Anarquía Coronada

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El brutalismo, fase superior del neoliberalismo // Amador Fernández-Savater

“Lo significativo no es lo que acaba y consagra, sino lo que inicia, anuncia y prefigura”

Achille Mbembe  

 

¿En qué tiempo vivimos? ¿Cómo calificar nuestra época? Algo decisivo se juega, para el pensamiento crítico, en esta cuestión de los nombres. Los nombres de la época. El mapa de los nombres orienta estrategias, señala los movimientos del adversario, revela resistencias posibles. 

¿A qué nos enfrentamos hoy? Si no sabemos cómo se llama, ¿cómo lo vamos a combatir?  

El pensador camerunés Achille Mbembe propone el término de “brutalismo”. Proveniente del universo de la arquitectura, donde denomina un estilo de construcción masivo, industrial, altamente contaminante, el brutalismo como imagen del mundo contemporáneo nombra un proceso de guerra total contra la materia

El diagnóstico de Mbembe no es simplemente político o económico, cultural ni siquiera antropológico, sino civilizatorio, cósmico, cosmopolítico. Designa la relación dominante con lo existente. Una relación de forzamiento y extracción, de explotación intensiva y depredación.  

El mundo se ha convertido en una gigantesca mina a cielo abierto. La función de los poderes contemporáneos, dice Mbembe, es “hacer posible la extracción”. Hay una versión derechista del brutalismo y una versión progresista, pero ambas gestionan con distintas intensidades y modalidades una misma empresa de perforación. De los cuerpos y los territorios, pasando por el lenguaje y lo simbólico. 

¿Un nuevo imperialismo? Sí, pero que ya no instituye o edifica una civilización de valores, una nueva idea del Bien o una cultura superior, sino que fractura y fisura los cuerpos –individuales, colectivos, terrestres– para extraer de ellos todo tipo de energías hasta el agotamiento, amenazando así con la “combustión del mundo”.  

Mbembe identifica tendencias a nivel planetario que afectan a la humanidad en su conjunto. Pero piensa desde un lugar particular: África, su historia, sus heridas y sus resistencias. El mundo entero experimenta hoy un “devenir negro” en el que la distinción entre el ser humano, la cosa y la mercancía tiende a desaparecer. El esclavo negro prefigura una tendencia global. Todos estamos en peligro. 

 

Economía libidinal brutalista

¿Qué tipo de ser humano, de subjetividades y deseos, quiere producir el brutalismo contemporáneo? 

Por un lado, tiene el loco proyecto de erradicación del inconsciente, “esa inmensa reserva de noche con la que el psicoanálisis intentó reconciliarnos”. El cuerpo humano no es mero cuerpo biológico, neuro-químico, sino también “materia ensoñada” (León Rozitchner) que anhela, que fantasea, que utopiza. El inconsciente es una piel de plátano en todos los planes de control, incluyendo los de uno sobre sí mismo. Todo lo desvía, lo tuerce, lo complica. 

Hay que extirpar esa dimensión ingobernable, capturar en las redes de datos todas las fuerzas y las potencialidades humanas, cartografiar enteramente la materia hasta que el mapa sustituya al territorio. El brutalismo pretende la digitalización integral del mundo, disolver el inconsciente (que nos hace únicos e irrepetibles) en el algoritmo, en el número, en el dominio de lo cuantitativo. Abolir el misterio que somos, blanquear la noche. 

Pero lo único que consigue es dejar vía libre a las pulsiones más oscuras y destructivas. ¿Por qué? La racionalización general –digitalización, algoritmización, protocolización– bloquea las energías afectivas y amorosas, esa potencia de Eros que según Freud es el único contrapeso posible a Tánatos. El proyecto de erradicación del inconsciente conduce a una insensibilización general.  

La indiferencia al dolor de los demás, el gusto por herir y matar, por ver sufrir. La crueldad y el sadismo son rasgos clave de los poderes contemporáneos. Mbembe habla, en un capítulo particularmente escalofriante, del “virilismo” contemporáneo. La economía libidinal del brutalismo ya no pasa por la represión o la contención pulsional, sino por el desenfreno, la desinhibición, la desublimación y la ausencia de límites. Decirlo todo, hacerlo todo, mostrarlo todo y gozar con ello. 

