Anarquía Coronada

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Femicidio

¿Como se llora otra pibita muerta? // Diego Valeriano

¿Cómo se llora otra pibita muerta? ¿Cómo se apaga eso que tanto duele? ¿Cómo se sigue? ¿Cuánto escabio, cuántas pastillas, cuantas puteadas, cuánta falopa, cuánto odio y devastación? ¿Cómo se vive la ausencia infinita de una nena de 11?

¿Quién entiende el miedo de todas las pibas? Ese miedo que casi ni se dice, ese miedo que nace cuando cae el sol, cuando van al almacén, cuando el cuerpo es otro, cuando quedan solas con el novio de la mamá. Ese miedo que apenas se desvanece cuando sale el sol. Mataron a Sabina y el llanto se repite, lo inexplicable se hace diario y el terror, de manera absurda y manija,  es algo con lo que se aprende a convivir.

El barrio se hunde, las aulas se oscurecen, las amigas quedan mudas para casi siempre, las mamás abrazan fuerte escondiendo el llanto y ya nada va a ser lo mismo nunca más. ¿Y qué va a hacer el jefe de calle, la psicóloga, el educador que va tres veces por semana al barrio, la trabajadora social del juzgado, el gordo de la rotisería, todos los pajeros, el curita nuevo?

¿Qué candidato va a nombrar a Sabina? ¿Dónde va a ser bandera, pintada, posteo. consigna? ¿Quién se va a acordar en una semana? ¿Quién va a marchar cuando se cumpla un año?

La soledad de la mamá apenas acompañada por todas las mamás del barrio. El vacío que es para siempre. La gorra que nunca cree, la ausencia de todo a esta hora, a cualquier hora. Un escracho en la piel que duela para siempre. La desesperación por ser pibita que estruja la boca del estómago hasta hacerse grito.

 

Diego Valeriano para La Tinta

Presa política del patriarcado // Cosecha Roja

Yanina Farías está detenida hace más de un año y medio por el “homicidio agravado por el vínculo” de su beba Xiomara. La acusan de “mala madre”: para el fiscal Yanina debió haber impedido que Alfredo Leguizamón, un amigo de su madre, matara a su beba a golpes. Hoy comienza el juicio en su contra a cargo del Tribunal Oral en lo Criminal 4 de Mercedes.

Desde que fue detenida organizaciones feministas exigen la libertad de Yanina y reclaman justicia por Xiomara. Convocan a una movilización el viernes 29 hacia los tribunales de Mercedes. “Esperamos que el desarrollo del juicio pueda poner en claro que esto se trata de un femicidio vinculado y que Yanina es sólo una víctima más”, dijo el abogado Alejandro Bois al diario Tiempo Argentino.

El 6 de agosto de 2017 Yanina Farías estaba cambiando el pañal de su beba de dos años cuando Leguizamón la agarró de atrás y la intentó violar. La mujer, que nació con retraso madurativo, trató de zafarse. Él la tiró al piso y le dio una paliza a ella y a sus dos hijos, Juan Gabriel de 4 años y Xiomara de 2 años. Cuando se recuperó de la paliza, Yanina vio que la beba se desvanecía y le costaba respirar. La llevó a una Unidad de Pronta Atención de Moreno y luego fue trasladada al hospital Garrahan por su estado de gravedad donde murió el 8 de agosto. La beba también tenía lesiones viejas y se comprobó que había sido violada.

Desde ese día Yanina Farías y Alfredo Leguizamón quedaron detenidos en la comisaría 4ta de Cuartel V en Moreno. Según el fiscal Yanina “debió velar por la integridad de su hija, y representándose que, con su inacción y por la violencia inusitada puesta de manifiesto a través de las lesiones que se ocasionaren, provocará el desenlace irremediable de la muerte de su propia hija”.

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Yanina vivía en casa de su hermana Mayra en Merlo, en el oeste del conurbano bonaerense. En julio de 2017 la mamá de las chicas les avisó que se iba a trabajar a San Luis y le pidió a Yanina que le cuidara la casa en el barrio Cuartel V de Moreno.

Ella se instaló con dos de sus tres hijos: Xiomara, de dos años, y Juan, de cuatro. El más grande, de siete, vivía con el padre. Dos días después llegó Alfredo Leguizamón, el amigo de la madre. Se iba a quedar un tiempo en la casa para ayudarla en el cuidado de los chicos y construir en el fondo del terreno otra casa. Pero no fue así.

