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El virus, la crítica y el “Estado fuerte” // Diego Sztulwark

La crítica

Desde siempre, la palabra de quien habla en nombre de la filosofía ha sido motivo de burla, recelo y también de admiración. La arrogancia e impostura asociadas a la pretensión del decir filosófico ­-aspirante al saber- han concitado, sin embargo, particular atención cada vez que el discurso teórico pudo mostrar alguna clase de utilidad para alguien cuando articula la creación de conceptos con la creación de formas de vida. Esa exigencia de practicidad pesa sobre la intervención filosófica en el espacio público, sabiéndose bajo la atención examinadora y suspicaz de unxs lectores que la someten a la pregunta práctica: ¿Para qué sirve semejante discurso?

 

El capital de Karl Marx marca un punto de inflexión en la historia de esta relación entre discurso teórico y vida práctica. La operación, presente en su “Crítica de la economía política”, surgió al cabo de una larga batalla contra la religión que se desplazaba entonces a comprender y transformar las relaciones de producción. Esta fusión entre discurso reflexivo y deseo de revolución caracteriza el nacimiento y la fuerza de la crítica moderna, que en la obra de Marx llegó a penetrar en el misterio fundamental de la sociedad capitalista: el poder de un “objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas”, cuya circulación perturba a la conciencia humana creando la impresión duradera de una doble realidad. Este objeto circulante, llamado “mercancía”, se presenta como un cuerpo particular revestido de una realidad fantasmagórica que anima sus movimientos. La función de la crítica moderna es mostrar no solo cómo se produce semejante desdoblamiento -de procedencia teológica-, por el cual una existencia material sensible aparece como portadora de una misteriosa realidad espiritual o suprasensible -“valor”-, sino también, y sobre todo, develar que esa realidad suprasensible no es propiedad natural del cuerpo mismo de la mercancía –fetichismo-, sino en la medida en que ese cuerpo expresa relaciones sociales capitalistas de producción.

 

Un siglo después, Guy Debord, autor de La sociedad del espectáculo, aplica el mismo método crítico para dar cuenta, en las condiciones del capitalismo tardío, de la evolución de este “objeto endemoniado” que circula ahora bajo la forma de la “imagen” en condiciones de producción maduras: “Todo lo que antes se vivía directamente, se aleja ahora en una  representación”. El mundo devenido espectáculo es un poderoso “instrumento de unificación” que reúne en el régimen de lo visible todo aquello que la imagen-mercancía separa en el orden de la vida. Como en Marx, el poder metafísico de la imagen “física” no surge de su propio cuerpo, sino de su aptitud para viabilizar la división que recorre la constitución misma de lo social.    

 

¿Hasta qué punto la intervención filosófica actual retoma el uso de los procedimientos de la crítica moderna para dar cuenta de la circulación de un nuevo “objeto endemoniado”, virus físico a cuya realidad metafísica se le atribuye el milagro de la interrupción momentánea de la sacrosanta dinámica de la economía de mercado? ¿Quiere aún la filosofía investigar en qué medida este cuerpo mínimo expresa las postmodernas relaciones de producción, abriendo el campo de aquello que sería deseable transformar en las relaciones humanas, con lo humano y lo no humano?

 

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Rita Segato vinculó recientemente la circulación del COVID-19 a lo que Ernesto Laclau denominó el “significante vacío”. A diferencia de la tradición que de Marx a Debord lee sintácticamente al objeto “endemoniado” para descubrir en él la clave de comprensión de las relaciones de producción, el “significante vacío” pasa por alto este reenvío a la materialidad productiva de los cuerpos y apunta de modo directo a las leyes del lenguaje en las que se dirime la lucha interpretativa. La reacción de Segato consiste en devolver significación a la materia microscópica del virus, para escuchar ahí, en esa voz inaudible de lo no-humano, un sentido previo que pertenece a la materia primera sobre la que se constituye toda disputa política. Una voz que se limita a recordar que la humana no es la especie única en esta tierra ni le cabe aspirar a la eternidad. Y que su propio futuro se dirime en su capacidad de imaginar, mediante el empleo de la crítica y el reencuentro sensible con la materia, un continuum virtuoso con la vida no-humana

 

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Marzo impulsó a lxs pensadores críticos a la escritura. Algunxs de ellxs, los maestros de la argumentación occidental, reconocidos por sus aportes previos, tendieron a justificar la validez de sus aportes y a comunicar el uso de sus nociones clave en la nueva coyuntura global provocada por la llamada zoonosis. La intervención más resonante, y quizás también la más polémica, fue la de Giorgio Agamben, para quien la reacción de los Estados contra la pandemia ejemplifica, de modo lineal, su lección sobre la figura del Estado de excepción como clave de comprensión de los dispositivos de control. A la respuesta escéptica del pensador Jean-Luc Nancy, que llama a tomar en serio la gravedad de la pandemia, siguió la defensa del profesor Roberto Esposito, para quién la filosofía debe advertir sobre el paradigma biopolítico de poder que domina la acción de los Estados. El interés académico del diagnóstico se agota en el pesimismo ontológico de los autores. Otro contrapunto resonante fue el de Byung Chul-Han contra Slavoj Ẑiẑek. Si este último ve en el colapso sistémico en curso la oportunidad de un nuevo comunismo, el primero, en cambio, lee un capitalismo reforzado por las tecnologías y formas disciplinarias puestas en juego en países del oriente del plantea. En ambos casos, lo que falta es la identificación de sujetos de transformación. Tampoco Alain Badiou encuentra novedades subjetivas en la situación. Para él, asistimos a la mera repetición agravada del mismo fenómeno (la propagación de epidemias y catástofes), y el coronavirus se deja explicar con los saberes ya disponibles. Solo Judith Butler se atrevió a plantear una posibilidad diferente, al insinuar que en torno a la gestión desigualitaria del aparato sanitario estadounidense podría renacer un nuevo deseo de igualdad, comunicado quizás por el propio virus. 

