Anarquía Coronada

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Contra el consensualismo democrático. Sobre polémicas y disciplinas // el Ruso

Quienes hemos hecho nuestra experiencia política en los años 90 y 2000, supimos tempranamente que nuestro enemigo principal no era un objetivo determinado y específico –la burguesía, las corporaciones, los militares, etc.–, aunque siempre estuvieran en el horizonte del conflicto, sino uno mucho más sutil y poderoso: el terror como una existencia difusa pero muy concreta en nuestras vidas. Toda militancia y pensamiento político debía medirse con él, con la parálisis para la imaginación política y la insubordinación que imponía una forma política, la democracia resultante del terrorismo de estado, que luego de haber prometido el retorno a la libertad mostró su verdadero rostro: la consolidación de un sistema político de poder que inmovilizaba a la población mientras se operaba la transferencia de los recursos colectivos y el inmovilismo de las organizaciones populares. A la democracia como un conjunto de reglas y procedimientos formales le correspondía, en su reverso oculto y simultaneo, el miedo como soporte del control social y la subordinación. Nadie como León Rozitchner ha pensado tan radicalmente acerca de la “democracia castrada” como aquello que pervive de la derrota en nosotros y no puede ser elaborado. La idea de un “Nunca más” esconde aquello que no sabemos cómo enfrentar: la persistencia de esas formas de terror que no pueden situarse trazando un línea en el campo histórico, demarcando un antes y un después, que determine el cese de aquella fuerza monstruosa que nos convirtió en lo que somos. Fueron las Madres y Abuelas y luego los Hijos los que enfrentaron con determinación y dramatismo este dilema. Y los luchadores de distinta índole –estudiantes, piqueteros, campesinos, trabajadores, etc.– que no solo tomaron el coraje de resistir sino que, al hacerlo, tuvieron que enfrentar la condena no solo de una derecha cruel sino también  de un progresismo bien pensante que, también aterrorizado por azonadas militares, crisis económicas y los traumas del terror y el exilio, asumió la “paz armada” como única vía para la sobrevivencia. No decir nada ni hacer nada que violente el consenso democrático que ya había dejado de ser promesa y se transformó en calvario. Y quienes lo cuestionaban soportaban el peso de la condena y la estigmatización, cuando no de la gélida indiferencia y su reclusión en la insignificancia.

2001 desnudó los límites de la democracia, sus cerrojos políticos, ideológicos y económicos. Sus mecanismos de producción de una subjetividad adocenada y dispuesta a la obediencia. Pero, en esas desmesuras insurreccionales también se exhibió una fuerza colectiva que venció al miedo. Del kirchnerismo sabemos bastante, sus huellas son recientes. Su invención más radical fue la de leer y lidiar con aquello que, siendo ajeno a sí mismo, era la fuerza necesaria e indispensable para reconstruir un sistema institucional destrozado por la crisis. Y, en esa ambivalencia, la de reconocer lo que le es ajeno, abrir las instituciones y a la vez incluir esa presencia en los dispositivos de gobierno moldeando sus expectativas y sus posibilidades, logró articular una época en la que se combinaron neodesarrollismo con reconocimiento de las luchas sociales y políticas, derechos humanos con distribución de económica y una perspectiva geopolítica global y regional que situaba al país en una posición más digna que las anteriores. Sin embargo, su apelación permanente a la construcción de un país normal, a canalizar institucionalmente toda posición y tramitarla como demanda, a victimizar a los sujetos protagonistas de las historias recientes y restablecer el sistema representativo como único horizonte posible, desarmaron la imaginación radical que alimentó el bloque heterogéneo de elementos que componían su gobierno. Todos fuimos convidados a ser ciudadanos, nuevamente, y a deponer nuestros excesos en función de una nueva razón de estado o en el simple pero efectivo argumento de “no hacerle el juego a la derecha”. Pero, lo supimos más tarde, era precisamente ese el juego de la derecha que se alimentaba en los pliegues de esa disciplina y ese deseo de orden: el kirchnerismo nos dio, sin que nadie por entonces lo creyera, una vida y luego, en tanto tal, “elegimos” qué oferta política sería la mejor para administrarla y conservarla. EL eventual retorno del kirchnerismo, en su versión centrista, vuelve a disputar el sentido de la normalidad. Ni derecha ni progresismo discuten la normalidad. Solo se disputan cuál es la mejor hipótesis para gestionarla y prolongarla, excluyendo todo exceso o desvío. Hace un tiempo, el Ministro Dujovne decía que nadie hubiera imaginado que un ajuste de esta magnitud podría haberse llevado a cabo sin que explote el país (y el gobierno). Pero el macrismo debe su estabilidad a aquello que detesta: el kirchnerismo, los sindicatos y las organizaciones sociales que gestionaron el malestar y la protesta bajo la hipótesis de que cualquier desborde favorecía las chances del macrismo. Y de lo que se trataba era de esperar, pacientemente, que el calendario electoral determine el nuevo destino político para torcer el rumbo de las políticas neoliberales. Solo cuando el pueblo desobedeció, cuando desbordó los moldes de la protesta social y sus organizaciones, en la batalla de diciembre de 2017, el macrismo empezó a ver cómo, luego de su gozoso triunfo electoral, el poder se les escurría de las manos. Los inversores tomaron nota de que el ajuste prometido era irrealizable (fuga de capitales) y las dirigencias cómplices (pejotistas y colaboradores de distinto pelaje) de que había que tomar distancia del gobierno que entraba en su declive.   