El virilismo configura una zona frenética, dice Mbembe, sin rastro de los viejos sentimientos de culpabilidad, pudor o inhibición. Una figura lo expresa quizá mejor que ninguna otra: el triunfo de la imagen del padre incestuoso en las páginas pornográficas. Vuelta atrás: si el asesinato del padre despótico a manos de sus hijos había supuesto para Freud el pasaje a la civilización, el límite y la ley, el fantasma del padre abusador vuelve a poblar hoy los deseos más oscuros.  

Ayer, el principio de realidad (el mandato paterno) obligaba a renunciar o posponer el placer, a sustituirlo por una compensación sublimatoria. Hoy, nos exige todo lo contrario: no posponer, aplazar o sustituir nada, sino acceder al goce de forma directa, literal y sin mediaciones. Consumir (objetos, cuerpos, experiencias, relaciones). De la represión a la presión. De la desexualización a la hipersexualización. Del padre de la prohibición al padre del abuso. La culpa consiste hoy en no haber gozado lo suficiente

Colonizar siempre supuso brutalizar. La plantación y la colonia son, según Mbembe, prefiguraciones del brutalismo. Sin contenciones, ni mediaciones simbólicas, se puede y se debe gozar absolutamente de los otros, convertidos en mero “harén de objetos” (Franz Fanon). ¿Podemos entender así, libidinalmente, una clave del ascenso de las nuevas derechas? Se presentan como defensores de una “libertad” que sólo es el derecho de los fuertes a gozar de los débiles como si de objetos desechables se tratara. 

De fondo, como un efecto derivado del virilismo, el miedo a la castración, el pánico genital y el horror a lo femenino se extienden por todos lados. El brutalismo aspira incluso a desembarazarse completamente de las mujeres. Onanismo generalizado, sexualidad sin contacto, tecnosexualidad, con el cerebro sustituyendo al falo como órgano privilegiado. El virilismo no sería la última palabra del patriarcado. 

 

Cuerpos-frontera

Al final de su libro sobre Los orígenes del totalitarismo, más de seiscientas páginas dedicadas al estudio de las condiciones históricas y sociales que hicieron posible el nazismo y el estalinismo, Hannah Arendt afirma sorprendentemente que la única certeza que ha alcanzado es que el totalitarismo nace en un mundo donde el conjunto de la población se ha vuelto superflua. Los campos de concentración (y luego de exterminio) fueron el solo lugar que los poderes encontraron entonces para albergar a los que sobraban

¿Cómo leemos esto hoy, cuando nuestra época está atravesada por el mismo fenómeno de masas errantes? La guerra siempre fue un dispositivo de regulación posible del exceso de población indeseada y el totalitarismo un régimen de guerra permanente. El brutalismo contemporáneo, diferente al nazismo o al estalinismo, hereda sin embargo la misma función. Ante el miedo a repartir y el pánico “a la multiplicación de los otros”, la gestión brutal de las migraciones. 

A los seres humanos que sobran, Mbembe los llama “cuerpos-frontera”. ¿Qué se hace con ellos? Aislar y confinar, encerrar y deportar, dejar morir. La biopolítica (que cuida la vida para explotarla) se encabalga con una necropolítica (que produce y se hace cargo de la población superflua).  

El mundo contemporáneo no conoce solamente formas de control suaves y seductoras (moda, diseño, publicidad), sino también métodos de guerra. Hoy, por todas partes, se endurecen los controles, las detenciones, los confinamientos. Se trocean los espacios, se decide autoritariamente quién puede desplazarse y quién no. No sólo se promueve la movilidad de los sujetos (de casa, de trabajo, de función), sino que se sujeta, se controla, se fija. Gaza como paradigma de gobierno. 

Mientras los dirigentes europeos celebraban recientemente los ochenta años de liberación de Auschwitz los campos vuelven por sus fueros. Campos de internamiento, de retención, de relegación y apartamiento. Para migrantes, refugiados, solicitantes de asilo. Campos, en definitiva, para extranjeros. Samos, Chios, Lesbos, Idomeni, Lampedusa, Ventimiglia, Sicilia, Subótica. Las rutas migratorias más letales en todo el mundo son las europeas, 10.000 personas perdieron la vida tratando de entrar en España el año pasado.  

También la sangría y la depredación operan en la gestión de las circulaciones complejas de los cuerpos-frontera, explica Mbembe, a través del control de las conexiones, las movilidades y los intercambios. La guerra contra los migrantes (esa materia en movimiento) es además negocio lucrativo y factor económico.  

