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Del fascismo futurismo futurista al geronto-fascismo // Franco «Bifo» Berardi

UNO: cien años después

Como en un encantamiento, pronto a cumplirse el centenario de la Marcha sobre Roma, la descendencia directa de Benito Mussolini se prepara para tomar el poder en Italia.

Se da por segura una victoria de la coalición de derecha en las elecciones previstas para el 25 de septiembre, y Fratelli d’Italia podría resultar el partido más votado entre los tres que componen la coalición. Giorgia Meloni, secretaria de Fratelli d’Italia, tiene grandes posibilidades de ser el primer Presidente del Consiglio de género femenino en la historia italiana.

El fascismo está en cada rincón de la escena italiana y europea: está en el retorno de la furia nacionalista, en la exaltación de la guerra como la única higiene del mundo, en la violencia anti-obrera y anti-sindical, en el desprecio por la cultura y la ciencia, en la obsesión demográfico-racista que quiere convencer a las mujeres de tener hijos de piel blanca para evitar la gran sustitución étnica, y porque si las cunas están vacías la nación envejece y decae, como decía El.

Toda esa basura volvió.

Por lo tanto ¿vuelve el fascismo? No exactamente. Aquél, el de Mussolini, era un fascismo futurista, exaltación de la juventud, de la conquista, de la expansión.

Pero cien años después la expansión acabó, el ímpetu conquistador fue sustituido por el miedo a ser invadidos por migrantes extranjeros. Y en lugar del futuro glorioso ahora tenemos en el horizonte la extinción inminente de la civilización humana.

“Sol que surges libre y fecundo

no verás otra gloria en el mundo

mayor que Roma”[1]

Eso decía la retórica nacionalista del siglo pasado.

Ahora el sol provoca miedo porque los ríos están secos y arden los bosques.

Lo que avanza es el Geronto-Fascismo: un fascismo de la época senil, el fascismo como reacción rabiosa al envejecimiento de la raza blanca.

También sé que muchos jóvenes votarán por la Meloni, pero el espíritu de esta derecha está entrampado en una especie de demencia senil, un olvido de las catástrofes pasadas, como si los hubiera provocado un Alzheimer.

El geronto-fascismo, agonía de la civilización occidental, no durará mucho. Pero en el breve período que esté en el poder podría producir efectos notablemente destructivos. Más de los que podamos imaginar. 

Giorgia Meloni

¿Qué fue el fascismo histórico?

Se necesita una breve lección de historia italiana.

Italia es un nombre femenino. En el Renacimiento, las cien ciudades de la península vivían su historia sin pensarse como nación, sino, sobre todo, como lugares de paso, de residencia, de intercambio.

La belleza de los lugares, la sensualidad de los cuerpos: la autopercepción de los habitantes de la península de cien comunas era femenina hasta que llegó la austera fanfarria de la nación. En los siglos posteriores al Renacimiento, la península fue tierra de conquista de ejércitos extranjeros, pero el pueblo se las arregla.

“Que sea Francia o España, con tal que se coma”, decía el refrán que en la lengua de la época rimaba con la frase “Francia o Spagna, basta che si magna.”

El país decae, pero algunas ciudades prosperan, y otras hacen lo que pueden.

Luego viene el Ottocento, un siglo retórico que cree en la nación, una palabra misteriosa que no quiere decir nada. ¿Es el lugar de nacimiento, o acaso la identidad fundada sobre el territorio que tenemos en común?

La identidad nacional es una superstición en la cual nunca creyeron los habitantes de la ciudad, pero que les fue impuesta por una minoría influenciada por el Romanticismo más reaccionario.

Los piamonteses, montañeses presuntuosos rehenes de Francia, pretenden que los napolitanos y los venecianos acepten someterse a su comando. Así, el Sur fue conquistado y colonizado por la burguesía del Norte, y comienza su decadencia: entre 1870 y 1915 emigran veinte millones de italianos del sur y del Véneto. En Sicilia se forma la mafia, que al principio era una expresión de las comunidades locales para defenderse de los conquistadores, y luego devino una estructura criminal de control del territorio.

La cuestión del Sur como colonia no terminó nunca, y aún hoy sigue profundizándose, aunque las ciudades como Palermo o Nápoles, viven una vida extra-italiana, cosmopolita.

Durante la guerra por la independencia, un joven de nombre Goffredo Mameli escribió las palabras de Fratelli d’Italia, que terminó siendo el himno nacional[2]. No es un himno bellísimo, no. Es un amontonamiento de frases retóricas, belicistas y esclavistas. Mameli murió muy joven, y no merecía continuar siendo expuesto al ludibrio de quienes escuchan esta musiquita que intenta ser viril, y en cambio provoca risa. 

Las posturas guerreristas terminan en un fracaso estrepitoso porque los habitantes de las ciudades italianas fueron siempre demasiado inteligentes como para dejarse tratar como italianos. Son venecianos, napolitanos, sicilianos, romanos, genoveses, boloñeses. ¿Qué más? Solo la burguesía piamontesa, que si se me permite decirlo, nunca fue demasiado brillante, pudo creer en esta ficción blanca, roja y verde.

Y luego llegaron los grandes desafíos del nuevo siglo, el siglo de la industria y de la guerra. Había que ser competitivos, agresivos, no más maricas.

En 1914, mientras Serbia y Austria entran en guerra, arrecia la polémica entre intervencionistas y no intervencionistas. Los Futuristas, intelectuales de poca monta, se agitan: desprecio por la mujer, la guerra es la única higiene del mundo vocifera el pésimo poeta Marinetti en su Manifiesto de 1909. ¡Abajo la Italieta! Gritan los estudiantes intervencionistas para convencer a los sicilianos y napolitanos de que vayan a hacerse asesinar a la frontera con el Imperio Austro-Húngaro…que para napolitanos y sicilianos no significa nada. La historia de la nación italiana es la historia de una sistemática traición.

Cuando en 1914 estalla la guerra en Europa, Italia es aliada de Austria y Alemania, pero el gobierno italiano decide no entrar en guerra, y queda a la espera de ver cómo evoluciona la situación. En 1915 prevalecen los intervencionistas y ahí Italia entra en guerra del lado de Francia e Inglaterra, contra quienes eran sus aliados. El resultado de la guerra es catastrófico. Quince mil muertos en Caporetto[3].

Los veinteañeros mandados a morir cantan:

“Oh Gorizia, maldita seas

por cada alma que tiene conciencia,

dolorosa nos fue la partida

y para muchos no hubo regreso”[4]

Tras la guerra, las potencias vencedoras, Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos, que por primera vez entraron en los asuntos europeos, convocan al Congreso de Versalles para dar un nuevo orden a Europa, y tal vez al mundo.

Los vencedores franceses e ingleses quieren castigar a Alemania, pero en un libro titulado Las consecuencias económicas de la pazJohn Maynard Keynes aconseja no exagerar, porque con los alemanes, incluso derrotados, no se juega.

El presidente norteamericano, un tal Woodrow Wilson, ignorante de Historia y de Antropología, piensa poner prolijidad a la cosa y proclama la Autodeterminación de los Pueblos. Pero Wilson olvida explicar qué quiere decir pueblo, aunque de hecho esta palabra no significa nada. Y la otra, Nación, tampoco. Dos palabras privadas de sentido lógico que transforman la historia del Novecento en un infierno de guerras sin fin.

En el Congreso de Versalles, los italianos desean ser tratados como vencedores, y reivindican para sí Dalmacia, Albania y algo de África. Pero los verdaderos vencedores, las potencias imperialistas consolidadas, tratan a los italianos como lacayos y traidores, y no toman en consideración sus petulantes reclamos. Sidney Sonnino, extravagante ministro del Reino de Italia, se retira con el pañuelo mojado por las lágrimas.

La humillación es arrasadora para quienes habían combatido, los veteranos, que habían creído que estar del lado de los vencedores les iba a traer la gloria, riqueza y colonias.

Un romagnolo llamado Benito, que se había ido del partido Socialista en 1914 para entrar en el bando de los intervencionistas, asume la dirección de los veteranos, que se dan cuenta de que han combatido por nada, y gritan ‘vendetta’ contra la Inglaterra plutocrática. Benito tiene una cultura retórica y de provincia, pero una buena memoria, y encarna la virtud del macho latino, arrogancia, fanfarronería, oportunismo. Su voz suena potente con la amplificación eléctrica, y sus poses son perfectas para el cine, el nuevo medio que acompaña la creación de los regímenes de masas en la primera parte del siglo XX.

En 1919 los obreros del norte industrial ocupan las fábricas y los labriegos de la Emilia-Romagna entran en huelga contra los terratenientes por mejores condiciones de trabajo. Benito Mussolini guía el orgullo de la nación contra los intereses mezquinos de los obreros. Es ‘la patria’ contra las organizaciones de la sociedad real. Y así, en octubre de 1922 tras haber conseguido la mayoría relativa en las elecciones, encabeza la Marcha sobre Roma, y nace el fascismo: un hombre solo al comando, violencia contra los sindicatos, persecución a los intelectuales, asesinato de los dirigentes de izquierda. Antonio Gramsci escribe en la cárcel sus Cuadernos donde explica qué era -y sigue siendo-, el núcleo central del fascismo: la violencia patronal contra la clase trabajadora.

Italia se volvió masculina, y la Italia masculina quiere un imperio, pero esto no le gusta ni a los ingleses ni a los franceses, naciones consolidadas que ya tienen un imperio.

Las naciones jóvenes, Italia, Alemania, Japón, reivindican el derecho de tener su lugar bajo el sol, y sellan la alianza. Nace el eje Roma-Berlín-Tokio (RoBerTo)

Mussolini manda tropas a Libia, Etiopía, Abisinia: hacia allá van los jóvenes italianos mandados a combatir en esas tierras, guiados por criminales de guerra como el general Graziani. Masacran pueblos enteros. Lanzan bombas con gas mostaza contra aldeas del Cuerno de África.

Desde su balcón romano Mussolini proclama a una multitud oceánica que ha renacido el Imperio de Roma. Es 1936, y desde España llega el ruido de una nueva guerra. Hitler manda a la Luftwaffe a bombardear Guernica, Mussolini envía 5000 militares para combatir en el bando del fascista Francisco Franco contra los Republicanos[5].

La potencia germana ha aumentado, como lo había previsto Keynes. La humillación genera monstruos, y los monstruos quieren venganza. Y la venganza de los alemanes humillados se desencadena en 1939 con la invasión de los Sudetes (Checoslovaquia), luego Polonia, y finalmente Francia. Millones de judíos que viven en Alemania, Polonia y otros países europeos son sindicados como los enemigos a exterminar. También en Italia, donde habían vivido pacíficamente en ciudades como Roma, Venecia, Livorno, fueron aislados, despedidos de sus trabajos. Las leyes raciales preparan las deportaciones, la entrega de los judíos italianos a su aliado nazi.

En 1939, por mar, escapan de Alemania ciento veinte mil judíos. Quieren llegar a Inglaterra, pero los ingleses los rechazan, como hoy rechazamos a los africanos que quieren desembarcar en nuestras costas.

Mussolini es aliado de Hitler pero no se fía, e incluso teme que quiera invadir la región noreste de Italia donde se habla alemán. Cuando Hitler lanza la invasión a Polonia el 1 de septiembre de 1939 para ir a conquistar su salida al mar Báltico, la guerra se precipita rápidamente, involucrando una tras otra a las potencias mundiales. Pero Mussolini duda.

Al igual que cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, el gobierno italiano espera un poco para decidirse a entrar en guerra. “No beligerancia” lo llama Mussolini, a quien le gustaban las palabras difíciles.

Sin embargo, en 1941, estaba claro que Hitler estaba ganando la guerra. Alemania había ocupado casi toda Europa, y entonces Mussolini decide intervenir del lado del nazismo vencedor, tras haber pronunciado la frase que, tal vez, mejor define el alma del fascismo: “Sólo necesito unos pocos miles de muertos para poder sentarme en la mesa de negociación”[6].

Los muertos fueron mucho más que unos pocos miles, y la mesa de negociación Mussolini la encontró cuatro años más tarde, en Piazzale Loreto, en Milán, donde fue colgado con la cabeza para abajo.

En junio de 1941 las tropas italianas entraron en Francia, ¡que ya estaba ocupada por los alemanes!, y alguien comentó, repitiendo las palabras de Francesco Ferrucci pronunciadas en 1530 a su verdugo: ”Vil Maramaldo, asesinas a un hombre muerto”

Mussolini pensaba que la victoria de los nazis estaba garantizada y que el fin de la guerra era inminente. Pero el infame se equivocaba: no había considerado el hecho de que el pueblo soviético había resistido, que había pagado el precio de 20.000.000 de muertos –bastante más que los pocos miles de muertos…y que voló por el aire la mesa de negociaciones a la que el infame hubiera querido sentarse. No había considerado que los Estados Unidos iban a entrar en el conflicto con todo el peso de sus armamentos.

La guerra italiana, una vez más, fue un desastre. Mientras los alemanes ocupaban todo el territorio europeo, Mussolini mandó a los desgraciados militares italianos, mal vestidos y peor equipados, a combatir a África, a Rusia y a Grecia. Había amenazado con quebrar la espalda de Grecia, pero las ofensivas italianas fueron reveses.

Hay un bellísimo filme de Gabriele Salvatores, Mediterráneo[7], que cuenta la historia de un grupo de militares italianos enviados a romperle los riñones a Grecia, y que están en una islita del Egeo donde se quedan por años, sin ningún contacto con el resto del mundo.[8]

Los italianos, que en su gran mayoría habían creído en las fanfarronerías del Duce, inclusive cuando parecía no haber peligro de quedar inmersos en una cosa tan horrible como la guerra, ahora comenzaban a darse cuenta de lo que era el fascismo, del abismo de horror que se ocultaba detrás de palabras sin sentido como Nación, Patria, Honor, Bandera, Fratelli d’Italia y muchas más.

El 25 de julio de 1943 el Gran Consejo del Fascismo, esto es, el parlamento de los infames que lo habían respaldado cuando parecía victorioso, lo destituyeron y metieron preso[9]. Los alemanes lo liberaron al poco tiempo, para que constituyera la República Social de Salò, que controló parcialmente el norte de Italia por casi dos años: los grupos residuales de fascistas que formaban parte de ella ayudaron a los nazis a perpetrar masacres que marcaron los últimos años de la guerra, como la matanza de Marzabotto y la de Santa Anna di Stazzena[10].

El 8 de septiembre de ese año el ejército italiano se disolvió, muchos se convirtieron en partisanos y combatieron en el bando de las tropas anglo-norteamericanos que atravesaron la península de Sur a Norte, y en abril de 1945 liberaron las ciudades del norte de la presencia de residuos nazis y fascistas.

Entre esos partisanos estaba mi padre, que me ha contado esta historia desde cuando era niño. Mi padre tuvo la suerte de morir antes de ver lo que está pasando hoy. Creo que le haría mal.

Pero ¿Qué está aconteciendo hoy en Italia? ¿Qué está aconteciendo en Europa?

Veamos.

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DOS: Solo un hombre al comando, es decir, una mujer

El gobierno encabezado por Draghi ha caído. Draghi, ex funcionario de Goldman Sachs, luego director del Banco Central Europeo, tiene una confianza absoluta en el piloto automático que gobierna todo. En nombre del piloto automático contribuyó en 2015 a destruir la democracia en Grecia, y en consecuencia en Europa: el sistema financiero europeo debía doblegar al pueblo griego que con un 62% de los votos había decidido rechazar el memorándum que ordenaba la privatización general y la reducción de los salarios y las pensiones. Draghi era director de ese Banco Central Europeo, y cumplió su parte para imponer la humillación y un brutal empobrecimiento del pueblo griego. Era su tarea, era la voluntad del piloto automático.

Mario Draghi es una persona culta, a diferencia de la gran mayoría de los políticos italianos que, en general, tienen una vergonzosa ignorancia, como el caso del ministro de Relaciones Exteriores, Luigi di Maio, un monigote que desconoce cualquier idioma extranjero, y que está convencido de que Pinochet fue el dictador de Venezuela.

El gobierno Draghi nació a comienzos de 2021, después de una conjura de palacio urdida por un killer profesional, amigo de Mohammad bin Salman, llamado Matteo Renzi. El sistema financiero europeo quería cambiar al premier Giuseppe Conte, el líder del movimiento Cinque Stelle que parecía demasiado proclive a los reclamos sociales como para confiarle todo el dinero que la Unión Europea invierte en apoyar la economía italiana, el país que más sufrió los efectos de la pandemia.

Se encontró el modo de quitar del medio a Conte, y se llamó a Draghi para salvar el país y transformarlo, finalmente, en un país serio, o sea, respetuoso de las leyes de la ganancia y de las reglas establecidas por el sistema financiero.

El caos barroco de la política italiana debía inclinarse al rigor protestante de las finanzas alemanas, y el sosegado Draghi era la persona justa para esto.

Todos se prosternaron a los pies del Duce financiero, todos elogiaron su liderazgo, todos se declararon dispuestos a apoyar su programa, sus métodos y sus objetivos.

Todos, excepto ella.

Excepto Giorgia Meloni, una romana auténtica, auto-proclamada feminista, fundadora de un partido. Por primera vez en la historia italiana una mujer funda un partido, y lo llama, genial paradoja, Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia).

El feminismo Giorgia lo explica así: “En la izquierda hablan mucho de la paridad de las mujeres, pero en el fondo piensan que la presencia femenina deba ser, de todas maneras, una concesión masculina. Donde estés, seas mujer u hombre, debes llegar por capacidad y no por cooptación. Y si las mujeres llegan, cuando llegan no es por concesión de un hombre”. (Página 58 del libro autobiográfico Io sono Giorgia)

A Meloni le gusta competir con los hombres como si fuese un hombre. Y gana. “Tal vez sea por reacción al complejo de inferioridad que lleva a muchas mujeres a competir entre ellas, pero yo me divierto más compitiendo con los hombres” (página 70)

Feminismo y competencia: un oxímoron que funciona. ¿Qué otro mensaje puede ser más convincente para el electorado femenino, cuando la ideología dominante puso a la competencia en el centro, y la hipócrita adulación de las mujeres es uno de los motivos recurrentes de la publicidad comercial y de la propaganda liberal?

Fratelli d’Italia es el único partido que no formó parte del gobierno Draghi. Al menos formalmente ha sido opositor. Aunque no ha estado en la oposición en las cuestiones sociales.

Tampoco fue opositor a la hora de mandar armas al ejército ucraniano para prolongar infinitamente la guerra y con ella la agonía de la población de ese país.

Pero hizo como si fuera oposición al rechazar cargos ministeriales que todos los otros ocuparon cómodamente.

Según los sondeos electorales para los comicios de fin de septiembre, el partido de Giorgia Meloni será el más votado y por ello, en principio (a pesar de que los principios valen poco en este país que volvió a la época barroca), Giorgia Meloni será la Presidente del Consiglio.

Será la primer presidente del Consiglio de sexo femenino desde la unificación de Italia.

¿Interesante, no? Cien años después de la marimacho hija de Mussolini, es una mujer la que quiere llevar al gobierno nacional el culto a la patria, la familia tradicional, el heroísmo militar, el respeto de las jerarquías, el rechazo a los inmigrantes, una concepción racial de ciudadanía.

En una palabra: el Fascismo.



Pero las cosas no son tan simples. Algunos rasgos del fascismo –nacionalista, racista, represión de las organizaciones obreras, militarismo-, han resurgido en la cultura nacional y en las elecciones políticas, pero no son una exclusividad del partido de Giorgia Meloni. Son compartidos por muchas otras fuerzas políticas que van a los comicios. Indudablemente las comparte el PD- Partido Democrático (socialdemócrata), igual de responsable que la Liga (extrema derecha) del rechazo sistemático de la que son víctimas millares de extranjeros que se ahogan en el Mediterráneo.

El artífice de la política hipócrita y cruel de rechazo y detención de los migrantes es, de hecho, un exponente del Partido Democrático. Se llama Marco Minniti, ex ministro del Interior en el decenio pasado, y quien dirige una Fundación cuyo sponsor es la principal agencia militar italiana, Leonardo.

El racismo es la política no oficial pero sustancial de la República Italiana y de la Unión Europea. Los refugiados de piel blanca son recibidos con los brazos abiertos, y los que tienen la piel de un color un poco distinto son enviados a ahogarse en el mar.

Desde este punto de vista, Giorgia Meloni no es distinta a otros partidos que gestionan el poder en el continente.

En cuanto al resto, el fascismo, violencia patronal contra los trabajadores, es ya un estilo de poder en Italia. A mediados de julio en Piacenza, la ciudad donde está la mayor parte de los depósitos de distribución de la logística italiana, Amazon incluido, siete activistas sindicales fueron sometidos a proceso penal acusados de organizar huelgas y sabotear la producción para imponerle a las empresas aumento de salario. Cuatro de estos trabajadores perseguidos tienen nombres no-italianos.

¿Y la guerra?

Después del 24 de febrero, el gobierno Draghi ha mostrado una lealtad adamantina a la política de la OTAN y de los belicistas de la Casa Blanca.

Mientras el 73 por ciento de los ciudadanos están en contra de participar de la guerra en Ucrania, Draghi y todos sus draghetti, empezando por el ultra militarista líder del PD, Enrico Letta, han mandado armas y municiones a los ucranianos para que la guerra no termine nunca.

La pregunta es si la derecha italiana será tan leal. Algunos recuerdan que la lealtad en las alianzas nunca fue el punto fuerte de la historia italiana, como ya vimos durante le Primera Guerra Mundial, y también en la Segunda.

Ahora está comenzando la Tercera, y no faltan razones para preguntarse qué juego jugará Italia, considerando que los tres cabecillas de la derecha tienen amigos íntimos en el frente adversario: el húngaro Orban es el predilecto de Giorgia Meloni, y el propio Putin es un viejo amigo de los tres.

Los de la alianza Atlántica, unidos para alimentar el fuego en la frontera oriental de Europa, están preocupados por lo que podría hacer el viejo capo Silvio Berlusconi, gran amigo de Vladimir Putin, y el futuro ministro del Interior Matteo Salvini, un energúmeno que hace unos años firmó un pacto de alianza entre su partido la Liga del Norte –Lega Nord con Rusia Unida, el partido que gobierna Rusia.

Salvini

La Meloni tiene una posición más ambigua. En el pasado, naturalmente, le gustaba el nacionalismo cristiano del neo-zarismo ruso, pero cuando estalló la guerra en Ucrania, cuando la pacífica Europa se transformó en la Unión de las Naciones Europeas Armadas, la líder del partido neo-mussoliniano se apuró a prometer fidelidad a su nueva patria.

Veremos.

Este verano de 2022 es el más cálido que la memoria humana tenga registro, se queman los bosques de Trieste a Livorno, los ríos están secos, los glaciares se derriten, los trabajadores mueren bajo el sol en las obras en construcción. La inflación recorta los ya magrísimos salarios, y el otoño que se avecina da miedo.

Pero impertérrito, el óptimo presidente de la República ha convocado a elecciones en medio de la ola de calor, y se votará el 25 de septiembre…justo a tiempo para festejar el Centenario de la Marcha sobre Roma.

¿Y de qué se habla en las interminables conversaciones políticas? ¿De los obreros de los depósitos de logística que fueron arrestados en Piacenza? ¿De los inmigrantes que mueren ahogados en el mar Mediterráneo? ¿Acaso del personal del sistema sanitario que fue reducido al mínimo, de los médicos muertos de Covid en la pandemia, de los veinte mil enfermeros que renunciaron porque no pueden más?

Esas deben ser bagatelas. Se habla de alianzas de coaliciones, de nuevos partidos que nacen con nombres graciosos como Azione, Coraggio Italia, Italia Viva. Yo diría Italia moribunda. En nombre de la democracia se prepara la celebración del funeral de la democracia. Se irá a votar el 25 de septiembre, y es muy probable que a votar a Giorgia Meloni, que jura fidelidad a la OTAN, lo que en su corazón quiere decir fidelidad al fascismo, al racismo, a la guerra. Pero también es probable que más de la mitad de los electores no vayan a votar.

El abstencionismo, de hecho, es el primer partido en Italia.

No sé qué tendría que hacer. Me dicen ‘si no votas ayudas a que gane Giorgia Meloni’. ¿Y entonces? No veo ninguna diferencia entre los programas del partido fascista de Giorgia y el partido Democrático de Enrico Letta. Cuando fueron las elecciones en Estados Unidos, dos años atrás, todo el mundo pensaba que era imposible que alguien fuera peor que Donald Trump. Joe Biden ha demostrado que no es cierto, que es posible ser peor que Trump, expulsar más migrantes que Trump, legitimar al príncipe árabe estrangulador –como lo habría hecho Donald Trump-, y por sobre todo, provocar una guerra mundial, lo que probablemente Trump no habría hecho.

¿Por qué debemos seguir creyendo en la democracia representativa si la democracia representativa ha demostrado ser un engaño contra los trabajadores?

Al mismo tiempo, me doy cuenta de que con la derecha en el gobierno las condiciones de vida de la sociedad italiana van a empeorar de un modo dramático. En primer lugar, estos quieren eliminar el Ingreso de Ciudadanía, renta básica universal, lanzado en 2019 y que le ha permitido sobrevivir a millones de jóvenes desocupados que están al borde de la pobreza absoluta. La derecha dice que el ‘reddito di cittadinanza’ le permite a los jóvenes rechazar un trabajo cuando no les gusta. ¡Prefieren esclavos, listos para aceptar cualquier explotación a cambio de cualquier salario para no morir de hambre!

La derecha desatará el racismo contra los inmigrantes que están obligados a aceptar trabajar el doble por la mitad, bajo el sol, en condiciones de clandestinidad.

¿Qué otra cosa pretende hacer la derecha cuando esté en el gobierno?

Un objetivo declarado de Giorgia Meloni es un cambio en el presidencialismo de la República, que la Constitución antifascista de 1948 quiso que sea parlamentario: quiere una persona, un hombre, al comando, aunque ahora ese ‘hombre’ sea una mujer.

Finalmente, Meloni pretende ‘relanzar la natalidad’, con amplios programas. Como en todo el Hemisferio Norte, también en Italia, gracias al feminismo y a los diversos anticonceptivos, las mujeres han decidido no ser más animales de reproducción, y quieren vivir su vida sin tener que obedecer las órdenes ni del marido ni de la Nación.

Por otra parte, las nuevas generaciones son cada vez más conscientes de que tener hijos hoy es un gesto irresponsable, porque es entregar a inocentes al infierno de un clima intolerable, en un mundo que está involucionando hacia formas de vida inhumanas, con salarios cada vez más bajos y condiciones de vida que se parecen demasiado a la esclavitud.

Meloni quiere hijos para las guerras que vendrán, quiere esclavos para la economía de la explotación total.

Y por sobre todo, Meloni, al igual que Salvini de la Lega Nord, quiere que las mujeres italianas tengan hijos para evitar que los migrantes de lugares lejanos vengan a Italia a sustituir la población que decrece.

Este es el punto más importante del fascismo que vuelve a Italia, como en todo el ‘mundo blanco’: el pánico a la ‘gran sustitución’. La guerra ucraniana ha transformado a la Unión Europea en un estado racial, en el que los refugiados de piel blanca gozan de privilegios que son negados a los ‘oscuros’. En todos los países se acentúa el carácter identitario blanco de las políticas migratorias y sociales.

He ahí el carácter profundo del Geronto-Fascismo: una población de viejos que por cinco siglos han rapiñado, violentado y explotado a los pueblos del Sur del mundo, y ahora tienen miedo a la invasión. Precisamente este es el punto por el cual el geronto-fascismo está destinado a perder: las mujeres no se pondrán a hacer hijos para el horno del futuro.

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TRES: Y ahora

Italia no es fascista por voluntad de Dios, y la democracia italiana no siempre fue un ritual hipócrita. En los años posteriores a la infame guerra de Mussolini, gracias a la Resistencia, los italianos pudieron escribir una Constitución con muchas cosas interesantes, por ejemplo, en su Artículo 11, sostiene que Italia repudia la guerra.

¿Repudia la guerra? ¿En serio? ¿Y por qué hoy estamos ayudando a los rusos a masacrar civiles al proveer de armas a una resistencia que tiene la esvástica tatuada en el antebrazo?

Y la Constitución, que nunca se aplicó íntegramente, ahora está en peligro porque sus enemigos son mayoría. Son los empobrecidos por el capitalismo neoliberal y por las políticas financieras, son los que fueron bombardeados durante cuarenta años por la televisión berlusconiana, que ya no recuerdan que la Constitución proclama que somos todos iguales, independientemente de las diferencias de ingresos, raza y religión, y que la propiedad privada solo es legítima cuando no va en contra de los intereses de la mayoría.

Pero el pueblo italiano no siempre fue así de desmemoriado, tan agrio, tan triste, nervioso, enojado, y por lo tanto racista e incluso un poco zonzo. Hubo un tiempo en el que los patrones no podían livianamente echar del trabajo a los obreros que adherían a un sindicato, porque entre los trabajadores había solidaridad, y porque era fácil hacer amistad, no como hoy que nadie sonríe en la calle y estamos listos para destrozarnos, porque la precariedad ha transformado a los trabajadores en miserables competidores que tienen miedo de perder el trabajo, y entonces están dispuestos a trabajar doce horas como esclavos. ¡Una vida de mierda que ya no vale la pena vivirla!

Un pueblo de depresivos enojados que van a votar a quien les promete recuperar un honor perdido que jamás existió, y que les promete aumentar la cifra de africanos ahogados en el mar para que no vengan a desembarcar en nuestras sagradas costas, y que les promete guerra, y más guerra, y más guerra.

Y mientras tanto, hace calor, se muere de calor, y los ríos son hilos de agua, en tanto que el agua comienza a escasear, las naftas cuestan cinco veces más, el precio del gas aumenta por día, si uno se enferma no encuentras un médico porque la Salud fue privatizada, y si terminaste una carrera profesional el único trabajo que puedas conseguir no alcanza para pagar el alquiler. ¿Y sabes qué te digo?

Desertemos. Cerremos todo. Boicoteemos la guerra que destruye los recursos y obliga a reabrir las centrales que usan carbón, a la espera que alguno desencadene un ataque nuclear.

Ocupemos todas las escuelas, todas las facultades en todas las universidades. Hagamos como sugieren los jóvenes de End Fossil: ¡Ocupemos! ¡Occupy!

Creemos espacios de amistad, espacios para proyectar un futuro posible, donde el saber esté al servicio del bienestar colectivo, y no de la guerra.


[1] Texto del Himno a Roma, con música de Puccini. Obra de Fausto Salvatori, inspirado en el Carmen saeculare, de Horacio (Quinto Orazio Flacco), poeta Siglo Iº A.C.

[2] El Canto de los Italianos, conocido como Fratelli d’Italia o Himno de Mameli, fue escrito por el entonces estudiante y patriota Goffredo Mameli en 1847. En ese mismo año envió el texto a Torino para que fuera musicalizado por el maestro genovés Michele Novaro, a quien le gustó de inmediato. El Himno se estrenó públicamente el 10 de diciembre de 1847 en Génova, presentado a la población en la plaza del santuario de Nuestra Señora de Loreto, en el barrio de Oregina, durante la conmemoración de la revuelta del barrio genovés de Portoria, contra los ocupantes Augsburgo. En esa ocasión lo interpretó la Filarmónica Sestrese.

[3] La Batalla de Caporetto, conocida en Italia y en el exterior también como ‘derrota’ o ‘debacle de Caporetto’, fue un enfrentamiento librado en el frente italiano de la Primera Guerra Mundial, entre las fuerzas conjuntas de los ejércitos austro-húngaros y alemanes, contra el Regio Esercito italiano. El ataque condujo a la más grave derrota en la historia del Ejército italiano, el colapso de batallones enteros y al repliegue completo hasta el río Piave. La derrota produjo casi 300.000 prisioneros y 350.000 que fugaron, al punto que en italiano se usa el término Caporetto para describir una capitulación, una derrota o una debacle

[4] O Gorizia tu sei maledetta, es una canción antimilitarista y anarquista compuesta durante la Primera Guerra Mundial. Gorizia es una ciudad del Noreste italiano, en la frontera con Eslovenia

[5] ver Guerra Civil Española https://it.wikipedia.org/wiki/Guerra_civile_spagnola

[6] Frente al disgusto y quejas de algunos colaboradores importantes y militares (entre ellos Pietro Badoglio, Dino Grandi, Galeazzo Ciano y el general Enrico Caviglia) el Duce respondió: “Sólo necesito unos pocos miles de muertos para poder sentarme en la mesa de negociación”

[7] https://www.youtube.com/watch?v=4PLCjiekvYc

[8] https://it.wikiquote.org/wiki/Mediterraneo_%28film%29

[9] La última sesión del Gran Consejo del Fascismo, que condujo a la caída del régimen fascista, duró diez horas, desde las 17 horas del 24 de julio de 1943 hasta las 2 de la madrugada del 25 de julio, y terminó con la aprobación del orden del día propuesto por Dino Grandi, que instaba a devolver al rey el «mando efectivo» de las Fuerzas Armadas, dando a Víctor Manuel III el asidero constitucional para la destitución y detención de Mussolini. El acta oficial de esta histórica reunión no existe porque, por voluntad expresa de Mussolini, no se levantó acta de los discursos

[10] https://www.maremagnum.com/libri-antichi/salo-vita-e-morte-della-repubblica-sociale-italiana/163095594

Guerra y demencia senil // Franco Bifo Berardi

Aniquilar

Anéantir, el último libro de Houellebecq, es un volumen de setecientas páginas, pero la mitad sería suficiente. No es el mejor de sus libros, pero sí la representación más desesperada, resignada y colérica a la vez, del declive de la raza dominante.