Toda esta larga introducción viene a cuento de lo ocurrido a partir de las declaraciones de Horacio González en una entrevista reciente en la Agencia Paco Urondo. Como siempre me ha pasado, cada vez que me encontré con ella, lo más conmovedor de la palabra gonzaliana es su sentido de la ocasión: es una palabra a destiempo. Su resistencia a someterse a las reglas de la corrección política, a los parámetros del lenguaje tal y como dictan las distintas policías de turno rompe los moldes de lo aceptado en la esfera pública. Es una palabra que apunta directo al corazón del consensualismo democrático. Ni los sacerdotes de este tiempo, ni los dictaminadores de lo permitido. Ni los académicos, ni los mandamases del realismo político que, con escuadra y tiralíneas, esperan el triunfo electoral sin sobresaltos admiten los efectos de aquello que, al decirlo, amenaza las existencias de cada uno.

Cuando se opuso a que alguien basado en el desprecio al pueblo, como el respetado y talentoso Vargas Llosa, abriera la Feria del Libro; cuando se puso del lado de Mariano Ferreira y Félix Díaz, contradiciendo al propio gobierno que integraba; o cuando criticó al Papa Francisco o  César Milani, Horacio abría los márgenes de lo posible. Y en lugar de dejar que canallescamente sea la derecha la que se haga cargo a su modo de los temas, él proponía hacerlo con la libertad más radical y apelando a lenguajes que se escurrían de lo pensable y decible en la esfera pública y mediática.

¿Qué pensará Ricardo Roa, editor de Clarín que representa cabalmente la figura del converso, cuando Horacio propone hacer una valoración positiva de la guerrilla que salga del pantano del consensualismo y el arrepentimiento? ¿Qué sentirá ese viejo colaborador de la revista guevarista Nuevo Hombre cuando alguien le recuerda ese pasado, su propio pasado, diciendo que no hay que juzgarlo ni archivarlo con los parámetros de esta época? ¿Y los arrepentidos que se han ganado el cielo de los justos por abjurar de lo que hicieron? ¿Y los planificadores electorales que se encuentran con la idea de Horacio que dice que la política se hace en las calles y no en los gabinetes de especialistas? ¿Qué dirán los feligreses del peronismo frente al rescate de la figura de Cooke que González trae una y otra vez para impedir que ese nombre se cierre sobre la gestión de las penurias del presente? ¿Cómo callar a este hombre que pone en riesgo el triunfo electoral? ¿Cómo hacer para aguantar un pensamiento que denuncia la correlación entre éxito y terror?.

La palabra a destiempo incomoda. Y es digna de la historia más noble del pensamiento. Pensar es siempre hacerlo contra la época. Y para hacerlo, hace falta asumir el riesgo de la soledad, verdadero termómetro que mide la radicalidad de lo dicho. En lugar de gestionar cada palabra y cada gesto en el mercado de variedades y opiniones, para construir y proteger el propio nombre como si fuera una marca comercial, es necesario atravesar la frontera de la corrección para que el pensamiento pueda hacerse carne y empuje nuestras vidas a ser de otro modo, por fuera del cerrojo democrático y más allá del terror que todavía soportamos. Y allí, en medio de esa incomprensión, es necesario rodear estos gestos valientes de afecto y acompañamiento, construyendo amistades que nos den la fuerza para que cada vez que hablemos podamos enfrentar el miedo y decir lo que nos merecemos y es necesario que sea dicho, señalar las complicidades, nuestras propias complicidades, y proponer otra forma de la conversación y el pensamiento.     

29/09/2019

Sentido de oportunidad: a propósito de Horacio González // Lobo Suelto!

Lobo Suelto! admira la maestría de Horacio González. Mientras la más rancia derecha -aquella herida por la contundencia de la votación del 11 de agosto- dispara contra las ideas de este viejo profesor, llamamos la atención sobre lo que muchos llaman “el campo propio”, personas de todas las edades que temen que se digan verdades en tiempos de campaña electoral, sin advertir que silenciar estas ideas es condenarse a un futuro miserable. Una miserabilidad cultivada en el campo propio. ¿Qué dijo González? 