Las pulsiones imperialistas se conjugan hoy con la nostalgia y la melancolía. Los otrora conquistadores, envejecidos y cansados, se sienten invadidos por las “razas energéticas” llenas de vitalidad. El mundo se vuelve pequeño y bajo amenaza. Es la percepción que explotan las extremas derechas europeas. La patria ya no debe expandirse, sino defenderse. El estilo afirmativo y entusiasta de un Jose Antonio se vuelve puro miedo y victimismo en Vox. 

 

Utopías de la materia 

¿Cómo resistir al brutalismo? Mbembe no se regodea en un ejercicio de catastrofismo, sino que se atreve a utopizar. ¿Qué significa esto? 

El pensador camerunés encuentra inspiración en Ernst Bloch, el gran pensador de la utopía y la esperanza del siglo XX. ¿Qué es la utopía para Bloch? Nada de lo que solemos pensar asociado a ese término: especulaciones de futuro, proyección de escenarios, modelos perfectos. No, la utopía es potencia, latencia y posibilidad ya inscritas en el presente

A diferencia de la crítica convencional, la crítica utópica no sólo dibuja una cartografía crítica de los poderes contemporáneos, sino que también señala potencialidades de resistencia, de cambio, de otros mundos posibles. No sólo denuncia, enjuicia o cancela, sino que enuncia nuevos posibles, invitando a quien la escucha a darlos a luz, a desplegarlos. Pone en tensión lo que hay y lo que podría haber, siendo esto último no una posibilidad abstracta, sino una fuerza en proceso. 

Si hoy asistimos a un “devenir-negro del mundo”, ¿no podrían resultarnos inspiradoras las resistencias que las culturas africanas han opuesto siempre a su devenir-cosa? Lo particular se vuelve universal y la utopía, como quería Walter Benjamin, ya no está en el futuro sino en “el salto de tigre al pasado”. 

Estas resistencias pasan, tal y como yo lo leo, por otra concepción y otra relación con la materia. La materia según las culturas africanas pre-colonización es tejido de relaciones, es diferencia, es cambio. El animismo expresaría esto en un plano espiritual: el mundo está poblado por una multitud de seres vivos, de sujetos activos, de divinidades múltiples, de antepasados, de intercesores. 

O la reparación o los funerales, dice Mbembe. El reto no es indignarse o darse golpes en el pecho, sino regenerar la materia herida. Por ejemplo, en el caso del debate sobre la descolonización de los museos, no se trata simplemente de “devolver” los objetos robados a sus lugares de origen, sino de entender que esos objetos no eran “cosas” (ni útiles ni obras de arte), sino vehículos y canales de energía, de fuerzas vitales y de virtualidades que habilitaban la metamorfosis de la materia. Recrear una relación activa con la memoria. 

Si la materia no es un objeto para ser explotado, sino un ecosistema participativo, una reserva de potenciales, un conjunto de subjetividades, ¿qué formas políticas podrían convenirle? 

Más allá de la democracia liberal y del nacionalismo vitalista, del suelo y la sangre, Mbembe propone una “democracia de los vivos” que practicaría el cuidado a todos los habitantes de la tierra, humanos y no humanos. Una economía de “los bienes comunes” que nos obligaría a renunciar a nuestras obsesiones de apropiación exclusiva. Y una “des-fronterización” del mundo capaz de proteger el derecho de cada uno a partir, a moverse y a estar de paso. A ser extranjero, para sí mismo y para los demás. 

La materia misma utopiza, decía Ernst Bloch. No es una masa pasiva que espera su forma del exterior, sino que tiene en sí misma su propio movimiento, su propio principio activo, está preñada de futuro. ¿Es por eso que el brutalismo le hace la guerra? Lo que ella nos exige es ser “como el fuego en el horno” que madura y realiza los potenciales. No forzarla ni violarla, sino escuchar y prolongar su creación. 

Seminario: La fuerza de los débiles: otro modo de pensar estratégicamente // Amador Fernández Savater

¿Pueden vencer lxs débiles? ¿Pero cómo, si no tienen fuerzas? ¿Cuál es la fuerza de lxs débiles?Lxs débiles no tienen poder físico, numérico, militar, institucional o tecnológico. No pueden confrontar. No pueden entrar en una guerra simétrica. No pueden plantearse como “sujeto”: clase, ejército o partido. Sería su final, su perdición. No están en el mismo plano que el adversario, ni siquiera pelean la misma guerra. Ni causa ni motor, ni origen ni actor. La fuerza de los débiles está y sólo puede estar fuera de ellos mismos: en el conocimiento del terreno, en el manejo del tiempo, en la simpatía de las poblaciones, incluso en el empuje del adversario vuelto contra él. Cuando no se tiene fuerza, cuando toda la fuerza está fuera-de-sí, hay que detectarla, impregnarse de ella, dejarla pasar. La fuerza de los débiles no es la fuerza de voluntad, sino la escucha y la pasividad, el tacto o la capacidad de amistarse. Todas las cualidades “extáticas” que nos sacan de nosotros mismos y nos ponen en relación con las fuerzas del mundo.

