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Padres, hijas y hermanos de Italia. Notas sobre la autobiografía de Giorgia Meloni // Franco «Bifo» Berardi

Este libro me ha arruinado el verano. Quizás el verano ya estaba arruinado de por sí, entre el calor insoportable durante semanas, la angustia del aeropuerto de Kabul, el goteo de datos sobre la COVID19 que no cede, y descubrir que las dos dosis de AstraZeneca que deberían haberme dado una cierta tranquilidad no dan seguridad ninguna, y de hecho el Occidente rico se está proporcionando la tercera, la cuarta y la quinta dosis mientras en el Sur del mundo los vacunados son el 1 o el 2 por ciento. Pero este libro ha dado el golpe de gracia a mi verano porque mientras lo leía me daba cuenta de que en el futuro próximo del país hay, seguro como las lluvias de otoño (pero  ¿habrá lluvias este otoño?), una vuelta al fascismo.

 

Fascismo en realidad no es la palabra exacta. Se usa esta palabra para definir una tradición que proviene de la humillación por una victoria mutilada y de la truculencia de Benito Mussolini, de las cuadrillas que iban a pegar a los braceros en huelga, del asesinato de Matteotti y de miles de sindicalistas e intelectuales entre 1919 y 1945. Luego continúa  a través de la república social, el Movimiento social de Almirante, la Alianza Nacional de Gianfranco Fini, etcétera. El fascismo del siglo XX fue un fenómeno barroco, meridional, patronal y juvenil: violencia, espectáculo, victimismo y fiera agresividad de colonialistas a la conquista de tierras africanas. ¿Estamos todavía allí o algo ha cambiado radicalmente?

 

Intentamos comprenderlo leyendo este libro llamado Yo soy Giorgia.

 

Hace algunos meses tuve un altercado con Giorgia Meloni. Para ser exactos ella me obsequió con su atención en su perfil de Facebook. Pero esto es agua pasada. No había leído todavía este libro.

 

Lo he leído porque dentro de un par de meses sale la quinta edición de un librito que publiqué en 1993 con el título de Cómo se cuida al nazi, y antes de que salga me parecía urgente comprender cómo ha evolucionado el nazismo, del que en estos últimos treinta años no nos hemos ocupado en absoluto, hasta el punto que creo que será él el que se ocupará de nosotros.

 

El contexto ha cambiado de forma impresionante. El partido de Giorgia Meloni, que por costumbre  suelo llamar fascista, se prepara para tener un rol que tal vez sea protagonista, tras la presidencia de  Draghi, la experiencia más totalitaria que el país ha conocido nunca.

 

Draghi es un hombre que representa perfectamente el estilo de la Goldman Sach: cinismo criminal y aristocrático understatement. Cuando este hombre apareció en escena todos se arrodillaron ante el Moloch. Todos, a excepción de la autora de este libro y de su partido.

 

Los arrodillados aparecen ( y son) tan indignos, empezando por los patéticos grillini, dispuestos a casarse con Berlusconi y quizás también a vender a su propia madre con tal de no abandonar su sillón, que el único partido que ha rechazado participar en la orgía del poder será justamente el favorito y , como es justo, gobernará el país.

 

No gobernará por mucho tiempo, según mis previsiones, porque el caos devastará la vida social, las catástrofes se sucederán a un ritmo vertiginoso y el próximo gobierno de los Fratelli d’Italia y de los nazis salvinistas se verá rápidamente arrastrado.

 

Dos preguntas surgirán en la mente de mi lector: la primera es ¿por qué estás tan seguro de semejante perspectiva? Y la segunda ¿ por qué este fascismo no sería fascismo?

 

Responder a la primera nos permitirá responder a la segunda.

 

Y para hacerlo leo el libro de Giorgia.

 

Padres

 

Los primeros capítulos tienen un carácter autobiográfico, cuentan que una persona abandonada por su padre vive en una situación de ansiedad,  entre dificultades económicas y existenciales.

 

El padre, o más bien la ausencia del padre, domina la escena.

 

La percepción de un padre que ya no está, que se disuelve, es algo que no se logra comprender. Es quizás una herida más profunda que la de un padre muerto, porque en el primer caso cabe esperar que te mire desde el cielo, mientras que cuando se va estás obligada a enfrentarte a su fantasma.

 

No se podría describir mejor un aspecto esencial de la condición contemporánea: la aceleración digital y la violencia neoliberal han provocado una explosión del universo psíquico, una deflagración del inconsciente que ha roto las barreras de contención y ha lanzado alrededor todo el material inquietante, pavoroso, de ensueño, horrible y maravilloso. Es el tema del que habla Massimo Recalcati: la explosión del inconsciente y la disolución de la figura del padre están íntimamente conectadas , pero la propuesta recalcatiana de una restauración de la figura del padre es  simple e inconsciente. Giorgia Meloni consigue olvidar al padre y refunda el patriarcado partiendo de la fraternidad de las mujeres.

 

El padre de la pequeña Giorgia, ateo impenitente y libertario un poco machista, fue a La Gomera, como aspiran a ir muchos chupatintas italianos que sueñan con las Canarias como si fueran un encuentro de piratas de otro tiempo y no un centro de salud para pensionistas gagás. De hecho, el padre pirata ha abierto un restaurante donde cocinaba espagueti para septuagenarios alemanes con ciática.

 

El escenario en el que crece el movimiento neo reaccionario del que Meloni es en Italia la dirigente emergente ( mientras resbala cuesta abajo el avieso Salvini, patético y poco creíble con su rosario entre los dedos), es la disgregación de la familia, efecto de la presión sumada a la precariedad, el estrés por la sobrecarga de trabajo y la supremacía libertaria exaltada por el neoliberalismo e inflado de basura publicitaria y televisiva. Soledad, nerviosismo agresivo, miseria sexual, impotencia – este es el caldo de cultivo en el que crece el movimiento neo reaccionario que,  a falta de algo mejor ( es decir, de peor), debemos llamar fascismo.

 

Una tarde la pequeña Giorgia, con su hermana Arianna, abandonadas por el padre y con su pobre madre en busca de medios para llegar a final de mes, encendieron una vela y se alejaron.

 

En poco tiempo el incendio había consumido todo el piso y nosotras escapamos con un bolso en el que habíamos metido el pijama, dos pares de pantalones y una camiseta. Nos encontramos, de golpe, en la calle sin un techo. Mi madre tuvo que empezar literalmente de cero. Una tarea de locos. Alguna vez vuelvo a pensar en eso y en broma me digo que quizás por eso he encontrado el valor, muchos años después, para refundar una casa política cuando la nuestra había desaparecido entre las brasas.

 

A los catorce años fue expulsada del campo de voleibol porque un acosador de la escuela le dijo “lárgate gorda”. Y entonces corre el riesgo de perderse entre las ciento mil páginas pro anorexia de

internet. Pero no cae, se salva, porque encuentra el camino de la sede más cercana del Fronte della Gioventú.

 

El ambiente en el que Giorgia, con quince años, entra podría ser  el de un centro social, al menos desde el punto de vista de la motivación y de las dinámicas psicológicas. Es el tema de la comunidad la que surge en estas páginas con toda su ambigüedad.

 

En una de aquellas reuniones en las que participé me llamó la atención un chico que, al final preguntó: ¿alguien necesita que le acompañen a casa? Comprendí que en aquel ambiente cada uno era responsable de los demás, todos se ocupaban de todos. Todos eran familia de todos.

 

Se nos pintaba como los malos, los violentos y sin embargo, el Fronte della Gioventú era acogedor. No había ninguna forma de exclusión para nadie y, las personas que en otro contexto no habrían tenido la mínima posibilidad real de socializar, en aquel ambiente podían también encontrarse como en casa. Por esto, desde siempre, en cada sección que se digne, había también un loco. O quizás, para ser sinceros, todos teníamos alguna rareza. Hace poco, pensando en ello, me he dado cuenta de que muchos de aquellos que abrazábamos la militancia política llegaban de situaciones familiares particulares: muchos tenían padres separados o quizás vivían en un contexto problemático. Los chicos más comprometidos desde el punto de vista político buscaban referentes, una dimensión  propia, querían pertenecer a algo.

 

También  a aquellos que frecuentan un centro social o se adhieren a un movimiento anarquista o comunista les mueve (entre otras cosas) un deseo de comunidad. El problema es que la palabra comunidad es ambigua.  Existe una comunidad de pertenencia, como a la que se adhiere Giorgia, en la que encuentra su identidad, el origen del que provenimos: el ser. Y hay una comunidad deseosa, o nómada, en la que lo que cuenta no es dónde venimos sino a dónde nos dirigimos, o dónde nos gustaría ir. En esta comunidad lo que cuenta no es lo que somos sino en lo que nos convertimos.

 

La palabra clave es aquí identidad. Pero, lo que significa esa palabra nadie lo sabe.  Es verdad que no lo sabe Meloni y no lo sé tampoco yo, por la simple razón de que esa palabra no significa nada: es solo un calco, el revés de la diferencia. Es, si se me permite, la diferencia mal entendida, la diferencia fijada, la diferencia enferma de miedo y de agresividad.

 

La diferencia se transforma en identidad cuando se hace agresiva, cuando pretende establecer sus fronteras y su intangibilidad, cuando se protege contra la contaminación, cuando agrede a un enemigo porque la guerra es solo el modo de soldar en el tiempo la identidad y para expandir su espacio.

 

En la diferencia no hay competición sino coevolución. Para convertirse en identidad, la diferencia debe competir, y vencer.

 

Tengo miedo, a menudo me siento inadecuada, tengo miedo que los demás non me consideren a la altura. Pero este miedo es mi fuerza, porque es la razón por la que no he dejado nunca de estudiar y de aprender, es la razón por la que siento que siempre debo demostrar cien, aunque en un tema parta de cero. Es la razón por la que soy tan minuciosa, tan terca, tan dispuesta al sacrificio. Que esté siempre compitiendo con los hombres y no con las mujeres, que haya buscado la aprobación y la amistad, la estima de mis compañeros de militancia y hoy de  partido, de todos los hombres que respeto, es fruto de esa herida.

 

Si hoy soy así es también gracias a mi padre, en lo bueno y en lo malo.

 

Cuando murió, hace algunos años, el hecho me dejó indiferente. Lo escribo con dolor. Comprendí entonces cómo era de profundo el agujero negro en el que había enterrado el dolor de no haber sido amada lo suficiente.

 

Ya no somos capaces de amar lo suficiente porque tenemos demasiadas cosas que hacer, demasiados estímulos excitantes que nos arrastran de una parte a otra. La soledad que deriva provoca depresión y el modo de escapar de la depresión es la agresión. Esto lo sabemos ya ¿no es verdad? El fascismo del siglo XX fue un ritual de masa, macabro y violento, con el fin de disipar la depresión de los italianos humillados por la victoria mutilada de Versalles, y de los alemanes arrojados a un abismo de miseria y resentimiento.

 

Esta es siempre la raíz más profunda de la violencia fascista: exteriorizar la depresión que aprieta dentro, que se acerca al alma, que te arrastra en una madriguera oscura. Volcar esa depresión agrediendo un enemigo; construirlo y después masacrarlo. El linchamiento, el asalto, la tortura, la violación, estas formas expresivas del fascismo de siempre son rituales para exorcizar la depresión. Funcionan, por desgracia, al menos un poco. Luego acaba trágicamente, como ya sabemos. Pero para esto tenemos que esperar un poco.

 

Ahora tenemos que esperar a que el partido de Giorgia Meloni atraiga el descontento, la desesperación, la depresión, la rabia de una generación que ha crecido en el ruido blanco de la aceleración, que ha sufrido más que nadie las consecuencias de la pandemia, y que saldrá todavía más precaria del gran Renacimiento financiero gestionado por el piloto automático de Draghi, visto que los amos de la economía están ya usando la crisis sanitaria como ocasión para despedir a quien tiene un trabajo fijo  y sustituirlos por esclavos dotados de móvil a tiempo determinadísimo.

