Anarquía Coronada

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Diego Valeriano

Estar en guerra // Diego Valeriano

Los pibes, las pibas, los guachines por los que ya nadie pregunta, las nenitas que lo único que quieren es que el novio de la mamá no entre a la pieza. Los murales, las lágrimas tatuadas, las velas que alguien prende, el dolor de la madre como único criterio de verdad. La piba que pone su cuerpo en cada comisaría donde pregunta por su novio que no aparece. Magalí, Marquitos, Joana. La política en patrullero. 

Lo genuino, ese dolor en el pecho, esa angustia que crece. Blas, Facundo, Florencia, los nombres que caen en un agujero negro donde crece la crueldad, la indiferencia, el olvido. Los juzgados que hablan otro idioma, la guerra por otros medios, las comisarías siempre negocio, intocables, mano de obra, territorialidad. Lo ministerios bien machos, el silencio militante, las nuevas explicaciones y la secretaría de derechos humanos muy lejos del barrio. 

Lo ortiba en los corazones, los posteos vigilantes, el regimen de la opinión, y hablar de la victima según quien sea el victimario. Luciano, Santiago, el Negrito y su abuela que nunca más volvió a ser la misma. 

Cartonear bajo la lluvia, quemar cables para hacer un billete, recorrer la ciudad con la mochila al hombro y la app estallada, comerse la verdugueada de los de la tercera cada vez que bajan en la estación. Masticar bronca, saber que nada cambia. Carlos, Gonzalo, Camila, Danilo. Dar mil vueltas para no pasar por el puesto de gendarmería. Evitar a esos chabones que le dicen diosa, linda, qué ojitos, te invito un helado. Que se le llenen los ojos de lágrimas y miedo con apenas 12 años. Ser piba, pibe, esquivar a la policía como defensa propia, como lo que hay que hacer para llegar al otro día, como lo aprendido de tanto andar. Estar en guerra, estar solos.

Valeriano sin marca // Agustín J. Valle

Valeriano escribe sin marca. Sin las marcas de la identidad o perfil establecido para alguien que escribe -sin la marca de su propia conversión en «imagen» de «yo-autor». Creo que es por eso que recurre al seudónimo, no para esconderse de los otros, sino de la cristalización de sí -para no agilarse-. Aunque claro que también de los otros: escribe sin tener encima la marca de lo correcto, del berreta superyó opinal, de la moral como todo llanto. Juega libre, juega suelto. A puro olfato, instinto, rechazo: expresiones mediadas de un amor íntimo -y si se ama, se aman existencias frágiles, heridas; amar al poder es oxímoron contranatura-. Amor por lo frágil, no lo débil. Su propia posición de escritura es frágil, de tan libre, de tan suelto. Porque la marca, la marca del contrario, a la vez nos contiene, nos sirve de justificación, nos delimita el terreno que tenemos permitido… Valeriano escribe bárbaro, escritura que es música y artillería: la música de las cosas en su verdad subyacente al caretaje ¿inevitable? del cálculo y las -aspiraciones a- posiciones fijas en el juego de hablar. Sin marca, allí donde nadie supuso que habría ataque, ni juego, ni lujo. Fuera de toda estrategia, pura táctica de ocupar rápido las zonas libres (libres de la defense enemiga y de la moral amiga). Allí, sin marca, lo que cabe es el segundeo, el estar, el no hacerse el boludo. Leerlo es un viento ético para el pulso político, y un viento de corporalidad para las letras estéticas. No por poner cuerpos con obscenidad, sino palabras, lenguaje, como hendijas de ventilación de un estado de los cuerpos quemado, invisivilizado por la saturación del orden normal del lenguaje.
 
 
 

Aguasfuertes plebeyas (cadaver exquisito sobre Valeriano) // Lobo Suelto

I

Fiesta, gedencia, ética del segundeo, insurrecciones escolares, esquina, despojo, sobreviviente, saqueo y mutación son los momentos genuinos de una fenomenologia risueña de la vida plebeya. Allí, los muertos tatuados no sólo oprimen como pesadilla la pieles de los vivos, sino que pueden ser la fuerza para no caer en la peor de las muertes: la normalidad. Allí, donde el miedo es condición de posibilidad para fabular el mundo. Allí, en la deserción, no hay nada para hacer porque todo está por hacerse. Allí, donde la ciudad es el desplazamiento afectivo que cada día esta por crearse. Allí donde hay que plantarse, como disposición corporal de los que se saben en guerra: una atención única frente a cada encuentro. Se trata de leer las posibilidades que habitan en una cotidianeidad tediosa e insoportable.
Fábular como lo contrario a explicar: gesto imposible sin una poética propia, risa cínica y, ante todo, amistosa frente a todo aquello que nos quiere explicar que el mundo no es -o puede no ser- como lo vivimos.
 
II
Valeriano es una máquina. Repite lo mismo: muerte, sexo y lenguaje. La tríada vitalista en el Apocalipsis. Máquina de abolición. Es el padre garrón ante la piba condenada a ser poderosa. En el sexo se juega vida y muerte. La vida con muerte es la única sexual. El sexo determina la vida en la muerte. Y todo esto (y este es el secreto de Valeriano) animando, en el extremo del nihilismo, al lenguaje. Si. Valeriano es un homenaje a la potencia del lenguaje. El lenguaje como último y más alto medio para comprender lo q ocurre entre sexo, muerte y vitalidad. Llamarlo fábula, al lenguaje, es redescubrir su potencia religiosa en el sentido de realizar lo q la filosofía ni la política lograron: dotarse de nuevos modos o motivos de creencia en el mundo
III
Eduqué a mi hija para una invasión zombie son Los diarios de Renzi de nuestra temporalidad. Por eso no (ya) diarios: escritos espurios, donde pensamiento, borrador, sentimiento, idea, reflexión se lo pliegan y despliegan a velocidad altísima. el volumen y la rigurosidad pigliana toman una radicalidad perceptiva.
IV
Valeriano rompe abiertamente con el problema de la representación y el diálogo. si Piglia publicaba a Renzi, en y fuera de ese nombre, Valeriano desparrama sus relatos desde otra persona: no en su nombre, pero a propósito de su hija. un intento -bellisimo- de no aleccionar mientras se habla al, desde, sobre y para el otro. dentro de esa forma, nos enseña sin enseñarnos, conversa con nosotrxs.
V
El apocalipsis de Valeriano es una fiesta. Es el momento donde se juegan las posibilidades para activar las fibras del cuerpo desobediente y afirmarse en otro modo de persistir en la existencia policiada. La vida de los pibes y las pibas de los nuevos barrios pobres no es romántica. Su hija no es una heroína. Pero Valeriano encuentra conceptos en ellxs para resonar y remover nuestra costra ortiba, miedosa y paranoica. Segundear no es sólo el único gesto válido. Segundear es un concepto filosófico. Relanza el acontecimiento de la fuga, atesorando un estado de lengua, preparando el cuerpo para la guerra social. Necesitamos actualizar el atlas argentino de las desobediencias como hicieron las lenguas de Roberto Arlt y Alejandra Pizarnik en sus épocas. Valeriano es el soporte lenguajero, el titán cultural, el geógrafo político de esa epopeya en nuestra época.
 