 

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También se manifestaron, con notable repercusión, una variedad de escritorxs cuya palabra descansa en enarbolar diversas estrategias de subjetivación ligadas a minorías activas, grupos autogestivos y militancias alternativas o movimientos sociales. Estos autores aportan descripciones sobre las mutaciones en el plano de la vida ligadas tanto a los afectos que moviliza o bloquea la crisis, como a la reconfiguración de los espacios, el papel de las redes, o las tácticas del pensamiento para encontrar sentido ante lo que se presenta como un nuevo apocalipsis desde una perspectiva emancipadora. Paul B. Preciado, Verónica Gago, Franco Berardi (Bifo), o Amador Fernández-Savater, entre otrxs, han narrado en tiempo real la pandemia y, en nombre de los diversos movimientos sociales, llaman a colocar en el centro nuevas experiencias estéticas, terapéuticas o políticas fundadas en los cuidados, en la suspensión de la sujeción financiera (la deuda), o la huelga de alquileres, la reapropiación de artefactos tecnológicos y de redes sociales y en el acceso común a bienes y disfrutes. Intentan, también, anticipar y  desarmar las jugadas con las que podría responder el aparato de control. Su especificidad es la de dar cuenta del desafío de sostener politizaciones ligadas a micropolíticas de la existencia estimuladas y, a la vez, amenazadas, advirtiendo sobre la formación de bloques represivos constituidos como amenazas a las condiciones precarias de vida.

 

Cabe destacar por su calidad investigativa, dentro de esta serie de intervenciones, la del colectivo Chuang, cuyo texto, “Contagio social: guerra de clases microbiológica en China”, ofrece una lectura de las líneas de fuerza y fragilidad, así como de las zonas de emergencia desde las cuales investigar la posibilidad de rupturas y de creación de alternativas políticas y subjetivas, a partir de una analítica aguda e informada de las condiciones actuales de producción.

 

Finalmente, los escritos de Oscar Ariel Cabezas (desde la sublevación en Chile) y Maurizio Lazzarato enfatizan la importancia política de las subjetividades organizadas como clave para la crítica. Si el primero toma la sublevación en Chile como fuente de un saber de los cuidados que el aparato estatal chileno intenta liquidar mediante la represión sanitaria, el segundo toma muy en serio el hecho de que la “máquina de guerra” capitalista, por más crisis que padezca, no puede admitir ninguna clase de reforma a menos que se le oponga la amenaza concreta de una máquina de guerra revolucionaria que la enfrente.   

 

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En el contexto sudamericano, hubo, sobre todo, dos intervenciones que vale la pena comentar por el modo específico de enlazar la reflexión en torno a la pandemia con los procesos políticos o las coyunturas nacionales.

 

Vladimir Safatle da cuenta de que en Brasil la derecha enfrenta la pulsión demente del neofascismo liderado por Bolsonaro, frente a una izquierda completamente neutralizada y sin estrategia ni disposición al combate. Safatle afirma que Bolsonaro es capaz de esconder los cuerpos de los muertos por el coronavirus, encarnando y radicalizando -junto al bloque económico que lo apoya- el inconsciente esclavista del Estado brasileño. El descuido sanitario de la población y la precarización económica de los trabajadores consuman el rasgo suicida que, según Safatle, es la gran novedad del Estado brasileño en su fase actual. El neofascismo no busca gobernar la crisis sino movilizar al país, según una racionalidad que proviene de sus estructuras necropolíticas, que considera sujetos a cuya muerte no iría ya ligado el luto ni el dolor. ¿Pesimismo ontológico u oportunidad urgida de pensar todo de nuevo?

 

Por su lado, el ensayista y profesor argentino Horacio González retoma y analiza con detenimiento el debate filosófico en boga, para referirse a los modos como los distintos discursos públicos abordan la crisis, trazando transversales que permitan crear un espacio de vacilaciones productivas introducidas por la novedad de las circunstancias -no necesariamente “acontecimientos” a la Badiou- y, al mismo tiempo, rescatar el filo crítico (esa función del pensar que Walter Benjamin identificaba con la advertencia de un “aviso de incendio”), amenazado o directamente ahogado cada vez que se moviliza la unanimidad salvífica de la población y su ciega identificación con el Estado. Aislado en su casa y desde el acuerdo con la decisión de la cuarentena preventiva, González se pregunta, sin embargo, por ciertas dimensiones de ensayo para leer la barbarie del control total que poseen estos experimentos sociales, abriendo el lugar para distinciones centrales (más próximas a las formuladas por Butler que por Agamben) entre los lazos colectivos -entendidos como cuidados públicos y sanitarios- y aquellos promovidos por la perspectiva securitista y policial, afines a cierta idea de una “guerra al virus”, expresión fomentada por el presidente francés. A esta distinción promisoria entre cuidados públicos y control, González añade la necesidad de distinguir qué máquinas productivas merecen ser reactivadas luego del impasse si, como cree necesario, se trata de salir de él poniendo en juego nuevos sistemas de traducción o interfaz no capitalistas entre hombre y animal (retomando al colectivo Chuang). Esto implica, en el ritmo de su escritura, una tercera distinción -hecha en amable discusión con textos del psicoanalista Jorge Alemán- sobre el destino de la metafísica. Esto último para Alemán resulta inseparable del gran movimiento hacia la muerte de la ciencia, la técnica y la economía capitalista, mientras que en González, al contrario, merece ser rescatada de ese movimiento, para encontrar en ellas ese poder de sustracción del mundo de la física sin el cual el propio pensamiento queda, como diría Henri Bergson, cerrado sobre la faz práctica de la existencia, sin percibir el Todo Abierto de la vida.  