 

La única que ha tenido el valor de decir que no al piloto automático  ha sido Giorgia. Es completamente previsible que esta elección se vea premiada por los electores. Además, el mensaje de Giorgia es más bien convincente, si se compara con el mensaje proveniente de cualquier otro que se presente a las próximas elecciones. Porque Giorgia es una mujer, una madre sola, una persona con  sufrimiento psíquico y ,sobre todo, porque encarna su condición femenina con una dignidad y un orgullo de la que otras mujeres de la política carecen completamente.

 

Hijas

 

He sido elegida. En la izquierda hablan mucho de la igualdad de las mujeres pero en el fondo piensan que la presencia femenina debe ser en cualquier caso una concesión masculina. Lo ha explicado Matteo Renzi  diciendo,cuando ha abandonado su nuevo partido,que habría sido el partido  más feminista de la historia italiana porque él había elegido poner  a la cabeza a Teresa Bellanova y como presidenta de la Cámara a Elena Boschi. Aquí las cosas no funcionan así. Seas mujer u hombre, donde estás debes llegar por capacidad y no por cupo. Y si las mujeres llegan, cuando llegan, no es por concesión de un hombre.

 

Giorgia es una mujer, pero le gusta competir con los hombres como si fuera un hombre. Y gana.

 

Quizás es como reacción a este complejo de inferioridad, que lleva a muchas mujeres  a competir entre ellas, que yo me divierto más,  compitiendo con los hombres.

 

Feminismo y competición: un oxímoron que funciona. ¿Qué mensaje puede ser más convincente para el electorado femenino, desde el momento que la ideología dominante ha puesto la competición en el centro y la hipócrita adulación de las mujeres es uno de los motivos recurrentes de la publicidad comercial y de la propaganda liberal?

Giorgia es una mujer que, única en la historia italiana, ha fundado un partido, y ese partido se llama “FRATELLI  d’Italia”. En vez de lloriquear por la cuota rosa, ha tomado el mando de la nave que se iba a pique y ahora parece que navega viento en popa.

 

El bagaje psicocultural de la  extensa crisis psicótica  es la disgregación de la figura paterna, y el sentimiento de desorientación que provoca en las hijas ( y en los hijos, naturalmente). Pero son las hijas las que saben reaccionar a esta situación, gracias a la fuerza que les ha dado el feminismo. Solo las mujeres han salido de la tormenta psico patógena del neoliberalismo con un sentimiento de solidaridad, si no intacto, al menos reconocible.

 

Giorgia recoge esa herencia y la vuelve masculina, para vencer.

 

también en los retos imposibles competimos para vencer.

 

En la página 164-5, Giorgia Meloni reconstruye la historia política de la última década en términos que a mí me parecen irrefutables. Parte del 2011, cuando le parece que se ha perpetrado un golpe de Estado impuesto por el poder financiero europeo.

 

Prescindiendo del juicio que podamos hacer sobre el gobierno de Berlusconi ( que me parece una orgía de vulgaridad, privatización e incompetencia), no hay duda que la sucesión de eventos que llevan  a su dimisión ( desde el aumento del spread pilotado por las finanzas alemanas al dictado financiero del pacto fiscal europeo) violó completamente las reglas de la democracia: Napolitano, un hombre siempre al servicio del poder, fascista primero, estalinista luego y al final liberal, impuso la voluntad de las finanzas norte europeas amenazando con una catástrofe económica.

 

También la desastrosa experiencia libia que llevó a la bárbara eliminación  del Gadafi aliado de Berlusconi se debió a  la imposición francesa y americana. Después vino el gobierno Monti, saludado como salvador de la patria, e impuso el pacto fiscal, la brutal ley Fornero y una línea de austeridad que nos ha llevado, entre otras cosas, a la debacle sanitaria del 2020.

 

Pero la experiencia Monti no bastó y al inicio del segundo año de pandemia la política italiana ha parido el segundo gobierno financista pilotado por el autómata Draghi. Pero si, como es más que probable, el autómata se verá arrastrado por el caos ( caos viral, caos social, caos geopolítico) entonces, podéis apostar: Giorgia es la más preparada para pasar a hacer caja. ¿Quién si no?

 

¿Los patéticos incapaces chaqueteros grillinos, que habían prometido destrozos y se han cagado encima y hacen de felpudo al piloto automático?

 

¿Los dem, que son los principales responsables de la devastación liberal  y de la privatización de todo?

Ensanchemos la visual: los pueblos europeos se encontrarán pronto teniendo que rendir cuentas con la derrota de Occidente que se precipita tras Kabul. La ola migratoria crecerá a las puertas de Europa. Turquía y Grecia han sido las primeras en erigir  precipitadamente un muro para contener la marea, pero la marea cerca los muros y los abate.

 

Europa, centro de irradiación de la devastación colonialista, no tiene el valor de reconocer las responsabilidades del colonialismo en la miseria gigantesca del mundo que es la causa de la migración. No tiene el valor de reconocer la responsabilidad del capitalismo industrial, que es la causa principal de la contaminación y del cambio climático, causa última de la emigración. Ni la Unión Europea tendrá el valor de reconocer la responsabilidad de la ONU en la catástrofe afgana que provocará una nueva ola migratoria. Cerrar las puertas de la fortaleza, financiar un archipiélago de campos de concentración en los países limítrofes, ahogar a los que intentan navegar más allá del mar de Sicilia: Esto es Europa, estos son los europeos.

 

Es completamente natural que los movimientos neo racistas ganen espacio en todos los países europeos. Son ellos la mejor expresión de la violencia, de la arrogancia, de la irresponsabilidad de la raza depredadora.

 

Giorgia respecto a esto tiene las ideas claras:

 

Teníamos una idea clara de Europa que todavía defendemos y nos gustaría construir hoy: una unión de pueblos libres europeos, fundada en la identidad, un modelo muy diferente del de la actual Europa, una identidad indefinida en manos de oscuros burócratas que querrían prescindir de las diferentes identidades nacionales o incluso borrarlas. […] Europa era un gigante de la historia  y debía recuperar su lugar.

 

¿Qué significa que Europa es un gigante de la historia, a parte de la retórica? Quiere decir que  Europa ha puesto en movimiento el proceso de colonización que desde hace cinco siglos devasta, depreda, humilla, destruye.

 

En una artículo titulado “Toward a new global realignment”, publicado en 2016 en The National Interest,Brzezinski escribía:

 

Tendremos que estar especialmente atentos a las masas del mundo no occidental. Memorias reprimidas durante mucho tiempo alimentan un despertar revitalizado por los extremismos islámicos. Pero lo que pasa en el mundo islámico  podría ser el inicio de un fenómeno mucho más vasto en África, Asia y también en los pueblos precoloniales del hemisferio occidental. Masacres periódicas a sus antepasados por los colonizadores de Europa occidental han provocado en los últimos años dos o tres siglos de exterminio de los pueblos colonizados a una escala semejante a los crímenes nazis de la segunda guerra mundial, provocando millones de víctimas.

 

Justamente  Meloni afirma que la demonización del nazifascismo como excepción en la historia

bien educada de la modernidad se funda en una mentira y en una ilusión.

 

En el relato en boga en la posguerra es como si  de pronto el racismo se hubiera abatido sobre la sociedad con la camisas pardas hitlerianas… luego derrotadas por los buenos que hicieron la guerra contra los malos para combatir racismo y totalitarismo.   Es como si el racismo no hubiera existido antes ni en otros lugares […] como si la cultura occidental, no queriendo ser racista, hubiera intentado no haberlo sido jamás, cargando solo sobre la experiencia nazi el peso de esta tremenda herencia.

 

Hermanos

 

La violencia no es exclusiva de los fascistas, pero es la norma en el colonialismo, es decir, la norma del capitalismo en su proyección mundial.

 

El colonialismo, sin embargo, es el punto ciego del discurso de Giorgia. Europa no es un gigante de la historia sino el punto de irradiación de la violencia y de la explotación colonial. Pensar que los innumerables crímenes de este gigante del mal puedan olvidarse o perdonarse es una ilusión peligrosa.

 

 

Los europeos en su  inmensa mayoría se limitan a no querer saberlo. Pero todos los demás lo saben, y ahora rinden cuentas. Y la primera cuenta a pagar es una ola migratoria gigantesca e incontenible. La derrota afgana señala el inicio de la caída de Occidente pero, por desgracia, esta caída no será pacífica.

 

Los europeos se están preparando para el choque erigiendo muros, ahogando a la gente que querría alcanzar las costas sicilianas, creando campos de  concentración alrededor del Mediterráneo, financiando verdugos libios, turcos y pronto afganos o pakistaníes para que detengan, torturen y esclavicen a quien intente alcanzar Europa.

 

En un texto reciente, Achille Mbembe escribe:

 

En nuestro tiempo está claro que el ultra nacionalismo y las ideologías de supremacía racial están viviendo un resurgimiento global. Esta renovación viene acompañada del ascenso de una extrema derecha dura, xenófoba y abiertamente racista que está en el poder en muchas instituciones democráticas occidentales […]. La idea de una semejanza humana esencial ha sido sustituida por la noción de diferencia, tomada como anatema, prohibición […]. Conceptos como el humano, la raza humana, el género humano o la humanidad no significan nada, aunque las pandemias contemporáneas y las consecuencias de la combustión en curso del planeta continúan dándoles peso y significado.

 

La fuerza del nacionalismo hoy está en la desesperación de los pueblos europeos envejecidos, estériles y deprimidos. Giorgia está destinada a vencer porque organiza la desesperación de un pueblo que ya no tiene hijos.

 

El descenso de la natalidad es el problema más grande que se encuentra Occidente y debe afrontarlo. El descenso de la natalidad pone en un atolladero no solo nuestra estabilidad social, sino también la económica. Para mantener nuestro sistema del estado de bienestar necesita relevo. Nuestras comunidades continúan envejeciendo, tendremos que mantener cada vez más personas y cada vez menos personas que trabajen para mantenerlas. Volver a tener hijos es indispensable.

 

No sé si es indispensable pero sé que es imposible. No solo porque la fertilidad occidental ha caído y sigue cayendo, quizás por efecto de los microplásticos (mira al respecto el libro de Shanna H. Swan Count Down). Sino también porque las mujeres no quieren tener hijos para entregarlos al fuego que devora al mundo, aunque los gobiernos prometan dinero para quien ofrece su vientre a la patria.  Las mujeres europeas, y también las mujeres chinas, no parecen muy sensibles al reclamo de la patria.

 

La demografía es implacable e ingobernable, y la raza blanca está predestinada a la extinción, aunque Giorgia Meloni no quiera saberlo.

 

[…] la sociedad necesita hijos. El pueblo italiano está desapareciendo.  […] no comparto la idea que sostiene la izquierda de que se puede prescindir de los italianos reemplazándolos por quien  ha llegado hace poco de otra parte del mundo..

 

No es fácil comprender por qué Giorgia no comparte esta idea que me parece la única razonable. El problema es que, contrariamente a lo que ella dice, ni siquiera la izquierda tiene el valor de decir claramente, que solo el flujo de masas de africanos y asiáticos podría revitalizar las sociedades europeas que están, en diversa medida, moribundas. Ni la izquierda tiene le valor de legislar  en consecuencia, como hemos visto con el incalificable comportamiento de los últimos gobiernos de centro izquierda ( en el sentido que no habrá nunca más, si dios quiere) sobre la cuestión de la ciudadanía de los italianos que tienen la piel de color oscuro.

 

Entonces  yo prefiero hablar con Giorgia, más que con individuos como Renzo Minniti y Serracchini. A estos despreciables racistas por cobardía prefiero la racista por tozudez.

 

Por qué, querida Giorgia, no aceptar la idea de que el declive de Occidente es irreversible, y que Europa podría sobrevivir solo si renunciara a la primacía y devolviera lo que ha quitado?

 

Quizás porque, como dices en tu libro:

 

El Capricornio que hay en mí necesita que las cosas sean toas en su sitio, siempre he pensado que es mejor dar forma al espacio que obligar a mi mente a sufrir el desorden.