-«Abandonar las ideas de Cooke sería abandonar el peronismo».

-«Veo así a la Cosmópolis argentina. Hay que reescribir la historia argentina pero no en esa especie de neoliberalismo inspirado en las academias norteamericanas de los estudios culturales, donde hay una multiplicidad graciosa y finita. Sino que tiene que ser una historia dura y dramática, que incorpore una valoración te diría positiva de la guerrilla de los años 70 y que escape un poco de los estudios sociales que hoy la ven como una elección desviada, peligrosa e inaceptable.

-«La política como estudio y no como estudio en gabinete cerrado sino en medio de las grandes movilizaciones. Yo creo en la calle. El gobierno es una forma de comprimir en leyes, dictámenes, en discusiones reservadas todo lo que se expresa en la calle. Considero que el próximo gobierno debe ser un gobierno de acción inmediata y urgente pero también de mucha meditación en caliente».

-«Para ejercer el poder tenés que tener algo de anarquista. Cristina tiene algo de eso. Alberto Fernández continuamente dice “soy hijo de un juez, soy profesor universitario”. Tiene la vestimenta del viejo porteño, pero debería dejarse invadir por ese rasgo de anarquismo que tienen todas las formas del poder».


 

Los años del kirchnerismo

Agencia Paco Urondo: ¿Qué recuerda del llamado de Néstor Kirchner, cuando lo convocó a dirigir la Biblioteca Nacional?

Horacio González: Creo que habían pasado varios meses, casi un año, de modo que estaba con una expectativa de carácter alto. Yo estaba bien dispuesto hacia el gobierno. No recuerdo qué había sucedido ya, pero creo que ya había bajado el cuadro de Videla, recuerdo el estilo informal, algunos signos de la indumentaria. En relación con las primeras medidas sobre la deuda externa, la disposición para reformular la estructura injusta que tenía todo el sistema económico argentino. Rasgos de atrevimiento que no eran habituales. Una especie de desprolijidad creativa, en fin, todo eso me generó simpatía.

Y por supuesto, cuando recibí ese llamado no se me ocurrió decir que no. Es difícil que te llame un presidente y uno le diga que no a algo, a no ser que uno sea otro político y se crea con facultades medibles con las de un presidente y le empiece a pedir cosas, pero no era mi caso. Y así estuve durante 10 años al frente de la Biblioteca. En medio de grandes dificultades, pero también llevando a cabo grandes acciones que se han hecho con todo el personal de la Biblioteca y eso me genera un recuerdo agradable. Y después todo lo que significó acompañar al kirchnerismo en esos años difíciles, que también los recuerdo con mucha simpatía, sabiendo que la historia no tiene la facultad dadivosa de repetirse. Pero no creo que ese periodo esté destinado al olvido.

APU: Dice que hubo momentos difíciles en ese período, ¿cuáles fueron?

HG: Hay un lugar específico, el gobierno tenía definiciones que estaban sometidas a una dura prueba de la realidad, pero definiciones en general atrevidas, si es que podían sustentarse en hechos y en creación de nuevas instituciones, y de nuevos lenguajes políticos con la intrínseca debilidad que tenía el gobierno con sus cuadros políticos, tal como habían sido convocados. De alguna manera como fui llamado yo, en forma espontánea y vertiginosa. De modo que se originaba la pregunta si en el vértigo de los acontecimientos y con los recursos políticos que se tenían, era posible cumplir con el trazado de un horizonte más bien ambicioso. Porque los objetivos políticos siempre eran auspiciosos y al mismo tiempo los recursos políticos con los que se contaba no siempre fueron los suficientes. En gran parte también era por la heterogeneidad del gobierno. Se nutrió de los diversos afluentes del peronismo y otras fuerzas políticas que provenían de distintos campos y que en el pasado habían tenido actitudes menos frentistas.

Yo lo viví como una experiencia nueva e innovadora, con aire fresco y de nuevos personajes que no reproducían necesariamente la lógica rutinaria de la política argentina, y eso es siempre motivo de discusión. Como ahora, que surge un período nuevo, con características imprevisibles, pero que tienen la gran promesa de superar una época oscura que duró poco, tres años y medio o cuatro, pero que es una época tenebrosa de la historia nacional, la pregunta es la misma: ¿Habrá fuerza política para dejar de lado e interceptar todo lo que deja potencialmente instalado este gobierno? Un estilo neoliberal que cuajó en buena parte de la población. Porque pertenecía o pertenece a un terreno propicio que diseña esta época histórica en el mundo, por eso no es cualquier cosa el macrismo. Ya estaba inserto en forma latente en la sociedad argentina y sigue vigente en la política mundial, de modo que si se produce la victoria que todos esperamos de Alberto Fernández y Cristina Fernández, si realmente ocurre este formidable episodio de la derrota electoral del macrismo, a la Argentina le cabrá luchar en condiciones muy desfavorables para establecer una posición original, soberana y de corte humanístico que tenga en cuenta el sufrimiento de las grandes poblaciones, no sólo de la Argentina sino del mundo. Es decir, hay un proyecto que puede reformularse de la Argentina en su intervención de la política mundial que herede las mejores tradiciones del modo en que Argentina ha opinado sobre el mundo en toda su historia.