 

Cómplices civiles // Diego Valeriano

¿Quiénes son los cómplices civiles hoy? Los cómplices civiles de la desaparición de Luciano Arruga, de todos estos años de silencio, encubrimiento, desprecio y olvido. Cómplices civiles del ataque en Guernica, de la quema de los ranchos de las pibas, del asesinato de Pablo Pereyra en la noche de año nuevo, de lo que le hacen a la novia de preso en cualquier comisaría de Moreno, Rosario, Barracas. Del Indoamericano, de las apretadas a unos guachines de 13 años arriba de la patrulla, del andar bien poronga de la gorra. ¿Quién calla, apaña, encubre, cuida? ¿Quién postea que Berni trabaja? ¿Quién aplaude a Bullrich? ¿Quién los banca políticamente? ¿Quiénes flashean que el Estado es responsable según quien sea el victimario? 

Filmina, posteo, la vida por sobre la economía. Acusaciones, justificaciones, gilada. ¿Quién es cómplice civil de esta guerra contra pibes y pibas? ¿Quién marca la piel de los guachos con tanta crueldad? Encierro, desprecio, patadas, gatillo fácil. La soledad de la mamá, la hermana, los amigos, las novias y un silencio lleno de ruidos, apretadas, vacío y política en patrullero. Silencio complicidad, silencio chamuyo, silencio negocio. 

Toda complicidad es política. Es otra forma de elegir aliados, de garantizar gobernabilidad, de dormir sin tanto miedo, de durar en el cargo. Que todo siga igual. Mutismo, miradas, desprecio. Gestos claros de con quién sí y con quién no. La complicidad es un mensaje claro para pibes y policías. A quién se banca y a quién no. ¿Cómo te bajás del patrullero al que te subiste? ¿Cómo se bajan los pibes si todo es silencio? Santiago, Johana, Rafael, el Negrito, Ruth, Pablo y todos los nombres que caen en el olvido, que pasan, que siguen, que se hacen estadística y solo se recuerdan en la casa, en un mural del barrio, en alguna lágrima tatuada, en la persistencia de quienes no se callan. ¿Quiénes son los cómplices civiles de la gorra que desaparece pibes? 

Territorios maradonianos // Diego Valeriano

Existen territorios maradonianos. Nápoles, Bangladesh, unos rochos en una moto rompiendo la noche, las paredes de la cancha del Lobo, un enfrentamiento con la policía en París, un gesto cualquiera de desobediencia, un 15 en Cuartel V. Territorios colectivos, festivos, de lucha, a veces íntimos, a veces multitudinarios, a veces autodestructivos. Algo espiritual difícil de definir, casi místico. El furgón llegando a Flores, una astilla, un motín, una charla, un abrazo. La noche. 

En los territorios maradonianos no se habla de la guita que le sacaron, ni de herencias, ni de abogados, ni de ADN. No tele, no patrullero, no panelistas, no vigilantes. Ni masterchef, ni AFA. A veces ni se habla de él. Se lo festeja, se lo recuerda, se lo intuye. Si hay que perdonar algo, se perdona. ¿Quiénes somos para no hacerlo? Se brinda por él, se canta y se vuelve a brindar. Se toma y se grita su nombre. Territorios gilada, manija, milonga. 

Son territorios amorales cargados de gestos, códigos, cuerpos fiesta, desobediencias en la piel y palabras nuevas. Es todo lo que se arma y desarma alrededor de un mural, de una charla infinita de Palomar a Sol y Verde, de cualquier segundeo a una amiga. Momentos, lugares, espacios, afectos. Un estado de ánimo, las ganas de seguir, de plantarse y alguien que invoca desesperadamente su nombre en medio de una noche muy larga. 

Dos meses, un instante, toda nuestra pobre vida. Un territorio distinto, otra forma de ranchar, ranchando de la misma forma. Un nuevo territorio, una nueva época, un nuevo tiempo. Territorios maradonianos, nuevo suelo destituyente, necesario, festivo y vital. 

Todo silencio es político // Diego Valeriano

El silencio sobre la desaparición de Facundo Astudillo Castro es uno de los silencios más ruidosos que escuchamos en mucho tiempo. Silencio, militancia, posteo, funcionaria, pandemia. Es un silencio raro en un año en el que todos opinamos, en el que no nos callamos nada, en el que no le dejamos pasar nada a nadie. Es un silencio llamativo entre tanto griterío vigilante, encerrona, anti trosko, anti cheto. Silencio luchón, desconcierto, burocracia. Silencio gato de Berni, condescendiente con Axel, traidor a la mamá de Facundo. 

Los silencios, nuestros silencios, tienen certezas, razones, motivos. Todo silencio es político, entonces poco importa el dolor y la fuerza de la mamá, el acoso al abogado, la tortura al cuñado, la complicidad con esos fiscales, jueces y periodistas tan ortibas siempre. Poco importan Ludmila, el Negrito, María, Luciano. Lo que importa es lo que creemos, lo que nos hace sentir bien, cómodos, conformes. Lo que importa es el encuadramiento, el cargo, la próxima elección, no hacerle el juego a la derecha, ser parte de algo grande, hacer caso. No importa la víctima, sino quién es el victimario. 

Todo silencio es político, lo policial es político y la política anda en patrullero. El patrullero nos educa, nos corrige, nos llama a silencio. Dice que sí y que no. Impide la fiesta,  el vagar, juntarse. El patrullero odia a los pibes. La política en patrullero no entiende de tonos, momentos o historias, no le importa. Es pura herramienta de gobernabilidad. No entiende de ideas, es la idea. No entiende de palabras, es el silencio.