 

Extraordinaria confesión, querida Giorgia. Confesión más esclarecedora, creo, que todo lo que tus editores han llegado a comprender. Les tengo mucho respeto a los capricornios, ya que lo eran Mao Tze-tung y Jesús. Pero incluso si te encontraras en tal compañía no lograrías comprender que, quien prefiere dar forma al espacio antes que acoger el desorden porque genera nuevas formas, está destinado a provocar enormes violencias, y al final a ser engullido, porque el caos no se derrota con la guerra, sino que de la guerra se alimenta.

 

Y llegamos finalmente a la cuestión final, que tiene que ver con el propio orden y el caos, la identidad y la diferencia indefinible, el ser y el devenir.

 

De Italia

 

Querida Giorgia, yo creo sinceramente que vencerás las próximas elecciones en Italia, y que en el fondo te lo mereces, ya que tus adversarios son indecentes o carentes de toda dignidad. Mientras que a tí no se te puede negar el orgullo y la coherencia.

 

Vencerás, pero no gobernarás por mucho tiempo. Porque los movimientos neo reccionarios agreden el caos multiplicándolo.

 

Vencerás, y será el inicio de la precipitación final en la violencia, en el  desorden, en la miseria. Es inevitable, porque crees que lo importante es defender lo que somos, mientras ( perdona si te lo digo un poco sintéticamente) lo importante es aceptar en lo que nos convertimos.

 

La palabra soy se repite en tu libro como un mantra obsesivo.

 

Como italianos nos reconocemos íntimamente y desde siempre como europeos y occidentales. Porque el reconocimiento de formar parte de un mito común que ahonda en las raíces clásicas y cristianas abraza a los pueblos de Europa, pero su esfera de influencia se extiende más allá del viejo continente.

 

Para mí decir “soy” significa pertenecer al mismo tiempo a todo esto; y reconocer todas aquellos círculos no quiere decir  subordinarse uno a otro sino descubrir su intrínseca sinfonía. Y el crescendo, inexorable cabalgata.

 

Sono Giorgia Meloni es el título de este libro.

 

Pero no es verdad, querida, tú no “eres” Giorgia Meloni. Tú “te llamas” Giorgia Meloni, como yo me llamo Franco Berardi, y esto no dice mucho sobre mi ser o sobre mi destino. Y sobre todo no dice nada sobre mis elecciones, sobre mi porvenir o sobre mi muerte.

 

 

“Soy cristiana”, afirmas con el orgullo de los cruzados que generalmente, sin embargo, acababan derrotados,  burlados y rechazados. ¿ Y qué crees que has dicho? ¿Que eres cristiana? Afirmas que no entiendes a Francisco  aunque, disciplinada, te abstienes de maltratar al Papa. Necesariamente no lo puedes entender, porque Francisco( que yo ateo no pretendo entender en modo exhaustivo) ha dicho que no es tarea de los cristianos convertir, obligar a los otros a la verdad. La tarea de los cristianos es cuidar, abrazar, compartir con quien sufre la búsqueda perenne de una verdad que no existe. Esta búsqueda es lo que los cristianos llaman verdad.

 

“Soy italiana”. Afirmas en tono patético, cantando el himno del pobre veinteañero Mameli a quien se le debería ahorrar el ridículo  del que lo cubres.

 

Pero no es verdad, querida Giorgia, déjame decírtelo. Eres romana, eso sí, y por eso arrogante y quizás simpática ( pero rara vez). ¿Qué quiere decir que eres italiana, me lo explicas? Porque en tu libro no me lo has explicado.

 

Has dicho muchas veces tonterías sobre el valor y sobre la bandera pero no has dicho nada sobre Caporetto, sobre la colonización violenta del Sur y su expolio, nada sobre Bronte. No has dicho nadas sobre el 10 de junio de 1940, cuando Mussolini decidió entrar en guerra al lado del aliado nazi para derrotar a Francia que ya estaba ocupada por los alemanes. No has dicho nada de Grecia a la que había que hacer pedazos y que sin embargo nos hizo pedazos. No has dicho nada sobre las armas químicas en la guerra de Etiopía. Nada sobre el 8 de diciembre. Nada sobre las bombas en el Banco Agrícola de Milán el 12 de diciembre de 1969. Nada sobre los campos de tomates en los que ellos africanos mueren de calor después de trabajar 12 horas al sol para los cerdos que te votan.

 

Esto es Italia.

 

Luego está la Italia de Valle Giulia y del otoño obrero de 1969, la Italia de Emilio Lussu y de Sandro Pertini, de los muertos de Reggio Emilia y de los trenes de Reggio Calabria, la Italia de Vittorio Strada y la Italia de Carola Rackete, que es alemana pero es también italiana.

 

Yo no digo que esta segunda “es” Italia, porque Italia no es nada, es un millón de cosas diferentes pero sobre todo deviene en el tiempo.

 

Esto quiere decir que la palabra Italia no significa nada. Los que  la usan tan a menudo y de forma tan retórica, como tú haces generalmente, mandan a la gente a que los masacren.  La alianza con los imperios centrales para

 

“Con las mujeres sobre lechos de lana, vendedores de nuestra carne humana, esta guerra nos enseña a odiar” como cantaban los que la Italia che a ti te gusta mandó a morir en el maldito frente porque los generales habían traicionado para ponerse del lado de los probables vencedores, y  al final los vencedores anglo-franceses los trataron come merecían : como traidores de mierda.

 

Aquí debería ser posible responder a las dos preguntas que había planteado al principio de esta triste  reseña.

 

¿Por qué no podemos llamar simplemente fascistas a los Fratelli d’Italia?

 

¿Por qué todo se precipitaría rápidamente y catastróficamente cuando manden en el  gobierno?

 

No podemos llamarlos fascistas porque el fascismo del siglo XX fue una expresión de un pueblo joven y entusiasta que creía que podía conquistar el mundo, o por lo menos África. Lo de hoy es una expresión de un pueblo sesentón y deprimido, que teme ser invadido por las víctimas del colonialismo de ayer y de hoy.

 

Y las cosas se precipitarán catastróficamente porque el piloto automático de Draghi está drenando los pocos recursos que han quedado tras veinte años de neoliberalismo y austeridad, para entregárselos  a la Confindustria y al sistema financiero. Cuando haya arruinado Italia como ya ha arruinado Grecia os dejará el puesto a vosotros y entonces la retórica patriótica no servirá de mucho. Porque, como decís vosotros en Roma, las charlas, querida Giorgia, están en punto muerto.

                                                                                             

                                                                                              24 de agosto 2021

 

 

 

                                                                           

(Traducción de Lola G. Granados)

La construcción política de la emergencia // Santiago López Petit

El malestar social se extiende por momentos. La secuencia interminable confinamiento-desconfinamiento-reconfinamiento- es la cuerda que lentamente nos ahoga. La cuerda que un Estado, incapaz y preso por el pánico, sujeta para tratar de imponer su nueva normalidad. Ahora  ya sabemos que la anunciada nueva normalidad no es más que la continuación de esta pesadilla. Cuando todo empezó parecía que entrábamos en una película de ciencia ficción, y que nosotros éramos unos protagonistas enmascarados. La emoción contenida del primer mes estaba hecha de miedo y de alivio. El miedo de morir y el alivio de no tener que trabajar. Los balcones pugnaban por abrirse al cielo. Ahora no se oyen canciones. La consigna “Todo irá bien” suena todavía más estúpida, y hemos aprendido que somos únicamente los tontos útiles de un momento de la historia del capitalismo. La intriga se deja resumir en pocas palabras: el  capitalismo desbocado – lo que usualmente se conoce como neoliberalismo – produce un virus que el propio capitalismo reutiliza para controlarnos. En el silencio de la noche sometida a toque de queda, se oye el grito de ¡Basta! Estamos hartos. Hartos de tanta incertidumbre, hartos de tantas falsedades y, sobre todo, hartos de tanta arbitrariedad.

            Es evidente que el coronavirus existe y mata, lo que no significa aceptar el uso perverso de la palabra “negacionista” como descalificación de toda posición crítica. La expansión de la pandemia crece, y cada día nuevos países europeos aplican formas de confinamiento. El Estado que pretendía una regulación biopolítica de las poblaciones ha terminado por recurrir a la práctica más antigua de la sociedad disciplinaria: el aislamiento. Encierros, controles y castigos, salen de la cárcel y se difunden por la ciudades. Hay que proteger a la sociedad de sí misma. Sin embargo, el fracaso de la gestión autoritaria en Occidente es flagrante. La crisis de las formas de representación política, la desconfianza ante el discurso experto, es total. Medirse con el no-saber implica atrevimiento y coraje. Es lo que ha ocurrido en los hospitales y en la lucha admirable por salvar vidas que allí ha tenido lugar. En cambio, el no-saber vehiculado por el espectáculo de los mass media – con sus solemnes ruedas de prensa, con sus especialistas y sus estadísticas macabras – solo sirve para acrecentar la confusión. En el fondo, ese era el objetivo perseguido. La confusión atenaza tanto como el miedo, y promoverla le ha servido muy bien a un Estado cada vez más deslegitimado a causa de su ineficacia e incapacidad de anticipación. 

            El confinamiento conlleva una estratificación clasista, del mismo modo que la movilización de la vida – que es el modo actual de explotación – también diferencia entre quienes salen adelante y quienes se hunden en el agujero. Quienes consiguen hacer de su yo un Yo marca y quienes solo pueden ser sombras. O simples sobrantes. El confinamiento actúa, pues, como un arresto domiciliario discriminante y, sin embargo, durante los primeros días poseía una peligrosa ambivalencia. El término filosófico más adecuado para describir esta situación es el de epojé. La epojé o reducción fenomenológica consiste en una especie de “puesta en duda radical”, en un poner entre paréntesis la cotidianidad y nuestra relación con ella. Por unos instantes, nuestra mirada sobre el mundo y sobre nosotros mismos se transforma totalmente, y como el personaje central de la película “El taxista ful”, llega un momento en el que nos decimos: “la vida no puede ser eso…”. Entonces agarrados al viento de la duda, descubrimos nuestro querer vivir, un querer vivir que no nos pertenece ya que es común y compartido, porque en verdad solo nos pertenece el ser que la realidad nos obliga a ser.

            El confinamiento podía haber supuesto una epojé sanitaria que, a pesar de ser impuesta, abriera un espacio/tiempo capaz de subvertir el sentido común. Ese sentido común miedoso que repite incesantemente: “Eso es lo que hay”. O bajo su forma más actual: “El virus ha llegado para quedarse” El silencio de la noche confinada, esa otra vida presentida, permitía pensar (¿o soñar?) en otro modo de hacer frente a la pandemia basado en la potencia y creatividad colectiva. Son infinitas las ideas que pueden surgir de la cooperación libre. Desde la fabricación casera de mascarillas a la creación de programas informáticos para conectar las escuelas en apuros. El primer confinamiento podía impulsar una búsqueda interior que, lejos de concluir en un espacio íntimo y privado, empujara hacia afuera. A la acción directa y a la ayuda mutua. No ha sido así. La secuencia confinamiento-desconfinamiento-reconfinamiento- ha bloqueado esa posible vía de liberación y ha implosionado el tiempo que se había ralentizado gracias al silencio. En el interior de la máquina capitalista éramos sus unidades de movilización. A partir de ahora, cada cual vive en su propio tiempo de espera. Somos simples “estructuras de la espera”. ¿Dónde queda la bifurcación?

            El Estado toma de nuevo la iniciativa y pasa a gestionar esa espera desesperante mediante una práctica cruel y cínica: el humanitarismo. El humanitarismo no cambia nada radicalmente, y por eso resulta muy cómodo. Basta dar dinero a quienes acuden a la ventanilla correspondiente aunque lo hagan gritando mucho. La secuencia confinamiento-desconfinamiento-reconfinamiento- construye el estado de emergencia como una obviedad indiscutible: “Oye tú: ¿prefieres morirte?” Apoyado en el derecho, a diferencia del Estado de excepción, se pone en marcha una inmensa maquinaria para salvarnos la vida. Las paradojas son innumerables: la movilización a la que estamos obligados para subsistir, se transmuta en confinamiento; cada día nos dicen que nuestra vida no vale nada, y ahora resulta que quieren salvarnos; tenemos que trabajar diariamente, pero no podemos salir el fin de semana; viajar en metro sí, pero no ir al teatro o al cine; y así podríamos continuar.