Pensaremos esta fuerza de los débiles a partir de tres figuras o estrategias:

SESIÓN 1: La “guerrilla” de Lawrence de Arabia.

En 1929, los responsables de la Enciclopedia Británica propusieron a T.E. Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, que redactara la voz “guerrilla” de su decimocuarta edición. Lawrence expuso en el texto los fundamentos teóricos de la guerrilla árabe contra el dominio turco que él mismo dirigió entre 1916 y 1918, una guerrilla cuya línea de conducta era no defender nada ni disparar contra nadie, cuyas bazas no pasaban por la potencia de fuego, sino por la rapidez y el tiempo.

Audio de la sesión 1:

SESIÓN 2: La vía china del no-hacer: wu wei.

No-hacer no significa no hacer nada o dejar de hacer, sino hacer de otro modo. Evitando a la vez la impaciencia ansiosa y la inercia, el voluntarismo y la pasividad. La vía china del no-hacer no se guía por un fin proyectado de antemano que se trata de “aterrizar” en la realidad mediante la fuerza de voluntad, sino que pasa más por detectar los “factores facilitadores” o los “potenciales de situación” que ya existen y que nos pueden llevar.

Audio de la sesión 2:

SESIÓN 3: El “disimulo” según Jean-François Lyotard

Atrapados. ¿Cómo escapar cuando no hay salida? ¿Si no existe el afuera, cómo fugarnos? El disimulo renuncia a la pureza y se la juega en medio, en medio de las líneas y defensas enemigas. Carece de esperanza, pero no se resigna. Cultiva la duplicidad, una sensibilidad táctica con la realidad. Arte de la pillería, el desvío, la astucia, el apaño, el rebusque, la brega. Las estrategias informales de conservación y supervivencia, mía y de los míos.

Audio de la sesión 3:

Políticas del deseo: retomar la intuición del 68 // Amador Fernández-Savater

 

¿Qué nos puede dar qué pensar hoy el 68 a quienes queremos una transformación sustancial del orden de cosas? Tiene que ver con una intuición que aparece entonces y con la que es urgente retomar el contacto si queremos salir de las posiciones reactivas con respecto al neoliberalismo y volver a tomar la iniciativa.

La intuición del 68

¿Cuál es el significado del 68 en la historia revolucionaria del siglo XX? Podríamos decir que es el comienzo de una crisis y una decadencia: el declive de la hipótesis de la revolución a través de la toma del poder, hegemónica desde la revolución rusa de octubre de 1917.

El 68 no fue sólo el mayo francés, sino una onda larga en el tiempo y el espacio que atravesó EEUU, México, Checoslovaquia, Italia, España, etc. En ninguno de los casos se trató de tomar el Estado a través de un partido de vanguardia. Se expresa así una intuición: no se cambia la sociedad (solamente) adueñándose del poder, ni siquiera de los medios de producción.

¿Qué ha pasado en la Unión Soviética desde 1917? Sin duda se ha producido un gran cambio en el poder político. Sin duda se ha producido un gran cambio en las relaciones de producción: desaparición del mercado, de la propiedad privada de los medios, de la competencia, etc. Pero se han reproducido sin embargo las lógicas más profundas del capitalismo burocrático: la división rígida entre dirigentes y ejecutantes, la concentración vertical del poder de decisión, el culto a la “ciencia” de los expertos, la taylorización del trabajo, el crecimiento y la productividad como fines últimos, etc.

Lo llamo “intuición” porque se trata de una formulación clara en la época, sino de algo confuso y balbuciente, con muchas versiones distintas. Están aún los que critican la URSS en el interior del marco conceptual marxista-leninista, los que piensan que la toma del poder debe complementarse con una revolución cultural (es el mensaje de Mao o el Che), etc. Pero un pálpito general dice: no basta con una revolución política. ¿Entonces?