 

 

Explicar el peronismo

APU: En su libro Historia y pasión, escrito con José Pablo Feinmann, encontré muchos momentos que intentan explicar el peronismo. ¿Cómo podemos entender el peronismo, que de tan heterogéneo que es a veces parece diluirse?

HG: En principio te diría que la acción de comprender es necesaria. Pero es cierto que el peronismo tiene características que son la conjunción de elementos heterogéneos y una perdurabilidad sobre la base de hacer aún más extrema esa heterogeneidad. Las artes de la comprensión política existen de modo tal que sin ellas la política no sería una actividad humana con sentido. La comprensión nunca hay que dejarla de lado. Es cierto que, en el caso del peronismo, hay mayores desafíos que si estuviera ante una fuerza lineal que cumple su tarea en la historia, demora el tiempo necesario para cumplirla y después se desvanece. No es el caso del peronismo, que tiene muchos rostros, ha atravesado muchas etapas, con cierta capacidad de adaptarse a ellas y al mismo tiempo ha producido algo que supera la capacidad adaptativa de esas etapas que se van sucediendo.

De modo que cuando se escriba la historia integral del peronismo, con los recursos críticos correspondientes a la historia argentina, cierta faceta del peronismo, el menemismo y lo que después se llamó macrismo coinciden en ciertas preposiciones económicas, de una ciudadanía totalmente débil, su definición como entes consumidores de los símbolos que rehacen al sujeto y festeja como una forma de felicidad la pérdida de su autonomía. Eso es el liberalismo y a eso se llama mérito. El peronismo de Menem anticipó esto. Y hubo peronistas en el seno del macrismo, el jefe de la bancada peronista en el Senado por ejemplo, Pichetto, que ahora revela su verdadera forma como vicepresidente de Macri. O también el jefe de la bancada macrista en Diputados, Monzó. ¿Era peronista, se decía peronista, qué tipo de fantasmagoría es el peronismo?

La ontología del misterio peronista es sobrevivir bajo distintas facetas y vestiduras. La permanencia del peronismo tiene que ver con su capacidad de iniciativa política. De todos modos, no me parece que en nombre de una realización estética de la política se deba festejar el enorme ramillete de contradicciones que tiene el peronismo. Porque esto explica por qué es tan fácil de deshacer y puede ocurrir esto, en las circunstancias del triunfo electoral de Alberto Fernández. Ahora, si este ramillete fuera una fuerza más unívoca, que tenga en cuenta la etapa que vive la humanidad de deterioro de las fuentes creativas, tanto en el arte como en la naturaleza, se corren fuertes riesgos de estar festejando esa multiplicidad que “es” y no se convoca a entenderla al precio altísimo que después cuando se deshaga fácilmente, no sabríamos qué balbucear para hacernos perdonar que no la quisimos entender.

Por eso me parece que hay comprenderla, entenderla, refinarla, fortificarla y aún con el mismo nombre, darle los recursos necesarios para que tome iniciativas históricas de gran significación, y frente a las potencias del mundo también. Y eso supone planes sociales, planes económicos, proyectos artísticos.

APU: Mientras charlábamos antes de entrevistarlo, nombró a John W. Cooke, y pareciera que la idea del peronismo de Cooke desapareció.

HG: En mí no. No desapareció y no debe desaparecer. No para que haya alguien que cumpla con el mismo itinerario biográfico de Cooke, que forma parte siempre de lo irrepetible. Pero veo  que muchos creen que no mencionando el nombre de Cooke se tranquilizan las aguas. Y no es así. Es una figura que, al salir de lo común, tenía el factor carismático que excedía a lo natural y esperable. No era alguien que se había acomodado del marxismo al peronismo. Era alguien que estaba en el interior mismo de las tantas fisuras que había producido el peronismo. Cooke habita la casa del peronismo en tanto marxista y es un marxista en tanto peronista. Esa conjunción habilita naturalmente al peronismo lo que es. Entonces, esa figura de Cooke responde un poco la explicación de qué es el peronismo, que es el arte de hacer entrechocar distintas ideas que ha producido la humanidad.