            En definitiva, el estado de emergencia nos convierte en víctimas. Todos somos declarados víctimas reales o potenciales. Pero lo que resulta paradójico  – una vez más – es que esta condena se hace en nombre del derecho a la vida. La Vida entendida como valor supremo termina justificando cualquier medida represiva y de control, y el Estado-guerra que ha sacado ojos en Chile o en Francia, que detiene a la gente por sus ideas, pretende autopresentarse como nuestro padre protector. Un paréntesis: lamentarse a estas alturas por los derechos perdidos es hipócrita porque los derechos solo los defiende un contrapoder. Poco a poco, la construcción del estado de emergencia se muestra como lo que realmente es: una operación de neutralización política que emplea la separación como su arma principal. La memoria histórica reciente queda borrada; el espacio público restringido al supermercado; la salud reducida a ausencia de enfermedad; la muerte como lo opuesto a la vida… El estado de emergencia pone en funcionamiento todas las formas de la separación: la distancia social, el teletrabajo, la culpabilización, el encierro… El conflicto político desaparece de la sociedad atomizada. El sistema de partidos discute con vehemencia cuantos muertos puede tragar el desagüe del fregadero sin atascarse.

            El estado de emergencia, porque es la traducción política de la naturalización de la muerte,  no admite disentimiento alguno. Como cualquier padre autoritario nos pone ante el dilema obedecer/desobedecer, y sabemos que ambas opciones refuerzan la autoridad. La extrema derecha ha optado por la desobediencia. El pensamiento reaccionario conoce muy bien la centralidad política de la muerte y no duda en utilizarla. Defiende el engaño de una libertad individual, y reduce el querer vivir a puro instinto de supervivencia. Sacarse la mascarilla en la calle no es un acto de valentía sino de estupidez. La izquierda, por su parte, permanece callada. Estamos en época de rebajas y el mal menor ha sustituido a la experimentación social. El 15M queda lejos. Sin embargo, los recientes disturbios callejeros que han tenido lugar en diferentes ciudades parecen haberla despertado: “¡Es cosa de la extrema derecha!” denuncian sus representantes. Incluso la policía  es más inteligente: “Se trata de un movimiento social típico del siglo XXI. Hay una chispa y prende. No tiene estructura ni organización interna. La gente que estuvo allí responde a un perfil transversal. Al principio había hosteleros (sic), gente cabreada…”.

            Sería sencillo afirmar que la solución consiste en politizar ese malestar social tan temido por la izquierda, pero como dice Miguel Hernández: “cortar ese dolor ¿con qué tijeras?”. Salir del dilema maldito que nos tienden, rechazar el victimismo y afirmar una y otra vez que “la vida no puede ser eso”. Desplegar esta verdad e iniciar un éxodo colectivo, que no significa viajar a la segunda residencia ni esconderse en una autenticidad inexistente, sino en intentar pensar fuera del Estado. La epojé habría un posible contra lo posible. El Estado organiza el pánico dentro de un sistema cerrado. Podemos autoorganizar el pánico en el interior de un sistema abierto. El sistema inmunológico no es el baluarte que defiende a un organismo asediado, bien al contrario, es un“motor de experimentación” que trabaja para la vida. Diferenciar el riesgo del peligro. La salud posee una dimensión social y política.  De la muerte, la extrema derecha solo sabe inferir amenazas  y miedo disfrazado de valentía fingida. Nosotros tendríamos que arrancar a la muerte el coraje necesario para desocupar el Estado.

 

 

           

 

Exhibición no es subversión // Diego Sztulwark

Los resultados de los enormes pronunciamientos públicos en elecciones y plebiscitos de los últimos días en Bolivia, Chile y EE.UU. dan un respiro ante el crecimiento -en extensión y en intensidad- de un fascismo en plural, que no se explica solo por la expansión de un fenómeno ideológico, sino por la convergencia de varias lógicas concurrentes de aseguramiento posesivo (la correlación entre la narrativa a lo Berni, conjugada con presión por asegurar la privatización de la tierra; o la presencia de «libertarios» de ultraderecha que tienen amenazada la libertad por los protocolos de cuidados públicos, serían ejemplos bien «nuestros»). La discusión sobre estos fascismos ha dado lugar a la percepción de un escenario reactivo, en el que estas «nuevas» derechas en ascenso se adueñan de una agresividad expresiva, de una desinhibición extrema, y en última instancia, de una gestualidad transgresora que las izquierdas fueron perdiendo, encajonadas en una defensiva que las vuelve representantes de los discursos de la sensatez, o que directamente las subordina a una moral mojigata, una distensión muscular que les impide actuar con vigor, y una dependencia de los discursos de la legalidad y de la razón científica que cristalizan en una posición impotente y pacata de simples custodios de lo políticamente correcto. Sin dudas, el desenfado del discurso del odio en la redes sociales y en los territorios trabaja en este sentido. El libro Las revueltas del odio. Gestos, escrituras y políticas, que reúne un ensayo de Gabriel Giorgi y otro de Ana Kiffer (Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2020), aporta al respecto una nueva lucidez analítica considerando los casos de Argentina y Brasil (con interesantes reflexiones sobre la relación entre pasiones y escrituras digitales). Mi pregunta sería la siguiente: ¿No concedemos demasiado cuando otorgamos a la derecha una capacidad disruptiva e innovadora, que los movimientos en general habrían perdido, o bien solo podrían recuperar abrevando en el afecto de un odio comparable? Es cierto que la crisis del orden, cuando es crisis vista desde arriba, tiende a resolverse por la vía de la movilización del odio. Pero no lo es menos que este odio está vinculado al miedo. Un miedo justificado por el riesgo de perderlo todo. Siempre habrá unos «otrxs» a quienes temer y odiar, contra quienes reaccionar a fin de asegurar el orden. Pero este odio no es desacato, sino aferramiento elemental. De allí la insistencia de la pregunta: ¿es realmente cuestionador ese odio? Cuando percibimos un puro odio, sin inscripción en políticas de aseguramiento -ese odio desligado del que alguna vez escribió Santiago López Petit-, estamos ante un afecto libre, susceptible de actuar como fuerza crítica o subversiva. Es exactamente lo que no sucede con estas ultraderechas. Más que subvertir el llamado «pacto democrático» (expresión esta que muestra suficientemente bien la triste concepción que la democracia se ha hecho de sí misma), la violencia de los fascismos actuales es re-aseguradora de pactos más oscuros, fundados en la propiedad concentrada y en jerarquías sociales duras, que preceden y subyacen inmodificables a la conformación misma de estas democracias. Solo los movimientos populares más radicales se han atrevido y se atreven a cuestionar este inconsciente colonial por debajo de las constituciones y los discursos edificantes. Y es más bien contra este cuestionamiento igualitario que se alza la desenfadada defensa de estos presupuestos del llamado «pacto democrático». De ahí las memorias que el odio actual prolonga respecto de las dictaduras y los colonialismos. Los fascismos no son cuestionadores, salvo de lo «políticamente correcto». Son más bien aseguradores de las jerarquías de fondo sobre las que esas, nuestras democracias, se fundan. Su indigno coraje consiste en admitir y defender como razonable lo que hasta ahora solo los movimientos populares denunciaban como injusticia: aquello que los discursos progresistas solo nombran con palabras de impotencia, porque son incapaces de descender a la dimensión de guerra real en que se reproducen. Las llamadas «nuevas derechas» revelan lo que ya sabíamos: que tras la fachada de la democracia liberal rige una guerra acentuada. Su lección se dirige a demostrar la impotencia transformativa en que ha caído el campo de las izquierdas. Gabriel Giorgi escribe que «el trabajo fundamental del odio» apunta a «regular y disciplinar el espacio público, el terreno en el que se define lo público en democracia», el escenario en el que se deciden las igualdades tolerables. En la medida en que las derechas canalizan y modulan, expresan y exacerban el odio y el miedo en un sentido desigualitario, más que transgresoras resultan exhibicionistas. Su tarea es la de exponer a la vista de todos la violencia de un orden racial, sexista y clasista. De asistir la dinámica que asegura la máquina social neoliberal. No vienen a imponer nada nuevo, sino a reforzar y a resguardar. No inventan criterios, sino modos de publicidad y comunicación. Su propósito declarado es intensificar el orden, ampliando su capacidad de hacerse oír, de actuar. Desplazando la legitimidad del uso vertical de la violencia. Aseguran, no cuestionan. Exhiben, no subvierten. Razón por la cual, si se desea derrotar a estos populismos de derechas -como les llaman-, se trata menos de hacer una defensa de la democracia, y más de un profundo cuestionamiento (lo que Gabriel Giorgi llama «contraofensiva», escrituras desde el odio, pero de un odio en tanto que pasión política que crea zonas compartibles, y Ana Kiffer propone como una contraefectuación no asesina del odio). Cuestionar la democracia por su incapacidad de revertir desigualdades. Cuestionarla porque ella no se atreve a revisar las conexiones entre orden objetivo y deseos fascistas que se incuban en sus sótanos Cuestionarla en sus supuestos desigualitarios, sobre los cuales se reproduce y crece este inconsciente reaccionario.

Fascismo senil y algoritmo financiero. Usos de Bifo // Entrevista a Franco “Bifo” Berardi por Diego Sztulwark

Con casi una decena de libros publicados en castellano, Bifo, lejos de ser un autor desconocido en Sudamérica, se ha convertido en una estimada fuente de inspiración. Para quienes no lo conocen, este filósofo activista de Bolonia, que bordea los 70 años, es un autor prolífico cuya obra es publicada en la Argentina con mucho interés por varias editoriales (Cruce, Tinta Limón, Cactus, Hethk, Caja Negra) desde hace años. Bifo es una de las figuras paradigmáticas del joven movimiento del autonomismo italiano (también conocido como movimiento operario): fue uno de los protagonistas del Movimiento italiano de 1968 –en Italia se prolongó hasta 1977–, fundó la histórica revista A/traverso y la mítica Radio Alice (primera radio pirata italiana). Traducido por pequeñas editoriales y blogs –nodos de auténticas redes de prácticas activas en el ámbito de la pedagogía o de la militancia, del teatro y el cine–, leído por hakers y psicoanalistas, comunicadores y filósofos de la técnica, sus ideas no dejan de ser utilizadas y puestas en conexión con situaciones diversas. Durante algunos años vivió en Nueva York, donde conoció de cerca el movimiento cyberpunk y fue el artífice de TV Orfeo, la primera televisión comunitaria de Italia. Actualmente se desempeña como profesor de historia social de los medios en la Academia de Bellas Artes de Brera, Milán.

En esta conversación hemos querido conocer algo más del método de la plasticidad o “cartográfico” –heredado de Félix Guattari–, y de cómo fue evolucionando ese modo de trabajo, tomando principalmente como puntos de referencia sus obras publicadas en la Argentina: Generación post AlfaFélixDe la SublevaciónEl trabajo del Alma y Fenomenología del fin. En sus palabras, el método “rizomático” consiste en hacer la cartografía viva y nunca totalizable de la composición social. ¿Cómo leer a Bifo hoy, desde nuestras circunstancias? ¿Qué nos enseña su modo de trabajo a la hora de abordar unas prácticas situadas en la particular coyuntura histórica de la región –el neoliberalismo sin crisis de Chile, los límites del llamado progresismo en Uruguay, el neoliberalismo de manual de un Durán Barba, clave para comprender la situación política argentina, y el tecno-fascismo emergente en Brasil–? ¿Cómo ligar la actualización del método cartográfico a la incorporación cotidiana de nuevas generaciones de activistas en diferentes colectivos, organizaciones y movimientos que investigan y experimentan el más allá del neoliberalismo, el racismo, el patriarcado y el fascismo? ¿Cómo evitar la nocividad de simplificaciones relativas al deseo -ese “flujo psíquico que se activa y se desactiva, y que se modifica por efecto de las condiciones culturales, técnicas, sociales entre las cuales se mueven los flujos del imaginario”–, clave en la fuerza de estos movimientos?

