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Padres, hijas y hermanos de Italia. Notas sobre la autobiografía de Giorgia Meloni // Franco “Bifo” Berardi

Este libro me ha arruinado el verano. Quizás el verano ya estaba arruinado de por sí, entre el calor insoportable durante semanas, la angustia del aeropuerto de Kabul, el goteo de datos sobre la COVID19 que no cede, y descubrir que las dos dosis de AstraZeneca que deberían haberme dado una cierta tranquilidad no dan seguridad ninguna, y de hecho el Occidente rico se está proporcionando la tercera, la cuarta y la quinta dosis mientras en el Sur del mundo los vacunados son el 1 o el 2 por ciento. Pero este libro ha dado el golpe de gracia a mi verano porque mientras lo leía me daba cuenta de que en el futuro próximo del país hay, seguro como las lluvias de otoño (pero  ¿habrá lluvias este otoño?), una vuelta al fascismo.

 

Fascismo en realidad no es la palabra exacta. Se usa esta palabra para definir una tradición que proviene de la humillación por una victoria mutilada y de la truculencia de Benito Mussolini, de las cuadrillas que iban a pegar a los braceros en huelga, del asesinato de Matteotti y de miles de sindicalistas e intelectuales entre 1919 y 1945. Luego continúa  a través de la república social, el Movimiento social de Almirante, la Alianza Nacional de Gianfranco Fini, etcétera. El fascismo del siglo XX fue un fenómeno barroco, meridional, patronal y juvenil: violencia, espectáculo, victimismo y fiera agresividad de colonialistas a la conquista de tierras africanas. ¿Estamos todavía allí o algo ha cambiado radicalmente?

 

Intentamos comprenderlo leyendo este libro llamado Yo soy Giorgia.

 

Hace algunos meses tuve un altercado con Giorgia Meloni. Para ser exactos ella me obsequió con su atención en su perfil de Facebook. Pero esto es agua pasada. No había leído todavía este libro.

 

Lo he leído porque dentro de un par de meses sale la quinta edición de un librito que publiqué en 1993 con el título de Cómo se cuida al nazi, y antes de que salga me parecía urgente comprender cómo ha evolucionado el nazismo, del que en estos últimos treinta años no nos hemos ocupado en absoluto, hasta el punto que creo que será él el que se ocupará de nosotros.

 

El contexto ha cambiado de forma impresionante. El partido de Giorgia Meloni, que por costumbre  suelo llamar fascista, se prepara para tener un rol que tal vez sea protagonista, tras la presidencia de  Draghi, la experiencia más totalitaria que el país ha conocido nunca.

 

Draghi es un hombre que representa perfectamente el estilo de la Goldman Sach: cinismo criminal y aristocrático understatement. Cuando este hombre apareció en escena todos se arrodillaron ante el Moloch. Todos, a excepción de la autora de este libro y de su partido.

 

Los arrodillados aparecen ( y son) tan indignos, empezando por los patéticos grillini, dispuestos a casarse con Berlusconi y quizás también a vender a su propia madre con tal de no abandonar su sillón, que el único partido que ha rechazado participar en la orgía del poder será justamente el favorito y , como es justo, gobernará el país.

 

No gobernará por mucho tiempo, según mis previsiones, porque el caos devastará la vida social, las catástrofes se sucederán a un ritmo vertiginoso y el próximo gobierno de los Fratelli d’Italia y de los nazis salvinistas se verá rápidamente arrastrado.

 

Dos preguntas surgirán en la mente de mi lector: la primera es ¿por qué estás tan seguro de semejante perspectiva? Y la segunda ¿ por qué este fascismo no sería fascismo?

 

Responder a la primera nos permitirá responder a la segunda.

 

Y para hacerlo leo el libro de Giorgia.

 

Padres

 

Los primeros capítulos tienen un carácter autobiográfico, cuentan que una persona abandonada por su padre vive en una situación de ansiedad,  entre dificultades económicas y existenciales.

 

El padre, o más bien la ausencia del padre, domina la escena.

 

La percepción de un padre que ya no está, que se disuelve, es algo que no se logra comprender. Es quizás una herida más profunda que la de un padre muerto, porque en el primer caso cabe esperar que te mire desde el cielo, mientras que cuando se va estás obligada a enfrentarte a su fantasma.

 

No se podría describir mejor un aspecto esencial de la condición contemporánea: la aceleración digital y la violencia neoliberal han provocado una explosión del universo psíquico, una deflagración del inconsciente que ha roto las barreras de contención y ha lanzado alrededor todo el material inquietante, pavoroso, de ensueño, horrible y maravilloso. Es el tema del que habla Massimo Recalcati: la explosión del inconsciente y la disolución de la figura del padre están íntimamente conectadas , pero la propuesta recalcatiana de una restauración de la figura del padre es  simple e inconsciente. Giorgia Meloni consigue olvidar al padre y refunda el patriarcado partiendo de la fraternidad de las mujeres.

 

El padre de la pequeña Giorgia, ateo impenitente y libertario un poco machista, fue a La Gomera, como aspiran a ir muchos chupatintas italianos que sueñan con las Canarias como si fueran un encuentro de piratas de otro tiempo y no un centro de salud para pensionistas gagás. De hecho, el padre pirata ha abierto un restaurante donde cocinaba espagueti para septuagenarios alemanes con ciática.

 

El escenario en el que crece el movimiento neo reaccionario del que Meloni es en Italia la dirigente emergente ( mientras resbala cuesta abajo el avieso Salvini, patético y poco creíble con su rosario entre los dedos), es la disgregación de la familia, efecto de la presión sumada a la precariedad, el estrés por la sobrecarga de trabajo y la supremacía libertaria exaltada por el neoliberalismo e inflado de basura publicitaria y televisiva. Soledad, nerviosismo agresivo, miseria sexual, impotencia – este es el caldo de cultivo en el que crece el movimiento neo reaccionario que,  a falta de algo mejor ( es decir, de peor), debemos llamar fascismo.

 

Una tarde la pequeña Giorgia, con su hermana Arianna, abandonadas por el padre y con su pobre madre en busca de medios para llegar a final de mes, encendieron una vela y se alejaron.

