Anarquía Coronada

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Diego Valeriano - page 2

El que compra el libro de Cristina // Diego Valeriano

Opina de Venezuela, de las Lebacs, los chalecos amarillos, los atentados en Sri Lanka, la ley de medios y la interna en la AFI. En la guerra comercial entre China y Estados Unidos sin dudarlo está del lado de China. Cree que si esta cárcel sigue así todo preso es político y cualquier cosa que no coincida con sus ideas es neoliberalismo o le hace el juego a la derecha.

Admira a Putin y llamativamente repudia a Bolsonaro. Discute en el 15 de la sobrina con quien haya votado a Macri y cuando se pone en pedo canta la marcha a los gritos buscando aliados a los empujones. Me explica, con raros argumentos, que no es el mismo caso el de Santiago que el de Luciano y a pesar de viajar en el Sarmiento insiste que la masacre de Once fue culpa del maquinista.

Tiene fácil la palabra traidor, termea fuerte y cree que movilizar a plaza de Mayo es un estado superior de la lucha política. Putea a la CGT y a cualquier gremio que no haga un paro por tiempo indeterminado para derrocar a Macri, sueña con saqueos a los que no iría, porque no serían como sueña. Es un chabon de cuarenta que usa pañuelo verde en la mochila, es casi troska, casi ricotero, casi enfrento a la infanteria en una marcha, casi siempre es estatal o psicóloga.

Es industrialista, latinoamericanista, anti milicos, pro cubano y quiere que todo esté despenalizado. Es buena onda, solidario, amigo, pilla, aguante todo y jamás se para del lado de los ortibas. Banca fuerte a Madres y abuelas. El Diego antes que Messi, siempre.

No se hace cargo que el consumo libera, que lo mejor de Cristina fue esa alianza difusa con los guachos y la ausencia absoluta del Estado en extensos territorios hasta que se volvieron inaccesibles, ingobernables, vitales. Está dispuesto a dar la batalla cultural, bancar a la jefa, fiscalizar en donde sea y un montón de cosas más para que se vayan estos chetos arruina guacho, pero ni se imagina lo bravo que se va a poner todo una vez que gane ella.

Mejor ser peligroso que estar en peligro // Diego Valeriano

Si los pibes no fueran peligrosos ¿por qué se reúne el gabinete psicopedagógico tres veces por semana? ¿Por qué alguien quiere ser profesora de historia y generar conciencia? ¿Por qué existe un organismo que se encarga de diseñar y ejecutar políticas de promoción? ¿Por qué hay talleres de embarazo adolescente, un régimen penal juvenil, reuniones de educadores, programas de Desarrollo Social, patios abiertos, planificaciones y becas?

Son peligrosos cuando rompen la noche por Rivadavia aunque ya sea de día, cuando el transa no les contesta y lo van a buscar al barrio. Cuando la locura no baja, cuando la manija es insoportable y le roban la garrafa a la vecina. Cuando no se quieren ir de la ranchada hasta que la ley no salga. Son bien peligrosos cuando descubren que el negocio puede ser de ellos y de nadie más que de ellos, y en los bloques estalla la guerra.

Cuando matan, cuando tiran, cuando se ponen bien pillos. Cuando riman las verdades que pasa en los pasillos. Cuando sueñan mover kilos, cuando hay billete de a montones, cuando la noche es toda de ellos y al volver sacan los parlantes a la vereda. Cuando la venganza es bien piba, bien silenciosa, bien pilla. Cuando corren en shores con el fierro en la cintura, cuando se clavan los shores bien arriba. Cuando entrás el auto y el miedo manija se apodera de vos. Cuando esos ojos negros te cruzan en el bondi.

¿Por qué hay psicólogas, trabajadores sociales, psicopedagogas, policía local, técnicos en recreación, gendarmes en los trenes, maestras, requisas en las plazas, educadores populares, doñas con miedo? ¿Por qué esa insistencia con promesas de futuros venturosos?

Negar la peligrosidad es negar su vitalidad, su manija, su capacidad de enfrentar lo que los mata, su runflerío, sus modos desquiciados de ser cada vez. La posibilidad permanente que tienen de fabular el mundo, de revelarse. Es otra manera de controlar, de contener, aunque sea un poco, eso que nos desborda y nos deja careta. Es otra forma del miedo.

Cuando no aceptan como opción ni estudiar, ni quedarse en el barrio, ni viajar dos horas, ni saltar del bondi al tren y de ahí a mulearla diez horas. Cuando se ríen de los que hacen dos cuadras de cola para conseguir un trabajo, una changa, una mierda. Cuando burlan a los que marchan por el plan y el bolsón.

Mejor maldita, atrevido, zorra, verdugo, desertora. Mejor ser alguien y aprender a caminar. Mejor ser peligroso que estar en peligro. Mejor ser transa, trapero, chorro, puta que esperar a terminar la escuela, que tener 15 días de vacaciones, que ir a aburrirse al centro comunitario. Vagar antes que Glover, preso antes que ortiba, caminar la colectora antes que limpiar por 100 mangos la hora en alguna casa del barrio.

Síndrome de Estocolmo // Diego Valeriano

Adriana empieza el día temprano, toma unos mates con Alejandro antes que él salga para el laburo y le cuenta que va a venir Mauricio. Adriana es una traidora y Alejandro, ay Alejandro. La única que zafa es la nenita, ella no traiciona, no es cómplice, no habla de transparencia, ni se come las giladas de la madre. La pibita mira con esos ojos enormes a Macri, lo mira como miran las nenas que saben todo  y por eso en mitad del video la sacan.

Adriana justifica, comprende, banca en esta etapa. Banca porque entiende, banca frente a todos, banca en soledad. Banca aunque en las torres más tarde los guachos le van a gritar cosas, aunque escriban su nombre y el de Macri en las puertas de los ascensores y le dibujen una pija, aunque casi nadie le diga de manera cómplice “te vi con el presi”. Aunque los memes sean demoledores y no pueda entrar al Face por unos días.

Muchos dicen que hace de extra, que le pagan, que le dan algo a cambio. Pero no, ella cree realmente, cree que el país necesita esto para salir adelante, cree con el corazón. Con ese corazón ortiba que desde chiquita hizo que sea buena alumna, que haga las cosas como corresponden, como deben ser. Que le hizo saber que nadie le va a regalar nada y que para todo hay que esforzarse.

Banca fuerte y le hace bajar la mirada a Alejandro que ya no banca, que ya no puede más y  que sabe la gastada que se va a comer en el laburo más tarde.

¿Como se llora otra pibita muerta? // Diego Valeriano

¿Cómo se llora otra pibita muerta? ¿Cómo se apaga eso que tanto duele? ¿Cómo se sigue? ¿Cuánto escabio, cuántas pastillas, cuantas puteadas, cuánta falopa, cuánto odio y devastación? ¿Cómo se vive la ausencia infinita de una nena de 11?

¿Quién entiende el miedo de todas las pibas? Ese miedo que casi ni se dice, ese miedo que nace cuando cae el sol, cuando van al almacén, cuando el cuerpo es otro, cuando quedan solas con el novio de la mamá. Ese miedo que apenas se desvanece cuando sale el sol. Mataron a Sabina y el llanto se repite, lo inexplicable se hace diario y el terror, de manera absurda y manija,  es algo con lo que se aprende a convivir.

El barrio se hunde, las aulas se oscurecen, las amigas quedan mudas para casi siempre, las mamás abrazan fuerte escondiendo el llanto y ya nada va a ser lo mismo nunca más. ¿Y qué va a hacer el jefe de calle, la psicóloga, el educador que va tres veces por semana al barrio, la trabajadora social del juzgado, el gordo de la rotisería, todos los pajeros, el curita nuevo?

¿Qué candidato va a nombrar a Sabina? ¿Dónde va a ser bandera, pintada, posteo. consigna? ¿Quién se va a acordar en una semana? ¿Quién va a marchar cuando se cumpla un año?

La soledad de la mamá apenas acompañada por todas las mamás del barrio. El vacío que es para siempre. La gorra que nunca cree, la ausencia de todo a esta hora, a cualquier hora. Un escracho en la piel que duela para siempre. La desesperación por ser pibita que estruja la boca del estómago hasta hacerse grito.

 

Diego Valeriano para La Tinta

Ortiba como transar un paro el 1ero de Mayo // Diego Valeriano

Ortiba como transar un paro el 1ero de Mayo, como Peña en el Congreso, como prohibir que laburen los pibes en bici, como llamar a la gorra por una joda del vecino. Como insistir con que Santiago se ahogó solo. Ortiba como ser gato del Papa y andar opinando, como twitera sabelotodo, como varón antipatriarcal que postea sus giladas, como corrector del teclado.

Como los curas villeros, como las trabajadoras sociales del juzgado, como todo el gabinete psicopedagógico de la escuela del Cruce. Ortibas los que critican al Diego, la directora que se enoja con los guachos que no dan cabida al acto del 24, la doña que chusmea por las rendijas de la persiana con el wasap del comisario a mano.

Ortiba como estos chetos que nos piden un esfuerzo cuando esto ya no da para más, como las que creen en la educación, como hablar de límites. Ortiba, muy ortiba, como los que escabian solo los sábados, como las que andan con el vaso térmico y el paso apurado, como el chabón que postea contra una piba en tetas, como la señora que llama a la unidad del pañuelo celeste y verde.

Como la moral militante, como las que callan los casos de abusos en su orga, como los que se enteraron que la policía era brava el 10 de diciembre del 2015, como los que reivindican a la víctima según quien sea el victimario.

Ortiba los que no segundean, las que no bancan, los que andan en patrullero, el transa que no entiende. Ortibas los que no crean vida manija, ni alianzas insólitas, ni fabulan el mundo. Ni se ponen del lado piola de las cosas, aunque más no sea de vez en cuando.

Lágrimas de guachín // Diego Valeriano

El guachín llora, sus lágrimas caen. Llora por hambre y acusa con sus ojos negros, hermosos, enormes que se meten en la cámara. La tele feliz, los posteos urgentes, las panelistas corren cuando se enciende la cámara. El régimen de visibilización se activa. Todo se activa. Un guacho llorando, indefenso, angustiado, con hambre, con esos ojos negros,  que habla sin berretines y que denuncia con lágrimas, esas lágrimas de una potencia única.

El guachín sabe lo que él genera con esas lágrimas. Sigue, por pura intuición, un guión no escrito. Segundea a la madre, aliada de mil batallas. Ella, pilla, alza la voz, resalta las lágrimas, pide que lo escuchen. Ambos saben. Las hermanitas también saben. Miles de movilizaciones, cortes, cambios de banderas, listado de altas, discursos insípidos, hacer la cola con los tappers metidas en el barro, aplaudir a quien haga falta. Estrategias puras de sobrevivencia que enseñan, marcan, forjan.

Una tía que vive en Buenos Aires le manda un audio porque lo vio en la tele. Los de la radio se vienen a la puerta de la casa. La referente pasa a tomar mate. Tal vez por unos días tengan beneficios, tal vez los visite alguien, tal vez tengan la vacante en la guardería. En el barrio corre el rumor, la fama se viraliza, las doñas hablan, la ex mujer del papá de su hermanita la acusa de algo por Facebook.

Él, pillo, se mira en el celu: tiene su imagen hecha meme, hecha dolor de movilero, hecha consigna, posteo indignado. Captura la imagen y la pone como fondo. Le gusta que quede para siempre, que quede hasta que le roben el teléfono, hasta que no prenda más. Sonríe al verse. Sonríe de una manera amplia, grande, bastante luminosa, como sonríen los guachines cuando saben que les sale una bien.

Necesitamos un traductor para entender lo que dicen // Luciano Debanne, Diego Valeriano

Un traductor wacho-gato, laburante-gato, vieja-gato, piba-gato, indio-gato, pobre-gato, contador que antes tenía veinte clientes buenos y ahora sale a asesorar monotributistas que quieren darse de baja-gato.

Un intérprete para picarle el boleto, para saber de qué carajo están hablando cuando dicen lo que dicen. A quién le hablan, de qué se ríen, por qué modulan así. Para saber por qué no hablan ni argentino, ni peruano, ni uruguayo. Por qué los excita tanto la nobleza.

Necesitamos un traductor para entender las razones de los que los siguen defendiendo, para interpretar a Tetaz, al gordo de la rotisería que está por cerrar pero insiste con que quiere un país en serio para sus nietos. Necesitamos un traductor que nos diga por qué festejan el asesinato de un pibe. La gendarmería, la persecución, las entrevistas obsecuentes en la radio y la televisión.

Un traductor para que sepamos cómo decirles que se vayan a la mierda, que los odiamos, que son la puta oligarquía, la gorra, el padrastro violador, el patrullero en la entrada del barrio, gendarmería en el sur y en las rutas y en las terminales de bondi, la vieja imbécil y porteña con su cartel y su cartera, el caretaje, el virrey escapándose a Córdoba para que no lo fusilen. Son Córdoba y los curas rosqueando una contrarrevolución.

Un intérprete que les transmita que queremos mandarlos al carajo, para que lo entiendan. Fuerte y claro. Un traductor que nos diga cómo se dicen las puteadas, mientras nos cagamos de risa, de su modo de hablar, y de su poder, y su incapacidad para ranchar rápido y bien.

Necesitamos un traductor cura villero-piba que muere por un aborto, jetón con pechera-doña que moviliza por el bolsón, feminista cheta-piba que baja del bondi picana en mano, posteador progre de capital y wifi-cagado de hambre del interior, militante consignero del partido-indio al que no recibe ningún gobernador, despolitizado anarco cool-enfermo pobre de VIH, sindicato-trava del parque.

Mina-vago, vieja-wacho, progre-pobre, militante-despolitizado, opinadores bien intencionados-cagados de odio porque ya estoy harto, todos me cagaron siempre, esto no da para más, que se vayan todos a la mierda, chabón

Necesitamos un intérprete que nos dé una mano, porque tampoco alcanza con compartir la lengua si no se comparte el sabor.