Félix Guattari y el método de la plasticidad

Diego Sztulwark: ¿Cómo fue tu relación con Félix Guattari? ¿Cómo se conocieron? ¿Cómo lo recordás? Me refiero a sus aspectos biográficos, a rasgos de su amistad o del compañerismo que tuvieron.

Franco Berardi: A Félix lo conocí leyendo su libro, Una tomba per Edipo. Psicoanalisi et trasversalità (publicado en castellano por Siglo XXI bajo el título Psicoanálisis y transversalidad, Buenos Aires, 1976), que me impresionó mucho, y lo encontré personalmente en junio de 1977, cuando me había escapado de Italia después de la insurrección boloñesa de marzo del mismo año. Félix estaba muy entusiasmado con los acontecimientos italianos de ese año. Su obra comenzaba a circular, en especial en Bolonia, y la explosión de locura feliz de los “indianos” metropolitanos y de Radio Alice estaba influida por la lectura de El Antiedipo.

Llegué a París en mayo de 1977, después de cruzar clandestinamente la frontera entre Italia y Francia. Durante las primeras semanas, unos amigos me hospedaron en una casa de la Avenue de la République. Félix fue muy amistoso conmigo desde el primer momento; en junio le hice un llamado telefónico y él de inmediato me invitó a alojarme en su casa de la rue de Condé, cerca de Odéon. Viví en ese lugar, una casa laberíntica con muebles de varios estilos mezclados entre sí, con visitas continuas de intelectuales, de artistas, de activistas.

En julio, me arrestaron en París mientras caminaba por la calle. Los jueces italianos me buscaban por la organización de la revuelta estudiantil de marzo y le habían pedido a la magistratura francesa mi extradición a Italia, donde 300 de mis compañeros y gran parte del equipo de Radio Alice ya estaban encarcelados. Durante mi detención en la prisión de Fresnes, en las afueras de París, Félix armó con sus amigos una solicitud por el rechazo a la extradición, y fue firmada por numerosos escritores. En el proceso, el juez me liberó reconociendo el carácter político de las acusaciones. Algunos días después de esto, Félix y yo escribimos un texto de denuncia de la represión en Italia que fue firmado por Sartre, Sollers, Foucault, Barthes y muchas otras personas, lo que produjo un efecto muy fuerte en la opinión de la izquierda italiana.

Félix era un hombre simpático, generoso, que parecía siempre un poco distraído, como alguien que siempre está pensando en otra cosa. Si bien tenía muchos años más que yo, nunca he sentido a Félix como a un padre, sino siempre como a un hermano.

D.S.: En tu artículo «Depresión Félix» te referís a su muerte y señalás un aspecto de la filosofía de Guattari y Deleuze sobre el deseo. Si entendí bien, afirmás que hubo en El Antiedipo una concepción utópica-juvenil del deseo, corregida luego en ¿Qué es la filosofía? ¿Podrías explicar cómo fue esa “depresión” de Félix desde el ángulo de su concepción del activismo? En tu texto ligás la concepción del deseo como “vejez” (esta segunda posición de nuestros filósofos) con la sabiduría budista sobre la impermanencia de las formas. Me gustaría mucho saber cómo pensás esta reorganización del deseo.

F.B.: La lectura de El Antiedipo, para mí y para miles de estudiantes y activistas del movimiento autónomo italiano, hizo crecer la convicción en que el proceso revolucionario estuviera destinado a expandirse y continuar en el tiempo, porque se fundaba sobre una dinámica del deseo que parecía imparable. El problema es que nuestra interpretación del concepto de deseo era muy simple. Entendámonos, no estoy hablando de la complejidad real del texto, de lo que Guattari y Deleuze entendían en sus escritos, y de las complicaciones ligadas a la relación entre lacanismo y nueva práctica psicoanalítica. No. Quiero limitarme solo a una reflexión sobre el efecto político de nuestra lectura. A partir de 1977, mientras estaba en París viviendo en casa de Félix, participé de la actividad del CINEL (Centre d’Initiative pour de Nouveaux Espaces de Liberté), donde cumplía una función de enlace entre el movimiento italiano y el laboratorio filosófico parisino. Pero debo confesar que no estoy contento del modo como se desarrolló esa función. La atención teórica se concentraba sobre el concepto del deseo, y el deseo aparecía como una fuerza incontenible que solo esperaba ser desencadenada para luego arrollar a toda forma de represión y explotación.

Se trataba de una visión simplista sobre el plano filosófico, y políticamente peligrosa. Era simplista porque reducía el deseo a una fuerza natural, naturalmente buena y progresiva. No es así: el deseo no es una fuerza natural sino un flujo psíquico que se activa y se desactiva, y que se modifica por efecto de las condiciones culturales, técnicas, sociales entre las cuales se mueven los flujos del imaginario. Lo que creo haber entendido es que el deseo no es una fuerza unívoca liberadora o positiva, sino que es el campo sobre el que se forman las fuerzas subjetivas, donde chocan, y vencen, y pierden sus batallas. El punto de partida del discurso guattariano consiste en la afirmación de que el deseo no es una falta, y que su dinámica no es la de la necesidad, pero sí la de la creación de mundos imaginativos. Pero la modalidad en que esta dinámica se manifiesta y los contenidos imaginativos que el deseo produce pueden ser muy diversos.

A partir de 1977, las modalidades de formación del campo deseante cambiaron drásticamente. Los flujos autónomos, igualitarios, que en los años 70 se habían manifestado bajo la forma de autonomía social, fueron investidos y transformados hacia un sentido individualista y competitivo en los años siguientes, en los años de la contrarrevolución liberal. Esta evolución ya había sido prevista y desarrollada en la década de 1970 por Jean Baudrillard. Pero Baudrillard era visto con una cierta sospecha en el ambiente guattariano. Yo leí sus libros en los primeros años 80, justamente cuando comenzaba a desplegarse la transformación social y técnica que identifica al liberalismo. Y mi visión del lazo entre deseo y procesos de subjetivación comenzó a cambiar.

La visión triunfalista del deseo, la acentuación del carácter liberador de la energía deseante, nos impidió por mucho tiempo elaborar un discurso sobre la depresión. En efecto, el tema de la depresión queda al margen de la reflexión guattariana, aun cuando Félix sufrió de depresión en varias ocasiones, sobre todo en los años invernales, en los años 80.

 

 

 

 

 

 

 

 

D.S.: Hay una relación intensa y cambiante de Félix Guattari con el psicoanálisis, en particular con el lacaniano, con el que estuvo muy ligado. ¿Cómo fue su relación con Lacan? ¿Qué podemos decir hoy del esquizoanálisis y cómo actualizarías las diferencias entre ambas orientaciones analíticas?

F.B.: Debo confesarte que yo no conocía a Lacan antes de encontrar a Félix, por lo cual mi sucesiva lectura del mismo ha sido influida por la crítica guattariana. No sé mucho sobre la relación de Félix con Lacan. Cuando lo conocí, en 1977, esta relación ya hacía un tiempo que había terminado, y creo que nunca hemos hablado de Lacan. Por entonces, atravesábamos un momento intensamente político y nos abocábamos a cuestiones vinculadas a la campaña contra la represión en Italia, a la petición firmada por los intelectuales parisinos contra la política represiva, que convocaba a un coloquio internacional a realizarse en septiembre en Bolonia.

Félix mismo eligió a las personas a quienes pedir su firma y la adhesión. Es significativo el hecho de que la petición no fuera firmada por Lacan, pero creo que se debió a que Guattari había decidido no contactarlo. ¿En qué consiste la crítica de Guattari-Deleuze al lacanismo? Es una pregunta compleja. Para responderla, sugiero la referencia a un artículo que Guattari publicó en 1972, en la revista Change International, “Machine et Structure” (“Máquina y estructura”, artículo incluido en el ya citado Psicoanálisis y transversalidad). En ese artículo, Guattari manifiesta su insatisfacción por la reducción lacaniana del inconsciente a estructura, y propone trasladar la atención a la máquina, o sea a la concatenación técnica y semiótica que modifica el campo en el cual actúa el inconsciente.

Nunca entendí bien cómo fue la relación personal que Félix tuvo con Lacan después de esta ruptura filosófica. Lo que me parece decisivo, en el plano de la relación psicoanalítica, es que en Guattari el rol del analista está mucho más volcado a refocalizar que a interpretar. La refocalización, o sea el desplazamiento práctico del foco de la atención y de la inversión, es una acción que concierne a la relación entre la persona y su ambiente comunicativo, afectivo, su paisaje social. De este modo, Guattari se alejaba del predominio freudiano de la función interpretativa, para proponer el esquizoanálisis, que consiste en una refocalización del paisaje, de las proyecciones, de las mismas obsesiones y de los mismos delirios del sujeto del esquizoanálisis. El esquizoanálisis propone seguir lo esquizo en su recorrido psicótico para hacer posible, desde el interior del delirio, el encuentro de nuevas posibles concatenaciones que permitan la salida de los retornos obsesivos, y encontrar por esa vía retornos colectivos felices, capaces de sostener la dinámica de la caósmosis.[1]

El problema de fondo, sin embargo, está en el hecho de que desde los años 80 en adelante, el territorio imaginario cambia de modo dramático. En las condiciones creadas por la nueva tecnología reticular y por la explosión del liberalismo, la movilización psíquica –continuamente solicitada por las nuevas formas del capital, por la estimulación permanente de la publicidad, por el asedio mediático– condujo a la actual desestructuración pánica de la producción del inconsciente. En el universo de la sobrestimulación, el problema del esquizoanálisis también se redefine.

El pensamiento deseante nace en los años 1969 y 1970 como cuestionamiento a una dimensión de la existencia colectiva que, según la crítica de los situacionistas, se encuentra dominada por el aburrimiento (boredom). La mutación técnica producida por el neoliberalismo y por las redes desplaza esta dimensión social del aburrimiento hacia una prevalencia de la ansiedad. El cuadro psicopatológico cambia de modo tan radical que el triunfalismo deseante, que en un primer momento encontramos en el Antiedipo, terminó por convertirse en una fuerza útil para la desregulación liberal y para el hiperconsumismo. En sus últimas obras, particularmente en ¿Qué es la filosofía? y en Caósmosis, Deleuze y Guattari comienzan a hablar de la faz caótica y dolorosa del deseo. El texto más actual en este sentido es el último capítulo de su último libro: “Del caos al cerebro”. La problemática del caos, del sufrimiento psíquico que eso lleva consigo, las estrategias de relación con el caos abren una nueva fase en el pensamiento de Deleuze y Guattari, aun cuando esa fase terminaría pronto, ya que Félix muere en 1992, y Deleuze pocos años después.

D.S.: En cuanto a las posiciones de Guattari en política ¿cómo evolucionó su marxismo desde un punto de vista activista o militante?

F.B.: Guattari formó parte de un grupo trotskista durante los años posteriores a 1968, pero debemos tener en cuenta que la definición de trotskista en Francia era muy amplia e imprecisa: una manera de decir marxista no ortodoxo, comunista no stalinista. También Baudrillard, tan diferente de Guattari, había sido trotskista en la década de 1960, lo cual no dice demasiado con respecto a su formación filosófica.

El marxismo de Guattari no tenía un carácter reducible al abanico de los marxismos ortodoxos, leninista, maoísta, trotskista, consejista. Para él, como para Deleuze, no se trataba de determinar una versión correcta o una aplicación actualizada del pensamiento de Marx, sino de conceptualizar la dimensión de la subjetividad que falta en su obra.