Abandonar las ideas de Cooke sería abandonar el peronismo. Sería cegar, cortar e inhabilitar el peronismo mismo. Quienes lo hacen, porque temen ciertas palabras o porque dicen que la época ya pasó o este no es el momento, desconocen que siempre hay un momento que atraviesa todos los momentos. Siempre hay un tiempo genérico que atraviesa todos los tiempos. Quien no lo entienda así no está en condiciones de hacer una política más profunda, llamándose como se llame.

 

 

El debate sobre los medios, la cultura y el lenguaje inclusivo

APU: ¿Y frente a los medios de comunicación cómo hacemos? Con la televisión, por ejemplo.

HG: Frente a la televisión hay una razón muy específica ya que nació el 17 de octubre de 1952. Su primera imagen fue la de Evita, entonces, el aniversario de la televisión argentina tiene el mismo día del aniversario del peronismo. Son dos grandes hechos míticos, el 17 de octubre de 1945 y el 17 de octubre de 1952. Ocurre que el peronismo tuvo su momento de esplendor con la radio. La voz de Evita es una voz radial. Y la de Perón, que es una voz de mando, también está muy pasada por la radio. La radio tiene voz, pero no tiene cuerpo. En la televisión hay imágenes que se reiteran, pero no siempre es más importante que la radio. Dicho esto, le cabe a este nuevo ciclo argentino que se va a inaugurar con el desplazamiento del macrismo, repensar los medios de comunicación. Alberto Fernández está pensando en los medios y yo considero digna su actuación frente a los medios. Es parte de un debate necesario, que en algún momento deberá tomarse con seriedad, y esa seriedad incluye el antecedente de la Ley de Medios.

Esto no quiere decir que no haya que tomar en cuenta todo lo acontecido. Primero, la reacción de la ley por medio de los movimientos sociales; después, la aprobación por el Parlamento. Luego, la anulación por parte del macrismo. Y una nueva consideración al respecto tiene que tener en cuenta toda esta secuencia: cómo se avanzó, cómo se retrocedió y cuál es el nuevo punto de acuerdo respecto a lo que es un avance sensato sobre la regulación de los medios de comunicación. Quizás «regulación» no sea la mejor palabra, pero sí el modo en que los medios de comunicación construyen cotidianamente estilos de reflexión y uso de la lengua. Estilos ideológicos. Construyen y a la vez retoman, en un ciclo de realimentación, el modo en que proceden las millones de conversaciones públicas que hay durante un día en la ciudad: toda esa gran masa hablada, refinada por la televisión, ésta la devuelve de una forma intervenida en la construcción de la lengua. Y siempre apunta a ponerle un horizonte más bien chato. La televisión dice: hay que trazar una línea de inteligibilidad única, que es muy baja. Como dice Alejandro Fantino: “Profesor, hable claro que lo escuchan cinco millones de personas”, ahí se te viene encima una especie de aplanadora que te deja mudo y el único que puede hablar es Fantino, que sabe lo que piensan cinco millones de personas.

Todo esto, la ley anterior no lo trató. Trató la distribución de las audiencias, fue democratizadora, pero esto, de algún modo, tiene que volver a ser tratado. De algún modo, digo, porque entiendo las dificultades y la correlación de fuerzas que se van a establecer ahora en adelante. Otra cosa importante que debe ser tratada es cómo la televisión tiene que respetar los distintos planos de la lengua. La televisión no puede ser un dictaminador que forje la lengua única y diga, “profesor lo están escuchando en Calamuchita, tiene que hablar con un diccionario de 20 palabras”. Porque esto implica un desprecio hacia lo popular muy grande. Justo el medio que se dice habilitador de lo masivo, finalmente lo empobrece. Y esto no lo hace ninguna ley, sino que lo hace la discusión pública. Esa es la lucidez de la soberanía lingüística de un país. El gobierno de Fernández y Cristina va a tener que elevar su condición de relación entre dos personas, a un plano superior, porque si no, corren el riesgo de debates muy previsibles que pueden debilitar esa alianza. Además, esta alianza se presenta como un rasgo de amistad, entonces tiene que predominar esto último y no una mera alianza política.

Y en este seno, hay una discusión sobre la cultura, la lengua, en la que hasta el momento Fernández no ha entrado y pienso que debe hacerlo. Por supuesto que tratar el tema de la deuda es prioridad inevitable, pero las cuestiones culturales también lo son; y en esto, Fernández está un poco por debajo. También es un diálogo necesario y urgente redefinir qué es cultura pública, cultura creativa y cultura popular, que al mismo tiempo den lugar a vanguardias y experimentaciones, obras individuales y que no sea sólo temas de subsidios. Y que ni siquiera sea sólo discusión de creación del Ministerio de Cultura, que creo que hay que crearlo por supuesto, sino que sea el horizonte que establezca el poder público en su propia forma de comportamiento cultural, porque hay una cultura política que forma parte de la cultura genérica de un pueblo.