Reirse de estos chetos // Diego Valeriano

Hay que reírse de estos chetos que nos gobiernan, usar la risa como castigo popular, decirles cosas hasta que lloren, hasta que los invada la tristeza, esa tristeza que te come por dentro por saber que te tomaron de punto, esa tristeza que les re cabe.

Reírse fuerte, hacer miles de memes, escribir ordinarieces en las puertas de los baños de la Rosada, contar chistes en el furgón. Frenar el ajuste con ingenio popular o por lo menos hacer que la burla los persiga, que la vergüenza los despierte en el medio de la noche, que nuestra risa los atormente: usar el humor como arma principal.

Que duerman mal porque se les ríe el chofer, los granaderos, el mozo que al principio lo respetaba. Que a la hija no le dejen usar la tablet para que no vea cómo se burlan de su madre que hasta hace poco era canchera y linda. Que mueran de odio cuando vayan a comer y les llegue el murmullo burlón de las mesas de al lado. Que lloren de bronca por saberse unos giles, por saber que son el centro de todas las risas, porque son conscientes de la gastada que se están comiendo.

Frente al ajuste y la miseria planificada, la burla como antídoto, como lluvia de piedras, como saqueo, como fiesta. Hacer chistes pavos, gritarles cosas para que la banda delire, descansarlos con sabiduría. Tararear instintivamente Boluda Total cuando aparece Michetti, usar de meme la cara de Majul, hacer un sticker de Pato escabiando, cantar en los 15 de tu sobrina el hit del verano pasado.

Hay que poner la cara que puso el Papá Noel que llevaron a la Rosada, los dedos en V y la sonrisa pilla como hizo el de la UOCRA, y putearlos como putean las viejas. Hay que reírse a carcajadas como se les ríen las putas de la colectora. Hay que esperarlos en los timbreos y reírnos en sus caras, hacer rimas con sus nombres, verduguearlos mal.

Porque esa vergüenza, la vergüenza que les da ser verdugueados, no se quita ni con guita, ni con viajes, ni con pastillas.

Largar la carcajada bien desde adentro, como en un asado a las cuatro de la tarde, como las pibas previando, como cuando fumamos mirando Los Simpson, como se ríen los guachines cuando se cae un viejo.

Porque les duele más la burla que el fierrazo. Les duele ser unos panchos más que cualquier movilización. Le temen más al desprecio genuino de un chiste que a esos chabones con pechera que ni se ríen. Porque la risa no la reprimen, porque el ingenio popular nunca descansa, porque aunque se escondan, aunque blinden sus actos, la gastada se les filtra.

Ahora que en diciembre se van y vuelven a sus casas bien chetas, a sus barcos, a sus viajes por el mundo, ahora que por fin se van, tienen que saber que adonde vayan los van a perseguir nuestras risas despectivas, esos memes que no paran, todos los apodos que les pusimos, nuestro desprecio genuino, nuestra pequeña, manija y duradera venganza.

Diego Valeriano para La Tinta

Las ganas de ir a la plaza el 24 // Diego Valeriano

De lo que aprendió con Roly le quedaron las ganas de ir a la plaza el 24, de estar ahí, de perderse entre la multitud. Lo hace como ritual, homenaje, autodefensa. Lo hace para ver de cerca un poquito todo eso que le contó Roly en las noches de Floresta, para no olvidarlo a él. No importa donde lo agarra esa madrugada, si está amanecido, preso o enfermo: el 24 es en la plaza. Él, que ni sabe de días ni de calendarios. Él, que no llega a tiempo a ningún lado. Él, que se siente mejor caminando solo.

De guachines tenían un escondite en los techos de Floresta, una ranchada de ellos dos donde en las noches de primavera se pasaban las horas fumando, mirando las ventanas de los edificios, charlando de las cosas que iban a hacer cuando fueran más grandes. Nunca soñó demasiado, nunca se animó a tanto como en esas noches de primavera en Floresta. Soñaba y se reía despacito, como para que nadie se diera cuenta.

Tenían un techo que era de ellos. Un techo al revés que no paraba nada, ni la lluvia, ni el frío, ni las piedras. Roly a veces le leía algunas cosas y después se las explicaba. Leía y le brillaban los ojos. Le contaba de chorros importantes, de robos espectaculares, de blindados que saltaban por el aire, de revoluciones, de tipos grandes que sabían caminar, de pibes que dejaban todo por cambiar algo. Tenía dos tatuajes del Che que se había hecho en el Almafuerte. Uno, con una  una lágrima en la mejilla.

Mirando el cielo estrellado de Floresta, le explicaba también de lo injusto que era todo, que lo que no tenían ellos era porque lo tenían otros. Que los que tienen el corazón ortiba nunca cambian y que las cosas solo se recuperan de arrebato.

También le habló de los que lloran y de los que luchan, de la manija de unos guachos un poco más grandes que ellos que hace una banda de años dejaron todo y se le plantaron a los milicos. Que eran chamuyo pero también fierros. En los techos de Floresta, Roly le contó que casi se ganó, que las estrellas ahí nomás, que se estuvo así de cerca de la revolución y que tal vez ahora todo sería bien distinto para ellos.

Marchar el 24 // Diego Valeriano

Marchar a la comisaría sabiendo la respuesta, llorar a los muertos de ambos bandos, hacer cuadras de más para evitar a los giles, esperar el 238 en Libertad. Acompañar a la mamá con los tapper al comedor, marchar unos pares de veces para que ella entre en el listado de altas. Pensar en su viejo cuando escucha hablar de desaparecidos en la Básica de la otra cuadra. Embarrarse al pedo, hacer los deberes en la copa de leche, sentir vergüenza en la escuela.

Los besos que ya no quiere dar, los pibes que son unos panchos. Las amigas hechas madres, hechas putas, hechas mierda. Los besos que sí quiere dar pero no encuentra. Los cansancios, los exámenes. Aprender a caminar haciéndose respetar donde no existe el respeto, ni la memoria, ni la verdad, ni la justicia desde hace muchos años.

Volantear en el centro con tal de no quedarse en el barrio. Un trabajo, una excusa, una huida, estar en marcha. Ser promotora para no querer ser nunca madre, cualquier cosa menos madre, menos hija. Repartir papelitos en el centro, respirar ese aire sucio. Soportar la mano del chabón sobre la calza bien clavada. Soportar las cosas que le dice al oído, las invitaciones, soportar cualquier cosa, pero cualquier cosa posta con tal de estar lejos.

Le duele como acá, por la boca del estómago y se le llenan los ojos de lágrimas cuando vuelve en el Sarmiento. No quiere ni volver, ni estar, ni irse. No quiere ya casi nada. No quiere esto que siente y no sabe qué es.

No quiere nunca más acompañar a la abuela al cajero, hacer la cola mientras esa vieja egoísta espera sentada en una parecita a la sombra. No quiere ir a trabajar a la feria para la tía que mal paga. No quiere ir a la parroquia ni a los talleres por la beca.

No quiere reemplazar a Gladys el 24 en la marcha porque es feriado y no tiene donde dejar a sus nenas. No quiere ir por un bolsón, no quiere viajar tan lejos por tan poco, no sabe qué puede pasar. Está harta de hacer caso, no quiere volver tan tarde, no quiere soportar a los guachos que se escabian y se ponen pesados, ni llevar la bandera porque le da alta vergüenza que alguien la vea.  

Devenir ortibas // Diego Valeriano

Lo que saben estos tipos. Eso que saben, que siempre supieron, que ahora lo saben un poquito más. Eso de ser contrarrevolucionarios aun sin revoluciones, de ser el puño de los que no dan más de llevar la vida que llevan, de ser venganza, ley del talión, orden. De  ser llanto hecho odio, hartazgo. Eso de devenir ortibas, patrullero, 911.

Ellos saben chasquear los dedos y listo. Saben sentirse deseados, admirados, temidos. Esa manija que tienen, esa sed, ese hambre voraz aunque recién comieron. Eso de saber que son los putos amos.

Esa amistad tan de ellos, esos silencios cómplices, esas obviedades que ni se dicen, esos whiskies en la terraza mientras Michelle y Juliana charlan adentro. Esas putas por venir una vez que ellas duerman. Ese tipo de deseo, de dominación, de crueldad necesaria. Esa satisfacción tan de ellos.

Esa manija, esa envidia casi mutua, esa admiración fingida. Está foto. Esa manera tan propia, ese orgullo de clase. Ese saber que cada uno pudo, que tuvieron el valor suficiente, que a pesar de todo son distintos, valientes, certeros. Que dicen lo que siempre escucharon, lo que otros no se animaron. Lo que aprendieron de chiquitos en esas escuelas llenas de caretas que necesitan de hombres como ellos para dormir bien.

Ellos saben lo que significan, saben lo que hay en juego. Una esperanza, una ilusión, una moneda que da vuelta en el aire. Se dicen ni un paso atrás, se envalentonan, se dan ánimo, se hacen chistes. Aunque no lo quieran se necesitan.

Que bajen la edad de la imputabilidad // Diego Valeriano

Que bajen la edad de la imputabilidad, total qué les importa, ellos se la aguantan y se plantan. Total si tienen que tirar, tiran ¿o alguien cree que los guachos quieren ser guachines? Que la bajen a 15, a 12, a nada.

Que hagan encuestas, que le pregunten al gordo de la rotisería, a la doña detrás de las rejas. Que bajen la edad a nada si eso los alegra, total la guerra es cuerpo a cuerpo y la vida no vale ni un tantito así. Que se ortiben más todavía, que el odio los ponga manija y que la crueldad los mantenga vivos.

Que opinen las trabajadoras sociales, los psicólogos, las educadoras, los militantes. Que posteen urgente, total ya les recabió. Que eduquen a los educables, a las que aceptan las consignas. Que se lamenten por las que no vienen, que pregunten por Joel. Que hagan rondas, juegos, giladas. Que no paren de aburrirse en esos talleres que paga Desarrollo. Que hagan la parte que les corresponde.

Que sepan que cada bala tiene nombre, que la noche no se rompe sola, que los murales son memoria piola, que las lágrimas tatuadas no se borran. Que sepan que estamos en guerra hace una banda de años y que hay novias que envejecen recorriendo comisarías y juzgados.

Que sepan que amor es arrancar, que los bautismos solo son de fuego y que ningún pibe espera nada de la letra muerta. Que se aviven que el futuro no es estudiar, ni volantear disfrazado de Mickey, ni juntar el pis de las viejas, ni cuidar nenas que odian.

Que sepamos que 15 o 16 es lo mismo, casi lo mismo, casi siempre lo mismo, y más aún cuando se cruzan con un patrullero en alguna noche sin luna.

El 2019 es una trampa // Diego Valeriano

El 2019 es una trampa donde trabajás todos los días, donde llevás a tu hija a la escuela y donde tu mamá la sigue yendo a buscar porque vos no llegás a tiempo. Donde mirás series, donde creés que es político quejarte porque aumentó el bondi, ese que tomás para ir a trabajar. Una trampa mínima, vital y móvil que soportás con pastillas, escabio y posteos. Una que hace que por ahí no llegues a tu casa y que tengas miedo por la noche cuando sacas a pasear el perro y te cruzás a las chicas en el cementerio de Morón.

Una donde te llenás de odio a las pibas, ahora que les tenés miedo, vos que las acompañaste en sus reclamos, vos que creíste que estabas siendo picante. Una trampa donde caminás como un cangrejo, donde mandás wasaps a la madrugada y no te contestan. Una trampa que ayudás a tender cuando hablás de futuro, carreras, militancia y salidas laborales. Donde te da pavor que la gedan tanto.

Una trampa que construimos todos los días, donde se tapan los reclamos piolas con banderas. Donde vas a donde te dice la orga que vayas, donde la espontaneidad ya está perdida. Donde tarde de noche ponemos la tele para mirar a esos chamuyeros con pechera que se tiran de cabeza a las cámaras, a dirigentes que usan el pañuelo verde como coartada, a la responsable de género que ya no puede decir nada de traidora que es, y entonces dice del ajuste.

Una trampa llena de Chocobar, de ortibas que quieren sangre, de chetos, de refugiados, de doñas que festejan detrás de la reja de la casa cómo matan a otro guacho. Una trampa donde vos te indignás según quién sea el victimario, que explicás a Luciano distinto que a Santiago, que ya te olvidaste del Negrito, que en realidad tenés el 911 fácil, que ya no salís de noche.

Una trampa llena de miedo, nuestro miedo a ellos, a sus gritos, a su crueldad, a  su violencia, a sus razones, a su manija. Un miedo inmenso a ellos porque van ganando.

¿Cuánto menos vale una vida a partir de ahora? // Diego Valeriano

¿Cómo van a festejar el primer guacho muerto por la espalda? ¿Bocinazo, twitazo, posteo en facebook? ¿Cómo será de grande la sonrisa del gordo de la rotisería cuando la tele muestre la imagen de otro pibe muerto? ¿Qué dirán Macri, Bullrich, la mujer que limpia en tu casa? ¿Qué homenaje recibirá el que puso rodilla en tierra, apuntó y le metió tres balazos a uno que corría? ¿Cuántos abrazos le darán? ¿Qué tipo de alivio especial sentirá ahora que puede, ahora que sabe que lo bancan, ahora que no está nunca más solo?

¿Cómo se festeja cuando se cumple un deseo tan enorme? ¿Cómo contienen las lágrimas los que sienten que ya es tarde? ¿Cómo será el grito furioso del chabon de la camioneta para que el rati tire? ¿Cómo será tu silencio? ¿Cómo es ahora la angustia de una madre que sabe que el próximo es su hijo? ¿Cuánto llorarán las novias de los chorros? ¿Cómo se rompe una noche entera por Rivadavia sabiendo que ahora sí, que ahora hay que tirar primero?