 

Francia profunda. Una familia se reúne en torno al padre de ochenta años que sufrió un derrame cerebral. Coma interminable del anciano patriarca que trabajaba para los servicios secretos. El hijo, Paul, que también trabaja para los servicios secretos y también para el Ministerio de Finanzas, descubre que tiene un cáncer terminal. El otro hijo, Aurelien, hermano de Paul, se suicida, incapaz de afrontar una vida en la que siempre se ha sentido derrotado.

 

Queda la hija, Cecile, una católica fundamentalista esposa de un notario fascista que ha perdido su trabajo, pero encuentra otro en los círculos de la derecha lepenista.

 

La enfermedad terminal es el tema de esta novela mediocre: la agonía de la civilización occidental. No es un bello espectáculo, porque la mente blanca no se resigna a lo ineluctable. La reacción de los viejos blancos moribundos es trágica.

 

El escenario en el que se desarrolla esta agonía es la Francia actual, culturalmente devastada por cuarenta años de agresión liberal, un país fantasmal en el que la lucha política se desarrolla en el cuadrado mefístico del nacionalismo agresivo, el racismo blanco, el rencor islámico y el fundamentalismo económico.

 

Pero el escenario es también el mundo posglobal, amenazado por el delirio senil de la cultura dominante pero en decadencia: blanca, cristiana, imperialista.

 

 

Agonía guerra suicidio

 

En la frontera oriental de Europa: dos viejos blancos juegan un juego en el que ninguno puede retirarse.

 

El viejo blanco americano ha vuelto de la derrota más humillante y trágica. Peor que Saigón, Kabul permanece en la imaginación global como un signo del caos mental de la raza gobernante.

 

El viejo ruso blanco sabe que su poder se basa en una promesa nacionalista: se trata de vengar el honor violado de la Santa Madre Rusia.

El que se retira lo pierde todo.

 

Que Putin es nazi se sabe desde que terminó la guerra en Chechenia con el exterminio. Pero fue un nazi muy bien recibido por el presidente estadounidense, quien, mirándolo a los ojos, dijo que entendía que era sincero. También muy bien recibido por los bancos británicos que están llenos de rublos robados por los amigos de Putin tras el desmantelamiento de las estructuras públicas heredadas de la Unión Soviética. El jerarca ruso y el angloamericano fueron amigos muy queridos cuando se trataba de destruir la civilización social, el legado del movimiento obrero y comunista.

Pero la amistad entre los asesinos no dura. De hecho, ¿de qué habría servido la OTAN si realmente se hubiera establecido la paz? ¿Y cómo terminarían las inmensas ganancias de las empresas productoras de armas de destrucción masiva?

 

La ampliación de la OTAN sirvió para renovar una hostilidad a la que el capitalismo no podía renunciar.

 

No hay una explicación racional para la guerra de Ucrania, porque es la culminación de una crisis psicótica de cerebro blanco. ¿Cuál es la racionalidad de la expansión de la OTAN que arma a los nazis polacos, bálticos y ucranianos contra el nazismo ruso? A cambio, Biden obtiene el resultado más temido por los estrategas estadounidenses: empujó a Rusia y China a un abrazo que Nixon había logrado romper hace cincuenta años.

Por lo tanto, para orientarnos en la guerra inminente no necesitamos geopolítica, sino psicopatología: quizás necesitamos una geopolítica de la psicosis.

 

De hecho, está en juego el declive político, económico, demográfico y eventualmente psíquico de la civilización blanca, que no puede aceptar la perspectiva del agotamiento y prefiere la destrucción total, el suicidio, a la lenta extinción de la dominación blanca.

 

Occidente-Futuro-Declive

La guerra de Ucrania inaugura una carrera armamentista histérica, una consolidación de fronteras, un estado de violencia creciente: demostraciones de fuerzas que son en realidad un signo del caos senil en el que ha caído Occidente.

 

El 23 de febrero de 2022, cuando ya habían entrado las tropas rusas en el Donbass, Trump, expresidente y candidato a la próxima presidencia, considera a Putin un genio pacificador. Sugiere que Estados Unidos debería enviar un ejército similar a la frontera con México.

 

Tratemos de entender lo que significa el obsceno Trump. ¿Qué núcleo de verdad contiene su delirio? Lo que está en juego es el concepto mismo de Occidente.

Pero, ¿quién es Occidente?

 

Si damos una definición geográfica de la palabra «Oeste», entonces Rusia no forma parte de ella. Pero si pensamos en esa palabra como el núcleo antropológico e histórico, entonces Rusia es más occidental que cualquier otro Occidente.

 

Occidente es la tierra de la decadencia. Pero también es la tierra de la obsesión por el futuro. Y las dos cosas son una, ya que para los organismos sujetos a la segunda ley de la termodinámica, como lo son los cuerpos individuales y sociales, futuro significa decadencia.

 

Estamos, pues, unidos en el futurismo y la decadencia, es decir, en el delirio de la omnipotencia y la impotencia desesperada, los occidentales de Occidente y los occidentales de la inmensa patria rusa.

 

Trump tiene el mérito de decirlo claro: nuestros enemigos no son los rusos, sino los pueblos del hemisferio sur, a quienes hemos explotado durante siglos y ahora pretenden compartir con nosotros las riquezas del planeta, y quieren emigrar a nuestras tierras. El enemigo es la China que hemos humillado, el África que hemos saqueado. No la muy blanca Rusia que forma parte del Gran Occidente.

 

La lógica trumpista se basa en la supremacía de la raza blanca de la que Rusia es la avanzada extrema.

 

La lógica de Biden es la defensa del mundo libre que naturalmente sería el suyo, nacido de un genocidio, de la deportación de millones de esclavos, sistémicamente racista. Biden rompe el Gran Occidente en favor de un Occidente sin Rusia, destinado a desgarrarse a sí mismo y a involucrar a todo el planeta en su suicidio.

 

Tratemos de definir Occidente como la esfera de una raza dominante obsesionada con el futuro. El tiempo tiende hacia un impulso expansivo: crecimiento económico, acumulación, capitalismo. Precisamente esta obsesión por el futuro alimenta la máquina de la dominación: inversión del presente concreto (del placer, de la relajación muscular) en valor futuro abstracto.

 

Quizá podríamos decir, reformulando un poco los fundamentos del análisis marxista del valor, que el valor de cambio es precisamente esa acumulación del presente (lo concreto) en formas abstractas (como el dinero) que se pueden intercambiar mañana.

 

Esta fijación en el futuro no es en modo alguno una modalidad cognitiva humana natural: la mayoría de las culturas humanas se basan en una percepción cíclica del tiempo, o en la expansión insuperable del presente.

El futurismo es la transición hacia la plena autoconciencia, incluso estética, de las culturas en expansión. Pero los futurismos son diferentes y hasta cierto punto divergentes.

La obsesión por el futuro tiene distintas implicaciones en el ámbito teológico-utópico propio de la cultura rusa, y en el ámbito técnico-económico propio de la cultura euroamericana.

 

El Cosmismo de Fedorov, el Futurismo de Mayakovski, tienen un aliento escatológico del que carece el fanatismo tecnocrático de Marinetti, y sus seguidores americanos como Elon Musk. Quizá por eso le corresponde a Rusia acabar con la historia de Occidente, y ahora lo tenemos.

 

 

El nazismo está en todas partes

Pasado el umbral de la pandemia, el nuevo panorama es la guerra que opone el nazismo al nazismo. Gunther Anders había presagiado en sus escritos de la década de 1960 (Die Antiquiertheit des Menschen) que la carga nihilista del nazismo no se había agotado con la derrota de Hitler, y volvería al escenario mundial como resultado del poder técnico, que provoca un sentimiento de humillación de la voluntad humana, reducida a la impotencia.

 

Ahora vemos que el nazismo resurge como la forma psicopolítica del cuerpo demente de la raza blanca que reacciona airadamente a su implacable declive. El caos viral ha creado las condiciones para la formación de una infraestructura biopolítica global, pero también ha aterrorizado la percepción de la ingobernabilidad de la proliferación caótica de la materia que pierde el orden, se desintegra y muere.

 

La mente Occidental ha removido la muerte porque no es compatible con la obsesión del futuro. Remueve la senescencia porque no es compatible con la expansión. Pero ahora el envejecimiento (demográfico, cultural e incluso económico) de las culturas dominantes del norte del mundo se presenta como un espectro en el que la cultura blanca ni siquiera puede pensar, y mucho menos aceptar.

 

Así que aquí está el cerebro blanco (tanto el de Biden como el de Putin) entrando en una furiosa crisis de demencia senil. El más salvaje de todos, Donald Trump, cuenta una verdad que nadie quiere escuchar: Putin es nuestro mejor amigo. Ciertamente es un asesino racista, pero nosotros no lo somos menos.

Biden representa la ira impotente que sienten los ancianos cuando se dan cuenta del declive de las fuerzas físicas, la energía psíquica y la eficiencia mental. Ahora que el agotamiento está en una etapa avanzada, la extinción es la única perspectiva tranquilizadora.

 

¿Podrá la humanidad salvarse de la violencia exterminadora del cerebro demente de la civilización occidental, rusa, europea y americana, en agonía?

Sea como sea que evolucione la invasión de Ucrania, que pase a ser ocupación estable del territorio (improbable) o acabe con una retirada de las tropas rusas tras haber llevado a cabo la destrucción del aparato militar que los euro-americanos han proporcionado en Kiev (probable), el conflicto no puede resolverse con la derrota de uno u otro de los dos antiguos patriarcas. Ni uno ni otro pueden aceptar retirarse antes de haber ganado. Por tanto, esta invasión parece abrir una fase de guerra tendencialmente mundial (y potencialmente nuclear).

 

La pregunta que actualmente aparece sin respuesta se relaciona con el mundo no occidental, que durante algunos siglos ha sufrido la arrogancia, la violencia y la explotación de europeos, rusos y finalmente estadounidenses.

En la guerra suicida que Occidente ha librado contra el otro Occidente, las primeras víctimas son los que han sufrido el delirio de los dos Occidentes, los que no quieren ninguna guerra, sino que deben sufrir los efectos.

 

La guerra final contra la humanidad ha comenzado.

 

Lo único que podemos hacer es ignorarla, abandonarla, transformar colectivamente el miedo en pensamiento y resignarnos a lo inevitable, porque sólo así puede suceder lo impredecible, en los contratiempos: la paz, el placer, la vida.

Padres, hijas y hermanos de Italia. Notas sobre la autobiografía de Giorgia Meloni // Franco «Bifo» Berardi

Este libro me ha arruinado el verano. Quizás el verano ya estaba arruinado de por sí, entre el calor insoportable durante semanas, la angustia del aeropuerto de Kabul, el goteo de datos sobre la COVID19 que no cede, y descubrir que las dos dosis de AstraZeneca que deberían haberme dado una cierta tranquilidad no dan seguridad ninguna, y de hecho el Occidente rico se está proporcionando la tercera, la cuarta y la quinta dosis mientras en el Sur del mundo los vacunados son el 1 o el 2 por ciento. Pero este libro ha dado el golpe de gracia a mi verano porque mientras lo leía me daba cuenta de que en el futuro próximo del país hay, seguro como las lluvias de otoño (pero  ¿habrá lluvias este otoño?), una vuelta al fascismo.

 

Fascismo en realidad no es la palabra exacta. Se usa esta palabra para definir una tradición que proviene de la humillación por una victoria mutilada y de la truculencia de Benito Mussolini, de las cuadrillas que iban a pegar a los braceros en huelga, del asesinato de Matteotti y de miles de sindicalistas e intelectuales entre 1919 y 1945. Luego continúa  a través de la república social, el Movimiento social de Almirante, la Alianza Nacional de Gianfranco Fini, etcétera. El fascismo del siglo XX fue un fenómeno barroco, meridional, patronal y juvenil: violencia, espectáculo, victimismo y fiera agresividad de colonialistas a la conquista de tierras africanas. ¿Estamos todavía allí o algo ha cambiado radicalmente?

 

Intentamos comprenderlo leyendo este libro llamado Yo soy Giorgia.

 

Hace algunos meses tuve un altercado con Giorgia Meloni. Para ser exactos ella me obsequió con su atención en su perfil de Facebook. Pero esto es agua pasada. No había leído todavía este libro.

 

Lo he leído porque dentro de un par de meses sale la quinta edición de un librito que publiqué en 1993 con el título de Cómo se cuida al nazi, y antes de que salga me parecía urgente comprender cómo ha evolucionado el nazismo, del que en estos últimos treinta años no nos hemos ocupado en absoluto, hasta el punto que creo que será él el que se ocupará de nosotros.

 

El contexto ha cambiado de forma impresionante. El partido de Giorgia Meloni, que por costumbre  suelo llamar fascista, se prepara para tener un rol que tal vez sea protagonista, tras la presidencia de  Draghi, la experiencia más totalitaria que el país ha conocido nunca.

 

Draghi es un hombre que representa perfectamente el estilo de la Goldman Sach: cinismo criminal y aristocrático understatement. Cuando este hombre apareció en escena todos se arrodillaron ante el Moloch. Todos, a excepción de la autora de este libro y de su partido.

 

Los arrodillados aparecen ( y son) tan indignos, empezando por los patéticos grillini, dispuestos a casarse con Berlusconi y quizás también a vender a su propia madre con tal de no abandonar su sillón, que el único partido que ha rechazado participar en la orgía del poder será justamente el favorito y , como es justo, gobernará el país.

 

No gobernará por mucho tiempo, según mis previsiones, porque el caos devastará la vida social, las catástrofes se sucederán a un ritmo vertiginoso y el próximo gobierno de los Fratelli d’Italia y de los nazis salvinistas se verá rápidamente arrastrado.

 

Dos preguntas surgirán en la mente de mi lector: la primera es ¿por qué estás tan seguro de semejante perspectiva? Y la segunda ¿ por qué este fascismo no sería fascismo?

 

Responder a la primera nos permitirá responder a la segunda.

 

Y para hacerlo leo el libro de Giorgia.

 

Padres

 

Los primeros capítulos tienen un carácter autobiográfico, cuentan que una persona abandonada por su padre vive en una situación de ansiedad,  entre dificultades económicas y existenciales.

 

El padre, o más bien la ausencia del padre, domina la escena.

 

La percepción de un padre que ya no está, que se disuelve, es algo que no se logra comprender. Es quizás una herida más profunda que la de un padre muerto, porque en el primer caso cabe esperar que te mire desde el cielo, mientras que cuando se va estás obligada a enfrentarte a su fantasma.

 

No se podría describir mejor un aspecto esencial de la condición contemporánea: la aceleración digital y la violencia neoliberal han provocado una explosión del universo psíquico, una deflagración del inconsciente que ha roto las barreras de contención y ha lanzado alrededor todo el material inquietante, pavoroso, de ensueño, horrible y maravilloso. Es el tema del que habla Massimo Recalcati: la explosión del inconsciente y la disolución de la figura del padre están íntimamente conectadas , pero la propuesta recalcatiana de una restauración de la figura del padre es  simple e inconsciente. Giorgia Meloni consigue olvidar al padre y refunda el patriarcado partiendo de la fraternidad de las mujeres.

 

El padre de la pequeña Giorgia, ateo impenitente y libertario un poco machista, fue a La Gomera, como aspiran a ir muchos chupatintas italianos que sueñan con las Canarias como si fueran un encuentro de piratas de otro tiempo y no un centro de salud para pensionistas gagás. De hecho, el padre pirata ha abierto un restaurante donde cocinaba espagueti para septuagenarios alemanes con ciática.

 

El escenario en el que crece el movimiento neo reaccionario del que Meloni es en Italia la dirigente emergente ( mientras resbala cuesta abajo el avieso Salvini, patético y poco creíble con su rosario entre los dedos), es la disgregación de la familia, efecto de la presión sumada a la precariedad, el estrés por la sobrecarga de trabajo y la supremacía libertaria exaltada por el neoliberalismo e inflado de basura publicitaria y televisiva. Soledad, nerviosismo agresivo, miseria sexual, impotencia – este es el caldo de cultivo en el que crece el movimiento neo reaccionario que,  a falta de algo mejor ( es decir, de peor), debemos llamar fascismo.

 

Una tarde la pequeña Giorgia, con su hermana Arianna, abandonadas por el padre y con su pobre madre en busca de medios para llegar a final de mes, encendieron una vela y se alejaron.

 

En poco tiempo el incendio había consumido todo el piso y nosotras escapamos con un bolso en el que habíamos metido el pijama, dos pares de pantalones y una camiseta. Nos encontramos, de golpe, en la calle sin un techo. Mi madre tuvo que empezar literalmente de cero. Una tarea de locos. Alguna vez vuelvo a pensar en eso y en broma me digo que quizás por eso he encontrado el valor, muchos años después, para refundar una casa política cuando la nuestra había desaparecido entre las brasas.

 

A los catorce años fue expulsada del campo de voleibol porque un acosador de la escuela le dijo “lárgate gorda”. Y entonces corre el riesgo de perderse entre las ciento mil páginas pro anorexia de

internet. Pero no cae, se salva, porque encuentra el camino de la sede más cercana del Fronte della Gioventú.

 

El ambiente en el que Giorgia, con quince años, entra podría ser  el de un centro social, al menos desde el punto de vista de la motivación y de las dinámicas psicológicas. Es el tema de la comunidad la que surge en estas páginas con toda su ambigüedad.

 

En una de aquellas reuniones en las que participé me llamó la atención un chico que, al final preguntó: ¿alguien necesita que le acompañen a casa? Comprendí que en aquel ambiente cada uno era responsable de los demás, todos se ocupaban de todos. Todos eran familia de todos.

 

Se nos pintaba como los malos, los violentos y sin embargo, el Fronte della Gioventú era acogedor. No había ninguna forma de exclusión para nadie y, las personas que en otro contexto no habrían tenido la mínima posibilidad real de socializar, en aquel ambiente podían también encontrarse como en casa. Por esto, desde siempre, en cada sección que se digne, había también un loco. O quizás, para ser sinceros, todos teníamos alguna rareza. Hace poco, pensando en ello, me he dado cuenta de que muchos de aquellos que abrazábamos la militancia política llegaban de situaciones familiares particulares: muchos tenían padres separados o quizás vivían en un contexto problemático. Los chicos más comprometidos desde el punto de vista político buscaban referentes, una dimensión  propia, querían pertenecer a algo.

 

También  a aquellos que frecuentan un centro social o se adhieren a un movimiento anarquista o comunista les mueve (entre otras cosas) un deseo de comunidad. El problema es que la palabra comunidad es ambigua.  Existe una comunidad de pertenencia, como a la que se adhiere Giorgia, en la que encuentra su identidad, el origen del que provenimos: el ser. Y hay una comunidad deseosa, o nómada, en la que lo que cuenta no es dónde venimos sino a dónde nos dirigimos, o dónde nos gustaría ir. En esta comunidad lo que cuenta no es lo que somos sino en lo que nos convertimos.

 

La palabra clave es aquí identidad. Pero, lo que significa esa palabra nadie lo sabe.  Es verdad que no lo sabe Meloni y no lo sé tampoco yo, por la simple razón de que esa palabra no significa nada: es solo un calco, el revés de la diferencia. Es, si se me permite, la diferencia mal entendida, la diferencia fijada, la diferencia enferma de miedo y de agresividad.

 

La diferencia se transforma en identidad cuando se hace agresiva, cuando pretende establecer sus fronteras y su intangibilidad, cuando se protege contra la contaminación, cuando agrede a un enemigo porque la guerra es solo el modo de soldar en el tiempo la identidad y para expandir su espacio.

 

En la diferencia no hay competición sino coevolución. Para convertirse en identidad, la diferencia debe competir, y vencer.

 

Tengo miedo, a menudo me siento inadecuada, tengo miedo que los demás non me consideren a la altura. Pero este miedo es mi fuerza, porque es la razón por la que no he dejado nunca de estudiar y de aprender, es la razón por la que siento que siempre debo demostrar cien, aunque en un tema parta de cero. Es la razón por la que soy tan minuciosa, tan terca, tan dispuesta al sacrificio. Que esté siempre compitiendo con los hombres y no con las mujeres, que haya buscado la aprobación y la amistad, la estima de mis compañeros de militancia y hoy de  partido, de todos los hombres que respeto, es fruto de esa herida.

 

Si hoy soy así es también gracias a mi padre, en lo bueno y en lo malo.

 

Cuando murió, hace algunos años, el hecho me dejó indiferente. Lo escribo con dolor. Comprendí entonces cómo era de profundo el agujero negro en el que había enterrado el dolor de no haber sido amada lo suficiente.

 

Ya no somos capaces de amar lo suficiente porque tenemos demasiadas cosas que hacer, demasiados estímulos excitantes que nos arrastran de una parte a otra. La soledad que deriva provoca depresión y el modo de escapar de la depresión es la agresión. Esto lo sabemos ya ¿no es verdad? El fascismo del siglo XX fue un ritual de masa, macabro y violento, con el fin de disipar la depresión de los italianos humillados por la victoria mutilada de Versalles, y de los alemanes arrojados a un abismo de miseria y resentimiento.

 

Esta es siempre la raíz más profunda de la violencia fascista: exteriorizar la depresión que aprieta dentro, que se acerca al alma, que te arrastra en una madriguera oscura. Volcar esa depresión agrediendo un enemigo; construirlo y después masacrarlo. El linchamiento, el asalto, la tortura, la violación, estas formas expresivas del fascismo de siempre son rituales para exorcizar la depresión. Funcionan, por desgracia, al menos un poco. Luego acaba trágicamente, como ya sabemos. Pero para esto tenemos que esperar un poco.

 

Ahora tenemos que esperar a que el partido de Giorgia Meloni atraiga el descontento, la desesperación, la depresión, la rabia de una generación que ha crecido en el ruido blanco de la aceleración, que ha sufrido más que nadie las consecuencias de la pandemia, y que saldrá todavía más precaria del gran Renacimiento financiero gestionado por el piloto automático de Draghi, visto que los amos de la economía están ya usando la crisis sanitaria como ocasión para despedir a quien tiene un trabajo fijo  y sustituirlos por esclavos dotados de móvil a tiempo determinadísimo.

 

La única que ha tenido el valor de decir que no al piloto automático  ha sido Giorgia. Es completamente previsible que esta elección se vea premiada por los electores. Además, el mensaje de Giorgia es más bien convincente, si se compara con el mensaje proveniente de cualquier otro que se presente a las próximas elecciones. Porque Giorgia es una mujer, una madre sola, una persona con  sufrimiento psíquico y ,sobre todo, porque encarna su condición femenina con una dignidad y un orgullo de la que otras mujeres de la política carecen completamente.

 

Hijas

 

He sido elegida. En la izquierda hablan mucho de la igualdad de las mujeres pero en el fondo piensan que la presencia femenina debe ser en cualquier caso una concesión masculina. Lo ha explicado Matteo Renzi  diciendo,cuando ha abandonado su nuevo partido,que habría sido el partido  más feminista de la historia italiana porque él había elegido poner  a la cabeza a Teresa Bellanova y como presidenta de la Cámara a Elena Boschi. Aquí las cosas no funcionan así. Seas mujer u hombre, donde estás debes llegar por capacidad y no por cupo. Y si las mujeres llegan, cuando llegan, no es por concesión de un hombre.

 

Giorgia es una mujer, pero le gusta competir con los hombres como si fuera un hombre. Y gana.

 

Quizás es como reacción a este complejo de inferioridad, que lleva a muchas mujeres  a competir entre ellas, que yo me divierto más,  compitiendo con los hombres.

 

Feminismo y competición: un oxímoron que funciona. ¿Qué mensaje puede ser más convincente para el electorado femenino, desde el momento que la ideología dominante ha puesto la competición en el centro y la hipócrita adulación de las mujeres es uno de los motivos recurrentes de la publicidad comercial y de la propaganda liberal?

Giorgia es una mujer que, única en la historia italiana, ha fundado un partido, y ese partido se llama “FRATELLI  d’Italia”. En vez de lloriquear por la cuota rosa, ha tomado el mando de la nave que se iba a pique y ahora parece que navega viento en popa.

 

El bagaje psicocultural de la  extensa crisis psicótica  es la disgregación de la figura paterna, y el sentimiento de desorientación que provoca en las hijas ( y en los hijos, naturalmente). Pero son las hijas las que saben reaccionar a esta situación, gracias a la fuerza que les ha dado el feminismo. Solo las mujeres han salido de la tormenta psico patógena del neoliberalismo con un sentimiento de solidaridad, si no intacto, al menos reconocible.

 

Giorgia recoge esa herencia y la vuelve masculina, para vencer.

 

también en los retos imposibles competimos para vencer.

 

En la página 164-5, Giorgia Meloni reconstruye la historia política de la última década en términos que a mí me parecen irrefutables. Parte del 2011, cuando le parece que se ha perpetrado un golpe de Estado impuesto por el poder financiero europeo.

 

Prescindiendo del juicio que podamos hacer sobre el gobierno de Berlusconi ( que me parece una orgía de vulgaridad, privatización e incompetencia), no hay duda que la sucesión de eventos que llevan  a su dimisión ( desde el aumento del spread pilotado por las finanzas alemanas al dictado financiero del pacto fiscal europeo) violó completamente las reglas de la democracia: Napolitano, un hombre siempre al servicio del poder, fascista primero, estalinista luego y al final liberal, impuso la voluntad de las finanzas norte europeas amenazando con una catástrofe económica.

 

También la desastrosa experiencia libia que llevó a la bárbara eliminación  del Gadafi aliado de Berlusconi se debió a  la imposición francesa y americana. Después vino el gobierno Monti, saludado como salvador de la patria, e impuso el pacto fiscal, la brutal ley Fornero y una línea de austeridad que nos ha llevado, entre otras cosas, a la debacle sanitaria del 2020.

 

Pero la experiencia Monti no bastó y al inicio del segundo año de pandemia la política italiana ha parido el segundo gobierno financista pilotado por el autómata Draghi. Pero si, como es más que probable, el autómata se verá arrastrado por el caos ( caos viral, caos social, caos geopolítico) entonces, podéis apostar: Giorgia es la más preparada para pasar a hacer caja. ¿Quién si no?

 

¿Los patéticos incapaces chaqueteros grillinos, que habían prometido destrozos y se han cagado encima y hacen de felpudo al piloto automático?

 

¿Los dem, que son los principales responsables de la devastación liberal  y de la privatización de todo?

Ensanchemos la visual: los pueblos europeos se encontrarán pronto teniendo que rendir cuentas con la derrota de Occidente que se precipita tras Kabul. La ola migratoria crecerá a las puertas de Europa. Turquía y Grecia han sido las primeras en erigir  precipitadamente un muro para contener la marea, pero la marea cerca los muros y los abate.

 

Europa, centro de irradiación de la devastación colonialista, no tiene el valor de reconocer las responsabilidades del colonialismo en la miseria gigantesca del mundo que es la causa de la migración. No tiene el valor de reconocer la responsabilidad del capitalismo industrial, que es la causa principal de la contaminación y del cambio climático, causa última de la emigración. Ni la Unión Europea tendrá el valor de reconocer la responsabilidad de la ONU en la catástrofe afgana que provocará una nueva ola migratoria. Cerrar las puertas de la fortaleza, financiar un archipiélago de campos de concentración en los países limítrofes, ahogar a los que intentan navegar más allá del mar de Sicilia: Esto es Europa, estos son los europeos.

 

Es completamente natural que los movimientos neo racistas ganen espacio en todos los países europeos. Son ellos la mejor expresión de la violencia, de la arrogancia, de la irresponsabilidad de la raza depredadora.

 

Giorgia respecto a esto tiene las ideas claras:

 

Teníamos una idea clara de Europa que todavía defendemos y nos gustaría construir hoy: una unión de pueblos libres europeos, fundada en la identidad, un modelo muy diferente del de la actual Europa, una identidad indefinida en manos de oscuros burócratas que querrían prescindir de las diferentes identidades nacionales o incluso borrarlas. […] Europa era un gigante de la historia  y debía recuperar su lugar.

 

¿Qué significa que Europa es un gigante de la historia, a parte de la retórica? Quiere decir que  Europa ha puesto en movimiento el proceso de colonización que desde hace cinco siglos devasta, depreda, humilla, destruye.

 

En una artículo titulado “Toward a new global realignment”, publicado en 2016 en The National Interest,Brzezinski escribía:

 

Tendremos que estar especialmente atentos a las masas del mundo no occidental. Memorias reprimidas durante mucho tiempo alimentan un despertar revitalizado por los extremismos islámicos. Pero lo que pasa en el mundo islámico  podría ser el inicio de un fenómeno mucho más vasto en África, Asia y también en los pueblos precoloniales del hemisferio occidental. Masacres periódicas a sus antepasados por los colonizadores de Europa occidental han provocado en los últimos años dos o tres siglos de exterminio de los pueblos colonizados a una escala semejante a los crímenes nazis de la segunda guerra mundial, provocando millones de víctimas.

 

Justamente  Meloni afirma que la demonización del nazifascismo como excepción en la historia

bien educada de la modernidad se funda en una mentira y en una ilusión.

 

En el relato en boga en la posguerra es como si  de pronto el racismo se hubiera abatido sobre la sociedad con la camisas pardas hitlerianas… luego derrotadas por los buenos que hicieron la guerra contra los malos para combatir racismo y totalitarismo.   Es como si el racismo no hubiera existido antes ni en otros lugares […] como si la cultura occidental, no queriendo ser racista, hubiera intentado no haberlo sido jamás, cargando solo sobre la experiencia nazi el peso de esta tremenda herencia.

 

Hermanos

 

La violencia no es exclusiva de los fascistas, pero es la norma en el colonialismo, es decir, la norma del capitalismo en su proyección mundial.

 

El colonialismo, sin embargo, es el punto ciego del discurso de Giorgia. Europa no es un gigante de la historia sino el punto de irradiación de la violencia y de la explotación colonial. Pensar que los innumerables crímenes de este gigante del mal puedan olvidarse o perdonarse es una ilusión peligrosa.

 

 

Los europeos en su  inmensa mayoría se limitan a no querer saberlo. Pero todos los demás lo saben, y ahora rinden cuentas. Y la primera cuenta a pagar es una ola migratoria gigantesca e incontenible. La derrota afgana señala el inicio de la caída de Occidente pero, por desgracia, esta caída no será pacífica.

 

Los europeos se están preparando para el choque erigiendo muros, ahogando a la gente que querría alcanzar las costas sicilianas, creando campos de  concentración alrededor del Mediterráneo, financiando verdugos libios, turcos y pronto afganos o pakistaníes para que detengan, torturen y esclavicen a quien intente alcanzar Europa.

 

En un texto reciente, Achille Mbembe escribe:

 

En nuestro tiempo está claro que el ultra nacionalismo y las ideologías de supremacía racial están viviendo un resurgimiento global. Esta renovación viene acompañada del ascenso de una extrema derecha dura, xenófoba y abiertamente racista que está en el poder en muchas instituciones democráticas occidentales […]. La idea de una semejanza humana esencial ha sido sustituida por la noción de diferencia, tomada como anatema, prohibición […]. Conceptos como el humano, la raza humana, el género humano o la humanidad no significan nada, aunque las pandemias contemporáneas y las consecuencias de la combustión en curso del planeta continúan dándoles peso y significado.

 

La fuerza del nacionalismo hoy está en la desesperación de los pueblos europeos envejecidos, estériles y deprimidos. Giorgia está destinada a vencer porque organiza la desesperación de un pueblo que ya no tiene hijos.

 

El descenso de la natalidad es el problema más grande que se encuentra Occidente y debe afrontarlo. El descenso de la natalidad pone en un atolladero no solo nuestra estabilidad social, sino también la económica. Para mantener nuestro sistema del estado de bienestar necesita relevo. Nuestras comunidades continúan envejeciendo, tendremos que mantener cada vez más personas y cada vez menos personas que trabajen para mantenerlas. Volver a tener hijos es indispensable.