LANZAMIENTO! FUERZAS SILVESTRES VOL. 1 // PRINCESAS DEL ASFALTO

 

Luego de nuestro EP Fuerzas Silvestres (2019) lanzamos el Vol. 1 del disco, en una versión microscópica, cromática, viral. Trece temas amasados con los textos plebeyos que Diego Valeriano publicó en Lobo Suelto! durante el 2017/2018. Composición, producción y mezcla por Valentín Piñeyro y Nicolás Salvatierra. Arte de tapa: Endi Ruiz. Voces y arte visual de sus canciones: Lucía Amico, Araceli Atmadjian, Franco de la Puente, Julián Dubié, Marcelo Estebecorena, Julia Hadida, Rodolfo Opazo, Alejo Petriz, Nastya Rubert, Nicolás Salvatierra, Juan Pedro Scioli, Romina Trigo, Nehuén Zapata, Paulo Zogbe.

Nuestro colectivo Princesas del Asfalto surgió en el Laboratorio de Creación II del Teatro Cervantes –Teatro Nacional Argentino-, dirigido por Silvio Lang, en 2018, con la asistencia de Hernán Franco y la coordinación plástica de Endi Ruiz. Allí realizamos una investigación escénica, a partir del concepto “fuerzas silvestres” del colectivo de investigación militante Juguetes Perdidos. Cruzamos los textos sobre la cultura macrista y el plebeyismo neoliberal de Diego Valeriano, con los que compusimos canciones neo-punk, musicalizadas en vivo por nosotrxs, evocando la banda de rock argentina Dios. En el 2019 lanzamos nuestro primer EP Fuerzas Silvestres, y realizamos una residencia de creación performática en el Centro de Arte MUNAR, amplificando nuestra investigación junto a más de 30 artistas.

Científicos // Diego Valeriano

Como te recabieron Berni y Guzmán, sus modales, sus gestos, sus dos formas de encarnar el ajuste. Universidad y calle, brutalidad y corrección, paciencia y corchazos, obediencia siempre. Manija en los barrios, buenos modales en las oficinas. Nueva normalidad tan cruel, vigilante y parecida a la de siempre. Fuertes con los débiles, gato de los fuertes. Científicos, a su manera, de eso que es gobernar. 

Te recabio Guernica como laboratorio para calmar a los dueños de la tierra, como otra forma de decirles perdón, como otra forma de decirle a la vagancia que aprenda, que no hay fiesta, que nada, que ahora no. Las metas fiscales escritas afuera, ser mulo del Fondo y que te gane la calle gente aburrida que pide represión y ajuste. La política en patrullero, los cobanis bien plantados, la ausencia de Facundo, Mariela, Luciano, Santiago. Esta nueva moral ortiba y controladora, las ministras que no contestan la carta de las pibas y descubrir nuevamente que siempre se ajusta por abajo. 

Te cabio descubrir que eso que pensabas que es militar con suerte es burocracia, que con ciertos gestos apenas alcanza, que eso que creías que es política es gestión más o menos obediente, un poco más ortiba, un poco más piola, que eso que es la vida, la apagan en cada esquina. 

Foto de Agustina Byrne

Piedra contra Berni // Diego Valeriano

¿Quiénes somos nosotros? ¿Las que respiramos el mismo aire, los que marchamos el 24, los que posteamos contra el golpe en Bolivia, los que nos encontramos en Av. de Mayo corriendo de la Federal? ¿Esa carcajada en Tandil yendo a ver al Indio? ¿Quiénes somos nosotras? ¿El millón en el Congreso, la fiesta cuando se iba Macri, el abrazo a las madres? ¿La socialización de los del sur, el segundeo a quienes queremos, la amistad con la vagancia?

Es difícil saber quienes somos, pero igual nos gusta un nosotras, nos alegra un nosotros que nos acerque, nos banque, nos defienda, los ataque. Hay un nosotros de las madres, de las pibas, de los guachines, contra el gatillo fácil, más o menos popular, torpemente de izquierda, anti gorra, anti cheto, anti facho. 

Ese nosotros que heredamos y construimos no puede tolerar que siga Berni, no puede permitir que se nos cague de risa con sus videos, con esas arengas. No puede bancar que el miedo de Axel lo mantenga, que los negocios inmobiliarios sonrían, que los poronga del conurbano operen. Porque si sigue Berni casi que no hay nosotras, ni amigos, ni 24 de marzo, ni abrazos. 

Piedras contra Berni para que se vaya. Piedras, gritos, agite, fiesta, memoria de la calle, desobediencia urgente. Mostrar la idiotez de sostenerlo, el daño que les causa, lo poco que les creemos. Porque si Berni sigue, no hay posibilidad de nada, se cierran los caminos, se nos agota el aire, perdemos amigos, nos quedamos sin tierra. Piedras contra Berni porque si no lo ortiba, lo patrullero, lo policial se nos va metiendo, nos vamos haciendo los otros, nos vamos quedando sin aire, sin ánimo, sin nada.

La política en patrullero // Diego Valeriano

La política en patrullero tiene otros tiempos, otras texturas, otros modos. Es más fácil. Se nutre de buchones, funcionarias, opinadores. Sabe cuáles son nuestros miedos, anda en medio de la noche sin ningún problema. Patrullero posteo, patrullero crueldad, patrullero traición. Chaleco, militancia, casco, selfie, escudo, chamuyo. 

La política en patrullero absorbe todo, seca todo, quita el aire, las ganas, la tierra. Es anti balas, no le entra una, no le importa, arrasa con lo que se cruza. Es un modo de vida, una adecuación inmediata al mando del capital. Es la única adaptación posible que se permite. Patrullero silencio, complicidad, encubrimiento. 

El patrullero educa, corrige, señala. Niega el síntoma. La política en patrullero no entiende de tonos, momentos o historias, no le importan. No entiende de ideas, es la idea. Desprecia a los vagabundos, a las gedes, a lo plebeyo. Odia a Facundo, Ludmila, Santiago, María, Luciano, odia a esos cuerpos. Marca el ritmo, el tono, tus ideas y obediencias. No le hace el juego a la derecha, no duda, no discute, es pura territorialidad militante. 

¿Cómo te bajás del patrullero una vez que te subiste? Una vez que disfrutás de ser así de poronga, infalible, ¿cómo volvés a tu cuerpo, a tus ganas, a eso que decís que sos? ¿Cómo explicás, discutís, te reís, festejás? ¿Cómo buscás el aire con amigos? ¿Cómo hacés para volver a la plaza nuevamente sin que te dé algo, un poco, una astilla de vergüenza? 