¿Qué sabe Pato que nosotros ni sabemos? ¿Huele la sed de venganza de las que odian con motivo, de los que odian por odiar, de los que solo quieren llegar a su casa, entrar el auto, acostarse y odiar? ¿Sabe que la guita ya no alcanza, que el bondi ya ni pasa, que una moto en el medio de la noche te paraliza el alma entera? Sabe que entrar y salir de madrugada es tan garrón como quedarse, como mirar el teléfono, como escuchar la radio, como los celos, cómo mirar Netflix

¿Cuánto menos vale una vida a partir de ahora? Ahora que la guerra es más manija, que los vigilantes cumplen sus mejores pesadillas, que ser piba es un peligro. Ahora que la orden ya está dada, que los ortibas hoy son más ortibas, que los guachos son más guachos y que siempre te pueden matar de toque.

¿Por qué lloran los chetos? // Diego Valeriano

Lloran por perder un vuelo, porque las apuran unas turras en la calle, porque no consiguen la receta para el Rovitril y no dan más de los nervios. Porque yendo para Pilar se perdieron en Derqui. Lloran con el llanto de los Pumas, con un atentado en París, con el posteo de unos perros, con la alegría de Maxima. Lloran cuando miran por la tele el esfuerzo de unos guachines que van a la escuela, trabajan y no roban.

Lloran de terror por la calle iracunda, porque vuelan piedrazos sin destino, porque la infantería retrocede y no saben cómo volver a casa. Lloran con los gases que no eran para ellos. Lloran en la combi mirando una serie, porque lo dejan por Instagram, porque Tomi no entiende el esfuerzo que hacemos para que estudie. Llora desesperada en la cocina porque faltó la chica que ayuda y hoy viene gente.

Lloran porque las expensas aumentaron y se van a tener que ir del barrio. Porque se les escurre lo que no son, por el esfuerzo de simular, porque siempre hay grietas que inundan todo en las vidas planificadas. Lloran por la pura suerte de esta vida, porque el cáncer es parejo, porque a Delfi le gusta coger con unos guachos ATR, porque a sus hijos ahora los denuncian. Lloran todos desesperados porque a papá le dio un ACV y no saben dónde está la caja.

Llora porque ya imagina la foto, porque cumplió su sueño, porque ya es mucho más que Franco, porque nos recabio. Porque sabe que va a ganar de vuelta.

Llora de emoción porque se ríe de nosotros. Porque no puede creer a donde llegó, él que de chico era un pancho, él que apenas podía modular, él que ni jugaba al rugby, él que casi siempre fue segundo. Llora por estar así, con sus ojos claros cargados de emoción, con su pinta y su mujer divina, bien cheto en el palco de este mundo.

¿A qué suena G20? // Luciano Debanne y Diego Valeriano.

Suena a comando especial de ratis, a lubricentro en Merlo, a juego de la Play, a teléfono cheto, a raperos que caretean lo que no son, a nombre de banda de cuarteto que no va a triunfar porque son unos amargos. A droga de diseño. Suena a ortiba, a miedo, a que deciden por vos, por tus amigas, a que te siguen choreando horas de vida, a que te dejan afuera. Suena a almuerzo  careta con entrada, plato principal y postre.

Suena a batalla naval, ajedrez de ciegos, código del topo, a banda pop. Suena a grupo piquetero del 2001, a team de motos en el Dakar, a boliche que te obliga a ir de zapatos. A distopía. Suena a verso, a que te están cagando a mentiras, a que esconden algo, a que te van a dormir. A unidad básica, a marcha con coreografía, bandera y pechera. A la multiplicidad de puntos orgásmicos

Suena a gato de los poderosos, a lava tupper de este pabellón de ricos, a entangarse. A cosa de afuera, a ciencia ficción, a venezolano glover buscando en los monoblocks un depto que no existe. Suena a parcela de cementerio parque, a perfume de free shop, a hashtag de alguna boludez, a igualar feminista con ajustadora exitosa. A tristeza de doña porque su hijo está en Marcos Paz por infringir  la 23737, artículo tanto, inciso G20.

Suena a tropas extranjeras entrado lo más careta por el patio de tu casa. A lejanía, a traición, a entrega, a deuda, a arruina guacho, a macho.  

A todas las cosas de mierda de este mundo. Suena a que te la van a poner de prepo, a que te vas a cagar de odio, pero todavía no te diste cuenta.

Morir por piba // Diego Valeriano

Un grito en medio de la noche, un grito de piba. El miedo.

Una piba, tu hija, una amiga que se subió al auto equivocado. La soledad de una mamá. La tristeza que es para siempre. La gorra que nunca cree, la ausencia de todo a esta hora, ellos que nunca entienden. La desesperación que estruja la boca del estómago hasta hacerse grito.

La incertidumbre, la certeza, la mirada perdida, el temblor, aferrarse al teléfono. Preguntar y que nadie diga nada, porque nadie sabe nada. Imaginar la soledad de ella, ella sola pobrecita atada, con la boca tapada, con el terror del silencio. Tirada en un colchón, en un baldío, en el piso de un auto, en el rancho del transa, en el garaje de una fiesta de chetos, en una habitación inmunda en Chacarita, escuchando las risas de esos tipos que están por venir.

Morir por piba, por los negocios del padrastro, por botín de guerra. Morir por venganzas inimaginables, por caminar sola por la calle, por guacha que postea lo que quiere, por salir de la escuela, por tanta crueldad, por vendedores de falopa que de cagones que son ni ponen el pecho. Por ir a bailar, por discutir con el novio y volverse sola, por doblar una antes. Por subir al patrullero.

Morir sin poder decir nada, morir toda adentro, quedar con la mirada hueca. Dejarnos solas. Morir porque no la pudieron ir a buscar a la parada, por esquivar la obra que está en la otra cuadra, casi morir por ir a comprar una birra después de trabajar todo el día. Morir para siempre. 

Foto: Colectivo Manifiesto

Presidenta de la vagancia // Diego Valeriano

Que griten las turras, que bailen los guachos, que las doñas prendan el aire fuerte, que los viejos vuelvan al boliche con sus amigos. Que en las fiestas de fin de año la gedamos fuerte porque no falta nada, porque todos traen algo, porque Raquel fía. Que suenen los cuetazos en los pasillos, que vuelva el escabio, que el miedo sea de ellos. El consumo libera y lo demás es gilada, papel picado, moralina careta, análisis vacío, posteo progresista, meritocracia, salida laboral que llega hasta la muerte.

Que vuelva, que emerja, que sea cuota de la moto, vacaciones en Mardel, 15 con barra libre, Coca chorra, poster, cantito, fiesta, plan, garrafa social, quema de tren. Que todo sea una zona liberada de la vagancia: feriados piolas, recitales en las plazas, Fernet Branca, canción de Creedence que se silba en el furgón. Que los pibes y las pibas tengan una aliada entre tantos enemigos. Una aliada posta a pesar de los giles que la rodean. Que pasen de grado, que no los revisen en la plaza, que volver del bajo no salga tan caro. Que ahora el aborto sea legal y que el pañuelo celeste es de ortiba mal.

Que venga a la contra cumbre verdadera, la que se hacen en las esquinas de jueves a domingo. Que se siente en el cordón. Que vaya tranquila que en Mariló no entran los tanques chinos. Que venga y que le digan que los empresarios a la primera de cambio la cagan. Que pase por el bautismo de la Rocío que con ella está todo bien, que vaya sola. Que sepa hacer caso, que no hable tanto que la embarra, que escuche porque en los barrios no cantan canciones de la jefa, porque no quieren jefas, pero la entienden bien desde adentro, como un mensaje urgente del futuro.

Presidenta de la vagancia, de los shores en la playa, de los asados sin hacer cuentas, de la que convida, de las familias enteras en motito por Ruta 4 yendo a las piletas del sindicato. Presidenta Tarjeta Naranja, Ahora 12, guita en el bolsillo. Presidenta de los que creen en el ascenso social y arman una básica en Moreno, de la doña que sueña que su hija sea médica a pesar de donde nació, a pesar de que no lo va a ser. Presidenta de los pibes que ya no le tienen miedo a la gorra, de guachos tirando cortes, de la puerta giratoria. Presidenta ATR.

El día de la militancia es de las pibas que siempre están // Diego Valeriano

El día de la militancia es el de las pibas que siempre están, de las que segundean a la amiga en la guardia del hospital aguantando desprecios y verdugueos. Militancia de contar todo, porque ya no dan más, porque ya no pueden más. Militancia de escuchar y actuar en consecuencia. Militantes posta las que comparten la vida manija, las que se plantan, las que también corren. Militantes las que esperan el 238 en la noche oscura en Libertad.

Volver a la madrugada juntas, bajonear un pancho en Rivadavia con el primer sol del domingo, e ir armando manada en el Sarmiento para bajar en Merlo como medida de amor y cuidados. Militancia de picana, gas pimienta y huida. Militante la que acompaña a los guachos al bajo porque solos no saben hacer nada. La que siempre tiene nota, la que pone aunque no escabie, la que riega las plantas cuando te vas unos días, la que le roba flores al viejo. Ética militante la que apaga la app y se va a la fiesta con mochila y todo para seguir estando juntas. Militantes y atrevidas.

Militancia de comadres para que a Sandra no se le escurra de las manos la vida de sus hijos, de compañeras verdaderas para cubrir a Raquel que no se pudo movilizar pero que necesita el bolsón y que necesita mucho más entrar en el listado de las altas. Militancias amorosas desprovistas de liturgia, de banderas, de verdades. Militancias insólitas en el corazón mismo de la política, bien adentro, en las calles, en las aulas. Alta militancia de las pibas de barrio Cano que insisten a pesar de la gorra, las patadas y el acecho.

Anónimas, absurdas, manija, libres de todo cálculo. Sin dueños, sin jefa. Militantes contra los transas, contra las panelistas sabelotodo, contra los amigos del Papa, contra los arruina guacho, contra los machos que usan chaleco y pañuelo, contra las ortibas, contra los novios fisura. Contra la Política. Militar contra los garrones de la vida. Como antídoto, como remedio, como forma de cuidarse. Militar para organizar encuentros, para ranchar siempre, para afectarse de alegría y cagarse bien de risa.

Viva Bolsonaro ¿Qué hacés con ese grito? // Diego Valeriano

¿Qué hacés si gritan “viva Bolsonaro” al lado tuyo mientras dos ratis arrastran el cuerpo de un pibe hasta la camioneta? Un cuerpo guachín que no pudo y que deja una marca de sangre larga, espesa, efímera. ¿Qué hacés posta?

Hay un tumulto, un patrullero, dos ratis con armas largas al cielo y el cuerpo de un pibe tirado ahí, inmóvil para siempre. Te acercás sin saber qué pasó, te acercás por inercia, por curiosidad, porque los cuerpos te llevaron hasta ahí. Te acercás con un gesto en la cara de asombro y temor. Te acercás, cómplice de esta guerra a muerte.

El que está a tu lado filma y relata, creés que dice uno menos. Quisieras que no lo haya dicho, pero sabés que es verdad, que lo dijo. Filma el recorrido de la mancha de sangre que deja el cuerpo arrastrado por los policías hasta la camioneta. Sigue esa mancha, y sabés que no va a parar hasta subirla como festejo, como enseñanza, como confirmación, para recibir unos me gusta.

¿Qué hacés cuando la vieja aplaude feliz y orgullosa al cobani que tiró sin preguntar, al gendarme que caga a bastonazos a dos guachos en el andén, a Patricia Bullrich cuando le hace el aguante a Chocobar? ¿Qué hacés ahí, en ese preciso instante en que un rati de civil patea el cuerpo de un flaco desangrándose por todos lados para ver si reacciona? ¿Qué hacés con la alegría del gordo de la rotisería, de la piba que volantea en la esquina, con la complicidad que busca en vos el venezolano con la mochila de Glovo?

Porque un pibe muerto, ahí, lleno de sangre, con los ojos blancos, con el fierro al lado, no es un militante. Porque ese pibe está solo, porque no tiene nada a su favor. Porque perdió del modo que jugó.

¿Qué hacés con todo lo que dijiste cuando el rati sonriente, conforme, exhausto es aplaudido de manera unánime? Estás rodeada y sola. Casi que ni se dieron cuenta de que no sos parte de esta fiesta aún.  ¿Qué haces con tus posteos, tus opiniones, tus movilizaciones, tu discusiones en el grupo de wasap de la escuela? ¿Arrancás a las piñas? ¿Levantás la voz? ¿Señalás al policía? ¿Corrés a postear? ¿Qué hacés frente a un hecho consumado? ¿Qué hacés con tus miedos reales?

¿Qué hacés cuando de a poco descubrís que tus miedos son iguales a los de todos, que tu umbral tiene forma de doña que no da más, que tus sueños caben en un Uber? ¿Qué hacemos con un grito tan lleno de odio, tan parecido a otros gritos, tan cercano que nos paraliza casi en forma preventiva?

¿Qué hacer cuando el odio se vuelve grito de guerra, consigna veraz, imágenes por venir que ya nos recabieron?

Sandra y Rubén // Diego Valeriano

Dos nombres comunes, dos nombres más. Nombres de tía, kiosco, primer novio. Sandra y Rubén, como Joel o Sheila. Pero de otra camada. Dos que la aguantaban. Que viajaron, que leyeron, que creían en algo que ya ni creemos. Que se plantaban ahí ¿Sabés lo que es plantarse ahí? Donde educar es aguantar, morir es devenir, lastimar es posibilidad y amor es arrancar.

La explosión todavía explota. Todavía el llanto, el miedo, el horror. Pero explota cerquita, casi en silencio. Nos explota en la cara y cerramos los ojos. Todavía están solos. Casi solos. Ni las cámaras, ni los posteos, ni las indignaciones quedaron. Solo están las que siempre aguantan.

Es mejor hablar de Grabois que de muertas que vuelan por el tapial. Es mejor hablar de Santiago que de Luciano. Es mejor escuchar a panelistas que se olvidaron de las escuelas hace mucho tiempo, que escuchar el ruido infernal de un barrio que está todo explotado. Es mejor postear del Fondo que total a los muertos sin nombre los nombran las madres que insisten, las novias que se tatúan, los  hermanitos que sueñan.