 

No sé si es indispensable pero sé que es imposible. No solo porque la fertilidad occidental ha caído y sigue cayendo, quizás por efecto de los microplásticos (mira al respecto el libro de Shanna H. Swan Count Down). Sino también porque las mujeres no quieren tener hijos para entregarlos al fuego que devora al mundo, aunque los gobiernos prometan dinero para quien ofrece su vientre a la patria.  Las mujeres europeas, y también las mujeres chinas, no parecen muy sensibles al reclamo de la patria.

 

La demografía es implacable e ingobernable, y la raza blanca está predestinada a la extinción, aunque Giorgia Meloni no quiera saberlo.

 

[…] la sociedad necesita hijos. El pueblo italiano está desapareciendo.  […] no comparto la idea que sostiene la izquierda de que se puede prescindir de los italianos reemplazándolos por quien  ha llegado hace poco de otra parte del mundo..

 

No es fácil comprender por qué Giorgia no comparte esta idea que me parece la única razonable. El problema es que, contrariamente a lo que ella dice, ni siquiera la izquierda tiene el valor de decir claramente, que solo el flujo de masas de africanos y asiáticos podría revitalizar las sociedades europeas que están, en diversa medida, moribundas. Ni la izquierda tiene le valor de legislar  en consecuencia, como hemos visto con el incalificable comportamiento de los últimos gobiernos de centro izquierda ( en el sentido que no habrá nunca más, si dios quiere) sobre la cuestión de la ciudadanía de los italianos que tienen la piel de color oscuro.

 

Entonces  yo prefiero hablar con Giorgia, más que con individuos como Renzo Minniti y Serracchini. A estos despreciables racistas por cobardía prefiero la racista por tozudez.

 

Por qué, querida Giorgia, no aceptar la idea de que el declive de Occidente es irreversible, y que Europa podría sobrevivir solo si renunciara a la primacía y devolviera lo que ha quitado?

 

Quizás porque, como dices en tu libro:

 

El Capricornio que hay en mí necesita que las cosas sean toas en su sitio, siempre he pensado que es mejor dar forma al espacio que obligar a mi mente a sufrir el desorden.

 

Extraordinaria confesión, querida Giorgia. Confesión más esclarecedora, creo, que todo lo que tus editores han llegado a comprender. Les tengo mucho respeto a los capricornios, ya que lo eran Mao Tze-tung y Jesús. Pero incluso si te encontraras en tal compañía no lograrías comprender que, quien prefiere dar forma al espacio antes que acoger el desorden porque genera nuevas formas, está destinado a provocar enormes violencias, y al final a ser engullido, porque el caos no se derrota con la guerra, sino que de la guerra se alimenta.

 

Y llegamos finalmente a la cuestión final, que tiene que ver con el propio orden y el caos, la identidad y la diferencia indefinible, el ser y el devenir.

 

De Italia

 

Querida Giorgia, yo creo sinceramente que vencerás las próximas elecciones en Italia, y que en el fondo te lo mereces, ya que tus adversarios son indecentes o carentes de toda dignidad. Mientras que a tí no se te puede negar el orgullo y la coherencia.

 

Vencerás, pero no gobernarás por mucho tiempo. Porque los movimientos neo reccionarios agreden el caos multiplicándolo.

 

Vencerás, y será el inicio de la precipitación final en la violencia, en el  desorden, en la miseria. Es inevitable, porque crees que lo importante es defender lo que somos, mientras ( perdona si te lo digo un poco sintéticamente) lo importante es aceptar en lo que nos convertimos.

 

La palabra soy se repite en tu libro como un mantra obsesivo.

 

Como italianos nos reconocemos íntimamente y desde siempre como europeos y occidentales. Porque el reconocimiento de formar parte de un mito común que ahonda en las raíces clásicas y cristianas abraza a los pueblos de Europa, pero su esfera de influencia se extiende más allá del viejo continente.

 

Para mí decir “soy” significa pertenecer al mismo tiempo a todo esto; y reconocer todas aquellos círculos no quiere decir  subordinarse uno a otro sino descubrir su intrínseca sinfonía. Y el crescendo, inexorable cabalgata.

 

Sono Giorgia Meloni es el título de este libro.

 

Pero no es verdad, querida, tú no “eres” Giorgia Meloni. Tú “te llamas” Giorgia Meloni, como yo me llamo Franco Berardi, y esto no dice mucho sobre mi ser o sobre mi destino. Y sobre todo no dice nada sobre mis elecciones, sobre mi porvenir o sobre mi muerte.

 

 

“Soy cristiana”, afirmas con el orgullo de los cruzados que generalmente, sin embargo, acababan derrotados,  burlados y rechazados. ¿ Y qué crees que has dicho? ¿Que eres cristiana? Afirmas que no entiendes a Francisco  aunque, disciplinada, te abstienes de maltratar al Papa. Necesariamente no lo puedes entender, porque Francisco( que yo ateo no pretendo entender en modo exhaustivo) ha dicho que no es tarea de los cristianos convertir, obligar a los otros a la verdad. La tarea de los cristianos es cuidar, abrazar, compartir con quien sufre la búsqueda perenne de una verdad que no existe. Esta búsqueda es lo que los cristianos llaman verdad.

 

“Soy italiana”. Afirmas en tono patético, cantando el himno del pobre veinteañero Mameli a quien se le debería ahorrar el ridículo  del que lo cubres.

 

Pero no es verdad, querida Giorgia, déjame decírtelo. Eres romana, eso sí, y por eso arrogante y quizás simpática ( pero rara vez). ¿Qué quiere decir que eres italiana, me lo explicas? Porque en tu libro no me lo has explicado.

 

Has dicho muchas veces tonterías sobre el valor y sobre la bandera pero no has dicho nada sobre Caporetto, sobre la colonización violenta del Sur y su expolio, nada sobre Bronte. No has dicho nadas sobre el 10 de junio de 1940, cuando Mussolini decidió entrar en guerra al lado del aliado nazi para derrotar a Francia que ya estaba ocupada por los alemanes. No has dicho nada de Grecia a la que había que hacer pedazos y que sin embargo nos hizo pedazos. No has dicho nada sobre las armas químicas en la guerra de Etiopía. Nada sobre el 8 de diciembre. Nada sobre las bombas en el Banco Agrícola de Milán el 12 de diciembre de 1969. Nada sobre los campos de tomates en los que ellos africanos mueren de calor después de trabajar 12 horas al sol para los cerdos que te votan.

 

Esto es Italia.

 

Luego está la Italia de Valle Giulia y del otoño obrero de 1969, la Italia de Emilio Lussu y de Sandro Pertini, de los muertos de Reggio Emilia y de los trenes de Reggio Calabria, la Italia de Vittorio Strada y la Italia de Carola Rackete, que es alemana pero es también italiana.

 

Yo no digo que esta segunda “es” Italia, porque Italia no es nada, es un millón de cosas diferentes pero sobre todo deviene en el tiempo.

 

Esto quiere decir que la palabra Italia no significa nada. Los que  la usan tan a menudo y de forma tan retórica, como tú haces generalmente, mandan a la gente a que los masacren.  La alianza con los imperios centrales para

 

“Con las mujeres sobre lechos de lana, vendedores de nuestra carne humana, esta guerra nos enseña a odiar” como cantaban los que la Italia che a ti te gusta mandó a morir en el maldito frente porque los generales habían traicionado para ponerse del lado de los probables vencedores, y  al final los vencedores anglo-franceses los trataron come merecían : como traidores de mierda.

 

Aquí debería ser posible responder a las dos preguntas que había planteado al principio de esta triste  reseña.

 

¿Por qué no podemos llamar simplemente fascistas a los Fratelli d’Italia?

 

¿Por qué todo se precipitaría rápidamente y catastróficamente cuando manden en el  gobierno?

 

No podemos llamarlos fascistas porque el fascismo del siglo XX fue una expresión de un pueblo joven y entusiasta que creía que podía conquistar el mundo, o por lo menos África. Lo de hoy es una expresión de un pueblo sesentón y deprimido, que teme ser invadido por las víctimas del colonialismo de ayer y de hoy.

 

Y las cosas se precipitarán catastróficamente porque el piloto automático de Draghi está drenando los pocos recursos que han quedado tras veinte años de neoliberalismo y austeridad, para entregárselos  a la Confindustria y al sistema financiero. Cuando haya arruinado Italia como ya ha arruinado Grecia os dejará el puesto a vosotros y entonces la retórica patriótica no servirá de mucho. Porque, como decís vosotros en Roma, las charlas, querida Giorgia, están en punto muerto.

                                                                                             

                                                                                              24 de agosto 2021

 

 

 

                                                                           

(Traducción de Lola G. Granados)

¡Viva la revuelta anti-fina(n)zista de lxs colombianxs! Pero esto no tiene mucho que ver con la revolución molecular // Franco «Bifo» Berardi

Colombia se subleva contra una reforma tributaria que pretende -una vez más- hacer pagar a los trabajadores el peso de la deuda. Desde hace cuatro décadas de agresión financiera, desencadenada por la desregulación neoliberal en Colombia como en todas partes, la catástrofe sanitaria ha provocado una precipitación de las condiciones de vida, y como en todas partes promete producir una ola masiva de despidos. 
Tras una semana de manifestaciones populares, de enfrentamientos y de represión violenta (24 personas fueron asesinadas en Cali y en otras ciudades), el presidente Duque debió dar marcha atrás y renunciar a la reforma.
En el inicio de la pandemia, cuando las estructuras sanitarias debilitadas por la ola de privatización del sistema sanitario comenzaron a verse sumergidas, las personas razonables pensaban que los gobiernos habrían de abandonar las políticas neoliberales.
Nada de ello ocurrió.
Durante el año pandémico, las desigualdades aumentaron enormemente, los beneficios financieros alcanzaron niveles inéditos.
Cuanto más sufre y se empobrece la sociedad, más multiplican su fortuna los ricos.
Este es el contexto en el cual lxs colombianxs se sublevaron contra la alianza entre globalidad del poder financiero y violencia nacionalista, racista y policial.
La oposición entre globalismo capitalista y soberanismo nacionalista no es más que un espejismo.
Desde el comienzo de la contrarrevolución tatcheriana, el principio nazi de la selección natural se ha vuelto un dogma oficial: se puede hablar entonces de fina(n)zismo.
Por enésima vez podemos ver esta alianza nazi-liberal en Colombia: un nazi declarado, que se llama Alexis Lopez ha suministrado una justificación supuestamente filosófica a la represión brutal de las manifestaciones populares. Este pobre diablo, que tiene una formación en entomología y que ha trabajado como instructor de la policía colombiana, escribió en alguna parte que los marxistas lanzaron una nueva táctica de combate, inventada por un filósofo francés llamado Félix Guattari. Esta nueva táctica se llama “revolución molecular”.
Inmediatamente después Álvaro Uribe, ex-presidente de Colombia, expresión de la derecha militar y neoliberal, retomó la sugerencia del nazi, declarando que la tarea del gobierno es fortalecer a las fuerzas armadas (que ya han matado a 24 manifestantes) para resistir a la revolución molecular disipada.
¿Qué sería la revolución molecular disipada (inventada por este malvado filósofo francés)? Evidentemente sería una táctica de guerra para alterar el orden democrático.
¿Hay que explicar entonces a Lopez y a Uribe un poco de filosofía guattariana? Y bien, sí.
La revolución molecular no tiene absolutamente nada que ver con una táctica de combate. Esto no quiere decir que Félix Guattari estuviera desinteresado del combate y la táctica, pero el concepto de revolución molecular se refiere justamente a lo contrario de la táctica. Cuando se habla de revolución molecular, se habla, de hecho, de un proceso que no puede estar dirigido ni programado, ya que no es un efecto de la voluntad racional, sino justamente una expresión del Inconsciente, del deseo que no tiene nada que ver con las formas políticas establecidas ni con la astucia de algún marxista oculto en algún sitio en el bosque.
Muy por el contrario, la revolución molecular es un borbotón del inconsciente social que puede ascender cuando la voluntad organizada de la política pierde su poder, cuando el deseo irrumpe en el dominio del orden represivo.

Respiración Umbral: virus y literatura // Conferencia virtual con Franco ‘Bifo’ Berardi

El extraño silencio antes de la tormenta. Crónica de la psicodeflación #4 // Franco «Bifo» Berardi

El extraño silencio antes de la tormenta

4 de abril

Lucia encontró una foto en blanco y negro y me la mando por teléfono.

En la foto, veo una mujer joven y hermosa, vestida como lo hacían en los años treinta durante un día festivo. Hay una niña con ella. En el fondo un edificio que reconozco fácilmente. La mujer y la niña entran por Vía Ugo Bassi y en la parte inferior se encuentra el frontón triangular del edificio que separa el Pratello de San Felice. La joven mira hacia adelante, con una mirada ligeramente ausente, y la niña, que se aferra a su mano, parece exigir atención, pero la mujer no la mira, no se vuelve hacia ella, mira hacia adelante, hacia otro lado.

Esa mujer es mi madre, y la niña es su prima María.

Inmediatamente me pregunté quién tomó esa foto, quién sostiene la cámara. Es Marcello, estoy seguro, su novio Marcello. Mi abuelo Ernesto permitió que Dora se fuera de con él, pero solo si estaba acompañada por alguien, un hermano o una niña. Dora parece molesta, un poco arrogante, quizás fastidiada por la presencia no deseada de su prima. No se da vuelta para mirarla, mira hacia él, hacia el fotógrafo que capturó ese instante. Mira hacia el futuro, hacia ese futuro que imagina, en ese día festivo de primavera a fines de los años treinta, cuando mi madre tenía poco más de veinte años, y la tragedia parecía estar muy lejos. Luego vino la tragedia de la guerra que devastó la vida y trastornó el futuro que esperaba.



6 de abril

A Grim Calculus

El título de The Economist de esta semana lo dice todo. Grim significa sombrío, desalentador, oscuro e incluso feroz. Un triste cálculo que nos vemos obligados a hacer.

Es fácil de entender de qué cálculo está hablando la revista que durante un siglo y medio ha estado representando al pensamiento económico liberal. Cuánto nos costará la pandemia del coronavirus en términos económicos y qué tipo de razonamiento nos vemos obligados a hacer, teniendo que elegir entre dos decisiones alternativas: cerrar todo y bloquear casi por completo la producción, la distribución, es decir toda la máquina de la economía, o aceptar la posibilidad de una hecatombe. 

Leí en la revista: “El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, ha declarado que «no debemos ponerle precio a la vida humana». Es una declaración, un llamado a la acción y a la unión por parte un hombre valiente cuyo estado está abrumado. Sin embargo, dejando de lado las compensaciones, Cuomo está abogando por una opción que no considera las consecuencias que traerá a toda la comunidad. Suena despiadado, pero ponerle precio a la vida, o al menos buscar alguna forma de pensar sistemáticamente, es precisamente lo que los líderes necesitarán si quieren encontrar una salida durante los terribles meses que van venir. Al igual que en las unidades de terapia intensiva, algunas renuncias y algunos compromisos son inevitables (…) Por el momento, el esfuerzo para combatir el virus parece estar destinado a consumir todos nuestros recursos (…) Pero en una guerra o durante una pandemia, los líderes no pueden escapar al hecho de que cada curso de acción impondrá enormes costos sociales y económicos. 

Para el verano, las economías habrán sufrido caídas de dos dígitos en el PBI trimestral. Las personas habrán soportado meses de aislamiento, perjudicando tanto la cohesión social como su salud mental. El cierre y el confinamiento de un año costarían a Estados Unidos y a la Zona Euro un tercio, más o menos, del PBI. Los mercados caerían y las inversiones se retrasarían. La capacidad de la economía se marchitaría a medida que la innovación se estancara y las habilidades decayeran. Finalmente, incluso si muchas personas mueren, el costo del distanciamiento podría superar los beneficios. Ese es un lado de las compensaciones que nadie está dispuesto a admitir todavía”

 

Todo muy claro: The Economist nos pone frente a un razonamiento que puede parecer brutal, pero que es simplemente realista. Un titular de la revista dice «Hard-headed is not hard-hearted». Tener una cabeza brillante no significa tener un corazón de piedra.

¿Cómo negarlo? Gracias a la decisión de detener el flujo de la actividad social y el ciclo de la economía, los líderes políticos ciertamente han salvado millones de vidas en los próximos tres, seis, doce meses. Pero, observa The Economist, con una consistencia intransigente, que esto nos costará un número mucho mayor de vidas en el tiempo que viene. Estamos evitando el desastre que el virus podría significar, pero ¿qué escenarios preparamos para los próximos años, a escala mundial, en términos de desempleo, ruptura de las cadenas de producción y distribución, en términos de deuda y quiebras, de empobrecimiento y desesperación?

Frenemos un momento.

El editorial de The Economist es razonable, coherente, irrefutable. Pero lo es solo dentro de un contexto de criterios y prioridades que corresponde a la forma económica que hemos llamado capitalismo. Una forma económica que hace que la asignación de recursos, la distribución de bienes dependa de la participación en la acumulación de capital. En otras palabras, hace que la posibilidad concreta de acceder a bienes útiles dependa de la posesión de valores monetarios abstractos.

Este modelo que hizo posible movilizar enormes recursos para la construcción de la sociedad moderna ahora se ha convertido en una trampa lógica y práctica de la que no pudimos encontrar una salida. Pero ahora la salida se ha impuesto, automáticamente, con violencia, desafortunadamente. No es la violencia de las revoluciones políticas, sino la violencia de un virus. No es la decisión consciente de las fuerzas dotadas de voluntad humana, sino la inserción de un corpúsculo heterogéneo, como la avispa en relación a la orquídea, un corpúsculo que comenzó a proliferar hasta que el organismo colectivo fue incapaz de comprender y desear, incapaz de producir, incapaz de continuar.

Esto detuvo la reproducción, absorbió enormes sumas de dinero que no han servido para mucho. Hemos dejado de consumir y producir, y ahora estamos aquí, mirando el cielo azul desde la ventana y nos preguntamos cómo terminará todo esto. Mal, pésimo, dice The Economist, para quien la interrupción del ciclo de crecimiento y acumulación parece ser un evento catastrófico que pagaremos con hambre, miseria y violencia.

Me permito estar en desacuerdo con el catastrofismo que propone The Economist, porque me refiero a la palabra «catástrofe» de una manera diferente, aquella que en su etimología significa «un giro más allá del cual se puede ver otro panorama». Kata se puede traducir como más allá, y estroofeina significa moverse, desplazarse.

Entonces fuimos más allá. Finalmente hemos hecho ese movimiento que las luchas conscientes, decididas y locuaces de cincuenta años no han logrado. Todo se ha detenido o casi todo y ahora se trata de reiniciar el proceso, pero según otro principio, el principio de lo útil y no del de la acumulación de lo abstracto. El principio de igualdad frugal de todos, no el de competencia y desigualdad.

¿Seremos capaces de desarrollar este principio para reiniciar la máquina, pero no esa máquina que funcionaba antes de manera implacable, sino una máquina elástica, una máquina quizás un poco más inestable y ciertamente más frugal, aunque más amigable?

¿Seremos capaces? No lo sé y, sobre todo, no sé a quién me refiero con el «nosotros» de mi pregunta. ¿Quienes seremos capaces?

Ya no es política, ni es el arte del gobierno. La política es incapaz de cualquier gobierno y, sobre todo, es incapaz de comprender. Los pobres políticos parecen estar perseguidos, tambaleantes, ansiosos. 

El nuevo juego, el de la proliferación rizomática de corpúsculos ingobernables, pone en el centro al conocimiento, no a la voluntad. Por lo tanto, ya no es política, sino conocimiento.

¿Y cuál saber?  

No el de los economistas, incapaces de salir de la casa de espejos de la valorización, que traduce el producto en términos abstractos de cálculo monetario y aumenta el volumen de destrucción con el objetivo de aumentar el volumen del valor abstracto. Se trata de un saber concreto, que no traduce lo útil en valor, sino en placer, en riqueza.

¿Necesitamos aviones de combate F35? No, no los necesitamos, no sirven para nada, excepto para ganarse la vida mediante una alianza militar inservible y hacer que los trabajadores produzcan latas de atún de manera más rentable. 

¿Y también porque sabes todas las unidades de cuidados intensivos que se pueden construir con un sólo avión F35? Doscientas. 

Lo sé, este es el discurso de los vagos que no saben cuán complejas son las cosas, con sus interdependencias, etc, etc. Bien, me voy a quedar callado y escuchemos el discurso de los realistas que repiten la misma canción de siempre: si queremos mantener la ocupación en los niveles actuales tenemos que producir armas, ¿es así no? Eso es lo que dicen los realistas de The Economist y los de la derecha y la izquierda.

Así que seguiremos fabricando armas para que todas esas personas trabajen ocho, nueve horas al día. Y en un mes o un año a partir de la epidemia, seguirá la miseria masiva y después la guerra. Y la extinción, de la que esta vez solo probamos un bocado, nos encontrará en su hermoso caballo blanco como en el triunfo de la muerte que se puede ver en el Palazzo Abatellis, en Palermo.

¿Y, si en cambio, decidimos hacer que las personas trabajen solo el tiempo necesario para producir lo que es útil? ¿Y si acaso les damos a todos un ingreso independientemente del tiempo de trabajo (inútil)?

¿Qué pasa si interrumpimos los pagos por los aviones inútiles que ya hemos comprado? ¿Qué pasa si acabamos con las obligaciones internacionales y aquellas relaciones que nos obligan a pagar grandes sumas por la guerra?

Estos discursos no son delirios ni desvaríos de un extremista, sino el único realismo posible. There is no alternative 😉

Mi amiga Penny me escribe desde Londres: “I just sit and write – this strange life has become familiar and calming but there is always calm before the storm” (Nota: «Me siento y escribo, esta vida extraña se ha vuelto familiar y relajante, pero siempre viene la calma antes de la tormenta»).

Siempre hay un extraño silencio antes de que estalle la tormenta. Como si me dijera: la mejor parte vendrá cuando el virus cansado se retire. En ese punto, los tontos pensarán que es hora de volver a la normalidad. 

Los sabios se preparan para una gran tempestad. 

 

7 de abril

Después de dos meses de inexplicable ausencia, el asma volvió y me estuvo persiguiendo todo el día. Me la pase acostado en la cama, jadeando por la falta de oxígeno y sin fuerzas para hacer nada.  

Por la noche salgo a tirar la basura: orgánica, vidrios, no diferenciada. Camino lentamente por la pequeña plaza debajo de mi casa. El Hotel San Donato Best Western está cerrado, con postigos atornillados en sus puertas. Camino un poco por Via Zamboni para ver las torres. No hay nadie en esta calle, donde, desde el siglo XII y durante la primavera, los estudiantes acuden en masa y cortejan.

 

8 de abril

Tomo mi café y miro hacia la plaza soleada. Incluso hoy está esa chica que pasa siempre por debajo del arco. Tal vez vive sola en un estudio en via del Carro. Tiene un traje negro con ribetes amarillos, sostiene su teléfono celular en la mano y hace movimientos de gimnasta. Movimientos un poco incómodos: levanta la pierna derecha y permanece así durante unos segundos, hasta que el teléfono celular llama su atención. Luego levanta la pierna izquierda mirando el teléfono celular, gira hacia la pared, inclina los brazos y hace algunos movimientos de ida y vuelta con la cabeza. Mi teléfono suena, me alejo.

Me llaman desde Milán para preguntar si todavía puedo mandar una grabación para Radio Virus. 

Vuelvo a la ventana, la chica ya no está.

Si no fuera que su representante terrenal prohibió considerar la enfermedad como un castigo de Dios, asumiría que el Señor es un viejo ingenioso. Primero mandó a Johnson a terapia intensiva y, después también, al homofóbico ministro Litzman del Estado de Israel 

Desafortunadamente, esta es la única noticia reconfortante que proviene de ese país de racistas. Por lo demás, la crónica política israelí habla de la lucha sin fin entre el torturador Ganz, el corrupto Netanyahu y ese nazi de Lieberman. Tal vez lleguen a la cuarta elección en un año. Mientras el mundo se disuelve a su alrededor, ellos están demasiado ocupados peleando por eso.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de Ginebra, la pandemia provocará un aumento del desempleo de alrededor de 25 millones de personas. En los Estados Unidos ha habido más de diez millones de despidos en dos semanas, y se espera que el número aumente en los próximos días. Son números sin precedentes, para usar una de las expresiones más populares de estos días. 

Las políticas económicas tradicionales no bastarán para hacer frente a este fenómeno. O recurrimos a la marginación violenta de una gran cantidad de personas que viven en la miseria y rugen en las afueras de la ciudad, o abandonamos, por completo, el discurso de la economía moderna, la vieja utopía del pleno empleo, el prejuicio del trabajo asalariado y, literalmente, empezamos de nuevo. Solo nos queda una certeza: el conocimiento científico acumulado, y, sobre todo, el poder viviente del trabajo cognitivo, de la invención técnica y de la palabra poética. 

Pero el criterio económico que ha regulado, hasta ahora, las relaciones y las prioridades se ha vuelto definitivamente loco. Está desencajado/fuera de sí. Y esto es para siempre.

Porque si tratamos de restablecer la antigua relación entre quienes tienen riqueza y quienes tienen que trabajar para ganarse la vida, entonces la miseria estará destinada a generar ríos de violencia y desempleo para alimentar ejércitos desesperados listos para cualquier cosa.

Será cuestión de requisar espacios y estructuras de producción. Será cuestión de regular, en igualdad de condiciones, el acceso a los recursos disponibles. 

No podemos perder el tiempo con la ilusión de volver a la normalidad pasada, porque correríamos el riesgo de arrastrar lo que queda en un espiral de devastación sin retorno. Lo que los consumidores esperaban en los últimos cincuenta años se ha ido y no debe regresar. Es el sistema de expectativas que debe cambiar radicalmente.

Si me pidieran que indicara un evento, una fecha y un lugar que está en el origen de este apocalipsis, diría que ese evento es la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en junio de 1992. Por primera vez, las grandes naciones se encontraron para evaluar la necesidad de abordar los peligros que el crecimiento económico comenzaba a revelar. En esa ocasión, el presidente de los Estados Unidos, George Bush, declaró que «el nivel de vida de los estadounidenses no se puede negociar».

Todos estamos pagando por su orgullo, que tal vez es inherente a la existencia misma de esa nación nacida del genocidio, y cuya riqueza depende de la deportación, la esclavitud, la guerra y el robo de los recursos y el trabajo de otras personas. Esa nación pronto enfrentará una devastadora guerra interna y, merecidamente, no sobrevivirá. 

 

9 de abril

Después de un mes de aislamiento y de incertidumbre sobre los resultados futuros de la situación, se percibe cierto nerviosismo en la voz de los amigos que llaman, y también en los testimonios escritos, o en los análisis que me llegan todos los días. No leo todo lo que se me llega, pero si bastante.

En una lista de correo llamada Neurogreen recibí un artículo de Laurie Penny, publicado en Italia por Internazionale y, originalmente, en la revista californiana WIRED, que durante muchos años ha sido líder de la imaginación digital futurista y visionaria, y, en última instancia, ultraliberal. 

Es extraño leer un artículo así en esa revista generalmente ultraoptimista. Ante todo es el relato de una experiencia bastante dramática. Laurie Penny se encuentra quién sabe dónde, lejos de casa, y está sorprendida por la tormenta viral. “El capitalismo no puede imaginar un futuro más allá de sí mismo que no sea una carnicería (…). La socialdemocracia se reintroduce rápidamente porque, parafraseando a Margaret Thatcher, realmente no hay alternativa”

150 miembros de la familia real saudita afectados por el virus.

Bernie Sanders se retira, Biden perderá las elecciones (¿o quizás las gane?), si es que se llevan adelante las elecciones estadounidenses.

Ocho médicos murieron en Gran Bretaña tratando a personas con el virus. Todos eran extranjeros: de Egipto, India, Nigeria, Pakistán, Sri Lanka y Sudán.  

El cielo de Delhi es claro, algo que no se ha visto en años. Por la noche se ven las estrellas.

Pero Confindustria (Confederación General de la Industria Italiana) tiene prisa por reanudar las actividades, incluso si las noticias procedentes de China no son tranquilizadoras: Wuhan reabre, pero Heilongjiang cierra. La batalla contra el coronavirus es como tratar de vaciar el mar con un balde. 

Tal vez no deberíamos luchar en absoluto, porque la guerra se perdió al principio: deberíamos minimizar nuestros movimientos, reconocer que el poder del que nos emborrachamos en la era moderna se agotó. Los que más caro pagan son los que más han creído y siguen creyendo en el poder ilimitado de la voluntad humana. Es comprensible que los hombres se pisoteen, quieran volver a tomar el mando, quieran gobernar su futuro ya que, engañándose a sí mismos, creían que lo estaban haciendo, en su pasado glorioso. Pero el virus nos enseña que el poder ilimitado era un cuento de hadas y que el cuento de hadas se terminó.

 

10 de abril

La ANPI (Asociación Nacional de Partisanos de Italia) lanzó una propuesta para hacer del 25 de abril una cita por la democracia. Acepto su convocatoria y estoy disponible para lo poco que pueda. ¿Cantaré también el himno de Mameli al comienzo de las celebraciones?

Espero el 25 de abril con el mismo espíritu con el que espero la Misa de Pascua del Papa Francisco. 

A pesar de mi ateísmo, me hizo bien escuchar a Francisco la otra noche en la plaza desierta. Con ese mismo espíritu, voy a participar en el evento virtual el 25 de abril. La divinidad que adoran los demócratas es tan ilusoria como el dios de Francisco, pero me hará bien sentir la cercanía de un millón de personas.

 

 

11 de abril

En via Castiglione, en las colinas de Bolonia, a dos kilómetros del centro de la ciudad, alguien filmó a un jabalí con otros seis pequeños siguiéndolo. 

En Bruselas, los holandeses reiteran que quienes necesiten dinero deben firmar un pagaré que diga que pagarán sus obligaciones. Italia estuvo de acuerdo con los holandeses cuando en 2015 se trataba de imponerle a Grecia el respeto por la ley de acreedores. Hoy es comprensible que Italia quiera evitar el trato que se le infligió a Grecia. Pero las nociones de deuda y crédito parecen bastante destartaladas hoy. La insolvencia tiene la intención de destruir el sistema de comercio. Acá también: There is no alternative.

Hablando de Grecia, Stella y Dimitri nos esperan allá en julio. Durante más de diez años hemos estado alquilando una pequeña casa entre los olivos. ¿Qué será del verano, los viajes, el mar? Billi y yo cambiamos de tema con cuidado. Tal vez no habrá viajes este verano.

 

12 de abril 

Después de la grosería abierta de Rutte y Hoekstra (Primer Ministro y ministro de Finanzas holandés), la Sra. Ursula (NOTA:  La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen) intenta endulzar la píldora para los italianos que están muy molestos por la avaricia un tanto ofensiva de los holandeses. ¿Otorgarán un MES sin condiciones? ¿De los coronabonos no se habla? 

En una cosa, sin embargo, están todos de acuerdo: no debe haber un borrón y cuenta nueva. He escuchado esto varias veces de los negociadores europeos. 

¿Por qué el borrón y cuenta nueva parece algo malo para todos? Quizás sería mejor resignarse a esto. “Chi ha avuto ha avuto ha avuto chi ha dato ha dato ha dato scurdammoce ‘o passato simm’e Napule paisà” (NOTA: se refiere a la canción Simmo ‘e Napule paisà: ¡Quien ha tenido, ha tenido, ha tenido, quién ha dado, ha dado, ha dado, olvidémonos el pasado, somos de Nápoles paisano!).  Aquí, para los economistas, la profunda sabiduría de estos versos napolitanos es incomprensible. 

 

14 de abril

El viejo socialista Rino Formica, en una entrevista publicada en el Manifiesto, señala que no debemos creer que sobrevivir, en este momento, es más importante que pensar, como sugiere el lema latino primum vivere deinde philosophari. Si no filosofamos, observa Formica, corremos el riesgo de no saber qué decisiones tomar para vivir.

Marco Bascetta, por su parte, siempre para el Manifiesto, publica una reflexión (confusa pero intrigante) sobre el mismo lema latino ligeramente modificado: “primum vivere deinde laborare”. Y con razón observa que no hay mercado sin vida.

Agamben ha escrito varias veces que, en nombre de la nuda vida, estamos dispuestos a renunciar a la vida, y me acuerdo de otra máxima latina, que siempre he preferido a la mencionada por Formica: navigare necesse est, vivere non est necesse. ¿Para qué vivimos si no somos capaces de navegar? 

Por segunda vez, el Presidente de los Estados Unidos ladra amenazando con suspender o cancelar la financiación de la Organización Mundial de la Salud porque dice que reaccionó lenta y erróneamente ante el enfoque de la pandemia, o tal vez porque tomó una posición pro-china. También amenaza subrepticiamente con despedir al experto más autorizado en el sistema de salud estadounidense, el virólogo Anthony Fauci.

