Anarquía Coronada

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Contra las máquinas del olvido. Para la construcción de la memoria // León Rozitchner

Rememorar ¿es recordar el hecho sucedido? Saber del exterminio significa situarlo en un contexto histórico de sentido, donde se enfrenta la posibilidad de que vuelva a repetirse. ¿Holocausto religioso o aniquilamiento político? Hay dos posibilidades entonces. O ponerlo en un contexto de designio divino, inmolación y pecado –Holocausto o teoría de los dos demonios- donde el sentido histórico de la violencia y el terror se pierde. O convertirlo -aniquilamiento, Shoa- en índice del mal histórico que depende de los hombres, y el exterminio entonces forma parte de un proyecto de dominio político.
No hay memoria social sin inscripción en el sujeto que recuerda. La memoria es la más común de las capacidades humanas, pero para ciertos hechos históricos pide algo más difícil de nosotros: que no olvidemos que el exterminio también nos toca como amenaza. Para que se convierta en significativa, la memoria, ligada a la amenaza de muerte por hacerlo, no es entonces la rememoración de cualquier hecho. Esa amenaza es lo que debemos vencer dentro de nosotros mismos. Porque al pensarla no evocamos cualquier muerte: no es la muerte “natural” que todos sufriremos. La memoria del genocidio está, insidiosa, inserta en lo más profundo de cada hombre, en lo que tiene de más temido y de más valioso: la vida propia y la del prójimo. La memoria tiene que penetrar el cuerpo sintiente y atreverse a animar desde el horror la significación de lo que se recuerda. La memoria es un desafío, primero para uno mismo: hay que enfrentarlo no sólo afuera sino en la marca interna que roturó el propio cuerpo. Pero la memoria toca también lo inmemorial, aquello de lo cual no tenemos memoria, porque la memoria se inició allí donde no existía aún: estaba sólo la marca del terror primero, infantil y arcaico: Todo llanto de niño despierta, en su congoja incontenible, la angustia del primer encuentro del hombre con la muerte.
Se dice: la valentía de recordar. Porque para recordar lo más terrible y amenazante hay que enfrentar la muerte que el terror enemigo depositó en cada uno: lo que no puede ser despertado sin que reverdezca el pánico en sordina. Y sin embargo hay que despertarlo como el lugar de un nuevo enfrentamiento que necesita que los otros, los dominados y los amenazados, también se yergan contra la muerte. No sólo porque desde el poder retorne para recordarnos el genocidio militar como presencia amenazante redoblada en la vida civil. Hay que recordar por decisión propia, por propio coraje, de otra manera: despertando el combate contra la muerte que el poder depositó en cada uno como límite a la vida, y que la restringe y la atonta.
No se podría entonces hablar de “valentía” de la memoria si no implicara un enfrentamiento con lo más temido que fue interiorizado en uno mismo. La memoria, aunque roza lo impensado, a veces evita que aparezca: hay entonces memoria negativa, memoria para recordarnos que no debe aparecer lo que reconocemos como temido, aquello que la amenaza de muerte torno inconsciente y distante: “Se me olvidó que te olvidé, a mí que nada se me olvida”, dice una canción venezolana, y entonces recuerda que se había olvidado del olvido. Hay una memoria afectiva, pero sin imagen ni palabra: sólo el afecto de la angustia permanece allí donde se borra su sentido consciente. La imagen y la palabra abrieron el surco de una situación amenazante, pero de tan temido sólo quedó el sentimiento de muerte que lo excluyó de la mente. De mente: sólo terror interno, que existe allí en lo más íntimo de la gente.
