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«Tenemos grandes expertos que son grandes analfabetos» // Entrevista a Marina Garcés

Un libro pequeño puede ser muy ambicioso. Es el caso de ‘Nueva ilustración radical’ (Anagrama), que acaba de recibir el premio Ciudad de Barcelona. Su autora, la filósofa barcelonesa Marina Garcés, es una de las voces más vivas del pensamiento español actual, tanto por su colaboraciones de guerrilla en el diario Ara como por su implicación en los movimientos sociales. El jurado destacó su “capacidad de pensar los desafíos políticos del presente renovando las herramientas de la filosofía clásica”. El libro señala que vivimos en la sociedad de la información, pero que no nos libramos de estar tan desamparados como un analfabeto. “Muchas veces, consumimos información en tiempo real acerca de lo que ocurre en el mundo y nos preguntamos “¿y yo qué hago?”. Es una expresión de impotencia y de incapacidad que no es ajena al saber, sino que van juntos. Lo mismo ocurre cuando nos formamos en conocimientos y profesiones tan fragmentadas que no nos sirven para comprender mejor el mundo en que vivimos. Tenemos a grandes expertos que al mismo tiempo son grandes analfabetos. Ciencia e impotencia no son contradictorias. Lo interesante es que hoy nadie es ajeno a este tipo de analfabetismo”, explica.

Burguesía melancólica

El texto destaca por su claridad, pero también por su rigor. Garcés no busca polémica mediática, pero tampoco se arruga si tiene que cuestionar el discurso de pensadores de gran prestigio, como Martha Nussbaum o Nuccio Ordine. Ambos coinciden en que el valor de la cultura clásica reside en su carácter “non-profit” (sin ánimo de lucro) y en su inutilidad, en estos tiempos de búsqueda de máximo beneficio y culto al utilitarismo. “Hay una defensa melancólica de las humanidades que refleja una visión de clase. Es una visión preservacionista, que invita a conservar un patrimonio cultural y que defiendeuna visión idealista de las artes y de las letras. Va ligada a la idea muy burguesa de la separación entre el tiempo de la producción y el trabajo y el tiempo del ocio y cultivo del espíritu”.

'Nueva ilustración radical'
‘Nueva ilustración radical’

En las antípodas de este enfoque, Garcés reivindica el poder de las estas disciplinas como herramientas de cambio social. “Es interesante poner esta cuestión en relación con el ecologismo: hay un ecologismo conservacionista, que es el de los ricos que quieren seguir disfrutando de la naturaleza y lamentan su pérdida. Frente a ello, está lo que algunos llaman “ecologismo de los pobres”, que es el que cuida su hábitat porque le va la vida en ello. Pienso que el compromiso con las humanidades tiene que ser hoy del mismo tipo: no son un patrimonio a conservarsino un ecosistema en el que nos jugamos aspectos fundamentales de nuestras vidas, especialmente los menos ricos y por tanto más sujetos a las transformaciones del actual sistema de reproducción social. Lo que está en disputa hoy no es si hay más o menos asignaturas de letras en los curriculums, sino qué sentidos de la experiencia humana podremos compartir y elaborar en condiciones de igualdad y de reciprocidad”, explica.

España, entre dos extremos

Para algunos pensadores españoles, resulta problemático el término “ilustración”, ya que consideran que en España nunca ha tenido lugar un verdadero proceso de democratización cultural. ¿Está de acuerdo? “La Ilustración a la francesa o a la alemana no pasaron por la Península, lo que no quiere decir que no haya habido combates del pensamiento en el tránsito entre el Antiguo Régimen y la modernidad. Quizá lo que no funciona para nuestro entorno territorial y cultural es la linealidad del proyecto moderno y por tanto la idea de progreso. Desde hace siglos vivimos en paralelo y en conflicto permanente entre lo más extremo del conservadurismo dogmático y autoritario y lo más extremo de la experimentación social más igualitaria y más arriesgada. Esto hace que lo que ocurre por aquí abajo sea muy difícil de leer con “anteojos” europeos, que son los que han forjado las categorías analíticas tanto académicas como políticas de la modernidad. Lo que pasó en el 36 es un claro ejemplo de ello y lo que ocurre actualmente otra vez. Estamos, al mismo tiempo, un paso más allá de la Europa de los estados y muchos pasos más acá de la Europa de los derechos”.

Desde hace siglos vivimos en conflicto permanente entre lo más extremo del conservadurismo dogmático y de la experimentación social

¿Cuál puede ser la estrategia para avanzar? “Tenemos que aprovechar que por una vez hay una generación bien formada y alimentada para elaborar marcos de análisis y de debate propios pero no localistas, para elaborar historias, de presente y de futuro, más allá de las hegemónicas”, señala.