 

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¿Qué elementos quedan en limpio a la hora de pensar en torno a este “objeto endemoniado”? En mi caso, adulto que vive en Buenos Aires y está, como todxs, obligado a un aislamiento que entiendo necesario, solo cuento con tres fuentes de insumos para pensar lo que sucede, por fuera de los afectos más íntimos: mis clases de filosofía y política en grupos de estudio, que ahora practico por medio de un dispositivo virtual; mis intercambios de impresiones con amigxs de otras ciudades; la actividad de edición del blog Lobo Suelto, que comparto con Facundo Abramovich y León Lewkowicz y que implica la lectura diaria de reflexiones diversas sobre el asunto.

 

Se trata de una reflexión que parte de confesar su propia ignorancia sobre las implicancias científicas y las consideraciones sanitarias que forman parte del gran cálculo de riesgos (una buena definición de gubernamentalidad biopolítica foucaultiana) que organiza hoy a cada uno de los Estados. 

 

Detecto tres rasgos principales en la experiencia subjetiva de la incertidumbre que acompaña a la pandemia. El primero es lo inédito (que no quiere decir sin antecedentes): las personas que conozco no vivieron algo comparable, a pesar de que en el pasado hubieron virus y pandemias amenazantes. Lo segundo, que deriva de lo anterior, es la inducción deliberada por parte de las lógicas preventivas de los Estados -cada uno según sus cálculos- de un estado de supervivencia, en que cada quien debe velar en una primera instancia por sí mismo, olvidar redes y estrategias colectivas de vida, antes de saber si contará con asistencia pública, antes, también, de saber cómo ser útil a lxs demás y de poder anticipar mínimamente el tiempo por venir. Lo tercero podría llamarse sincronía casi planetaria de las almas y las conductas, como no se veía desde hace décadas.

 

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El “Estado fuerte”

La interrupción de los circuitos de movilidad de tantos millones de personas conlleva una aparente suspensión de la temporalidad. Un examen rápido de la situación, sin embargo, alcanza para comprobar que no estamos ante un mero paréntesis ni mucho menos ante una detención del tiempo: asistimos, en realidad, a un colapso de las estructuras que sostuvieron la “normalidad” previa. La magnitud de la destrucción, aún por determinar, impone nuevas relaciones entre las palabras y las cosas, y entre las cosas y el dinero. El nuevo contexto ya no puede organizarse en torno a un llamado al orden, sencillamente porque las bases de aquel orden han sido seriamente perturbadas. Bajo el apacible paisaje de una ciudad ralentizada se presiente el movimiento hacia los extremos. Y es que tanto los partidarios de sostener a toda costa los esquemas neoliberales de reproducción social, como quienes advertimos su inviabilidad y deseamos su destrucción en beneficio de impostergables reformas radicales, necesitamos dar forma a mecanismos de intervención contundentes sobre una temporalidad en descomposición, apenas contenida por la cuarentena.

 

La cuarentena es, en este sentido, tiempo retenido o bien de elaboración pasiva, que evita un desenlace violento de las contradicciones presentes. Y, como tal, fue defendida en estos dias por el presidente argentino Alberto Fernández bajo la fórmula: “Es la hora del Estado”. Una vez más, y quizás esta vez de modo más justificado que nunca, el “Estado fuerte” emerge como figura aclamada. Pero se trata de un clamor recorrido por una ambigüedad asfixiante: el “Estado fuerte” no será más que una congestión de demandas contradictorias (salvar bancos y empresas o ponerse al servicio de una economía de base comunitaria), sin ser tan fuerte como para soportar la sobrecarga de una tensión tan insoportable. Es necesario tomar nota de las violentas contradicciones que se incuban en esa consigna, e intentar distinguir aquello que permite que por “Estado fuerte” entendamos una cosa -la salvación estatal de bancos y empresas, la extensión e intensificación del poder de control- o todo lo contrario a ella -un incremento de lo público capaz de hacer saltar la forma Estado tal y como la hemos conocido hasta el presente-. Esta contradicción extrema se hace presente a cada paso, al tiempo que la aclamada fortaleza del Estado está llamada a convertirse en fuerza de rescate de las dinámicas de la acumulación del capital, si es que no se asume desde el comienzo la necesidad de un nuevo lenguaje para asumir los criterios de su construcción.

 

Un ejemplo de la extrema tensión en la relación entre las palabras y las cosas, y entre las cosas y el dinero, se evidenció en el anuncio de Fernández de la primera prolongación de la cuarentena obligatoria. Por entonces, el presidente argentino explicó que priorizaba la vida, en términos de salud, a la economía. Acto seguido, los neoliberales, gustosamente subidos al clamor del “Estado fuerte”, respondieron con una pregunta supuestamente -o más bien, tramposamente- “materialista”: ¿No es la vida, acaso, también economía? ¿No es un error “idealista” del presidente priorizar la salud en detrimento de esta indispensable materialidad económica, cuando la vida depende por igual de ambas? Lo que interesa en este ejemplo es el modo como entra en juego la materialidad en el lenguaje, determinando la materialidad misma de la disputa. En la retórica de Fernández, priorizar la salud (“la vida”) implica defender el gasto público para afrontar circunstancias excepcionales, y “que los empresarios ganen menos” (en sus palabras). Para los neoliberales, que acuden siempre a las arcas del Estado, y lo hacen tanto con mayor violencia en tiempos de crisis, se trata, en cambio, de enseñar qué es la economía, definiéndola como producción de la materialidad misma de la vida (incluida la salud), movida irremediablemente por la valorización de capital.