El terror es feroz: crea sus propios ámbitos de enceguecimiento porque al mismo tiempo oculta -el terror aterra- la experiencia que lo produjo, y sólo deja el misterio de lo más temido en lo más hondo: la estela blanca y silente de la muerte, es decir su rastro, su aguijón entrañado, la amenaza indescifrable que la angustia abre cuando roza su espacio amojonado. Por eso hay que ir más lejos: no se trata sólo de recordar, de tener el coraje o la voluntad de hacerlo: no se trata sólo de que la imagen de lo temido aparezca nuevamente. Se trata de crear, como suelo que las sostenga, las resistencias subjetivas, sí, pero también las externas y colectivas que en la realidad histórica las venzan e impidan que esos hechos de terror permanezcan impunes: que impidan que se produzcan de nuevo.
Hay que recordar, pero dentro de una inscripción social nueva, para que cada uno se convierta en una fortaleza contra el miedo. Porque recordar en la soledad individual no basta. Está el recuerdo colectivo ligado a todo aniquilamiento, que es el único que le puede dar sentido: ligándolo a las condiciones que lo hicieron posible. Pero en un mundo dislocado por el individualismo, la ganancia y el consumo, la pérdida de sentido de la vida, la disolución de los lazos sociales, donde el terror sigue trabajando en silencio los espacios conquistados por la muerte, y los cuerpos asesinos están entre nosotros como amenazas impunes, ¿qué sentido tienen el recuerdo, el coraje, la memoria, si no tienen un cuerpo imaginario colectivo para hacerle frente y resistirle?
Recordar implica aproximar el horror de lo distante hasta convertirlo en próximo, traerlo a la memoria como imagen presente, darle sentido a su existencia pasada en lo que ahora vivimos. Significa entonces poner al desnudo la internacional de la muerte y del horror que está implantada en el mundo. La máquina para producirnos como seres sin memoria, puro olvido que el instante agota, disemina el terror en lo cotidiano, lo torna invisible en su presencia repetida por todas partes, se infiltra como imagen normalizada en los granos menudos de la vida cotidiana: lo convierte en banal, como decía Hannah Arendt del genocidio nazi burocratizado. La muere: una forma cotidiana de su ejercicio y de su permanencia. Su efecto individual: no ver ni sentir al otro que la sufre, excluirse del conjunto para ponerse a salvo, porque nunca es a uno a quien le toca. Su resultado colectivo: una sociedad pusilánime y tonta.
Recordar, entonces, no es sólo una imagen que retorna: es una situación histórica que se ilumina reactivando el sentido que las profundidades sensibles afectadas por la herida sufrida le devuelven a la conciencia, que la incluye en una política productora de muerte. El olvido nunca es un hecho pasivo. Pero tampoco las figuras del horror que la imaginación nos trae bastan para que el recuerdo sea verdadero. Hay recuerdos que, por parciales, son falsos. Es necesario que estén incluidos en un marco de comprensión pensado, que signifiquen la posibilidad de abrir la conciencia de lo más intolerable desde lo más afectivo: que se abran sobre el marco del pensamiento del mundo histórico, social, político y económico que produjeron el exterminio.
Pero no sólo sobre el pasado: que abran esa experiencia desde el futuro, mostrando lo que de común tienen con el presente. Las Madres de Plaza de Mayo unen al genocidio nazi el genocidio argentino. Por que el recordatorio de la Shoah judía abre la memoria y se inscribe en el recuerdo de todos los otros crímenes que se han sucedido y se siguen sucediendo hasta nuestros días, pero para impedir que vuelvan a repetirse. No se puede hablar del recuerdo del genocidio judío sobre el fondo de haber absuelto a los autores del genocidio argentino. También hay que tener el coraje de recordarlo, y sabemos cómo esa memoria ampliada ha desaparecido, terror mediante, de la conciencia de la mayoría de nuestros habitantes.