Entonces los gobernantes tienen que hablar de cierta manera, usar los distintos planos del lenguaje, incluso el vulgar, en el sentido de que se tiene que notar que están experimentando sobre la cultura crítica de un país. Esto es lo que considero yo un gobierno democrático y espero que este próximo gobierno que asuma lo sea.

APU: En el universo de lo cultural, claro, las decisiones políticas son las que tienen que aspirar a más y no a menos.

HG: Sí. Esa aspiración a más no la veo como un campo específico. Primero está la economía, después la política y después la salud pública y las políticas energéticas. Veo un macizo de cosas integradas. No veo que la cultura sea un pedacito que hay que atender después de negociar la deuda externa o después de establecer la emergencia alimentaria. Todo esto hay que resolverlo con absoluta urgencia y empuje del gobierno, pero esto no implica que la cultura sea la que deba esperar. La cultura es lo que nos baña, nos identifica, lo que nos hace hablar como hablamos y discutir como discutimos. Por lo tanto, yo diría que no es lo último. La cultura es la estructura secreta de todo lo que se hace, incluso en materia de economía.

APU: ¿Qué nos puede decir del lenguaje inclusivo? Del uso de la E, la X, la arroba.

HG: Todo movimiento social importante tiende a reformar el lenguaje. Como ejemplo el peronismo, que no intervino en la gramática, en la sintaxis, en la declinación de los verbos y en la homologación de las figuras sexuales o sexualización de la lengua, en términos de lo que consideraremos igualitario. La sintaxis de lo femenino en la lengua tendría una ausencia que no se correspondería con el movimiento feminista en el plano de la realidad de lo social. Este es un gran debate. Para mí, por un lado, me parece que hay un derecho a reformar el idioma y a crear las palabras propias. El peronismo lo hizo a su medida creando muchísimas palabras como, por ejemplo, la palabra “conducción”, pero no modificó la estructura gramatical y no asimiló su sujeto social que era el trabajador, al impacto que se produciría sobre la estructura de la lengua.

Con el feminismo es diferente porque propone un impacto en el centro de la estructura idiomática al colocar su sujeto específico, que son los derechos femeninos, la legalización del aborto, etc. Es una gran discusión, porque yo me tengo que preguntar por qué no hablo lenguaje inclusivo siendo que acepto y acompaño todas las medidas y reivindicaciones del movimiento feminista. Entonces la expresión inclusivo ahí provoca un dilema, porque, por un lado, cumple el rol de incluirnos a todos, pero yo no estoy incluido. Al mismo tiempo que me gusta, le veo dificultades, porque tarde o temprano puede chocar con la lengua popular y eso sería un riesgo para el movimiento feminista.

Es una experiencia única en la historia de los movimientos sociales, intervenir en la norma idiomática y convertirse en la real academia del movimiento social, y disputar con la real academia el dominio del idioma, es algo que no suele suceder. Quiero decir, los grandes movimientos revolucionarios de la humanidad han disputado el calendario, por ejemplo. Pero el feminismo es uno de los movimientos sociales de mayor atrevimiento en la historia contemporánea, al intervenir feministicamente la recreación de un idioma que se postula como neutral. Esto es realmente atrevido, cruza una frontera muy difícil donde se llama inclusiva, pero de hecho, genera una discusión donde no muchos quieren incluirse, y entre esos muchos hay personas que apoyan totalmente al movimiento.

Estamos en esta situación donde la comunicabilidad del movimiento descubre que tiene que tener un idioma nuevo, donde la figura de la mujer emancipada tiene que estar dentro de un idioma que a su vez se emancipe. Esto provoca una cantidad innumerable de problemas con el habla común. De hecho la televisión no lo ha adoptado. O las series y películas con actrices feministas tampoco lo adoptaron. Y esto termina siendo una clave de reconocimiento en las asambleas y en los artículos de diario (Página/12 contiene esta novedad), pero es una búsqueda. La prueba es que primero se usaba la arroba para desincorporar al masculino del idioma, pero se incorporaba lo informático. Era sacar un mal para poner otro aún peor. Un conjunto idiomático al servicio de Sillicon Valley que reúsa la arroba, viejo signo del comercio medieval, utilizado por la informática en el lenguaje inclusivo. Surje la X, también con dificultades y luego la E, que la usan naturalmente otros idiomas como el gallego, por ejemplo.

Es una búsqueda importantísima. A mí me parece tan importante como difícil. O, mejor dicho: porque es difícil, es importante; caracteriza la originalidad del movimiento feminista, que debe tener en cuenta la dificultad. Escucho muchas chicas que hablan de corrido lenguaje inclusivo y es admirable, no por tener esa facilidad de hablarlo, sino por la cantidad de problemas grandiosos que eso propone. Es un movimiento social que interviene drásticamente en un juicio idiomático que no pertenece al habla común mayoritaria e interpela a todos.

