Anarquía Coronada

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dos años de Macri

¿POR QUÉ GANÓ MACRI? // Ramiro Guggiari. Sobre Fuerzas Silvestres -Silvio Lang. Teatro Nacional Cervantes

Necesitamos seguir sin aceptar lo que pasa, entender que a partir de mañana no puede ser un día más, necesitamos saber que estamos en guerra y atravesados de palabras inútiles, de una cantidad demente de palabras e imágenes que al pedo nos tranquilizan. Necesitamos que el cuerpo hable, que la excitación sea incontenible, dormir mal, que el miedo nos guíe, ser bellamente resentidos y esta vez no retroceder.
“Necesitamos”, Diego Valeriano

 

Rancière habla de un teatro de los pensamientos en un texto breve pero enigmático. Siempre es enigmático hablar del pensamiento. Hoy vi a una obra de teatro pensar. ¿Qué es pensar? Pregunta dura y misteriosa. ¿Una obra de teatro piensa, puede pensar? La obra que acabo de ver, piensa, por ejemplo, sobre la pregunta: ¿por qué ganó Macri?, ¿por qué ganó Macri, ese 22 de noviembre de 2015, si la década estaba ganada? La gran pregunta que todo el pensamiento político argentino debería hacerse por lo menos durante varios años. Desconfiemos, en primer lugar, de toda respuesta fácil, conocida, sencilla, repetida. Desconfiemos de toda respuesta que no incorpore el misterio de la pregunta, es decir, que se presente como un saber, y no como un pensamiento. El que piensa no sabe, no explica (y si explica, sus explicaciones no explican nada). No sabe nada, se banca no saber (y hay que bancarse no saber). Navega. Viaja por significantes, imágenes, cuerpos, afectos, formas, navega el río del abismo, la nada asignificante, se banca la angustia de esa nada: y cada tanto, produce, así, nuevas constelaciones, condensaciones, que serán conceptos, fórmulas, sentidos, tal vez instantáneos, tal vez duraderos. Fundará recorridos, el pensamiento. Asociaciones, relaciones impensadas, desplazamientos, marcas. Se trata de una fuerza inconsciente. No cualquier obra piensa. Pero hay muchas que saben. Una obra puede saber mucho y pensar poco y viceversa. Para materializar lo que todavía no existe, hay que tener nada, un pedazo de nada, una sin-relación, una actitud dadaísta.

Un verdadero artista no es ese que nos gusta. No es ese de cuya obra salimos para decir: “qué buena obra”. Un verdadero artista nos hace preguntarnos qué carajo es eso que acabamos de ver: y sobre todo, ¿en qué nos implica?, ¿qué hacemos con esto?, ¿nos enojamos? Nos alejamos de la sala mascullando, sin verdades, abismados. Hay que tener una suerte de valentía, para sostener esa sin-relación, una especie de caradurez. Una fuerza propia. No una fuerza que vendría desde otro lugar.

Pensar por qué ganó Macri no es hacer sociología. No en esta obra. No para Diego Valeriano, no para Silvio Lang, no para las princesas del asfalto. Pensar por qué ganó Macri ese 22 de noviembre de 2015, es hacerse cargo de que a Macri lo votamos todos, que había ganado mucho antes, y que no nos dimos cuenta. Es dudar de lo que creíamos. El arte tiene su propia manera de hacerse estas preguntas. Se trata de una investigación sensible. “Macri nos re cabio”. No sabemos qué significa eso. “El votante pobre de cambiemos tiene odio de clase”. Son frases extraídas de los poemas políticos de Diego Valeriano. Acá estos enunciados ruedan a través de una multiplicidad heterogénea de gestos, movimientos, materialidades. Una palabra que (por el modo de construcción enunciativa de Valeriano) ya es revulsiva, porque sale dicha desde las tripas, ya es onírica, inconsciente, acá se potencia y se amplifica en una puesta en vómito, puesta zombi, postapocalíptica: puesta de la potencia de la muerte. Entonces, cualquier evidencia de sentido queda instantáneamente suspendida. Ya no podría permanecer en pie el significado de la palabra “pobre”, o de la palabra “votante”: otras materialidades han venido a cruzar la palabra. La indagación política de esta puesta en escena es fundamentalmente material, sensible. Ahora ya no son dos o tres imágenes las que aparecen con la palabra “clase”: son cien, se multiplican; y nuevas posibilidades de combinación de imágenes son posibles: nuevos sentidos aparecen. La puesta en escena de unpensamiento (y no de un saber) político.