 

Armar una época // YoNoFui, Diego Valeriano

Amor se dice arrancar, ocupar, respirar. Y tierra es otra forma de decir manija, alegría, pelea, plantarse. A Caro, la alegría de sus hijos corriendo por la toma no se la quita nadie: ni las ministras ciegas, sordas y mudas, ni el frío, ni el vigilante de Berni, ni las dudas a esta hora de la madrugada, ni los patrulleros que merodean sabiendo que cada día pueden un poco más, ni ese periodismo ortiba. Ni la orden de desalojo. Ale me dice que las pibas saben, y que cuando se juntan saben todavía un poco más. ¿Cómo no van a saber? Si ya pasaron por todas, si entienden de tanto andar. Si saben lo que somos los chabones, las piezas de alquiler, la calle, las trabajadoras sociales, los trabajos inmundos. Las pibas saben que el ánimo es un músculo que entrenan en la toma, y ese saber recorre todo hasta hacerse piel, abrazo, discusión, asamblea, pallet, nylon, chapa, hermandad inesperada. 

Ale cuenta que hay un clima de resistencia festivo, calmo, seguro. Un clima en el que se puede respirar, compartir esas ganas de respirar, conspirar, darle otra entidad a la política. Construir alianzas. Con Ale charlamos de varias cosas, de la organización, de las giladas, de quienes se borran, de cómo aguantan la toma. Y me cuenta que una piba, una pibita ¿20, 21?, una mina, una mujer, una que banca allá en Guernica le dice: “Nuestra lucha no es solo por un pedazo de tierra, es también para armar una época de recuperación de la tierra, de transformación de la política, de reconstrucción de los vínculos”. Quedamos careta. Careta ella, mucho más careta yo. Armar una época, ocupar una época, recuperar la política, desplazar otra época, esta época que no permite nada: ni respirar el aire, ni tomar el agua, ni reír a los guachines, ni jugar en el campito a las nenas, ni levantar una casa. 

Amar se dice arrancar, tomar es vivir, y habitar es armar una época, esta época nueva, la época de ellas. Revelación, pelea, agitación, construir barricadas para poder respirar juntas, para rajar a los violentos, para seguir mostrando que es acción política, para flashear cosas lindas, para que los garrones queden bien lejos, para vivir la tierra, para seguir haciendo mundo.

#YoNoFui

Foto: Colectivo Luz en la Piel / YoNoFui 

Fuerza imparable // Diego Valeriano

No hay mayor gesto antipolicial que segundear. Estar ahí, escuchar, bancar con el cuerpo lo que las palabras ni dicen, abrazar como lo hacen las amigas, acompañar sin tanta pregunta, sin moral ni bando. Plantarse sabiendo que vamos a cobrar, que las piñas ya me duelen mucho, que las marcas quedan ahí, que cuesta cicatrizar. Nadie segundea desde arriba de un patrullero, ni por zoom, ni pidiendo la ubicación, ni dando un discurso. Nadie lo hace para controlar, enseñar, señalar. Se segundea para encontrar otras potencias, para que todo alcance lo máximo que pueda alcanzar, para que lo que se desvía, se desvíe de manera gozosa, plena, festiva. Se segundea para defender nuevas formas de vida. Formas que aún no conocemos, pero que claramente no son estas tan absurdas, crueles y vigilantes. 

El segundeo es un lazo tan fuerte como estar en las que hay que estar. No siempre ni en cualquier momento, no para jugar roles prefijados y aburridos. Estar es estar en las bravas, en las que nos necesitamos. ¿Hay algo más importante que segundear? ¿Hay algo más importante que construir estrategias de deserción frente a lo vigilante que se puso todo? ¿Hay algo más importante que no ser policía? Segundear es una actitud cero vigilante que rechaza esa manija insaciable de juzgar. Ya no hay deudas impagables, ni postergaciones, ni aparentes absoluciones, ni juicio ortiba, ni ayuda desde el patrullero. Ya no hay nada a cambio, solo esta amistad que borra las jerarquías. 

Ahora que los patrulleros se acercan, que el ministro sigue tirando tiros con la boca, que el gobernador retrocede, que la gorra se agranda,  ahora que los guachos y las madres están cada vez más solas, ahora que los desalojos son plan de vivienda, que lo policial es político, ahora es urgente apelar al segundeo como tarea vital, lucha diaria, gesto profundamente ideológico, real, posible. Como necesidad vital ante tanta crueldad, como fuerza imparable capaz de cambiarnos para siempre.

La gorra sabe // Diego Valeriano

La gorra sabe lo que puede. Siempre pudo y ahora sabe que puede un poco más, justo ahora que ni lo esperaba. Sabe cómo hacer que las pibitas se caguen de miedo cuando vuelven de noche, sabe cómo hacer que los guachos trabajen para ellos, sabe lo que puede un fierro. Saben descansar, verduguear, hacer crecer el miedo, mirar para otro lado. Saben qué calles esquivar cuando es necesario. Saben qué decirle a la novia linda del preso nuevo cuando llora toda triste en la comisaría. Saben hacer desaparecer. 

La gorra sabe de política. ¿Cómo no saberlo? Sabe cuándo atacar, cuándo correrse, que decir, cuándo pueden ir un poco más allá. Saben del odio y desprecio de la política a lo que vagabundea, a lo que no obedece, a lo que se escapa, a lo joven, a la vagancia. La gorra sabe que los necesitan, saben que ciertos territorios hostiles ellos caminan para que no los caminen otros. Saben qué hacer, entienden las consignas, las interpretan, las patrullan. Sabe el valor de la política sobre la vida y la diferencia entre un militante y un guacho.

La gorra sabe y si se la banca sabe más. Sabe que mañana, cuando Facundo sea olvido, cuando el ministro siga ahí boqueando sin filtro, cuando las panelistas griten otra cosa, sabe que pueden dar unos pares de trompadas más. Apretar más tranquilos, verduguear lo más piola, disparar sin armar tanta escena, romper la noche en la lancha por la Rivadavia levantando a las chicas del cementerio de Morón, patear puertas, seguir despreciando madres que preguntan por sus hijos. También saben que ahora en el patrullero no están solos, los acompaña el miedo de Axel, la prepotencia de Berni, el silencio de la militancia, la complicidad de la justicia y ese odio bien manija y visceral de todos los que nacieron así, con el corazón ortiba. 

Macho // Diego Valeriano

Te recabió todo lo macho que es. Castrense, entrenado, brutal, chamuyero: Macho. A vos, que explotás de amor cuando Alberto dice todes, que posteas fotos de Tomi el 24 en la plaza, que discutís con tu tía macrista en el grupo de wasap. Te caben sus arengas a la gorra, las declaraciones en la tele, los spots, cómo teatraliza eso que dicen que es caminar el territorio. Esa manija por mostrarse bien poronga. Cómo se nos ríe en la cara, cómo desprecia el dolor de la mamá de Facundo, cómo se sabe necesario frente al desconcierto de militantes, twitteras estrellas, vecinos y panelistas. 