 

En tiempos de crisis, los neoliberales aceptan la idea de un “Estado fuerte”, imponiéndole, sin embargo, una tarea y un límite. La tarea: salvar bancos y empresas, ya que no conciben la reproducción social por fuera de la reproducción de las categorías del capital. El límite: el gasto público dedicado en el pico agudo de la crisis a garantizar momentáneamente la reproducción social, por fuera de la lógica de producción de valor, no debe perturbar el reencarrilamiento de la dinámica social hacia la acumulación de capital. En definitiva, la fuerza del Estado fuerte es, para los neoliberales, un asegurador ante el serio peligro de desfundamentar la comprensión capitalista de la vida, de la cual el lenguaje de Fernández, que opone salud a economía, no se desembaraza.

 

Es esta la tensión (apenas tolerable) entre las palabras y las cosas, y entre estas cosas y el dinero, la que llama a recrear el punto de vista materialista de la crisis para atravesar la crisis. ¿Es sostenible, acaso, semejante oposición entre salud y economía? Alcanza con abandonar el diccionario neoliberal de las palabras en español para advertir que la propia dinámica de la crisis empuja, como indica Butler, a comprender “salud” y “economía” de un modo nuevo en el que ya no es posible oponerlas. No se trata de conciliar lo que los neoliberales llaman salud y economía, sino de llegar a captar el sentido que estos términos tienen en las luchas que entretejen la crisis. La recomposición del vocabulario es una premisa fundamental para volver inteligible un principio nuevo de recomposición de las palabras y de las cosas, y entre  las cosas y el dinero. En la medida en que toda forma de vida es un modo de producción, reconstruir el andamiaje público de servicios indispensables para crear vida humana bien puede ofrecer las trazas de una economía no neoliberal. Esto implica identificar la fuerza no meramente en el Estado sino en las fuerzas materiales del cuidado, desde la salud a la educación, hasta el conjunto de redes que permiten crear forma de vida, además de nuevos continuos entre vida humana y no humana.

 

Por otro lado, está el problema de cómo el lenguaje opera sobre el tiempo. ¿El clamor en favor del “Estado fuerte” será interpretado de modo restringido en un conjunto de medidas de excepción, destinadas solo a atravesar la crisis? O, por el contrario ¿se reconoce la existencia de un nuevo tiempo que reclama el diseño de instituciones de gobierno para una nueva época? Si contra el llamado “realismo capitalista”, que no imagina mundo más allá del capital, se ensayara una inspiración no neoliberal ni tampoco apocalíptica del tiempo de las luchas, tendríamos que responder a la pregunta: ¿cuáles serían, en este caso, las categorías con las que pensar estos nuevos diseños?

 

Además de recomponer una idea no capitalista de la economía, sostenida sobre la producción de servicios que creen forma de vida, la discusión filosófica en curso permite incluir en estos diseños dos distinciones clave por igual: la del continuo entre vida humana y no humana, que no puede prescindir del cuestionamiento de la actual interfaz capitalista con la vida animal (de la que habla de modo preciso el colectivo Chuang); y la distinción entre control (el paradigma biopolítico reforzado en la utopía occidental de un modelo “oriental” -en los términos de Byung-Chul Han-) y los cuidados públicos, base comunitaria sobre los cuales pueden pensarse de aquí en más las relaciones de gobierno.     

 

Si algo define la aparente calma del momento es la espera a la activación de nuevas fuerzas. El fin del mundo que hemos conocido y, en general, el deseo de aniquilar las estructuras sobre las que hasta aquí se apoyó la normalidad, llevarían a pensar esas nuevas fuerzas más allá de la idea-Estado hasta aquí conocida, para experimentar con nuevas instituciones comunes, a partir de un reverdecer de la crítica de la economía política tal como la vienen practicando diversos movimientos sociales en lucha. El Estado fuerte activa mecanismos de salvación excepcionales, que bien se podrían convalidar como regularidades habituales para el tiempo que viene. Pasando del aislamiento impuesto por el aparato de coerción, al mismo aislamiento pero regulado por la reflexión comunitaria de los cuidados; del gobierno del miedo a la contemplación de los lenguajes con los que pensar lo que viene; una reflexión que bien puede estar extendiéndose de una imagen restringida a una ampliada de los cuidados públicos (abarcando las formas de producción, circulación y consumos).

 

Las fuerzas que esperamos,  si no quedan secuestradas en el mito de un Estado salvador del capital, remiten, en términos políticos, a un reencuentro con los fundamentos del poder colectivo y los mecanismos de creación de igualdad que en nuestra historia corresponden con el lenguaje de la revolución. Marx escribió que la revolución opone cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad a los modos de propiedad que en determinada fase lo bloquean. Las revoluciones, sobre todo, son momentos de conmoción general, en las que se agitan las condiciones económicas de la producción. Pero también son tiempos en los que se derriban las formas jurídicas, políticas y religiosas, artísticas o filosóficas con que las personas nos explicamos los conflictos. Se trata de un pensamiento muy riguroso, que combina la dimensión objetiva de la crisis con los modos subjetivos de procesarla. Más aún, la crítica de la economía política, como lo vio con toda claridad Georg Lukács, tiende a cancelar la distinción entre lo objetivo y lo subjetivo, reintroduciendo la subjetividad común como nueva fuerza reorganizadora del conjunto. Marx creía que la humanidad jamás se planteaba enigmas que no pudiera resolver. Quizás sean estas preguntas que nos hacemos el preciso valor de este momento.