Economía política, economía libidinal

Los años 70 en Francia son años de altísima productividad filosófica. El pensador argentino León Rozitchner decía: “si los pueblos no luchan, la filosofía no piensa”. Es decir, la filosofía no es una burbuja que funciona en circuito cerrado, sino que se alimenta de los impulsos y los problemas que se plantea la sociedad. Pero si los pueblos luchan, la filosofía tensa su esfuerzo al máximo. Y eso es lo que ocurre en los 70 en Francia.

Propongo imaginar esa productividad filosófica como animada por las distintas tentativas de hacerse cargo en el plano de las ideas de la intuición del 68. En los 70 se despliegan elaboraciones complejas sobre el poder, el saber, la sexualidad, el imaginario, el intercambio simbólico, etc. Se trata de una reconceptualización general que desborda el marxismo como marco teórico exclusivo o privilegiado. Y de la que nos seguimos nutriendo hasta el día de hoy.

Uno de los pensadores que trata de hacerse cargo filosóficamente de la intuición del 68 es Jean-François Lyotard, que durante los 50-60 había militado en el grupo autonomista Socialismo o Barbarie y que vivió la tormenta del 68 desde su epicentro: la universidad de Nanterre y el Movimiento 22 de Marzo.

La figura de Lyotard ha quedado clavada hoy en día a la noción de la posmodernidad, pero en su vida hizo otros muchos viajes de pensamiento. En los 70, por ejemplo, desarrolla una compleja filosofía en torno al deseo, en diálogo con las más conocida de Gilles Deleuze y Félix Guattari.

¿Qué forma le da Lyotard a la intución del 68? Resumo el planteamiento en una sola frase y paso a explicarla: Lyotard dice “no hay economía política sin economía libidinal”. ¿Qué significa esto? Muy resumidamente: no hay modo de producción que no esté sostenido en una determinada posición de deseo. En un tipo de actitud, de motivaciones y de disposición ante los demás, el mundo y la vida en general.

No hay macro sin micro. Los revolucionarios que trataron de introducir cambios sociales radicales sin tener en cuenta la cuestión de la subjetividad fracasaron estrepitosamente. Se cambiaron los contenidos sin tocar las formas y se reprodujo así el mal de la dominación, que no está sólo fuera sino también muy adentro de nosotros mismos.

Mutación de la posición de deseo

Hay que imaginar entonces la transformación social, dice Lyotard, como unamutación radical de la posición del deseo.

¿Por qué “posición? Porque no sólo es un cambio de un objeto de deseo por otro, sino de un cambio del modo mismo de desear, del lugar mismo desde el que lo hace: no sólo de lo que se quiere, sino de cómo se quiere lo que se quiere. No simplemente otros políticos, sino otra relación con lo político, no simplemente otro trabajo, sino otra relación con el trabajo, etc.

Se quieren otras cosas, se quiere distinto. La mutación de que hablamos significa una redistribución radical de lo deseable y lo indeseable, de lo que importa y de lo que no importa, de lo que nos hace vibrar y de los que nos deja indiferentes. A nivel de cuerpo y de piel, no meramente ideológico.

En definitiva, el cambio social según Lyotard es un problema de metamorfosis.Una mutación en la configuración misma de lo humano. El reventón de determinadas costuras antropológicas, la producción de una humanidad diferente y de otras posibilidades de existencia: un cambio de piel.

Una metamorfosis que sería completamente equivocado ver como un proceso feliz, lineal o necesario, porque es alegre y dolorosa a un tiempo, está atravesada de retortijones o contracciones, de altibajos y desvíos, de saltos y regresiones, repleta de suciedad, sangre, barro, impurezas… Es querida, asumida, pero también temida y rechazada. A veces las dos cosas, por las mismas personas, al mismo tiempo.

1968: un régimen regulador de la energía

¿Cómo es la posición dominante del deseo en los años 60, en la época del fordismo y la sociedad industrial? Lyotard habla de un régimen “regulador” de las energías que tiende a “normalizar” los cuerpos y a producir sólo intensidades medias, mediocres.

En el ámbito del trabajo, es el taylorismo según el cual “el obrero debe ser una mezcla de orangután y robot” como decía el propio Taylor. Definición estandarizada de las tareas, exclusión de toda forma de participación o implicación afectiva en el proceso de trabajo, sumisión absoluta a una jerarquía o estructura piramidal. El capitalismo de los años 60 es altamente represivo y disciplinario: ejerce un poder autoritario que fija los cuerpos a lugares y funciones. En la fábrica desde luego, pero también en la familia, la escuela, el hospital, el ejército, etc.