Te cabió su odio por todo lo que vagabundea, que use cuidados como otra forma de decir zona liberada. El ruido infernal que hace, los silencios menos esperados que provoca, la manera que tiene de llegar y cómo se abren a su paso. Te cabe la permanente reconfiguración que hace de eso que creés que tenés que postear como militante. Cómo te deja careta, callado, obediente, ortiba. Con una mueca en la cara esperando que pase otra cosa, que no sea así, que no sea verdad. 

Te cabe cómo es él, tan enfierrado, brilloso, convencido, elocuente. Cómo se hace el otro, que sea la figura principal en la pandemia de un gobierno del que esperábamos otra cosa. Tan anti pibe que ya duelen las ausencias, tan arruina guacho que no lo podés creer, tan contrario de esas luchas que crecieron estos años que parece el motor fundamental de la contraofensiva conservadora, hegemónica y vigilante. Nos re cabe que no es ni siquiera más de lo mismo, sino una instancia superior, una plataforma política, una forma de vida. Algo horrible, nuevo y cruel.

 

Volver mejores // Diego Valeriano

Diego nos dice que los amigos y amigas son aquellos con quienes reunimos los ánimos necesarios para huir de nuestro tiempo. ¿Acaso queda otra cosa que la amistad con los guachines y las pibas frente a este garrón que es la vida? Su vida, nuestra vida, este tiempo. Frente a los ministros machos, el silencio militante, el griterío de los medios, la violencia de la gorra que no cesa ni se controla, frente a la ética vigilante del equipo de la escuela, ¿acaso es posible hacer otra cosa que segundearnos, ayudarnos. esperarnos? 

Ni docencia, ni militancia, ni posteo de funcionaria de niñeces, ni papá garrón, ni cura villero. Amiga, amigo, cómplices. Ponernos pillos para no ser pollo. Compartir un tiempo, buscar el aire necesario para respirar, darnos el empuje suficiente para combatir, huir, desafiar el estado actual de las cosas. Una amistad para poder habitar el mundo de otra manera, para manejar los tiempos, para entrar en una, para reírnos de pavadas, para aprender todo lo que no sabemos. Para superar la ilusión, la piedad y el miedo. Para desertar las veces que sean necesarias.

Una amistad cero vigilante que rechace esa manija insaciable de juzgar, de enseñar, de controlar. Una amistad para estar en las que hay que estar. No siempre, no en cualquier momento, no para jugar roles prefijados y aburridos. Estar es estar en las bravas. ¿Hay algo más importante que la amistad a la la hora de enfrentar toda esta crueldad? ¿Hay algo más importante que bancar sin una idea clara, sin jefas, sin especulaciones, sin ideología, sin mezquindades? ¿Hay algo más importante que aguantarla como sea y donde sea por esta amistad?

Amistad como ejercicio posible, crítico, anímico, manija: las cosas y las formas de dominio a veces cambian, a veces no, a veces mas o menos, pero la amistad encuentra siempre el modo de ser una revuelta, refugio, encuentro. Amistad para volvernos Facundo, rocha, Joana, negro, piba, Marquitos, turro. Amistad, como dice Luciano, para volvernos mejores, para volvernos guachines. 

Devenir burócrata reloaded // Diego Valeriano

Devenir burócrata es no decir nada de la desaparición de Facundo, no decir nada de la responsabilidad política, de que la policía esa es de tal o cual político. Es no preguntarse nada.  No es solo no decir nada, es que no te interese, que ni te conmueva, a vos que te conmueve todo. Es que ni te aparezca cuando scrolleas de tan gato del algoritmo que sos. Es decir que Berni es un tipo que labura, que recorre el territorio, que tiene presencia. 

Es no preguntar, no indignarse tanto, no desgarrarse a posteos, hashtag, fotos como lo hacés a veces, cuando el victimario es claramente neoliberal. Es decir no hay que hacerle el juego a la derecha. Devenir burócrata es estar pendiente de un asesinado en Calafate, ver que pasó, a quién hay que defender, a quién hay que atacar. Es hablar de periodistas, espías, medios, justicia, patrones, giladas. Es hablar de todo eso que no dice nada, que no te pasa ni cerca, que no entendés. 

Es solo estar hablando de Evo ahora y no hablar de los pibes y pibas que le ponen el cuerpo a la cuarentena con esas mochilas en la espalda, cómo la quedan en cada esquina, cómo el Estado los ningunea. Es encasillar velozmente: Cheto, pobre, trabajadora, becario, compañera, traidor. Devenir burócrata es llorar las muertes según quién las mata o dónde mueren. Villa 31, Morón, Pedro Luro, Loma del Mirador, Plaza Miserere. Es entrar en la manija insaciable de buscar culpas o absolución. Es reivindicar, luchar, recordar a la víctima según quien sea el victimario.

Devenir burócrata // Diego Valeriano

Devenir burócrata es peor que ortiba, buchón, careta. Es abandonar la vitalidad, regalar las pocas ganas que te quedaban de vivir al Estado, tenerle miedo a lo que vagabundea, a ciertas maneras de decir, a un modo de andar Es hacer silencio frente al ruido ensordecedor de Berni, delirar troskos de manera imbécil, ser festejante de millonarios que ni te participan en su negocio. Es recordar los muertos según quien sea el victimario, de que barrio, quien gobierna. Es acomodar la historia de acuerdo a ciertas órdenes impartidas, escuchar ciertas radios, vomitar indignación solo cuando se está seguro, solo si hay red, si hay una orden. Es ver cómo se pierde la calle de modo inexorable frente a gente temerosa, imbécil, cruel, harta. 

Trocar militancia por responsabilidad, revolución por cuidados, segundeo por obediencia, andar por quietud. Agradecer a un presidente porque te cuida, sentirte contenta porque te cuidan, sentir miedo si no te cuidan. Burócrata, keynesiano de wasap, profe por zoom, trabajadora social, psicólogo del  juzgado, becario del Conicet como todo llanto. Hablar de cosas que ya no te afectan, envejecer de repente, parecerte a un cobani pero sin fierro, ni aguante, ni calle. Señalar, explicar, encasillar las vidas, batatear de futuro, opinar. Ser parte de los dispositivos que quieren moldear los cuerpos: marcarlos, incluirlos como excluidos, obligarlos a expresar signos, salvarlos, inmovilizarlos.