 

 

El virus y el terremoto bajo el pavimento de las finanzas // Biagio Quattrocchi y Paolo Scanga

 En un artículo previo a la irrupción del Covid-19, Quatrocchi reflexionaba sobre las tensiones ya al límite en Europa, y en general en Occidente, luego de más de 10 años de austeridad neoliberal incrementada desde la crisis subprime, y sobre la inminencia de un giro en la gestión de la political economy, reclamando un ciclo de luchas transnacionales que lo pudiera cualificar. Este artículo da cuenta del profundo impacto de la emergencia pandémica en ese escenario previo.

 El virus y el terremoto bajo el pavimento de las finanzas

 La difusión del virus y la activación de las medidas de enfrentamiento adoptadas por cada estado separadamente, producirán una crisis económica y financiera de vastas proporciones y de rasgos inéditos. Solo un programa de luchas transnacionales para el apoyo a los ingresos y un amplio plan de “socialización de las inversiones” a nivel europeo puede hacer la diferencia para una Europa post liberal.

18 marzo 2020

El 12 de marzo el índice Ftse de la bolsa de Milán cayó 16,92%: el peor resultado diario de su historia. Contemporáneamente, el Dow Jones concluyó las transacciones igualando el récord negativo de 1987, superándolo en términos de puntos absolutos. Desde el inicio de la difusión del virus, todos los otros índices bursátiles internacionales están consignando pérdidas enormes, sobre todo de los títulos bancarios y de transporte. A estos se añade otro dato sobre el cuál los analistas están focalizando la atención, este es el Chigago Board Options Exchange y sus transacciones, mejor conocido como índice Vix o “índice del temor”. El Vix mide la volatilidad implícita en las acciones del S&P 500, y ha registrado incrementos de vértigo, cercanos a los niveles registrados en tiempos de la quiebra de Lehman Brothers. Incluso si está focalizado sobre los EEUU y sobre las firmas más grandes, el índice está bajo vigilancia de todos los traders del mundo. Un aumento repentino del Vix es, por si solo, la indicación de la reapertura del baile en las bolsas.

¿Estamos de frente a una nueva crisis financiera? No se puede descontar aún. Pero aquello que nos interesa subrayar no son tanto los puntos de convergencia respecto a la crisis subprime u otras crisis financieras hasta aquí vividas, cuanto la radical diferencia. Es fácil también notar que no se trata de las primeras señales de inestabilidad post 2008, basta pensar en el ataque especulativo a los títulos de Estado entre 2010 y 2012, o el impacto negativo del referéndum del Brexit del 2016.

La novedad de frente a la cual nos encontramos es que, todo sumado, cuanto acontece en las bolsas no es el centro de la crisis. Después de cinco años de políticas monetarias fuertemente expansivas de parte de las principales bancas centrales, tasas de inflación de cerca de un punto porcentual a nivel mundial (exceptuando los países emergentes), un régimen de tasas de interés en muchos casos todavía caracterizado por valores negativos, podemos decir que nos encontrábamos ya –incluso antes de esta fase- en una situación particularmente inestable. Bajo las cenizas del Quantitative Easing se ocultaba la inquietud de los operadores financieros, que en posesión de ingentes cantidades de liquidez estaban incesantemente a la búsqueda de rendimientos mayores, operando en los países emergentes y adquiriendo títulos a más alto riesgo. No obstante ello la política monetaria había logrado, hasta este momento, suavizar o meter bajo el mantel estas tensiones.

Lo que es claro ahora, en cambio, es que las medidas monetarias expansivas adoptadas por las bancas centrales se revelan insuficientes para contener los actuales quebrantos bursátiles: son 38, de los cuales 29 desde febrero, los recortes del costo del dinero de parte de varios bancos centrales solamente en el 2020. Después de un período breve de alza de tasas,  el BCE no excluye que seguirá a los otros banqueros centrales. Pero a diferencia de antes, la “bazooka” monetaria se revela un arma ineficaz: los márgenes de maniobra para los recortes son extremadamente limitados. Basta pensar que el domingo 15 de marzo la Reserva Federal, temiendo una nueva semana de shocks ha anunciado un nuevo recorte de las tasas y el recomienzo del QE por 700 mil millones. El día después Dow Jones, Nasdaq y S&P 500 colapsaban por 12 puntos porcentuales.

Las especulaciones a la baja a las cuales asistimos en las diversas bolsas mundiales, no están desligadas obviamente de las tensiones de la economía real. Más bien aparecen como operaciones que intentan compensar las pérdidas esperadas sobre las ganancias, con la acumulación anticipada de plusvalías financieras.

De lo real a la finanza y retorno

Luego, a diferencia de la crisis global del 2008, la inestabilidad a la cual asistimos tiene origen en la economía real. Para no ser malentendidos es útil añadir que la inversión de las cadenas de transmisión, de la economía real a la finanza, no anuncia ningún nuevo predominio de lo “real”, y ni siquiera la señal que devuelve al capitalismo financiero a su antigua función de “capital ficticio”. En todo caso tales evidencias confirman que, en la actual configuración de la “economía monetaria de producción”, los shocks –de cualquier origen- están destinados a distenderse sobre el capital total.