El falso dilema nuevo-antiguo

Desde Mayo del 68, del que ahora se cumple medio siglo, la izquierda ha desarrollado un fuerte rechazo a las instituciones. Tanto el Estado como la universidad o la familia son vistas como marcos puramente represivos. El libro de Garcés propone repensar estas nociones. “La modernización es un proyecto que se desarrolla oponiendo lo nuevo a lo antiguo, como si todo lo antiguo fuera un lastre y todo lo nuevo fuera bueno. Cuando insistimos tanto, hoy, en la innovación estamos cayendo en lo mismo. Respecto al problema institucional y su relación con los mapas actuales de la educación y del conocimiento, lo que tenemos que preguntarnos en qué medida se corresponden, hoy, las prácticas del saber y las instituciones que las producen, transmiten, custodian. Creo que claramente estamos padeciendo una inadecuación, que se traduce en malestares importantes en el sistema educativo y en el mundo de la cultura. Esto no quiere decir que haya que acabar con las escuelas, los museos o las universidades, sino transformarlas en alianza con otros espacios y con otros modos de hacer. Esta inadecuación no es un mero “retraso”, como se nos hace entender a veces. Las instituciones del saber no son un software que simplemente haya que actualizar. Son lugares en los que se experimentan todos los combates sociales y políticos de nuestro tiempo, y que hoy lo que producen son graves formas de opresión autoritaria y de desigualdad”, denuncia.

Cuidados paliativos del sistema

El libro también señala carencias en los actuales discursos de la izquierda. Por ejemplo, esa expresión tan de moda que es la “política de los cuidados”. Garcés pide llevarla más allá del lema reconfortante. “Cuidarnos es la nueva revolución, pero esos cuidados cada vez se parecen más a los cuidados paliativos”, escribe en el libro. ¿Están ejerciendo los movimientos sociales de botiquín de emergencia del sistema? “Hace poco vi una pintada por Twitter (ahora que están tan penalizadas, las pintadas se ven sobre todo en Twitter) que decía “Cuidémonos unos a otros para ser peligrosos juntos”. Creo que dice algo muy importante: en el cuidado de la vida digna podemos experimentar la potencia de un nosotros en combate con las injusticias y las desigualdades que nos causan tanto dolor. Por eso es importante no quedarnos en un lenguaje de los cuidados a la defensiva, sino vincularlos a las diferentes maneras como hoy podemos, al mismo tiempo, luchar y crear. Luchar contra los poderes (económicos, políticos…) que dañan la vida, tanto humana como no-humana, y crear mundo habitable entre nosotras. No sólo somos seres vulnerables, como se insiste tanto hoy. Nuestra vulnerabilidad es inseparable de una gran potencia colectiva de creatividad, de invención y de resolución práctica de nuestros problemas comunes. No hay que olvidarnos: no sólo somos enfermeros de un planeta enfermo, somos cocreadores de un mundo en el que queremos vivir dignamente”, afirma.

Humanos y residuos

En el fondo, lo que propone Garcés es utilizar los saberes clásicos para afrontar los conflictos de un mundo cada vez más hostil. “Se está produciendo una humanidad-residuo: personas sin trabajo, sin recursos, sin agua, sin tierras habitables, sin casa en las ciudades, sin papeles en muchas partes del mundo…Es ya una realidad que desplaza los límites de lo que entendemos por lo humano y su dignidad. Al otro extremo, encontramos la hiperinteligencia de los procesos cognitivos de alto nivel, humanos y no humanos, que configuran un mundo inteligente (smart) para gente (supuestamente) estúpida. Desde este escenario, a todos no incumben las humanidades, especialmente a los más expuestos a estas transformaciones”.

Seguramente se trata de recuperar ese viejo concepto llamado “dignidad humana”, mucho más subversivo de lo que parece.

 

Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2018-02-18/marina-garces-nueva-ilustracion-radical-entrevista_1522795/?utm_source=whatsapp&utm_medium=social&utm_campaign=amp

“Creo que la escuela sólo tiene un sentido pedagógico si produce pensamiento” // Entrevista a Ignacio Lewkowicz

por Luis Calvo y Nora Nardo

¿Nos podría contar como ha sido su formación profesional?

 Mi formación básicamente es de historiador. Me dediqué largo tiempo a la historia griega antigua. También, paralelamente, estudié sistemáticamente el marxismo en el que estaba implicado antes aún de haber podido pensar. Desde esta doble condición entablé relación primero con los servicios de Salud Mental de los hospitales públicos, después con los psicólogos y psicoanalistas, después con escuelas públicas y privadas que estaban transitando los mismos problemas: nuestro ingreso en la posmodernidad. La subjetividad supuesta por las teorías y en las instituciones no coincidía, no podía coincidir, con la subjetividad de los cuerpos que efectivamente entraban en las instituciones. Y este desacople era fuente de sufrimiento, de malestar, de ineficacia. Veía –aunque no veía cómo– que era preciso pensar de otro modo porque todo estaba cambiando.