No sea que recordar a nuestras muertas nos recuerde quiénes somos, lo poco que hacemos, como nos recabe esta vida que nos pasa por arriba. No sea que un pibe fusilado nos recuerde nuestros miedos, nuestro 911 fácil, nuestro patrullero interno. Entonces mejor recordar sólo ciertos muertos, solo aquellos donde nos queda cómodo el victimario.

Que Sandra y Rubén retumben hasta volverse anónimos, invisibles, no olvidados. Que retumben en nuestra comodidad, en nuestras obviedades, en nuestra sordera. Que retumben como retumban entre los guachines del barrio, entre las doñas, entre las pibas cada vez más madres, cada vez más solas. Que retumben hasta que los anti se tengan que esconder, hasta que las ortibas pidan permiso. Hasta que descansen en paz porque sientan que ganaron.

Los guachos, la docente y el gendarme // Diego Valeriano

Ella se planta, se empodera, postea. Es brevemente bandera, indignación, relato. La prepotencia del gendarme la subleva, aprieta el puño, el corazón le late. Sabe que es ahora, sabe que puede, piensa en los likes. Piensa en llegar a la escuela, hablar con las compañeras, que le lleguen wasaps preguntando si está bien, discutir con Gladys que tiene el hijo gendarme. Que suene el timbre y contarle a sus alumnos. Está nerviosa pero feliz, feliz a pesar de la secuencia que está viviendo, a pesar de la cara de la vieja que viajaba al lado suyo en el colectivo. Está un poco molesta porque el gendarme sabía de la ley que ella ni sabia. Una ley hecha para justificar el control social le tendría que haber dicho. Una ley que desapareció a Santiago. Pensó en decirle que sea más respetuoso que ella era docente, que podía haber sido su maestra o la de sus hijos. La señora de al lado abre feliz su cartera, le mostró el DNI y le dijo gracias hijo. El gendarme no sonrio, pero en sus ojos había un de nada.

No fue su alumno, pero fue alumno, mal alumno y eso lo hizo gendarme. Cuando le dice que es docente se acuerda de la profesora Menendez que le hizo llevarse Historia tres veces allá en Clorinda. Se acuerda de lo que le costó la escuela, de lo malditas que eran casi todas las profesoras, se acuerda con una sonrisa porque ahora las entiende. Él quiere también que lo entiendan, él quiere casi lo mismo que la profesora, quiere que todo esté mejor, que todos podamos tranquilos  y que lo respeten.

En el fondo del bondi dos guachos miran la secuencia. Están tranquilos porque para ellos los cacheos son cosa de todos los días. De toda la vida. Llamativamente no tienen nada encima, aunque esos ojos rojos los delaten. Los cacheos, los aplazos, la psicopedagoga, las horas muertas en la escuela, las charlas interminables para que de una vez cambien, las lágrimas de la vieja, repetir y repetir como fuga. Por alguna razon les gusta la espectacularidad del despliegue gendarme: Las armas, el porte, los chalecos, las camionetas cortando la avenida. Fue lo primero que comentaron cuando se la vieron venir. Ellos siempre son fija, así que les gusta un poco que se la agarren con las viejas primero. Una mina salta y dice que es docente. La tensión crece en el bondi, la mina saca el celu y empieza a filmarlo. El gendarme se pone mas duro aun. Todo puede explotar en un segundo. A ellos dos les encanta la secuencia, les encanta tanto que se les dibuja una sonrisa. Está bueno que por una vez se peleen entre ortibas y los dejen un poco en paz a ellos.

Ganó Chocobar // Diego Valeriano

Ganaron los linchamientos y también los que los festejan. Ganó el que atropelló al pibe en un piquete en Esteban Echeverría, ganaron los que silenciosamente justifican el acoso, las que trabajan todos los días, los que se alegran por los pibes muertos. Ganaron las que saben de los privilegios de la clase dirigente, los que están más pobres cada año. Ganó Baby y los que llaman a la radio. Ganaron las que odian todo porque vivir es horrible, porque viajar al laburo es horrible, porque volver es horrible. Ganó el que no puede creer que su vecino cobre el plan sin hacer nada mientras que él se come el garron de la vida cada día. Ganó Chocobar. Ganaron todos los traicionados, las que creyeron y todo siguió igual o peor cada día, los negacionistas. Ganó el gordo de la rotisería que es amigo del jefe de calle, y ganó la vieja que riega la corona de novia desde atrás de las rejas. Ganó, aunque más no sea un premio consuelo, la madre que recibió el llamado de la policía avisando que habían matado a su hijo en una entradera.

Ganaron los anti, las familias enteras que los domingos hablan de viajes y se quejan por el dólar, los que señalan desde el patrullero, y ganó la piba que marcha por el bolsón mientras que los payasos con pechera enloquecen frente a las cámaras. Ganó Pando, y ganó el que tiene que cruzar caminando el puente Pueyrredón cada día que se les ocurre cortar. Ganó Pato que quiere más sangre, y ganó la pobre doña que tiene la esperanza de que ahora sí, de que ahora de una buena vez le saquen el transa de la esquina. Ganaron ellos porque ya ni se puede creer en lo que creemos, porque en tren de justificar lo hacemos sin sentido, porque nuestras ideas no alcanzan, porque idolatramos panelistas verborrágicos creyendo que son dirigentes. Ganaron ellos porque cierta tristeza es para siempre, porque escabiamos para que no duela. Ganaron los que dicen poco, los que escuchan menos, los que piden venganza, los que odian mucho con ese odio que se enseña todos los días y en todos lados.

Triste como que nos gobiernen estos ortibas // Diego Valeriano

Triste como un tipo de cuarenta volanteando para una pizzeria en Ituzaingó, como un guachin meado, como una mamá marchando con todos a cuestas, como los pibes escabiando vino de caja frente a la cervecería a la que iban antes, como desayunar tortilla a las once de la mañana. Triste como que nos gobiernen estos ortibas, como denuncia de vecina, como un quince sin barra. Triste como una piba que odia a las nenas que tiene que cuidar y ni le alcanza para el sábado. Como una vieja llorando porque le cortaron el gas, triste porque está sola, porque los hijos la olvidan. Triste porque tiene que llenar vía web un formulario en un ciber y después volver a presentar ese mismo formulario impreso para que le reconecten el gas aunque ya no pueda prender nunca más el calefactor.

Triste como la que les creyó a estos chetos y hoy tiene más miedo de los guachos que antes. Porque le recabio. Triste como todas las anti del mundo que nunca van a ser felices, como los pibes que tienen que ir al bajo por que en el barrio es caro y no pega, como la madre que ve como se le escurre el hijo por la base, como la piba que tolera que el coordinador se pase de vivo.

Triste como el tipo que ahora usa los botines de fútbol cinco bien lustrados para ir a buscar trabajo al centro, como las que hacen curriculum en vano, como los que hacen esas colas de cuadras enteras vestidos de manera ridícula para que les digan no. Como el Mickey que vende chipá, la pantera rosa que vende garrapiñadas y el viejo que hace burbujeros con bananas de cotillon usadas en la plaza de San Miguel. Triste cómo chabón que vuelve al prensado, como las putas viejas de la colectora un jueves de Noviembre, como el gordo de la rotisería que no puede creer que esté por cerrar por lo que le vino de luz

Triste como que se quede el infinito sin estrellas, como que nos sigan gobernandonos estos caretas sin alma, como que sea diciembre y el miedo nos gane, como fiesta sin escabio, como nochebuena con una tía que sigue bancando esto, como militante con pechera, como hablar de series, como decir no entremos en provocaciones, como cerveza caliente en las noches que van a venir.

Mejor vivir manija que militarla // Diego Valeriano

Mejor ser piba y no Grabois, ni Moyano, ni Dolores Fonzi. Ser pibe antes qué panelista de C5N, antes que troska sabelotodo, que defensor de la jefa, que trans manejando el patrullero. Ser transa antes que tener una copa de leche. Andar en shores con el fierro en la cintura antes que con la pechera de la orga. Putito del Mercado Central antes que gato del plan.

Cualquier cosa menos tu humanismo, tu solidaridad y tristeza. Mejor cagar a piedrazos autos en la autopista que postear contra el FMI. Ser asesinado sin nombre en Burzaco antes que bandera por unos días. Mejor ser pibita que apuñaló al padrastro, desertor, prófugo, guachin insolente que muere en el bajo y resucita en la estación de Flores antes que docente en lucha, trabajadora social, psicólogo. Mejor morir antes que ser salvada.

Mejor escabiar que escribir, fumar mirando Los Simpson que leer. Ser fiesta, gedencia, gigoló, chófer de Uber, puta vieja de la colectora, trava nueva en Capital, kioskero 24 horas. Mejor no dejar nada, ni un nombre, ni un recuerdo, ni un ejemplo, ni una lucha perdida que le cague la vida a los que vienen. Mejor vivir solo que ser representado. Mejor vivir manija que militarla.

No ser mulo de nadie, convidar flores, vender pepas, enfiestarse con toda la vagancia antes que adherir al paro, que marchar desde San Cayetano, que defender la educación pública, que aportar a la jubilación, que volver bien tarde al barrio en bondis maltrechos cuando los jetones ya hace rato que llegaron a sus casas.

¿Gato de quién? // Diego Valeriano

No puede creer que la bolsa se fue a 150, no se acuerda bien cuando fue la última vez pero jura que estaba a 120. Eso fue hace unos pares de meses amigo, ahora 150 y me dijo uno de los peruanos que si sigue así la tienen que subir. En el barrio sale lo mismo, pero no se puede comparar con la del bajo, a Mauro en Texalar con dos bolsas no alcanza de lo que la rebajan y la manija que le queda es horrible.

Macri está empachado en gil dice mientras lamenta que no le va alcanzar para las tres bolsas. De las bolsa a la factura de gas y de ahí a lo que sale una birra en Once. Todos se van juntando en el furgón, charlan y cuentan cómo la guita ya no alcanza  ¿Y el aceite, ni me hables del aceite? 

Saca la plata de la media, cuenta y separa 60 pesos. Chau tres bolsas, solo dos. Es un garrón el aumento de todo. A él no le alcanza para las tres bolsas y a la vieja, entre luz, gas, análisis y remedios casi que ni le alcanza para una semana del mes. Además de la guita que se le va por tener que bancar al gil del novio que está engrupido de chorro y lo engoman robando medidores de gas.

Cada día se corta menos pasto, se venden menos medias, se mulea más, se rebusca mucho para ganar poco y lo poco alcanza cada vez para menos. Ni tres bolsitas, ni birra, ni vender, ni ayudar en la panadería de la comadre de la vieja, ni el chulengo en la 1001, ni changas de lo que sea. Casi que extraña pasarle plata a  Abigail que hace tanto que no ve. Extraña discutir con la madre, mirar de reojo al novio, los wasap que le reclaman que nunca cumple, extraña tener unos pesos de más.

Lee Macri gato en las paredes del puente nuevo y maquina enojado. El tema no es que es gato, eso es lo de menos, interrumpe a todos casi llegando a la estación. Porque está bien que los que nos gobiernan sean gatos, pero gatos nuestros, gatos de las pibas y la vagancia, gato de las abuelitas que cobran una mierda de jubilación, eso sí que está bien. El problema es que este gil es gato de los anti, del capital financiero, de las ortibas, de la oligarquía, de los caretas y de todos los que hacen todo, para que cada día vivamos un poco peor. Con el tren ya en Flores uno con la camiseta del Bayer dice lo que todos ya sabemos, que esto se pudre en diciembre, y sin decir más todos se apuran para saltar del andén y encarar para el bajo.  

Ranchar con Cristina // Diego Valeriano

Hay más de 2900 mujeres privadas de su libertad que a nadie le importan, por las que nadie postea. Que miran la tele sin creer lo que ven.  Que están ahí por luchar, por no aceptar, por enfrentar la pobre vida tal cual es, porque les tocó, por tanta crueldad. Porque pincharon todo a ese gil. Hay muchas que no le cabe ninguna y sin embargo esta les recabio. Hay mujeres que se dieron cuenta en la que estaban varios meses después, hay pibitas que creyeron en el transa. Hay madres, hermanas, sobrinas, nietas, abuelas.  

Hay chicas que la esperan a Cristina para abrazarla con un cariño sincero, para sacarse una selfie y mandarla al grupo, para compartir la comida, para protegerla, para que ranchen todas juntas. Hay algunas que mueren por contarle que les paso, porque perdieron, a quien extrañan y que van a hacer cuando salgan. Hay varias peronistas porque así se quiere en los barrios, hay viejas con demasiados garrotazos en el lomo que igual la perdonan por todo lo que no hizo.

Hay muchas que tienen en su piel cada uno de los recuerdos de porqué están donde están. Escrachos tontos, lágrimas innecesarias, fechas de giles. Hay violadas, olvidadas, hay muchas con abogados de oficio más ortibas que los fiscales. Hay unos pares que sabían que caían. Hay otras que ranchan felices con pibas nuevas, que empiezan a leer, a saber, a querer. Que se descubren, aun ahí, que casi no hay luz. Hay mujeres manijas que extrañan una vida afuera que ya ni quieren.

Hay varias  que ya avisaron que con Cristina no se jode,  que tienen un montón de pedidos de su familia para ella. Cartas escritas a mano con letra cuidada, audios de wasap, posteos en el muro. Hay guerreras que no quieren nada pero segundean, porque así hay que ser. Hay unas guachas que ni les importa un carajo esta vieja cheta, pero saben, porque son bien pillas, que comparten un enemigo en común, un enemigo ortiba que las quiere adentro, que nos oprime bien parejo y que las necesita tristes y olvidadas para siempre.

El rati sabe // Diego Valeriano

El rati camina hacia  el nene que lo mira con unos ojos enormes. El rati avanza y Matias disimula de manera tierna, infantil, como lo hace un guachin de 9 años, el  revólver de juguete. Los dos pibitos lo ven acercarse y no tienen miedo, como mucho los retaran, le dirán algo, un no sé qué de la autoridad, que ellos están para cuidarlos y listo. ¿Qué más puede pasar piensa el hermano de Matías cuando el rati está a unos pasos? Ninguno de los dos piensa en llamar a la mamá, a ver si todavia los caga a pedo.