En los últimos días, han llegado fotos de su país, cerca de la metrópoli cosmopolita de Nueva York, que muestran bolsas donde guardan cadáveres, que son arrojados a fosas comunes excavadas para aquellos que ni siquiera tienen los medios para pagar un funeral y un entierro. Muchos se sorprendieron al pensar que esto es una consecuencia del virus maldito, que obliga a los estadounidenses a renunciar al funeral y al respeto por el fallecido.

Error.

Esas fotos no son noticia, no tienen mucho que ver con la epidemia.

En ese país, de hecho, aquellos que no tienen nada y mueren como perros generalmente son enterrados de esa manera, por sepultureros que están detenidos en alguna prisión, en una fosa común en la periferia fétida de una ciudad muy rica. Es la normalidad a la que muchos desean regresar rápidamente.

15 de abril

En California, los grupos de personas que viven en la calle están ocupando apartamentos y villas en venta que nadie comprará en este momento. Noticias reconfortantes. En Lagos, los ciudadanos de algunos barrios se arman para defenderse de las hordas de ladrones que acechan por las noches, aprovechando el toque de queda. Noticias inquietantes.

Pero quizás no sea la misma pregunta, quizás no sea el hecho de que en momentos como estos, en tiempos como los que se están preparando, la propiedad privada se convierte en algo inestable, débil, frágil. Algo oblicuo.

Leo en Facebook:

«Qué feo clima se ha creado.

Salís con máscara y guantes para ir a comprar o a buscar el diario, prestas atención, todos se miran con recelo y si alguien se acerca demasiado, hay una actitud de terror, de pánico.

Si salimos de este virus, ¿también saldremos de este comportamiento?

No lo sé.

¿Nos miraremos de reojo para siempre?»

__________________

Traducción: Lobo Suelto!

Como si fuera ayer. Crónica de la psicodeflación #3 // Franco «Bifo» Berardi

Parte #1 // Parte #2 // Más allá del colapso

26 de marzo

Nieve. Me levanto a las diez de la mañana, miro hacia afuera, el techo es blanco y la nieve es espesa. Las sorpresas no terminan. Nunca se agotan. 

Un artículo de Farhad Manjoo habla de un tema perturbador, inquietante, casi incomprensible: la falta de material sanitario, como máscaras y respiradores. Es un asunto que obsesiona a los trabajadores de la salud estadounidenses e italianos.

¿Cómo es posible? Manjoo, que generalmente habla sobre temas tecnológicos, ahora se pregunta cómo es posible que en un país ultramoderno, el país más poderoso del mundo, donde se producen aviones invisibles que pueden correr a velocidades supersónicas y atacar sin ser vistos por los sistemas antiaéreos del enemigo, no sean capaces de proveer máscaras para todo el personal médico, paramédico y para los físicos que están comprometidos en acciones de salud masivas para salvar a la mayor cantidad posible de personas de la muerte.

La respuesta de Manjoo es tan simple como escalofriante:

«Los motivos por los que no contamos con el material de protección implican un conjunto de patologías propias del capitalismo, específicamente, estadounidense: la atracción irresistible por el bajo costo de la mano de obra en países extranjeros, y el fracaso estratégico causado por la incapacidad de considerar las vulnerabilidades que esto conlleva».

La cuestión es que el 80% de las máscaras se producen en China. Ninguno de los países que profesan la teología del mercado y la competencia las producen. ¿Por qué hacerlo si pueden invertir en productos que generan grandes ganancias? Los objetos de bajo costo los fabrican en países donde los costos laborales son muy bajos.

Manjoo escribe que en Estados Unidos solo tienen disponibles 40 millones de máscaras, mientras que se espera que los médicos necesitan 3 mil quinientos millones para enfrentar la epidemia en los próximos meses. Esto significa que la mayor potencia militar del mundo tiene el 1% de las máscaras que necesita. Las empresas que pueden ser capaces de producir este objeto simple y raro dicen que llevará unos meses activar la producción en masa. Suficiente para que el virus convierte a las grandes ciudades estadounidenses en hospitales.

Una teoría que circula en internet dice que el virus fue producido por el ejército estadounidense para atacar a China. Si ese fuera el caso, tendríamos que admitir que los militares estadounidenses son tipos bastante improvisados. Actualmente, existe la creciente sensación de que Estados Unidos será el país donde la epidemia causará mayor daño. 

 

27 de marzo 

A eso de las once de la mañana salí a la farmacia. Pasaron dos semanas desde la última vez que me fui de casa. 

Lloviznaba un poco perro tenía puesta una capucha negra que protegía mi cabeza. Caminé por Via del Carro, crucé la plaza San Martino, había una larga fila esperando frente al supermercado en Via Oberdan. Bajé por Via Goito, crucé por la increíblemente desierta Vía Indipendenza. Me metí por Manzoni, finalmente subí por Parigi y llegué a la Farmacia Regina donde había pedido los medicamentos para el asma y la hipertensión, que ya se me estaban acabando. Poca gente en las calles. En la puerta de la farmacia, había cinco personas esperando en la fila. Todos tenían máscaras, algunas verdes, algunas negras, otras blancas. Distancia de dos metros en una especie de baile silencioso.

La Unión Europea huele a podrido. Es el olor de la avaricia, propia de gente mezquina, inhumana. En el verano de 2015, todos fuimos testigos de la muestra de arrogancia y cinismo con la que desde el Eurogrupo se humilló a Alexis Tsipras, al pueblo griego y su voluntad expresada democráticamente, imponiendo medidas devastadoras para la vida de ese país. Desde ese momento, creo que la Unión Europea está muerta, también que sus los líderes del norte de Europa son unos ignorantes, incapaces de pensar y sentir.

La violencia que estalló contra los migrantes a partir de aquel año, acompañada por el cierre de fronteras, la creación de campos de concentración, la entrega de refugiados al sultán turco y a los torturadores libios me han convencido de que no solo la Unión Europa es un proyecto fallido, completamente fracasado, sino que la población europea, en su abrumadora mayoría, es incapaz de asumir la responsabilidad del colonialismo y, en consecuencia, está lista para aceptar las políticas de los campos de concentración, con el fin único de proteger su miserable prosperidad.

Pero hoy, en la reunión en que los representantes de los países europeos discutieron la propuesta italiana que proponía compartir el peso económico de la crisis sanitaria, han superado cualquier señal previa, cualquier mínimo de decencia.

Frente la propuesta de emisión de los llamados coronabonos o de recurrir a medidas de intervención ilimitadas que no resulten en deudas para los países más débiles, los representantes de Holanda, Finlandia, Austria y Alemania respondieron de manera escalofriante. Más o menos dijeron: posponemos todo por catorce días. Veamos si la epidemia afecta a los países nórdicos con la misma violencia con la que ha afectado a Italia y España. En ese caso hablaremos nuevamente. De lo contrario, no se habla en absoluto.

Estas no son exactamente las palabras pronunciadas por el holándes Rutte y sus compinches. Pero si son las razones de su aplazamiento. 

Boris Johnson dio positivo en su examen. Se contagió. También su ministro de salud. Sería de mal gusto reírse de las desgracias ajenas, por lo que voy a quedarme callado. Es suficiente con recordarles que hace unos diez días Johnson dijo: «desafortunadamente, muchos de nuestros seres queridos morirán», adelantando la teoría de que era de esperar que murieran medio millón de personas, para así poder desarrollar las defensas inmunes necesarias para resistir. Es la selección natural, la filosofía que el neoliberalismo thatcheriano heredó del nazismo hitleriano, la filosofía que ha gobernado el mundo durante los últimos cuarenta años.

A veces no funciona de esa forma.

28 de marzo

En la oscuridad azulada de una Plaza San Pedro inmensa y vacía, la figura blanca de Francisco se muestra debajo de una gran carpa iluminada. Habla con un pueblo que no están ahí, pero lo escucha desde lejos. Abre los brazos y extiende su mano sobre la columnata que abraza a Roma y al mundo. Dice cosas impresionantes, desde el punto de vista teológico, filosófico y político.

Dice que este flagelo no es un castigo de Dios. Dios no castiga a sus hijos. Francisco hizo de la misericordia el signo de su papado, desde las primeras palabras que dijo, después del ascenso al trono de Pedro, en una entrevista publicada en La Civiltà Cattolica .

Si no es un castigo divino, entonces, ¿qué es? Francisco responde: es un pecado social que hemos cometido. Hemos pecado contra nuestros semejantes, hemos pecado contra nosotros mismos, contra nuestros seres queridos, contra nuestras familias, contra los migrantes, los refugiados, los trabajadores pobres y precarios.

Después agrega que fuimos tontos al creer que podíamos estar sanos en una sociedad enferma. 

A las once de la mañana, mi primo Tonino, también médico, me llamó (¿ahora son todos médicos y yo nunca di cuenta?). Me preguntó cómo andaba, con esa voz siempre perturbada y jadeante, y me contó una de las bromas por las que siempre ha sido famoso en la familia: «qui gatta ci covid» [N.E.: Qui gatta ci cova significa “aquí hay gato escondido”]

29 de marzo

Peo es un amigo, un compañero, también es médico y ha sido mi médico durante muchos años. Varias veces se ocupó de mi mala salud. Siempre que fui a su clínica me encontré con una larga fila de pacientes de todos los tamaños y colores y esperé horas antes de ser recibido para luego revisarme y pronunciar diagnósticos profundos como poemas y precisos como su bisturí. Luego, vendrían propuestas de múltiples tratamientos libertarios. 

Cuando se jubiló, hace ya seis meses, se fue a Brasil, donde había ejercido su profesión a principios de siglo, con su pareja y sus dos hijos mayores. Hace unas semanas, de repente, regresó a Italia donde vive Jonas, su hijo menor que estaba a punto de recibirse en la universidad (finalmente se graduó, pero a través de Skype).

Peo había planeado irse un tiempo después, pero quedó atrapado. Está viviendo solo en un pequeño departamento en via del Broglio, y esta mañana se acercó mi ventana y me llamó desde abajo. Miré por el balcón y conversamos durante unos minutos. Después, se alejó trotando. 

Antonio Costa, el primer ministro de Portugal, realizó una conferencia de prensa para responderle al ministro de finanzas holandés, Wopke Hoekstra, quien durante el fallido Consejo de la Unión Europea del jueves pidió que una comisión iniciara una investigación sobre las razones por las cuales algunos países dicen que no tienen margen presupuestario para hacer frente a la emergencia del coronavirus, a pesar de que la Zona Euro ha estado creciendo durante siete años. Hoekstra no mencionó ningún nombre, pero la referencia a Italia y España era evidente, hasta ahora los países de la UE más afectados, como era clara hacia los líderes del «grupo de los nueve» que apoya la necesidad de los eurobonos. Lo que queda claro es que Hoekstra quiere un juicio contra los países donde la pandemia ha sido más dura. 

«Este discurso es repugnante en el actual contexto de la Unión Europea», dijo el líder socialista portugués en conferencia de prensa. «Y digo repulsivo porque nadie estaba preparado para enfrentar un desafío económico como vimos en 2008, 2009, 2010 y en los años siguientes. Desafortunadamente, el virus nos afecta a todos por igual. Y si no nos respetamos y no entendemos que, ante un desafío común, debemos ser capaces de una respuesta común, nada se ha entendido de la Unión Europea … Este tipo de respuesta es absolutamente irresponsable, es de una mezquindad repulsiva y perjudicial, que socava el espiritu de la Unión Europea. Es una amenaza para el futuro de la UE, si es que la UE quiere sobrevivir «. Costa finalizó diciendo que «es inaceptable que un líder político, de cualquier país, pueda dar esa respuesta».

Hoy recibí una carta por correo. Dentro había una postal sin firmar donde había una pequeña cantidad de hachís. Tal vez alguien lo mando después de leer mi diario de la psico-deflación donde dije que ya no tenía nada. De todo corazón, muchas gracias.

En los diarios aparece la foto de Edi Rama, presidente de Albania.

En un gesto de gran nobleza, envió treinta médicos de su pequeño país a Italia. Los acompañó al aeropuerto donde, rodeado de estos grandes muchachos vestidos con sus batas blancas, dio un discurso en italiano. Dijo que sus médicos, en lugar de quedarse en Albania como reservas, vienen aquí, donde más ayuda se necesita. Y también encontró una manera de agregar que los albaneses están agradecidos con los italianos (está siendo demasiado amable) por haberlos protegido y recibido en los años más difíciles y que, por lo tanto, están felices de venir y ayudarnos a diferencia de otros que, a pesar de ser mucho más ricos que nosotros, les dieron la espalda.

Bravo Edi, viejo amigo.

Lo conocí en París en 1994, cuando él vivía en la casa de un amigo mío.

Me dijo que había estudiado en la Academia de Bellas Artes de Tirana, y me contó una anécdota muy divertida. Como estudiante, en los días de la autarquía absoluta de Enver Hoxha, quería ver las obras de Picasso, de las que había oído hablar. El director de la academia lo llevó a su oficina, cerró la puerta con llave, sacó un libro de un estante, lo abrió en las páginas dedicadas a Picasso y, sosteniendo el libro en sus manos, le mostró los trabajos secretos que quería ver.

En París, Edi era pintor, y por las noches iba al metro para romper carteles publicitarios y pintar en ellos. Tengo uno de sus trabajos en casa que muestra un pie verdoso aplastando un micrófono multicolor. Post Surrealismo-tecno.

Luego, en 1995, vino a Italia, cuando yo trabajaba en el consorcio de University City. Lo invité a dar una conferencia en el gran salón de Santa Lucía. Vinieron muchos albaneses y fue un gran quilombo, todos hablaban al mismo tiempo. Pero cuando Edi tomó la palabra todos se quedaron callados. 

Edi regresó a Albania, inmediatamente después, en el momento en que se produjo la insurrección de 1996 tras el colapso financiero y, desde el exilio, regresó para transformarse en ministro de cultura.

Me invitó a visitarlo. Fui a Tirana con un avión ruso, el aeropuerto parecía un mercado. Ancianas vestidas de negro que daban la bienvenida a sus hijos y maridos con grandes gestos, animales, gritos, estruendos extraños. Afuera había un auto negro con vidrio azulado esperándome.

Cruzamos la ciudad que entonces era toda gris, casi fantasmal. En los años siguientes, cuando Edi se convirtió en alcalde, volvieron a pintar todas las paredes de diferentes colores. 

El auto negro con vidrio azul me llevó al ministerio de cultura donde Edi me estaba esperando. 

El ministerio estaba totalmente vacío. Nada, ni siquiera sillas para sentarse, solo polvo y pasillos pintados en amarillo. Edi me estaba esperando en una habitación vacía vestido como un explorador inglés en África, con pantalones blancos hasta la rodilla y una campera con grandes bolsillos verdes.

Nos abrazamos, después me pidió perdón por el ambiente un tanto desnudo. “¿Sabes cuánto presupuesto tengo? Cero coma cero cero”. Los albaneses eran condenadamente pobres, pero estaban llenos de gente creativa, educada y cosmopolita. Me dijo Edi que Veltroni le había prometido que le enviaría dinero. Espero que se lo haya enviado, aquella vez. 

Me alojé en una casa proletaria de un amigo suyo, donde fumaban porro todo el día. Pasé una semana maravillosa en Tirana, donde también conocí a un grupo de muchachos de la Toscana que trabajaban una organización de voluntarios. Después me subí a un micro y salí de Tirana para visitar Berat, la ciudad de las mil ventanas. Durante el viaje, un chico me invitó a visitar su casa y me mostró dos o tres Kalashnikovs, que tenía abajo de la cama. . 

Me gustaría volver a Berat, pero a veces me pregunto si voy a poder volver a viajar en el futuro que nos espera. Confieso que es la pregunta que más me atormenta en estos días tranquilos.

Imágenes preocupantes provienen de India después del confinamiento decidido por el gobierno. Largas filas frente a los bancos, columnas de personas que salen de las ciudades para regresar a sus aldeas. Aquellos que tenían trabajos ocasionales ahora se encuentran en condiciones de miseria absoluta. La dictadura neoliberal de treinta años ha creado condiciones de precariedad social y fragilidad física y mental en todas partes. 

Tarde o temprano va a ser necesario un juicio de Nuremberg para aquellos como Tony Blair, Matteo Renzi y  Narendra Modi. El neoliberalismo que han inoculado en nuestras células ha casuado destrucciones de un nivel muy profundo, ha atacado la raíz misma de la sociedad: el genoma lingüístico y psíquico de la vida colectiva. 

30 de marzo

Micah Zenko escribe en The Guardian que la propagación del virus es la mayor falla de inteligencia en la historia de Estados Unidos. Cada día que pasa, las noticias de Nueva York son más dramáticas. El gobernador Cuomo toma decisiones que contradicen explícitamente las afirmaciones de Trump.

La brecha entre la Presidencia y los centros metropolitanos de poder se profundiza cada día.

Un editorial del New York Times, escrita por Roger Cohen, ha capturado mi atención. El artículo es una pieza de literatura civil con cierto tono lírico. Pero, sobre todo, es un llamado de atención al futuro político (y de salud) próximo de los Estados Unidos. 

Traduzco algunos pasajes:

“Esta es la primavera silenciosa. El planeta se ha vuelto silencioso, tan silencioso que casi podes escucharlo girando alrededor del sol, sentir su pequeñez y, por una vez, imaginar la soledad y la fugacidad de estar vivo.

Esta es la primavera de los miedos. Una leve irritación en la garganta, un estornudo, y la mente se acelera. Veo una rata solitaria deambulando por Front Street de Brooklyn, una bolsa de basura abierta por un perro, y me recorre un vértigo apocalíptico de miseria y suciedad. Peatones enmascarados dispersos en calles vacías parecen sobrevivientes de una bomba de neutrones. Un patógeno del tamaño de una milésima parte de un pelo humano ha suspendido la civilización y ha desatado la imaginación…

Es tiempo de un reset total. En Francia hay un sitio web que le dice a las personas, en el radio de un kilómetro de sus casas, donde pueden hacer ejercicio. Es la medida de mundo la que quedó reducida para todos”

Luego de una revelación lírica exitosa, Cohen llega al punto. Y su punto, es bastante interesante, si pensamos que Cohen no es un bolchevique, sino un pensador liberal ilustrado, bien lejano del socialismo sandersiano:

“La tecnología perfeccionada para que los ricos globalicen sus ventajas también ha creado el mecanismo perfecto para globalizar el pánico que está generando que los portfolios/carteras entren en caída libre.

Algunas voces místicas susurran: hagamos las cosas de manera diferente al final de este flagelo, de manera más equitativa, más respetuosa con el medio ambiente, o seremos nuevamente golpeados. …  No es fácil resistirse a estos pensamientos y quizás no debemos resistirnos, de lo contrario no seremos capaces de aprender nada».

 

 

En este punto, Cohen hunde su espada:

«En un año electoral es intolerable presenciar la mezcla de incompetencia total, el egoísmo devorador y la inquietante inhumanidad con la que el presidente Trump respondió a la pandemia, y es difícil no temer alguna forma de golpe-corona. El pánico y la desorientación son precisamente los elementos sobre los que prosperan los aspirantes a dictadores. El peligro de una sacudida autocrática estadounidense en 2020 es tan grande como el del virus.

Este es el mundo de Trump hoy: inconsistente, incoherente, poco científico, nacionalista. Ni una palabra de compasión por el aliado italiano afectado. Ni una palabra de simple decencia, solo mezquindad, pequeñez, fanfarronería…  el fóbico a los gérmenes propagó el germen de la mentira».

En el mismo diario, sin embargo, leí que el apoyo a Trump nunca había sido tan alto: la mayoría de los estadounidenses, y especialmente la gente que defiende la segunda enmienda, aquellos que tienen armas en sus casas, están de su lado, se sienten tranquilizados por su arrogancia. 

Premoniciones oscuras sobre el futuro estadounidense.

1 de abril

En el sitio web del Network Culture Institute, el centro de investigación de Amsterdam fundado por Geert Lovink, leí un artículo firmado por Tsukino T. Usagi , «The Cloud Sailor Diary: Shanghai Life in the Time of Coronavirus», sobre el último mes en Shanghai contado por un joven precario con un estilo introspectivo y deslumbrante. Traduzco un pasaje:

«El día después de las noticias oficiales que confirmaban el comienzo de la epidemia, salí a caminar por el paseo marítimo de Shanghai. La visión del río Huangpu estaba cubierta por un pesado smog. Hermoso. Tóxico. Una visión apocalíptica, por cierto. 

Por la noche empecé a sentirme mal. debe ser un resfrío o una gripe, pensé. Al día siguiente fui a trabajar, como todos los días. Mi enfermedad se puso peor. Mis síntomas incluían fiebre, sequedad de garganta, dificultad para respirar. Exactamente lo que se describe en las noticias en relación a la infección.

Pensé: «Así me voy a morir?”. Tenía miedo, pero no entré en pánico. Comencé a reconstruir los escenarios que podrían haber causado estos síntomas: había estado en un vagón del subte lleno de pasajeros desconocidos. Algunos de ellos podrían haber tenido el virus. Uno de mis compañeros de trabajo había tosido durante mucho tiempo. El aire estaba tan contaminado, un día horrible. Mis pulmones estaban a punto de explotar mientras cruzaba con el ferry.  Incluso antes del coronavirus, el smog transportado por el viento podría haberme matado. Pero ahora, cuando miro al aire, solo veo la amenaza del coronavirus. ¿Será que desaparecieron todo el resto de las amenazas?

La civilización humana se ejecuta en una máquina en continuo movimiento impulsada por líneas de reproducción aleatorias. La fábrica de reproducción global no tiene casa central. Es la infraestructura más descentralizada, más inútil e insensata y, al mismo tiempo, más controlada. India es el caldo de cultivo para el trabajo cognitivo de bajo costo cuya contribución a Silicon Valley y a otras regiones tecnológicas no puede subestimarse. En estos días, los científicos están buscando nuevas formas de lidiar con la ansiedad por la muerte. El mundo preferirá, pronto, tener hijos mecánicos en lugar de hijos humanos. Pero esto no evitará la extinción del humano».

2 de abril

San Francisco de Paola. Mi onomástico.

«La voz es la cuña que rompe el silencio que hay allá afuera y también dentro del desierto digital», me escribe mi amigo Alex, al final de una enigmática meditación, muy densa.

En otro mensaje, Alex me habla sobre Radio Virus, que transmite desde los laboratorios desterritorializados de Macao, Milán. «Lástima que transmitan tan poco», dice Alex. Hagámosla llegar más lejos. Pueden escucharla acá.

La controversia se está extendiendo entre la Región de Lombardía y el gobierno central. Buscan alguien para culpar. No es sorprendente que maestros del cinismo como Renzi y Salvini lo intenten. Su trabajo es especular con las desgracias de otros para hacerse notar. Pero creo que es una discusión innecesaria en este momento. No solo porque, en medio del pico de la epidemia, es mejor centrarse en lo que hay que hacer que en desquitarse con aquellos que no han hecho nada por cambiar. Pero sobre todo porque los verdaderos responsables no son solo  aquellos que en los últimos meses han estado tratando de operar en una situación objetivamente difícil. 

Los responsables son aquellos que, en los últimos diez años o, mejor, en los últimos treinta años, desde Maastricht en adelante, han impuesto las privatizaciones y los recortes en los costos laborales.

Gracias a estas políticas, el sistema de salud público se ha debilitado, las unidades de cuidados intensivos se han vuelto insuficientes, los establecimientos de salud territoriales han sido desfinanciados y reducidos, y los pequeños hospitales fueron forzados a cerrar.

Al final de esta historia se tratará de culpar a algún funcionario o dirigente. La izquierda culpará a la derecha y la derecha culpará a la izquierda. No caigamos en la trampa. Sería necesario ser radicales. La derecha y la izquierda son igualmente responsables de la devastación producida por el dogma neoliberal compartido. 

Por sobre todas las cosas, se tratará de mover recursos hacia la salud pública, hacia la investigación. Se tratará de saber para qué están destinados hoy los recursos. 

Reducir drásticamente el gasto militar, desviar ese dinero a la sociedad. Expropiar sin compensación a quienes se han apropiado de bienes públicos como carreteras, transporte ferroviario, agua. Redistribuir los ingresos a través de un impuesto a la propiedad.

Este programa debe consolidar, ampliar, involucrar asociaciones, personas, instituciones. 

3 de abril

Comencé a leer A History of the American people, de Paul Johnson, un historiador de derecha, muy nacionalista, un apologista de la misión estadounidense. 

Trato de reconstruir los hilos que han tejido la civilización estadounidense porque me parece que ese lienzo se está desmoronando rápidamente. 

Comenzó después del 11 de septiembre de 2001 cuando el genio estratégico de Bin Laden y la idiotez táctica de Dick Cheney y George Bush empujaron al mayor gigante militar de todos los tiempos a una guerra contra sí mismo, la única que podía perder. Y la ha perdido, y continúa perdiéndola, hasta el punto de que esta guerra interna (social, cultural, política, económica) eventualmente desgarrará al monstruo desde adentro. Desde 2016, Estados Unidos ha estado al borde de una guerra civil.

Parece que Trump se está preparando para ganar las elecciones. La mitad de los estadounidenses lo apoyan, más o menos. Como esa gran parte que en los últimos días se ha apresurado a comprar armas como si todavía no tuvieran suficientes.

La otra mitad (es decir, el FBI, una parte del ejército, el estado de California, el estado de Nueva York y varios otros estados, especialmente las grandes metrópolis) están aterrorizados, ofendidos por las agresiones del presidente, y hoy se sienten abandonados a la furia del virus, que golpea más fuerte en las grandes concentraciones cosmopolitas y tal vez menos en las ciudades del Centro-Oeste. 

Trump dijo que no será amable con los gobernadores que no lo hayan sido con él. De hecho, California no recibe ayuda médica del estado central. Me pregunto por qué California no debería negarse pronto a contribuir al presupuesto del Estado Federal.

En ese país donde el mercado laboral es una jungla despiadada y no regulada, diez millones de trabajadores quedaron desempleados en tres semanas. Diez millones, y este es solo el principio.

Por supuesto, no sé cómo evolucionarán las cosas, pero creo que después de la epidemia, se verán efectos más devastadores en Estados Unidos que en otros lugares porque la cultura privatizadora e individualista es una invitación de lujo para el virus. Algo muy grande está por pasar. 

La gente de la segunda enmienda contra las grandes ciudades, y viceversa. ¿Una guerra de secesión no homogénea?

Estaba leyendo La Repubblica en el baño esta mañana, y vi una foto en la tercera página, donde hay una lista de los 68 médicos que murieron mientras hacían su trabajo en la furia de la epidemia. 

Valter Tarantini era el más guapo de mi curso en la escuela secundaria Minghetti. Ciertamente, el más hermoso, no había competencia: ojos rubios, altos y claros, una sonrisa irónica, alegre, descuidada. Yo le caía muy bien, a pesar de mi aspecto malhumorado y del hecho de que estaba leyendo El Capital de Marx. Tal vez esa era la razón por la que le le gustaba andar conmigo. 

Éramos compañeros de clase en la escuela secundaria. Yo y él, Pesavento y Terlizzesi, en los bancos de la parte de atrás de la clase. Un cuarteto anarcoide, muy diferentes pero todos éramos amigos.

Valter vivía en una casa de la alta burguesía en el quinto piso de via Rizzoli 1, justo en frente de la torre Garisenda. Una tarde fui a su casa para explicarle un poco de filosofía porque no quería leer el libro de Ludovico Geymonat. Tenía mejores preocupaciones que leer a Hegel y a Kant. Le gustaban mucho las chicas, quería ser ginecólogo, y realmente lo cumplió. Era médico en Forlì, y es uno de los sesenta y ocho médicos que murieron haciendo su trabajo. 

Se me hizo un nudo en la garganta, mierda cuando vi su pequeña foto. El Dr. Tarantini tenía setenta y un años, pero en la foto se puede ver que siempre fue hermoso, con una sonrisa amable y despectiva al mismo tiempo. Nunca lo volví a ver después del examen en el verano de 1967, y ahora me duele, tengo ganas de llorar porque no fui a la cena de los viejos compañeros del secundario hace unos diez años, y sé que preguntó por mí. Nunca lo volví a ver, pero realmente lo recuerdo como si fuera ayer…  qué frase tan tonta salió de mí. Como si fuera ayer… Pienso un poco. Lo vi, por última vez, hace cincuenta y dos años. Después, nunca lo volví a ver hasta esta mañana, en el baño, en la República, en una pequeña foto en la tercera página.

Traducción y edición colectiva: Martín Rajnerman, Facu A., León L., Celia Tabó

Para seguir leyendo a Franco «Bifo» Berardi!

No paniquees // Franco «Bifo» Berardi

Viendo ΚΛΕΙΣΑΜΕ (encerrado, en griego) de Sol Prado y escuchando las voces y el silencio.

Franco “Bifo” Berardi.

 

ΚΛΕΙΣΑΜΕ se proyectará dentro de la 10ma Edición del Festival de Cine Migrante (http://cinemigrante.org/)

-Sábado 14 de Septiembre a las 16 hs en el Centro Cultural General San Martín, Sala 2

-Domingo 15 de Septiembre a las 16 hs en el Centro Cultural General San Martín, previa a la proyección de la película “Extinçao” de Salomé Lamas.

-Sábado 21 de Septiembre a las 14 hs en el Centro Cultural General San Martín, Sala 2

 

 

Un suave voz femenina murmura una sesión de yoga y nos invita a inhalar y, luego, a exhalar.

 

Una voz maternal y la visión del agua del mar: inhala… exhala…

 

¿No escuchas una voz repitiendo desde el fondo: no entres en pánico? No entres en pánico.

 

La cámara del drone planea finalmente sobre la isla.

Sol Prado ha filmado el silencio, la luz y la tristeza en la isla de Leros.

 

La primera vez que escuché sobre esta isla fue en el año 1977, cuando un amigo mío, el esquizo-analista Félix Guattari visitó el asilo psiquiátrico más increíble: un viejo edificio convertido en refugio para la gente sin recursos que habían perdido la cabeza, su familia, su hogar.

 

En los ’60, durante los años de dictadura, se recluyeron aquí a presos políticos. 

 

Durante décadas, este lugar ha dado asistencia a personas con problemas psiquiátricos. ¿Asistencia? ¿Cómo puede ser protegid_ el desamparad_ de los monstruos que nacen del interior, del pasado, del futuro?

 

Esto es, en efecto, la locura: estar sumergid_s en flujos de tiempo disociados.

 

Para sincronizar la vida social, la civilización moderna expulsó la locura de la ciudad de la Razón y restringió a aquell_s que no podían integrarse en la máquina de interacción social racional.

 

La cámara deambula por el interior de espacios vacíos del asilo abandonado: marcos de camas rotos, escombros, basura en el suelo: kipple.

“Kipple son los objetos inútiles, el correo basura, las cajas de cerillas después de que se ha gastado la última, el envoltorio del periódico del día anterior. Cuando no hay gente alrededor, el kipple se reproduce. Por ejemplo, si se va usted a la cama y deja un poco de kipple en la casa, cuando se despierta a la mañana siguiente hay dos veces más.» (Philip Dick)

 

Ahora el campo visual serpentea de una habitación a otra, un vuelo de puertas abiertas, una pared, una mano recoge un blíster de medicamentos que alguna vez contuvo productos farmacéuticos: pastillas para personas que sufrían  de kipple mental, ahora se han convertido, ellas mismas, en kipple.

 

Tarde o temprano todo y tod_s nos convertiremos en kipple. Tú lo harás, yo lo haré.

 

No entres en pánico.

 

Toma pastillas. Toma estas pastillas y escucha la suave voz de la entrenadora de yoga que aún resuena a la distancia, desapareciendo por momentos, luego volviendo.

 

Inhala… Exhala…

 

Luego, vemos los interiores del antiguo asilo: personas sin recursos fueron amontonadas en este edificio en ruinas sin asistencia médica. Alguien venía cada día traer comida; y pastillas, supongo. ¿Cómo podrías sobrevivir sin pastillas en medio del kipple cósmico que rompe la frontera entre el caos y el orden, entre el exterior y el interior, entre el espacio civilizado y el marasmo en ebullición?

 

Imágenes en blanco y negro de cómo lucía el lugar hace cuarenta años, Kodak TX 5063. Aquí se encarcelaron a pres_s polític_s durante los años de la dictadura del coronel.

 

Isla griega, agua azul resplandeciente, turistas a la luz del día.

 

No te olvides de la Primera Ley: “Existe la Primera Ley de Kipple…” Kipple expulsa aquello que no es kipple. Kipple parece ser una combinación de entropía y capitalismo.

 

Este lugar no se parece en absoluto a un hospital; no hay psiquiatras, no hay terapeutas, ni enfermer_s. No hay sentimientos humanos.

 

Solo la muerte como único futuro.

 

¿Qué otra cosa puede ser el futuro sino la muerte? ¿Qué es lo que oculta el futuro sino la muerte?

 

Luego saltamos al ahora, a nuestra época, la era de la gran migración, de campos de concentración diseminados por todas partes y, en particular, por toda la costa mediterránea.