Yanina soportó durante 15 días violaciones, golpizas y maltratos psicológicos. Leguizamón la tenía secuestrada: había clausurado las ventanas con cadenas y candados y cerraba la puerta con llave cuando se iba. Él le decía a los vecinos del barrio Cuartel V que eran pareja.

La tarde del 6 de agosto Yanina intentó resistirse. Él la agarró de atrás para violarla y forcejearon. Le pegó y la tiró al piso. El nene de cuatro años intentó defender a su madre pero Leguizamón le pegó a él y su hermana.

Ocho meses pasó Yanina sin saber por qué estaba detenida y recién días después de que Xiomara fuera llevada al hospital, la familia le contó que su beba había muerto a causa de los golpes.

Para la justicia patriarcal Yanina no es una víctima. No importa su padecimientos, las violaciones y golpes que sufrió. Ella fue invisibilizada. Solo importa que no fue capaz de cuidar a su hija, que fue una “mala madre”.

 

 

Cosecha Roja 

Femicidios: por qué los policías matan más // Sebastián Ortega

A simple vista la escena del departamento de Ezeiza parecía la de un suicidio: el cuerpo tendido sobre la cama con una herida de bala en la sien derecha y un arma al lado. Cuando el fiscal recibió los informes de autopsia y de balística, la causa dio un vuelco: el cuerpo de Gisela Dupertuis, policía bonaerense de 32 años, tenía golpes, había impactos de bala en las paredes y signos de pelea en el departamento. Jhonatan Guiliani, policía local de Ezeiza y novio de Gisela, quedó detenido ayer acusado de femicidio.

Después del crimen de Gisela otras tres mujeres fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas policías. Entre 2015 y 2017, según un relevamiento del Centro de Estudios Legales y Sociales, sólo en la provincia y en la Ciudad de Buenos Aires 23 mujeres fueron asesinadas por funcionarios de las fuerzas de seguridad en contextos de violencia doméstica. En la gran mayoría de esos casos los agentes estaban fuera de servicio al momento de disparar.

“La disponibilidad de armas de fuego en una casa incrementa los riesgos para la mujer, el arma canaliza otras violencias que hay en la sociedad, sobre todo violencias entre hombres y mujeres”, explicó a Cosecha Roja Juliana Miranda, integrante del equipo de Seguridad democrática y violencia institucional del CELS.

Los femicidios cometidos por policías fuera de servicio son una consecuencia directa del “estado policial”, ese conjunto de derechos y obligaciones que convierte a los agentes en policías las 24 horas de los 365 días del año. Un mandato cultural que dice que deben estar armados y listo para actuar. Casi la totalidad de los policías hacen uso de ese derecho y después de la jornada laboral vuelven a sus casas con el arma reglamentaria. “La portación de armas no es solo un elemento de fuerza física, también es simbólica: se utilizan para ejercer hostigamiento y amenazas. No es problema privado de un policía, es un problema institucional, por lo tanto el Estado tiene responsabilidad”, explicó Miranda.

Este mandato, constitutivo de la identidad policial, se convierte en un peligro real para sus parejas o ex parejas: la presencia de armas de fuego en una casa aumenta cinco veces la posibilidad de que una mujer sea asesinada por su pareja.

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Gisela pasó la nochebuena de servicio. El 25 de diciembre al mediodía festejaron la navidad en la casa de su hermana Jésica. Gisela y su novio, Jhonatan Guiliani, se quedaron hasta las 7 de la tarde. A la noche Jésica recibió varios mensajes de su cuñado. Él le contó que había peleado con Gisela y que se había ido de la casa. “Hasta ese momento no sabíamos que tenían problemas de pareja. Él con nosotros era todo un señor”, contó a Cosecha Roja Olga, la mayor de las hermanas Dupertuis. Después del velorio de su hermana se enteraría que él la hostigaba: le hacía escenas de celos, la perseguía y le revisaba el celular.

El 26 de diciembre poco antes del mediodía, Jhonatan llamó a su cuñada.

—Jesi, vení, Gisella se suicidó —le avisó a los gritos.