En el ámbito del consumo, es el triunfo absoluto del valor de cambio: cualquier objeto puede entrar y circular en el sistema si es susceptible de intercambiarse por dinero. Nada es sagrado, no hay nada “intocable”, todo se puede profanar: vender, comprar, comercializar. El dinero es el mediador absoluto, que destruye todos los demás: los viejos códigos pre-capitalistas que regían antaño la producción y circulación de bienes. En el fondo, no hay cosas, no hay personas, no hay actividades, no hay saberes ni creencias: sólo existen distintas máscaras del valor de cambio.

El “tipo humano” que se produce y reproduce entonces es el “homo economicus” que ahorra, calcula, negocia, defiende sus intereses, trabaja, es dócil, sobrio, serio, moderado. No se trata de un ser “sin deseo”, sino con un deseo obediente y dispuesto por lo abstracto.

La deriva del deseo en 1968

¿Cómo entender, desde aquí, los movimientos de los años 60? No son movimientos sociales, localizados y acotados, con sus reivindicaciones y demandas, sino más bien de derivas del deseo. Movimientos en las placas tectónicas de la sociedad.

Por un lado, suponen una gigantesca retirada del deseo que vacía de savia los canales y los objetos establecidos: la familia tradicional, el trabajo de fábrica, el individualismo en serie, la autoridad, el dinero, el consumo y la propiedad, el amor de pareja como propiedad del otro, etc. Erosión gigantesca e invisible: el tipo humano propuesto por el capitalismo burocrático no se critica ni se denuncia, sino que se deserta masivamente, mediante un desplazamiento de inversión libidinal.

Ya no se quiere lo que antes se quería. El deseo no se deja organizar mediante las instituciones establecidas, el poder disciplinario no es capaz de producir y reproducir un determinado tipo de cuerpo, los jóvenes no se reconocen ni se conducen como “homo economicus” y el sistema se gripa.

Por otro lado, el deseo se dispone de otra forma, empieza a funcionar de otro modo, inviste cosas distintas y otros “valores”: la autonomía frente a la disciplina y la autoridad; la intensificación de las pasiones frente a los vínculos instrumentales con el mundo; la comunidad frente al individualismo hermético de los átomos sociales. Las experiencias políticas y contraculturales de los 60 dan forma a una verdadera sociedad paralela compuesta de espacios y tentativas comunitarias, redes de apoyo y vínculos apasionados. El deseo social se fuga hacia un “afuera”.

Borrar la intuición del 68

¿Cómo se leen hoy los años 60? Desde la derecha, son el “chivo expiatorio” hacia el que redirigir los miedos contemporáneos: así, son los 60 -y no las políticas de precarización y desprotección de la vida- los culpables de la decadencia de todos los valores, la desorientación generalizada y el “caos” de la sociedad actual.

Pero los movimientos de los años 60 son también objeto de crítica desde el otro lado. En una curiosa complicidad con la derecha, leemos hoy a críticos de izquierda arremeter contra ellos. Se nos dice que el 68 fue en el fondo un movimiento liberal que aceleró la emergencia o consolidación de la sociedad de consumo y de la “modernidad”, fragmentando a la clase obrera, promoviendo el individualismo, rechazando toda tradición y toda disciplina en nombre del narcisismo, etc.

Esos análisis no tienen por lo general ni pies ni cabeza. Pero lo importante es leer el subtexto de las críticas: hay que abandonar las políticas del deseo y volver a las formas de la política clásica. El Partido y la conquista (electoral) del poder, la representación del pueblo identificado como víctima, la identidad o la moral como resortes y palancas, la izquierda, etc. El único horizonte posible de la política de emancipación sería, según estos críticos, la defensa del Estado social en desmantelamiento.

Se pretende así borrar la intuición del 68.

Mi idea es justo la contraria. Si el neoliberalismo hoy es tan fuerte se debe no sólo a que engaña y reprime, sino a que se presenta como evidente y deseable. Es preciso leer la contrarrevolución neoliberal de las últimas décadas, no simplemente como un ataque a la composición obrera y el salario, sino como uncontragolpe en términos de deseo.

En los años 60, los movimientos iban por delante y el poder los perseguía, pescando a los jóvenes que se fugaban y devolviéndolos a casa, etc. Hoy es justo al revés. Pensemos en el Airbnb (un ejemplo entre mil): el neoliberalismo lleva la iniciativa y la política de izquierdas se limita (en el mejor de los casos) a “regular”. El capital lee las corrientes sociales profundas, capta el deseo, sabe traducir todas las energías a dinero, inventa y crea. Y la izquierda sólo aspira mientras a imponer tal o cual impuesto sobre los flujos de mercado.