León Rozitchner

Extraído de El terror y la gracia, Ed. Norma, Bs. As, 2003, págs. 55-59

Genocidios y Crímenes contra la humanidad // Mirta Zelcer

Hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, el juez Hersch Lauterpacht, uno de los padres de los movimientos de derechos humanos, introdujo la expresión “crímenes contra la humanidad”, que ingresó en el Estatuto de Nuremberg. Se denomina con este concepto la matanza y el extermino sistemático de una población civil. Con esfuerzo, las ideas de Hersch Lauterpacht se fueron adoptando en distintos ámbitos, y lograron incluirse en la tarea del Comité de Crímenes de Guerra y la labor de la Comisión de Naciones Unidas creada con ese fin.

Por otro lado, Rafael Lemkin, estudiando los materiales –precisamente– para el juicio de Nuremberg, encontró una pauta de comportamiento para describir y expresar el delito que se ajustaba a la acción de los nazis y serviría para acusarlos: el “genocidio”.

¿En qué reside la diferencia entre una expresión y otra? El concepto de “crímenes contra la humanidad”, acuñado por Hersch Lauterpacht, se ocupaba de la protección de los individuos. “Genocidio”, en cambio, se dirigía a la salvaguarda de la destrucción física de grupos y/o minorías; este último concepto abarcaba  tanto naciones como grupos étnicos. En su momento, ambos términos compitieron entre sí.

En 1944 apareció el libro El dominio del Eje en la Europa ocupada publicado por el Fondo Carnegie para la Paz Internacional. Fue allí donde R. Lemkin acuñó el nuevo término para definir un nuevo delito: el genocidio.  En el prefacio, Lemkin planteaba el objetivo de ponerle fin a la “omnipotencia del Estado”. Mediante estos conceptos se hicieron viables las presentaciones de juicios por crímenes de guerra. Utilizando términos como vandalismo y barbarie, incluyó el “genocidio cultural” y pretendió que se instalara una justicia interestatal que tuviera en cuenta los genocidios.[1]

Por su parte, la Columbia University publicó el libro de H. Lauterpacht, donde propone que la Declaración Internacional de los Derechos del Hombre –que sostiene que la protección de los individuos– debía ser la raíz y la base del derecho internacional.[2]

La reciente propuesta del presidente norteamericano Joe Biden de liberar las patentes de las vacunas contra el coronavirus, al tiempo que abrió en la población mundial una esperanza de cuidado, protección e integración, dejó develado el efecto criminoso de la utilización de la propiedad privada y del acopio de valor de renta en el dominio del neocapitalismo. ¿Qué velo descorrió al decirlo? ¿Qué conciencias despertó? ¿Sobre qué cornisa nos hizo ver Biden que estamos caminando? ¿Qué existe de un lado y del otro? Propiedad privada-sí, Propiedad privada-no. Vida-sí, Vida-no.

En nuestra existencia cotidiana, entre la vida y la muerte, se precipitan acciones regulares, “normales”, comunes, referidas al Estado y al capitalismo, que por lo regular resultaban invisibles. Sin embargo, surgió un suceso impensado en todo el mundo que resultó ser crítico; este suceso creó una situación grave y crucial que puso en riesgo de muerte a los seres humanos del planeta. ¿Y quién mejor que el neocapitalismo para moverse en este fango?

En su artículo “Marry crisis”, el autor (o los autores) que se han dado a conocer como “El Comité Invisible” afirma que las crisis en el neocapitalismo tienen un doble discurso. Para este “Comité”, se trata de una doble verdad.  La presentan como creadora de posibilidades, pero al mismo tiempo la ven como método político de gestión sobre las poblaciones. Su propósito sería triple y sincrónico: a) sostener una reestructuración permanente en la que el capitalismo se reconvierte en forma indefinida; b) demostrar, justamente mediante esta reestructuración, que las crisis son efectivas y c) ser un generador de un “pavor sin fin”, a través de la supuesta identificación de amenazas para las que, no obstante, el capitalismo actual podría prevenir y evitar un fin espantoso. De esta manera, el capitalismo contemporáneo puede instalar profecías propias del sistema para  auto-regenerarse.[3]