Devenir burócrata, sentirte parte de manera obediente de una maquinaria lejana, absurda, ajena, muerta. Abandonar la vida, hacer caso, estar vivos solo de manera legal, respirar pausadamente, moverse en el lugar. Renunciar a la manija hermosa de vagar, de decir pavadas, de reirse como un imbécil, de no creer que la política -ideológica, tribunera, partidista, puro termo- sea algo que valga la pena vivir a diario.

Engendros de Pedro Yagüe // Diego Valeriano

Estos son mis escritores, estos son mis amigos ¿Cuáles son los tuyos? Engendros de Pedro Yagüe es un libro que te activa, un libro agite, trinchera, escaramuza a la salida de un bautismo en Merlo. En un mundo cada vez más careta lleno de cuidados, burócratas, filminas y correcciones Engendros es una gran noticia. 

Engendros nos habla de escritores cero caretas que escapan a la manija insaciable del mercado, la cultura, la opinión y la academia. Nos habla de una vitalidad nueva en el bueno de Barrett, el dandy de Mansilla, el falopero de Fogwill. Nos charla de lo guachín de Gombrowicz, del abandono de la forma humana de Lamborghini, de la permanente obstinación de Carri. Deja para el final al crocante de Asís, al runfla de Viñas, al arbitrario de Rozitchner.

Es necesario dejarse llevar por este libro, asumir el riesgo que esto implica. Leerlo de un tirón, contener la respiración, reirte, escabiar entre autor y autor. Es un libro experimento que nos pone en juego, que nos da ganas de activar, de salir al boliche de la esquina, de llamar al transa, de entrar en una. De ir a cualquier lado a cagarse a piñas defendiendo el hablar de Asís, la inmadurez de Gombrowicz, lo puto de Barrett. 

Frente a lo aburrido del progresismo, frente a esta cosa terrible que se propagó por todos lados, hecha de vínculos gorra, frivolidad, stalker y preocupaciones por cómo se dicen las cosas más que por las cosas mismas Engendros está muy bien para poner en práctica nuevos ensayos, asumir nuevos riesgos, poner en juego nuestras convicciones prestadas y descubrir o redescubrir a estos animales que en su escritura se jugaban la propia siempre.

Engendros – Pedro Yagüe – Hecho Atómico Ediciones

 

 

Dibujos para Alberto // Diego Valeriano

Los pibes no nacen chorros, pero tampoco responsables, progresistas, ortibas, menos alcahuetes. Las nenas siempre pillas -ni pollo, ni princesas-  saben casi todo. Saben que les tocó en suerte, como es el papá, de qué trabaja la mamá. Saben y por más segunderas que sean, miran con fastidio cuando las quieren grabar haciendo esa pavada militante que le enseñaron. 

Hay nenes que son doblegados por la manija de la visibilización política y la obviedad adulta, dicen Macri basura, ponen los dedos en V para la foto y adquieren el tono protocolar de los que explican cómo cuidarse. Hay guachinas a las que le truncan su destino de fábula desquiciada, de hacer por hacer, de reírse de la palabra culo y obtienen el modo adecuado, la  corrección de  moda y marchan con la tía. 

Ninguna nena pilla dibuja nada a ningún presidente, ni a un gobernador, ni a una secretaria de salud, ni a Larreta. Se niega, deserta, se planta, prefiere no hacerlo, rompe el  papel. Resiste ser instrumento de la alcahuetería familiar. Ningún guachin que se precie de tal quiere pasar por la vergüenza eterna de que sus garabatos -íntimos, personales, absurdos- queden eternizados como una mancha perpetua con un retweet de Alberto, por más piola que le parezca este.

El cacerolazo es la guerra por otros medios // Diego Valeriano

Cacerolean en Palermo, Belgrano, Devoto y San Isidro. También en Liniers, Ciudadela, Villa Sarmiento, y Morón sur. Suena largo, fuerte, peligroso. Suena a  miedo, a odio, a frustraciones todas juntas, a hartazgo de una vida horrible . Suena el rumor que vuelve al barrio el hijo de Martha, el que era re maldito, el que ella siempre escondía, el  que perdió un día que la tercera no lo banco más. Suena el wasap contagiando un sentimiento que no se puede aguantar. 

Suena el odio en Belgrano, el miedo en Moreno, la guerra en todos lados. Suena en la tele la voz chillona de una hater, una voz que habla sencillo, concreto, efectiva, sin vueltas. La voz de una víctima que perdió un hijo. Suena y retumba en  la doña que saca la basura, en la piba que vuelve tarde de noche, en el chabón que corre el  bondi a las seis de la mañana no para llegar a horario sino para esquivar los guachos que paran en la esquina. En el corazón ortiba del gordo de la rotisería que está convencido que ya nadie se preocupa por él. Suena fake, manija, repetido y poco importa. 

Suena la bocina del Uber, el aplauso al cobani, la notificación en el grupo de la comisaría, la frustración que la guita no alcanza. Un grito en el medio de la noche pidiendo auxilio, los perros cuando alguien cola por el  patio, nuestras contradicciones políticas. Ciertas víctimas suenan muy convincentes y no las escuchamos. El cacerolazo es la guerra por otros medios, por estos miedos y por eso suena tanto.

Amor a la cuarentena // Diego Valeriano

Te enamoraste de la cuarentena, de lo larga que se hace, de cómo la extienden para cuidarnos. Te empapás cuando dice que la vida está por sobre la economía. Amás militar como festejante, trabajar en casa corrigiendo trabajos prácticos, trollear a del caño, dibujar con Tomi. Te cabe amar como alumna, postear la foto de tu niñe arrobando a Alberto, hacer caso,  tener un profe que nos explique todo.

Amás termear como forma de lucha. Tuitear sobre salud, barrio, Senado online, neoliberalismo, muertos en USA, médicos cubanos. Aplaudís a pilotos que vuelven de China, descansás en el grupo de wasap de la familia a parientes macristas que se están fundiendo porque no pueden abrir la peluquería. Ni te enterás como la gorra sigue verdugueando guachos, ahora porque no tienen barbijo, ahora porque están a más de 500 metros del rancho. Ahora porque pueden un poco más. 

Te encanta postear sobre confianza, cuidados, vida, científicos, salud pública. Militás en las redes una especie de solidaridad vinculada a la distancia, una ética del cuidado bastante vigilante, una responsabilidad de todes que en realidad es miedo propio. Pussy posteo consigna de henna. 

Te encanta como nos cuidan, mirar series, que diga chiques, estar con el teléfono 24/7, concientizar y de paso bajar línea en el grupo de wasap de la escuela. Tener un muro combatiente, un timeline deconstruido, creer. Te enamora profundamente el adiestramiento por app, evitar los cuerpos próximos, no tener que salir a eso que está afuera que siempre te costó tanto, no enfrentarte con ese garrón insondable que es vagar.