Das Kapital finaliza con un capítulo inconcluso, del que Marx escribió solo el título (“Las clases”) y unas pocas líneas. Es el capítulo 52 nunca escrito, en el cual Marx hubiera debido elaborar la cuestión de la clase no solo como objeto económico, sino también como sujeto político, histórico. Marx no desarrolló este concepto que permanece como un agujero en la textura general de su pensamiento.

En el vacío de este agujero se desarrolla la historia del movimiento revolucionario y el pasaje desde la Primera a la Segunda Internacional. Subsistió por un lado una interpretación más determinista, la de Engels y de la socialdemocracia alemana, y por otro una concepción más voluntarista que se manifiesta con la formación del partido bolchevique de Lenin. En el primer caso, la clase obrera es el efecto de la transformación productiva industrial, y su maduración política coincide con el desarrollo de las fuerzas productivas, con la concentración creciente del capital y también con la masificación del trabajo industrial. En el segundo caso, el concepto de clase obrera implica la relación hegeliana entre an sich y fur sich, es decir, entre la dimensión objetiva del trabajo, la materialidad de las relaciones económicas, y la dimensión subjetiva: conciencia política de los trabajadores, mediada por el partido e incorporada en el partido.

El pensamiento de Deleuze y Guattari se puede situar en el interior de la esfera del marxismo como una reconfiguración del problema de la subjetividad, detrás de la alternativa entre determinismo económico y voluntarismo político. La subjetividad deja de ser algo económicamente determinado, como tampoco un puro efecto de la voluntad política. Se comienza a entender la dimensión subjetiva como algo concreto pero no determinado. La lucha de clases también tiene que comprender el deseo, lo que significa el inconsciente social, el sufrimiento psíquico y las concatenaciones de enunciación. Guattari nunca se planteó el problema de establecer una nueva ortodoxia marxista, solo se propuso ilustrar los procesos de subjetivación que transforman la condición objetiva de las fuerzas sociales en actores de enunciación colectiva.

 

D.S.: En sus últimos años, Guattari pasa de la idea de transversalidad a la de “metamodelización”. Quizás esta intuición práctica y teórica resuma mucho de su camino. ¿Qué es la metamodelización? ¿Qué importancia tiene hoy para las prácticas según tu criterio?

F.B.: Me parece que el concepto de metamodelización tiene algo que ver con lo que Gregory Bateson expone en su ensayo sobre la esquizofrenia, Pasos hacia una ecología de la mente (Lohlé-Lumen, Buenos Aires, 1998). El esquizoanálisis, dice Félix, no consiste en imitar al esquizofrénico, sino en salir (como lo hace el esquizo) de las fronteras del sentido, del significado establecido, para ampliar la visión, para acceder a la dimensión a-significante como posibilidad de recontextualización de la psicosis y de la normalidad, y de la relación entre psicosis y normalidad.

Bateson dice que el esquizofrénico no reconoce las comillas de la metáfora, y la toma como la realidad. En este sentido, el esquizo es un metamodelizador. El trabajo del esquizoanálisis consiste en esto: tomar en serio la metáfora, ampliar el territorio de la significación, hasta implicar y comprender lo a-significante. Metamodelizar significa trascender la dimensión modelizada (lo que está comprensible en el interior del campo del significado) para comprender lo que no pertenece al significado. Metamodelización, entonces, es una ampliación del cuadro analítico que permite, como dice Guattari en Caósmosis, recargar la significación.

D.S.: En tu trabajo Fenomenología del fin, hacés referencia a un “método rizomático” o cartográfico ¿Cómo es, cómo funciona y para qué sirve en tu práctica actual?

F.B.: Rizomático o cartográfico, ambos términos van juntos. No hay otro modo de hablar del rizoma que no sea cartográfico, es decir, que no sea una fenomenología infinita del rizoma que es irreducible a una totalización.

D.S.: De nuevo, pensando en Guattari y también en vos, ¿qué papel juega la tradición del obrerismo italiano en el pensamiento de cada uno de ustedes? Es muy diferente, lo sabemos, pero quizás puedas contar brevemente cómo es en cada uno. De Guattari conocemos su amistad y su colaboración con Toni Negri. Un poco lo que cuenta François Dosse en Gilles Deleuze y Félix Guattari. Biografía cruzada.

F.B.: El encuentro de lo que se conoce como obrerismo italiano y lo que se conoce como postestructuralismo francés no es solo un acontecimiento biográfico o meramente político. Hay una convergencia filosófica que tiene que ser investigada. Desde 1977, muchos intelectuales italianos huyeron a Francia, y la red de sostenimiento que Guattari había construido con sus colaboradores (CINEL, Centre d’Initiative pour de Nouveaux Espaces de Liberté), en esta coyuntura, ha sido importante para el desarrollo de un discurso teórico común. Pero lo que me interesa subrayar es la metodología común que para mí se identifica a través del concepto de “composición social”.

El pensamiento obrerista y el postestructuralista convergen en la común atención al proceso molecular (para decirlo con las palabras de Guattari) y a la cotidianidad y espontaneidad del rechazo del trabajo. La lucha de clases es ante todo un proceso vinculado a la composición social, técnica, cultural. Y psíquica –esta es la contribución específica de Guattari–. La subjetividad es el territorio de convergencia de los flujos que proceden del campo de la economía, de la cultura, del inconsciente.

D.S.: Para entender este encuentro entre el llamado postestructuralismo francés (Deleuze, Guattari, Foucault) y el obrerismo italiano es necesario volver sobre los diferentes modos de leer a Marx que habías mencionado.

F.B.: Tenemos que retomar lo que decía antes: durante el siglo XX se definen dos grandes direcciones a partir de la obra de Marx. La primera es la tradición humanista, historicista, que se encuentra en pensadores como los de la Escuela de Frankfurt. Esta tradición enfatiza las obras juveniles de Marx, aun involucradas en una visión teleológica y hegeliana. La segunda es la tradición estructuralista que resalta la dimensión económica de la lucha obrera, y se refiere sobre todo a la obra fundamental, Das Kapital.

Pero hay una tercera posibilidad de interpretación del pensamiento marxiano, que emerge después del 68 y de la publicación de la obra menos conocida, Grundrisse, en particular el “Fragmento sobre las máquinas”. En este texto, Marx se focaliza sobre la cuestión del cambio técnico, de sus efectos en la esfera de la subjetividad obrera, y de la disminución del tiempo de trabajo necesario –liberación del tiempo de vida social desde la esclavitud del salario–, como condición del comunismo.

El obrerismo italiano enfatiza la importancia del “Fragmento…” marxiano y, al mismo tiempo, plantea el problema de la subjetivación en términos de recomposición social del trabajo, contra el trabajo. La lucha es, en esencia, lucha de liberación del tiempo de vida humana desde el trabajo asalariado. Al mismo tiempo, Guattari enfatiza el carácter liberador de la dimensión maquínica, y abandona una postura nostálgico-humanista sospechosa de la técnica.

Espasmo Caosmótico

D.S.: Como conclusión sobre la figura de Guattari ¿qué dirías de su vigencia? En tu libro ya mencionado, Félix, en el capítulo “La depresión Félix” introducís reflexiones de procedencia budista. ¿Querés decir algo más sobre Guattari?

F.B.: Creo que el legado más importante de Félix se encuentra en su última obra, Caósmosis, y en el libro contemporáneo a este, escrito en colaboración con Deleuze, ¿Qué es la filosofía? En este libro compartido se habla de vejez y de amistad. Y se habla de caos, del sentimiento de desbordamiento. El caos y el cerebro, el dolor de ser superados por la velocidad de los signos. Pero en su libro en solitario, Guattari escribe las palabras: spasme chaosmique. Me parece que es la primera vez que aparecen estas palabras en su obra. El espasmo, la dolorosa aceleración del organismo, el efecto de pánico y de parálisis que este provoca.

La lectura de El Antiedipo produjo un efecto de euforia a nivel intelectual y político. Una euforia contemporánea a una intensificación del universo semiótico, mediático, visual. Una euforia contemporánea a la desregulación neoliberal. El movimiento social autónomo, en Italia como en otros lugares, fue atravesado por esta euforia que se puede identificar como corriente deseante. La depresión psíquica se ha vuelto un fenómeno masivo en expansión en el nuevo siglo, en especial para la generación conectiva. En las obras de Deleuze y Guattari, el tema de la depresión parece ignorado, casi removido. Sin embargo, el tema implícito en Caósmosis y en el último libro en común es la depresión, aunque esta palabra nunca sea pronunciada. El espasmo caósmico del que habla Guattari, el efecto caótico de la aceleración en su relación con el cerebro, representan la emergencia de una intención de enfrentarse al agujero negro.

D.S.: ¿Cuáles son, en la actualidad, las formas dominantes de modernización de la subjetividad capitalista, y cómo atraviesan transversalmente lo psíquico, lo social y lo institucional?

F.B.: Advierto dos tendencias generales de trasformación de la subjetividad, divergentes en su dirección, pero que se alimentan de modo recíproco. La primera es la creación de la autonomía global, la conexión de los cerebros en una red prescriptiva, la construcción de un sistema de tipo neurototalitario que unifica la extracción de big data y la predisposición de automatismos técnicos. La segunda tendencia es la demencia desencadenada de los cuerpos separados de los cerebros, el caos geopolítico, la guerra civil fragmentaria y global al mismo tiempo.

La divergencia entre la actuación matemática de la autonomía financiera tecno-comunicacional y el caos psíquico, político, social, traza una forma esquizofrénica de la mente global. La voluntad política se ha vuelto impotente para gobernar los flujos infoesféricos (medios, finanzas). La impotencia es el carácter profundo de la psicoesfera de nuestro tiempo, una llave para interpretar el giro hacia la derecha de grandes partes de la población blanca de Occidente. La potencia de la voluntad política y de la democracia como ejercicio de la voluntad es aniquilada por un sistema de automatismos tecnolingüísticos y por la potencia desterritorializadora de las agencias de producción semiótica global: FAGMA (Facebook, Apple, Google, Microsoft, Amazon).

En consecuencia, la voluntad se manifiesta como un Ersatz, como un sustituto histérico. El fascismo se presenta de nuevo en la escena europea y en la escena mundial. Pero no se trata, como en los años 20 del siglo pasado, del fascismo futurista eufórico de hombres jóvenes que esperaban la gloria nacionalista. Ahora el fascismo es el de los que no pueden imaginar futuro alguno, un fascismo de la vejez de la impotencia. Una gran parte de los jóvenes europeos votan por la derecha –la marcha ultraderechista de Varsovia, que se hizo algunos meses atrás, convocó a muchos jóvenes–, tienen una percepción senil, están animados por el resentimiento y son incapaces de imaginar un futuro que sea algo diferente de un regreso del pasado.

En Dialéctica de la Ilustración, un libro escrito en los años 40, Adorno y Horkheimer sostienen que si la razón no es capaz de asimilar una reflexión sobre su momento regresivo está destinada a la extinción, a ser destruida (Theodor W. Adorno y Max Horkheimer: Dialettica dell’Illuminismo, Einaudi, 1947, Prefacio, página 5). Adorno y Horkheimer se refieren a lo que había pasado en su época: el nazismo se afirmó como destrucción de la razón porque la razón no supo comprender las fuerzas de la oscuridad evocadas por la humillación del Tratado de Versalles y el empobrecimiento de los trabajadores alemanes. Lo mismo pasa hoy: la razón se identifica con el algoritmo financiero y la mayoría del pueblo se da vuelta contra la razón, y quiere vengarse contra los partidos de la izquierda neoliberal que impusieron la fuerza de una razón antisocial. El fascismo de Trump y de la Brexit es una venganza contra la racionalidad, por eso no creo que pueda producirse un pronto regreso a la democracia.

D.S.: ¿Una nueva separación entre cuerpo y cerebro?

F.B.: La separación del cerebro global conectado desde el cuerpo afectivo es la causa de la demencia que vuelve. El regreso a la identidad nacional, religiosa, racial es el efecto de la caída de todo universalismo, porque el universalismo se ha convertido en globalismo técnico-financiero. El cerebro se conecta en un espacio bunkerizado, inaccesible a los cuerpos dementes. Y los cuerpos dementes se dedican a una guerra de los pobres contra los más pobres, de los impotentes contra los más impotentes.