¿Qué nuevos paradigmas irrumpen en la época de la modernidad para que ésta caiga?

Me parece que irrumpen modos de ser, de pensar y de hacer que aún no se han configurado como paradigmas, y que acaso difícilmente se configuren como paradigma unificado. Las ideas de caos, de complejidad, de situación son nociones que, provenientes de distintos campos, señalan que el horizonte de determinación moderna está caduco, pero no pueden componerse entre sí en una visión integral. Hace un tiempo, intentamos pensar que las prácticas que desfondan la modernidad son todas prácticas de fluidez y contingencia. No tememos ya tanto la opresión como la dispersión; no padecemos sólo el sentido impuesto sino también –y acaso sobre todo– el sin sentido.

La institución escuela en la época de la modernidad se desarrolló de la mano del Estado Nación, importante agente prestador de educación. Caído éste: ¿cuáles son los principales problemas que la educación debe enfrentar?

Ignoro cuáles son los principales problemas que la educación debe enfrentar; pero seguramente debe enfrentarse ante todo a sí misma, a su vocación educativa, a la idea de largo plazo. Seguramente deba enfrentarse al desmoronamiento de la condición que la sostenía: la escuela se legitimaba en función de un futuro y, sin recurrir en profecía, hoy es difícil que un establecimiento cualquiera pueda afirmar que los instrumentos que proporciona tengan alguna eficacia en algún futuro. El futuro es demasiado incierto como para hipotecarle las funciones educativas actuales.

Creo que uno de los principales problemas que afronta la educación es el de cómo habitar, en el presente, los establecimientos educativos: para padres, para alumnos, para estudiantes, para docentes. Es decir, cómo configurar una situación escolar en la que esté en juego el pensamiento necesario para que la escuela sea efectivamente habitada. Parece pobre como proyecto respecto de la educación para un futuro, pero parece extremadamente rico como proyecto respecto de una desolación del presente. Me parece que la educación no tiene que proyectarse desde el presente hacia el futuro, sino que tiene que partir de un presente que no existe como tal y configurar efectivamente el presente como condición habitable. Por mi parte, no le pediría más. Creería que si le pido más seguramente desarticule el primer paso.

Leyendo uno de sus escritos nos dice que las instituciones educativas “nacidas para operar en terrenos sólidos, la velocidad del mercado amenaza la consistencia ya fragmentada de las instituciones. De esta manera, sin función ni capacidad a priori de adaptarse a la nueva dinámica se transforman en galpones”…

 Precisamente, llamamos galpones a lo que queda de las instituciones cuando ya no instituyen ni son instituidas. En condiciones de fluidez, no tenemos la oposición entre lo que cambia y lo que permanece –la clásica oposición entre ser y devenir– sino la oposición acaso más dramática entre lo emergente y lo residual. El galpón es el residuo de la destitución. En un galpón, ninguno de los cuerpos que transitan por ahí comparten con otros la definición de la situación. Diría que si no comparten la definición de situación con otros, no comparten nada. En un galpón estamos amontonados pero no juntos; en un galpón la materia humana está localizada pero la subjetividad está deslocalizada. Más claramente: un galpón se parece más a un vagón de subte que a una escuela, con la diferencia de que en el vagón de subte no necesitamos instituir nada más que el tiempo de espera para llegar a nuestra estación. Podemos decir que un galpón es un vagón de subte que no lleva a ninguna parte del que cuelga un cartel de institución.

Uno de los grandes relatos de la época de la modernidad fue que a través de la educación se podía conseguir mejores puestos de trabajo, mayor prestigio social por lo tanto mejor calidad de vida. Hoy que cada uno de cuatro universitarios no consigue empleo ¿cómo la escuela puede recuperar su sentido? ¿cómo legitima hoy su función?

Me parece que las dos preguntas del final son distintas. Una es recuperar su sentido y otra legitimar su función. Para jugar con las palabras diría que si recupera su sentido no legitima su función. Que para legitimar la función tiene que producirse para sí otro sentido y ese otro sentido me parece que no está ligado con los mejores puestos de trabajo o con el prestigio social ulteriores, sino con la capacitación efectiva para emprender actualmente proyectos. Este sentido está ligado con la capacidad efectiva para configurar con otros mundos posibles, con la capacidad efectiva para vincularse con otros y, al vincularse con otros, constituir situaciones habitables. Insisto, me parece que en nuestra dramática, el presente pesa más que el futuro como proyecto. El proyecto no es prepararse para un futuro sino colonizar el presente. Si la escuela pone estrategias para colonizar el presente –y no conozco otra estrategia que colonizando su propio presente– no podría legitimar su función.

