Anarquía Coronada

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Hacer frente con nuestras espaldas // Marie Bardet

Notas antes y después del segundo encuentro de la Casa de Bajo Estudios – en la Cazona de Flores, el domingo 3 diciembre 2017, “Cuerpos, potencias, resistencias”, donde fui invitada junto a Verónica Gago, Amparo González, Alejandra Rodriguez, Nicolás Cuello; coordinación de Silvio Lang.

Porque sabemos que los ataques están viniendo por todos lados,

que focalizarnos los ojos en una pantalla haciendo de la trágica (anunciada) desaparición de un submarino una serie televisiva es una estrategia de anestesia,

que podemos mirar por los bordes, dejar entrar las intensidades que marcan grados de oscuridad/luminosidad cuando los párpados se entreabren, volver nuestras miradas tangibles y tangentes,

hacer de nuestras espaldas, frentes.

Lo mataron de espalda. A Rafael Nahuel lo mató el escuadrón Albatros con un tiro en la espalda.

Esto también lo sabemos y lo sentimos. Y no tenemos claro qué hacer con todo este saber-sentir. ¿Qué hacemos con este saber y sentir que sin embargo no nos deja muy claro el hacer?

Sí, sabemos que es el dato que constituye una prueba para un día que se haga justicia, cuando haya justicia, y no encubrimiento del proceso jurídico por el poder político, de que Nahuel murió en una cacería, una cacería racista que es la política de Estado.

Es también el dato que hace correr la vulnerabilidad absoluta de ese chico que huía bajo las balas sobre nuestra piel, y nos mete un poco más de miedo. ¿Qué hacemos con la piel erizada de horror y todo lo que sí sabemos?

Desde la piel que tiene esa potencia de escuchar y relacionar en todas direcciones nos preguntamos si la era de apelar a la vulnerabilidad (y vuelve una y otra vez en este punto la voz de Suely Rolnik) como estrategia política no llegó a su fin con el pasaje de umbral de la violencia y represión, muerte y desaparición, que estamos viviendo. Se vuelve insistente la pregunta: ¿no será tiempo de pasar a cómo armarnos caparazón? ¿Esa vulnerabilidad de la espalda puede ser una fuerza?

Si nos metemos precisamente no hablando sobre los cuerpos sino desde los saberes-sentires que circulan en las prácticas corporales y escénicas, la pregunta se agudiza: ¿podemos respaldarnos en nuestras espaldas que escapan al campo visual, que son zona de vulnerabilidad al ataque? Cuando la mirada focalizada en un punto central se descentra a lo largo de la piel, diseminándose por los bordes; cuando hacen alianza la piel y los ojos con los oídos (los de la escucha y los del meta-equilibrio propioceptivo), cuando se pone a circular la atención por los costados y el atrás, desorganizando así la frontalidad y la focalización clara y distinta como modo de conocimiento obligatorio, cuando nos autorizamos a conocer desde nuestras espaldas estremecidas… ¿se esbozan maneras de estar haciendo frente con nuestras espaldas?

Implica repensar lo que entendemos por vulnerabilidad, pero también por fuerza. La vulnerabilidad no es una apología de una gran fragilidad ni de una entrega a las cosas tales como están. No es sino asumir la fragilidad que conlleva el hecho de existir (Silvio Lang), y de ahí hace alianza con la insistencia de persistir a vivir.

Investigar esta pregunta por la vulnerabilidad en la potencia singular de los tejidos blandos que abren otro camino que el de la híper-elongación o el de la fuerza de la contracción blindada y la hipertrofia muscular; en el cuerpo/espacio voluminoso y redistribuido que ni suelta ni agarra: vibra (Amparo Gonzalez). Si de vulnerabilidad como estrategia de resistencia podemos seguir hablando, es tal vez en la medida en que no es ni porosidad, ni gran apertura beata; es en la medida en que no se opone a una gran fuerza bien activa porque ella sería una gran pasividad e la entrega, sino que socava en cada gesto, mirada, toma de palabra, el imperativo de la pregunta “y? activx o pasivx?” (que se declina perfectamente en “¿winner o looser?” que ordena los discursos y políticas neoliberales). Esa potencia que reconoce la posición de vulnerabilidad redistribuye roles y modos de tomar el espacio público, que no serían ni un repliegue absoluto, ni una avanzada obnubilada por la revancha final o el retorno del paraíso.