 

En poco tiempo el incendio había consumido todo el piso y nosotras escapamos con un bolso en el que habíamos metido el pijama, dos pares de pantalones y una camiseta. Nos encontramos, de golpe, en la calle sin un techo. Mi madre tuvo que empezar literalmente de cero. Una tarea de locos. Alguna vez vuelvo a pensar en eso y en broma me digo que quizás por eso he encontrado el valor, muchos años después, para refundar una casa política cuando la nuestra había desaparecido entre las brasas.

 

A los catorce años fue expulsada del campo de voleibol porque un acosador de la escuela le dijo “lárgate gorda”. Y entonces corre el riesgo de perderse entre las ciento mil páginas pro anorexia de

internet. Pero no cae, se salva, porque encuentra el camino de la sede más cercana del Fronte della Gioventú.

 

El ambiente en el que Giorgia, con quince años, entra podría ser  el de un centro social, al menos desde el punto de vista de la motivación y de las dinámicas psicológicas. Es el tema de la comunidad la que surge en estas páginas con toda su ambigüedad.

 

En una de aquellas reuniones en las que participé me llamó la atención un chico que, al final preguntó: ¿alguien necesita que le acompañen a casa? Comprendí que en aquel ambiente cada uno era responsable de los demás, todos se ocupaban de todos. Todos eran familia de todos.

 

Se nos pintaba como los malos, los violentos y sin embargo, el Fronte della Gioventú era acogedor. No había ninguna forma de exclusión para nadie y, las personas que en otro contexto no habrían tenido la mínima posibilidad real de socializar, en aquel ambiente podían también encontrarse como en casa. Por esto, desde siempre, en cada sección que se digne, había también un loco. O quizás, para ser sinceros, todos teníamos alguna rareza. Hace poco, pensando en ello, me he dado cuenta de que muchos de aquellos que abrazábamos la militancia política llegaban de situaciones familiares particulares: muchos tenían padres separados o quizás vivían en un contexto problemático. Los chicos más comprometidos desde el punto de vista político buscaban referentes, una dimensión  propia, querían pertenecer a algo.

 

También  a aquellos que frecuentan un centro social o se adhieren a un movimiento anarquista o comunista les mueve (entre otras cosas) un deseo de comunidad. El problema es que la palabra comunidad es ambigua.  Existe una comunidad de pertenencia, como a la que se adhiere Giorgia, en la que encuentra su identidad, el origen del que provenimos: el ser. Y hay una comunidad deseosa, o nómada, en la que lo que cuenta no es dónde venimos sino a dónde nos dirigimos, o dónde nos gustaría ir. En esta comunidad lo que cuenta no es lo que somos sino en lo que nos convertimos.

 

La palabra clave es aquí identidad. Pero, lo que significa esa palabra nadie lo sabe.  Es verdad que no lo sabe Meloni y no lo sé tampoco yo, por la simple razón de que esa palabra no significa nada: es solo un calco, el revés de la diferencia. Es, si se me permite, la diferencia mal entendida, la diferencia fijada, la diferencia enferma de miedo y de agresividad.

 

La diferencia se transforma en identidad cuando se hace agresiva, cuando pretende establecer sus fronteras y su intangibilidad, cuando se protege contra la contaminación, cuando agrede a un enemigo porque la guerra es solo el modo de soldar en el tiempo la identidad y para expandir su espacio.

 

En la diferencia no hay competición sino coevolución. Para convertirse en identidad, la diferencia debe competir, y vencer.

 

Tengo miedo, a menudo me siento inadecuada, tengo miedo que los demás non me consideren a la altura. Pero este miedo es mi fuerza, porque es la razón por la que no he dejado nunca de estudiar y de aprender, es la razón por la que siento que siempre debo demostrar cien, aunque en un tema parta de cero. Es la razón por la que soy tan minuciosa, tan terca, tan dispuesta al sacrificio. Que esté siempre compitiendo con los hombres y no con las mujeres, que haya buscado la aprobación y la amistad, la estima de mis compañeros de militancia y hoy de  partido, de todos los hombres que respeto, es fruto de esa herida.

 

Si hoy soy así es también gracias a mi padre, en lo bueno y en lo malo.

 

Cuando murió, hace algunos años, el hecho me dejó indiferente. Lo escribo con dolor. Comprendí entonces cómo era de profundo el agujero negro en el que había enterrado el dolor de no haber sido amada lo suficiente.

 

Ya no somos capaces de amar lo suficiente porque tenemos demasiadas cosas que hacer, demasiados estímulos excitantes que nos arrastran de una parte a otra. La soledad que deriva provoca depresión y el modo de escapar de la depresión es la agresión. Esto lo sabemos ya ¿no es verdad? El fascismo del siglo XX fue un ritual de masa, macabro y violento, con el fin de disipar la depresión de los italianos humillados por la victoria mutilada de Versalles, y de los alemanes arrojados a un abismo de miseria y resentimiento.

 

Esta es siempre la raíz más profunda de la violencia fascista: exteriorizar la depresión que aprieta dentro, que se acerca al alma, que te arrastra en una madriguera oscura. Volcar esa depresión agrediendo un enemigo; construirlo y después masacrarlo. El linchamiento, el asalto, la tortura, la violación, estas formas expresivas del fascismo de siempre son rituales para exorcizar la depresión. Funcionan, por desgracia, al menos un poco. Luego acaba trágicamente, como ya sabemos. Pero para esto tenemos que esperar un poco.

 

Ahora tenemos que esperar a que el partido de Giorgia Meloni atraiga el descontento, la desesperación, la depresión, la rabia de una generación que ha crecido en el ruido blanco de la aceleración, que ha sufrido más que nadie las consecuencias de la pandemia, y que saldrá todavía más precaria del gran Renacimiento financiero gestionado por el piloto automático de Draghi, visto que los amos de la economía están ya usando la crisis sanitaria como ocasión para despedir a quien tiene un trabajo fijo  y sustituirlos por esclavos dotados de móvil a tiempo determinadísimo.

 

La única que ha tenido el valor de decir que no al piloto automático  ha sido Giorgia. Es completamente previsible que esta elección se vea premiada por los electores. Además, el mensaje de Giorgia es más bien convincente, si se compara con el mensaje proveniente de cualquier otro que se presente a las próximas elecciones. Porque Giorgia es una mujer, una madre sola, una persona con  sufrimiento psíquico y ,sobre todo, porque encarna su condición femenina con una dignidad y un orgullo de la que otras mujeres de la política carecen completamente.