Si hoy las fuerzas de emancipación son tan efectivamente débiles es justamente porque han perdido el contacto con la intuición del 68. Ya no disputan en torno a las formas de vida deseables e indeseables, sino que se limitan a la opinión crítica, la política comunicativa, la resistencia que nada resiste.

Tomar de nuevo la iniciativa sólo puede consistir en plantear de nuevo la disputa en el plano del deseo: ¿qué tipo de ser humano somos y queremos ser? Pero hay que hacerlo en condiciones cambiadas, porque hoy vivimos en otra economía del deseo muy distinta a la de los 60.

2018: un régimen depredador de la energía

¿Cuál es hoy la posición dominante del deseo? Lyotard habla en 1974, en unas cuantas páginas visionarias, de un régimen “depredador” de las energías.

El “depredador” no es simplemente el vampiro que chupa la sangre. La figura es distinta, más compleja, más interesante: el depredador exalta las energías (para robarlas), depreda energías sobreexcitadas.

Resuena hoy poderosamente con el capitalismo de las finanzas, las políticas extractivistas, la especulación desregulada, la penetración del capital en capas del ser vivo (humano y no humano) que permanecían intocadas, el pillaje, el saqueo y la violencia machista como formas de conquista. Lo que se conoce como neoliberalismo.

¿Y el deseo? El neoliberalismo no sólo reprime o disciplina, sino que intensifica las energías: moviliza, agita, estimula. El “tipo humano” que produce y reproduce ya no es el “homo economicus”, sino lo que podríamos llamar el “maximizador” animado por el deseo de siempre-más. El maximizador no busca el ahorro, la moderación, la sobriedad o la seriedad, sino la superación indefinida de sí mismo:formación continua, máxima flexibilidad, evaluación constante, competencia permanente, etc.

Es el  “lobo” de Wall Street: desquiciado, siempre dopado, despilfarrador, depredador de contactos sexuales, sobreacelerado, desmesurado, impaciente, impúdico, desvergonzado. Siempre de subidón: el tipo de intensidad que nos propone el neoliberalismo es el subidón.

Del aburrimiento al agobio

El neoliberalismo ya no nos dice no (“no puedes”), sino sí (puedes y debes). No nos fuerza como un poder exterior, sino interior y voluntario. No reprime el goce (o no pone el goce en la represión), sino que lo suscita. Es una modulación del deseo de la que parece mucho más difícil escapar.

Pero también ocurre esto: el neoliberalismo, al hacerse cargo del deseo, lo maltrata y provoca un enorme sufrimiento. Hay que partir de ese malestar, de ese sufrimiento. ¿Qué quiero decir?

El antiguo régimen regulador reprimía, disciplinaba y fijaba rígidamente los cuerpos a lugares y funciones, produciendo masivamente el aburrimiento.

El aburrimiento, como vida des-apasionada, como minimización del goce, fue una fuerza mayor de la contestación revolucionaria de los años 60. “No queremos un mundo en el que la garantía de no morir de hambre sea la garantía de morir de aburrimiento”, escribió el situacionista Raoul Vaneigem en una cita que se volvió consigna popular.

El régimen depredador moviliza, fuerza y exige, produciendo así lo que coloquialmente llamamos agobio. Una mezcla de ansiedad y estrés por la sobrecarga de tareas, la movilización ininterrumpida de las energías mentales, el estímulo constante de la atención, la ilimitación del tiempo de trabajo confundido con la vida.

Del aburrimiento al agobio, de la represión de la vida (encauzada, encarrilada, encorsetada) a la movilización de la vida (sobrecargada, sobreexcitada, sobreestimulada). Del agobio al “cansancio”, un agotamiento del que se habla en mil conversaciones cotidianas y que no sería aquel del trabajador convertido en “orangután y robot”, sino la fatiga mental por estrés, angustia y culpa por no “estar siempre a la altura”. Y del cansancio a la depresión: el bajón radical de las energías, la pérdida de motivaciones, la cara b del régimen depredador.

El deseo hoy es electrocutado y segmentado. Electrocutado, al ser presionado y tensado por requerimientos externos. Segmentado, en la interrupción y la discontinuidad constante, la fragmentación y corrosión de toda duración.

La deriva del deseo en 2018

Al final de El hombre unidimensional, su célebre ensayo de crítica de la sociedad de los años 60, Herbert Marcuse situó la siguiente cita de Walter Benjamin: “Sólo gracias a los sin esperanza nos es dada la esperanza”.

