“No sé si ponerme dura, reír o llorar” // Marie Bardet
“¡Ay! No sé si ponerme dura, reír o llorar…” dijo, sorprendida, la chica que caminaba al lado mío el 8 de marzo 2017 durante el Paro Internacional de Mujeres. Con su pancarta hecha a mano, en el momento en que, después de un largo rato de caminar juntas sin conocernos, casi sin mirarnos, pero “juntas” en más de un sentido, me pidió que le sacara una foto. En el momento del “clic” en su celular, se sintió confundida, no sabía qué cara pone… silencio, nos miramos. Es cierto, ni ella, ni yo, ni ninguna de nosotras sabíamos bien qué cara poner. Se nos mezclan las ganas de llorar, con la piel de gallina, la rabia con la sensación de potencia enorme de “nosotras paramos”, las muchas preguntas con la explosión de sacar el grito atragantado por demasiado tiempo, el silencio y las muchas palabras buscando paso, los abrazos y las risas a carcajadas fruto del encuentro. Lo que está pasando, el paro y la marcha, no se resumen a un emoticón, no entran en una selfie…
Hoy en víspera del 8M, en la cocina del bar donde escribo, se está negociando el paro de mañana entre gente de cocina y mozxs; porque claro está que estos paros no son evidentes, muchas no pueden parar[1] porque las rajan del trabajo, porque ponen en riesgo muchas cosas, porque no pueden perder un día de sueldo o lo que juntan con su trabajo, porque en ciertos casos dejar de cuidar es poner la vida en peligro, etc. Este paro es un llamado que se cocina, es una herramienta de encuesta situada sobre nuestras miles de formas de trabajo y una palanca para repartir de otra manera las cosas y las tareas. Este paro, lo vamos entiendo, es una apuesta, más que una consigna.
Una apuesta que se va cocinando en asambleas, las de los viernes de febrero en la Mutual Sentimiento y las miles de réplicas en muchos lugares, plazas, universidades, barrios, etc cuyos los alcances inimaginables aparecen a medida de su construcción. Desde las primeras asambleas de febrero, en la ciudad aun con aires de verano ardiente, fueron cajas de resonancia de las voces de muchas de las luchas en curso: las de Pepsico (con quienes se había cocinado un guiso de lentejas en pleno invierno en la carpa de la plaza del Congreso durante una asamblea Ni Una Menos) y las del Posadas, las luchas contra la reforma previsional o la lucha docente, la de las ferroviarias y de las trabajadoras del INTI, las luchas indígenas desde distintos lugares del país, y de la asamblea lésbica permanente, la de las pibas que pedalean, la de las gordas que gritan que con ellas haremos temblar la tierra, de las travestis que tomaron fuertemente la voz y fueron contando como avanzaba y retrocedía el juicio por el trasvesticidio de Diana Sacayan, la de las afro-descendientes de las que vamos aprendiendo a decir lío y no quilombo para construir nuestros sueños, las putas feministas que exigen sacudir el concepto de trabajo tanto como de cuerpo, las de todas las voces que narran violencias, la de las hijas de genocidas que cuentan como pidieron desafiliación de su familia biológica, y, y, y…
“Nosotras” es el efecto acumulativo de esos encuentros que se arranca de cualquier anclaje en alguna biología de su definición. Partiendo de las situaciones concretas de nuestras vidas que se narran en el encuentro, ensayándose cada vez que se toma la palabra en la asamblea un timbre y un modo de abarcarnos, se elabora un “nosotras” cada vez que hacemos correr la voz pronunciando las tres sílabas, en voz alta o baja, “nosotras, mujeres, lesbianas, travestis y trans” asumiendo que no tiene otra definición que los tonos de sus enunciaciones que hacen cuerpos sin presuponer de qué forma corporal emana. Ese “Nosotras” es transformador de las formas de vida por acumulación de experiencias, enunciándose entre varias, no desde un cuerpo definido sino ciertos gestos: por ejemplo el de “acuerpar”, que suena entre abrazar y hacerse un cuerpo, tomarnos de los codos y arroparnos, hacer cuerpo y tomar fuerza. #Acuerparnos, no sabemos lo que quiere decir, es el verbo que fue forjándose y empezó a circular, el grito de guerra aullado en la experiencia acumulada desde aquel 19 de octubre, o 3 de junio, o ¿será desde que se levantó una bruja?, desde tal vez todas las vísperas que duran infinitas horas… en la sensación de que algo importante no está por venir, sino que ya está pasando…
Las cocinas de este paro pueden asumir no saber exactamente de ante mano lo que parar quiere decir para cada una mañana. Cada día de esta preparación aparece una vertiente del paro inesperada: desde, por ejemplo, la unidad de un frente sindical jamás alcanzado, dando cuerpo concreto a una transversalidad de la entrada feminista a la cuestión del trabajo; hasta la articulación de un paro en las cárceles de mujeres, que no pueden arriesgarse a desobedecer a su trabajo semi-forzado, pero se pusieron de acuerdo que pararan el silencio o el silenciamiento de la cárcel con un ruidazo mañana a las 11[2]; pasando por las mujeres de comedores que decidieron durante la asamblea con Ni una Menos, el 24 de febrero, en la Villa 21-24 que para el paro del 8M: “se sirve crudo”.