D.S.: ¿Por qué insistís con nociones como “caoides” y “heterogénesis” en este contexto?

F.B.: En Caósmosis, Guattari habla de la niebla y de los miasmas como el panorama del fin del siglo pasado. Hoy, la niebla y los miasmas se han vuelto sofocantes desde un punto de vista físico y sobre todo desde un punto de vista psicosocial. “I can’t breathe.” “No puedo respirar”: el grito colectivo de los que desfilaron en las calles norteamericanas después de la muerte de Eric Garner, el afroamericano asmático sofocado por un policía hace algunos años, es el grito que mejor expresa la subjetividad contemporánea.

Ya cité el “spasme chaosmique” que provoca una contracción dolorosa del organismo social planetario. La aceleración está provocando un espasmo. La aceleración es una intensificación del estímulo infonervioso que genera patologías bien conocidas, pero escasamente explicadas, como el trastorno de déficit de atención o el ataque de pánico. El caos político debe ser interpretado como un epifenómeno colectivo de las patologías de intensificación, del espasmo caósmico. ¿Qué se hace en una condición de espasmo? Se busca un ritmo diferente, un ritmo más armónico, más sincronizado, por decirlo de algún modo, del organismo con el cosmos, con el entorno mutante.

El “caoide” es un conjunto semiótico (un signo, un grafo, una invención técnica, un concepto, un meme) que hace posible un ritmo sintónico con el ritmo acelerado del entorno técnico y relacional. Un concepto actúa como un caoide cuando tiene la capacidad de revelar algo que la visión dominante oculta. La poesía puede sugerir un ritmo que permita armonizar con el caos.

En Caósmosis, Guattari añade las siguientes palabras: “¿Qué es el pensamiento sino la capacidad de enfrentar el caos?” Hay que recordar que en el último capitulo de ¿Qué es la filosofía?, refiriéndose al caos y al cerebro, Deleuze y Guattari plantean que el único modo de relacionarse felizmente con el caos es aliándose con él, no combatiéndolo, porque el caos se alimenta de la guerra. El problema en consecuencia es: ¿Puede el cerebro colectivo producir de modo consciente una nueva sintonía con la evolución técnica del cerebro colectivo mismo? ¿Puede el cerebro colectivo (el general intelect) actuar conscientemente sobre su misma evolución?

D.S.: ¿Sigue siendo necesaria la discusión de la violencia? Si es así, ¿cómo pensar una contraviolencia en el actual contexto?

F.B.: En Italia prima la idea de que los años 70 fueron de mucha violencia. Y lo fueron en el estricto campo político. No obstante, la violencia está mucho más difundida en nuestros días: lo observamos en la vida cotidiana, en la realidad de las relaciones personales, en la frecuencia del femicidio. Si la violencia de los años 70 se presentaba principalmente como un conflicto entre visiones universalistas (lucha de clases, internacionalismo, en contra de la democracia liberal capitalista), hoy se manifiesta como la fragmentación identitaria, como la lógica del pertenecer: proliferación de los nacionalismos, de las mafias, de los integrismos religiosos. Sin embargo, no creo que la afirmación de un derecho histórico a organizar la violencia de los oprimidos, que fue un principio leninista y anarquista en el siglo pasado, tenga en la actualidad algún sentido.

La forma actual del dominio financiero, tecnológico, psíquico no se puede contrastar con la fuerza física. No hay un lugar físico donde se concentre el poder financiero. El dominio es desterritorializado y desmaterializado: se encuentra en la circulación de signos en la infoesfera, en automatismo técnicos inexorables que la violencia física no puede siquiera tocar. Solo un proceso de sabotaje y de reprogramación puede parar y subvertir la máquina financiera global. Solo un proceso de autoorganización de los trabajadores cognitivos puede redireccionar la arquitectura tecnosocial de la actividad productiva.

D.S.: ¿Podrías explicar el papel que le otorgás a la maternidad en relación con el cuerpo, el lenguaje, los signos y la sensibilidad?

F.B.: Luisa Muraro, en su libro El orden simbólico de la madre, se refiere a la relación entre el cuerpo de la madre y la génesis de la significación: la atribución de significado es el efecto de una confianza fundamental, la confianza en el cuerpo de la madre, o sea en la voz hablante de un ser humano. La relación entre significado y significante, que es arbitraria en el sentido de Saussure, se forma a partir de la singularidad de la voz y de la confianza afectiva. El significante “agua” se vincula con el significado operacional del líquido que bebimos para aplacar la sed porque la voz de mi madre garantizó la relación funcional entre signo y referente. Cuando digo “madre” no me refiero a la madre biológica, ni estrictamente a un ser humano de sexo femenino, sino a la voz singular que genera sentido, que genera confianza en el sentido del mundo. El mundo tiene sentido porque un cuerpo singular, una voz singular atribuye sentido a las palabras que denominan el mundo.

¿Qué pasa, entonces, cuando aparece en la escena una generación de seres humanos que aprendió más palabras desde una máquina que a través de una voz humana? ¿Qué pasa cuando emerge en la escena del mundo una generación que no funda su entendimiento y su capacidad de significación sobre la confianza afectiva, sino sobre la funcionalidad de signos que no tienen garantía afectiva sino solo operacional? Yo creo que esta ausencia del cuerpo de la madre (que puede ser el tío, el vecino de casa, un hermano, no importa, pero tiene que ser una vibración singular y afectiva), esta sustitución de una vibración singular por una máquina, es el fundamento de lo que llamamos precariedad: una fragilidad psíquica que se manifiesta como incapacidad de construir relaciones sociales de solidaridad.

Una tendencia de origen lacaniano, que se está manifestando en el pensamiento psicoanalítico contemporáneo (pienso en Massimo Recalcati), afirma que el problema esencial de nuestro tiempo es la desaparición del padre, o sea de la autoridad simbólica que se manifiesta en la ley y garantiza el orden social. El efecto de los movimientos antiautoritarios y de la aceleración semiótica neoliberal sería la explosión del inconsciente y la desaparición de la figura ordenadora del padre. Hay algo de verdadero en esta tesis, pero no creo que esta sea la dirección más interesante para entender lo que está pasando y, sobre todo, para imaginar cómo podemos actuar terapéutica y políticamente. Creo que el problema fundamental no es la explosión de la figura paterna ordenadora (la autoridad simbólica) sino el desvanecimiento del cuerpo de la madre (la afectividad como fundación de la simbolización). El problema verdadero es la crisis de la capacidad de fraternidad. Cuando la relación entre hermanos se funda sobre el vínculo con el padre no es fraternidad sino asociación patricida, comunidad entre guerreros. La fraternidad no se funda en la autoridad paterna, sino en la empatía afectiva que se origina desde el cuerpo de la madre.

Loveless (Sin amor), la película del director ruso Andrey Zvyagintsev, trata sobre la desaparición de Aliosha, un niño de ocho años a quien Genia, su madre, no sabe y no puede amar. Esa es la desaparición del futuro mismo, que en la película de Zvyagintsev está sustituido por la omnipresencia de la pantalla móvil, del smart-phone.

D.S.: Finalmente, ¿cómo te planteas en el contexto actual la cuestión de la tarea política-intelectual?

F.B.: Esta es la pregunta de más difícil respuesta: ¿cuál es la tarea del intelectual, del pensador en la época actual, a la que ingresamos oficialmente con la victoria de Trump, con la difusión del nacionalismo en Europa y con la derrota de la izquierda en América latina? Agregaría, más radicalmente, ¿qué hacer cuando el legado del humanismo moderno se hunde junto con el legado de la Ilustración y del socialismo?

A diario nos enfrentamos con la emergencia de la infamia: la arrogancia de los ignorantes que toman el poder justamente gracias a su ignorancia y a su arrogancia. ¿Y la miseria y la desesperación en aumento incesante que afecta a una cantidad de seres humanos cada vez mayor?

Creo que tenemos que vivir en una condición de duplicidad que implica el ejercicio de hablar con dos idiomas diferentes: el primero es el idioma de la resistencia humana; el segundo, el de la profecía y la anticipación, el de la creación de conceptos que estén a la altura de la mutación post-humana que no podemos parar.

En el primer nivel, tenemos que educar a los que nos escuchan a ser justos con las naciones en el sentido que los judíos dieron a esta expresión durante la Shoah. O sea que tenemos que expandir a las minorías que resisten contra lo inhumano y que se comprometen a continuar siendo humanos como el italiano Vittorio Arrigoni, como la americana Rachel Corrie. En el segundo nivel, tenemos que comprender la nueva dirección que la evolución está imprimiendo sobre los acontecimientos de la historia y de la vida cotidiana, y elaborar conceptos que sean capaces de atravesar el caos, actuar como caoides, producir un horizonte de transformación consciente.

En el primer nivel, tenemos que crear espacios de solidaridad clandestina e incluso lugares de felicidad, para evitar que la conciencia sin esperanza devenga en depresión psíquica o en agresividad y en autolesión. Resistiendo, tenemos que saber que la resistencia no puede resistir, que los valores del humanismo moderno no pueden parar ni subvertir la ola de venganza antihumana que sale desde el océano de la desesperación contemporánea. En el segundo nivel, tenemos que conservar la conciencia del posible a pesar de la fuerza del probable, del inevitable. El apocalipsis que acompaña a la mutación puede oscurecer el posible, pero no cancelarlo. La posibilidad de un uso social de la tecnología, la posibilidad de un uso humano del conocimiento, permanece en la conexión de los cerebros, a pesar de la forma tecno-social que somete la inteligencia a la acumulación.

D.S.: En sus tesis sobre el concepto de historia, Walter Benjamin denunciaba que la socialdemocracia, apegada al evolucionismo, miraba con sorpresa el arribo del fascismo, y que ese asombro, producto de su fe en el progreso, no le había permitido combatirlo con éxito. ¿Somos capaces de extraer un conocimiento político útil del fascismo del siglo XXI?

F.B.: Creo que en los últimos años se ha reproducido la misma situación que denunciaba Benjamin. Al igual que en el siglo XX, la izquierda no ha sido capaz de anticipar esta nueva ola de oscuridad. La izquierda y el liberalismo-demócrata en general, subalternos al realismo absolutista de la economía financiera, han perdido el pulso de la profunda mutación del psiquismo social. Horkheimer y Adorno ya lo plantearon en el prefacio de su Dialéctica de la Ilustración: si el pensamiento crítico no logra entender la oscuridad que acompaña a la Ilustración, firma con eso mismo su sentencia de muerte.

No creo que se produzca una vuelta a la normalidad liberal-democrática. Creo que se ha abierto la caja de Pandora. Solo mas allá de la oscuridad puede volver a emerger la posibilidad. El problema presente es cómo podemos sobrevivir al ensombrecer. Y al mismo tiempo, cómo podemos transmitir el contenido de la posibilidad.

[1] Sobre la caósmosis, Bifo señala en Fenomenología del fin que “es el proceso que sigue a la explosión de la topología morfoestática y que tiene como resultado el surgimiento de una nueva forma”. Caósmosis es el título de uno de los más importantes libros de Guattari, publicado en castellano por Manantial, Buenos Aires, 1996.

11/01/2018

Horacio González analiza el discurso de Lula y César González el fascismo ambidiestro // Clinämen

CLINAMEN – HORACIO GONZÁLEZ ANALIZA EL DISCURSO DE LULA

“Era un tipo de discurso rememorativo, apelaba a un cierto tiempo circular”, dice el docente, ensayista y ex director de la Biblioteca Nacional. Las alianzas con los artistas, la academia y los sectores religiosos.

 

CLINAMEN – EL FASCISMO AMBIDIESTRO, POR CÉSAR GONZÁLEZ

El escritor y cineasta analiza cómo crece una vez más el ataque contra los villeros, identificados como enemigos internos de la sociedad.