 

Detrás del edificio decrépito que alguna vez albergó a personas rechazadas debido a sus problemas mentales, la Agencia de Refugiados de las Naciones Unidas ha creado ahora un campo de refugiados  para aquell_s que desembarcan en las islas griegas que se hallan frente a la costa de Turquía.

 

En la película no se ven seres humanos. No hay seremos humanos por aquí. Podemos percibir su presencia, la presencia de mujeres y hombres que vivieron aquí en el pasado y la presencia de mujeres y niños que viven aquí actualmente, como habitantes precari_s.

 

Frágiles módulos prefabricados dispuestos por l_s profesionales de la UNHCR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), intentan dar cobijo a l_s que huyen de la ira de la historia

 

Un mapa de Siria dibujado en una pared delgada.

 

Durante los 21 minutos 38 segundos de la película de Sol Prado ΚΛΕΙΣΑΜΕ (cuyo significado es “encerrado”), nunca se ven las caras de las personas que están viviendo allí.

 

La película (pura contemplación del pánico) no muestra caras, ni personas, tan solo pabellones blancos vacíos hecho de tela y madera. Tan solo ropa en un saco de dormir, tan solo desechos,  desolación.

 

Solo al final, el deambular de la cámara captura, allí en la distancia detrás de la malla de alambre, a dos niños  que aparecen repentinamente y  luego se pierden de vista.

 

Ahora vuelve la voz murmurante y nos sugiere que inhalemos y exhalemos.

 

¿Existe alguna vía de escape política al exterminio? ¿Existe alguna alternativa? Europa es una entidad moribunda, la clase financiera y los gobiernos neoliberales se apropiaron del proyecto europeo, y ahora l_s europe_s se sienten enajenad_s, enfurecid_s y se han vuelto agresiv_s, porque la agresividad es la única terapia contra la depresión que se pueden permitir.

 

En este punto, convergen el espectro político de la izquierda y de la derecha: rechazo de los inmigrantes, protección de las fronteras, esta la agenda de los actores políticos que se alternan el poder. L_s ciudadan_s europe_s están asustad_s por esta repentina irrupción de aquell_s que, durante tanto tiempo, habían apartado de su vista.

 

La gente que huye de la guerra, del terror, de la miseria son rechazados por l_s europe_s porque l_s perciben como portador_s del caos, como el preludio del diluvio.

 

Los buenos sentimientos de apertura y caridad no harán mucho, porque el diluvio viene para quedarse, no se trata tan solo de un efecto de la propaganda racista. No nos engañemos: la ola de migración es un efecto de la globalización (comunicación en red, smartphones, transportes), y del cambio climático. Por lo tanto, la ola de migración está abocada a expandirse, mientras la miseria, la guerra, la devastación medioambiental, pero también, el deseo, la curiosidad y la sed por la osada aventura induzcan al proceso de desterritorialización. Y nadie puede parar esta ola.

 

Est_s inmigrantes, que l_s europe_s rechazan, son l_s herald_s de algo que hemos estado anticipando durante años, durante décadas: ell_s son la imparable némesis de quinientos años de expansión y colonización europea. Nosotr_s, l_s colonizador_s, la raza blanca, l_s modernizador_s, nos hemos otorgado la autoridad de distinguir entre el orden y el caos, de convertir la barbarie en civilización. Ahora estamos experimentando el fin de la supremacía blanca basada en el control exclusivo de la técnica. 

 

Ahora las tecnologías están en manos de tod_s, seis billones de smartphones, tres billones de personas con acceso a Internet, dos billones de cuentas de Facebook, un billón de cuentas Instagram; e incontables pastillas.

 

En las islas griegas han desembarcado multitudes de fugitiv_s de Siria.

 

No tod_s pueden intentar hacer el viaje, pero cada vez más personas lo hacen: millones de jóvenes african_s, empujad_s por la catástrofe medioambiental, la agresión islámica y los efectos de la expoliación colonial, recorren los territorios subsaharianos y atraviesan el desierto del Sahara en camiones inseguros. Much_s de ell_s llegan a Agadez: un traficante de personas de Agadez hace el viaje una vez por semana junto a 30 pasajeros en su camioneta. La ruta cambia constantemente debido a las regulares tormentas de viento que cambian la forma del desierto. Si no conoces el desierto, te perderás. Y a much_s, una vez perdidos, se les acaba la gasolina – y luego el agua. “Y si no hay agua, no sobrevivirás más de 3 días.” Much_s de ell_s mueren de sed e insolación.

 

Así, son 3 los bandidos: los traficantes rivales, los yihadistas o los simples oportunistas que intentan robar coches, dejando a sus previos conductores en el desierto.

 

Luego, las milicias armadas libanesas, apoyadas y financiadas por el gobierno italiano, intentan evitar que estas personas lleguen al mar mediterráneo.  Las milicias libanesas están deteniendo, esclavizando, torturando y violando a much_s de l_s jóvenes african_s que han tenido la suerte de sobrevivir al desierto.

 

Finalmente, much_s llegan al mar y una nueva aventura comienza: pagando a traficantes, desafiando las olas, evadiendo la guardia costera libanesa y, por último, enfrentando el racismo de las autoridades italianas.

 

El racismo está creciendo en el hemisferio norte porque aquell_s que se piensan como la raza blanca están sintiendo el fragor de la gran migración.

 

Y entran en pánico.

 

¿Es posible una salida pacífica a cinco siglos de colonialismo, expoliación sistemática, empobrecimiento y humillación? Se ha desatado una guerra contra los inmigrantes porque l_s europe_s están entrando en pánico y porque no es posible convencer a l_s jóvenes nigerian_s, siri_s, iraquíes, afgan_s que se queden donde están. ¿Por qué deberían hacerlo?

 

Por lo tanto, solo las pastillas pueden ayudar a calmar y a hacernos olvidar el ineludible caos que atormenta nuestras mentes y nuestras expectativas.

Inhala… Exhala…

 

Toma pastillas,

sé un buen padre,

sé un buen hij_,

sé una buena madre.

Ve a la isla de Leros

a pasar tus vacaciones.

Haz yoga.

Vota al partido democrático,

ell_s te protegerán de la tormenta.

Vota a los nazis,

ell_s te protegerán de la tormenta.

Vota a la gente buena,

ell_s te protegerán del caos.

Vota a los asesinos,

ell_s te protegerán del caos.

 

 

Franco « Bifo » Berardi es filósofo, escritor y agitador cultural. Graduado en estética y formado con Félix Guattari, actualmente es profesor de historia social de los medios de comunicación en la Academia de Bellas Artes de Brera (Milán). Fue un destacado activista de la llamada autonomia operaria italiana durante la década de los setenta y, desde entonces, ha desarrollado una prolífica obra crítica en la que ha estudiado las transformaciones del trabajo y de la sociedad producidas por la globalización, especialmente en cuanto al rol de los medios de comunicación en las sociedades postindustriales. Su producción teórica ha ido acompañada deun activismo por los medios de comunicación alternativos, tarea que inició con la fundación de la revista A/Traverso, fanzine del movimiento de 1977 en Italia, y que prosiguió con la creación de la Radio Alice —la primera emisora pirata del país— y la TV Orfeu, cuna de la televisión comunitaria en Italia. En el terreno ensayístico, debutó con Contro il lavoro (Feltrinelli, 1970) y, desde entonces, ha publicado medio centenar de títulos, algunos de ellos traducidos al castellano, como La fábrica de la infelicidad (Traficantes de Sueños, 2003), La sublevación (Artefakte, 2013) o, recientemente, Fenomenología del fin (Caja Negra Editora, 2017).

Traducción del texto al español por Alejandra López Gabrieldis

https://kleizamemovie.com/

 

 

 

 

 

 

 

Fascismo senil y algoritmo financiero. Usos de Bifo // Entrevista a Franco “Bifo” Berardi por Diego Sztulwark

Con casi una decena de libros publicados en castellano, Bifo, lejos de ser un autor desconocido en Sudamérica, se ha convertido en una estimada fuente de inspiración. Para quienes no lo conocen, este filósofo activista de Bolonia, que bordea los 70 años, es un autor prolífico cuya obra es publicada en la Argentina con mucho interés por varias editoriales (Cruce, Tinta Limón, Cactus, Hethk, Caja Negra) desde hace años. Bifo es una de las figuras paradigmáticas del joven movimiento del autonomismo italiano (también conocido como movimiento operario): fue uno de los protagonistas del Movimiento italiano de 1968 –en Italia se prolongó hasta 1977–, fundó la histórica revista A/traverso y la mítica Radio Alice (primera radio pirata italiana). Traducido por pequeñas editoriales y blogs –nodos de auténticas redes de prácticas activas en el ámbito de la pedagogía o de la militancia, del teatro y el cine–, leído por hakers y psicoanalistas, comunicadores y filósofos de la técnica, sus ideas no dejan de ser utilizadas y puestas en conexión con situaciones diversas. Durante algunos años vivió en Nueva York, donde conoció de cerca el movimiento cyberpunk y fue el artífice de TV Orfeo, la primera televisión comunitaria de Italia. Actualmente se desempeña como profesor de historia social de los medios en la Academia de Bellas Artes de Brera, Milán.

En esta conversación hemos querido conocer algo más del método de la plasticidad o “cartográfico” –heredado de Félix Guattari–, y de cómo fue evolucionando ese modo de trabajo, tomando principalmente como puntos de referencia sus obras publicadas en la Argentina: Generación post AlfaFélixDe la SublevaciónEl trabajo del Alma y Fenomenología del fin. En sus palabras, el método “rizomático” consiste en hacer la cartografía viva y nunca totalizable de la composición social. ¿Cómo leer a Bifo hoy, desde nuestras circunstancias? ¿Qué nos enseña su modo de trabajo a la hora de abordar unas prácticas situadas en la particular coyuntura histórica de la región –el neoliberalismo sin crisis de Chile, los límites del llamado progresismo en Uruguay, el neoliberalismo de manual de un Durán Barba, clave para comprender la situación política argentina, y el tecno-fascismo emergente en Brasil–? ¿Cómo ligar la actualización del método cartográfico a la incorporación cotidiana de nuevas generaciones de activistas en diferentes colectivos, organizaciones y movimientos que investigan y experimentan el más allá del neoliberalismo, el racismo, el patriarcado y el fascismo? ¿Cómo evitar la nocividad de simplificaciones relativas al deseo -ese “flujo psíquico que se activa y se desactiva, y que se modifica por efecto de las condiciones culturales, técnicas, sociales entre las cuales se mueven los flujos del imaginario”–, clave en la fuerza de estos movimientos?

Félix Guattari y el método de la plasticidad

Diego Sztulwark: ¿Cómo fue tu relación con Félix Guattari? ¿Cómo se conocieron? ¿Cómo lo recordás? Me refiero a sus aspectos biográficos, a rasgos de su amistad o del compañerismo que tuvieron.

Franco Berardi: A Félix lo conocí leyendo su libro, Una tomba per Edipo. Psicoanalisi et trasversalità (publicado en castellano por Siglo XXI bajo el título Psicoanálisis y transversalidad, Buenos Aires, 1976), que me impresionó mucho, y lo encontré personalmente en junio de 1977, cuando me había escapado de Italia después de la insurrección boloñesa de marzo del mismo año. Félix estaba muy entusiasmado con los acontecimientos italianos de ese año. Su obra comenzaba a circular, en especial en Bolonia, y la explosión de locura feliz de los “indianos” metropolitanos y de Radio Alice estaba influida por la lectura de El Antiedipo.

Llegué a París en mayo de 1977, después de cruzar clandestinamente la frontera entre Italia y Francia. Durante las primeras semanas, unos amigos me hospedaron en una casa de la Avenue de la République. Félix fue muy amistoso conmigo desde el primer momento; en junio le hice un llamado telefónico y él de inmediato me invitó a alojarme en su casa de la rue de Condé, cerca de Odéon. Viví en ese lugar, una casa laberíntica con muebles de varios estilos mezclados entre sí, con visitas continuas de intelectuales, de artistas, de activistas.

En julio, me arrestaron en París mientras caminaba por la calle. Los jueces italianos me buscaban por la organización de la revuelta estudiantil de marzo y le habían pedido a la magistratura francesa mi extradición a Italia, donde 300 de mis compañeros y gran parte del equipo de Radio Alice ya estaban encarcelados. Durante mi detención en la prisión de Fresnes, en las afueras de París, Félix armó con sus amigos una solicitud por el rechazo a la extradición, y fue firmada por numerosos escritores. En el proceso, el juez me liberó reconociendo el carácter político de las acusaciones. Algunos días después de esto, Félix y yo escribimos un texto de denuncia de la represión en Italia que fue firmado por Sartre, Sollers, Foucault, Barthes y muchas otras personas, lo que produjo un efecto muy fuerte en la opinión de la izquierda italiana.

Félix era un hombre simpático, generoso, que parecía siempre un poco distraído, como alguien que siempre está pensando en otra cosa. Si bien tenía muchos años más que yo, nunca he sentido a Félix como a un padre, sino siempre como a un hermano.

D.S.: En tu artículo «Depresión Félix» te referís a su muerte y señalás un aspecto de la filosofía de Guattari y Deleuze sobre el deseo. Si entendí bien, afirmás que hubo en El Antiedipo una concepción utópica-juvenil del deseo, corregida luego en ¿Qué es la filosofía? ¿Podrías explicar cómo fue esa “depresión” de Félix desde el ángulo de su concepción del activismo? En tu texto ligás la concepción del deseo como “vejez” (esta segunda posición de nuestros filósofos) con la sabiduría budista sobre la impermanencia de las formas. Me gustaría mucho saber cómo pensás esta reorganización del deseo.

F.B.: La lectura de El Antiedipo, para mí y para miles de estudiantes y activistas del movimiento autónomo italiano, hizo crecer la convicción en que el proceso revolucionario estuviera destinado a expandirse y continuar en el tiempo, porque se fundaba sobre una dinámica del deseo que parecía imparable. El problema es que nuestra interpretación del concepto de deseo era muy simple. Entendámonos, no estoy hablando de la complejidad real del texto, de lo que Guattari y Deleuze entendían en sus escritos, y de las complicaciones ligadas a la relación entre lacanismo y nueva práctica psicoanalítica. No. Quiero limitarme solo a una reflexión sobre el efecto político de nuestra lectura. A partir de 1977, mientras estaba en París viviendo en casa de Félix, participé de la actividad del CINEL (Centre d’Initiative pour de Nouveaux Espaces de Liberté), donde cumplía una función de enlace entre el movimiento italiano y el laboratorio filosófico parisino. Pero debo confesar que no estoy contento del modo como se desarrolló esa función. La atención teórica se concentraba sobre el concepto del deseo, y el deseo aparecía como una fuerza incontenible que solo esperaba ser desencadenada para luego arrollar a toda forma de represión y explotación.

Se trataba de una visión simplista sobre el plano filosófico, y políticamente peligrosa. Era simplista porque reducía el deseo a una fuerza natural, naturalmente buena y progresiva. No es así: el deseo no es una fuerza natural sino un flujo psíquico que se activa y se desactiva, y que se modifica por efecto de las condiciones culturales, técnicas, sociales entre las cuales se mueven los flujos del imaginario. Lo que creo haber entendido es que el deseo no es una fuerza unívoca liberadora o positiva, sino que es el campo sobre el que se forman las fuerzas subjetivas, donde chocan, y vencen, y pierden sus batallas. El punto de partida del discurso guattariano consiste en la afirmación de que el deseo no es una falta, y que su dinámica no es la de la necesidad, pero sí la de la creación de mundos imaginativos. Pero la modalidad en que esta dinámica se manifiesta y los contenidos imaginativos que el deseo produce pueden ser muy diversos.

A partir de 1977, las modalidades de formación del campo deseante cambiaron drásticamente. Los flujos autónomos, igualitarios, que en los años 70 se habían manifestado bajo la forma de autonomía social, fueron investidos y transformados hacia un sentido individualista y competitivo en los años siguientes, en los años de la contrarrevolución liberal. Esta evolución ya había sido prevista y desarrollada en la década de 1970 por Jean Baudrillard. Pero Baudrillard era visto con una cierta sospecha en el ambiente guattariano. Yo leí sus libros en los primeros años 80, justamente cuando comenzaba a desplegarse la transformación social y técnica que identifica al liberalismo. Y mi visión del lazo entre deseo y procesos de subjetivación comenzó a cambiar.

La visión triunfalista del deseo, la acentuación del carácter liberador de la energía deseante, nos impidió por mucho tiempo elaborar un discurso sobre la depresión. En efecto, el tema de la depresión queda al margen de la reflexión guattariana, aun cuando Félix sufrió de depresión en varias ocasiones, sobre todo en los años invernales, en los años 80.

 

 

 

 

 

 

 

 

D.S.: Hay una relación intensa y cambiante de Félix Guattari con el psicoanálisis, en particular con el lacaniano, con el que estuvo muy ligado. ¿Cómo fue su relación con Lacan? ¿Qué podemos decir hoy del esquizoanálisis y cómo actualizarías las diferencias entre ambas orientaciones analíticas?

F.B.: Debo confesarte que yo no conocía a Lacan antes de encontrar a Félix, por lo cual mi sucesiva lectura del mismo ha sido influida por la crítica guattariana. No sé mucho sobre la relación de Félix con Lacan. Cuando lo conocí, en 1977, esta relación ya hacía un tiempo que había terminado, y creo que nunca hemos hablado de Lacan. Por entonces, atravesábamos un momento intensamente político y nos abocábamos a cuestiones vinculadas a la campaña contra la represión en Italia, a la petición firmada por los intelectuales parisinos contra la política represiva, que convocaba a un coloquio internacional a realizarse en septiembre en Bolonia.

Félix mismo eligió a las personas a quienes pedir su firma y la adhesión. Es significativo el hecho de que la petición no fuera firmada por Lacan, pero creo que se debió a que Guattari había decidido no contactarlo. ¿En qué consiste la crítica de Guattari-Deleuze al lacanismo? Es una pregunta compleja. Para responderla, sugiero la referencia a un artículo que Guattari publicó en 1972, en la revista Change International, “Machine et Structure” (“Máquina y estructura”, artículo incluido en el ya citado Psicoanálisis y transversalidad). En ese artículo, Guattari manifiesta su insatisfacción por la reducción lacaniana del inconsciente a estructura, y propone trasladar la atención a la máquina, o sea a la concatenación técnica y semiótica que modifica el campo en el cual actúa el inconsciente.

Nunca entendí bien cómo fue la relación personal que Félix tuvo con Lacan después de esta ruptura filosófica. Lo que me parece decisivo, en el plano de la relación psicoanalítica, es que en Guattari el rol del analista está mucho más volcado a refocalizar que a interpretar. La refocalización, o sea el desplazamiento práctico del foco de la atención y de la inversión, es una acción que concierne a la relación entre la persona y su ambiente comunicativo, afectivo, su paisaje social. De este modo, Guattari se alejaba del predominio freudiano de la función interpretativa, para proponer el esquizoanálisis, que consiste en una refocalización del paisaje, de las proyecciones, de las mismas obsesiones y de los mismos delirios del sujeto del esquizoanálisis. El esquizoanálisis propone seguir lo esquizo en su recorrido psicótico para hacer posible, desde el interior del delirio, el encuentro de nuevas posibles concatenaciones que permitan la salida de los retornos obsesivos, y encontrar por esa vía retornos colectivos felices, capaces de sostener la dinámica de la caósmosis.[1]

El problema de fondo, sin embargo, está en el hecho de que desde los años 80 en adelante, el territorio imaginario cambia de modo dramático. En las condiciones creadas por la nueva tecnología reticular y por la explosión del liberalismo, la movilización psíquica –continuamente solicitada por las nuevas formas del capital, por la estimulación permanente de la publicidad, por el asedio mediático– condujo a la actual desestructuración pánica de la producción del inconsciente. En el universo de la sobrestimulación, el problema del esquizoanálisis también se redefine.

El pensamiento deseante nace en los años 1969 y 1970 como cuestionamiento a una dimensión de la existencia colectiva que, según la crítica de los situacionistas, se encuentra dominada por el aburrimiento (boredom). La mutación técnica producida por el neoliberalismo y por las redes desplaza esta dimensión social del aburrimiento hacia una prevalencia de la ansiedad. El cuadro psicopatológico cambia de modo tan radical que el triunfalismo deseante, que en un primer momento encontramos en el Antiedipo, terminó por convertirse en una fuerza útil para la desregulación liberal y para el hiperconsumismo. En sus últimas obras, particularmente en ¿Qué es la filosofía? y en Caósmosis, Deleuze y Guattari comienzan a hablar de la faz caótica y dolorosa del deseo. El texto más actual en este sentido es el último capítulo de su último libro: “Del caos al cerebro”. La problemática del caos, del sufrimiento psíquico que eso lleva consigo, las estrategias de relación con el caos abren una nueva fase en el pensamiento de Deleuze y Guattari, aun cuando esa fase terminaría pronto, ya que Félix muere en 1992, y Deleuze pocos años después.

D.S.: En cuanto a las posiciones de Guattari en política ¿cómo evolucionó su marxismo desde un punto de vista activista o militante?

F.B.: Guattari formó parte de un grupo trotskista durante los años posteriores a 1968, pero debemos tener en cuenta que la definición de trotskista en Francia era muy amplia e imprecisa: una manera de decir marxista no ortodoxo, comunista no stalinista. También Baudrillard, tan diferente de Guattari, había sido trotskista en la década de 1960, lo cual no dice demasiado con respecto a su formación filosófica.

El marxismo de Guattari no tenía un carácter reducible al abanico de los marxismos ortodoxos, leninista, maoísta, trotskista, consejista. Para él, como para Deleuze, no se trataba de determinar una versión correcta o una aplicación actualizada del pensamiento de Marx, sino de conceptualizar la dimensión de la subjetividad que falta en su obra.

Das Kapital finaliza con un capítulo inconcluso, del que Marx escribió solo el título (“Las clases”) y unas pocas líneas. Es el capítulo 52 nunca escrito, en el cual Marx hubiera debido elaborar la cuestión de la clase no solo como objeto económico, sino también como sujeto político, histórico. Marx no desarrolló este concepto que permanece como un agujero en la textura general de su pensamiento.

En el vacío de este agujero se desarrolla la historia del movimiento revolucionario y el pasaje desde la Primera a la Segunda Internacional. Subsistió por un lado una interpretación más determinista, la de Engels y de la socialdemocracia alemana, y por otro una concepción más voluntarista que se manifiesta con la formación del partido bolchevique de Lenin. En el primer caso, la clase obrera es el efecto de la transformación productiva industrial, y su maduración política coincide con el desarrollo de las fuerzas productivas, con la concentración creciente del capital y también con la masificación del trabajo industrial. En el segundo caso, el concepto de clase obrera implica la relación hegeliana entre an sich y fur sich, es decir, entre la dimensión objetiva del trabajo, la materialidad de las relaciones económicas, y la dimensión subjetiva: conciencia política de los trabajadores, mediada por el partido e incorporada en el partido.

El pensamiento de Deleuze y Guattari se puede situar en el interior de la esfera del marxismo como una reconfiguración del problema de la subjetividad, detrás de la alternativa entre determinismo económico y voluntarismo político. La subjetividad deja de ser algo económicamente determinado, como tampoco un puro efecto de la voluntad política. Se comienza a entender la dimensión subjetiva como algo concreto pero no determinado. La lucha de clases también tiene que comprender el deseo, lo que significa el inconsciente social, el sufrimiento psíquico y las concatenaciones de enunciación. Guattari nunca se planteó el problema de establecer una nueva ortodoxia marxista, solo se propuso ilustrar los procesos de subjetivación que transforman la condición objetiva de las fuerzas sociales en actores de enunciación colectiva.

 

D.S.: En sus últimos años, Guattari pasa de la idea de transversalidad a la de “metamodelización”. Quizás esta intuición práctica y teórica resuma mucho de su camino. ¿Qué es la metamodelización? ¿Qué importancia tiene hoy para las prácticas según tu criterio?

F.B.: Me parece que el concepto de metamodelización tiene algo que ver con lo que Gregory Bateson expone en su ensayo sobre la esquizofrenia, Pasos hacia una ecología de la mente (Lohlé-Lumen, Buenos Aires, 1998). El esquizoanálisis, dice Félix, no consiste en imitar al esquizofrénico, sino en salir (como lo hace el esquizo) de las fronteras del sentido, del significado establecido, para ampliar la visión, para acceder a la dimensión a-significante como posibilidad de recontextualización de la psicosis y de la normalidad, y de la relación entre psicosis y normalidad.

Bateson dice que el esquizofrénico no reconoce las comillas de la metáfora, y la toma como la realidad. En este sentido, el esquizo es un metamodelizador. El trabajo del esquizoanálisis consiste en esto: tomar en serio la metáfora, ampliar el territorio de la significación, hasta implicar y comprender lo a-significante. Metamodelizar significa trascender la dimensión modelizada (lo que está comprensible en el interior del campo del significado) para comprender lo que no pertenece al significado. Metamodelización, entonces, es una ampliación del cuadro analítico que permite, como dice Guattari en Caósmosis, recargar la significación.

D.S.: En tu trabajo Fenomenología del fin, hacés referencia a un “método rizomático” o cartográfico ¿Cómo es, cómo funciona y para qué sirve en tu práctica actual?

F.B.: Rizomático o cartográfico, ambos términos van juntos. No hay otro modo de hablar del rizoma que no sea cartográfico, es decir, que no sea una fenomenología infinita del rizoma que es irreducible a una totalización.

D.S.: De nuevo, pensando en Guattari y también en vos, ¿qué papel juega la tradición del obrerismo italiano en el pensamiento de cada uno de ustedes? Es muy diferente, lo sabemos, pero quizás puedas contar brevemente cómo es en cada uno. De Guattari conocemos su amistad y su colaboración con Toni Negri. Un poco lo que cuenta François Dosse en Gilles Deleuze y Félix Guattari. Biografía cruzada.

F.B.: El encuentro de lo que se conoce como obrerismo italiano y lo que se conoce como postestructuralismo francés no es solo un acontecimiento biográfico o meramente político. Hay una convergencia filosófica que tiene que ser investigada. Desde 1977, muchos intelectuales italianos huyeron a Francia, y la red de sostenimiento que Guattari había construido con sus colaboradores (CINEL, Centre d’Initiative pour de Nouveaux Espaces de Liberté), en esta coyuntura, ha sido importante para el desarrollo de un discurso teórico común. Pero lo que me interesa subrayar es la metodología común que para mí se identifica a través del concepto de “composición social”.

El pensamiento obrerista y el postestructuralista convergen en la común atención al proceso molecular (para decirlo con las palabras de Guattari) y a la cotidianidad y espontaneidad del rechazo del trabajo. La lucha de clases es ante todo un proceso vinculado a la composición social, técnica, cultural. Y psíquica –esta es la contribución específica de Guattari–. La subjetividad es el territorio de convergencia de los flujos que proceden del campo de la economía, de la cultura, del inconsciente.

D.S.: Para entender este encuentro entre el llamado postestructuralismo francés (Deleuze, Guattari, Foucault) y el obrerismo italiano es necesario volver sobre los diferentes modos de leer a Marx que habías mencionado.

F.B.: Tenemos que retomar lo que decía antes: durante el siglo XX se definen dos grandes direcciones a partir de la obra de Marx. La primera es la tradición humanista, historicista, que se encuentra en pensadores como los de la Escuela de Frankfurt. Esta tradición enfatiza las obras juveniles de Marx, aun involucradas en una visión teleológica y hegeliana. La segunda es la tradición estructuralista que resalta la dimensión económica de la lucha obrera, y se refiere sobre todo a la obra fundamental, Das Kapital.

Pero hay una tercera posibilidad de interpretación del pensamiento marxiano, que emerge después del 68 y de la publicación de la obra menos conocida, Grundrisse, en particular el “Fragmento sobre las máquinas”. En este texto, Marx se focaliza sobre la cuestión del cambio técnico, de sus efectos en la esfera de la subjetividad obrera, y de la disminución del tiempo de trabajo necesario –liberación del tiempo de vida social desde la esclavitud del salario–, como condición del comunismo.

El obrerismo italiano enfatiza la importancia del “Fragmento…” marxiano y, al mismo tiempo, plantea el problema de la subjetivación en términos de recomposición social del trabajo, contra el trabajo. La lucha es, en esencia, lucha de liberación del tiempo de vida humana desde el trabajo asalariado. Al mismo tiempo, Guattari enfatiza el carácter liberador de la dimensión maquínica, y abandona una postura nostálgico-humanista sospechosa de la técnica.

Espasmo Caosmótico

D.S.: Como conclusión sobre la figura de Guattari ¿qué dirías de su vigencia? En tu libro ya mencionado, Félix, en el capítulo “La depresión Félix” introducís reflexiones de procedencia budista. ¿Querés decir algo más sobre Guattari?

F.B.: Creo que el legado más importante de Félix se encuentra en su última obra, Caósmosis, y en el libro contemporáneo a este, escrito en colaboración con Deleuze, ¿Qué es la filosofía? En este libro compartido se habla de vejez y de amistad. Y se habla de caos, del sentimiento de desbordamiento. El caos y el cerebro, el dolor de ser superados por la velocidad de los signos. Pero en su libro en solitario, Guattari escribe las palabras: spasme chaosmique. Me parece que es la primera vez que aparecen estas palabras en su obra. El espasmo, la dolorosa aceleración del organismo, el efecto de pánico y de parálisis que este provoca.

La lectura de El Antiedipo produjo un efecto de euforia a nivel intelectual y político. Una euforia contemporánea a una intensificación del universo semiótico, mediático, visual. Una euforia contemporánea a la desregulación neoliberal. El movimiento social autónomo, en Italia como en otros lugares, fue atravesado por esta euforia que se puede identificar como corriente deseante. La depresión psíquica se ha vuelto un fenómeno masivo en expansión en el nuevo siglo, en especial para la generación conectiva. En las obras de Deleuze y Guattari, el tema de la depresión parece ignorado, casi removido. Sin embargo, el tema implícito en Caósmosis y en el último libro en común es la depresión, aunque esta palabra nunca sea pronunciada. El espasmo caósmico del que habla Guattari, el efecto caótico de la aceleración en su relación con el cerebro, representan la emergencia de una intención de enfrentarse al agujero negro.

D.S.: ¿Cuáles son, en la actualidad, las formas dominantes de modernización de la subjetividad capitalista, y cómo atraviesan transversalmente lo psíquico, lo social y lo institucional?

F.B.: Advierto dos tendencias generales de trasformación de la subjetividad, divergentes en su dirección, pero que se alimentan de modo recíproco. La primera es la creación de la autonomía global, la conexión de los cerebros en una red prescriptiva, la construcción de un sistema de tipo neurototalitario que unifica la extracción de big data y la predisposición de automatismos técnicos. La segunda tendencia es la demencia desencadenada de los cuerpos separados de los cerebros, el caos geopolítico, la guerra civil fragmentaria y global al mismo tiempo.

La divergencia entre la actuación matemática de la autonomía financiera tecno-comunicacional y el caos psíquico, político, social, traza una forma esquizofrénica de la mente global. La voluntad política se ha vuelto impotente para gobernar los flujos infoesféricos (medios, finanzas). La impotencia es el carácter profundo de la psicoesfera de nuestro tiempo, una llave para interpretar el giro hacia la derecha de grandes partes de la población blanca de Occidente. La potencia de la voluntad política y de la democracia como ejercicio de la voluntad es aniquilada por un sistema de automatismos tecnolingüísticos y por la potencia desterritorializadora de las agencias de producción semiótica global: FAGMA (Facebook, Apple, Google, Microsoft, Amazon).

En consecuencia, la voluntad se manifiesta como un Ersatz, como un sustituto histérico. El fascismo se presenta de nuevo en la escena europea y en la escena mundial. Pero no se trata, como en los años 20 del siglo pasado, del fascismo futurista eufórico de hombres jóvenes que esperaban la gloria nacionalista. Ahora el fascismo es el de los que no pueden imaginar futuro alguno, un fascismo de la vejez de la impotencia. Una gran parte de los jóvenes europeos votan por la derecha –la marcha ultraderechista de Varsovia, que se hizo algunos meses atrás, convocó a muchos jóvenes–, tienen una percepción senil, están animados por el resentimiento y son incapaces de imaginar un futuro que sea algo diferente de un regreso del pasado.

En Dialéctica de la Ilustración, un libro escrito en los años 40, Adorno y Horkheimer sostienen que si la razón no es capaz de asimilar una reflexión sobre su momento regresivo está destinada a la extinción, a ser destruida (Theodor W. Adorno y Max Horkheimer: Dialettica dell’Illuminismo, Einaudi, 1947, Prefacio, página 5). Adorno y Horkheimer se refieren a lo que había pasado en su época: el nazismo se afirmó como destrucción de la razón porque la razón no supo comprender las fuerzas de la oscuridad evocadas por la humillación del Tratado de Versalles y el empobrecimiento de los trabajadores alemanes. Lo mismo pasa hoy: la razón se identifica con el algoritmo financiero y la mayoría del pueblo se da vuelta contra la razón, y quiere vengarse contra los partidos de la izquierda neoliberal que impusieron la fuerza de una razón antisocial. El fascismo de Trump y de la Brexit es una venganza contra la racionalidad, por eso no creo que pueda producirse un pronto regreso a la democracia.