 

Hijas

 

He sido elegida. En la izquierda hablan mucho de la igualdad de las mujeres pero en el fondo piensan que la presencia femenina debe ser en cualquier caso una concesión masculina. Lo ha explicado Matteo Renzi  diciendo,cuando ha abandonado su nuevo partido,que habría sido el partido  más feminista de la historia italiana porque él había elegido poner  a la cabeza a Teresa Bellanova y como presidenta de la Cámara a Elena Boschi. Aquí las cosas no funcionan así. Seas mujer u hombre, donde estás debes llegar por capacidad y no por cupo. Y si las mujeres llegan, cuando llegan, no es por concesión de un hombre.

 

Giorgia es una mujer, pero le gusta competir con los hombres como si fuera un hombre. Y gana.

 

Quizás es como reacción a este complejo de inferioridad, que lleva a muchas mujeres  a competir entre ellas, que yo me divierto más,  compitiendo con los hombres.

 

Feminismo y competición: un oxímoron que funciona. ¿Qué mensaje puede ser más convincente para el electorado femenino, desde el momento que la ideología dominante ha puesto la competición en el centro y la hipócrita adulación de las mujeres es uno de los motivos recurrentes de la publicidad comercial y de la propaganda liberal?

Giorgia es una mujer que, única en la historia italiana, ha fundado un partido, y ese partido se llama “FRATELLI  d’Italia”. En vez de lloriquear por la cuota rosa, ha tomado el mando de la nave que se iba a pique y ahora parece que navega viento en popa.

 

El bagaje psicocultural de la  extensa crisis psicótica  es la disgregación de la figura paterna, y el sentimiento de desorientación que provoca en las hijas ( y en los hijos, naturalmente). Pero son las hijas las que saben reaccionar a esta situación, gracias a la fuerza que les ha dado el feminismo. Solo las mujeres han salido de la tormenta psico patógena del neoliberalismo con un sentimiento de solidaridad, si no intacto, al menos reconocible.

 

Giorgia recoge esa herencia y la vuelve masculina, para vencer.

 

también en los retos imposibles competimos para vencer.

 

En la página 164-5, Giorgia Meloni reconstruye la historia política de la última década en términos que a mí me parecen irrefutables. Parte del 2011, cuando le parece que se ha perpetrado un golpe de Estado impuesto por el poder financiero europeo.

 

Prescindiendo del juicio que podamos hacer sobre el gobierno de Berlusconi ( que me parece una orgía de vulgaridad, privatización e incompetencia), no hay duda que la sucesión de eventos que llevan  a su dimisión ( desde el aumento del spread pilotado por las finanzas alemanas al dictado financiero del pacto fiscal europeo) violó completamente las reglas de la democracia: Napolitano, un hombre siempre al servicio del poder, fascista primero, estalinista luego y al final liberal, impuso la voluntad de las finanzas norte europeas amenazando con una catástrofe económica.

 

También la desastrosa experiencia libia que llevó a la bárbara eliminación  del Gadafi aliado de Berlusconi se debió a  la imposición francesa y americana. Después vino el gobierno Monti, saludado como salvador de la patria, e impuso el pacto fiscal, la brutal ley Fornero y una línea de austeridad que nos ha llevado, entre otras cosas, a la debacle sanitaria del 2020.

 

Pero la experiencia Monti no bastó y al inicio del segundo año de pandemia la política italiana ha parido el segundo gobierno financista pilotado por el autómata Draghi. Pero si, como es más que probable, el autómata se verá arrastrado por el caos ( caos viral, caos social, caos geopolítico) entonces, podéis apostar: Giorgia es la más preparada para pasar a hacer caja. ¿Quién si no?

 

¿Los patéticos incapaces chaqueteros grillinos, que habían prometido destrozos y se han cagado encima y hacen de felpudo al piloto automático?

 

¿Los dem, que son los principales responsables de la devastación liberal  y de la privatización de todo?

Ensanchemos la visual: los pueblos europeos se encontrarán pronto teniendo que rendir cuentas con la derrota de Occidente que se precipita tras Kabul. La ola migratoria crecerá a las puertas de Europa. Turquía y Grecia han sido las primeras en erigir  precipitadamente un muro para contener la marea, pero la marea cerca los muros y los abate.

 

Europa, centro de irradiación de la devastación colonialista, no tiene el valor de reconocer las responsabilidades del colonialismo en la miseria gigantesca del mundo que es la causa de la migración. No tiene el valor de reconocer la responsabilidad del capitalismo industrial, que es la causa principal de la contaminación y del cambio climático, causa última de la emigración. Ni la Unión Europea tendrá el valor de reconocer la responsabilidad de la ONU en la catástrofe afgana que provocará una nueva ola migratoria. Cerrar las puertas de la fortaleza, financiar un archipiélago de campos de concentración en los países limítrofes, ahogar a los que intentan navegar más allá del mar de Sicilia: Esto es Europa, estos son los europeos.

 

Es completamente natural que los movimientos neo racistas ganen espacio en todos los países europeos. Son ellos la mejor expresión de la violencia, de la arrogancia, de la irresponsabilidad de la raza depredadora.

 

Giorgia respecto a esto tiene las ideas claras:

 

Teníamos una idea clara de Europa que todavía defendemos y nos gustaría construir hoy: una unión de pueblos libres europeos, fundada en la identidad, un modelo muy diferente del de la actual Europa, una identidad indefinida en manos de oscuros burócratas que querrían prescindir de las diferentes identidades nacionales o incluso borrarlas. […] Europa era un gigante de la historia  y debía recuperar su lugar.

 

¿Qué significa que Europa es un gigante de la historia, a parte de la retórica? Quiere decir que  Europa ha puesto en movimiento el proceso de colonización que desde hace cinco siglos devasta, depreda, humilla, destruye.

 

En una artículo titulado “Toward a new global realignment”, publicado en 2016 en The National Interest,Brzezinski escribía:

 

Tendremos que estar especialmente atentos a las masas del mundo no occidental. Memorias reprimidas durante mucho tiempo alimentan un despertar revitalizado por los extremismos islámicos. Pero lo que pasa en el mundo islámico  podría ser el inicio de un fenómeno mucho más vasto en África, Asia y también en los pueblos precoloniales del hemisferio occidental. Masacres periódicas a sus antepasados por los colonizadores de Europa occidental han provocado en los últimos años dos o tres siglos de exterminio de los pueblos colonizados a una escala semejante a los crímenes nazis de la segunda guerra mundial, provocando millones de víctimas.