 

La caracterización de la derecha // Diego Sztulwark

La simplicidad es para mí un avance total. Yo creo en la inocencia, creo en la frescura y en la inocencia.

Alejandro Rozitchner

Así sucede con la estetización de la política que propugna el fascismo. Y el comunismo le responde por medio de la politización del arte.

Walter Benjamin

La derecha es una posición en la lucha de clases, solo que ni la lucha ni las clases responden a un modelo congelado.Esto plantea la cuestión de cómo no realizar caracterizaciones perezosas o incapaces de actualizar la evaluación sobre las mutaciones y rupturas en la evolución ideológica de los grupos reaccionarios en el poder. En la Argentina o en Brasil, en EE.UU. o en Europa, la misma cuestión se plantea de modos diferentes: ¿Cambia la derecha, se renueva realmente? Y de hacerlo, ¿qué valor asignarle a esos cambios? En otras palabras, ¿con qué criterios diagnosticar la relevancia de las discontinuidades internas que acompañan la renovación del proyecto de dominación de clases?

¿Una clase, dos o ninguna?

Siguiendo la regla según la cual las clases se definen menos por cierta realidad sociológica o cultural –ingresos, consumos- y más por las luchas en las que se constituyen históricamente (subjetivamente), hay quienes afirman que, como nunca antes, ya no existe más que una sola clase, la clase de los capitalistas organizada sobre todo a partir del control de los grandes mecanismos financieros y, a través de ellos, de la actividad productiva y los emporios de la comunicación. Al poder del capital no lo enfrenta el desafío de un proyecto histórico alternativo. La existencia de una clase de los proletarios ya no polariza el campo histórico político al modo de lo sucedido durante el largo período que comienza con la Comuna de París y culmina con el Socialismo Soviético. La ideología neoliberal expresa correctamente la experiencia capitalista de una unipolaridad en el campo social. En su fase actual, el capital está tomado por la creencia de haber quedado solo, y atribuye sus conflictos a su propia incapacidad de autorregulación. Sin embargo, no dejan de constituirse, aquí y allá, un poco por todos lados, unos proletariados que por varias razones quizá convenga nombrar por el momento como lo “plebeyo”. Lo plebeyo como modo de denominar la capacidad popular de desafiar la regulación del capital.

¿Hay derecha democrática?

Luego de décadas de acceso al poder político –control del Estado– a través de golpes militares o influyendo sobre movimientos políticos de raíz popular, una parte destacada de la derecha argentina llegó por fin al gobierno mediante elecciones libres derrotando al peronismo. La novedad de una derecha taquillera, que viene a relevar una década larga de gobiernos autodenominados “populistas”, ha empujado a diversos analistas a discutir el grado de novedad de esta “derecha democrática”[1]. Lo que está en juego es la determinación de las continuidades y discontinuidades del gobierno de Macri con respecto a las dos últimas grandes representaciones de la derecha neoliberal/conservadora: el menemismo y, sobre todo, la última dictadura.

La discusión sobre si Macri debe ser leído como una continuación de la dictadura se planteó decenas de veces durante el último año, a partir de los cantos masivos en diversas movilizaciones de masas (“Macri basura, vos sos la dictadura”), rectificada por el “hit del verano” coreado en estadios y anfiteatros (MMLPQTP). Es tan relevante el hecho –inédito- que la derecha -la Alianza Cambiemos- gobierne dentro del marco del Estado de Derecho (violándolo en diversos sentidos, como cualquier gobierno); que se adecúe perfectamente al régimen parlamentario (con las torpezas del caso); que compita con éxito por la vía electoral (¡un gran avance para los dueños del país!); y que flexibilice sus tácticas en un contexto internacional, regional y nacional que no le permite aplicar su programa de máxima (privatización, políticas desembozadas de impunidad a los cuadros del terrorismo de Estado, apertura radical de importaciones, disciplinamiento represivo de la sociedad), como que la racionalidad fundamental que orienta sus acciones apunta precisamente a esos núcleos que sí establecen una continuidad con las ambiciones históricas de las clases dominantes y con la ideología actual de muchos de sus cuadros provenientes del directorio de grandes empresas y universidades por ellas financiada[2]. Ni la ostentación de una lógica cultural postmoderna, ni la continuidad de los planes sociales heredados del kirchnerismo, ni la estrategia gradualista del ajuste económico -que explican muchos de sus éxitos políticos- alcanzan para relativizar estas continuidades.

Fascismo y postfascismo

El historiador Enzo Traverso emplea el término “postfascismo”[3] para distinguir a las nuevas derechas surgidas durante los últimos años a ambos lados del Atlántico (tanto en Europa, en particular en Francia con el fortalecimiento del Frente Nacional de Le Pen, como en EE.UU. con el ascenso de Trump) y capitalizan parcialmente el descontento con el consenso republicano y neoliberal. Para Traverso, ni Le Pen es propiamente fascista puesto que en realidad se encuentra en una transición incompleta a la democracia, ni es posible suponer que el fenómeno Trump implique una “fascistización

de los Estados Unidos” sino que en todo caso es el resultado de un “rechazo profundo al establishment político y económico” expresado en una “abstención masiva y, a la vez, en un voto protesta conquistado por un político demagogo y populista”. ¿Por qué llamar “postfascista” a una derecha no-fascista? Simplemente porque no es posible caracterizar a estas derechas homofóbicas, antifeministas, antisemitas, racistas y negrofóbicas sin considerar el complejo juego de analogías y homologías que las definen. La noción de postfascismo, a diferencia de la de “neofascismo” –dice Traverso–, no pretende establecer una continuidad histórica ni designar una herencia asumida concientemente. Se trata de formaciones paradójicas que llegan a capitalizar el rechazo del neoliberalismo, aún cuando sus líderes puedan encarnar el modelo antropológico mismo de lo neoliberal. La constelación “postfascista” de la que habla Traverso abarca una tendencia tan general como heterogénea: “el surgimiento de movimientos que ponen en entredicho desde la derecha los poderes establecidos y hasta cierto punto la propia globalización económica”. Estos movimientos no expresan “valores fuertes” (como el fascismo), sino el rechazo de la política reducida a la gestión material de las existencias a la vez que fomentan un programa proteccionista, soberanista e identitario. Entre sus principales rasgos comunes, Traverso enumera: una xenofobia que apunta a migrantes de antiguas colonias; un nacionalismo islamofóbico y antiglobalización y un repliegue nacional antieuropeo. Si el fascismo clásico era nacional-revolucionario y militarista, el principal rasgo del postfascismo –más pragmático– es la “coexistencia contradictoria entre herencia del fascismo antiguo y el injerto de nuevos elementos que no pertenecen a su tradición” (como es el hecho notable de que el líder del FN sea una mujer).

Macri y Macron

En su libro ¿Por que? Natanson pretende superar el estado de “contemplación alucinada” provocada por los sucesivos festejos del macrismo. Advierte que el macrismo no es un accidente histórico sino una expresión de una corriente profunda de la sociedad argentina y que hay, entre sus logros, una recuperación de valores propios del liberalismo. Básicamente dos: el discurso de la igualdad de oportunidades en base al trabajo y el esfuerzo, y la celebración de una energía emprendedora fundada en la apología del individuo creativo y en detrimento de la dimensión colectiva (atribuye las conexiones con las culturas new age a este último rasgo). Este retrato del macrismo no dista mucho del que ofrece Traverso del presidente Macron: expresión de “un nuevo ethos de la era neoliberal: la competición, la vida concebida como desafío y organizada según un modelo empresarial. Macron no es de derecha ni de izquierda, encarna al homo oeconomicus que ingresó a la política. No quiere una oposición del pueblo a las elites, propone al pueblo la elite como modelo. Su léxico es el de la empresa y de los bancos; quiere ser el presidente de un pueblo productor, creador, dinámico, capaz de innovar y de … obtener ganancias”.

¿Por qué? tiene el valor de tomarse en serio las nuevas caras de la derecha argentina y de clarificar algunos rasgos para una nueva caracterización. Tiene sentido leerlo con Las caras nuevas de la derecha que posée el mérito de caracterizar las novedades sin perder las continuidades, y forja así un léxico capaz de comprender las nuevas singularidades sin perder en el camino su potencial combativo. De la suma de estas virtudes puede surgir un lenguaje nuevo. Capaz de entender, para el caso de la Argentina, la conexión subsistente entre proyectos históricos e injertos nuevos.

El lenguaje de la crítica

Solo dos ejemplos de cómo en algunos tramos del libro de José Natanson sentí la necesidad de cambiar las palabras y las formas de conectar situaciones, para lograr con más eficacia el propósito de caracterizar a la vez continuidades y discontinuidades. El primero, cuando analiza la campaña del Macrismo en la ciudad de Buenos Aires con el uso de la consigna “Vos también sos bienvenido”. Natanson expone un spot con “primeros planos de una serie de identidades tipificadas: un taxista, un fan de un grupo de rock”, etc. En la investigación Vecinocracia, escrita por el Taller Hacer Ciudad, se vincula esta campaña con los sucesos previos al violento desalojo de la ocupación del Parque Indoamericano, acompañada por aquella frase de Macri sobre la “migración descontrolada” [4]. La apelación a la pluralidad de perfiles de la ciudad no llega a comprenderse en todo su sentido sin su reverso represivo y racista. El segundo, cuando Natanson explica que al afirmar que la “nueva derecha” ha “optado por un camino democrático” no se intenta relativizar “que los conglomerados empresariales de los cuales muchos dirigentes son accionistas (incluso Macri y Piñera) no se hayan beneficiado de las políticas de regímenes autoritarios”. Aclarado el propósito de no olvidar lo viejo en el afán de caracterizar lo nuevo, me dio toda la impresión de que las palabras “beneficio” o “regímenes autoritarios” eran completamente débiles, sobre todo cuando disponemos de una sólida terminología sobre la responsabilidad –incluso penal– de los empresarios (y no solo) durante el terrorismo estatal practicado por la última dictadura[5].

 

Política y Estética

Las derechas desean ser simples por dos razones: porque se ofrecen para canalizar frustraciones sobre la vida colectiva en el mundo neoliberal, y porque aspiran hacerlo por la vía de la comunicación. Una estetización postfascista de la existencia. En efecto, el neoliberalismo no es una política más. Tan fuerte como el concepto de “postfascismo” es en Traverso el de “modelo antropológico neoliberal”, que el autor compara con una religión política (probablemente continuando al propio Benjamin). El postfascismo conecta con el modelo antropológico neoliberal más de lo que confiesa. Su clave de funcionamiento no es la movilización política sino el manejo de los códigos comunicativos.

Ya no hay respuesta “comunista” (como sugería Benjamin), sino reacción plebeya. Porque la izquierda política no logra superar “el yugo mental” impuesto por el bloque capitalista a partir de 1989 (Traverso). La reacción plebeya, en cambio, es un fenómeno bien diferente al de la izquierda política. Un fenómeno nada “simple”. La gigantesca movilización del 8M lo muestra muy bien: una nueva distribución de lo sensible cuestionador del orden: la politización del arte.

 

1 José Natanson, ¿Por qué? La rápida agonía de la Argentina kirchnerista y la brutal eficacia de una nueva derecha, Siglo XXI, Buenos Aires, 2018.

2 Para una caracterización de la procedencia de los principales cuadros de Cambiemos y su paso del empresariado a la militancia política en términos casi gramscianos, ver Gabriel Vommaro, La larga marcha de Cambiemos, la construcción silenciosa de un proyecto de poder, Siglo XXI, Buenos Aires, 2017.

3 Enzo Traverso, Las caras nuevas de la derecha, Siglo XXI, Buenos Aires, 2018.

4 http://tintalimon.com.ar/libro/VECINOCRACIA

5 Horacio Verbitsky y Juan Pablo Bohoslavsky editores, Cuentas Pendientes. Los cómplices económicos de la dictadura, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013. En efecto, este trabajo colectivo aspira a determinar categorías para tipificar las responsabilidades penales de los actores económicos de la última dictadura.

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