D.S.: ¿Una nueva separación entre cuerpo y cerebro?

F.B.: La separación del cerebro global conectado desde el cuerpo afectivo es la causa de la demencia que vuelve. El regreso a la identidad nacional, religiosa, racial es el efecto de la caída de todo universalismo, porque el universalismo se ha convertido en globalismo técnico-financiero. El cerebro se conecta en un espacio bunkerizado, inaccesible a los cuerpos dementes. Y los cuerpos dementes se dedican a una guerra de los pobres contra los más pobres, de los impotentes contra los más impotentes.

D.S.: ¿Por qué insistís con nociones como “caoides” y “heterogénesis” en este contexto?

F.B.: En Caósmosis, Guattari habla de la niebla y de los miasmas como el panorama del fin del siglo pasado. Hoy, la niebla y los miasmas se han vuelto sofocantes desde un punto de vista físico y sobre todo desde un punto de vista psicosocial. “I can’t breathe.” “No puedo respirar”: el grito colectivo de los que desfilaron en las calles norteamericanas después de la muerte de Eric Garner, el afroamericano asmático sofocado por un policía hace algunos años, es el grito que mejor expresa la subjetividad contemporánea.

Ya cité el “spasme chaosmique” que provoca una contracción dolorosa del organismo social planetario. La aceleración está provocando un espasmo. La aceleración es una intensificación del estímulo infonervioso que genera patologías bien conocidas, pero escasamente explicadas, como el trastorno de déficit de atención o el ataque de pánico. El caos político debe ser interpretado como un epifenómeno colectivo de las patologías de intensificación, del espasmo caósmico. ¿Qué se hace en una condición de espasmo? Se busca un ritmo diferente, un ritmo más armónico, más sincronizado, por decirlo de algún modo, del organismo con el cosmos, con el entorno mutante.

El “caoide” es un conjunto semiótico (un signo, un grafo, una invención técnica, un concepto, un meme) que hace posible un ritmo sintónico con el ritmo acelerado del entorno técnico y relacional. Un concepto actúa como un caoide cuando tiene la capacidad de revelar algo que la visión dominante oculta. La poesía puede sugerir un ritmo que permita armonizar con el caos.

En Caósmosis, Guattari añade las siguientes palabras: “¿Qué es el pensamiento sino la capacidad de enfrentar el caos?” Hay que recordar que en el último capitulo de ¿Qué es la filosofía?, refiriéndose al caos y al cerebro, Deleuze y Guattari plantean que el único modo de relacionarse felizmente con el caos es aliándose con él, no combatiéndolo, porque el caos se alimenta de la guerra. El problema en consecuencia es: ¿Puede el cerebro colectivo producir de modo consciente una nueva sintonía con la evolución técnica del cerebro colectivo mismo? ¿Puede el cerebro colectivo (el general intelect) actuar conscientemente sobre su misma evolución?

D.S.: ¿Sigue siendo necesaria la discusión de la violencia? Si es así, ¿cómo pensar una contraviolencia en el actual contexto?

F.B.: En Italia prima la idea de que los años 70 fueron de mucha violencia. Y lo fueron en el estricto campo político. No obstante, la violencia está mucho más difundida en nuestros días: lo observamos en la vida cotidiana, en la realidad de las relaciones personales, en la frecuencia del femicidio. Si la violencia de los años 70 se presentaba principalmente como un conflicto entre visiones universalistas (lucha de clases, internacionalismo, en contra de la democracia liberal capitalista), hoy se manifiesta como la fragmentación identitaria, como la lógica del pertenecer: proliferación de los nacionalismos, de las mafias, de los integrismos religiosos. Sin embargo, no creo que la afirmación de un derecho histórico a organizar la violencia de los oprimidos, que fue un principio leninista y anarquista en el siglo pasado, tenga en la actualidad algún sentido.

La forma actual del dominio financiero, tecnológico, psíquico no se puede contrastar con la fuerza física. No hay un lugar físico donde se concentre el poder financiero. El dominio es desterritorializado y desmaterializado: se encuentra en la circulación de signos en la infoesfera, en automatismo técnicos inexorables que la violencia física no puede siquiera tocar. Solo un proceso de sabotaje y de reprogramación puede parar y subvertir la máquina financiera global. Solo un proceso de autoorganización de los trabajadores cognitivos puede redireccionar la arquitectura tecnosocial de la actividad productiva.

D.S.: ¿Podrías explicar el papel que le otorgás a la maternidad en relación con el cuerpo, el lenguaje, los signos y la sensibilidad?

F.B.: Luisa Muraro, en su libro El orden simbólico de la madre, se refiere a la relación entre el cuerpo de la madre y la génesis de la significación: la atribución de significado es el efecto de una confianza fundamental, la confianza en el cuerpo de la madre, o sea en la voz hablante de un ser humano. La relación entre significado y significante, que es arbitraria en el sentido de Saussure, se forma a partir de la singularidad de la voz y de la confianza afectiva. El significante “agua” se vincula con el significado operacional del líquido que bebimos para aplacar la sed porque la voz de mi madre garantizó la relación funcional entre signo y referente. Cuando digo “madre” no me refiero a la madre biológica, ni estrictamente a un ser humano de sexo femenino, sino a la voz singular que genera sentido, que genera confianza en el sentido del mundo. El mundo tiene sentido porque un cuerpo singular, una voz singular atribuye sentido a las palabras que denominan el mundo.

¿Qué pasa, entonces, cuando aparece en la escena una generación de seres humanos que aprendió más palabras desde una máquina que a través de una voz humana? ¿Qué pasa cuando emerge en la escena del mundo una generación que no funda su entendimiento y su capacidad de significación sobre la confianza afectiva, sino sobre la funcionalidad de signos que no tienen garantía afectiva sino solo operacional? Yo creo que esta ausencia del cuerpo de la madre (que puede ser el tío, el vecino de casa, un hermano, no importa, pero tiene que ser una vibración singular y afectiva), esta sustitución de una vibración singular por una máquina, es el fundamento de lo que llamamos precariedad: una fragilidad psíquica que se manifiesta como incapacidad de construir relaciones sociales de solidaridad.

Una tendencia de origen lacaniano, que se está manifestando en el pensamiento psicoanalítico contemporáneo (pienso en Massimo Recalcati), afirma que el problema esencial de nuestro tiempo es la desaparición del padre, o sea de la autoridad simbólica que se manifiesta en la ley y garantiza el orden social. El efecto de los movimientos antiautoritarios y de la aceleración semiótica neoliberal sería la explosión del inconsciente y la desaparición de la figura ordenadora del padre. Hay algo de verdadero en esta tesis, pero no creo que esta sea la dirección más interesante para entender lo que está pasando y, sobre todo, para imaginar cómo podemos actuar terapéutica y políticamente. Creo que el problema fundamental no es la explosión de la figura paterna ordenadora (la autoridad simbólica) sino el desvanecimiento del cuerpo de la madre (la afectividad como fundación de la simbolización). El problema verdadero es la crisis de la capacidad de fraternidad. Cuando la relación entre hermanos se funda sobre el vínculo con el padre no es fraternidad sino asociación patricida, comunidad entre guerreros. La fraternidad no se funda en la autoridad paterna, sino en la empatía afectiva que se origina desde el cuerpo de la madre.

Loveless (Sin amor), la película del director ruso Andrey Zvyagintsev, trata sobre la desaparición de Aliosha, un niño de ocho años a quien Genia, su madre, no sabe y no puede amar. Esa es la desaparición del futuro mismo, que en la película de Zvyagintsev está sustituido por la omnipresencia de la pantalla móvil, del smart-phone.

D.S.: Finalmente, ¿cómo te planteas en el contexto actual la cuestión de la tarea política-intelectual?

F.B.: Esta es la pregunta de más difícil respuesta: ¿cuál es la tarea del intelectual, del pensador en la época actual, a la que ingresamos oficialmente con la victoria de Trump, con la difusión del nacionalismo en Europa y con la derrota de la izquierda en América latina? Agregaría, más radicalmente, ¿qué hacer cuando el legado del humanismo moderno se hunde junto con el legado de la Ilustración y del socialismo?

A diario nos enfrentamos con la emergencia de la infamia: la arrogancia de los ignorantes que toman el poder justamente gracias a su ignorancia y a su arrogancia. ¿Y la miseria y la desesperación en aumento incesante que afecta a una cantidad de seres humanos cada vez mayor?

Creo que tenemos que vivir en una condición de duplicidad que implica el ejercicio de hablar con dos idiomas diferentes: el primero es el idioma de la resistencia humana; el segundo, el de la profecía y la anticipación, el de la creación de conceptos que estén a la altura de la mutación post-humana que no podemos parar.

En el primer nivel, tenemos que educar a los que nos escuchan a ser justos con las naciones en el sentido que los judíos dieron a esta expresión durante la Shoah. O sea que tenemos que expandir a las minorías que resisten contra lo inhumano y que se comprometen a continuar siendo humanos como el italiano Vittorio Arrigoni, como la americana Rachel Corrie. En el segundo nivel, tenemos que comprender la nueva dirección que la evolución está imprimiendo sobre los acontecimientos de la historia y de la vida cotidiana, y elaborar conceptos que sean capaces de atravesar el caos, actuar como caoides, producir un horizonte de transformación consciente.

En el primer nivel, tenemos que crear espacios de solidaridad clandestina e incluso lugares de felicidad, para evitar que la conciencia sin esperanza devenga en depresión psíquica o en agresividad y en autolesión. Resistiendo, tenemos que saber que la resistencia no puede resistir, que los valores del humanismo moderno no pueden parar ni subvertir la ola de venganza antihumana que sale desde el océano de la desesperación contemporánea. En el segundo nivel, tenemos que conservar la conciencia del posible a pesar de la fuerza del probable, del inevitable. El apocalipsis que acompaña a la mutación puede oscurecer el posible, pero no cancelarlo. La posibilidad de un uso social de la tecnología, la posibilidad de un uso humano del conocimiento, permanece en la conexión de los cerebros, a pesar de la forma tecno-social que somete la inteligencia a la acumulación.

D.S.: En sus tesis sobre el concepto de historia, Walter Benjamin denunciaba que la socialdemocracia, apegada al evolucionismo, miraba con sorpresa el arribo del fascismo, y que ese asombro, producto de su fe en el progreso, no le había permitido combatirlo con éxito. ¿Somos capaces de extraer un conocimiento político útil del fascismo del siglo XXI?

F.B.: Creo que en los últimos años se ha reproducido la misma situación que denunciaba Benjamin. Al igual que en el siglo XX, la izquierda no ha sido capaz de anticipar esta nueva ola de oscuridad. La izquierda y el liberalismo-demócrata en general, subalternos al realismo absolutista de la economía financiera, han perdido el pulso de la profunda mutación del psiquismo social. Horkheimer y Adorno ya lo plantearon en el prefacio de su Dialéctica de la Ilustración: si el pensamiento crítico no logra entender la oscuridad que acompaña a la Ilustración, firma con eso mismo su sentencia de muerte.

No creo que se produzca una vuelta a la normalidad liberal-democrática. Creo que se ha abierto la caja de Pandora. Solo mas allá de la oscuridad puede volver a emerger la posibilidad. El problema presente es cómo podemos sobrevivir al ensombrecer. Y al mismo tiempo, cómo podemos transmitir el contenido de la posibilidad.

[1] Sobre la caósmosis, Bifo señala en Fenomenología del fin que “es el proceso que sigue a la explosión de la topología morfoestática y que tiene como resultado el surgimiento de una nueva forma”. Caósmosis es el título de uno de los más importantes libros de Guattari, publicado en castellano por Manantial, Buenos Aires, 1996.

11/01/2018

Un devenir pos-humano. Entrevista a Franco Berardi «Bifo» (octubre de 2007) // Colectivo Situaciones

 

Pubicado como prólogo al libro Generación post-alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo, editado por Tinta Limón ediciones, Buenos Aires, octubre de 2007

En la introducción hablás del carácter rapsódico y no orgánico de este libro, pues recoge intuiciones y preocupaciones surgidas en épocas distintas y las desarrolla según campos disciplinarios diversos. Según argumentás, éste es el modo de composición que mejor expresa la investigación que venís desarrollando, que a veces percibe aperturas inusitadas y otras constata el cierre de las posibilidades existentes. Sin embargo, aquel carácter rapsódico es también, sospechamos, un rasgo fundamental del método recombinante que vos proponés como imagen del pensamiento en la sociedad contemporánea. Teniendo en cuenta que éste sería el primer libro tuyo que se edita en Argentina, nos parece oportuno que comentes brevemente los que consideres las principales características de esta modalidad del pensar.

La historia de los movimientos revolucionarios del siglo XX se funda en un método cognoscitivo y estratégico de tipo dialéctico. Totalidad contra totalidad. Afirmación, negación e inversión. Aquella visión estaba vinculada con una forma simple de la contradicción social en la industria: clase obrera contra burguesía. Pero la filosofía dialéctica se fundaba sobre una reducción de la complejidad real del mundo y abría el camino a formas de subjetivismo totalitario, como hemos visto en la historia del socialismo realizado.

Luego de la gran explosión social de los años ’60 y ’70, la reestructuración capitalista produce una pulverización de la relación entre capital y trabajo: flexibilidad, deslocalización, precarización, etc. Ya no existe ninguna posibilidad de describir el mundo en términos dialécticos, ya no existe la posibilidad de una estrategia de oposición simple, frontal. Ya no existe tampoco la posibilidad de pensar una inversión totalizante.

La nueva forma productiva se funda sobre un principio tecnológico que sustituye a la totalización por la recombinación. Informática y biogenética —las dos innovaciones tecnológicas de fines del siglo XX— están fundadas sobre un principio de recombinación: unidades capaces de multiplicarse, proliferar, recombinarse que se sustraen a la totalización. El plano de consistencia de la informática es un plano infinito, no totalizable, proliferante. Un nuevo signo puede cambiar el significado de todo el cuadro. Puede recombinarlo.

No era así el universo industrial territorializado y totalizable. Ahí un nuevo signo se agregaba a otros sin recombinar el efecto de significado. Era necesario atesorar fuerzas lentamente, transformar conciencias, acumular fuerzas políticas y militares hasta el asalto final en el que se conquistaba el Palacio de Invierno.

En la esfera recombinante, el poder es inaprensible, porque no está en ninguna parte y está en todas al mismo tiempo. Pero esto posibilita, también, transformar todo el cuadro a partir de una nuevo elemento, un signo, un virus.

La historia es un proceso generalmente imprevisible, pero existen grados diversos de imprevisibilidad. En la esfera industrial se podían hacer análisis de la situación objetiva de los cuales sacar conclusiones estratégicas para la acción y se actuaba en consecuencia. Los procesos de agregación subjetiva eran largamente previsibles, el comportamiento de las clases sociales era previsible y el ciclo económico también. Los factores de imprevisibilidad eran rupturas políticas turbulentas. Se podría pensar en la decisión de Lenin: tomar el poder en el país más atrasado. La imprevisibilidad (la locura) de la acción de Lenin cambia —después del ’17 y en el mundo entero— todos los términos del problema.

Hoy, el conjunto del sistema entró en una condición de imprevisibilidad mucho más radical, porque los actores se han multiplicado y el cuadro es infinitamente más complejo. Y, sobre todo, porque el funcionamiento viral no se puede reducir a ningún modelo determinista. Piensen en la actual crisis de las Bolsas, el desplome de las hipotecas subprime (préstamos hipotecarios de riesgo) en el mercado inmobiliario norteamericano. Los efectos son imprevisibles porque nadie puede decir con exactitud dónde acabarán los fragmentos de capital financiero basados sobre deudas ya no exigibles.

En esta situación, las estrategias totalizantes están destinadas al fracaso, a la ineficacia más absoluta. La acción debe ser de carácter puntual, viral, contagioso.

En el libro proponés la siguiente afirmación: «se puede llamar recombinante al capital financiero que asume un rol central en la política y la cultura  de los años noventa». Teniendo en cuenta la pregunta anterior, ¿cómo entender esta homología entre los funcionamientos del neoliberalismo y del pensamiento crítico? ¿Se trata de encontrar al interior de este terreno común los signos de un nuevo conflicto o es más bien esta «adecuación» del pensamiento al capital el principal nudo a desatar?

Hablan de homología entre el funcionamiento del capitalismo y del pensamiento crítico. Realmente es necesario encontrar esta homología si queremos lograr comprender el objeto sobre el que estamos hablando, el objeto que queremos deconstruir, el objeto del cual queremos sustraernos.

¿Existe una homología entre el análisis que Marx hace sobre el trabajo abstracto y el proceso de abstracción progresiva del trabajo? Verdaderamente existe. Sin esta homología la crítica de la economía política no es posible y se queda en el socialismo utópico pre-científico.

El pensamiento crítico se debe dar sobre el plano de consistencia del proceso real, de lo contrario se vuelve una forma de obsesión moralista sin base cognoscitiva ni práctica. Me explico. El movimiento obrero, los partidos comunistas europeos (como Refundación Comunista en Italia) se oponen a la flexibilidad del trabajo, a la precariedad. Con justicia, refutan los efectos sociales de la flexibilidad. Pero la oposición a la flexibilidad no puede funcionar. En el mejor de los casos, se trata de una forma de resistencia que puede retardar la afirmación del modelo flexible de producción.

Es necesario, en cambio, adecuar nuestros instrumentos analíticos a la realidad de la producción flexible. No sirve de nada lamentarse por lo que ha ocurrido, es necesario comprender las nuevas formas y deconstruir cognoscitivamente su funcionamiento; por lo tanto, encontrar su punto de debilidad y actuar sobre él.

Una de las líneas más audaces del libro es el esfuerzo que hacés para brindar una interpretación panorámica pero eficaz del devenir (post)humano en la actualidad, teniendo muy en cuenta la mutación radical (antropológica). Como parte de esta tentativa esbozás elementos de una periodización que nos gustaría que perfiles más claramente, aún si esto conlleva un alto riesgo de esquematización. Una aclaración de este tipo podría ordenar mejor una serie de recorridos de mucho interés.

Periodizar la transición post-humana es, realmente, una tarea peligrosa, porque se corre el riesgo de considerar la mutación antropológica como un proceso asimilable a la historia política, con sus fechas, sus plazos, sus revoluciones y sus restauraciones. Naturalmente, no es así: se trata de un fenómeno esencialmente cultural que trabaja al interior de la composición social. Esto no nos impide ensayar una periodización basada en momentos de revueltas políticas, pero tiene que ser capaz de señalar, también, las corrientes de mutación profunda.

Partimos de los años ’60, que fue el periodo en el que la composición social industrial-obrera alcanza su plenitud, y vemos emerger —en el movimiento estudiantil del ’68— una nueva fuerza social: el trabajo intelectual de masas o cognitariado. En los años ’70, y particularmente en el año de la revuelta del ’77, veo una especie de fractura entre la historia moderna (céntrica, subjetivable, humanística, dialectizable) y el delinearse de una post-modernidad proliferante, irreducible a la ideología.

No por azar en aquellos años comienza la ofensiva liberal, puesta en marcha por Nixon con el desprendimiento del dólar del régimen de cambios fijos (1971), luego relanzada por Thatcher y por Reagan a comienzos de los años ’80. Los años ’80 son el periodo en el que la contraofensiva liberal se entrelaza con la efervescencia de un movimiento deseante ya completamente difundido en la vida cotidiana. Liberalismo (capitalista) y liberación (social, sexual, expresiva) son dos intencionalidades bien distintas y contrastantes; sin embargo, en la fenomenología de la cultura de los años ’80 las vemos entrelazadas.

El ’89 liquida definitivamente la descripción dialéctica del mundo, la bipolaridad desaparece y la proliferación toma su lugar. Utopía de un pluralismo pacífico rápidamente desmentida por el retorno de la guerra. El fin del industrialismo había señalado una desterritorialización social, productiva, cultural. 1989 lleva esta desterritorialización hasta la forma geopolítica del mundo. No existe más la marca bipolar del territorio-mundo.

Pero, llegado este punto, se ponen en movimiento fuerzas inmensas de reterritorialización. La necesidad identitaria se apodera de las masas populares incapaces ya de reconocerse como clases sociales (revolución komeinista en Irán, puesta en marcha del integrismo islámico, reemergencia del nacionalismo en el este europeo, guerra serbo-croata, etc.). El capitalismo mundial se reterritorializa en torno a la guerra. Al mismo tiempo, la inmensa revolución de la red está tomando forma en la tecnología, y se difunde en la esfera de la cultura, del deseo, del consumo, de la producción. Un nuevo y potente movimiento de desterritorialización impulsado por la cibercultura y por la ideología felicista (optimista) que la acompaña.

En las últimas dos décadas del siglo se verifican dos procesos gigantescos y complementarios con un potente efecto psico-mutágeno: la introducción masiva de las mujeres en el circuito de la producción global y la difusión de las tecnologías video-electrónicas y, luego, conectivas. Este doble fenómeno —movilización productiva de la cognición femenina, sometimiento asalariado de la afectividad, el deseo puesto a trabajar y, al mismo tiempo, exposición de la mente infantil a un flujo maquínico de información, de formación, de modelación psico-cognitiva— transforma la consistencia antropológica profunda del campo social: el lenguaje, la relación entre lenguaje y afectividad y, por consiguiente, la capacidad de abrirse a lo social, a la solidaridad social.

Durante la lectura del libro nos llamó la atención ciertos tránsitos de ilusión-decepción, y el modo en que son relatados. Podríamos nombrar dos. El primero tiene que ver con el año 89 y la valoración de aquella coyuntura como una apertura democrática: la caída de los socialismos reales es interpretada como el desplome del “Imperio del Mal”. Luego, en la década de los 90, siempre según tus palabras, se habría establecido una alianza virtuosa entre el capital recombinante y el trabajo creativo inmaterial (o cognitariado), cuyo agotamiento coincide con la crisis de las empresas “punto.com” (2000) y con la crisis global de la “seguridad” (2001).

En ambos casos, y quizás por el hecho de habitar el contexto latinoamericano, nos produce curiosidad la forma en que valorás el elemento subjetivo. Por ejemplo, entre nosotros la exaltación de las transformaciones de la vida cotidiana y los intentos democratizadores de los países del llamado socialismo real nunca fueron considerados al margen del paralelo desencadenamiento de fuerzas extremadamente favorables al dominio capitalista de un mundo “rendido” a la hegemonía de los EE.UU. En el segundo caso, los años 90 en Latinoamérica fueron ante todo la década donde el neoliberalismo reinó con extremo salvajismo, subordinando toda expresión autónoma o resistente de la fuerza intelectual, política y laboral.

Lo que nos interesa indagar es qué teoría de la subjetividad se pone en juego en este contraste. Y por lo tanto: ¿qué factores tenemos en cuenta para construir nuestros proyectos políticos? ¿Cómo funciona la centralidad que solemos otorgarle a los modos de producción en esta consideración de lo subjetivo?

El circuito ilusión-decepción del cual ustedes hablan es el alma de la sucesión histórica y de la relación entre intención subjetiva y devenir del mundo. Toda estrategia (política, afectiva) es una ilusión, porque en el mundo real prevalece la heterogénesis de los fines, es decir, la sobredeterminación recíproca de las intencionalidades diferentes. En particular, en la historia social del siglo XX, la “ilusión” obrera ha producido desarrollo capitalista, ha producido industrialización forzada pero, también, ha producido escolarización de masas, aumento del consumo de bienes culturales, aumento de la esperanza de vida.

En el curso de mi vida militante, partiendo de 1968, cuando formaba parte de un colectivo estudiantil de Filosofía y Letras de Bolonia, he visto muchas ilusiones y muchas desilusiones, pero quiero continuar así. La ilusión es una intención situada. La desilusión es el efecto de transformación que tu intención ha producido encontrándose con las intenciones de infinitos otros actores. Es importante no transformar tus ilusiones en ideología y no tomar las desilusiones como la forma definitiva del mundo.

¿La ilusión del 89 se transformó en la desilusión de la guerra? Sí y no, porque se transformó, también, en la sorpresa de la proliferación de red.

¿La ilusión de los años ’90 y de la alianza entre trabajo cognitivo y capital recombinante se trasformó en la desilusión de la era Bush? Sí y no, porque la era Bush es, tal vez, el comienzo del derrumbe de la hegemonía norteamericana, y porque la historia del trabajo cognitivo no terminó, sólo está comenzando.

Nos interesa mucho presentarte nuestro contexto a la hora de compartir tus reflexiones sobre los dilemas constituyentes de la mente colectiva en  sus dimensiones tecnológicas y afectivas. En Argentina, la crisis del 2001 operó como un masivo investimento del plano social a partir de la desvinculación previa de un importante segmento de la clase trabajadora que había quedado literalmente al margen de la institución laboral. El desenganche de las clases medias del mercado financiero alimentó, a su turno, este proceso. La sensación de que podía desarrollarse un espacio por fuera de los límites de la estatalidad y de la racionalidad del valor de cambio, sin embargo, fue dando lugar a un comportamiento más próximo al estándar subjetivo de la era del mercado global: la segmentación de las vidas, el apego a una interioridad fundada en el consumo de los más variados servicios, la psicologización de las patologías sociales, el consumo de pastillas y un compromiso particularmente intenso con el trabajo de cada  quien.

¿Cómo percibís este proceso de normalización tras la aguda crisis de legitimidad del neoliberalismo, y qué relación podrías establecer con el contexto europeo?

No estoy en condiciones de analizar la diferencia entre la situación europea y la situación latinoamericana, que en este período aparece como una excepción, como un fenómeno de contratendencia. No estoy en condiciones de hablar porque no conozco suficiente la realidad sudamericana, y por eso estoy muy contento de ir a Buenos Aires y de conocer a los compañeros y amigos.

Lo que dicen respecto de la situación argentina luego de 2001 es interesantísimo. Por un lado, la ilusión (fecunda) de poder realizar formas de vida más allá del régimen de valor de cambio; por el otro, el proceso (claramente neoliberal) de la segmentación de las vidas. En esto, la situación argentina es asimilable a lo que se vio en Europa en los años ’80 y ’90. Pero en la situación argentina (y de manera distinta, también, en la situación venezolana, boliviana y, de manera nuevamente distinta, en la brasilera) está en curso una experimentación política de nuevo tipo que podría llevar a una fractura profunda entre “necesidad” económica impuesta por el capitalismo global y espacios de libertad social y cultural. Pero no puedo hablar de esto antes de haberlo conocido y antes de hablar con ustedes.

A menudo explicitás tus dudas sobre la factibilidad de seguir pensando políticamente los problemas que han emergido de la mutación de los últimos años. En el centro de esta incertidumbre aparece el problema de la relación entre las generaciones modernas y las que definís como generaciones post-alfabéticas. Todo parece indicar que el destino de la política misma se juega en la transmisión de una herencia que quizás hoy resulte obsoleta: la memoria de luchas y de creaciones culturales, pero también una sensibilidad que parece quedar en el olvido (el vínculo, por ejemplo, entre el lenguaje y los afectos). En la introducción de este libro afirmás que el desafío es complejo pues se trata de traducir un mensaje cuyo sentido no está en el contenido de lo que se dice.

En la Argentina la discusión sobre cómo politizar la memoria ha sido muy importante en los últimos años. Sin embargo, no estamos seguros de haber asumido el tipo de dilema que vos presentás y la inflexión que proponés. ¿Podrías contarnos mejor en qué consiste esta imagen de la transmisión?

La cuestión de la transmisión cultural es fundamental, tanto desde el punto de vista de la historia obrera y progresiva del siglo XX como desde el punto de vista de cultura laica iluminista y humanista que ha marcado el curso de la modernidad. Pero el problema de la transmisión es enormemente delicado, complicado. No puede ser reducido a un problema de transferencia de contenidos de la memoria política (la historia de la resistencia pasada, etc.). No puede reducírselo a un problema de transferencia intergeneracional de “valores”, porque esto es inevitablemente moralista y los valores no significan nada por afuera de las condiciones sociales, técnicas, antropológicas dentro de las que se modela el comportamiento humano.

Por lo tanto, entonces, ¿qué es el problema de la transmisión? Por cierto es importante narrar la historia de las revueltas pasadas, es importante la memoria histórica y política. Para esto sirve mucho más la literatura que la política. Pero es idiota pensar que narrando la historia de la autonomía del pasado se pueda transmitir un know how autónomo para el tiempo presente. No funciona así.

La cuestión de la transmisión es, sobre todo, un problema ligado a la sensibilidad. La historia de la modernidad es la historia de una modelación de la sensibilidad, de un proceso de refinamiento (pero, también, un proceso de disciplinamiento), el desarrollo de formas nuevas de tolerancia y de creatividad (pero, también, el desarrollo de nuevas formas de barbarie y de conformismo). La pregunta que debemos hacernos y, sobre todo, que debemos hacer a la gente que se está formando hoy, a los chicos, a la nueva generación, se refiere al placer, a la belleza: ¿Qué es una vida bella? ¿Cómo se hace para vivir bien? ¿Cómo se hace para estar abierto al placer? ¿Cómo se goza de la relación con los otros? Esta es la pregunta que debemos hacernos, una pregunta que no es moralista y que funda la posibilidad misma de un pensamiento ético.

Pero la pregunta que debemos hacernos es, sobre todo, ésta: ¿qué cosa es la riqueza? Es sobre este plano que el capitalismo venció la batalla del siglo XX.

¿Riqueza significa quizás acumulación de cosas, apropiación de valor financiero, poder adquisitivo? Esta idea de la riqueza (que es propia de la ciencia triste, la economía) transforma la vida en carencia, en necesidad, en dependencia. No tengo la intención de hacer un discurso de tipo ascético, sacrificial. No pienso que la riqueza sea un hecho espiritual. No, no, la riqueza es tiempo: tiempo para gozar, tiempo para viajar, tiempo para conocer, tiempo para hacer el amor, tiempo para comunicar.

Es precisamente gracias al sometimiento económico, a la producción de carencia y de necesidad que el capital vuelve esclavo nuestro tiempo y transforma nuestra vida en una mierda. El movimiento anticapitalista del futuro en el cual yo pienso no es un movimiento de los pobres, sino un movimiento de los ricos. Aquellos que sean capaces de crear formas de consumo autónomo, modelos mentales de reducción de la necesidad, modelos habitables a fin de compartir los recursos indispensables serán los verdaderos ricos del tiempo que viene. A la idea adquisitiva de la riqueza es necesario oponer una idea derrochativa, a la obsesión es necesario oponerle el goce.

En tu trabajo enfatizás la imagen de un cambio antropológico que se va acentuando en generaciones sucesivas, cada una de las cuales se desarrolla en un nuevo contexto tecnológico. A nosotros nos ha impresionado mucho tu idea de una modificación en la matriz cognitiva y afectiva de las generaciones pos-alfabéticas. ¿No existe, sin embargo, el riesgo de acudir a un determinismo tecnológico para explicar las transformaciones de los imaginarios y la modalidad de los vínculos?

A propósito de esta inquietud, en una escuela de la periferia de nuestra ciudad (donde solemos conversar sobre estos problemas) recibimos el siguiente comentario: “sí, es cierto que hay un cambio en los modos de atención y en el comportamiento de los chicos; pero no es fácil atribuir esta permuta al vínculo con las tecnologías digitales ya que en general los niños de nuestros barrios no están muy en contacto directo con las máquinas”. A partir de esta acotación: ¿te parece que en regiones donde la existencia de las tecnologías digitales no se han difundido como en Europa o Estados Unidos es posible pensar los dilemas y las nuevas figuras subjetivas en los mismos términos que describís o más bien creés que es preciso introducir matices?

La cuestión del determinismo está presente. En Mc Luhan, un autor para mí importantísimo que permite comprender buena parte de la transformación del último medio siglo, hay un riesgo de tipo determinista. Existe el riesgo de identificar una relación directa entre cambio tecno-comunicativo (de las tecnologías alfabéticas a las tecnologías electrónicas, por ejemplo) con un cambio de tipo cultural. Una relación entre técnica y cultura naturalmente existe, pero no es directa ni determinista.