La novedad relevante no reside siquiera en la magnitud del impacto que la pandemia tendrá sobre la economía, si no en su transversalidad y pervasividad. Al interior del debate mainstream, desde Richard Baldwin a Kenneth Rogoff, solo por citar algunos ejemplos, se ha difundido la convicción que la expansión del Covid-19 y la política de su contención de China y de los otros países, generarán costos tanto sobre la demanda agregada cuanto (sobretodo) sobre la oferta de bienes y servicios. Una realidad que nos vuelve a traer un problema incluso del terreno de la historia económica contemporánea, del cual podemos obtener eventuales enseñanzas.

Ni el crack del 1929 ni menos la crisis petrolera de 1973, ni siquiera las crisis más recientes constituyen ejemplos válidos. Se necesita quizás, con la necesaria prudencia, recurrir a la evocación de las guerras, a la 1ra y 2da Guerra Mundial, para encontrar situaciones en las cuales tensiones sobre la demanda son acompañadas de la destrucción de capacidad productiva del lado de la oferta.

Tiene razón Sandro Mezzadra en decir que una metáfora adecuada para describir la situación actual del capitalismo global es la de “obstrucción”, una instantánea que fotografía los problemas que se registran por el lado de la oferta de bienes y servicios. El bloqueo de la producción china entre enero y febrero, en la fase aguda de los primeros focos, ha abierto el baile atascando las cadenas logísticas de aprovisionamiento global de las empresas, con graves consecuencias sobre el comercio internacional y difusos bloqueos de la acumulación al interior de las cadenas globales de valor. Sólo la provincia de Hubei explica un cuarto de la producción mundial de los cables de fibra óptica, y está especializada en la fabricación de microchips avanzados, utilizados en diversos continentes en el ensamblaje de la telefonía y de otros ingenios.

El freno de la producción ha generado efectos en cascada en otras áreas del planeta como consecuencia de la extensión de las cadenas productivas, en la misma Asia oriental (Corea del Sur, Taiwán, Vietnam, Malasia, Singapur), hasta arribar a Europa (Alemania sobre todo) y los EEUU. Los datos UNCTAD añaden que las exportaciones de bienes intermedios utilizados por otros países como input han subido de ser el 24 % del total de las exportaciones chinas en 2003 al 32 %  en 2018. La propagación del virus a los otros continentes (Europa, EEUU, Rusia, etc.) obviamente ha empeorado enormemente la situación, extendiendo el fenómeno a otras cadenas del valor global más allá de las TIC, con el involucramiento de las automotoras, las textiles, hasta algunos compartimentos de los servicios (turismo, transporte aéreo, etc.), que en algunas economías tienen un peso a no desestimar.

La “constricción”, el “racionamiento”, la ruptura del “flujo tenso” en los intercambios –condición fundamental en la logística global y en el modo de producción actual-, arriesgan ser solo una parte del fenómeno. La cancelaciones de órdenes, el alargamiento indefinido de los tiempos de entrega, los problemas de liquidez que experimentarán progresivamente las empresas por la falta de realización en el mercado, no se puede descartar que se transformen en una verdadera y propia destrucción de capacidad productiva en algunos sectores, que es siempre también destrucción de fuerzas productivas.

El discurso relevante para nosotros es que cuando se asume la perspectiva de las cadenas de suministro, es porque en realidad se quiere hacer las cuentas con la “multiplicación del trabajo”, estos es con la explosión de formas diferenciadas de explotación a lo largo de las cadenas. Y es inevitable que las tensiones apenas descritas, comprendidas las iniciativas que algunos grupos industriales asumirán para reconstruir los nexos “trizados” de esta infraestructura capitalista, serán cargadas primero que todo sobre las componentes de fuerza de trabajo menos resguardadas y más débiles sindicalmente, con inevitables diferenciaciones también sobre el plano geográfico.

Si pasamos al lado de la demanda no se puede descuidar que la pandemia global se inserta en un cuadro altamente inestable, signado por el débil crecimiento norteamericano, por un sustancial estancamiento europeo con fuertes diferencias internas (por ejemplo entre Alemania e Italia), por la ralentización del crecimiento chino. A lo que se agrega las tensiones comerciales entre China y EEUU y la guerra de los aranceles, las tensiones entre los productores de petróleo (Irán-EEUU), así como el horizonte comprometedor de la catástrofe ecológica. Partiendo de los relevantes cambios imprimidos al capitalismo global por la última crisis, debemos recordar que hemos salido de esta larga fase sin que las élites económico-políticas hayan logrado sustituir eficazmente el precedente “motor del crecimiento”, representado sintéticamente por la expresión “keynesianismo privatizado”, con un sistema igual de estable (relativamente).

En estas horas signadas por el riesgo del contagio, los economistas mainstream se obstinan en ver solo una parte del problema, ciertamente de no descuidar. Los más honestos apuntan que las medidas de contención epidemiológica producirán un probable aumento de la desocupación y un ulterior crecimiento de las desigualdades. Fenómenos que terminarán por impactar sobre la demanda agregada a través de la contracción de los consumos, y se presentarán de manera “diferida” en tiempos más largos, bastante más allá de la cuarentena.

Lo que no ven estos señores, porque sus teorías no le permiten verlo, es que las tensiones sobre la demanda tienen una raíz todavía más profunda, que va más allá del problema del consumo de las familias. Olvidan que los problemas de la naturaleza, de la ecología a las pandemias, no son accidentes casuales. Antes bien son siempre manifestaciones de dramas preparados históricamente, en todo caso de modo inconsciente, pero siempre fruto de actividad humana y de las elecciones que conciernen directamente al contenido de las inversiones: qué, cómo y cuándo producir.