 

Justamente  Meloni afirma que la demonización del nazifascismo como excepción en la historia

bien educada de la modernidad se funda en una mentira y en una ilusión.

 

En el relato en boga en la posguerra es como si  de pronto el racismo se hubiera abatido sobre la sociedad con la camisas pardas hitlerianas… luego derrotadas por los buenos que hicieron la guerra contra los malos para combatir racismo y totalitarismo.   Es como si el racismo no hubiera existido antes ni en otros lugares […] como si la cultura occidental, no queriendo ser racista, hubiera intentado no haberlo sido jamás, cargando solo sobre la experiencia nazi el peso de esta tremenda herencia.

 

Hermanos

 

La violencia no es exclusiva de los fascistas, pero es la norma en el colonialismo, es decir, la norma del capitalismo en su proyección mundial.

 

El colonialismo, sin embargo, es el punto ciego del discurso de Giorgia. Europa no es un gigante de la historia sino el punto de irradiación de la violencia y de la explotación colonial. Pensar que los innumerables crímenes de este gigante del mal puedan olvidarse o perdonarse es una ilusión peligrosa.

 

 

Los europeos en su  inmensa mayoría se limitan a no querer saberlo. Pero todos los demás lo saben, y ahora rinden cuentas. Y la primera cuenta a pagar es una ola migratoria gigantesca e incontenible. La derrota afgana señala el inicio de la caída de Occidente pero, por desgracia, esta caída no será pacífica.

 

Los europeos se están preparando para el choque erigiendo muros, ahogando a la gente que querría alcanzar las costas sicilianas, creando campos de  concentración alrededor del Mediterráneo, financiando verdugos libios, turcos y pronto afganos o pakistaníes para que detengan, torturen y esclavicen a quien intente alcanzar Europa.

 

En un texto reciente, Achille Mbembe escribe:

 

En nuestro tiempo está claro que el ultra nacionalismo y las ideologías de supremacía racial están viviendo un resurgimiento global. Esta renovación viene acompañada del ascenso de una extrema derecha dura, xenófoba y abiertamente racista que está en el poder en muchas instituciones democráticas occidentales […]. La idea de una semejanza humana esencial ha sido sustituida por la noción de diferencia, tomada como anatema, prohibición […]. Conceptos como el humano, la raza humana, el género humano o la humanidad no significan nada, aunque las pandemias contemporáneas y las consecuencias de la combustión en curso del planeta continúan dándoles peso y significado.

 

La fuerza del nacionalismo hoy está en la desesperación de los pueblos europeos envejecidos, estériles y deprimidos. Giorgia está destinada a vencer porque organiza la desesperación de un pueblo que ya no tiene hijos.

 

El descenso de la natalidad es el problema más grande que se encuentra Occidente y debe afrontarlo. El descenso de la natalidad pone en un atolladero no solo nuestra estabilidad social, sino también la económica. Para mantener nuestro sistema del estado de bienestar necesita relevo. Nuestras comunidades continúan envejeciendo, tendremos que mantener cada vez más personas y cada vez menos personas que trabajen para mantenerlas. Volver a tener hijos es indispensable.

 

No sé si es indispensable pero sé que es imposible. No solo porque la fertilidad occidental ha caído y sigue cayendo, quizás por efecto de los microplásticos (mira al respecto el libro de Shanna H. Swan Count Down). Sino también porque las mujeres no quieren tener hijos para entregarlos al fuego que devora al mundo, aunque los gobiernos prometan dinero para quien ofrece su vientre a la patria.  Las mujeres europeas, y también las mujeres chinas, no parecen muy sensibles al reclamo de la patria.

 

La demografía es implacable e ingobernable, y la raza blanca está predestinada a la extinción, aunque Giorgia Meloni no quiera saberlo.

 

[…] la sociedad necesita hijos. El pueblo italiano está desapareciendo.  […] no comparto la idea que sostiene la izquierda de que se puede prescindir de los italianos reemplazándolos por quien  ha llegado hace poco de otra parte del mundo..

 

No es fácil comprender por qué Giorgia no comparte esta idea que me parece la única razonable. El problema es que, contrariamente a lo que ella dice, ni siquiera la izquierda tiene el valor de decir claramente, que solo el flujo de masas de africanos y asiáticos podría revitalizar las sociedades europeas que están, en diversa medida, moribundas. Ni la izquierda tiene le valor de legislar  en consecuencia, como hemos visto con el incalificable comportamiento de los últimos gobiernos de centro izquierda ( en el sentido que no habrá nunca más, si dios quiere) sobre la cuestión de la ciudadanía de los italianos que tienen la piel de color oscuro.

 

Entonces  yo prefiero hablar con Giorgia, más que con individuos como Renzo Minniti y Serracchini. A estos despreciables racistas por cobardía prefiero la racista por tozudez.

 

Por qué, querida Giorgia, no aceptar la idea de que el declive de Occidente es irreversible, y que Europa podría sobrevivir solo si renunciara a la primacía y devolviera lo que ha quitado?

 

Quizás porque, como dices en tu libro:

 

El Capricornio que hay en mí necesita que las cosas sean toas en su sitio, siempre he pensado que es mejor dar forma al espacio que obligar a mi mente a sufrir el desorden.

 

Extraordinaria confesión, querida Giorgia. Confesión más esclarecedora, creo, que todo lo que tus editores han llegado a comprender. Les tengo mucho respeto a los capricornios, ya que lo eran Mao Tze-tung y Jesús. Pero incluso si te encontraras en tal compañía no lograrías comprender que, quien prefiere dar forma al espacio antes que acoger el desorden porque genera nuevas formas, está destinado a provocar enormes violencias, y al final a ser engullido, porque el caos no se derrota con la guerra, sino que de la guerra se alimenta.

 

Y llegamos finalmente a la cuestión final, que tiene que ver con el propio orden y el caos, la identidad y la diferencia indefinible, el ser y el devenir.

 

De Italia

 

Querida Giorgia, yo creo sinceramente que vencerás las próximas elecciones en Italia, y que en el fondo te lo mereces, ya que tus adversarios son indecentes o carentes de toda dignidad. Mientras que a tí no se te puede negar el orgullo y la coherencia.

