SHA o a la Lugones del Centro San Martín. Si daban, no sé, un ciclo de Joseph Losey, de lunes a sábado, íbamos. ¿Cómo ver sin que te pase nada El sierviente o Kind and Country? El perro andaluz de Buñel, o Eréndira. El séptimo sello de Bergman… Éramos hípercinéfilos.

Hace cinco años ya que este cronista vive en la provincia de Córdoba, con lo cual está lejos de corroborar si, en plena “Revolución de la alegría”, la Lugones sigue dándole continuidad a esa rica historia. Pero puede asegurar que, hasta hace al menos unos años atrás, aún podían verse allí films documentales imposibles de conseguir en Argentina y también la obra completa de algunos grandes clásicos, como la del ruso Andréi Tarkovski o la del italiano Pier Paolo Pasolini.

Esta pasión cinéfila y literaria Pil muchas veces la expresó en sus canciones, como ya ha remarcado y como sigue contando en distintos tramos del libro:

Después aporté otro tema rápido, “Guerra total”, en el que empiezan mis ganas de meter la geopolítica en la banda, algo que no tenía y la necesitaba. Porque lo que pasaba era también la historia. A mí siempre me gustó saber cómo se dieron las situaciones, qué pasaba en el mundo para que se dieran determinados cambios y transformaciones, la sociedad industrial, el neocolonialismo.

Geopolítica pura, arremete en otro tramo del relato. Y aclara con orgullo: en eso fuimos pioneros. Bajábamos líneas con las letras que a los chicos les volaban la cabeza. Geopolítica e historia que conectan el destino sudamericano (en palabras de Jorge Luis Borges) con el devenir de la política mundial. Remata Pil:

Los “hijos predilectos” eran los alemanes que habían generado eso, la Segunda Guerra Mundial. Los hijos predilectos era la metáfora de lo que estaba pasando por los campos argentinos, el Olimpo, etcétera. Clarín titulaba “Enfrentamientos entre bandas subversivas y el Ejército: doce guerrilleros muertos”. No que “plantaban” cadáveres, que los mataban en un lado y los tiraban en otro diciendo que se habían muerto en un enfrentamiento. ¡Acá hay campos, acá hay campos!, desperté diciéndome un día. Por todos lados nos estaban violando y los malos de la película éramos nosotros que nos habíamos puesto ese nombre transgresor.

Con gran capacidad de síntesis y un humor ácido capaz de captar los microfascismos que por entonces circulaban en nuestra sociedad, Pil escribió en el último tramo de la dictadura una canción con el ritmo de la publicidad de Mantecol; pero en lugar de decir: “Mantecol a la vuelta de tu casa, Mantecol en el kiosco de la esquina, Mantecol en la panadería, Mantecol 24 horas al día”, Pil cantó el mismo ritmo suplantando la palabra Mantecol por represión. Fue el comienzo de una leyenda que se complementaría con “Uno, dos, ultraviolento”: tema inspirado en La naranja mecánica (film de Stanley Kubrick realizado en 1971 sobre la base de la novela homónima de ciencia ficción publicada en 1962 por Anthony Burgess) que se convirtió en hit en los años ochenta.

Punk, instantaneidad y legado

Pil es un tipo con historia dentro del punk, qué duda cabe. Fundó la primera banda del género que “la pegó” en la Argentina. Pero no es un nostálgico o alguien pegado al éxito de tiempos pretéritos. Supo salir adelante en los momentos más difíciles, fundar nuevas bandas, saber cuando “pactar” con los antiguos camaradas antaño enfrentados y rearmar Los violadores en más de una oportunidad. Pero también supo captar los nuevos aires de la historia, las lógicas de las nuevas generaciones estructuradas por las dinámicas de la revolución científico-técnica de las últimas dos décadas. Siempre, sin embargo, pervivió en él cierto espíritu punk ligado a la autogestión, al empuje, al asumir los problemas como desafíos.

En una época el “Sí” era terrible: se llevaba parte de la boletería a cambio de un destacado, dice Pil Trafa en referencia al Suplemento Cultural del diario Clarín, para luego reflexionar:

A puras redes sociales, con una plata mínima te garantizás unas trescientas, cuatrocientas entradas. Se ocupa tu mánager. Pone una pauta tipo promocionar publicación en facebook, crea contenidos, fotos, nosotros vamos agregando imágenes y actualizando nuestros sitios con esos materiales y los amigos nos etiquetan. El verdadero difusor de lo que hacés sos vos mismo. Los medios están para redondear la movida. En definitiva, para legitimarla.