Sigue siendo así. La esperanza está en el malestar que genera el imperativo de rendimiento, entre quienes dicen “ya no puedo más”, “ya no quiero más”.

Los angustiados, los asfixiados, los agotados, los abatidos, los abrumados, los saturados, los desbordados, los quemados, los agobiados, los electrocutados. Ellos y ellas son quienes pueden (podemos) pinchar la posición dominante del deseo hoy: el siempre-más.

Pero, ¿qué interrumpe hoy? ¿Cómo nos sustraemos al imperativo del rendimiento? ¿Cómo desertamos la figura del “maximizador”? Es preciso un nuevo ataque a la “economía libidinal” del neoliberalismo, a su organización del deseo. Un ciertoapagón de nuestras energías deseantes.

Esta “lucha” no es necesariamente épica, heroica y colectiva. No que hay minusvalorar la deserción gota a gota y los apagones personales. David Le Breton ha investigado por ejemplo modos sutiles de desacato al imperativo de “ser uno mismo”, de estar permanentemente conectado y disponible, de estar siempre a la altura. Habla del “silencio” y el “caminar”. Nos propone verlos como formas de resistencias políticas. Como fugas activas del ruido de la conexión permanente, como modos de volver a tomar contacto, no con el Yo, sino con el propio deseo, como ejercicios de atención a la propia fuerza (ritmo, cuerpo, respiración), como disfrutes no mercantilizados, que no se “capitalizan”, que no son medios de fines.

Hay también instantes de apagón colectivo. Algunos fragmentos de la sociedad se ponen entonces a vibrar juntos. A veces reivindican algo y otras no, a veces tienen un discurso elaborado y otras no: lo importante es que se organizan de modo que la forma de vida neoliberal es cuestionada. Se vive distinto, se le agarra el gusto a un existir distinto. Por un lapso de tiempo se pone fin a la angustia, a la ansiedad, a la carrera loca del hamster. Las energías se trasvasan del trabajo y el consumo al sostenimiento de un momento de vida colectiva. Ya no queremos estar en otro sitio más que donde se está. Tenemos todo el tiempo del mundo. Concentración máxima de la energía. Agotamiento, pero agotamiento feliz. Se volatilizan muchas de las patologías de la vida cotidiana y el deseo se regenera.

Vivir con tiempos muertos y gozar las trabas

En los muros de París en el 68 alguien escribe: “vivir sin tiempos muertos y gozar sin trabas”. Era una consigna contra el aburrimiento. Pero hoy ya no podemos oponer simplemente la vida a la muerte, la liberación a la represión, lo nuevo a lo viejo, la intensidad al aburrimiento, el afuera a lo que está dentro. Los apagones son justamente tiempos muertos en los que nos paramos a pensar y recuperamos el contacto con nuestro deseo como centro de gravedad. No se trata de romper -con los padres, con el trabajo, con el entorno-, sino de interrumpir la lógica depredadora de relación con todo. No se trata de salir de la sociedad hacia las “zonas liberadas”, sino de empujar la transformación ahí donde estemos. No se trata de vivir en un subidón permanente, sino de afirmar otras intensidades (más sutiles, con altibajos) y otra relación con ellas.

Lo único que puede cambiar sustancialmente las cosas es empezar a vivir de otra manera. Esta es la intuición del 68. Hoy sólo han cambiado las condiciones y los términos del desafío.

Algunas referencias:

Derivas a partir de Marx y Freud, Jean-François Lyotard, editorial Fundamentos, 1975.

Dispositivos pulsionales, Jean-François Lyotard, Editorial Fundamentos, 1981.

Economía libidinal, Jean-François Lyotard, Siglo XXI, 1991.

Sobre el régimen del siempre-más, véase por ejemplo La nueva razón del mundo,Christian Laval y Pierre Dardot, Gedisa, 2016.

Romper y mechar, un diálogo entre el 68 y el 15M

 

Fuente: https://www.eldiario.es/interferencias/mayo_del_68-deseo-Lyotard_6_770332960.html

A cien años de la revolución rusa, reimaginar el cambio social. Conversación con Amador Fernández Savater

 

Conversamos con el filósofo y activista Amador Fernández Savater. Las Imágenes-zombi de las viejas revoluciones. Lo que ya está sucediendo como transformación honda e invisible. Nociones anarquistas, gramscianas y del movimiento de mujeres para pensar otros imaginarios del cambio.

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