El departamento de Ezeiza, en el que la pareja vivía hacía menos de un mes, estaba vallado. “La policía nos dijo que era un suicidio”, contó Olga. Otro agente se acercó y les dio -en voz baja- un dato que los hizo desconfiar: en las paredes del departamento había tres o cuatro impactos de bala.

El 27 de diciembre la familia de Gisela le perdió el rastro a Jhonatan. Él no fue al velorio ni al entierro de su novia.

Los fiscales Claudia Barrios y Carlos Hassan caratularon la causa como ”averiguación causales de muerte”. La autopsia demostró que el cuerpo tenía golpes. Había cinco casquillos de bala en el departamento y cuatro impactos en las paredes. Y el desorden que había en la casa confirmaba que había existido una pelea. Con esas pistas la fiscalía dejó de investigar un suicidio.

Ahora los fiscales esperan los informes del análisis de los teléfonos de la pareja. El crimen tiene un único sospechoso: Jhonatan. Para los investigadores la asesinó e intentó armar una escena de suicidio. Los fiscales pidieron su detención. La policía lo buscó en su casa y en el trabajo. En el despacho secuestraron el arma reglamentaria. Él se mantuvo prófugo unas horas. Cuando se entregó quedó detenido acusado del femicidio de su novia.

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El modus operandi de Jhonatan Guiliani repite una lógica. “En muchos casos registrados en nuestra base, el policía trata de manipular la escena del crimen e inventar un relato”, explica Miranda.

“Es importante que se aparte de esas investigaciones a la fuerza a la que pertenece: existen mecanismos de encubrimiento que es necesario quebrar”, agregó Miranda.

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El oficial Héctor Montenegro pasó la madrugada de año nuevo en la comisaría del barrio Borges de Santiago del Estero. Aunque estaba de servicio al mediodía volvió borracho a su casa. Discutió con su pareja, Celeste Castillo, la mató de dos tiros con su arma reglamentaria y se suicidó. Ella tenía 25 años; él 24. Ese crimen fue el primer femicidio del 2019.

Romina Ugarte tenía 26 años. Trabajaba en el Comando de Patrullas de Cañuelas, provincia de Buenos Aires. El 16 de enero discutió con su pareja, Nicolás Agüero, también policía Bonaerense. Él sacó su arma reglamentaria y le disparó en la cara, entre la nariz y las cejas.

—La maté sin querer —le dijo a los vecinos.

Seis días después los vecinos de Zapiola al 100, en Nueva Atlantis, Partido de la Costa, llamaron al 911 porque escucharon varias detonaciones en una de las casa. Los policías encontraron muertos al teniente de la Bonaerense Omar Ariel Acosta, de 53 años, y a su ex pareja, Mariana del Arco, de 32. La mujer tenía seis heridas de bala; él una. Según los investigadores, después de matarla con su arma reglamentaria se suicidó.

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Al igual que en el caso de Romina Ugarte y de Gisela Dupertuis muchos de los femicidios cometidos por funcionarios de las fuerzas de seguridad las víctimas también son policías. Entre 2015 y 2018 nueve mujeres policías fueron asesinadas por sus parejas.

Según resoluciones del Ministerio de Seguridad de la Nación y de la Policía de la Ciudad, aquellos agentes que tengan denuncias por violencia de género tienen la obligación de dejar el arma en su lugar de trabajo. “Es una buena práctica pero no alcanza”, explica Miranda. Solamente una pequeña cantidad de mujeres denuncia a sus parejas policías, por miedo a represalias o por vergüenza.

“En tanto no se aborde el estado policial como contrario a las políticas de reducción de la violencia, es muy difícil eliminar estos casos. Más allá de reformar leyes se necesita un cambio cultural adentro de la fuerza, más amplia y abarcativa”, explicó Miranda.

 

Sebastián Ortega para Cosecha Roja

Morir por piba // Diego Valeriano

Un grito en medio de la noche, un grito de piba. El miedo.

Una piba, tu hija, una amiga que se subió al auto equivocado. La soledad de una mamá. La tristeza que es para siempre. La gorra que nunca cree, la ausencia de todo a esta hora, ellos que nunca entienden. La desesperación que estruja la boca del estómago hasta hacerse grito.