Eduqué a mi hija para una invasión zombie // Red Editorial

El apocalipsis ya comenzó. Ser piba es estar en guerra. La ciudad está invadida por zombies, los que aceptan, los que entregan, los que obedecen, los que saben que está bien. ¿Cómo educar en medio de la batalla? No hay género pre escrito, ni manual, ni respuesta previa. Si hay algo que decir es tentativo: detonar el ensayo con frases que vuelven como estribillos, fragmentos arbitrarios escritos con dientes apretados y palabras arma, que apuntan entre el monologo interior y balbuceo frenético. Si hay algo que transferir no es una enseñanza moral sino los alcances de un riesgo: habitar una zona inédita a donde el no saber se comparte y se vuelve certeza ineludible de lo nuevo. Más que la historia de una educación impartida, Diego Valeriano despliega la potencia de un aprendizaje para condiciones de urgencia total. De padre y de piba, chabón y de hija. Táctica de lo dicho y lo no dicho, lo que se observa, lo que sucede, lo que solo se puede experimentar El apocalipsis es una evidencia, pero también una oportunidad única. Si se trata de activar una educación para el fin del mundo, habrá que encontrar cómo hacer mundo.

 

Eduqué a mi hija para una invasión zombie / Diego Valeriano. – 1a ed . –

Red Editorial  

 

Ese estallido que dicen que no ocurrió // Diego Valeriano

Quienes dicen que en la Argentina no hubo estallido por la esperanza de un nuevo gobierno nunca cruzaron Plaza Miserere a las tres de la mañana, ni fueron a un 15 en Merlo a unos pares de cuadras del Reconquista, ni a un bautismo de esos que siempre son de fuego. Ni Uber de Ciudadela a José León Suárez, ni delivery en la noche de Casanova, ni transa por las calles de Mariló. Nunca sintieron lo que es correr el bondi a las seis de la mañana, no para no perderlo, sino para esquivar la banda que gede en la esquina. 

 

Miran manija las imágenes de Chile, empachadas de lucha, de poses, de imágenes, de me gustas, sin saber qué es lo que pasa en la tercera de Morón un miércoles cuando cae el sol. Twittean, postean, miran C5N, opinan, mientras la base escurre a los pibes de las manos de las madres, mientras Milli, aterrada como cada vez que vuelve del laburo, duda si caminar más cuadras hasta la avenida o cruzar el campito y ver su suerte, mientras los guachos corren con el fierro en la cintura de los shores, mientras la vida vale poco.

El estallido llegó hace rato y está plagado de guachos saltando urgentes por la punta del andén en Flores, de putas viejas en la colectora después del Buen Ayre,  de quemas de rancho del violador, de ferias absurdas y abundantes, de pibas que se toman el 238 en Libertad para morir un viernes por la noche y resucitar lo más chetas un domingo a la mañana.

Los caretas de la política, las ortibas de las palabras, los panelistas estrella ven solo a la Plaza de Mayo como campo de batalla válido, como referencia piola, como todo llanto. No saben, no quieren, no ven lo que ya estalló, lo que no vuelve, lo que ya es para siempre. Esos cuerpos que mutaron de manera definitiva, esas fiestas que siguen siendo a muerte, y esas  ganas tremendas de no hacer caso, de pelear a fondo, de morir si es necesario que tienen en los ojos los guachines que pasan en el carro. 

 

Todos somos Brian // Diego Valeriano

Si todos somos Brian, prefiero ser el Brian al que le tienen miedo, el Brian que piensan que es chorro, el que cuando se lo cruzan cambian de vereda. El Brian que hacen meme para no mirarlo a los ojos. Si puedo elegir prefiero ser el que corre con el fierro en la cintura, el que se planta, el que rompe la noche al que limpia las orillas del Reconquista, al que se embarra hasta las rodillas, al que no llega a fin de mes.

Uno gediento, amanecido, maldito a uno que firma todas las mañanas las planillas de la cooperativa y que sabe que la mañana que no firma el coordinador se queda con su dia. Prefiero ese odio de clase, esa clase enemiga que la lástima de los burócratas progresistas, de los posteos moralistas, de los twits de dirigentes millonarias.

Un Brian que sepa caminar y odie marchar, que conozca más los juzgados que desarrollo social de la Muni, las comisarías que los comedores, que entienda que ser solidario es usar el rancho de aguantadero. Un Brian con marcas, escrachos, lágrimas tatuadas y cicatrices imborrables. Uno anónimo, encapuchado, manija. Un Brian que nos dé miedo ser. 

No hay que olvidarse // Diego Valeriano

No hay que olvidarse de lo que fue este gobierno de chetos, de la tristeza que trajo, de la fiesta que quiso apagar. Hay que repetirlo hasta el cansancio para que se vuelva algo irrepetible. Tampoco hay que olvidarse de los cómplices que flasheaban república, seguridad jurídica  e integración al mundo desde sus micrófonos. No hay que olvidarse del FMI, de lo que son, de lo que siempre fueron. No hay que olvidarse de los ortibas que aún hoy bancan este desastre, esos tipos que festejan pibes muertos, esas minas que justifican violadores. Esa gente que se cree buena porque trabaja todos los días y quiere a su familia. No hay que olvidarse de porque llegaron al gobierno, de los afectos que estaban en juego y que la vida es un garrón bastante seguido. No hay que olvidarse que antes que Vidal estaba Scioli, que los calabozos siempre huelen igual y que ser novia de preso buscando noticias es una condena. No hay que olvidarse que la Gendarmería está ahí hace rato, tan extranjera, tan poronga, tan maldita. Ni de Luciano, ni de los guachos sin nombre que perdieron cada noche, ni de las pibas que denuncian a los capos de la orga y quedaron ahogadas en el silencio de las compañeras. No hay que olvidarse de la masacre de Once, del desamparo enorme de esas familias, de quienes encubrieron por obediencia, de quienes justificaron tan indignamente, de quienes dicen no saber bien qué pasó. No hay que olvidarse que muchas veces hay quienes reivindican a las víctimas según quien sea el victimario. 

Diego Valeriano para 27 de octubre. Revista digital efímera. 

Enfrentamientos, aguante, deserción, fiesta // Diego Valeriano

Saltan los molinetes en Santiago, el andén en Merlo, las balas en Tablada. Saltan las pibas y van un poco más allá. Saltan, arrancan, se plantan. Salta un guacho cuando no le dan el asiento a su novia embarazada en el sarmiento. Fuego, estallido, saqueo, fiesta.