Ciertamente, la constitución cognitiva de la generación que recibe las informaciones en el formato simultáneo de la electrónica es distinta a la constitución cognitiva de las generaciones alfabéticas. Pero en este pasaje se abre una bifurcación, esto es, la posibilidad de reconstruir condiciones lingüísticas, comunicacionales, afectivas, que produzcan autonomía, incluso al interior de un modelo técnico transformado. Es el problema esencial del mediactivismo contemporáneo, del subvertizing, de la creación de red. Vuelve aquí el problema de la transmisión intergeneracional. No se trata de transferir mecánicamente nociones, memorias, sino que se trata de activar autonomía dentro de un formato cognitivo transformado. Esto es verdaderamente difícil, dado que aún no hemos elaborado las técnicas capaces de restituir autonomía a organismos concientes y sensibles que se han formado según modelos esencialmente an–afectivos. Pero el punto de bifurcación está precisamente en el sufrimiento, en el sentimiento de incomodidad, de depresión. La pregunta a formular a la nueva generación no se vincula a los valores (¿sos solidario o egoísta?, ¿sos crítico o conformista?). Se vincula con la sensibilidad: ¿sos feliz o infeliz?

Es desde aquí que debemos partir, y entonces veríamos bien que la comunicación política hoy debe ser, ante todo, una acción terapéutica. Crear las condiciones de posibilidad de una felicidad del existir, de una felicidad de la relación con el otro, esta es la vía de la organización política en el tiempo que viene.

Respecto a lo que me cuentan en la segunda parte de la pregunta, naturalmente existen grados diferentes de integración con el sistema tecno-comunicativo global, existen grados diferentes de “aculturación electrónica”, etc., pero yo no nunca dije que la mutación corresponda solamente a una cuestión cuantitativa de exposición a la tecnología.

En esta objeción veo precisamente un dejo de determinismo. El problema no es si un chico usa el celular o navega en Internet, sino dentro de qué ambiente cultural y afectivo se encuentra en sus años de formación, en sentido acotado: familiar, pero también en sentido amplio: en la relación imaginaria con sus coetáneos del todo el planeta, en las modas culturales, musicales, consumistas.

En ese sentido, yo creo que la mutación tecnocomunicativa puesta en marcha en los años 80 con la difusión de la televisión, de las series televisivas, de la telenovela, de la videocassettera, de los videojuegos y, luego, del reality show ya había tenido un grado de homogeneidad planetario y una rapidez de difusión que no tiene comparación con épocas pasadas. En este sentido, la primera generación videoelectrónica alcanzó una relativa homogeneidad cultural en tiempos mucho más breves de lo que ocurría en épocas pasadas por medio de procesos de aculturación alfabética.

Aún más rápido se vuelve el tiempo de homologación de la generación conectiva, aquella que gracias a Internet y al teléfono videocelular ha podido entrar en circuitos globales incluso antes de haber formado una sensibilidad localizada. Este proceso prescinde en cierta medida de la cantidad de horas de exposición al aparato televisivo o telemático.

Durante los años 2000 y 2001 parece haber un cambio profundo en las fuerzas que dan forma a las subjetividades colectivas. Pero la era Bush está ligada a una remilitarización de buena parte del planeta. ¿Cuál es tu lectura de este proceso? ¿Lo percibís como una interrupción restauradora de la economía del petróleo y la industria fordista o, más bien, como el relanzamiento (ahora blindado) de la colonización del mundo por parte de la racionalidad imperial?

La figura política de George Bush II se recorta sobre el panorama histórico como un enigma extraordinario. Bush representa explícitamente los intereses de un sector agresivo, ignorante, oscurantista: los petroleros, el sistema militar-industrial.

Pero la narrow-mindedness (mentalidad estrecha) de este sector se está revelando como un clamoroso gol en contra para el sistema norteamericano. En mi opinión, los EE.UU. no se recuperarán de la catástrofe político-militar (e imaginaria) que la presidencia de Bush ha provocado. La derrota en Irak no es como la de Vietnam. En el 75 la guerra se concluye, la bandera norteamericana es izada en los edificios de la embajada, y todo termina allí (no realmente para la población vietnamita, para los locos de los boat people, etc.). Pero después de Irak no existe retiro militar. No es posible.

Los EE.UU. no pueden renunciar a la hegemonía sobre medio oriente. Pero la guerra iraquí mostró que esta hegemonía está perdida, es irreparable. Luego de Irak está el Irán de Ahmadinejiad, el Pakistán de Musharraf, bombas de tiempo incrustadas en la geopolítica mundial por una política no menos estúpida que criminal. La guerra infinita que los neoconservadores han concebido y que Bush ha provocado es la arena movediza en la que el más grande sistema militar de todos los tiempos está inexorablemente hundiéndose.

En el 2000, la victoria de Bush (mejor, el golpe de estado de Bush) desalojó el cerebro de la cumbre del mundo. El sector cognitario, el trabajo virtual, la ciberinteligencia fueron desalojados por la victoria de los músculos, los petroleros y los generales. Pero sin cerebro no se gobierna el mundo, como máximo se puede incendiarlo.

El final de esta alianza entre cognitariado y capitalismo recombianante que se había establecido de manera frágil, contradictoria, pero dinámica durante los años 90, ha marcado el regreso de un capitalismo idiota, representado por el sector mafioso y guerrero que guía las grandes potencias del mundo en el presente: Cheney, Putin, y todo lo que les sigue.

El grupo dirigente norteamericano se formó sobre el mesianismo apocalíptico de cuño cristiano, pero también sobre el pensamiento de James Burnham, un sociólogo de formación trotskista de los años ’30, y también sobre una recuperación del concepto de exportación de la revolución (no olvidemos que Pearle, Kristoll, el propio Wolfowitz tienen sobre sus espaldas una formación trotskista). Sería interesante estudiar también este aspecto: en qué medida la experiencia del terrorismo bolchevique (el terrorismo del materialismo dialéctico estalinista, pero, también, el terrorismo de la revolución permanente trotskista) se ha transferido al pensamiento estratégico imperialista (norteamericano, pero también francés).

Luego de ser depurada de sus elementos comunistas y obreros, la tradición bolchevique se ha vuelto parte de la cultura del capitalismo global, no solamente en la Rusia gobernada por la KGB redenominada FSB, sino también en los EE.UU. neoconservadores, o en la Francia sarkoziana esponsorizada por Glucksmann y por Kouchner.

Finalmente querríamos preguntarte por la dimensión política de la noción de autoorganización. En algún lugar enunciás que el antagonismo es una imagen política inútil para la situación presente, pues el deseo social se desplaza en paralelo a la innovación de la economía. Pero si el deseo no necesita contraponerse a lo que existe para proliferar, ¿qué lo llevaría a radicalizarse hacia horizontes de autoorganización? ¿Cómo percibís o imaginás ese impulso?

Creo que debemos reflexionar nuevamente sobre la noción de deseo. La lectura de Deleuze y Guattari por parte del pensamiento del movimiento a menudo ha malinterpretado la noción de deseo como si éste fuese una subjetividad, una fuerza positiva. Admito que alguna ambigüedad sobre este punto se encuentra en los textos de ambos filósofos, y en mi trabajo de “vulgarización movimentista” (si me permiten la expresión) he a veces identificado el deseo como la fuerza positiva que se opone al dominio. Pero esta vulgarización no es correcta.

El deseo no es una fuerza sino un campo. Es el campo en el cual se desarrolla una densísima lucha o, mejor dicho, un espeso entrecruzamiento de fuerzas diferentes, conflictivas. El deseo no es un valiente muchacho, no es el chico bueno de la historia. El deseo es el campo psíquico sobre el que se oponen continuamente flujos imaginarios, ideológicos, intereses económicos. Existe un deseo nazi, digo, para entendernos.

El campo del deseo es lo central en la historia, porque sobre este campo se mezclan, se superponen, entran en conflicto las fuerzas decisivas en la formación de la mente colectiva, por lo tanto la dirección predominante del proceso social.

El deseo juzga la historia, ¿pero quién juzga al deseo?

Desde que las corporaciones de la imageneering (Walt Disney, Murdoch, Mediaset Microsoft, Glaxo) se han apoderado del campo deseante, se han desencadenado la violencia y la ignorancia, se han cavado las trincheras inmateriales del tecno-esclavismo y del conformismo masivo. El campo del deseo ha sido colonizado por esas fuerzas.

Sobre este plano debe actuar el movimiento deseante. Y cuando usamos la expresión “movimiento deseante” no entendemos “subjetividad deseante que se hace movimiento”, que por el simple hecho de tener deseo es positiva, como si no hubiese deseo también en la violencia.

“Movimiento deseante” significa un movimiento capaz de actuar eficazmente en el campo de formación del deseo, un movimiento conciente de la centralidad del campo del deseo en la dinámica social.

El movimiento es una fuerza, el deseo un campo.

“Necesitamos salir de la superstición del trabajo asalariado” // Entrevista a Bifo

Es una entrevista breve. Franco Berardi, ‘Bifo’ (Bolonia, Italia, 1948), no necesita rodeos para mostrar las líneas principales de su pensamiento. Ha venido con Andrea Gropplero a presentar Comunismo futuro, una película documental en la que acompaña los hitos de la historia política de las últimas décadas del siglo XX. Una ‘bifografía’ basada en sus reflexiones e intercalada con imágenes de archivo de Mayo del 68, de las luchas autónomas en Italia, el movimiento punk, el auge de internet y del neoliberalismo. La disyuntiva que se planteó en el año clave de 1977 entre la liberación y la esclavitud. Entre romper con el mito del trabajo asalariado o encadenar a la humanidad a un nuevo mito, el de “la máquina”.

Entre las reflexiones que salpican el documental destaca una: “No obedezcas a quienes quieren que tu vida se convierta en un contenedor de tiempo vacío. Si tienes que vender tiempo a cambio de dinero, recuerda que ninguna suma, por grande que sea, vale más que tu tiempo”. Es, quizá, lo que marca la diferencia entre el comunismo que Bifo quiere resucitar y la ideología que bajo ese mismo nombre fue derrotada en 1989 con la caída del bloque del Este. Es, antes que nada, un programa para la derrota del capitalismo financiero, cada vez más basado en la colonización del tiempo y de la vida de millones y millones de personas.

La película que presentas tiene un título sugerente, diría que provocador. ¿Por qué sugieres la idea del regreso del comunismo?
No pienso que el comunismo regresa. Sería loco decirlo. Es un título provocador que intenta decir que estamos en una catástrofe que ha sido provocada. Una catástrofe muy peligrosa, la del nazismo y el racismo que están volviendo en toda Europa. Como ha dicho Emmanuel Macron, la guerra civil es el peligro que estamos enfrentando hoy en Europa. Es una catástrofe que ha sido producida antes de nada por el fallecimiento de la perspectiva comunista, y sobre todo del internacionalismo que está vinculado muy estrechamente con el comunismo.

Entonces, digo que la palabra escandalosa ‘comunismo’ tiene que ser dicha de nuevo hoy; no porque haya una actualidad del comunismo en la escena política actual, sino porque tenemos que prepararnos para una época apocalíptica de la cual saldremos solo si tenemos el corazón para decir “comunismo”.

Pero comunismo no es un programa político, es un meme. Los fascistas están ganando en todo el mundo, comenzando por los Estados Unidos de América, porque han tenido la capacidad de olvidar los contenidos, los programas. Han tenido el coraje de hablar a través de memes, que es la manera en la cual el cerebro contemporáneo puede funcionar. Tenemos que funcionar de la misma manera: el meme que tenemos que lanzar al interior del mediascape [la escena mediática] global es hoy el apocalipsis, mañana, el comunismo. Esa es la manera en la que hemos utilizado esa palabra.

Estamos en una profunda crisis del trabajo asalariado, que fue el primer motor del movimiento obrero y del comunismo. ¿Cómo tiene que ser ese comunismo basado en una idea de nuestro siglo?
El problema es que esta palabra significa muchísimas cosas y al mismo tiempo no significa nada. Es un escándalo, una declaración de fallecimiento, de desmoronamiento, de colapso, de la perspectiva capitalista. Al mismo tiempo significa la necesidad de inventar algo de nuevo, que pertenezca a la historia del pasado también.

¿Cuál ha sido la falta esencial del comunismo histórico leninista? La incapacidad de focalizar la atención sobre el problema de la abolición, de la superación, del trabajo asalariado. Hoy, el problema de la superación del trabajo asalariado es el problema principal en el mundo. Lo dice la propia Google, dice, si Google aplica la producción, la inteligencia artificial de la que ya dispone, el 50% de los trabajos existentes desaparecen mañana por la mañana.

Ese es el problema: no necesitamos continuar en la locura del trabajo asalariado. Necesitamos salir de esa superstición. Eso se llama comunismo, tal y como lo entiendo. Es un programa totalmente utópico y totalmente realista. Utópico porque la realidad es que el fascismo está marchando en todo el mundo. Es totalmente realista porque es la única manera de transformar la derrota presente, la catástrofe presente, en una nueva imaginación de lo posible. Es lo posible de lo que estamos hablando ahora. No la utopía, lo posible. Lo posible es muy distinto a lo probable. Lo probable es el fascismo, que va ganando. Pero lo posible sigue existiendo en el interior de esta realidad catastrófica.

Recientemente, la ONU alertó del papel de Facebook en el genocidio de los rohingya. ¿Cuál es la relación de ese fascismo con la máquina, el algoritmo que está funcionando para ese futuro probable que es el fascismo?
Me acuerdo de que en un libro de 1947 que se llama Dialéctica de la ilustración, [Theodor] Adorno y [Max] Horkheimer dicen que la razón ilustrada tiene que ser consciente de la oscuridad que tiene en sí misma. Si no, la oscuridad será explotada por los enemigos de la razón. Hoy estamos en ese punto. La razón se ha transformado en el algoritmo. En la inexorable, inevitable lógica de un dominio matemático sobre la vida de los seres humanos. Y la razón política ha sido incapaz de problematizar este peligro y de superarlo.

¿Cómo se manifiesta la reacción social, popular, mayoritaria en esta situación? Es lo que [Georg] Lukács ha llamado, siempre en el siglo pasado, la destrucción de la razón. La destrucción de la razón está volviendo porque la razón se ha reducido al algoritmo. ¿Qué podemos hacer? ¿Podemos reivindicar la razón? No. Nadie quiere escuchar la razón. Tenemos que hablar el discurso de la locura para reestablecer una posibilidad de reinvención de la racionalidad. ¿Y dónde se encuentra una potencia capaz de transformar esta locura en una vuelta de la posibilidad racional? Se halla en el cerebro de millones, de centenares de millones de trabajadores cognitivos.

El problema que pone Facebook con Cambridge Analytica, con Google, no es un problema que el poder político, el Congreso americano, el Parlamento, la UE, puedan solucionar. No pueden. Porque se confunden si creen que Google o Facebook pertenecen al territorio de los Estados nacionales políticos o al territorio de la razón política. Al contrario. El Estado nacional americano pertenece al territorio de Google y de Facebook, y al mismo tiempo la dirección en la cual se mueve la máquina algorítmica global es una dirección que la razón política no puede ni encontrar, ni parar, ni subvertir.

La única fuerza que puede enfrentar, parar y subvertir el totalitarismo de las multinacionales informáticas es la fuerza del conocimiento de los que la han producido. Porque somos nosotros, ingenieros, artistas, programadoras, etc., quienes hemos producido la máquina de Facebook y Google. Nosotros podemos deconstruirla, sabotearla y reprogramarla en el interés de la sociedad. No hay política: solo la autoorganización del trabajo cognitivo puede enfrentar el totalitarismo contemporáneo.

La seña más importante de ese totalitarismo es el odio a las personas que se ven obligadas a migrar. ¿Qué significan las fronteras hoy?
Hay que ser muy claros: lo que se está verificando es algo que hemos previsto y anunciado en los años últimos cuando hemos dicho que si la izquierda, los partidos democráticos de la izquierda, no se oponen al capitalismo financiero, lo que va a pasar mañana es lo que pasó en los años 20 y 30 del siglo pasado en Alemania. Es decir, el empobrecimiento y la humillación política de los pueblos europeos. Eso produjo la agresividad racial.

¿Qué podemos decir a quienes tienen miedo de la migración? Podemos decir que la migración es una cosa buena, que los negros son amigos… ¡Todo eso es retórico! La verdad del internacionalismo es que tenemos un enemigo común, y ese enemigo común es el capitalismo financiero.

Eso es lo que la izquierda democrática en los últimos 30 años ha olvidado totalmente. Más que eso, no solo lo ha olvidado, porque desde [Tony] Blair hasta [François] Hollande, hasta [Bill] Clinton, Massimo D’Alema, [Matteo] Renzi, etc., han sido los de la izquierda democrática quienes han permitido al capitalismo financiero destruir la sociedad, destruir la racionalidad. Los que han abierto la puerta al fascismo que vuelve.

En la película que hemos hecho con algunos amigos, con Andrea Gloppero, no se vuelven a proponer los buenos sentimientos de la izquierda y del comunismo: no se trata de buenos sentimientos, se trata del hecho de que estamos enfrentando una catástrofe que la izquierda democrática ha preparado. Y la sola manera para salir de esta es la radicalidad, la liberación desde el trabajo. Nosotros lo llamamos comunismo, si hay una palabra mejor, bienvenida sea.

¿Cómo no quedarnos paralizados ante la magnitud de esa catástrofe?
¿De dónde partir? Desde el sufrimiento, desde el sufrimiento psíquico de la primera generación que ha aprendido más palabras de una máquina que de su madre. Ese es el punto de partida. Segundo: ¿qué herramientas podemos utilizar? Podemos utilizar las herramientas del trabajo cognitivo que, en esta situación, se ha transformado en una cadena opresora, pero puede ser, tiene que ser, la fuerza de liberación del capitalismo presente.

 

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/pensamiento/entrevista-franco-berardi-bifo-recuperacion-concepto-comunismo

Barcelona en diciembre // Franco «Bifo» Berardi

Durante meses, El País se ha volcado en una campaña a favor del centralismo español que, paradójicamente, se presenta como un baluarte contra el nacionalismo catalán; como si el nacionalismo fuera un buen antídoto contra el nacionalismo. En los últimos días, los ataques han sido mucho más ruidosos, acompañados de una predicción: los independentistas serán al fin humillados. El 17 de diciembre, Mario Vargas Llosa publicó un artículo criticando las raíces del nacionalismo, con motivaciones naturalmente bien fundamentadas. ¿Cómo podemos no estar de acuerdo con él en que el nacionalismo exalta valores irracionales que van contra la sensatez y la democracia?

El problema es que, hablando de nacionalismo, poco se entiende de lo que sucede en Barcelona (y, aunque de manera más compleja, en toda Catalunya). Barcelona es una ciudad cosmopolita, libertaria e internacionalista: un nodo de la red social desterritorializada de trabajo precario y cognitivo.

Vargas Llosa ridiculiza la idea de que el movimiento independentista catalán se puede definir como un movimiento anticolonial. «¿Desde cuándo se ha considerado la zona económicamente más rica como una colonia de un país más pobre?» El problema es que Vargas Llosa, como casi todos, cree que el problema radica en el conflicto entre Barcelona y Madrid. Esta visión es muy pobre; no podemos entender la actual sublevación independentista sin tener en cuenta el hecho de que el verdadero enemigo de Barcelona no es el Estado español, sino el sistema bancario europeo. Es el sistema financiero global el que ejerce su dominación colonialista sobre la sociedad catalana y el resto de países europeos. En este sentido, el movimiento independentista catalán es anticolonial. El levantamiento independentista actual, de hecho, comienza en 2011, después del surgimiento de acampadas contra la explotación financiera, cuando nos dimos cuenta de que la protesta democrática es inútil porque el otro partido no es democrático, sino absolutista y abstracto: el sistema bancario global.

Lo que ha faltado durante estos meses de intensa activación de energías sociales y enorme movilización es la inteligencia autónoma, la capacidad de comprender dinámicamente la revuelta independentista, con todas las ambigüedades y peligros del nacionalismo que conlleva un movimiento por la independencia.

Ha faltado la valentía de convertir la lucha de Barcelona en el punto de partida de un proceso de deslegitimación general de la dictadura financiera europea. Los franquistas de Madrid no son más que los cobradores de una deuda impuesta por la dictadura financiera, por mucho que desempeñen su tarea con particular arrogancia.

Ni los soberanistas ni los antisoberanistas han comprendido el movimiento que ocupó la ciudad el 1 de octubre.

Los soberanistas catalanes, en particular el partido de Mas y Puigdemont, actuaron de mala fe movidos por sus propios intereses: ellos, que en 2011 impusieron el mandato financiero y el pacto fiscal, explotaron luego el descontento generado por el mandato financiero para especular electoralmente.

Pero el movimiento independentista que ha surgido en los últimos meses no puede reducirse a su representación política y, sobre todo, no puede identificarse con una postura nacionalista. Muchos en la izquierda crítica y en el propio movimiento autónomo han tomado una posición de distanciamiento total y desprecio por el independentismo catalán. Las posiciones tomadas por camaradas como  Carlos Prieto del Campo y muchos otros demuestran que hemos perdido la capacidad de entender la dinámica real del movimiento. Es inútil criticar el referéndum del 1 de octubre sobre la base de motivaciones legales y políticas. Es un error identificar el movimiento independentista catalán como “nacionalista”. Esto supone ignorar la dinámica interna de este movimiento y, sobre todo, ignorar las potencialidades anticapitalistas que un movimiento como este puede desencadenar.

Por supuesto, el independentismo catalán es ambiguo, pero ¿qué movimiento emergente no lo es? ¿No es acaso competencia de las vanguardias culturales y políticas medirse con la complejidad que un movimiento contiene para poder desplegar su potencial de autonomía?

Ahora, el frente nacionalista español se prepara para ganar las elecciones del 21 de diciembre. Espero que no gane, pero es probable que esto suceda, y será una prueba más de que la oscuridad se cierne sobre el continente europeo; la depresión prevalecerá incluso en la última ciudad no deprimida del continente. La Unión Europea trae la depresión “como la nube trae la tormenta”, para parafrasear a Lenin.

Una de las pocas ciudades en las que quedaba un sentimiento de solidaridad social corre el riesgo de ser pisoteada por las botas del franquista Rajoy y sus compañeros del PSC y de Ciudadanos.

Lo que poca gente ha captado es la continuidad entre el 1-O y la acampada del 15-M: una ola de luchas en que la sociedad se opuso al absolutismo financiero europeo. Amador Fernández-Savater lo dijo en su artículo “Lo que tapan las banderas”.

El europeísmo de los antisoberanistas repite una letanía que en este contexto huele a colaboracionismo, siento decirlo. Por supuesto, el colapso de la Unión Europea sería una catástrofe, pero la Unión Europea ya está muerta, lo que queda es su cadáver financiero. Y no enterrar los cadáveres es peligroso para la salud pública.

El cadáver europeo, después de haber absorbido las energías económicas de la sociedad europea, ahora se está preparando para destruir la energía política residual, se está preparando para infectar también la última ciudad viva de Europa: Barcelona.

No sé cómo irán las elecciones del 21 de diciembre, pero el nacionalismo español probablemente gane, representando el absolutismo financiero. El juego está amañado: los líderes independentistas están en prisión, las fuerzas de ocupación dominan el terreno, la prensa tergiversa y se vende al nacionalismo centralista de Madrid… Santiago López Petit  lo ha dicho: estas elecciones deberían ser saboteadas, las elecciones no deberían celebrarse en condiciones de ocupación colonial, las elecciones no deberían celebrarse mientras nos apuntan con la pistola del chantaje económico y la criminalización. Apoyando la represión nacionalista, la Unión Europea ha llegado al colmo de la infamia.

Por desgracia, muy pocos han querido o han sabido ver que la agresión nacionalista española es una parte integral de la agresión financiera. Y sin embargo, toda la cuestión se reduce a esto.

Traducción Toni Navarro

 Fuente: El diario

El triste verano de los héroes solitarios // Franco Berardi, Bifo

Este libro, del año 2007, contiene escritos con argumentos diversos que, sin embargo, convergen en un punto: la mutación que atraviesa la mente colectiva en el presente, que es al mismo tiempo la época de la conexión global y la época de la precariedad social y psíquica. Diez años después me parece que la tendencia que este libro describía se muestra a plena luz del sol.

Durante el verano de 2016 todo el mundo se ha dado cuenta de que la psicopatía se ha vuelto un fenómeno de relevancia política decisiva. No solo el ascenso de un racista blanco llamado Donald Trump ha obligado a la opinión pública a enfrentarse con el hecho de que la agresividad psicótica, encontrándose con la depresión de masas de los blancos americanos empobrecidos, apunta a subvertir el sistema de poder de la primera potencia mundial. Sino que, al mismo tiempo, se ha verificado una serie de explosiones de locura suicida, a veces disfrazada de radicalismo islamista, otras veces carente de toda mediación ideológica o religiosa.

Se intensifican los episodios de suicidio asesino: un individuo (generalmente un varón joven) mata a cuanta persona tiene a mano antes de ser asesinado por un guardia de seguridad, por un soldado o por un policía.

Se trata de terrorismo, dicen los diarios que día a día documentan los episodios de la guerra civil global. Islamistas alaban a un dios vengativo, el ejército narcotraficante agrede, masacra y secuestra a campesinos mexicanos, y en los Estados Unidos de América un inmenso ejército de lunáticos equipados con armas mortales de venta libre se encuentra en estado de movilización permanente: policías asesinan a jóvenes afroamericanos y, a veces, pero raramente, algún afroamericano veterano de la guerra de Afganistán dispara contra policías preferentemente blancos. Cuando el 8 de julio llegaron las primeras noticias sobre el tiroteo en Dallas en el que Micah Johnson mató a cinco policías blancos, parecía que se trataba de la acción de un grupo organizado de militantes negros. Pensé, con cierta inconfesable sensación de solidaridad, que se trataba de un fenómeno emergente de organización armada de los negros hartos ​​de ser objeto del tiro al blanco de la policía, pensé que era una vuelta al espíritu de las Panteras Negras. Estaba equivocado. No había ninguna organización, ningún agrupamiento armado. No había ningún grupo, sino un joven solo y sufriente de traumas que la guerra le ha procurado a miles de personas como él, especialmente afroamericanos. Micah Jones estaba solo, como tanto otros jóvenes negros que, en los días siguientes, en varias ciudades de Estados Unidos, salieron de sus casas decididos a matar sabiendo con certeza que habrían sido muertos.

¿Cuáles son las causas o, más bien, las motivaciones de estos actos de terrorismo solitario?

Unos días antes de la acción de Micah Jones, a fines de junio de 2016, un muchacho palestino de 17 años, Muhammad Nasser Tarayrah, se introduce durante la noche en una casa de Kiryat Arba y mata a puñaladas a una niña judía de 13 años que estaba durmiendo en su cama. Pocos minutos después un soldado israelí mata al joven asesino. No hay nada particularmente sorprendente: Kiryat Arba es un asentamiento de colonos israelíes que el derecho internacional considera ilegal, la agresión israelí viene siendo ininterrumpida durante las últimas décadas, por lo que es bastante comprensible que los palestinos ataquen con recurrencia a los colonos que han ocupado sus casas y destruido sus vidas.

Pero la acción del adolescente Tarayrah tiene un carácter especial por la edad del asesino y la edad de la víctima, y ​​porque se inscribe en una sucesión impresionante de acciones que podríamos definir como terroristas solo si extendemos enormemente el sentido de esta expresión.

Palestinos de todas las edades repiten un gesto que parece inexplicable según toda lógica militar o política: salir de sus casas miserables con un cuchillo de cocina y abalanzarse sobre el primer ciudadano israelí que aparezca, tratando –generalmente sin éxito– de matarlo. Estos guerrilleros armados con cuchillos obtienen casi siempre el resultado inverso: ser asesinados por soldados israelíes, que están armados hasta los dientes. ¿Se trata de una insurrección, como sugiere el nombre «Intifada de los cuchillos” que los periódicos le han dado a esta explosión sin sentido militar y político? La insurreción es un acto colectivo, un proceso fundado sobre una construcción cotidiana de largo plazo y, por lo general, tiene como objetivo derrocar un régimen. En el caso de la Intifada de los cuchillos se trata de acciones individuales, solitarias, y es por demás evidente que los medios no son los adecuados para alcanzar el fin. ¿Cómo explicar, entonces, estos actos?

Por mi parte, parece clarísimo que los jóvenes palestinos, extenuados por la miseria,  por la humillación, por la violencia sistemática del Estado fascista y racista de Israel, se están suicidando, están cometiendo lo que en inglés se llama suicide by cop.

El jovencísimo Tarayrah, por su parte, había explicado su gesto del modo más claro posible, cuando escribió en su perfil de Facebook las siguientes palabras: “Death is a right, and I demand this right”.

«La muerte es un derecho, y yo exijo ese derecho”.

¿Son necesarias palabras más claras para darnos la posiblidad de comprender de qué materia está hecho el llamado terrorismo que esta lacerando el tejido de la sociedad contemporánea? Esa materia es el sufrimiento de una parte creciente de la humanidad contemporánea, sobre todo de los jovenes, no solamente árabes o islámicos. El suicidio como línea de fuga del infierno de la humillación colonialista, del infierno de la miseria metropolitana, del infierno de la precariedad.

Según la Organización Mundial de la Salud, en los últimos cuarenta años la tasa de suicidios aumentó en el mundo un 60% (repito por si no se entendió: sesenta por ciento). ¿Qué sucedió en los últimos cuarenta años que pueda explicar un incremento tan dramático del suicidio? ¿Qué cambió en el ambiente en el que los jóvenes se forman?

Dos respuestas me vienen a la mente.

La primera se puede formular en estos términos: hace cuarenta años se viene desarrollando un experimento social que ha cambiado de un modo muy veloz las relaciones entre los seres humanos, disgregando profundamente la comunidad social y poniendo a los individuos en una condición de aislamiento, de precariedad y competencia constante. Este experimento tiene un nombre cautivante: neoliberalismo. La persona que lo impuso por primera vez ganó las elecciones generales británicas diciendo que “la sociedad no existe, solo existen individuos, familias, empresas que compiten entre sí”. El thatcherismo se convirtió, entonces, en un dogma indiscutible para todos aquellos que quieren disputar el poder político.

La segunda respuesta que me viene a la cabeza remite a la mutación técnica y comunicativa: en las últimas décadas, la comunicación interhumana ha sido progresivamente transformada por la propagación de máquinas conectivas, cuya función esencial es permitir el intercambio de información a distancia, y con ello hacer posible el desarrollo de operaciones productivas y comunicativas complejas sin necesidad de que los cuerpos se encuentren en el espacio.

Esta innovación ha erosionado, con el tiempo, la capacidad de los seres humanos de sentir afectivamente la presencia del otro, inoculando primero en la mente de cada persona la convicción de que solo tiene valor la vida de los ganadores, y sometiendo luego a cada individuo a un estrés competitivo constante.

Sólo algunos vencen, mientras que por supuesto la gran mayoría de los participantes del juego vive en condiciones de frustración, de humillación y de miseria creciente.

No es sorprendente, entonces, que los sujetos socialmente más débiles se encuentren cada vez más dispuestos a desear la muerte. El suicidio aparece como una liberación y al mismo tiempo como una venganza, una agresión mortífera contra los responsables de un dolor cuyas causas son difíciles de precisar.

En los últimos tiempo he leído a Jonathan Franzen, un escritor que consigue narrar desde el interior de la crisis depresiva de nuestro tiempo. Franzen tiene una sensibilidad profundamente norteamericana, blanca y masculina, pero su grandeza reside en que nos muestra desde adentro su colapso psíquico, que puede conducir hacia direcciones muy peligrosas, como el resurgimiento del racismo blanco a escala global.

Franzen nos introduce en el universo de la soledad contemporánea, que poco tiene que ver con la pasada soledad romántica. Nada que ver con el gorrión leopardiano que pasa las horas cantando en el campo hasta que muere el día. Nada que ver con la soledad exaltada de Hölderlin.

Nada que ver con el aburrimiento, sentimiento de otros tiempos, de otros románticos tiempos. La soledad contemporánea es una soledad ansiógena y abarrotada, donde el aburrimiento es algo desconocido, imposible, casi inimaginable.

Es la soledad de millones de trabajadores cognitivos que cooperan ininterrumpidamente en el flujo global, pero que no se conocen porque no existe ya necesidad de co-presencia física para colaborar en operaciones abstractas.

Compiten por el mismo salario precario, pero no pueden hablar entre ellos.

La destrucción de la solidaridad entre trabajadores es la característica esencial de la transformación social producida por las tecnologías conectivas en su complementariedad con la ideología liberal. La derrota política decisiva de los trabajadores está aquí, en la soledad resentida, ansiosa, nerviosa, dolorosa, triste. La tristeza infinita de Franzen es la tonalidad psíquica del trabajador precario cognitivo en su soledad conectada.

De esta tonalidad psíquica hablaba el libro que hoy reeditamos, anticipando algunas tendencias que hoy se presentan desplegadas.

Una tarea decisiva de nuestra actividad política y cultural en los próximos años deberá ser la recomposición de la corporeidad del intelecto general conectado.

Una acción que deberá estar al mismo tiempo volcada a la recomposición social y a la cura, a la reactivación de la empatía y de la energía erótica que el semiocapital precarizante y virtualizado ha disecado.