La incertidumbre, la certeza, la mirada perdida, el temblor, aferrarse al teléfono. Preguntar y que nadie diga nada, porque nadie sabe nada. Imaginar la soledad de ella, ella sola pobrecita atada, con la boca tapada, con el terror del silencio. Tirada en un colchón, en un baldío, en el piso de un auto, en el rancho del transa, en el garaje de una fiesta de chetos, en una habitación inmunda en Chacarita, escuchando las risas de esos tipos que están por venir.

Morir por piba, por los negocios del padrastro, por botín de guerra. Morir por venganzas inimaginables, por caminar sola por la calle, por guacha que postea lo que quiere, por salir de la escuela, por tanta crueldad, por vendedores de falopa que de cagones que son ni ponen el pecho. Por ir a bailar, por discutir con el novio y volverse sola, por doblar una antes. Por subir al patrullero.

Morir sin poder decir nada, morir toda adentro, quedar con la mirada hueca. Dejarnos solas. Morir porque no la pudieron ir a buscar a la parada, por esquivar la obra que está en la otra cuadra, casi morir por ir a comprar una birra después de trabajar todo el día. Morir para siempre. 

Foto: Colectivo Manifiesto

Morir mil veces: 10 lecturas para abordar el femicidio en la literatura // Dolores Reyes

Dolores Reyes eligió para Revista Sonambula diez novelas, cuentos o libros de no ficción que abordan la problemática del femicidio, algunos incluso mucho antes de que se difundiera el uso de la palabra. De Jorge Luis Borges a Roberto Bolaño, pasando por Juan José Saer, Jorge Barón Biza y Gabriela Cabezón Cámara entre otros y otras.

 

Busco las horas.

De acuerdo con la fecha, un femicidio cada 30 horas, cada 20, cada 26…los travesticidios, en ascenso.

Busco las horas y las noticias no parecen ponerse de acuerdo.

En todo caso, las mujeres asesinadas, desaparecidas, quemadas o desfiguradas pueden encontrarse no sólo en la sección de policiales sino también, mucho antes de que comenzáramos a hablar de violencia de género y femicidios, en nuestro relatos, en nuestras letras de tango, en nuestros poemas, en eso que llamamos literatura. Y buscan la hora de ser escuchadas.

Proponemos a continuación una lista con 10 libros que abordan la problemática del asesinato de mujeres por el sólo hecho de su condición de ser mujeres. Seguramente sea arbitraria e incompleta -en la Argentina también las travestis vienen padeciendo asesinatos extremadamente crueles e impunes- pero son 10 excelentes textos para entender la trayectoria de la violencia de género que engloba, mutila y mata a todo aquel cuerpo que ejerza el rol femenino.

El transfondo común a estos libros: una policía que no sólo no protege a las ciudadanas sino que muchas veces es participe de la violencia y el lucro desatado contra sus cuerpos, las mujeres como grupo social desvalido y abandonado ante la indiferencia, las familias de las chicas desamparadas en su búsquedas, las múltiples relaciones entre femicidio y poder político.

Busco las horas para que esto se acabe para siempre…

 

1- “La intrusa”, de Jorge Luis Borges

Publicado por primera en El informe de Brodie (1970), el cuento “La intrusa”, de acuerdo al relato que uno de los hermanos realiza durante el entierro del otro, narra la historia de Cristian y Eduardo Nilsen, que viven juntos, y de la llegada de una mujer, introducida al hogar por uno de ambos, Juliana Burgos “no mal parecida, de tez morena y ojos rasgados”.

Los Nilsen, descendientes de irlandeses o dinamarqueses “altos, de melena rojiza, apodados los Colorados”, eran, dice el relato, muy criollos, tanto en sus conductas como en sus costumbres. Un día, Cristián le ofrece a Eduardo “compartir” a la muchacha; otro día la propuesta será venderla a un prostíbulo de Morón. No hay solución posible al deseo de posesión: se descubren ambos hermanos pagando por el cuerpo de la muchacha y deciden volver a traerla de vuelta a su rancho.

Como en la sociedad actual, el relato pone de relieve que la solución final que encuentran los hombres es asesinar a la mujer, sin darle ni siquiera un entierro: “A trabajar hermano. Después nos ayudaran los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con sus pilchas. Ya no hará más perjuicios. Se abrazaron casi llorando. Ahora los ataba otro vínculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla”.