 

Vencerás, pero no gobernarás por mucho tiempo. Porque los movimientos neo reccionarios agreden el caos multiplicándolo.

 

Vencerás, y será el inicio de la precipitación final en la violencia, en el  desorden, en la miseria. Es inevitable, porque crees que lo importante es defender lo que somos, mientras ( perdona si te lo digo un poco sintéticamente) lo importante es aceptar en lo que nos convertimos.

 

La palabra soy se repite en tu libro como un mantra obsesivo.

 

Como italianos nos reconocemos íntimamente y desde siempre como europeos y occidentales. Porque el reconocimiento de formar parte de un mito común que ahonda en las raíces clásicas y cristianas abraza a los pueblos de Europa, pero su esfera de influencia se extiende más allá del viejo continente.

 

Para mí decir “soy” significa pertenecer al mismo tiempo a todo esto; y reconocer todas aquellos círculos no quiere decir  subordinarse uno a otro sino descubrir su intrínseca sinfonía. Y el crescendo, inexorable cabalgata.

 

Sono Giorgia Meloni es el título de este libro.

 

Pero no es verdad, querida, tú no “eres” Giorgia Meloni. Tú “te llamas” Giorgia Meloni, como yo me llamo Franco Berardi, y esto no dice mucho sobre mi ser o sobre mi destino. Y sobre todo no dice nada sobre mis elecciones, sobre mi porvenir o sobre mi muerte.

 

 

“Soy cristiana”, afirmas con el orgullo de los cruzados que generalmente, sin embargo, acababan derrotados,  burlados y rechazados. ¿ Y qué crees que has dicho? ¿Que eres cristiana? Afirmas que no entiendes a Francisco  aunque, disciplinada, te abstienes de maltratar al Papa. Necesariamente no lo puedes entender, porque Francisco( que yo ateo no pretendo entender en modo exhaustivo) ha dicho que no es tarea de los cristianos convertir, obligar a los otros a la verdad. La tarea de los cristianos es cuidar, abrazar, compartir con quien sufre la búsqueda perenne de una verdad que no existe. Esta búsqueda es lo que los cristianos llaman verdad.

 

“Soy italiana”. Afirmas en tono patético, cantando el himno del pobre veinteañero Mameli a quien se le debería ahorrar el ridículo  del que lo cubres.

 

Pero no es verdad, querida Giorgia, déjame decírtelo. Eres romana, eso sí, y por eso arrogante y quizás simpática ( pero rara vez). ¿Qué quiere decir que eres italiana, me lo explicas? Porque en tu libro no me lo has explicado.

 

Has dicho muchas veces tonterías sobre el valor y sobre la bandera pero no has dicho nada sobre Caporetto, sobre la colonización violenta del Sur y su expolio, nada sobre Bronte. No has dicho nadas sobre el 10 de junio de 1940, cuando Mussolini decidió entrar en guerra al lado del aliado nazi para derrotar a Francia que ya estaba ocupada por los alemanes. No has dicho nada de Grecia a la que había que hacer pedazos y que sin embargo nos hizo pedazos. No has dicho nada sobre las armas químicas en la guerra de Etiopía. Nada sobre el 8 de diciembre. Nada sobre las bombas en el Banco Agrícola de Milán el 12 de diciembre de 1969. Nada sobre los campos de tomates en los que ellos africanos mueren de calor después de trabajar 12 horas al sol para los cerdos que te votan.

 

Esto es Italia.

 

Luego está la Italia de Valle Giulia y del otoño obrero de 1969, la Italia de Emilio Lussu y de Sandro Pertini, de los muertos de Reggio Emilia y de los trenes de Reggio Calabria, la Italia de Vittorio Strada y la Italia de Carola Rackete, que es alemana pero es también italiana.

 

Yo no digo que esta segunda “es” Italia, porque Italia no es nada, es un millón de cosas diferentes pero sobre todo deviene en el tiempo.

 

Esto quiere decir que la palabra Italia no significa nada. Los que  la usan tan a menudo y de forma tan retórica, como tú haces generalmente, mandan a la gente a que los masacren.  La alianza con los imperios centrales para

 

“Con las mujeres sobre lechos de lana, vendedores de nuestra carne humana, esta guerra nos enseña a odiar” como cantaban los que la Italia che a ti te gusta mandó a morir en el maldito frente porque los generales habían traicionado para ponerse del lado de los probables vencedores, y  al final los vencedores anglo-franceses los trataron come merecían : como traidores de mierda.

 

Aquí debería ser posible responder a las dos preguntas que había planteado al principio de esta triste  reseña.

 

¿Por qué no podemos llamar simplemente fascistas a los Fratelli d’Italia?

 

¿Por qué todo se precipitaría rápidamente y catastróficamente cuando manden en el  gobierno?

 

No podemos llamarlos fascistas porque el fascismo del siglo XX fue una expresión de un pueblo joven y entusiasta que creía que podía conquistar el mundo, o por lo menos África. Lo de hoy es una expresión de un pueblo sesentón y deprimido, que teme ser invadido por las víctimas del colonialismo de ayer y de hoy.

 

Y las cosas se precipitarán catastróficamente porque el piloto automático de Draghi está drenando los pocos recursos que han quedado tras veinte años de neoliberalismo y austeridad, para entregárselos  a la Confindustria y al sistema financiero. Cuando haya arruinado Italia como ya ha arruinado Grecia os dejará el puesto a vosotros y entonces la retórica patriótica no servirá de mucho. Porque, como decís vosotros en Roma, las charlas, querida Giorgia, están en punto muerto.

                                                                                             

                                                                                              24 de agosto 2021

 

 

 

                                                                           

(Traducción de Lola G. Granados)

Respiración Umbral: virus y literatura // Conferencia virtual con Franco ‘Bifo’ Berardi

El triste verano de los héroes solitarios // Franco Berardi, Bifo

Este libro, del año 2007, contiene escritos con argumentos diversos que, sin embargo, convergen en un punto: la mutación que atraviesa la mente colectiva en el presente, que es al mismo tiempo la época de la conexión global y la época de la precariedad social y psíquica. Diez años después me parece que la tendencia que este libro describía se muestra a plena luz del sol.