En el teatro nos falta fiesta, nos sobran seguridades. Nos falta una rebelión. Nos falta gritar que hay cosas que están muy mal, y dejar de ser buenitos, posta decir dónde estamos parados. Llorar que no sabemos qué hacer. Dejar de ser tan caretas, por favor. Necesitamos saqueos y quemar una pila de patrulleros. En el teatro también, necesitamos saqueos, agite y fiesta. Necesitamos no entender, dejar de hablar de las cosas que sabemos, y de las obras que nos gustaron, y empezar a hablar de las que nos dejan sin saber qué decir, las que nos dejan balbuceando, como idiotas, mientras, íntimamente, sabemos que eso que decimos no es lo que queremos decir. Y que se produzca un silencio y un ataque de rabia y de calentura: que se escurra entre las axilas y se esparza por la nuca, que se te humedezca todo el cuerpo y la cara se ponga tensa, y te rías como tarado tratando de relajar, y que cuando quieras decir que ya pasó, sea mentira; que no pasó nada, que todo está ahí. Eso es pensar para mí. Sólo así se piensa, en guerra, con la cola abierta. Lo demás, son los saberes que repetimos. Pensar es horrible y profundamente erótico. Se piensa excitado, se piensa sin razones; fundamentalmente, se piensa intranquilo.

Los zombis ya murieron. Nada tienen para decir; como los condenados, los locos, los que no le adeudan nada al sentido. No explican: reivindican. Sus enunciados son pura performatividad. Como los muertos: la inmanencia de una vida desnuda.

 

CAMPO DE PRACTICAS ESCÉNICAS

http://campodepracticasescenicas.blogspot.com.ar

Tenemos // Diego Valeriano

Tenemos cosas que no sirven para nada, miles de marchas, posteos, banderas, lecturas e indignaciones. Tenemos la urgencia de decir algo, de acomodar lo que pasa a lo que ya creíamos, tenemos sábados enteros intentando que algo cambie, tenemos la necesidad de escucharnos y leernos. También tenemos remeras, un diciembre que casi se pudo, recitales gratuitos, mártires que ni conocimos y universidades populares.

Tenemos ganas de insistir a pesar de no ganar nunca, de festejar derrotas, de redimir a los demás, de hermanarnos con los oprimidos, de decir que nos gustaría vivir en La Matanza, de justificar cualquier cosa, de cometer delitos sin dejar de estar cómodos, de hacer talleres, de sentirnos bien diciendo que todo es político y también tenemos posteada una foto de una nena con un cartelito en la última marcha del 24.

Tenemos presos políticos, escritos urgentes sobre la revolución, militantes que dicen ser amenazados, desaparecidos, bibliotecas populares, discusiones estériles y un Che en algún rincón del departamento. Tenemos amigas que hablan de pedagogía, gente que habla por los demás, muestras de arte comprometido, miedo en Laferrere por la noche y la necesidad de mirarle la biblioteca cuando visitamos a alguien.

Tenemos que darnos cuenta de que los cambios nunca se producen como planificamos, que hay más vino y sustancia que otra cosa, que ya estás grande para sostener los dedos en v en cada foto. Tenemos que dejar de creer tanto en eso que leímos, en el heroísmo, en nuestra voluntad y más en los guachos. Tenemos que entender que solo somos parte de una constelación de afectos, que hay que estar para cuando sea necesario, que todo esto es pura suerte y que organizarse está bien, pero que tampoco es para tanto, solo hasta ahí nomás.

Tenemos dos años de Macri, que hacernos cargo que todo esto nos re cabió, que al final el gordo ortiba de la rotisería tenía razón, que nada alcanza, que nada sirve, que tal vez sea hora de cambiar porque ya no convencemos a nadie, aunque el algoritmo de Facebook nos haga creer otra cosa.

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