De la brújula estético-ética de lo abigarrado que Silvia Rivera Cusicanqui contó (en la Asamblea de Escuela de Prácticas Colectivas en abril 2017) haber recibido no bajo la mirada sino en la espalda de Rosa entre los roces y destellos de colores del aguayo, al pensamiento anal de panfletos de Preciado-Hocquenghem, pasando por los abrazos de las muchas plazas, los #acuerparnos tejidos en las marchas Ni una menos, los #estamosaparanosotras, los paros de mujeres desde hace más de un año… pero también pasando por todos los talleres de movimiento, de danza, de prácticas corporales y escénicas donde se tejen modos de conocer y de hacer alianzas desde gestos y saberes, podemos movilizar saberes de cuerpos que hacen de espaldas territorios de aprendizaje, autorizaciones para escapar a los órdenes de lo que se puede y debe, fugarse por los costados.

 

Si de “saber del cuerpo” se trata, es de un saber no que provendría de “el cuerpo” como súper fuente de verdad revelada, ni de un saber que sabría todo muy bien sobre el cuerpo (como si exisitiría tal “objeto” de conocimiento, y como si estuviera abstracto y universalizante de las trayectorias de vida que se/lo componen). Sino de un conocimiento del atrás, de una situación, de estar con atrás y para atrás, de no tener la mirada fija en una clara esperanza o promesa.

Avanzando hacia atrás o lateralmente como cangrejos, se desarma lo que creemos saber de la conquista de la verticalidad, de la correcta derechitud, y del buen eje, asumiendo mirar desde los bordes que no tiene por qué ser blandos o abiertos, sino que deshacen con paciencia los poderes de tenerlo todo claro y distinto. Se asume sentir, conocer y actuar en una opacidad, una claro-oscuridad tal vez, (justo antes que tome exactamente una forma, más bien en una tensión-alianza deforme entre el “derecho a la opacidad” del tratado de Todo-Mundo de Edouard Glissant anclado en las Antillas, y el Día de la Opacidad Gay de la mano de Nicolas Cuello y una banda ocupando la Plaza Giordano Bruno), de una extensión del dominio del pe(n)sar más allá de los límites del campo visual que organiza lo claro y lo distinto, lo bien aclarado y no borroso como únicos modos de conocer y de hacer.

 

Haremos de nuestras espaldas una frente, muchas frentes, donde no esperaremos que la vulnerabilidad se invierte en un caparazón todo poderoso, sino que sabremos y haremos circular todo lo que sabemos y tenemos por saber de las redes de cuidado alternativos que escapan y conectan a la vez de la guardia y hospital de día del Alvear, un cuidado que no es un repliegue ni un nuevo control bien-pensante sobre las propias prácticas guiado por la paranoia, sino un modo de meterse con la realidad, afirmando que algo de esa fragilidad puede también ser la fuerza misma de las transformaciones.

 

Implica repensar las temporalidades de nuestras acciones, cuando el paso para adelante dejó de ser un programa bien claro. ¿Cómo sigue? Haciendo la larga lista de todo lo que se hizo este año, la sensación de “todo lo que se hizo” contraviene a la sensación de impotencia absoluta (Alejandra Rodriguez). Nos preguntamos ¿qué ritmos? ¿cuánto dura? ¿qué modos de insistencias? Y en qué medida implican esas temporalidades desconocidas, que conectan también experiencias pasadas como futuro e imágenes del futuro como ecos pasados, anclarse en cierta relación concreta con estar ahora, con suspender algo de la ansiedad o de la proyección de resultados (Nicolas Cuello). También aparece la idea de que estas acciones, en cuanto escapan al gran relato de la victoria, pero también a ser solo actos repetitivos donde el ritual del espacio público se vuelve experiencia de la impotencia, tienden ante todo a inscribirse en prácticas largas de cocina (Verónica Gago), de maduración, con-spiración, conversación, en espacios menos visibles, más opacos, de invención de acciones que no presuponen diferencia jerárquica entre una investigación y una acción directa, o sostener una ocupación.

Y si de largo porvenir se trata, sabemos que no es fijando la mirada sobre el punto del paraíso futuro de mañanas perfectas sino “mirando atrás y adelante (al futuro-pasado) podemos caminar en el presente-futuro”[1].

Conocer, tejer, armar frentes con nuestras espaldas, juntas.

[1] Traducción del aforismo aymara “Qhipnayra uñtasis sarnaqapxañani”, en Silvia Rivera Cusicanqui, Sociología de la imagen, tinta limón.

6 de Diciembre, 2017.

Fotos: Emergentes

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