Durante el verano de 2016 todo el mundo se ha dado cuenta de que la psicopatía se ha vuelto un fenómeno de relevancia política decisiva. No solo el ascenso de un racista blanco llamado Donald Trump ha obligado a la opinión pública a enfrentarse con el hecho de que la agresividad psicótica, encontrándose con la depresión de masas de los blancos americanos empobrecidos, apunta a subvertir el sistema de poder de la primera potencia mundial. Sino que, al mismo tiempo, se ha verificado una serie de explosiones de locura suicida, a veces disfrazada de radicalismo islamista, otras veces carente de toda mediación ideológica o religiosa.

Se intensifican los episodios de suicidio asesino: un individuo (generalmente un varón joven) mata a cuanta persona tiene a mano antes de ser asesinado por un guardia de seguridad, por un soldado o por un policía.

Se trata de terrorismo, dicen los diarios que día a día documentan los episodios de la guerra civil global. Islamistas alaban a un dios vengativo, el ejército narcotraficante agrede, masacra y secuestra a campesinos mexicanos, y en los Estados Unidos de América un inmenso ejército de lunáticos equipados con armas mortales de venta libre se encuentra en estado de movilización permanente: policías asesinan a jóvenes afroamericanos y, a veces, pero raramente, algún afroamericano veterano de la guerra de Afganistán dispara contra policías preferentemente blancos. Cuando el 8 de julio llegaron las primeras noticias sobre el tiroteo en Dallas en el que Micah Johnson mató a cinco policías blancos, parecía que se trataba de la acción de un grupo organizado de militantes negros. Pensé, con cierta inconfesable sensación de solidaridad, que se trataba de un fenómeno emergente de organización armada de los negros hartos ​​de ser objeto del tiro al blanco de la policía, pensé que era una vuelta al espíritu de las Panteras Negras. Estaba equivocado. No había ninguna organización, ningún agrupamiento armado. No había ningún grupo, sino un joven solo y sufriente de traumas que la guerra le ha procurado a miles de personas como él, especialmente afroamericanos. Micah Jones estaba solo, como tanto otros jóvenes negros que, en los días siguientes, en varias ciudades de Estados Unidos, salieron de sus casas decididos a matar sabiendo con certeza que habrían sido muertos.

¿Cuáles son las causas o, más bien, las motivaciones de estos actos de terrorismo solitario?

Unos días antes de la acción de Micah Jones, a fines de junio de 2016, un muchacho palestino de 17 años, Muhammad Nasser Tarayrah, se introduce durante la noche en una casa de Kiryat Arba y mata a puñaladas a una niña judía de 13 años que estaba durmiendo en su cama. Pocos minutos después un soldado israelí mata al joven asesino. No hay nada particularmente sorprendente: Kiryat Arba es un asentamiento de colonos israelíes que el derecho internacional considera ilegal, la agresión israelí viene siendo ininterrumpida durante las últimas décadas, por lo que es bastante comprensible que los palestinos ataquen con recurrencia a los colonos que han ocupado sus casas y destruido sus vidas.

Pero la acción del adolescente Tarayrah tiene un carácter especial por la edad del asesino y la edad de la víctima, y ​​porque se inscribe en una sucesión impresionante de acciones que podríamos definir como terroristas solo si extendemos enormemente el sentido de esta expresión.

Palestinos de todas las edades repiten un gesto que parece inexplicable según toda lógica militar o política: salir de sus casas miserables con un cuchillo de cocina y abalanzarse sobre el primer ciudadano israelí que aparezca, tratando –generalmente sin éxito– de matarlo. Estos guerrilleros armados con cuchillos obtienen casi siempre el resultado inverso: ser asesinados por soldados israelíes, que están armados hasta los dientes. ¿Se trata de una insurrección, como sugiere el nombre “Intifada de los cuchillos” que los periódicos le han dado a esta explosión sin sentido militar y político? La insurreción es un acto colectivo, un proceso fundado sobre una construcción cotidiana de largo plazo y, por lo general, tiene como objetivo derrocar un régimen. En el caso de la Intifada de los cuchillos se trata de acciones individuales, solitarias, y es por demás evidente que los medios no son los adecuados para alcanzar el fin. ¿Cómo explicar, entonces, estos actos?

Por mi parte, parece clarísimo que los jóvenes palestinos, extenuados por la miseria,  por la humillación, por la violencia sistemática del Estado fascista y racista de Israel, se están suicidando, están cometiendo lo que en inglés se llama suicide by cop.

El jovencísimo Tarayrah, por su parte, había explicado su gesto del modo más claro posible, cuando escribió en su perfil de Facebook las siguientes palabras: “Death is a right, and I demand this right”.

“La muerte es un derecho, y yo exijo ese derecho”.

¿Son necesarias palabras más claras para darnos la posiblidad de comprender de qué materia está hecho el llamado terrorismo que esta lacerando el tejido de la sociedad contemporánea? Esa materia es el sufrimiento de una parte creciente de la humanidad contemporánea, sobre todo de los jovenes, no solamente árabes o islámicos. El suicidio como línea de fuga del infierno de la humillación colonialista, del infierno de la miseria metropolitana, del infierno de la precariedad.

Según la Organización Mundial de la Salud, en los últimos cuarenta años la tasa de suicidios aumentó en el mundo un 60% (repito por si no se entendió: sesenta por ciento). ¿Qué sucedió en los últimos cuarenta años que pueda explicar un incremento tan dramático del suicidio? ¿Qué cambió en el ambiente en el que los jóvenes se forman?

Dos respuestas me vienen a la mente.

La primera se puede formular en estos términos: hace cuarenta años se viene desarrollando un experimento social que ha cambiado de un modo muy veloz las relaciones entre los seres humanos, disgregando profundamente la comunidad social y poniendo a los individuos en una condición de aislamiento, de precariedad y competencia constante. Este experimento tiene un nombre cautivante: neoliberalismo. La persona que lo impuso por primera vez ganó las elecciones generales británicas diciendo que “la sociedad no existe, solo existen individuos, familias, empresas que compiten entre sí”. El thatcherismo se convirtió, entonces, en un dogma indiscutible para todos aquellos que quieren disputar el poder político.

La segunda respuesta que me viene a la cabeza remite a la mutación técnica y comunicativa: en las últimas décadas, la comunicación interhumana ha sido progresivamente transformada por la propagación de máquinas conectivas, cuya función esencial es permitir el intercambio de información a distancia, y con ello hacer posible el desarrollo de operaciones productivas y comunicativas complejas sin necesidad de que los cuerpos se encuentren en el espacio.