El rati sabe que el guachin solo le hizo un chiste, que estaba jugando, ya le vio la cara al hermano y casi que le leyó los labios mientras lo cagaba a pedos. El rati sabe todo y lo sabe porque tiene calle. Porque pasa horas y horas arriba de ese patrullero que tiene su olor más que su cama. El rati baja tranquilo, saluda con la mirada a la kioskera y casi se detiene a decirle algo, algo tranqui, como un chiste de vecino, de esos chistes pavotes, algo de Aldosivi o de las cosas vencidas que vende. El rati baja porque puede y bien sabe que puede. El rati baja y lo hace donde quiere, por eso es quien es, por eso hace pata ancha.

El rati observa detenidamente el arma de juguete y ni por un segundo piensa en cuando él era chico, en cuando jugaba a ser ladrón como todos los nenes del barrio, cuando quería ser ladrón como todos los nenes del barrio. Tampoco piensa en los guachos que andan enfierrados todas las noche, llenos de falopa, esos que a veces los tiene enfrente y a veces trabajan juntos. No piensa en nada cuando ya está a pocos metros de los pibes.

El rati ya soltó a Matias y vuelve tranquilo al patrullero. No es que lo pensó de entrada cuando recién bajó, no es que se volvió loco, que se le salió la cadena, no es nada. Hizo lo que hace, lo que esperan de él. Se hizo respetar y no importa la edad, el se la aguanta con los grandes también, asi que imaginate con los guachines irrespetuosos.  Ese guacho, su hermano, los de la cuadra y varios más van a entender que con nosotros no se jode, ni chistes se nos hacen. Escucha los gritos de la madre mientras sube al auto. Su compañero lo mira y él entiende que se ríen juntos. El nene llora mucho, pero el piensa que no es para tanto, tampoco se lo lastime señora murmura entre dientes mientras arrancan para seguir haciendo su laburo.

Esta crueldad planificada que nos recabio // Diego Valeriano

El secuestro, la tortura y una bacteria que no avisa. La miseria planificada, la maldad de los guachos, la garrafa vacía, el miedo de las doñas que ya no salen. Todas las pibas que mueren desangradas, la directora vuela por el tapial y al caer tal vez todo sea aún peor. Sí, peor para siempre. La crueldad y la muerte como único plan económico, como único programa diario, como único proyecto de vida.

Hacer la vida cada vez, aunque cada vez duele más. Los guachines que juegan al allanamiento en el comedor mientras la doña piensa en su hijo, en que ya ni lo visita, en que ya no lo quiere. Las nenas que necesitan perrear para salir del barrio aunque más no sea a Pasion de Sabado, las lágrimas tatuadas en vano, el recuerdo de Santiago  y el olvido de Luciano. El carnicero que es héroe o asesino según quien postee y Mili que no entiende cómo esto tan hostil y desgastante puede ser la vida.

Porque frente a la miseria planificada es mejor ser maldita, dañino, verdugo, zorra, es mejor ser alguien, es mejor ser transa que esperar una hora en la vereda para ver si te toman en un trabajo de mierda, es mejor cualquier cosa que terminar la escuela, que tener 15 días de vacaciones, que ir al centro comunitario a hacer talleres, que limpiar por hora.  Mili no quiere esta vida plagada de tristezas y preferiría que su cuerpo se desintegrara en lágrimas.

El muleo, la manija que no para, el desamor, el castigo permanente, la soledad en esta pieza repleta de parientes, el Sarmiento, el 269, caminar desde la estación porque 11 mangos es demasiado, 11 por veinte es casi todo. La miseria que se repite, la tristeza cada vez, la muerte interna como la opción más segura, el escabio y las pasti, la falta de ideas, la guerra en cada esquina, marchar por un plan, la fiesta que ya duele  y esta crueldad planificada que nos recabio y nos dejó acá en dónde estamos.

Siempre matan pibes // Diego Valeriano

Porque su sangre es mas rápida, mas urgente, porque esto es una guerra y la calle está en disputa. Porque van al frente, no negocian, desconocen el miedo ese que nos hace horribles. Porque tienen el fierro en la cintura, la frente en alto, las palabras justas. Porque le dan alto miedo a esos vigilantes que saben que la venganza pibe es feroz. Linchamiento, enfrentamiento en Merlo, ajustes de cuentas, defensas personales, suicidios en calabozos dudosos, persecuciones absurdas, una bala no tan perdida. Matan pibes en voz baja o a los gritos. Señalándolos y dejando sus cuerpos en la vereda mientras los filman y se viraliza. Los matan en la oscuridad escondiendo sus cuerpos en morgues lejanas. Son arrastrados a guardias donde también hay más pibas que se mueren de a poco, donde hay madres llenas de soledad y angustia, donde quedan solos. Se desangran en lugares inmundos sin que nos despertemos por la noche ni una vez. A algunos se los llora según quien sea el victimario, y se olvidan de tantos otros mientras bailan en la plaza. Se postea, se termea, se opina mientras a pocas cuadras los guachos se cosen a balazos en los pasillos. Mientras se disputa a todo ritmo formas de vida, territorios, mundos por venir. Siempre matan pibes porque la bronca real es contra ellos.

¿Dónde van los ortibas cuando esto no da para más? // Diego Valeriano

¿Dónde van los ortibas cuando esto no da para más? ¿Dónde se refugian? ¿Qué leen? ¿Qué harán ahora las señoras que ya no podrán viajar al exterior? ¿De qué van a hablar en esos almuerzos insulsos? ¿De qué se reirán ahora los que se reían con la muerte de Santiago? ¿Cómo justificarán sus días los que no escabian, las que no fuman, los que ni saben qué es reírse porque nunca colaron? ¿Qué hará el gordo de la rotisería cuando caiga en la cuenta de que los pibes que odia trabajan para la tercera?

¿Dónde esconden su miedo? ¿A quién le piden bala? ¿Quién la defiende a ella de todo eso que hay en la calle, sí, a ella, que trabajó toda su vida, que cobra una mierda de jubilación y que cada vez que sale del cajero tiene que mirar para todos lados para que no la roben? ¿Cómo se toma el local en Castelar cuando sabe, y bien que lo sabe, que lo que venga le va a recaber? Cuando bien sabe que la prepotencia plebeya a fuerza de escabio, cumbia y piedras va a hacer caer su gobierno mustio y derrotado, sus ideas del siglo pasado. Cuando sabe que lo único que le queda es solo aguantar cada día que le queda y seguir pagando la escuela.

¿Cómo hará para seguir viviendo en el barrio la doña que sintió un alivio enorme cuando la policía dejó de proteger al puntero que vive enfrente? ¿Cómo le explica a su nieta que no venga más, que volvió a ser peligroso? ¿Cómo vuelve a soportar la prepotencia y las palabras de ese negro de mierda que no la dejaba en paz?

¿Qué venganza temen las que pidieron venganza, los que tienen el 911 fácil, las que miran la vida desde un patrullero? ¿Cómo explicarán su vida triste los que odian la vagancia, ahora que ya no hay nadie en quien confiar, ahora que la vagancia es una ideología que se metió de manera porosa en la vida? ¿Cómo harán cuando caigan en la cuenta de que no importa lo que hagan, que lo que hagan es lo de menos, que su problema es que creen en cosas muertas, en vidas tristes, en ideas caretas que solo les sirven a otros?

¿Cómo aguantar la música fuerte que viene de las vecinas, las canciones, el humo dulce y los gritos ahora que entiende que ya casi está todo perdido, que no hay refugio posible, que no hay a quien llamar? ¿Qué les queda por hacer ahora que las pibas ya no respetan, que los guachos cada día son peores que los guachos de antes que ya eran malos, que las maricas son cada vez más orgullosas, que el consumo libera, que cada esquina es un campo de batalla?  ¿Ahora que caen en la cuenta de que su pobre forma de vida está siendo derrotada?

Consumir es más potente que cualquier día del niñe // Diego Valeriano

Pibitas y guachines solo diagraman su mundo a través del consumo y no negocian casi nunca con casi nadie. Tal vez por eso, aún esperan con ciertas ansias el día de hoy, tal vez por eso aún acompañan a la abuela a cobrar la jubilación. Tal vez por eso soportan solo en algunas fechas el asco que les da el padrastro.

En la guerra por el consumo son nuestros peores enemigos. Sin duda el más voraz, sin duda la más traidora. No nos toman como prisioneros porque hacerlo es mirar al futuro, y el futuro como mucho son cuotas, celulares, motitos y la edad justa para empezar a ranchar. Con el consumo despiertan sus mejores pasiones alegres: admiran a los que llevan una vida chorra, desean tener un 15 bien cheto, odian la copa de leche y solo van cuando hay plata.

Consumir es más vital que ser alumno, hija, promesa, caso, estadística, niñe. Es ahora. Es mejor que esperar, que recorrer cargado de tappers un comedor cada día, es mejor que cuidar a sus hermanitos que aprendió a odiar. Siempre es mejor que ser empleada, que hacer un taller de embarazo adolescente a los 11, que marchar por el plan y el bolsón con la mamá, que ir al centro comunitario a aburrirse.

Consumir es hacer mundo cada vez. La existencia social, lo que se arma o desarma, lo que se compone o disuelve, las mutaciones progresivas que sufren sus vidas, son solo efecto de los avatares del consumo. Ya no hay sostén de referencias ni de afectos antiguos, solo amigues pantallas y calles. Lo que aprenden consumiendo se vuelve una potencia indomable.

El consumo libera, arma nuevas sensibilidades, despierta insubordinaciones, es el sentido común en la disidencia de guachines y pibitas. Nuevas sensibilidades habilitan nuevos mundos y una nueva constelación de afectos. Afectos como fuerzas capaces de lograr modos de resistencia.

 

De lo ortiba no se vuelve // Diego Valeriano

De lo ortiba no se vuelve porque ya es tarde, porque nacen así. Cómo es tarde para llamar al obispo y festejar juntos, porque monseñor duerme y no hay que molestarlo. Es tarde para entender a todas las pibas del mundo y tambien es tarde en Marbella donde vive la hija de la senadora que ya ni le habla, ni la escucha, ni la respeta. Es tarde para palabras, lágrimas y arrepentimientos. Es tarde, muy tarde para que el senador se haga cargo de manera feliz que le gusta por la cola.

También es tarde para dirigentes que usan el pañuelo verde como coartada, para viejos panelistas que hablan desde hace tanto, para marchar desde San Cayetano con Papa incluido al frente, para hablar en nombre de las pobres y de Francisco a la vez. Es tarde para la selfie con los dedos en V, para la mezquindad militante, para esa bandera roja que no deja ver el palco, para las esposas ocupando en las listas lugares ganados por otras.

Y como es tarde, todo se llena de amanecidas, de ranchadas, escabio,  abrazos, discusiones y canciones. Es tarde porque el orgullo piba es un orgullo nuevo, intenso y gediento. Un orgullo construido ahora que están juntas en aulas, jodas, segundeos y plazas. En deambulares eternos donde esquivar giles es  la única consigna válida de noche tarde.

Y es tarde, pero recién ahora, a esta hora, cuando los choferes los llevan a su casa en el medio de la noche, cuando se cruzan a miles de pibas empapadas, manijas y ni un poquito derrotadas, ahora se dan cuenta que ganando la votación y ganando la que ganan ya no ganan nada. Que solo pueden caminar sin agachar la cabeza en iglesias vacías, en cenas caretas, en clínicas privadas, en lugares sin pibas. Lo vivo las rechaza, el agite no es de ellos, la ética los vomita. Porque saben muy bien que las pibitas les recabieron y que nunca más van a poder mirarlas a los ojos.

Bombachitas verdes // Diego Valeriano

Sentado en La Tarzán, achina los ojos para poder ver la tele que está arriba de la puerta. El zócalo de Crónica  anticipa que la ley no sale y se le dibuja una sonrisa rara, tan rara que casi no reconoce ese gesto en su rostro.  Siente alivio, un alivio ortiba, esclavo, un alivio anti. Rezonga para adentro porque igual esto ya se fue a la mierda, pero algo es algo. Respira profundo y vuelve a decir en voz baja: algo es algo. No es hipócrita ni tiene doble moral, el aborto le importa poco, solo que le gustan las cosas como eran antes. Cuando era más joven, cuando todavía trabajaba en los ferrocarriles, cuando podía volver de noche sin miedo. Cuando lo respetaban.

 

Falta la noche entera para que sea la votación y durante todo el día se cansó de ver pibas con pañuelos verdes en las paradas del bondi, en el tren, en la tele. Pibas manija que ponen como punto de encuentro la peatonal o la seca, pibas que ve ahora por la ventana, pibas que se abrazan. Piensa en esas pibas y se ríe. Casi sin saber bien porqué, le encanta el pijazo que se van a comer. Desea que las cosas vuelvan a ser como antes, poder vivir tranquilo, que nadie lo joda, porque ya lo jodieron mucho. Desea que aprendan que no se puede conseguir todo y que ahora se calmen un poco.También desea que, si no se calman, la policía les haga pegar un buen susto para calmarlas. Pero solo un susto, eh, nada grave. Si fuera por él ya se los habría dado, pero ahora por cualquier cosa te arman causa.

 

Tres pibas entran  y piden una cerveza. Las mira con desdén, codea al que tiene al lado y le pregunta si también tendrán las bombachitas verdes. Se ríe solo y fuerte. Las pibas hacen mundo, se sacan una foto, suben una historia, invaden toda La Tarzán con sus risas. Hablan fuerte, hablan de ranchar en el Congreso, hablan de la noche eterna, de amor, amanecer y libertad. Hablan sin decirlo explícitamente de una marea verde que se lo está llevando puesto a él.