2- Racimo, de Diego Zúñiga

Publicada en 2014, Racimo aborda la desaparición de niñas en Alto Hospicio, localidad al norte de Chile. El lugar geográfico es relevante porque Alto Hospicio se presenta como un lugar perdido, levantado junto a basureros clandestinos. La vida de las niñas y adolescentes se desarrolla en este espacio marginal y extremadamente pobre, en done los adultos están alienados por las condiciones de trabajo y exclusión. Es aquí cuando la trama se complejiza. Torres Leiva se encuentra con una de las chicas que, moribunda, vaga por el desierto y la lleva hasta un hospital.

Es significativo que en la novela de Zúñiga, los hombres poseen nombre y apellido, mientras que los personajes femeninos sólo nombre de pila, una manera de comenzar a hacerse invisible.

Hace unos años, en la Feria del Libro de Bs As., Diego estaba de invitado en una mesa sobre femicidio y literatura. Un periodista le preguntó si la literatura alcanzaba para tratar este problema y Zúñiga dijo que no, que no era suficiente pero añadió: -Yo vine a plantar una bandera, desde aquí, plantar una bandera en contra de los femicidios.

3- Cicatrices, de Juan José Saer

Publicada en 1969, Cicatrices transcurre en 1963, durante el gobierno de Guido, después del golpe del 29 de marzo a Frondizi. El peronismo estaba proscripto. La trama de la novela se centra en el 1 de mayo del 63, cuando Luis Fiore, ex dirigente sindical peronista, sale de caza y luego mata a su mujer de dos disparo de escopeta en la cabeza.

A través de los relatos de sus cuatro narradores, de sus entrecruzamientos en trayectorias y espacios comunes, pero sobre todo del femicidio y el tiempo histórico en el que se desarrolla la trama es posible apreciar la violencia de género invisivilizada en la vida de los personajes, y cómo esa violencia crece hasta que detona la escopeta.

4- Sin embargo Juan vivía, Alberto Vanasco

Publicada por primera vez en 1947, la novela posee ciertas peculiaridades la transforman en una novela de excepción: uno de los procedimientos “experimentales” -Saer diría: “La literatura es experimental o no es” – de la novela de Vanasco es que está escrita en segunda persona. “Cuando llegues (a las diez menos cuarto) te encontrarás con la muerte de tu hermana, con varios policías y las primeras páginas de la novela”.

En el femicidio de Genoveva, hermana del protagonista, las culpabilidades irán variando de uno a otro de los personajes del entorno.

5- El desierto y su semilla, de Jorge Barón Biza

Publicada en 1998 por la editorial Simurg y recientemente reeditada por Eterna Cadencia, la novela tiene una marca autobiográfica fuerte: en el año 1964 y durante una audiencia de divorcio, después de veinte años de matrimonio y con ambos abogados presentes, Raúl Baron Biza (llamado Arón Grageac en la novela) le arroja ácido en la cara a su ex mujer, Clotilde Sabattini (en la novela, Eligia). Su hijo Jorge (en la novela, Mario Gageac) socorre desde el primer instante a su madre, y en medio de este episodio comienza la narración.

Entre la fascinación y el espanto, el hijo indaga su linaje en ese rostro deshecho al que irán cubriendo de colgajos, apósitos, injertos, la acción de la naturaleza operando activamente en la formación de quelonios, úlceras y cicatrices; y entre los escritos del padre suicidado un día después del ataque a su ex: “Yo despreciaba sus escritos, y me esforzaba por diferenciarme de él (… ). Ahora, la opción parece ser, para mí, o parricida de su memoria, o resentido por herencia, sin beneficio de inventario; o vulgar imitador en la copa y el balazo”.

6- Las niñas perdidas, de Cristina Fallarás

En 2011, la publicación de Las niñas perdidas le significó a Fallarás ser la primera ganadora del premio Dashiell Hammett (novela negra).

A través de los ojos de una ex periodista devenida en detective, se desarrolla una narración potente y llena de rabia por una Barcelona oscurísima, en la que la violencia, el tráfico y el asesinato se descargan sobre los cuerpos de mujeres niñas. La voz del relato es cruda, descarnada y directa, lo que le otorga a la investigación sobre las dos niñas desaparecidas una actualidad rabiosa.