Una apuesta más que una consigna única, el paro apuesta a un proceso de transformaciones de los modos de vida y las repartijas vigentes; se vuelve un llamado sostenido de la insumisión; muchos gritos que estallan entre lágrimas y risas a carcajadas tomando relevo y produciendo una sensación de experiencias acumuladas donde dar pisadas nuevas, que se saben frágiles y vitales al mismo tiempo, y por eso potentes, en el medio de tanta sensación de impotencia por todos lados.
Hace dos meses, Ni una Menos lanzaba su apuesta: “gritamos que si nuestros cuerpos no cuentan, produzcan sin nosotras. Sabemos que si nosotras paramos, podemos parar el mundo”[3]. Dejar de hacer lo que hacemos, pararlo todo para cambiarlo todo. Retomar la herramienta obrera del paro, inventar los gestos de suspensión de nuestras actividades queda cargado de una potencia muy particular: volver sensible, visible, palpable, como gravado en relieve a lo largo de la trama de un día todo lo que una hace (cierta eficiencia multitarea…). A su vez, el gesto de suspensión deja en el cuerpo la sensación de la potencia de simplemente ocupar el lugar que se ocupa con un poco de tiempo para preguntarnos cómo lo ocupa, con quiénes, cómo se deja mover, y se deja de mover, cuando no “hace” nada y sin embargo “hace” mucho. Este paro internacional de mujeres es un llamado a una suspensión y una transformación, dice Silvia Federici. Es que parar escapa a la oposición imperativa que regimienta nuestras vidas: “¿y? ¿Activx o pasivx?”. “Nuestra acción es parar” anuncian trabajadoras de las artes escénicas, llamando a un “bombachazo” mañana a las 14h en las escalinatas del Colón. Porque sí saben, desde sus prácticas que el gesto de parar, de suspender la actividad, es todo lo contrario de una gran pasividad. Una de las apuestas del paro es hacer caer la ficción de que habría activos y pasivos, y cuestionar la valoración segura de lo productivo e improductivo[4]: sea cuando esa ficción pretende definir el trabajo por la oposición entre gente con empleo y gente sin empleo, sea cuando esa ficción pretende organizar los modelos que guían nuestras vidas cada vez más auto-empresariales en winner y looser, sea cuando esa ficción pretende repartir para siempre y con seguridad quienes enseñan y quienes aprenden, quienes hacen y quienes miran, quienes luchan y quienes son asistidos, quienes hablan y escriben, y quienes escuchan.
No sabemos exactamente lo que ese paro quiere decir, no sabemos qué cara poner, nuestra lucha desborda cualquier selfie, ningún emoticón la resume; pero vamos aprendiendo a ponernos duras, y reír, y llorar, al mismo tiempo; vamos aprendiendo en estas cocinas a cielo abierto, en las charlas sobre el paro que toman todas las conversaciones a reconocer la afectividad de los pensamientos y de los gestos cada vez que tomamos la palabra, la calle; Vamos asumiendo que toda acción conlleva una posible suspensión; que parar es apostar a otra repartija y otros modos y relaciones de trabajo y de cuidado; que el decir y el hacer se pueden tejer junto con el escuchar y el mirar, que existen maneras de no hacer haciendo, de hacer no haciendo. Que Nosotras es un efecto de ciertas situaciones, enunciaciones y modos de acuerparnos. Y que parar será también ir inventando las miles de maneras de escapar a la obligatoria pregunta: ¿activa o pasiva? en los trabajos, en los paros, en la calles, en las casas, y en las camas.
Hoy, en la víspera del 8M, la tierra ya empezó a temblar, ya nos toca la ola hace tiempo, está llegando el paro, que se anunció a partir de las 00:00 con un orgasmatón[5], en una risa colectiva, gritos o susurros de orgasmos que, eso sí lo sabemos, no son el gran final, sino pueden ser el inicio de muchos más, y otros.
#nosotrasparamos
#nosmueveeldeseo
[1] https://lobosuelto.com/?p=5960
[2] https://www.facebook.com/photo.php?fbid=1520830134718124&set=a.219612294839921.55580.100003734575236&type=3&theater
[3] Hacia el Paro 8M, https://lobosuelto.com/?p=18506
[4] “Dar gran valor a los momentos “improductivos” es una extensión de la vida propuesta por la mujer.” Carla Lonzi, Escupamos sobre Hegel, Tinta Limón, 2017
[5] #Orgasmaton 8M! Una marea orgásmica recorre el mundo. El gemido colectivo atraviesa los husos horarios en una onda expansiva. Recuperamos nuestros cuerpos, nuestros territorios de placer. Tiempo recuperado, tiempo disfrutado. A las 0 horas del 8M nos unimos en un ritual orgásmico. Cada una desde su casa o donde esté, solas o acompañadas, lleguemos o no (en intento ya vale), nos preparamos para una jornada de lucha donde pongamos en práctica el mundo en el que queremos vivir. Que este 8M sea el primer día de nuestras nuevas vidas #Orgasmatón https://www.youtube.com/watch?v=NXSF2XXBrZ4