Estas percepciones son cercanas a las de Deleuze y Guattari. En las reseñas sobre la lectura de estos autores, elaboradas por Alfredo Aracil  de las reuniones del grupo Máquina de guerra que coordina Diego Sztulwarc, podemos leer: “… el capitalismo (…) para su provecho no tiene límite. Hace del límite su motor. Su límite es interiorizado continuamente. (…) No deja de ir a la crisis ni un minuto. (…) Pero por más agudas que sean, nunca se trata de crisis finales. Son parte de su propia dinámica. Porque las sociedades anteriores vivían ese tipo de crisis como finales, es tan difícil asumir que el capitalismo vive las crisis como un elemento de su propio dinamismo. Es la frase que citan los autores [Deleuze y Guattari]: que el capitalismo se aprovecha de que las cosas solo andan estropeadas, con la destrucción de fuerzas productivas, pestes, pandemias, guerras.(…) Lo que las izquierdas vemos como el límite exterior, de límite que no puede rebasarse, el capitalismo hace de la crisis su futuro relanzamiento”. [4]

En cada nuevo envión que retoma el capital neoliberal se incluyen los modos de producción y de acumulación que absorben toda la capacidad científica y técnica de una sociedad.

Sin quererlo, y por retroacción, Biden demostró que la letalidad de la operatoria de este sistema se puso de relieve por la patente de las vacunas respecto de grupos circunscriptos pero inadvertidos, por donde la muerte levita en forma permanente. Conjuntos no instituidos que se forman desde esta política socioeconómica: sociedades indígenas cuyos territorios fueron apropiados por la fuerza, refugiados en los campamentos, sociedades cuyo territorio está ocupado militarmente, grupos de lúmpenes (marginales, indigentes, mendigos, etc.). Tampoco son asalariados. Se trata de aquellos sujetos que no abultan el valor de renta del capital y que, desde ya, no acceden a ningún crédito con valor a futuro. Carne humana que no cuenta como plusvalía humana. Espectros que, cuando se hacen presente (como en este momento en Medio Oriente) es necesario volver a aplastar.

La covid-19 perforó el borde de estos conjuntos condenados a un lento genocidio y la muerte se desparramó. Este hecho, desde los gobiernos, tropieza levemente –sigue habiendo gente viva y asustada– con la voracidad del capital, montada sobre la pandemia.

Para los sostenedores de este sistema, los insaciables neocapitalistas, lo humano queda reducido a cuerpos que sirven sólo como piezas para acumular valor.[5] Sus políticas encontraron formas para conjurar las sensibilidades, los sentimientos y el pensamiento, así como también la acción que se pueda oponer a ellos. Si no fuese así, existen las acciones del Estado para consumar sus finalidades. Creemos que, en la percepción de los capitalistas neoliberales, esta dimensión humana está disociada de la materia del cuerpo humano. De algún modo, la categoría de “humanidad” referida a estos atributos sólo está considerada para su evitación.

El acopio de los nuevos capitalistas no se detiene. ¿Estarán sumando al genocidio –y sin escrúpulos– los crímenes humanitarios? ¿Podrá aparecer algún hecho que se transforme en su límite?

 

[1]Según el historiador francés Bernard Bruneteau, Lemkin veía la asunción del crimen de genocidio «como el punto de partida de un nuevo Derecho internacional». Dice Bruneteau: «Para Lemkin, el genocidio iba más allá de la eliminación física en masa, que a su juicio era un caso límite y excepcional; consistía, más bien, en una multiplicidad de acciones destinadas a destruir las bases de la supervivencia de un grupo en cuanto grupo. Era una síntesis de los diferentes actos de persecución y destrucción». Así Lemkin, proponía una acepción amplia a la noción de genocidio, que englobaba los actos que más adelante se calificarían como etnocidio y que «se refiere de forma prioritaria a un tipo de aniquilación no física. En cierto modo, la muerte era la consecuencia, y no el medio, del fin perseguido» (ver https://es.wikipedia.org/wiki/Raphael_Lemkin [Consulta: 16/5/2021]).