Esta innovación ha erosionado, con el tiempo, la capacidad de los seres humanos de sentir afectivamente la presencia del otro, inoculando primero en la mente de cada persona la convicción de que solo tiene valor la vida de los ganadores, y sometiendo luego a cada individuo a un estrés competitivo constante.

Sólo algunos vencen, mientras que por supuesto la gran mayoría de los participantes del juego vive en condiciones de frustración, de humillación y de miseria creciente.

No es sorprendente, entonces, que los sujetos socialmente más débiles se encuentren cada vez más dispuestos a desear la muerte. El suicidio aparece como una liberación y al mismo tiempo como una venganza, una agresión mortífera contra los responsables de un dolor cuyas causas son difíciles de precisar.

En los últimos tiempo he leído a Jonathan Franzen, un escritor que consigue narrar desde el interior de la crisis depresiva de nuestro tiempo. Franzen tiene una sensibilidad profundamente norteamericana, blanca y masculina, pero su grandeza reside en que nos muestra desde adentro su colapso psíquico, que puede conducir hacia direcciones muy peligrosas, como el resurgimiento del racismo blanco a escala global.

Franzen nos introduce en el universo de la soledad contemporánea, que poco tiene que ver con la pasada soledad romántica. Nada que ver con el gorrión leopardiano que pasa las horas cantando en el campo hasta que muere el día. Nada que ver con la soledad exaltada de Hölderlin.

Nada que ver con el aburrimiento, sentimiento de otros tiempos, de otros románticos tiempos. La soledad contemporánea es una soledad ansiógena y abarrotada, donde el aburrimiento es algo desconocido, imposible, casi inimaginable.

Es la soledad de millones de trabajadores cognitivos que cooperan ininterrumpidamente en el flujo global, pero que no se conocen porque no existe ya necesidad de co-presencia física para colaborar en operaciones abstractas.

Compiten por el mismo salario precario, pero no pueden hablar entre ellos.

La destrucción de la solidaridad entre trabajadores es la característica esencial de la transformación social producida por las tecnologías conectivas en su complementariedad con la ideología liberal. La derrota política decisiva de los trabajadores está aquí, en la soledad resentida, ansiosa, nerviosa, dolorosa, triste. La tristeza infinita de Franzen es la tonalidad psíquica del trabajador precario cognitivo en su soledad conectada.

De esta tonalidad psíquica hablaba el libro que hoy reeditamos, anticipando algunas tendencias que hoy se presentan desplegadas.

Una tarea decisiva de nuestra actividad política y cultural en los próximos años deberá ser la recomposición de la corporeidad del intelecto general conectado.

Una acción que deberá estar al mismo tiempo volcada a la recomposición social y a la cura, a la reactivación de la empatía y de la energía erótica que el semiocapital precarizante y virtualizado ha disecado.

Introducción a la nueva edición de

Generación post-alfa

El triste verano de los héroes solitarios

Este libro, del año 2007, contiene escritos con argumentos diversos que, sin embargo, convergen en un punto: la mutación que atraviesa la mente colectiva en el presente, que es al mismo tiempo la época de la conexión global y la época de la precariedad social y psíquica. Diez años después me parece que la tendencia que este libro describía se muestra a plena luz del sol.

Durante el verano de 2016 todo el mundo se ha dado cuenta de que la psicopatía se ha vuelto un fenómeno de relevancia política decisiva. No solo el ascenso de un racista blanco llamado Donald Trump ha obligado a la opinión pública a enfrentarse con el hecho de que la agresividad psicótica, encontrándose con la depresión de masas de los blancos americanos empobrecidos, apunta a subvertir el sistema de poder de la primera potencia mundial. Sino que, al mismo tiempo, se ha verificado una serie de explosiones de locura suicida, a veces disfrazada de radicalismo islamista, otras veces carente de toda mediación ideológica o religiosa.

Se intensifican los episodios de suicidio asesino: un individuo (generalmente un varón joven) mata a cuanta persona tiene a mano antes de ser asesinado por un guardia de seguridad, por un soldado o por un policía.

Se trata de terrorismo, dicen los diarios que día a día documentan los episodios de la guerra civil global. Islamistas alaban a un dios vengativo, el ejército narcotraficante agrede, masacra y secuestra a campesinos mexicanos, y en los Estados Unidos de América un inmenso ejército de lunáticos equipados con armas mortales de venta libre se encuentra en estado de movilización permanente: policías asesinan a jóvenes afroamericanos y, a veces, pero raramente, algún afroamericano veterano de la guerra de Afganistán dispara contra policías preferentemente blancos. Cuando el 8 de julio llegaron las primeras noticias sobre el tiroteo en Dallas en el que Micah Johnson mató a cinco policías blancos, parecía que se trataba de la acción de un grupo organizado de militantes negros. Pensé, con cierta inconfesable sensación de solidaridad, que se trataba de un fenómeno emergente de organización armada de los negros hartos ​​de ser objeto del tiro al blanco de la policía, pensé que era una vuelta al espíritu de las Panteras Negras. Estaba equivocado. No había ninguna organización, ningún agrupamiento armado. No había ningún grupo, sino un joven solo y sufriente de traumas que la guerra le ha procurado a miles de personas como él, especialmente afroamericanos. Micah Jones estaba solo, como tanto otros jóvenes negros que, en los días siguientes, en varias ciudades de Estados Unidos, salieron de sus casas decididos a matar sabiendo con certeza que habrían sido muertos.

¿Cuáles son las causas o, más bien, las motivaciones de estos actos de terrorismo solitario?

Unos días antes de la acción de Micah Jones, a fines de junio de 2016, un muchacho palestino de 17 años, Muhammad Nasser Tarayrah, se introduce durante la noche en una casa de Kiryat Arba y mata a puñaladas a una niña judía de 13 años que estaba durmiendo en su cama. Pocos minutos después un soldado israelí mata al joven asesino. No hay nada particularmente sorprendente: Kiryat Arba es un asentamiento de colonos israelíes que el derecho internacional considera ilegal, la agresión israelí viene siendo ininterrumpida durante las últimas décadas, por lo que es bastante comprensible que los palestinos ataquen con recurrencia a los colonos que han ocupado sus casas y destruido sus vidas.