La violencia de género agravada por la pederastia y el lucro sobre los pequeños cuerpos le generan a la protagonista la ira que descarga contra el cuerpo de algunos animalitos. Una forma de denunciar la hipocresía de tanta sociedad defensora de derechos animales frente a la casi indiferencia ante los cuerpos de niñas torturados y muertos.

7- Beya, de Gabriela Cabezón Cámara e Iñaki Echeverría

Como respuesta a la convocatoria de la editorial española Sigueleyendo para contribuir a la serie Colección de bichos, clásicos infantiles para adultos, Gabriela Cabezón Cámara se despachó en 2011 un arrollador relato sobre una víctima de trata cautiva en un prostíbulo bonaerense. La nouvelle tiene un trabajo con la lengua que le otorga una cadencia propia: fue, en gran parte, escrita en octosílabos. La trata de blancas y el tratamiento que la autora le da a la tortura y al dolor, la insertan en una tradición que arranca con El matadero y sigue, haciendo unos altos un poco abruptos, con Lamborghini. En la crueldad y el dolor al cual es sometida Blanca podemos leer toda la tradición argentina de literatura y violencia, pero particularizado a la forma de sometimiento y lucro que se hace sobre los cuerpos de las mujeres.

8- Chicas Muertas, de Selva Almada

Publicado en 2014 con una de las tapas más intranquilizadoras que recuerde, Chicas Muertas es el primer libro de no ficción de Selva Almada.

La voz del texto trabaja con los testimonios de familiares, los expedientes judiciales, las tumbas -si hay cuerpo- en los cementerios de provincia, y los propios recuerdos de la autora, buceando en tres femicidios no resueltos de los años ochenta, cuando ni siquiera existía el término femicidio. Pero el impacto del asesinato de Andrea, dormida en su propia cama y en el interior de su casa, la crueldad sobre una tan joven María Luisa y la desaparición de Sara, tres casos aún no resueltos, abren el texto a infinidad de violencias y prácticas ejercidas sobre el cuerpo de las mujeres, adolescentes y niñas en cada uno de los pueblos que Almada aborda en Chicas Muertas.

La lectura de Chicas Muertas logra hacer visible lo naturalizado, como forma de empezar a problematizar y revertir la violencia de género que es epidemia en nuestras tierras.

9- La Pesquisa, de Juan José Saer

Publicada en 1994, La pesquisa articula, en uno de sus planos narrativos, el relato de Pichón Garay a sus amigos sobre los asesinatos de veintisiete mujeres mayores ejecutados por un asesino serial, en el mismo barrio de París en el que reside Pichón.

Desde la presentación de la novela se la sitúa dentro del género policial, dándole un lugar central dentro de sus elementos característicos al relato sobre por lo menos tres pesquisas: La que ejecuta el asesino sobres sus víctimas, la que lleva a cabo el investigador en búsqueda del asesino y la pesquisa del sentido oculto en toda la serie de femicidios.

10- 2666, de Roberto Bolaño

La gran novela polifónica sobre los femicidios en el norte de México significa por acumulación. Bolaño no ahorra lo más mínimo de la violencia desatada sobre los pobres cuerpos de las mujeres, convertidos en despojos en el desierto de Sonora. Tantas muchachas sin nombre, tantas apenas comenzando su juventud.

La parte de los crímenes (cuarta parte que constituye 2666) es para mí la apuesta más alta del libro, ya que la violencia que late, amenaza y cohesiona a todo el volumen, se desata en un lenguaje descriptivo casi a nivel de prontuario policial, pero el prontuario no queda constituido aquí por el listado de criminales, si no por los cuerpos de las mujeres y la crueldad extrema ejercida sobre ellos. Parecería que el escritor buscase desbordar al lector, indignarlo, enfurecerlo, conmoverlo o en cualquier caso, sacarlo del “automatismo” y su forma de recepción indiferente, relatando uno tras otro los femicidios de Ciudad Juárez en todo su horror. Así, la ficcional Santa Teresa, en el lejano desierto de Sonora, se nos vuelve cada vez más cercana.

Por su singularidad y su potencia, la lectura de 2666 es una experiencia ineludible para vivenciar la violencia femicida, el lugar de las fuerzas de seguridad, la justicia, los gobiernos y el poder en torno a las mujeres muertas y desaparecidas que se desangran en un torrente llamado América Latina.

 

sonambula.com.ar/ 

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