Del desdén al odio en un solo movimiento. Un odio enorme, furioso, un odio que es un fuego de solo escucharlas. Un odio que no tuvo cuando lo echaron de los ferrocarriles, ni cuando lo lastimaron todo para robarle el remis, ni cuando se fue Martha con Micaela y nunca más las vio. Un  odio nuevo. Se pone de pie, vaso en alto como para brindar y les grita: Se van a tener que meter el pañuelito verde en el orto ahora que no sale la ley esa. Ni tiempo para el silencio incómodo hay. Las pibas lo empiezan a agitar de manera tal que él solo quiere irse. Lo filman, le gritan, lo humillan, lo deliran tanto que casi da lástima. Entre risas agarran sus cosas para irse, orgullosas y bien piolas encaran para la puerta y sin que nadie les pregunte nada, sin que nadie pueda nada, la de pelo violeta le dice al mozo que la cerveza la paga el viejo ortiba, ese que está parado ahí.

 

Corre Santiago // Diego Valeriano

Corre, le explota el corazón, le quema la garganta, escucha las amenazas de los gendarmes como promesas que se cumplen. Corre, siente el miedo en la boca, le hierve la sangre, extraña a su vieja. Corre Santiago, como corrió Luciano. Corre Rafael, corre Pablo con sangre en las manos, corren los pibes. Corren solos, rajan, se arrepienten con la certeza de que ya es tarde. Corren perseguidos, corren sabiendo que pierden, que siempre pierden.

Corren los guachos y van a ser grito, posteo, especulación, oportunismo y olvido. Las balas cada vez más cerca, los perros ya los alcanzan y las lágrimas que casi no los dejan ver que hay adelante. Corren como corren todos los pibes por los que casi nadie marcha, corren porque no queda otra. Corren queriendo atravesar lo inexplicable, queriendo ya no estar, queriendo que todo termine porque muchas veces es peor seguir. Corren y no imaginan ser bandera, pintada, foto, avatar, mentiras.

Corre Luciano y miraron para otro lado los que descubren ahora que la policía es brava, que hay represión, que las cárceles están superpobladas. Corre picadas el Negrito mientras la abuela espera sentada en una de esas sillas de jardín, corre Lorena antes que vuelva el novio de la mamá.

Corre Santiago hasta las generales, aunque la senadora no se acuerda más, hasta que cambiamos el avatar. Corre el olvido, corren los militantes a confirmar un toque lo que ya querían que pase. Corren todo, pero no corren la mentira. Corremos todos torpemente mientras los pibes se desangran tirados en la calle.

 

Dossier Santiago Maldonado, elaboración colectiva de La luna con gatilloResumen LatinoamericanoContrahegemonía web, Lobo suelto y La tinta

La mató por piba // Diego Valeriano

De chiquita quería ser policía. Nació así. Quería hacer el bien, lo que corresponde, lo que debe ser,  lo que le enseñaron. Seguro también quiso ser maestra, estar en el ejército, y un poco se tentó cuando los primeros gendarmes llegaron al barrio. Aprendió a sentir como sienten los antitodo, a ortibarse, a ser educada con las vecinas, a sentir empatía de esa manera extraña que sienten ellos.

Sufrió como sufren todas las pibas que se hacen policías. Aprendió a callar, a perder, a mirar para otro lado. Lourdes supo que ni el fierro, ni el chaleco la mantendrían a salvo de sus compañeros y jefes. Cebó mates tardes enteras al costadito del comisario. Escuchó y vio cosas, nunca recibió nada a cambio. Las minas son leales, solía decir Fernández y así la plata se repartía entre tipos. 

La guita no alcanza para nada y menos cuando sos mamá. El sueldo se le esfuma entre las tarjetas y los préstamos. Tiene que salir a hacer adicionales, esos adicionales que hacen las minas policías. El tren, un bondi, otro tren y un último bondi. Tres horas para llegar a la guerra. Viajaría menos si fuera tipo, si fuera pillo, si en lugar de cebar mates y estar en silencio hubiera aceptado la mirada pajera de Fernández.

La crueldad siempre es manija. Llevan diez minutos sin hablarse y les quema la ansiedad de que pase algo. Cuando ven a Lourdes en la parada del bondi saben qué es lo que tienen que hacer. Como supieron qué era lo que tenían que hacer cuando se cruzaron a un gendarme dos cuadras más atrás. El chabón sin tener uniforme era gendarme. Alto, morocho, tipo. Ni uniforme, ni chaleco y el fierro guardado en el bolsito sin tiempo a nada, pero siguieron.

Lourdes es piba, chiquita, carita linda y ellos que odian a la policía, pero más odian a las minas. Un odio ancestral y cercano. Un odio a todas las pibas que los abandonaron, a las madres que ya no los lloran, a las hijas que dicen amar y extrañan solo cuando toman toda la noche y no paran de hablar. Un odio cargado de sus frustraciones y miedos. Un odio de cuando fueron minas para otros.

Cuando el Clio frenó, Pablo bajó con el fierro en la mano decidido a todo. Necesitaban guita, necesitaban otro fierro y también él necesitaba demostrar quién era. Gritó, apuntó y tiró. Supo al instante que había sido certero, supo que ahora tenían un fierro más, supo que ahora iba a ser un poco más respetado. Se acercó a ella, le agarró la 9 y se fue corriendo al auto, sabiendo que también la mató por piba.

 

Entender sin ortibarse. La Gorra Coronada de Juguetes Perdidos // Diego Valeriano.

¿Donde estan los amigos? se pregunta Diego y dice que amigos son aquellos con quienes reunimos los ánimos necesarios para huir de nuestro tiempo. Huir y pensar nuestro tiempo, nuestro estado de ánimo, los que nos queda de vida. Los Juguetes Perdidos hacen un esfuerzo bien piola para huir entendiendo, para decir lo preciso, para no ponerse ortibas cuando dicen, con lo difícil que es esto último.  

 

Porque cuando se trata de pibes y pibas ponerse ortiba es lo que siempre sale. Se engorran todos: la trabajadora social, el psicólogo, la doña de la copa de leche, los educadores populares, las talleristas, los gendarmes, la pedagoga, la militancia…. todas.

 

Leer la Gorra Coronada me hace escabiar, me pone pillo, me arde el cuerpo, me sonrió. Me lleva a infinitas situaciones vividas, le pone nombre a esas situaciones, me gustaría contarselas. Le pone palabras a cosas que decidimos con otros amigos, a posiciones tomadas a pura intuición, a deserciones urgentes que no pude explicar, a infinitas charlas sin sentido alguno.

 

Son originales y certeros. Mientras los leo me les hago amigo, hablo con ellos, me río, me vienen ganas de decirle al chabon que esta sentado al lado en el bondi que es así, que estos chabones tienen razón, que las palabras son estas, que nadie explica la vitalidad mejor que ellos, que el Macrismo y el Cristinismo son así, que el consumo libera, que el infierno está encantador.

 

Los Juguetes perdidos escriben como chabones, con esa dosis de amor y  miedo que se le tiene que tener a las pibas, con ese gesto segundero que se tiene que tener obligatoriamente con los pibes. Están seguros de lo que dicen y no andan con culpa, no disimulan, no se camuflan, no buscan congraciarse. Creo que no negocian. Corte que andan solos.

A los amigos se los descubre muchas veces de un modo impredecible. Así nos lo recuerda en sus clases Deleuze, cuando les dice a sus alumnos que busquen sus propias moléculas en los textos. Esta afinidad molecular que caracteriza a la amistad es prediscursiva o, en todo caso, difícil de decir.

Estamos en manos de gente que no escabia // Diego Valeriano

La foto es muy gráfica, estamos en manos de gente que no escabia. Estamos en manos de gente que es viernes a la noche y su cuerpo no lo sabe. Que no sabe lo que está pasando a metros de ahí. Que sonríe con la mesa vacía. Gente que no espera ansiosa el delivery de escabio y no atraviesa avenidas enteras hasta llegar al kiosco de Raquel. Que nunca le rompió el teléfono al transa un domingo 11 de la mañana. .

No escabian, no saben que la fiesta es a muerte. Se esfuerzan por mostrarse pulcros, risueñas, abstemios. Van a planificar cualquier gilada porque no entienden. Nunca estuvieron en un bautismo en Merlo Gomez, a la salida de Jesse, saltando como taradas en un recital que ya ni se acuerdan de quien era en Pinar. Nunca les ardió el cuerpo, nunca un falso asado, nunca tiraron botellazos a los patrulleros como unica condicion de reforzar una amistad, nunca las bajaron de un remis por vomitarlo todo.

Planifican ajustar como si les fuera gratis, pero no entienden que la fiesta no se enfría. No entienden que la fiesta es a muerte. Y no importan las marchas porque ahí ya no pasa nada. Porque, sin duda alguna, es más peligrosa una fiesta clandestina en José C Paz que cualquier Unidad Básica, que cualquier asamblea de los mismo de siempre. Porque un estribillo encierra acción directa.

La fiesta es a muerte y en unos meses es diciembre. El calor y los atardeceres de escabio y amistad habilitan nuevos entendimientos, nuevas formas, otras alianzas. Corramos a la sección bebidas del Vea antes que la infantería nos alcance, usemos los changuitos de barricadas, segundiemos a la amiga que feliz de pepa no entienden que van por ella.

Tal vez todo comienza como un murmullo, tal vez como un grito desesperado en el medio de la música. Saquemos los parlantes a la vereda, abran un par de vinos que el sol esta que pega, todas las rochas bailando en corpiño, todos los negros en cuero amanecidos un domingo.  Busquen sus propias moléculas en las fiestas por venir, como única forma de rebelión impredecible.

Un paro de viejos // Diego Valeriano

Un paro sin guachos, sin saqueos, con negocios abiertos sin miedo, sin novedades en el frente. Un paro que no dice nada, que dominguea, que muestra a la CGT como CGT, a la izquierda como izquierda, al gobierno como gobierno y a muchos  posteando fotos en la que no están. Un paro que si no sucedía igual ibas a decir lo mismo, total siempre decimos lo mismo.

Un paro donde levantan la voz desde las redes los estudiantes de siempre, los que leen los diarios y los empleados públicos combativos. Un paro de dirigentes panelistas y tuiteros famosos. Un paro vacío de tensión, casi aburrido. Un paro donde las mujeres dicen algo casi de compromiso, un paro de viejos.

Un corte triste y frió donde todos se conocen, donde ya ni amor puede haber, donde pelean las banderas frente a las cámaras, donde la única novedad es el pañuelo verde de los mismos dirigentes de siempre. Donde los grupos revolucionarios tienen Facebook y buscan me gusta, donde los gendarmes también postean.

Un paro sin pibas, sin que nadie ranche para que todo suceda, sin aullidos, donde la suerte ya está echada. Un paro que ni confunde, que ya no arma nada. Un paro donde los pibes pensaron que era feriado o domingo y después de escabiar toda la tarde,  salieron a esperar a las doñas que vuelven de visitar a sus hijos, para rescatar un pesos y seguir escabiando.

Un paro Play, un paro de revoque en las paredes de la pieza, de fútbol 5, de vacipan en Villa Celina para arrancar el día, de menos venta en la feria por la mañana. Un paro mundial para que hoy siga siendo todo igual.

Mueran por coger // Diego Valeriano

Mueran por coger, ahora, en este momento, por abrir las piernas, por querer gozar, por acabar jugoso. Mueran en los hospitales inmundos, mueran en las guardias, mueran mientras el médico duerme, mientras alguien reza, mientras los senadores oportunistas ven que hacen.

Mueran por ser guachines, por no ser nenes, por ser irreverentes, por mal educados, por arrogantes, por plantarse en el aula frente al autoritarismo, por no aceptar ninguna gilada más, por no dejarse educar. Que mueran solos en el rancho devorado por el fuego, por una bala perdida, porque el agua tapo todo, que mueran mientras la trabajadora social está en el juzgado haciendo el expediente.

Mueran por pibas, porque nos dan miedo, porque desarman las pobres existencias, porque hacen vida cada vez, porque nos re cabio. Mueran mientras el patrullero no llega, mientras los cagones que postean militancia agachan la cabeza por la noche, mientras una amiga grita sola, mientras los ortivas festejan.

Mueran por travas, por estar ahí cuando llevo a mi hijo a la escuela, por la imagen que nos devuelven, por la falopa que les compramos, por la fantasía que nos despiertan. Que mueran por venir de tan lejos, por dejar todo atrás, por ser una vergüenza en la familia, por no pedir perdón.

Mueran por enemigos, por pibes, por romper la noche, por llevar el fierro en la cintura, por tomársela toda, por devolver la crueldad tal cual es.  Mueran en el calabozo, total todos lo sabemos, mueran en un patrullero total igual dormimos. Que mueran, total no es el primero de los hermanos que pierde, total las lágrimas de madre ya están tatuadas de antes.

Que mueran los gedes, las negras que piden, los locos, las turras que solo quieren divertirse, los que cagan a piedrazos el tren, las que esperan alguna oportunidad, los que matan sin preguntar, las putas viejas de colectora, los que no entienden de tu solidaridad, las que faltan a los talleres y se quedan fumando en el campito.  Que se mueran por voraces y descanseras, por estar de fiesta un martes y no dejarnos dormir, por reflejar la vida como un espejo peposo y cínico, un espejo manija que nos hace parecer bastante a eso que decimos enfrentar.

 

Foto: Colectivo Manifiesto

Ser Piba // Diego Valeriano

Ser piba, ranchar en el congreso, armar una fogata y que un fuego verde devore todo. Que no queden ni las cenizas de lo que somos. Ser piba desde lo más profundo, desde las madrugadas, desde el aguante, desde el  miedo, desde el segundeo, desde la fiesta.

Ser piba, inundar el Sarmiento, las aulas, el  A, rebalsar las calles.  Llenar de temor a los que dormían tranquilos, a las ortibas, a los dirigentes, a los troskos que mueren por protagonismo, a los que van a las marchas como selfies, a los que escriben para congraciarse, a los que si bien ahora entienden ya es demasiado tarde.