Introducción a la nueva edición de

Generación post-alfa

El triste verano de los héroes solitarios

Este libro, del año 2007, contiene escritos con argumentos diversos que, sin embargo, convergen en un punto: la mutación que atraviesa la mente colectiva en el presente, que es al mismo tiempo la época de la conexión global y la época de la precariedad social y psíquica. Diez años después me parece que la tendencia que este libro describía se muestra a plena luz del sol.

Durante el verano de 2016 todo el mundo se ha dado cuenta de que la psicopatía se ha vuelto un fenómeno de relevancia política decisiva. No solo el ascenso de un racista blanco llamado Donald Trump ha obligado a la opinión pública a enfrentarse con el hecho de que la agresividad psicótica, encontrándose con la depresión de masas de los blancos americanos empobrecidos, apunta a subvertir el sistema de poder de la primera potencia mundial. Sino que, al mismo tiempo, se ha verificado una serie de explosiones de locura suicida, a veces disfrazada de radicalismo islamista, otras veces carente de toda mediación ideológica o religiosa.

Se intensifican los episodios de suicidio asesino: un individuo (generalmente un varón joven) mata a cuanta persona tiene a mano antes de ser asesinado por un guardia de seguridad, por un soldado o por un policía.

Se trata de terrorismo, dicen los diarios que día a día documentan los episodios de la guerra civil global. Islamistas alaban a un dios vengativo, el ejército narcotraficante agrede, masacra y secuestra a campesinos mexicanos, y en los Estados Unidos de América un inmenso ejército de lunáticos equipados con armas mortales de venta libre se encuentra en estado de movilización permanente: policías asesinan a jóvenes afroamericanos y, a veces, pero raramente, algún afroamericano veterano de la guerra de Afganistán dispara contra policías preferentemente blancos. Cuando el 8 de julio llegaron las primeras noticias sobre el tiroteo en Dallas en el que Micah Johnson mató a cinco policías blancos, parecía que se trataba de la acción de un grupo organizado de militantes negros. Pensé, con cierta inconfesable sensación de solidaridad, que se trataba de un fenómeno emergente de organización armada de los negros hartos ​​de ser objeto del tiro al blanco de la policía, pensé que era una vuelta al espíritu de las Panteras Negras. Estaba equivocado. No había ninguna organización, ningún agrupamiento armado. No había ningún grupo, sino un joven solo y sufriente de traumas que la guerra le ha procurado a miles de personas como él, especialmente afroamericanos. Micah Jones estaba solo, como tanto otros jóvenes negros que, en los días siguientes, en varias ciudades de Estados Unidos, salieron de sus casas decididos a matar sabiendo con certeza que habrían sido muertos.

¿Cuáles son las causas o, más bien, las motivaciones de estos actos de terrorismo solitario?

Unos días antes de la acción de Micah Jones, a fines de junio de 2016, un muchacho palestino de 17 años, Muhammad Nasser Tarayrah, se introduce durante la noche en una casa de Kiryat Arba y mata a puñaladas a una niña judía de 13 años que estaba durmiendo en su cama. Pocos minutos después un soldado israelí mata al joven asesino. No hay nada particularmente sorprendente: Kiryat Arba es un asentamiento de colonos israelíes que el derecho internacional considera ilegal, la agresión israelí viene siendo ininterrumpida durante las últimas décadas, por lo que es bastante comprensible que los palestinos ataquen con recurrencia a los colonos que han ocupado sus casas y destruido sus vidas.

Pero la acción del adolescente Tarayrah tiene un carácter especial por la edad del asesino y la edad de la víctima, y ​​porque se inscribe en una sucesión impresionante de acciones que podríamos definir como terroristas solo si extendemos enormemente el sentido de esta expresión.

Palestinos de todas las edades repiten un gesto que parece inexplicable según toda lógica militar o política: salir de sus casas miserables con un cuchillo de cocina y abalanzarse sobre el primer ciudadano israelí que aparezca, tratando –generalmente sin éxito– de matarlo. Estos guerrilleros armados con cuchillos obtienen casi siempre el resultado inverso: ser asesinados por soldados israelíes, que están armados hasta los dientes. ¿Se trata de una insurrección, como sugiere el nombre «Intifada de los cuchillos” que los periódicos le han dado a esta explosión sin sentido militar y político? La insurreción es un acto colectivo, un proceso fundado sobre una construcción cotidiana de largo plazo y, por lo general, tiene como objetivo derrocar un régimen. En el caso de la Intifada de los cuchillos se trata de acciones individuales, solitarias, y es por demás evidente que los medios no son los adecuados para alcanzar el fin. ¿Cómo explicar, entonces, estos actos?

Por mi parte, parece clarísimo que los jóvenes palestinos, extenuados por la miseria,  por la humillación, por la violencia sistemática del Estado fascista y racista de Israel, se están suicidando, están cometiendo lo que en inglés se llama suicide by cop.

El jovencísimo Tarayrah, por su parte, había explicado su gesto del modo más claro posible, cuando escribió en su perfil de Facebook las siguientes palabras: “Death is a right, and I demand this right”.

«La muerte es un derecho, y yo exijo ese derecho”.

¿Son necesarias palabras más claras para darnos la posiblidad de comprender de qué materia está hecho el llamado terrorismo que esta lacerando el tejido de la sociedad contemporánea? Esa materia es el sufrimiento de una parte creciente de la humanidad contemporánea, sobre todo de los jovenes, no solamente árabes o islámicos. El suicidio como línea de fuga del infierno de la humillación colonialista, del infierno de la miseria metropolitana, del infierno de la precariedad.

Según la Organización Mundial de la Salud, en los últimos cuarenta años la tasa de suicidios aumentó en el mundo un 60% (repito por si no se entendió: sesenta por ciento). ¿Qué sucedió en los últimos cuarenta años que pueda explicar un incremento tan dramático del suicidio? ¿Qué cambió en el ambiente en el que los jóvenes se forman?

Dos respuestas me vienen a la mente.

La primera se puede formular en estos términos: hace cuarenta años se viene desarrollando un experimento social que ha cambiado de un modo muy veloz las relaciones entre los seres humanos, disgregando profundamente la comunidad social y poniendo a los individuos en una condición de aislamiento, de precariedad y competencia constante. Este experimento tiene un nombre cautivante: neoliberalismo. La persona que lo impuso por primera vez ganó las elecciones generales británicas diciendo que “la sociedad no existe, solo existen individuos, familias, empresas que compiten entre sí”. El thatcherismo se convirtió, entonces, en un dogma indiscutible para todos aquellos que quieren disputar el poder político.

La segunda respuesta que me viene a la cabeza remite a la mutación técnica y comunicativa: en las últimas décadas, la comunicación interhumana ha sido progresivamente transformada por la propagación de máquinas conectivas, cuya función esencial es permitir el intercambio de información a distancia, y con ello hacer posible el desarrollo de operaciones productivas y comunicativas complejas sin necesidad de que los cuerpos se encuentren en el espacio.

Esta innovación ha erosionado, con el tiempo, la capacidad de los seres humanos de sentir afectivamente la presencia del otro, inoculando primero en la mente de cada persona la convicción de que solo tiene valor la vida de los ganadores, y sometiendo luego a cada individuo a un estrés competitivo constante.

Sólo algunos vencen, mientras que por supuesto la gran mayoría de los participantes del juego vive en condiciones de frustración, de humillación y de miseria creciente.

No es sorprendente, entonces, que los sujetos socialmente más débiles se encuentren cada vez más dispuestos a desear la muerte. El suicidio aparece como una liberación y al mismo tiempo como una venganza, una agresión mortífera contra los responsables de un dolor cuyas causas son difíciles de precisar.

En los últimos tiempo he leído a Jonathan Franzen, un escritor que consigue narrar desde el interior de la crisis depresiva de nuestro tiempo. Franzen tiene una sensibilidad profundamente norteamericana, blanca y masculina, pero su grandeza reside en que nos muestra desde adentro su colapso psíquico, que puede conducir hacia direcciones muy peligrosas, como el resurgimiento del racismo blanco a escala global.

Franzen nos introduce en el universo de la soledad contemporánea, que poco tiene que ver con la pasada soledad romántica. Nada que ver con el gorrión leopardiano que pasa las horas cantando en el campo hasta que muere el día. Nada que ver con la soledad exaltada de Hölderlin.

Nada que ver con el aburrimiento, sentimiento de otros tiempos, de otros románticos tiempos. La soledad contemporánea es una soledad ansiógena y abarrotada, donde el aburrimiento es algo desconocido, imposible, casi inimaginable.

Es la soledad de millones de trabajadores cognitivos que cooperan ininterrumpidamente en el flujo global, pero que no se conocen porque no existe ya necesidad de co-presencia física para colaborar en operaciones abstractas.

Compiten por el mismo salario precario, pero no pueden hablar entre ellos.

La destrucción de la solidaridad entre trabajadores es la característica esencial de la transformación social producida por las tecnologías conectivas en su complementariedad con la ideología liberal. La derrota política decisiva de los trabajadores está aquí, en la soledad resentida, ansiosa, nerviosa, dolorosa, triste. La tristeza infinita de Franzen es la tonalidad psíquica del trabajador precario cognitivo en su soledad conectada.

De esta tonalidad psíquica hablaba el libro que hoy reeditamos, anticipando algunas tendencias que hoy se presentan desplegadas.

Una tarea decisiva de nuestra actividad política y cultural en los próximos años deberá ser la recomposición de la corporeidad del intelecto general conectado.

Una acción que deberá estar al mismo tiempo volcada a la recomposición social y a la cura, a la reactivación de la empatía y de la energía erótica que el semiocapital precarizante y virtualizado ha disecado.

(Introducción a la nueva edición de Generación post-alfa, Agosto de 2016)

“No olvidar la posibilidad de ser feliz, esa es la consigna hoy». Entrevista a Franco Berardi, “Bifo”

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Bifo tiene una mirada que atraviesa los planos personal y político, técnico y afectivo, de sufrimiento psíquico y de explotación de los cuerpos, de la ética y el arte, de los procesos de subjetivación individuales y de lucha colectivos. En Clinamen vamos teniendo conversaciones siempre ya empezadas sobre estos temas, que se hilan en el pensamiento de Bifo.
Su último libro publicado en Argentina, “Fenomenología del fin”, habla sobre la mutación de la sensibilidad en la modernidad tardía. En la era de las relaciones inmateriales domina una desensibilización que separa a las mentes, ultraconectadas en circuitos abstractos, de los cuerpos. Esto ocurre a escala de los individuos pero también a escala colectiva. No hay salida, dice Bifo, si la masa de trabajadores no se liga con su cuerpo. No hay salida si el lenguaje no se liga con la lengua materna, con lo sensible material. El vínculo corporal con la madre como sustrato original de la producción de sentido. El vínculo corporal con los otros como instancia fundamental de producción del mundo.
En nuestros modos de vida actuales y en el seno de la coyuntura política que vivimos en la región la identificación de estos problemas se vuelve cada vez más vital. Ser capaces de identificar cómo la financierización de la economía avanza subordinando lo concreto a lo abstracto, tanto en el nivel de la producción de valor como en el de la producción de los cuerpos y los afectos. Advertir que no se trata de dos órdenes distintos – el de lo social y el de la economía, el de la vida y el del dinero- sino de un mismo mecanismo común de desmaterialización. Es a través del triunfo de ese código que los poderes pueden apelar a la idea de unión y armonía social a la misma vez que combaten todos los espacios materiales de conjunción, de producción de nuevos sentidos.
Creemos que no se trata de una lectura pesimista de nuestra época, sino de una visión capaz de detectar los nudos críticos donde se sostiene el entramado político y social del que somos parte. Y de poder revelar, al mismo tiempo, los potenciales de contrapoder. ¿Qué gestos de subversión de estos mecanismos de sujeción conectiva encontramos? En el contexto de la Argentina de la posdictadura podemos señalar tres grandes momentos públicos reconocibles de sensibilización en medio del terrorismo de estado, el neoliberalismo más crudo y la brutalidad patriarcal: las Madres de Plaza de Mayo; el movimiento piquetero de 2001 y el movimiento actual de mujeres.
Los movimientos sociales, que Bifo define como “desplazamientos” (la misma palabra que usa para definir el deseo), son capaces de interrumpir el orden político a través de la ironía. La ironía es la capacidad de reintroducir la corporeidad al interior de la comunicación verbal. “Vivimos en el infierno, pero en el infierno tenemos la capacidad, que es irónica, de crear espacios de vida sensibles, de vida que no olvide la felicidad como una dimensión posible. No olvidar la posibilidad de ser feliz, esa es la consigna hoy” dice Bifo.
¿Qué significa una vida an-afectiva y por qué en tu libro “Fenomenología del fin” afirmás que estamos en un diagrama de poder conectivo que desensibiliza la vida?
Bueno, cuando hablo de desensibilización en la época digital no es mi intención definir de manera rigurosa o dogmática una forma rotundamente establecida. Me interesa una tendencia, eso es importante, es una tendencia que intento definir en este libro. Desensibilización; la tesis principal de este libro es que en la transición desde la esfera de la comunicación alfabética, de la comunicación corpórea a la esfera de la comunicación digital, algo muy profundo se verifica, no sólo en la disposición física de los cuerpos, sino también en la generación del significado, del sentido, es el proceso mismo de significación lo que está cambiando. Para decirlo de manera rápida, simple, yo diría que es el cuerpo de la madre el tema central de mi interés. La formación de las generaciones alfabéticas, de las generaciones del pasado, del tiempo pre-digital, era una formación lingüística basada, fundada sobre la voz, la voz de la madre, la voz de un ser humano. No importa que sea la madre biológica, la voz que según Agamben es el punto de conexión, de conjunción entre el sentido y la carne. Bueno, hoy vivimos en un tiempo en el cual está creciendo una generación que aprendió más palabras por una máquina que por una madre, que por la voz de un ser humano. Algo muy profundo está cambiando, lo que está cambiando es que la generación de sentido, que la generación de significado no se verifica al interior de una relación corpórea, física, singular, sino que se verifica cada vez más en términos digitales, entonces desingularizados.
Y en este reemplazo de la voz por las imágenes, en este proceso de desfeminización que supone la cultura digital, ¿qué es lo que perdemos?
No me gusta mucho poner el problema en términos de qué ganamos y qué perdemos. Lo que me interesa es sobre todo individuar, definir una forma nueva de la comunicación entre seres humanos, es decir que cada vez más la formación del sentido pasa a través de una correspondiente sintáctica, lo que llamamos pattern recognition, el reconocimiento del modelo abstracto que contiene en sí mismo el sentido. En la comunicación predigital, la producción de significado era algo de absolutamente singular, era vinculado a un contexto, a una relación de tipo pragmático, erótico, carnal, situacional, de todas maneras. Es la situación la que está cancelada en la comunicación de tipo digital. Naturalmente no se verifica de manera abrupta, no pasamos de un día al otro, de una forma humana a otra forma humana, lo que me interesa es la emergencia de una forma nueva de proceso de significación.
Ante este cambio en el proceso de significación y ante esta situación que queda cancelada, como modo del aprendizaje según comentabas, la pregunta es ¿qué patologías aparecen también en esa transición de una lengua materna a la otra, en el cambio hacia esa lengua materna digital?
Cada mutación implica un sufrimiento, implica una patología, hay algo que se hace difícil, doloroso, en la relación comunicacional, en la dimensión existencial. ¿Qué se está verificando? Se está verificando que nuestro tiempo está dedicado cada vez más a la conexión sintáctico digital y cada vez menos a la conjunción de cuerpos y un espacio singular y contextualizado. Esto se manifiesta como una especie de rarificación, de devenir raro, de devenir menos cotidiana la relación entre cuerpos. Los cuerpos pierden la empatía que tenían en el tiempo precedente. Yo creo que estamos viviendo una especie de debilitación de la empatía, esto podemos verificarlo en la dimensión de la política, en la dimensión de la sociedad. La solidaridad social que se hace tan rara, tan difícil, es un efecto, una manifestación de la empatía que la raza humana está perdiendo o redefiniendo, puede ser. Yo no puedo saber cómo la mutación se manifestará en el tiempo. Yo creo que esta mutación se manifiesta hoy como patologías que son patologías de soledad, por ejemplo, o que son patologías de depresión o de pánico, porque la infoesfera, el universo mismo de la información que está alrededor de cada individuo, esta dimensión se acelera y se hace cada vez menos sensual. Es la sensualidad lo que estamos perdiendo. Este libro del cual estamos hablando, “Fenomenología del fin”, es un libro  sobre la sensibilidad; esencialmente lo que me interesa es la evolución y la mutación misma de la sensibilidad, lo que significa la palabra sensibilidad. Yo señalé que la sensibilidad es la capacidad de entender algo que no se puede decir en palabras; esa es la sensibilidad. También en la vida cotidiana decimos de la persona, ese no es sensible porque es capaz o no es capaz de entender la ironía, de entender las alusiones, de entender lo que no decimos pero decimos sin palabras. Eso se está perdiendo, porque la digitalización implica un proceso de sintactizacion de la comunicación, cada vez menos podemos entender los matices de la comunicación y cada vez más tenemos que reconocer un pattern, reconocer una forma sintáctica. La mutación implica necesariamente una plasticidad del cerebro, de la mente y una plasticidad del lenguaje mismo. Pero esta plasticidad no puede desarrollarse plenamente sin un sufrimiento. El tiempo en el cual vivimos es el tiempo en el cual la mutación se manifiesta de manera esencialmente patológica.
Ahora en tu libro, vos haces una genealogía de esta voluntad de abstracción y vas detectando en la cultura occidental previa, por ejemplo en el puritanismo norteamericano, en la historia de las religiones, toda una suerte de historia de este ideal de perfección digital. Dado que es un pasado en el que hubo nazismo, en el que todos estos antecedentes religiosos reaccionarios ya estaban actuando y que la política también tenía momentos muy oscuros y no todo lo que queda atrás es un humanismo brillante, ¿no hay en tu manera de construir tu argumento una suerte de idealización o nostalgia por esta sensibilidad del pasado? En el actual momento que caracterizás como de desensibilización, ¿no aparecen también posibilidades de ir detectando nuevas formas de sensibilización o de contra-sensibilización?
Esa pregunta es una pregunta muy rica, de implicaciones, pero muy difícil de contestar, porque tiene diversos lados. Primera cuestión: el peligro de una nostalgia de la dimensión cultural, comunicacional del pasado. Lo reconozco, para mí, es casi inevitable una referencia al pasado de la comunicación humana como una referencia que puede ser nostálgica, tal vez, pero a nivel teórico mi intento es de evitar, si lo logro, una tonalidad nostálgica de mis consideraciones, porque lo que me interesa es valorar, analizar las diferentes formaciones culturales, antropológicas y comunicacionales en su complejidad. Por ejemplo: lo que tú dices es que hay una referencia al humanismo del pasado, que puede tener un elemento de mistificación, de ideología. Intento explicar este nivel: qué ha sido del humanismo y qué ha sido de la política que el humanismo ha hecho posible en la historia de la modernidad. Me refiero por ejemplo a un texto de Maquiavelo, no recuerdo si lo he citado también en el libro, pero me parece muy útil para entendernos. Maquiavelo en “El Príncipe”, su libro más conocido, un libro en el cual habla de la formación misma de la política, en cierto punto dice que el príncipe, el político es alguien que tiene la capacidad de someter, de subyugar la fortuna, que es femenina, que es caprichosa, que es como una mujer caprichosa y tiene que ser sometida a la voluntad masculina. Este texto, en este sentido, este texto de Maquiavelo es muy importante porque de un lado nos permite entender que en la historia de la política moderna hay un elemento de violencia machista muy profundo, muy determinante, no se puede cancelar esta idea machista de una dominación sobre el carácter femenino de la naturaleza y el carácter femenino de lo que Maquiavelo llama la fortuna. ¿Qué es la fortunaLa fortuna es la imprevisibilidad de los acontecimientos, es la imprevisibilidad de la vida cotidiana; esta imprevisibilidad para Maquiavelo es el objeto de la dominación masculina y política. Entonces puedes ver que cuando hablamos de humanismo tenemos que también hablar de una forma que es esencialmente machista, que el hombre del que habla el humanismo es un macho, es un hombre es el sentido sexual, en el sentido marcado por la cultura masculino moderna. La política es la capacidad masculina de dominar y de someter la infinita imprevisibilidad de la fortuna, es decir, de los acontecimientos. Entonces puedes ver que humanismo y dominación están estrechamente vinculados en la historia de la modernidad pero, al mismo tiempo, humanismo significa la potencia de la voluntad. Sólo al interior de la dimensión humanista moderna se puede imaginar que el hombre pueda dominar la naturaleza y conocer la naturaleza de manera reductiva, de manera útil a una reducción y a una potencia. Cuando en el tiempo digital, en la época de la mutación digital, cuando la infoesfera se hace infinitamente rápida, infinitamente compleja, en este punto la fortuna no puede ser dominada, es decir, la riqueza, la imprevisibilidad de los acontecimientos, de las informaciones, del posible, se hace infinito y la potencia humana, es decir, masculina, en el sentido de Maquiavelo, se hace débil, se hace incapaz de elaborar esta hipercomplejidad. Aquí se encuentra el sentido de la razón principal de la crisis contemporánea de la política: la política como fuerza de dominación, como capacidad de la voluntad de dominar la riqueza infinita de la naturaleza, la política se hace impotente. La impotencia de la política contemporánea, en este sentido, es la impotencia de un conocimiento que no logra conocer bastante, que no logra conocer en el tiempo, en el tiempo acelerado de la digitalización en la red. En este punto, el humanismo pierde su vitalidad, es una crisis que es la crisis también de la política. ¿Tenemos que ser nostálgicos de la política, tenemos que ser nostálgicos del humanismo? No, la nostalgia no es justificable en este caso y sobre todo nunca es una potencia del conocimiento. Tenemos que reconocer la ruptura radical que se está determinando y que acompañar la mutación que estamos viviendo, pero para acompañar, en este sentido, el punto de vista más útil es la sensibilidad, no la política, no la reducción cognoscitiva.
Retomo la segunda parte o uno de los costados de la pregunta que hacíamos. Si en esta mutación sólo nos queda correr atrás de un tiempo al cual nuestra carne nunca llega y, por ende, sólo nos queda estar enfermos por no poder acceder a esa velocidad que se nos impone, bueno, preguntarnos por el lado positivo tal vez de eso. ¿Qué nuevas formas de sensibilidad aparecen en esta mutación?
Claro, eso me permite decir algo más sobra la intención de este libro. Mi intención no es sólo una descripción del proceso que estamos viviendo hoy, es decir 20 años después de la creación de internet. No sólo esto, lo que me interesa es una genealogía de la cultura y de la comunicación digital, una genealogía de una mutación psíquica que se refiere esencialmente a la sensibilidad. Esta mutación no se verifica simplemente como un efecto de una transformación tecnológica; naturalmente, la transformación tecnológica es decisiva en esta mutación, pero hay algo en la cultura moderna que paulatinamente ha venido reparando esta mutación. Es decir, a mí me parece que en la historia de la cultura moderna, de la estética moderna y del arte moderno hay una especie de separación entre la que yo llamo la dimensión barroca de la sensibilidad y una dimensión puritana, que se establece durante la modernidad como una manera de elaboración cultural. El barroco, que ha jugado un papel importante pero no dominante en la historia de la modernidad, representa la infinita complejidad de la infoesfera, de la imaginación de dios, la imaginación de dios es demasiado rica para poder ser reducida a una forma como la razón humana. Entonces hay una dimensión barroca en la historia moderna y hay una dimensión racional que llega a su madurez, a su plenitud con las formas del puritanismo, particularmente del puritanismo americano. La cultura americana, desde su comienzo, desde la declaración de independencia, la historia americana es la historia de una forma política que nace sin pueblo; no hay pueblo, no hay la materialidad del pueblo, el pueblo ha sido totalmente aniquilado en la historia americana, era el pueblo indígena cuya historia ha sido cancelada. Después de eso hay una comunidad que se forma a partir de la palabra de dios, que se forma a partir de la constitución, de una declaración verbal, la historia americana se funda sobre la perfección digital de la palabra de dios, y se funda sobre una simplificación del sí y del no. El barroco no conoce simplificación, el barroco no conoce una oposición digital entre yes and not. El barroco es la infinita riqueza de matices que complican la comunicación y la hacen rica, la hacen ambigua, la hacen irónica. Al contrario, en el mundo puritano, la historia y la comunicación son una historia de lo blanco y lo negro, no hay matices entre ellos. La cultura americana, la cultura puritana repara el pasaje a la digitalización, a la transformación de la comunicación en una sucesión infinita de si y de no, de blancos y de negros, de ceros y de unos. Es a través de esta cancelación, de esta cancelación de la ambigüedad que entramos en un mundo que es el mundo de la desensibilización. El título de este libro, en su original en inglés, es “And. Fenomenology of the end”. En la traducción en Argentina hemos cancelado “and” porque no funciona, “y” no funciona tan bien en el título de un libro, hemos decidido llamarlo “Fenomenología del fin”, pero el subtítulo es muy importante, es más importante que el título mismo. El subtítulo es sobre la sensibilidad, en la mutación de la conjunción a la conexión. Conjunción significa la riqueza y la ambigüedad de una comunicación que se verifica a través de cuerpos, cuerpos rotundos, cuerpos que intentan cambiar signos entre sí, peros sobre todo que se comunican afectividad o se comunican odio, dolor, placer. Pues, la conexión cancela todo lo que de rotundo, de carnal, de ambiguo que pertenecía a la dimensión conjuntiva, para permitir al blanco y negro, al cero y al uno armar significaciones puramente combinatorias.
En el libro decís que los movimientos sociales son la ironía en el lenguaje, que en términos históricos vuelven a oponer una insolvencia semiótica para arruinar un poco este blanco y negro del código. En la Argentina, si hacemos una historia más o menos reciente podemos tomar tres movimientos de sensibilización pública, tres momentos de resistencia a esta alianza de terror y, digamos, código blanco y negro, que serían: las Madres de Plaza de Mayo, el movimiento piquetero del 2001 y el actual movimiento de mujeres. ¿Estas formas de sensibilización pública vuelven a tener el problema de la política, esta forma de la política que en el libro vos decís que de Maquiavelo a Lenin pertenecen a un pasado histórico y no a un presente evolutivo, adaptativo? Temas como la voluntad, la decisión, la interpretación, ¿vuelven a ser problemas que hay que retomar desde estos movimientos sociales o estos movimientos  tienen un nuevo escenario en donde sus tareas son otras y, en ese caso, cómo lo ves vos?
Primera cosa, ¿qué es un movimiento social? El movimiento social es como hemos dicho, la reafirmación de la ironía al interior de un código totalmente an-irónico. Pero, ¿qué es la ironía? Intentamos ver bien el significado de esta palabra. Ironía no significa simplemente una broma, algo que no corresponde a la realidad. No, ironía significa la capacidad de ir detrás, de superar los límites establecidos del lenguaje. Cuando Wittgenstein dice en el Tractatus que los límites del mundo son los límites de mi lenguaje, está diciendo que lo que no podemos decir no lo podemos imaginar, lo que no podemos imaginar no lo podemos vivir, no lo podemos actualizar. Entonces la ironía es propiamente la capacidad del lenguaje de olvidarse de sí mismo, de olvidarse de sus límites, de salir de la dimensión sintáctica del significado. Se coloca aquí un problema que hoy se está haciendo muy doloroso: parece que la política como la hemos conocido en la modernidad se ha hecho esencialmente impotente. ¿Por qué? Porque, si entendemos política en un sentido estrecho, en el sentido establecido por Maquiavelo o por Lenin… Maquiavelo en el texto que he citado antes, en “El príncipe”, habla de la política como capacidad de dominación. En este sentido la política está muerta, porque la humanidad no tiene la capacidad de dominar una realidad que ha ido delante de nuestra capacidad de conocimiento y de control político. Pero tenemos y podemos inventar la política. No sé si el nombre, pero a la capacidad de modificar la realidad según nuestros intereses y deseos la necesitamos. ¿Y cómo podemos encontrarla? Te refieres a estos movimientos que han tenido tanta importancia en la historia argentina: el movimiento de las Madres. Es interesante que la figura materna… a mí no me interesa la retórica católica de la maternidad, a mí me interesa muchísimo el cuerpo, la corporeidad, la madre como figura de la corporeidad que entra en el proceso de significación, en el proceso de singularización del sentido, de la interpretación. Es la doxa, la singularidad corpórea que nos permite entender que en el lenguaje no hay solo sí y no, no hay sólo la pattern recognition, en el lenguaje existe la posibilidad de decir algo que no se puede decir. Esa es la política, decir algo que no se puede decir. Yo sé muy bien que en la historia argentina reciente, la ironía ha jugado un papel importante, pienso en los amigos de Etcétera, los Erroristas, pienso en el helicóptero del 23 de marzo que ha producido un efecto de escándalo y de represión mediática. El helicóptero de los Erroristas era la intuición de que hay una manera de utilizar los signos, de utilizar la imagen, de utilizar una forma de comunicación irónica para destrozar el conformismo de derecha. Han sido suficientes estos signos para producir un efecto de deconstrucción de la unanimidad conformista del poder. La ironía es la capacidad de reintroducir la corporeidad al interior de la comunicación verbal. Eso es la ironía.
Y en estos procesos de simplificación, de abstractización y desmaterialización que se dan en época digital, vos decís: hay que tener mucho cuidado de no armar territorios que sean asfixiantes, que cierren nuestras identidades. Y nosotros nos preguntábamos si el deseo puede ser la vía para salir de estos territorios que nos encierran o si el deseo también muta y queda capturado en ese universo desmaterializado.
Claro que sí, claro que el deseo que no es una subjetividad, el deseo es una fuerza, es mucho más un desplazamiento, siempre es un desplazamiento. Y lo que vivimos en este tiempo es una condición paradójica y también un poco espantosa, porque de un lado hay una abstracción financiera, hay una descorporización del poder financiero, el poder financiero que es todopoderoso porque no se confronta nunca con la materialidad, con la corporeidad social, con el sufrimiento, con la miseria, con el dolor. El poder financiero se desarrolla en una dimensión totalmente conectiva, que no tiene ninguna relación con la conjunción. Pero la corpoeridad permanece, la corporeidad no se ha disuelto, no ha desaparecido en la nada, está aquí, aunque se representa a través de una dinámica de identidad, de rabiosa venganza, como se dice revengevendetta. Es el fascismo que está resurgiendo en el mundo, es lo que algunos llaman populismo, a mí esta palabra no me gusta. El culto a la identidad, esa es la manera a través de la cual el cuerpo conjuntivo intenta retomar una posición en la historia, pero lo hace a través de la violencia, lo hace a través de ignorancia, lo hace a través de la cancelación de la riqueza de la diferencia entre seres humanos. Entonces, ¿cómo podemos escapar a esta alternativa mortal entre la conexión financiera y un retorno agresivo de la conjunción? Yo creo que la posibilidad de salir de esta alternativa es una dinámica de deseo que sea esencialmente capaz de jugar en la forma de la ironía, en la forma de la extensión detrás de los límites del lenguaje. Tengo que confesar que en este período no tengo mucha fuerza de proposición a nivel político, tengo la impresión que nos encontramos al interior de un túnel en el cual la alternativa entre conexión financiera, abstracción financiera y retorno agresivo de la corporeidad está cubriendo toda la esfera de la acción política a nivel planetario. Es una mutación que se está desarrollando, y cuando se pasa a través de una mutación no podemos saber cómo saldremos de esa mutación, pero lo que yo sé es que hay una sola fuerza subjetiva que puede imaginar esto detrás de los límites del lenguaje… lo que siempre hemos llamado “movimiento”. ¿Qué es un movimiento al final? La definición de movimiento no puede ser sociológica y no puede ser sólo política, el movimiento es un desplazamiento en el sentido preciso de la palabra, el movimiento es un desplazamiento que nos permite ver la realidad desde un punto de vista diferente del punto de vista que teníamos precedentemente. En Hamburgo, los compañeros del movimiento contra el G20, se presentaron con dos grandes acciones irónicas: la primera ha sido una manifestación de los zombies: mil zombies caminando en las calles, pintados de blanco y de gris y de negro, pintados con las caras de la muerte, han caminado en las calles de Hamburgo para decir al mundo que lo que el capitalismo financiero está preparando es un mundo de muerte, un mundo de dolor. Y después está la gran manifestación de los anarquistas y de los autónomos que se presentan con una bandera escrita que dice “welcome to the end”. Esas palabras son las palabras más irónicas que podemos decir hoy: “welcome to the end”. Vivimos en el infierno, pero en el infierno tenemos la capacidad, que es irónica, de crear espacios de vida sensibles, de vida que no olvide la felicidad como una dimensión posible. No olvidar la posibilidad de ser feliz, esa es la consigna hoy. No olvidar la posibilidad de una afectividad feliz y preguntar por la abolición del infierno, como siempre los amigos erroristas han hecho. Abolir el infierno, ese es el acto irónico esencial que tenemos que hacer en este momento.

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