[2] La expresión  “crímenes contra individuos de la sociedad civil” no sólo fue introducida en el derecho internacional sino que bajo ese concepto se unieron rusos y estadounidenses, franceses e ingleses.

[3] “Marry Crisis and Happy New Fear (A Nous Amis)”, Comité Invisible, diciembre 2015. 19:10.

[4] Comentarios del grupo “máquina de guerra» sobre el libro de Deleuze y Guattari El Antiedipo, capitalismo y esquizofrenia.

[5] Decíamos en un artículo anterior que “El exterminio humano sistematizado y la representación de que algunos grupos de seres humanos son potencialmente exterminables –por haber ocurrido, por ser ya un patrimonio de la experiencia de la cultura– ingresó como representación en el imaginario de los individuos que compartían y siguen compartiendo dicha cultura occidental.” Mirta Zelcer “Subjetividades y actualidad” (ver https://www.topia.com.ar/articulos/subjetividades-y-actualidad, consulta: 16/5/2021).

No hay equiparación posible // Clinämen

Se intenta juzgar a Luis Mattini, ex dirigente del PRT-ERP, por la muerte del militar Argentino Larrabure en 1975, bajo la carátula de «crimen de lesa humanidad». Si los magistrados aceptan los argumentos de la querella, se podría cambiar la jurisprudencia existente respecto de la lucha armada durante la dictadura en nuestro país. Conversamos con Vera Carnovale historiadora y autora del libro “Los combatientes: historia del PRT-ERP”, impulsora de la solicitada “No hay equiparación posible”, con numerosas adhesiones de intelectuales y artistas.

REPUDIAMOS LA PRISIÓN DOMICILIARIA DE LOS GENOCIDAS // Hijxs y ex hijxs de genocidas

Esos hombres, esos genocidas, que son o que fueron nuestros padres, están volviendo a sus casas, a nuestros barrios, beneficiados por jueces sin escrúpulos, de esos que perdieron la conciencia y la memoria, o que nunca la tuvieron.
Nos sentimos decepcionados por una justicia que empieza a borrar la idea de «Lesa Humanidad», otorgando supuestas garantías constitucionales (como si fueran «gestos humanitarios») o condenas irrisorias, equiparando de esta manera a los genocidas con delincuentes comunes. ¿Qué representa la prisión domiciliaria para un genocida?
El genocidio es un crimen aberrante contra todo el pueblo, que se sigue perpetuando a través del silencio, la complicidad y la impunidad que hoy, con la prisión domiciliaria del quizás más ejemplar de sus jefes, Miguel Etchecolatz, vuelve a cometerse.
La pesadilla retorna al barrio, a hogares que conocemos, para recordarnos que alguna vez tuvieron el poder de quitar la vida en nombre del Estado. El terror, para la sociedad toda, es siempre terror: ayer y hoy. Con su presencia vuelven a amenazarnos, a poner en peligro el entorno familiar, a decirnos que después de todo son más fuertes. Hoy volvemos a sentir el perfume del terror, el sonido de sus pasos sigilosos y la angustia por la justicia rota. Sentimos el miedo de andar por la calle y de vivir junto a los asesinos, que ya demostraron su poder en democracia con la desaparición de Jorge Julio López.
Pero ya no cuentan con nuestro silencio asfixiante, hoy somos muchas las ex hijas e hijos de genocidas que no callamos, que repudiamos profundamente lo que hicieron y lo que siguen haciendo hoy sus encubridores civiles.
No se arrepintieron nunca, no hablaron nunca, no colaboraron jamás con la memoria ni con la justicia ni con la verdad. Pretenden recordarnos su poder y de lo que son capaces. Y ellos, nosotrxs lo sabemos, son capaces de todo.

Juicio y Castigo a todos los genocidas
Cárcel común, perpetua y efectiva

Hijxs y ex hijxs de genocidas

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