Son eventos que se presentan como la materialización de un imprevisto que descompagina los planes, y sin embargo, son realidades que descienden de elecciones políticas y económicas acumuladas en el pasado. Y es entonces sorprendente escuchar afirmar a insospechables economistas norteamericanos “la recesión es una necesidad de salud pública”. Para defender a la salud pública, la reproducción de la sociedad, para contener las muertes y la morbilidad, deviene para estas personas “objetivamente” inevitable asumir el riesgo de la caída de la demanda agregada norteamericana.

Se trata de una expresión que por sí sola describe bien la contradicción en la que están actualmente las economías capitalistas. Después de cuarenta años de políticas neoliberales, de contracciones de las inversiones para el welfare state, de recortes a los gastos para la sanidad pública, de recurso continuo a las privatizaciones, un evento incalculable como la pandemia vuelve dramáticamente evidente aquello que nos han enseñado las feministas, esto es que la “reproducción social” viene siempre primero que la “reproducción de la economía”.

El coronavirus, en ausencia de sólidas instituciones sanitarias públicas y gratuitas, deviene una amenaza para la continuidad de las relaciones sociales y para todo aquello que tenemos en común en nuestra vida. Muestra cuanto los sectores así llamados “antropogenéticos”, aquellos fundados sobre la “producción del ser humano por medio de seres humanos”, los campos del “cuidado” recíproco como la sanidad, son fundamentales también para el funcionamiento de la economía. Haber privado a las sociedades de las instituciones del welfare state universales, significa ahora poner a dura prueba la cooperación social difusa, el intercambio relacional, como motores y sustancia ontológica sobre la cual se fundan los modos contemporáneos de producción capitalista.

 El virus y Europa

En su último discurso a la nación Macron ha puesto mucho énfasis en parangonar la pandemia a una guerra. La alusión al evento bélico es funcional también para iluminar el enfrentamiento entre diferentes modalidades de gobierno regional y global, lo que está abriendo escenarios mundiales del todo inéditos. Por un lado Xi Jinping, en un desafío de notable dimensión a las democracias liberales, ha experimentado una forma de contención de la epidemia que no tiene parangón en la historia humana. Del otro los neoliberales angloamericanos Trump, Johnson y Bolsonaro, guiados por la convicción cínica e infame que el mercado y la sociedad se autorregulan, están dispuestos a no intervenir frente a la pandemia: “no te preocupes y continúa”. Se trata de dos modelos alternativos, dos “formas” del gobierno del mundo radicalmente opuestas y en lucha por la hegemonía global que comparten un rasgo común: han recurrido y recurrirán planificada y estructurado a las plataformas digitales, a las app de escaneo biomédico y al big data. Enormes empresas financieras como Alibaba o Walmart se presentan como pernos del desafío geopolítico y geoeconómico antipandémico.

En esta polarización, Europa asume una frágil e inestable tercera posición, sea en las prácticas médico-sanitarias en respuesta al virus, sea respecto a las consecuencias econonómico-sociales correlativas. Una vez más la Unión Europea no logra definir una respuesta homogénea a la expansión de la epidemia: países como Italia, España, Francia pero también Alemania han conocido diferentes tipos de “excepción”, que evidencian los niveles de poderes y contrapoderes, constitucionales y sociales, diferentes entre los Estados miembro. Por otro lado, sin embargo, si bien de modo no armónico, se está intentando (mirando sobre todo al eje franco-alemán) diseñar una línea alternativa al desafío global supuesto por la opción tecno-autoritaria china y angloamericana. Una respuesta que tiene sus raíces en la constitución ordo-liberal, sin dudas, pero que podría abrir, ciertamente no por la voluntad directa de las tecnocracias europeas, escenarios distintos para el futuro de Europa.

De frente a la crisis pandémica, la gobernanza europea se ha visto constreñida a modificar algunos de los parámetros europeos, como la suspensión del Pacto de Estabilidad, confirmando como se ha dicho la línea de la política monetaria expansiva. Ambas medidas que muestran un doble rostro. No seremos nosotros, ciertamente, quienes nos enojemos por la suspensión de uno de los pilares más rígidos de la constitución material europea, pero por otra parte, en ausencia de un inmediato acto de coraje de parte de las instituciones europeas se arriesgará solo ver cristalizadas las relaciones de poder entre los países europeos, ya muy presentes en el Tratado de Maastricht. 

La exaltación del ministro del Tesoro italiano Gualtieri al anunciar que “hemos decidido utilizar todo el endeudamiento neto autorizado por el Parlamento de 25 mil millones de euros”, revela toda la impotencia en la que se encuentra el sistema Italia, en ausencia de una solidaridad europea. No obstante alguno, mintiendo mientras sabe que miente a un país inmovilizado por la difusión del virus, diga que tal inversión inicial estimulará un flujo financiero total de 350 mil millones, aludiendo a un multiplicador del gasto público simplemente irreal. Además, tras los límites de la respuesta italiana, se trata de sumas calibradas sobre poco más de nueve semanas y del todo insuficientes para ser consideradas estímulo suficiente para un PIB que, en las mejores hipótesis, proyecta una caída de 2,5 %, con una crisis cuya pervasividad esbozamos antes. En suma, el “dique” promovido por Conte no es mucho más que un parche frente a un huracán.  