 

 

Por una reescritura de la historia

APU: ¿Cómo piensa la historia argentina?

HG: Pienso que va a ser rehecha y reescrita. A superar las divisiones, no para que se haga más cómoda sino al contrario, tiene que hacerse más difícil. Pero hay que reescribirla, ni siquiera te diría que buscando nuevos documentos. Ver de otra manera a Moreno, a Rosas, al Combate de Obligado, la Campaña del Desierto. Esto tiene que incorporar hoy una visión que reponga la presencia de la veta indigenista en la política y cultura argentina de otra manera. Y que llegue en su extremo último de debate a colocar al país como un país plurinacional. Que conserve todas las características de su apertura como dice la Constitución Nacional, a todas las corrientes del mundo que quieran habitarlo. Definirlo argentino por la capacidad que tiene esta tierra de convertirse en propicia para la habitabilidad de todos aquellos que quieran habitarla, el caso de hoy son los senegaleses. En 20 años esto va a generar una mixtura interesante con aquellas personas provenientes de África.

Veo así a la Cosmópolis argentina. Hay que reescribir la historia argentina pero no en esa especie de neoliberalismo inspirado en las academias norteamericanas de los estudios culturales, donde hay una multiplicidad graciosa y finita. Sino que tiene que ser una historia dura y dramática, que incorpore una valoración te diría positiva de la guerrilla de los años 70 y que escape un poco de los estudios sociales que hoy la ven como una elección desviada, peligrosa e inaceptable.

APU: Como si eso no formara parte de nuestra historia.

HG: Claro, pero al mismo tiempo tiene que ser una historia comprometida con la creación de un sujeto social nuevo en la Argentina, de carácter productivo y popular, como también capaz de tomar partido en determinada coyuntura histórica y generar un tiempo diferente. No puede ser un tiempo lineal, se tiene que escribir la historia de Mariano Moreno como si ocurriera hoy y la historia de John William Cooke como si hubiera ocurrido en 1810. Superponer las capas del tiempo, eso es lo que veo que la historiografía argentina no ha hecho.

APU: Pareciera que para nuestro universo cultural en estos últimos 10 ó 15 años, tuvimos un acercamiento a una nueva lectura de Moreno, San Martín, Belgrano. Pero no pudimos ir un poco más atrás y mirar a los pueblos indigenistas u originarios. ¿Por qué piensa que estamos tan alejados de ellos?

HG: Argentina es el país más alejado respecto a eso de toda Latinoamérica. Hubo una actitud de exterminio de las poblaciones indígenas. No es el caso de los países andinos donde había grandes culturas menos nómades que la cultura indígena argentina, la palabra argentina acá está de más, pero para referenciar este lugar que llamaríamos las pampas. Persistía una idea alberdiana de “gobernar es poblar” y de que todo era un desierto y renegaba de la presencia indígena en la vida nacional. El reconocimiento de derechos incluye también el respeto a la naturaleza, incluye postergar o no realizar excavaciones petrolíferas en territorios que pertenecen a las etnias que han sido relegadas o exterminadas. Ahora, esa pertenencia, ¿qué juridicidad debe tener? Este es un gran debate, porque ya pasó en la historia nacional. Es lo que le pasó a Mansilla cuando firmo el pacto con Marianito Rosas. Sarmiento expone en el Senado que el país no puede firmar un pacto con otra parte del país. Esto significaba reconocerle soberanía a los Ranqueles.

Esto puede cambiar con este gobierno nuevo y pueda rehacer el mapa etnocultural de la argentina. Y esto sería tan importante como pagar la deuda externa, la legítima o la ilegitima. Y cuando digo Argentina no pienso en potencia sino en un centro de las nuevas humanidades. Por eso resalto que articular cultura y economía son formas indispensables de la política hoy. Por eso insisto en esta idea que debe ocurrir el día uno del nuevo gobierno: el planteo de lo económico y también lo cultural.

APU: El nuevo gobierno debe irrumpir desde lo simbólico, cultural, económico para dejar de acercarnos como sociedad a los gobiernos de derecha. ¿Por qué cree que la derecha está tan presente hoy?

HG: Hay una derecha salvaje. Lo podemos ver en los editoriales del diario La Nación, no en todo el diario, sino en sus editoriales. O en programas de televisión, algunos que parecen de entretenimiento o de almuerzos, son la derecha argentina fuerte. Esto supone una tarea cultural importante, es decir lo que no es derecha tampoco es definible necesariamente de izquierda, sino como una nueva cultura de lo humano, como autogeneración de un campo de novedades. Por comodidad podríamos llamarlo “izquierda social y cultural”, y tiene que tener una gran capacidad de tomar herencia, no de la derecha económica a la que hay que desplazar.