¿El discurso mediático impulsa valores diferentes al dispositivo pedagógico?

En principio me parece que sí, que el discurso mediático impulsa valores diferentes del dispositivo pedagógico. Pero más en el fondo me parece que el discurso mediático destituye valores, que el discurso mediático se define por su velocidad e intensidad y no por los valores que predica, y que esas intensidades y esas velocidades destituyen los valores. No creo que haya una querella de valores entre los valores mediáticos y los valores pedagógicos, sino una disolución del suelo en el que operan los valores. La velocidad y la intensidad como prácticas desalojan la posibilidad misma de los valores.

En las escuelas encontramos que el agotamiento de los modelos de trasmisión traen mucho malestar, docentes que se quejan , alumnos que no aprenden y se aburren en un clima de violencia y perplejidad. ¿qué se puede hacer para recuperar el sentido pedagógico?

Veamos los términos de la pregunta y veremos que los problemas son enormes. Los modelos de transmisión traen mucho malestar. Los docentes se quejan, los alumnos no aprenden, los alumnos se aburren y el clima general es de violencia y perplejidad. Dada esta serie de condiciones, insisto en que no parece posible recuperar el sentido pedagógico. ¿Cómo encontrar modelos de transmisión que no creen malestar? Quizás la idea misma de transmisión haya quedado obsoleta, y entonces la violencia, el aburrimiento, la perplejidad, no aprender, aburrirse, quejarse, se deban a que seguimos sosteniendo el supuesto de que tenemos que transmitir algo. No sé bien si pienso lo que voy a decir, pero ahora me parece que la escuela no tiene un sentido pedagógico posible si transmite. Creo que sólo tiene un sentido pedagógico si produce pensamiento, si produce el pensamiento de cómo habitarla.

 

En tiempos de la modernidad, la ley preexistía, hoy ¿cuál es el concepto que subyace en estas nuevas subjetividades?

Creo que el concepto que subyace a estas nuevas subjetividades es que nada preexiste o, mejor, que nada subyace. Que en las subjetividades emergentes y residuales ha caído la preexistencia de la ley como fundamento de lo común. La ley era lo que todos los ciudadanos teníamos en común y lo que por lo tanto nos fundaba como miembros de una comunidad. La dinámica neoliberal disuelve lo común, y entonces me parece que la condición dramática contemporánea reside fundamentalmente en que nada común subyace a esta subjetividad., lo común se disuelve. Eso son los galpones. Creo que es tarea de la escuela encontrar en cada circunstancia lo que funda comunidad para docentes, alumnos, padres, lo que funda lo común – que no preexiste. Ya no podemos suponer la comunidad, ya no podemos observar lo común, es preciso producirlo de nuevo en cada situación. Extremadamente trabajoso, pero para nada inútil. No se trata de transmisión de un sentido de lo común, sino de producción singular específica en una situación específica de lo común específico. La escuela ganaría mucho y nosotros ganaríamos mucho de la escuela si pudiera producir en cada circunstancia la capacidad de generar lo común.

 

¿Por qué afirma que “un instante sustituye al anterior, que cae en la nada de lo insignificante…”?

 La dinámica mediática ha sido el principal disolvente de la condición histórica del pensamiento. Históricamente, un instante, una configuración, toma su sentido de la relación con el instante que lo precede y que lo sucede. El sentido se concebía, se producía, se practicaba como eminentemente histórico, como eminentemente temporal: lo que ocurre significa porque ha abandonado el punto que ha abandonado, porque ha superado el punto que ha superado, porque procede del punto del que procede y se dirige al punto al que se dirige. El presente tomaba su sentido de su relación de diferencia con su origen y su destino. En nuestras condiciones la relación entre un instante con los que lo rodean es bastante débil – no parecen ser su nada; sobre todo porque el instante actual parece gozar de una intensidad y una plenitud tales antes de caer que no convoca a un instante previo o ulterior para ganar sentido. Mediáticamente y, sobre todo, publicitariamente, la imagen es la potencia del instante. Ahora, el instante que pasa tampoco hace presente. Me parece que el instante actual es la condición para que en común tramemos un presente que le impida a ese instante pasar sin pena ni gloria, caer en la nada. No creo que tengamos que ligar el instante presente con el pasado y el futuro, creo más bien que habitar una situación es sostener el presente del presente de modo tal que se nos presente a todos, y ese presente sea lo común.

¿Hay algo más que le gustaría agregar?

No, no quisiera agregar nada. Quisiera que los que lean agreguen todo lo que no he sabido agregar de mi parte.

(fuente: www.generacionabierta.com.ar/)

 

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