Con mayor razón si estas cifras se contrastan con la propuesta alemana de inyectar 550 mil millones de euros, como estímulo económico para empresas y welfare. Esta asimetría nos autoriza a decir que, incluso si se suspende temporalmente el Pacto de Estabilidad, estando así las cosas, no hay manera de modificar las relaciones de fuerza internas a la estructura europea. No hay ni siquiera ningún nexo causal que prevea una salida “progresista” en esta solución: la historia, al contrario, nos ha enseñado que incluso las sociedades más reaccionarias han hecho amplio recurso al gasto público en déficit. La evocación continua al momento bélico nos constriñe a recordar que tampoco todos los tratados de paz son indoloros. Solo una robusta y rápida redefinición de la political economy a nivel continental nos podría salvar de una profunda y dolorosa recesión.

 El contagio de las luchas

Las medidas adoptadas en estas horas por los principales países europeos, incluso en sus relevantes diferencias internas, las cuales ya esbozamos, parten de una común lógica política en la cual control social, moral de la responsabilidad individual, vigilancia común sobre las desviaciones y atenuación de la clausura de la actividad productiva, representan algunos rasgos fundamentales. Sobre este inestable balanceo, entre contención de la circulación de las personas, defensa de la salud pública y continuidad de la acumulación, intrínsecamente contradictorio, potencialmente explosivo,  se juega la perspectiva del modelo de sociedad post-coronavirus, a diferencia de cuanto proponen Johnson en UK, Trump en USA, o incluso en China.

Mirando a Italia, la afirmación de este modelo no se ha desarrollado ciertamente de manera espontánea, ni es el resultado de alguna superior civilidad europea; antes bien ha sido el fruto de los agobiantes y cínicos reclamos de Confindustria por no interrumpir la producción, de un lado, y del débil rol de los sindicatos confederales del otro, que con una lógica de rasgos esencialmente corporativos, han terminado por sellar un protocolo sobre la seguridad ante la epidemia débil, por decirlo suave. Pero mientras las centrales sindicales han tentado de contener por todas las vías las reacciones, desde abajo los trabajadores y trabajadoras de la manufactura y la logística han promovido iniciativas espontáneas de huelga, que las mismas centrales confederales en algunos casos se han visto constreñidas a validar, solo para no perder el control de los sitios productivos.

La alusión de la Comisión Europea al “cuanto tenga que ser” del gasto público y la inestabilidad constitutiva del modelo social que emerge del gobierno de la emergencia, puede abrir inéditos espacios de lucha. Es lo que está sucediendo y puede profundizarse en Francia, donde las intensas luchas de los Chalecos Amarillos han construido una trama de contrapoderes, en la cual no faltan inéditos procesos de politización entre los médicos y doctoras, enfermeras y enfermeros, o entre los operadores de otros espacios del welfare (como escuela y universidad). O incluso lo que en Italia está representando la concentración de primeras reflexiones y energías en torno a la campaña por la Renta de Cuarentena, que ofrece la posibilidad de abrir brechas en los sistemas workfarísticos, completamente inadecuados para la gestión de esta fase.

En el drama del coronavirus se ha impuesto una coyuntura que no se presentará más del mismo modo, y la política de las y los subalternos es siempre y sólo política de la coyuntura; ahora son las élites europeas quienes reconocen que se necesitan inversiones públicas en algunos campos del welfare. Necesitamos orientar estas opciones a través de las luchas, hacer emerger necesidades, campos de aplicación, soluciones concretas en la esfera de “los cuidados”, del mutualismo, de la solidaridad y de las instituciones de la reproducción social. Porque una cosa debe ser clara: sin luchas, sin presiones sociales desde abajo, no hay motivo alguno para pensar que el gasto público sea necesariamente suficiente y bien orientado.

La reivindicación de un Ingreso de Cuarentena constituye un primer campo de tensión; precisamos reafirmar la necesidad de una medida de apoyo a los ingresos no workfarística, incondicional, orientada a la autodeterminación de las y los sujetos, adecuada a la intensidad de la crisis y destinada a continuar mucho más allá del período de contención de la circulación de personas.

Al mismo tiempo es decisivo relanzar la imaginación de una Europa post-liberal. Y entonces no alcanza como ya recordamos el uso limitado de la flexibilidad presupuestaria, diferente para cada país. En cuanto a lo fundamental y deseable, ni siquiera bastaría la introducción de sistemas de tasación sobre los patrimonios para financiar inversiones públicas. Precisamos al contrario superar los límites del gasto público nacional, reclamar un presupuesto europeo para hacer saltar a través de las luchas el desequilibrio competitivo entre las áreas internas a Europa.

Servirán verdaderas y justas medidas de “socialización de las inversiones” a nivel continental en el campo del welfare y del ambiente, financiadas mediante  la emisión de títulos europeos con la coordinación de un banco central con funciones plenas de prestador de primera instancia. En el campo de la política monetaria se asiste incluso a un retorno de propuestas en torno a la idea neoliberal de helicopter money. Es una idea que iría forzada, llevada contra sus propios límites. Si sirve distribuir moneda para llegar en profundidad a la sociedad de la crisis, que se redistribuya a los ciudadanos y no a las empresas, como se hizo en Hong Kong en esta fase. Para hacer esto son útiles los cuerpos, las iniciativas, el pensamiento y el deseo de cambiar. Entonces no toca otra cosa que probar organizar lo imprevisto de la lucha, ojalá más allá de los angostos espacios nacionales.

Traducción: Diego Ortolani

Fuente: https://www.dinamopress.it/news/virus-terremoto-pave-della-finanza/

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