Ser piba para entender absolutamente todo. Para plantarse frente a los giles, para construir tantas ideas que transmuten la vida cotidiana, para hacer incomoda la vida adulta, para saber que ahora, en esta plaza,  el combate es inminente.

Ser piba como único gesto político, como gloria, como nacimiento, como caníbales. Para mirar a todos como pobres tipos, para almorzar en Tarzan y que los viejos mueran de odio del verde. Sacarle la careta a los gatos de la  iglesia, en especial a los que parecen compañeros. Escrachar guachos que creían amigos y amigarse con pibas que parecían tan lejanas.

Ser piba para estar así de manija toda la vida, para que todas sean pibas, para que piba sea todo lo que es. Para no escuchar hablar nunca más de trabajadores, ni de unidad, ni de los setenta. Para que los de la CGT se caguen todos, para que los rati bajen la vista, para matar de una buena vez a Dios.

Acuerden con el FMI que los guachos se van a acordar en diciembre de ustedes. // Diego Valeriano

 

Acuerden lo que quieran, no importa. Acuerden la miseria planificada, los tiros por la espalda, las requisas, los cacheos, bajar a dos pibes del bondi y encontrarles un veinti. Acuerden poner a los de la local en la puerta de la escuela, las amonestaciones, tener el 911 en una aplicación, acuerden con el gordo de la rotisería pasar cuando cierra y cuidarlo por un par de pollos. Acuerden hacer la vida más triste, más larga, menos gozosa que no importa, que la fiesta no se termina porque lo digan ustedes.

Acuerden con la iglesia que las pibas ya acordaron otra cosa, que no les importa, que nos recabió, que ya no podés hacerte el piola. Acuerden deconstruirse que ellas no les creen, que ya es tarde para todos.

Acuerden hacer talleres sobre embarazo adolescente, transmitir, hacerse cargo, transformar. Acuerden becas con niñez. Acuerden con la psicóloga y el  trabajador social ir a la casa de Luquitas. Acuerden acuerdos de convivencia, respetos y cuidados mientras los guachines más piolas ni se acuerdan de ustedes.

Acuerden entre caretas, pero tienen que saber que no alcanza. Acuerdan que ahorremos, total no nos sale.  Acuerdan con los comerciantes del Cruce Castelar, pero sepan que no les van a alcanzar los patrulleros para meter a todos esos pibes. Acuerden irse a vivir cada día más lejos, total la ruta es larga.

Acuerden con el FMI que los guachos se van a acordar en diciembre de ustedes. Acuerden enfriar todo que el calor viene igual, que el consumo libera, que las primeras cervezas en la esquina solo nos hacen acordar que los saqueos son un arma. Acuerden lo que quieran que los pibes ya solitos nacen con recuerdos.

Vetá lo que quieras total la vida siempre brota // Diego Valeriano

 

Vetá ésta. Vení y vetá las ganas. Salí y fíjate si te da la nafta para vetar a las pibas. Vetales la prepotencia, el yo te creo hermana, la arrogancia de las que saben que están en una revolución, los guiños color verde en el furgón. ´Vetá a las pibas que son tan contagiosas que hasta las caretas millonarias usan sus palabras. Dale, anímate a pasar por la plaza a vetarles el estado de animo.

Cruza Rivadavia, bajate del 238, camina por Marina bien de noche, espera el bondi en Pontevedra, ponete un puesto de tortilla a la orilla de la 1001 y anímate a vetar algo. Veta las travas del cementerio si podés, a las princesas del asfalto, a las maricas que viajan mil horas en bondi cargados de ilusiones para llegar a Buenos Aires y terminan viviendo en Villa Bosh. Vetá la vida si alguien te deja.

Vetá a los guachines que no aceptan las consignas. Seguí hablando de inclusión, dando vergüenza en los centros comunitarios, haciendo murales y juegos que atrasan, volviendo a tu barrio antes que baje el sol. Seguí mendigando subsidios, siendo recurso, quedándote conforme por estar ahí como si eso fuera suficiente, siendo traductora, seguí siendo gato que veta la vida que no entiende. Seguí apostando al futuro sin darte cuenta que el presente es una fiesta.

Vetá la fiesta, dale. LLamá al 911 y que venga el patrullero a decir que bajen la música, que no griten tanto, que no tiren cuetes. Dale, fíjate si bajan o siguen. Si se animan a cruzar por el frente. Dale, seguí posteando sobre obviedades y mirando series. Vetá que los guachos se intoxiquen, que todo sea un arrebato, que a las nueve de la mañana arranquen para el chino a comprar escabio, las risas duras.

Vetá todo lo encantador pedazo de ortiva. Las motos rompiendo la noche, la guerra en cada esquina, los pibes dispuestos a no negociar el placer, a los amanecidos buscando al último transa un domingo. Vení pancho, vení y vetá el odio a la política, la desconfianza a los curas, el odio a las maestras, la certeza de que la solidaridad es mentira y que de arriba nunca viene nada bueno.

Vetá el amor a los que perdieron, las lágrimas tatuadas, los murales en los monoblocks, las historias que siempre crecen, los pibes que salen hechos hombres, las novias de presos que mienten y esperan, las cicatrices que enseñan.

Vetá lo que quieras total  la vida siempre brota. Que el consumo libera, que de ultima tiran los ganchos, que hay comedores, que el papeo se resuelve, que nunca van a ser empleadas, que en el rancho se está poco. Que tarde o temprano un bondi siempre los lleva aunque haya que esperar un poco más.

La rabia. Sobre Fuerzas silvestres – Laboratorio de Creación de Silvio Lang en el Teatro Cervantes // Alejandra Varela

 

 

El escenario se empieza a parecer a la calle. Barricadas de tacos aguja y tetas al aire. Polvareda después del piquete. Los cuerpos aquí no quieren negociar nada, le escapan a la ley mezquina de los acuerdos. Están sobresaltados, contagiados de un rabia tan bella que los pone al filo de la muerte.

Macri se llevó puesta la ciudad, el país entonces hay que callejear a lo loco. Lo real deviene en un estado de las cosas que no está en la razón instrumental del militante, que hay que olfatear en los barrios, estampida quejumbrosa de una guerrilla dislocada donde el género y el sexo se ponen en cuestión. La política de los cuerpos implica desnudarse pero también recurrir al disfraz como camuflaje ¿Qué pandilla travestida propone Silvio Lang en su teatro? Hay allí un runfla que se tapa la cara o la maquilla, suerte de personajes de Jerzy  Grotowski devenidos activistas del asfalto, estética degenerada que se zarandea en un perreo y encuentra allí, en ese movimiento que parecía enemigo, una liberación en mini short, forma desafiante y enfiestada del que quiere seguir de largo.

El teatro político fue tal vez, una máquina de pensamiento, un ejercicio de distancia para desandar ideologías. Lang entiende que la política, o lo que el teatro captura de ella, está en lo inconsistente de un deseo desparramado, en las ganas locas de que la negrada ya no pueda ser feliz, en el odio de clase devenido frase viscosa dicha en el colectivo o en el súper chino. Allí, en lo que no se comprende bajo el método materialista dialéctico, en el disfrute de la chica pobre y en el asco que genera su hermosura impiadosa y pendenciera, propone Lang poner la mira, atender a esa comezón, a ese sentimiento saturado que él convierte en fiesta delirante, en extravagancia de los cuerpos que rechazan toda disciplina. Moverse en escena para hacer del caos una estética y también una narración que exaspera y angustia. Las imágenes de los textos de Diego Valeriano convertidas en canciones punk apuntan a todo aquello que la izquierda bienpensante, el militante que sigue a la jefa, no puede abarcar con su relato mesurado. Si, allí hay una desmesura que hay que pensar para que el macrismo no nos trague.

Valeriano, suerte de indocumentado de las letras, inmigrante ilegal del pensamiento que no es, al parecer, un ser de carne y hueso sino un seudónimo fantasmal que esconde vaya a saber qué identidad dudosa, propone aprender de esa festichola que puede terminar a los tiros, de esa guerra que en Lang tendrá la mueca de un teatro que no busca la metáfora, que hace de la apropiación de lo real, de esos gestus que se producen como en una escena de un laboratorio polaco o ruso, algo que se reinterpreta con cierto extrañamiento, que sacado de su territorio puede pensarse como una válvula política, discurso sentimental de los cuerpos. También podría invocarse aquí a Tadeuz Kantor ,si pensamos el uso de los objetos bajo la lógica de un teatro de la muerte que los extirpa de su territorio. Caños, balizas que impiden el tránsito, palas de laburantes  maltratados, tierra arrasada después de una represión macrista. Si  Baruch Spinoza se preguntaba cuánto puede un cuerpo, aquí la pregunta es cuánto siente un cuerpo. ¿Qué le pasa a la mujer que vuelve al barrio cargada de hijos y de bolsas? ¿Hay allí algo del embalaje de los refugiados que Kantor puso en escena? Puede ser, pero Lang se alimenta de una poética de la rabia y esos cuerpos transpirados, que llenan el aire del teatro Cervantes de un tufo cálido, quieren obligarnos a mirar la calle de nuevo, con otros ojos, a transitarla menos desprevenidos. Si, hay una guerra, por eso el camuflaje que da cuenta de la farsa en plena contienda sirve para arrebatarle al poder su razón, su lógica de estado exterminador. Iremos a pelear convertidos en actores y actrices de una representación que toma del piberío su baile incómodo.

Pegada a la piel está la cultura de Macri como una fuerza invisible que no se explica, como una llamarada donde el joven siempre muere, donde los pibes van al matadero pero antes recuperan esa sinrazón del reviente. Hay que mirar allí, en la rebeldía que no teoriza sobre su rechazo a la trabajadora social y el tallerista de turno, que le patea el culo a la clase media que intenta ayudarlos ¿Y si en vez de entenderlos desde la piedad empezamos a copiarlos, a aprender de ellos, a detenernos a desmenuzar, desandar esa excitación del colectivo a la madrugada en pleno conurbano, el fierro guardado para sobrevivir?

En ese modo de decir, en ese canto que desarma la proclama, en ese mundo sin metáforas que Lang propone donde la realidad se toma como matriz distorsionada, se repite para entender y se piensa con el cuerpo. Hay algo que solo el teatro puede contar o desandar como una interrupción que nos devuelve a ese afuera y a los cuerpos desbarrancados en la lucha o la fiesta, en la protesta, en el piquete, en las formas de una prepotencia que ya no quiere calmarse, que está bellamente resentida. Hay algo que, tal vez, la realidad toma del teatro sin saberlo, que hace de la palabra una potencia que no dialoga sino que se empeña en decir lo que ve en una enumeración de todo lo que parece quedar afuera, de lo que hay que corregir y encaminar, de lo que muchos se proponen integrar pero que, tal vez ,sea la experiencia límite del sistema, que lo pone en jaque, que dice que allí ya no se puede hacer nada, que hay que destruirlo todo. Festival de neumáticos quemados y saqueos, odisea del fin del mundo. La fiesta como caldero y como revancha.

¿POR QUÉ GANÓ MACRI? // Ramiro Guggiari. Sobre Fuerzas Silvestres -Silvio Lang. Teatro Nacional Cervantes

Necesitamos seguir sin aceptar lo que pasa, entender que a partir de mañana no puede ser un día más, necesitamos saber que estamos en guerra y atravesados de palabras inútiles, de una cantidad demente de palabras e imágenes que al pedo nos tranquilizan. Necesitamos que el cuerpo hable, que la excitación sea incontenible, dormir mal, que el miedo nos guíe, ser bellamente resentidos y esta vez no retroceder.
“Necesitamos”, Diego Valeriano

 

Rancière habla de un teatro de los pensamientos en un texto breve pero enigmático. Siempre es enigmático hablar del pensamiento. Hoy vi a una obra de teatro pensar. ¿Qué es pensar? Pregunta dura y misteriosa. ¿Una obra de teatro piensa, puede pensar? La obra que acabo de ver, piensa, por ejemplo, sobre la pregunta: ¿por qué ganó Macri?, ¿por qué ganó Macri, ese 22 de noviembre de 2015, si la década estaba ganada? La gran pregunta que todo el pensamiento político argentino debería hacerse por lo menos durante varios años. Desconfiemos, en primer lugar, de toda respuesta fácil, conocida, sencilla, repetida. Desconfiemos de toda respuesta que no incorpore el misterio de la pregunta, es decir, que se presente como un saber, y no como un pensamiento. El que piensa no sabe, no explica (y si explica, sus explicaciones no explican nada). No sabe nada, se banca no saber (y hay que bancarse no saber). Navega. Viaja por significantes, imágenes, cuerpos, afectos, formas, navega el río del abismo, la nada asignificante, se banca la angustia de esa nada: y cada tanto, produce, así, nuevas constelaciones, condensaciones, que serán conceptos, fórmulas, sentidos, tal vez instantáneos, tal vez duraderos. Fundará recorridos, el pensamiento. Asociaciones, relaciones impensadas, desplazamientos, marcas. Se trata de una fuerza inconsciente. No cualquier obra piensa. Pero hay muchas que saben. Una obra puede saber mucho y pensar poco y viceversa. Para materializar lo que todavía no existe, hay que tener nada, un pedazo de nada, una sin-relación, una actitud dadaísta.

Un verdadero artista no es ese que nos gusta. No es ese de cuya obra salimos para decir: “qué buena obra”. Un verdadero artista nos hace preguntarnos qué carajo es eso que acabamos de ver: y sobre todo, ¿en qué nos implica?, ¿qué hacemos con esto?, ¿nos enojamos? Nos alejamos de la sala mascullando, sin verdades, abismados. Hay que tener una suerte de valentía, para sostener esa sin-relación, una especie de caradurez. Una fuerza propia. No una fuerza que vendría desde otro lugar.