De algún modo, con esto Pil propone volver a las fuentes pero utilizando todas las cuestiones tecnológicas a su alcance:

La alternativa es la del manual punk: venderla vos mismo en los shows. Cuando viajamos, casi siempre vendemos casi todos los CD que llevamos. Uno de cada tres del público se vuelve a su casa con uno. Los vendemos sin el recargo del distribuidor, a cien pesos. También vendemos muchas remeras, las mandamos a hacer nosotros mismos. Las últimas de Pilsen se vendieron todas. No es taaaanta plata lo que deja, pero apuntala otros gastos que no se ven: traslado, mantención de equipos, volantes…

Pil también destaca el hecho de que por más caro que le salga a una banda, hoy en día sin un video no existís. Pero también advierte que hay una sensibilidad del artista que suele no llevarse bien con el éxito. Y que para alimentar esa sensibilidad hay que cuidarse de que la presión (por ejemplo, de las discográficas que exigen sacar discos) no perfore la creatividad. Además, una banda punk no es una simple banda de rock. Es algo más fuerte que tiene que ver con las vibraciones del sonido. Por eso Pil destaca el hecho de que hoy en día en una computadora, en un mp3, el sonido no tiene la misma fuerza que antes tenía en un CD e incluso mucho antes en un vinilo. De allí que, si bien siempre lo consideró importante, hoy más que nunca crea que el punk mantiene cierta vitalidad ligada con su historia en el recital, en el en vivo. En los pubs recién me siento satisfecho  cuando la gente sentada empieza a pararse y saltar. Cuando algunos se suben a las mesas…, explica Pil. Y remata: el día que yo vea que eso deja de pasar con el público que nos va a ver, dejo de tocar. El día que termine con la gente sentada, ya está, ¡a descansar, abuelo!

Bonus track: ese punk que llevamos dentro

Desde que salieron por primera vez de Buenos Aires para tocar en Córdoba a fines de 1982, hasta que dieron por finalizada la experiencia a mediados de 1991, Los violadores viajaron por varios lugares del país y también visitaron otros países. Tocaron con Sumo y con V8; tuvieron a Andrés Calamaro como baterista en un ensayo; grabaron canciones para un disco en vivo con un tenor (Carlos Darío Saidman, el reconocido cantor de ópera que cantó en el Lincoln Center de Nueva York) y fueron teloneros de Los ramones, entre otras travesías.

Una década y media después, con la formación original, Los violadores se presentó en el Luna Park no sin un nuevo escándalo, puesto que el show fue prohibido para menores de 18 años por presiones ejercidas por la Iglesia Católica puesto que el nombre de la banda -se argumentó- resultaba “nocivo”. “Moral y buenas costumbres” titularon uno de los temas que pudo escucharse en el Lado B de su primer disco. ¿El eterno retorno nietzscheano de la sociedad argentina?

Un año y pico después de aquél recital Pil vuelve a figurar en los medios de comunicación, esta vez junto a Juan Carlos Kreimer, ambos autores de este libro que estamos reseñando en el que también aparecen los nombres de Patricia Pietrafesa, promotora del Fanzine Resistencia entre 1984 y 2001, actualmente bajista de la banda Kumbia Queers y el profesor de filosofía y conductor televisivo Darío Sztajnzrajber, quien destaca que el punk es nietzscheano o, más bien, que Federico Nietzsche supo ser un precursor del punk al propiciar una poética nihilista retomada por el movimiento musical centrada en destruir las falsas idealizaciones a la vez que proponer hacer pasar lo constructivo por esa destrucción. También está presente el testimonio de la filósofa Esther Díaz (profesora titular de la Cátedra de Pensamiento Científico del Ciclo Básico Común para ingresar a las distintas carreras de la UBA), quien se hizo leyenda no sólo por ir a los recitales punks sino por asistir a sus clases con borceguíes, tachas y ropas de cuero negro. Para Díaz, además de Nietzsche fueron los filósofos cínicos los precursores del punk (el primer aullido punk en la historia universal) ya que en el siglo IV a.C se oponían a los poderes dominantes, no se sometían a las pacatas normas sociales, incluían mujeres pensadoras que se burlaban de las lujosas vestimentas de los filósofos oficiales y de sus ideas universalistas al servicio de los poderosos.

Además de integrantes del Salón Pueyrredón, figuran testimonios de los ya mencionados críticos musicales Pablo Cosso y Leandro Donozo, para quien el punk trató de desarrollar la idea de auto-gobierno y crear una patria paralela (una internacional -aclara Donozo- rememorando el lenguaje de los viejos luchadores) que desenmascara a la hegemónica a la vez que propone alternativas de producción, de mirada sobre el mundo y de vida.

Qué duda cabe que en esa construcción crítica el rol de Los violadores fue fundamental.

https://www.lalunacongatillo.com

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