Pero la acción del adolescente Tarayrah tiene un carácter especial por la edad del asesino y la edad de la víctima, y ​​porque se inscribe en una sucesión impresionante de acciones que podríamos definir como terroristas solo si extendemos enormemente el sentido de esta expresión.

Palestinos de todas las edades repiten un gesto que parece inexplicable según toda lógica militar o política: salir de sus casas miserables con un cuchillo de cocina y abalanzarse sobre el primer ciudadano israelí que aparezca, tratando –generalmente sin éxito– de matarlo. Estos guerrilleros armados con cuchillos obtienen casi siempre el resultado inverso: ser asesinados por soldados israelíes, que están armados hasta los dientes. ¿Se trata de una insurrección, como sugiere el nombre “Intifada de los cuchillos” que los periódicos le han dado a esta explosión sin sentido militar y político? La insurreción es un acto colectivo, un proceso fundado sobre una construcción cotidiana de largo plazo y, por lo general, tiene como objetivo derrocar un régimen. En el caso de la Intifada de los cuchillos se trata de acciones individuales, solitarias, y es por demás evidente que los medios no son los adecuados para alcanzar el fin. ¿Cómo explicar, entonces, estos actos?

Por mi parte, parece clarísimo que los jóvenes palestinos, extenuados por la miseria,  por la humillación, por la violencia sistemática del Estado fascista y racista de Israel, se están suicidando, están cometiendo lo que en inglés se llama suicide by cop.

El jovencísimo Tarayrah, por su parte, había explicado su gesto del modo más claro posible, cuando escribió en su perfil de Facebook las siguientes palabras: “Death is a right, and I demand this right”.

“La muerte es un derecho, y yo exijo ese derecho”.

¿Son necesarias palabras más claras para darnos la posiblidad de comprender de qué materia está hecho el llamado terrorismo que esta lacerando el tejido de la sociedad contemporánea? Esa materia es el sufrimiento de una parte creciente de la humanidad contemporánea, sobre todo de los jovenes, no solamente árabes o islámicos. El suicidio como línea de fuga del infierno de la humillación colonialista, del infierno de la miseria metropolitana, del infierno de la precariedad.

Según la Organización Mundial de la Salud, en los últimos cuarenta años la tasa de suicidios aumentó en el mundo un 60% (repito por si no se entendió: sesenta por ciento). ¿Qué sucedió en los últimos cuarenta años que pueda explicar un incremento tan dramático del suicidio? ¿Qué cambió en el ambiente en el que los jóvenes se forman?

Dos respuestas me vienen a la mente.

La primera se puede formular en estos términos: hace cuarenta años se viene desarrollando un experimento social que ha cambiado de un modo muy veloz las relaciones entre los seres humanos, disgregando profundamente la comunidad social y poniendo a los individuos en una condición de aislamiento, de precariedad y competencia constante. Este experimento tiene un nombre cautivante: neoliberalismo. La persona que lo impuso por primera vez ganó las elecciones generales británicas diciendo que “la sociedad no existe, solo existen individuos, familias, empresas que compiten entre sí”. El thatcherismo se convirtió, entonces, en un dogma indiscutible para todos aquellos que quieren disputar el poder político.

La segunda respuesta que me viene a la cabeza remite a la mutación técnica y comunicativa: en las últimas décadas, la comunicación interhumana ha sido progresivamente transformada por la propagación de máquinas conectivas, cuya función esencial es permitir el intercambio de información a distancia, y con ello hacer posible el desarrollo de operaciones productivas y comunicativas complejas sin necesidad de que los cuerpos se encuentren en el espacio.

Esta innovación ha erosionado, con el tiempo, la capacidad de los seres humanos de sentir afectivamente la presencia del otro, inoculando primero en la mente de cada persona la convicción de que solo tiene valor la vida de los ganadores, y sometiendo luego a cada individuo a un estrés competitivo constante.

Sólo algunos vencen, mientras que por supuesto la gran mayoría de los participantes del juego vive en condiciones de frustración, de humillación y de miseria creciente.

No es sorprendente, entonces, que los sujetos socialmente más débiles se encuentren cada vez más dispuestos a desear la muerte. El suicidio aparece como una liberación y al mismo tiempo como una venganza, una agresión mortífera contra los responsables de un dolor cuyas causas son difíciles de precisar.

En los últimos tiempo he leído a Jonathan Franzen, un escritor que consigue narrar desde el interior de la crisis depresiva de nuestro tiempo. Franzen tiene una sensibilidad profundamente norteamericana, blanca y masculina, pero su grandeza reside en que nos muestra desde adentro su colapso psíquico, que puede conducir hacia direcciones muy peligrosas, como el resurgimiento del racismo blanco a escala global.

Franzen nos introduce en el universo de la soledad contemporánea, que poco tiene que ver con la pasada soledad romántica. Nada que ver con el gorrión leopardiano que pasa las horas cantando en el campo hasta que muere el día. Nada que ver con la soledad exaltada de Hölderlin.

Nada que ver con el aburrimiento, sentimiento de otros tiempos, de otros románticos tiempos. La soledad contemporánea es una soledad ansiógena y abarrotada, donde el aburrimiento es algo desconocido, imposible, casi inimaginable.

Es la soledad de millones de trabajadores cognitivos que cooperan ininterrumpidamente en el flujo global, pero que no se conocen porque no existe ya necesidad de co-presencia física para colaborar en operaciones abstractas.

Compiten por el mismo salario precario, pero no pueden hablar entre ellos.

La destrucción de la solidaridad entre trabajadores es la característica esencial de la transformación social producida por las tecnologías conectivas en su complementariedad con la ideología liberal. La derrota política decisiva de los trabajadores está aquí, en la soledad resentida, ansiosa, nerviosa, dolorosa, triste. La tristeza infinita de Franzen es la tonalidad psíquica del trabajador precario cognitivo en su soledad conectada.

De esta tonalidad psíquica hablaba el libro que hoy reeditamos, anticipando algunas tendencias que hoy se presentan desplegadas.

Una tarea decisiva de nuestra actividad política y cultural en los próximos años deberá ser la recomposición de la corporeidad del intelecto general conectado.

Una acción que deberá estar al mismo tiempo volcada a la recomposición social y a la cura, a la reactivación de la empatía y de la energía erótica que el semiocapital precarizante y virtualizado ha disecado.

(Introducción a la nueva edición de Generación post-alfa, Agosto de 2016)

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