Pensar por qué ganó Macri no es hacer sociología. No en esta obra. No para Diego Valeriano, no para Silvio Lang, no para las princesas del asfalto. Pensar por qué ganó Macri ese 22 de noviembre de 2015, es hacerse cargo de que a Macri lo votamos todos, que había ganado mucho antes, y que no nos dimos cuenta. Es dudar de lo que creíamos. El arte tiene su propia manera de hacerse estas preguntas. Se trata de una investigación sensible. “Macri nos re cabio”. No sabemos qué significa eso. “El votante pobre de cambiemos tiene odio de clase”. Son frases extraídas de los poemas políticos de Diego Valeriano. Acá estos enunciados ruedan a través de una multiplicidad heterogénea de gestos, movimientos, materialidades. Una palabra que (por el modo de construcción enunciativa de Valeriano) ya es revulsiva, porque sale dicha desde las tripas, ya es onírica, inconsciente, acá se potencia y se amplifica en una puesta en vómito, puesta zombi, postapocalíptica: puesta de la potencia de la muerte. Entonces, cualquier evidencia de sentido queda instantáneamente suspendida. Ya no podría permanecer en pie el significado de la palabra “pobre”, o de la palabra “votante”: otras materialidades han venido a cruzar la palabra. La indagación política de esta puesta en escena es fundamentalmente material, sensible. Ahora ya no son dos o tres imágenes las que aparecen con la palabra “clase”: son cien, se multiplican; y nuevas posibilidades de combinación de imágenes son posibles: nuevos sentidos aparecen. La puesta en escena de unpensamiento (y no de un saber) político.

En el teatro nos falta fiesta, nos sobran seguridades. Nos falta una rebelión. Nos falta gritar que hay cosas que están muy mal, y dejar de ser buenitos, posta decir dónde estamos parados. Llorar que no sabemos qué hacer. Dejar de ser tan caretas, por favor. Necesitamos saqueos y quemar una pila de patrulleros. En el teatro también, necesitamos saqueos, agite y fiesta. Necesitamos no entender, dejar de hablar de las cosas que sabemos, y de las obras que nos gustaron, y empezar a hablar de las que nos dejan sin saber qué decir, las que nos dejan balbuceando, como idiotas, mientras, íntimamente, sabemos que eso que decimos no es lo que queremos decir. Y que se produzca un silencio y un ataque de rabia y de calentura: que se escurra entre las axilas y se esparza por la nuca, que se te humedezca todo el cuerpo y la cara se ponga tensa, y te rías como tarado tratando de relajar, y que cuando quieras decir que ya pasó, sea mentira; que no pasó nada, que todo está ahí. Eso es pensar para mí. Sólo así se piensa, en guerra, con la cola abierta. Lo demás, son los saberes que repetimos. Pensar es horrible y profundamente erótico. Se piensa excitado, se piensa sin razones; fundamentalmente, se piensa intranquilo.

Los zombis ya murieron. Nada tienen para decir; como los condenados, los locos, los que no le adeudan nada al sentido. No explican: reivindican. Sus enunciados son pura performatividad. Como los muertos: la inmanencia de una vida desnuda.

 

CAMPO DE PRACTICAS ESCÉNICAS

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Frente al disciplinamiento financiero, sustancia y vino tinto // Diego Valeriano

 

Frente al disciplinamiento financiero, sustancia y vino tinto. Y tambien fiesta en las calles, falopa un domingo a las tres de la tarde en el baño de una parrillita de ruta 4. Frente al disciplinamiento financiero, llamar al transa hasta que apague el teléfono, quemar bolsas de basura en las esquinas, colar una pepa y perderse en el INTA, crear rumores de saqueo en el Coto de Ciudadela, fumar paraguayo antes de entrar a clases, cagar a piedrazos todas la cervecerías artesanales que se nos crucen. Clavarse un clona a las diez de la mañana.

Frente al disciplinamiento, aprender de los pibes. Entender qué significa tener sangre de chorro, vivir a todo ritmo, dar la vida en una moto. Aguantarla en un calabozo, no ser tan gato de tus ideas, ser más amanecidos y menos militantes. Dejarte llevar mientras el cuerpo aguante. Frente al disciplinamiento, aprender cómo caminan los indisciplinados, las que nunca aceptan, aprender cómo se plantan los que son despreciados de izquierda a derecha, las que arrancan, los que creés que son víctimas. Aprender de los que cuando tienen que tirar, tiran.

Frente al ajuste de los de arriba, capitalismo runfla. Consumo que libera. Neoliberalismo de los de abajo. Feria, puesto, saqueo, ir a pescar al Reconquista, robo piraña a un camión de La Serenisma que pinchó a unas cuadras del barrio. Una doña transa que sigue el negocio del hijo preso, senegaleses haciendo un asado al costado de la vía,  talleres de camisetas en Villa Celina. Frente al disciplinamiento ortiba, trueque, una piecita arriba de la otra hasta llegar al cielo, remis al barrio, tortilla a la parrilla, ex combatientes vendiendo banderitas con imán, kioskito las 24 horas, vino en bolsa en alguna fiesta de alguna virgen, vacipan en la 1001. Choripete en Soldati.

Porque esto no lo frenan los disciplinados, ni los que marchan ordenados, ni las panelistas desencajadas en los programas de cable, ni los que postean, y menos aún los que movilizan gatos del plan. Porque ya es hora de que nos hagamos a un lado: no damos más de panchos, el mercado nos recabió y comprar dólares es más destituyente que marchar.

Porque frente al disciplinamiento financiero hay que ser más piba, más guacho, más gede, más trava. Hay que abandonar el cuerpo político que no da más de careta. Hay que dejar de militar por lo menos dos años. Porque una fiesta, unos guachines planeando su primer robo, un saqueo, una maricona que grita y baila, una feria, una piba esperando el último bondi en el cruce Castelar son capaces de atacar cualquier tipo de disciplinamiento ortiba y contrario a la vida.

Devalúan // Diego Valeriano

Se devalúan las travas viejas del cementerio cuando llegan pibas nuevas, se devalúan esos pocos pesos guardados por las dudas. Se devalúan tus posteos, tus mezquindades y bajezas. Se devalúa la militancia que ya no cambia ni sus vidas, los que bancan a la jefa, las que aplauden panelistas. Se devalúan la esperanza, la alegría, las amigas. Se devalúan la teoría y bastante las palabras. Siempre devalúan los que hablan de la vida.

Se devalúan los talleres esos buenos para nada, los programas del PNUD y la educación redentora. De tanto que se devalúa ya se mata por muy poco, andar enfierrado paga menos que hace unos días. Se devalúan los guachines porque la plata les quema. Se devalúan de marchar las mamás luchonas, se devalúan los ortibas que se sienten traicionados y las chetas que esperaban otra cosa.

Se devalúan los careta porque la fiesta les explota, se devalúan los gendarmes porque extrañan a su hijas, se devalúa el peruano demorado en la frontera, se devalúan los quinteros y la tierra que no alcanza. Se devalúa la realidad que atacamos a pastillas. Se devalúan los padrastros porque las pibas son más pillas, se devalúan los dirigentes porque piensan en la propia.

Se devalúan amigos, cumpas y los setenta. Lo que pasa es que el escabio ya ni alcanza para atontarnos. El 2001 devalúa porque explicamos demasiado, se devalúa nuestra memoria de las calles de hace años. Se devalúan los posteos convocando a la nada, opinando como giles de las cosas que nos pasan, porque siempre devaluamos y valemos mucho menos.

Lo que no se devalúa es lo que pasa de verdad: las pibitas, los gedientos, las que llegan de mañana. Los que rompen noche, las que segundean en la clínica de Celina, los que corren en los pasillos tirando en la huida. Las maricas y sus gritos invitando a la vida, los amanecidos que chocan con la gorra porque queda de camino, las que arrancan, los que viajan bien manija hasta Flores y los pibitos que te asustan en las vía.

Corrida // Diego Valeriano

Corren los pibes por los pasillos, corren los chetos por la city, corren los operadores a las pantallas de Florida, corren los pobres pocos pesos. Corre el agua y se estanca donde lo hace siempre. Corre base por los pulmones de los que ya no pueden, corre el dólar, corren rumores de saqueos en las esquinas, corre el chino a buscar los fierros, corren los ortibas a denunciar, corre el gobierno al Fondo, corren algunas a postear opiniones, corren los amanecidos a escabiar, corren los militantes a levantar sus banderas.

Corren las pibas el rumor de que son libres, corren los guachos con el fierro en la cintura, los de 6to corren a la plaza cuando se ratean. Corren los delivery para no ser cazados cuando cruzan Rivadavia. Corren las travas al gil ese que ya tienen marcado. Corre el transa a fijar el precio, corren los taxistas a uno de Uber. Corre la familia entera cuando baja del camión, corren por ocupar un terreno y corren porque saben que cuando dejen de correr van a tener que correr a los que vengan. Corre el padrastro a la guardia del Paroissien con dos tramontinas en la espalda. Corre la nena a lo de la tía, corre el banquero por el country bien temprano, corre el de la local el bondi bien temprano, corren los dirigentes contentos al instituto Patria, corren los guachines el camión regador en esos días de diciembre.

Corren y es corrida, estampida, arrebato en la calle, fuga de guita, robo en poblado, saqueo, olor a diciembre todo el año, motín en la primera, toma de escuela, pelea a muerte en el bautismo de la sobrina, lluvia de piedras al patrullero a la salida del Jesse James. Es corrida que no para y se transforma en un río gediento que empieza a arrastrar a todo lo que cruza, que rompe los bordes, que no quiere prisioneros. Corren espantados, manija, frenéticos. Corren y ya nada alcanza: ni los acuerdos con el Fondo, ni la guita al jefe de calle, ni el ajuste a los jubilados, ni el trabajador social que hace que escucha, ni el silencio cómplice de los hermanastros, ni la bondad de la maestra, ni los dólares de la abuela, ni siquiera ya, la sangre derramada.

La vida es muy corta para andar ahorrando // Diego Valeriano

Saboteemos todos los medidores de gas para que el contador no avance, pongamos imanes en el medidor de la luz, tiremos los ganchos a los cables de la calle, acerquemos unos mangos al de Cablevisión, busquemos en los cajones el pituto que compramos en la estación en el 2004, compartamos la clave del wifi. Seamos amigos solamente de quien comparte su usuario de Netflix.

Robémosle la luz a la vieja de adelante que no da más de ortiba, amenacemos a los operarios de Aguas Argentinas, usemos la SUBE del abuelo, vayamos a la odontóloga con un carnet prestado. Saltemos los molinetes en Once, caretiemos en las puertas de todos los recitales, besemos a las putas viejas de la colectora, a las que están más allá del Reconquista. Vayamos al bajo si es necesario porque el precio por acá es demasiado, hagamos cola en los pasillos por un 25 con pibitos que tienen la edad de los nietos que no tenemos, plantemos nuestras plantas aunque más no sea en baldíos olvidados. Seamos populistas y faloperos.

No demos ni un paso atrás. Agilicemos nuestra memoria, compremos en cuotas y demos de baja la tarjeta. No les regalemos a estos caretas nuestro goce y libertad, prendamos todas las estufas de cuarzo hasta que las velas derritan los cables del barrio de adelante, caguemos a piedrazos a las cuadrillas que vienen con malas noticias, atropellemos las barreras de los peajes, escrachemos públicamente a la que vende pastas y nos dice que pongamos el aire a 24, compremos vinos dudosos en el chino, pongámosle mucho hielo a La Bichi ahora de naranja.

Insultemos a las que te piden que firmes contra el tarifazo desde la comodidad de la militancia,  a los diputados caretas, a los políticos panelistas, a la que canta desde el flete en todas las marchas. Agudicemos el ingenio popular,  hagamos todo ahora porque la vida es muy corta para andar ahorrando, hagamos todo porque solo el consumo libera,  hagamos todo para no perder más.

¿Tanto bondi por un chofer? // Diego Valeriano

 

El guacho esta tirado en una de las camas de la pieza de sus hermanas, es casi el único lugar en el mundo donde nadie lo molesta. ¿Tanto bondi por un chofer?, piensa mientras mira la tele. Los pibes no paran de mandarle audios que él ignora. Llamativamente está tranquilo y careta, pero no deja de pensar que es demasiado alboroto por el chofer. Fue un garrón quedar perdidos en el fondo, andar amanecidos, caminar todo lo que caminaron, estar enfierrados y tomarse el 620.

Todo fue un garrón, desde la mañana del sábado que arrancó y no volvieron. Y también un garrón todo lo que le viene pasando: el escabio, ser tan atrevido y que Caro no lo deje ver a Natahel. ¿Pero tanto escándalo por el chofer de un bondi? ¿Cuántas veces tiró y no supo qué paso después? ¿A cuántos hizo perder sin saberlo? ¿Cuantas veces la agito con el fierro para hacerse respetar? ¿Cuántas veces tuvo suerte? ¿Cuántas balas con su nombre? ¿Cuántas guardias de hospital, médicos clandestinos, enfermeras cura chorros o aguantarla en algún rancho con falopa, amoxicilina y vodka? ¿Cuántas lágrimas tatuadas, cuántos murales en los monobloks, cuántas novias llorando en las guardias tribunales?

Escucha que era el cumpleaños de una de las hijas y piensa en sus hermanitas. ¿Quién me llorará? También piensa en sus sobrinitos que vieron cómo el jefe de calle de la segunda les fusiló al viejo en la puerta de la casa, y cómo después se lo llevaron para tirarlo por ahí, diciendo que había sido un enfrentamiento. ¿Quién hace bondi por los pibes que perdieron, por los que murieron desangrándose en los calabozos, por los que cosieron a tiros en los pasillos, por los que caminaron con demasiado desde donde no correspondía?

Sabe que vienen  por él, demasiado alboroto y ya se metieron los políticos. Espera que sus hermanas vuelvan de la escuela para poder abrazarlas fuerte, para despedirse sin que se den cuenta. A la vieja no le va a decir nada, ella entiende todo y segundea siempre, aunque no esté de acuerdo, aunque se desgarre de dolor por los hijos que crio. Buscará refugio en el bajo donde todavía le quedan amigos, se guardará un rato hasta que todo pase, hasta que la gente se enoje por otra cosa, hasta que la tele  hable de otros muertos y después verá.

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