Esto significa la política como estudio y no como estudio en gabinete cerrado sino en medio de las grandes movilizaciones. Yo creo en la calle. El gobierno es una forma de comprimir en leyes, dictámenes, en discusiones reservadas todo lo que se expresa en la calle. Considero que el próximo gobierno debe ser un gobierno de acción inmediata y urgente pero también de mucha meditación en caliente. Por más programa que hagan los equipos técnicos, lo que sucede en la calle va mucho más allá de lo técnico. Para ejercer el poder tenés que tener algo de anarquista. Cristina tiene algo de eso. Alberto Fernández continuamente dice “soy hijo de un juez, soy profesor universitario”. Tiene la vestimenta del viejo porteño, pero debería dejarse invadir por ese rasgo de anarquismo que tienen todas las formas del poder.

APU: ¿Igualmente es optimista en relación al nuevo gobierno?

HG: Sí, por supuesto. Con respecto al nuevo gobierno soy lo más optimista que puedo ser. Primero porque nos saca de esta salvajada que hicieron en lo económico y en lo espiritual. Gente que hace retiros espirituales, pero no sabe qué es eso del espíritu. Gente que pregona la religión de la meritocracia sin contemplar el daño que hacen a millones de personas.

APU: Pero no aprendimos de la historia reciente. Venimos de la experiencia del menemismo, del delarruísmo y accedimos a Macri, ¿por qué?

HG: Un momento de debilidad del pueblo argentino y de estupidez también, que todavía persiste un poco en los que lo apoyan siendo dañados por eso. Es que el alma humana es difícil y a veces apoya a quien te hace daños. El macrismo cultivó ese gusto masoquista y lo convirtió en política. Igual está decreciendo en las discusiones que escuchás en la ciudad. En un taxi, por ejemplo, esas pequeñas cárceles, se puede hablar un poco más tranquilo, si le decís algo al taxista y por ahí no salió todavía de su encierro masoquista, por lo menos se queda callado pensando.

 

 

APU: ¿Por qué cree que perdió Daniel Scioli?

HG: Hay razones políticas inmediatas. Quien aceptó que sea candidato no lo apoyó literalmente. Eso es una evidencia. Después, él no era un gran candidato. Su relación con la prensa era mala, si lo comparás con Fernández, este es un gran polemista y un político tiene que ser un gran polemista. Scioli no lo era. Y después compartía en gran medida el mundo de Macri. Se puede decir que establecía una diferencia clara: que Scioli venia del peronismo, que sé yo. Pero podríamos decir que había una trama de peronismo silencioso dentro del macrismo y un macrismo silencioso dentro del peronismo.

Ahora hay que desanudar esa trama. Y Fernández creo que está en condiciones de hacerla. Sobre todo, porque está Cristina Fernández incluida en este proyecto de desanudar esa trama argentina. En este sentido, ella no puede ser una mera vicepresidenta y tampoco puede tomar decisiones que debe tomar el presidente. Entonces ese campo está por ser diseñado. Ella no puede ser una mera vicepresidenta porque fue ella quien abrió paso a esta nueva etapa. Esto no lo puede ignorar ningún político, sobre todo no lo puede ignorar Alberto Fernández. Hay un primer lugar que le corresponde a Alberto Fernández, pero antes hay un primer lugar que le corresponde a ella por abrir esta posibilidad.

Ella ocupa como dos lugares: el primero es simbólico y el segundo táctico-político. Cualquier cosa que haga es mucho más que lo que podría hacer una vicepresidenta. La figura de Cristina es un suplemento y debe ser complementario a la figura de Alberto Fernández, pensando cosas nuevas respecto a lo que él es: profesor de derecho penal, moderado, un personaje de gabinete, un conservador progresista. Todo esto va a tener que ser repensado en función del equipo que formaron, porque si no, no va a funcionar eso. Lo primero que hay que evitar en esta alianza es el universo de las conspiraciones internas.

APU: Esto es inédito en la política argentina.

HG: Sí, es inédito y puede salir mal. Por eso hay que cuidarlo a Alberto Fernández. Pero el cuidarlo es un tema, porque no puede ser que la gente no hable o no esté en la calle. Pero es cierto también que hacer una mala manifestación hoy, a pocos días de la decisión fundamental, sería muy irresponsable. Por eso hay que trabajar con todas las fuerzas sociales, que en la Argentina son muchísimas, y también las fuerzas empresariales, para desalojar este fallido humano que fue el macrismo.

Fuente: http://www.agenciapacourondo.com.ar/cultura/horacio-gonzalez

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