Se plantan las pibas, escrachan, se apañan, se quieren, se segundean. Los guachines se plantan y tocan a la estación para hacer mundo. Se plantan en Santiago, Merlo Gomez, Mendoza, Quito. Y todo es fuego, enfrentamientos, aguante, deserción, fiesta.  Se plantan contra este neoliberalismo cruel, tan lleno de requisas, precariedad monótona y tristezas. Contra este chamuyo de la inclusión, que agobia con talleres, cultura, cuotas, explicaciones y política. Contra esta vida tal cual es. 

Estalla todo, una ciudad, un país, el furgón, una esquina. Porque esto no puede seguir así, porque no quieren creer que la vida sea tan solo esto. Un trabajo, un viaje de dos horas, una app, una salida laboral, un clona, unas flores, una lata de birra en el chino camino a casa. 

Arrancan contra la gorra aunque después sea todo dolor, verdugueada y soledad. Porque el dolor de los golpes es mejor que ser empanada gigante, gato del plan, maestra en cualquier escuela, operario calificado, madre. Es mejor que aceptar, que creer, que esperar. Porque el gusto a sangre en la boca es el único modo de decir revelarse. Porque arrancar es casi lo único real que puede pasar en esta vida.

Día de la madre. Un pacto eterno // Diego Valeriano

Ella nunca entiende por qué la mamá le da tanto lugar en la casa a esos novios nuevos. No tiene claro en lo más mínimo por qué cada gil que conoce se hace dueño de las cosas, del aire, de la tarjeta, del Netflix. Cada pancho que conoce en el Face, en las jodas o en las marchas de los piqueteros, al toque termina viviendo con ellas y el mundo de la mamá se arma en torno a él. Todo cambia de un día para el otro. Los ruidos, los tiempos, el orden de las cosas. La cara de Sandra se ilumina de manera rara. Se sienten ocupadas, desplazadas, despojadas de lo nada que tienen. Ella siempre está detrás de cada chabón nuevo. Detrás para conjurar cualquier molestia, cualquier peligro de fuga, para que no se fijen tanto en Milli que está creciendo. Miente, es cariñosa, generosa, puta, alegre, abnegada a tal punto que parece que se olvida de sus dos hijas. Ellos, mientras Sandra lo permite, se adueñan de la casa, de las cosas, de los olores. Se adueñan de casi todo con esa mirada de chabón que es lo que más odian, más temen, más esquivan. Milli desearía que su vieja se comportase con ellas como lo hace con los chabones. Lo desea como una señal, una prueba, como algo que sirva de recordatorio. Desearía también que no caiga siempre en la misma, que sea más pilla, que no se olvide como termina haciéndolo siempre. Milli no espera nada bueno de cada novio nuevo. Nada bueno puede pasar, porque nunca nada bueno pasó. Milli sabe que cuando están las tres solas son otra cosa. Cuando se crean esos espacios entre chabón y chabón, ellas son una unidad de subsistencia, un manojo de alegría, un puño, un segundeo amoroso, un grupo de wasap en el que nadie entra, un cuarto de Grido tiradas en la cama, un montón de selfies, un estado de ánimo en el que ellas creen que son poderosas. Le gustaría hacer un pacto eterno con Sandra para que todo siga así para siempre, que así es la mejor manera, la más cuidadosa, la más segura. Que sea para siempre o por lo menos hasta que ellas sigan su camino, hasta que María crezca y no las necesite, o hasta que Sandra aprenda a ser más ella y menos los chabones. Que así, las tres juntas, las tres unidas, es mejor que ir a la escuela, mejor que aprender lo que dicen que se debe aprender, mejor que ir a la parroquia, mejor que marchar para estar en la lista de altas, mejor que querer a quienes no quieren. Un pacto eterno de ellas tres donde no exista el abandono, ni los tipos, ni el olvido. Ese olvido que le agarra a veces a Sandra cuando mete a un tipo en el rancho. 

 

Sandra es abuela y tiene Tinder // Diego Valeriano

Sandra es abuela y tiene teléfono. Usa Tinder, tiene un Facebook que casi ni abre y también Instagram. Sandra tiene un chongo, es un chabón, un pancho más joven que ella, pero lo quiere. Lo quiere todo, así, brilloso, escrachado, gil, divino, picante. Sandra tiene tres nietos que adora, que banca, que a veces educa, que a veces muere de amor, que a veces quiere que se vayan de su rancho. Quisiera que todo fuera un poco mejor, a veces, que la guita alcance para que alquilen una pieza y la dejen en paz, para estar sola, para que si Lucas quiere pasar, que pase. Sandra machea fuerte, a cualquier hora, se zarpa, se toma una lata, se duerme y sueña. Y cuando sueña, todo es un poco mejor que ahora. Sandra arranca temprano, se toma el Sarmiento en Paso del Rey y viaja a full con su teléfono. Hay veces que casi se pasa en Flores de metida que está, de divina que se siente, de pilla que se pone, de lo que se ríe con las chicas por las fotos que se mandan. Sandra tiene varios escrachos, muchos recitales y un par de enfrentamientos. Por sus nietas, hechó giles propios y ajenos, tomó trabajos que no quería y segundeó lo insegundiable. Por sus nietos, banca la ausencia que es su hija. Fue mamá a los 16, abuela a los 39 y ahora cree que tiene la edad de Juliana. Sabe, porque lo sabe bien, que la vida es corta, efímera, garrón. Sabe que ya no espera más nada de nadie. Sabe que ir a Pinar con las chicas es un buen plan una vez por mes. Sabe lo que puede y lo hace. Sabe que cuando los candidatos dicen abuelas nunca hablan de ella, ni de sus amigas ni de sus vecinas. Hablan de esas viejas ortibas que ya no quieren vivir, de esas viejas tristes, solas, secas. Esas abuelas que ella nunca va a ser.

Ser transa // Diego Valeriano

Ser transa es caminar piola, ser respetado, vestir bonito, es que el barbero vaya a tu rancho los viernes a la tarde. Es tener billete, pagar sin hacer cuentas, darle todo a la vieja, mimarla bien cheto. Es ser alguien, tener un nombre, saber que la vida es una, que es un garrón y que al morir mejor hacerlo a todo ritmo, mejor de joven. Ser transa para no trabajar, para no tomarse el Sarmiento a las seis, para que no se te pinche la bici con la mochila urgente de pedidos, para no vestirse de empanada y repartir volantes. Para que las horas no se escurran haciendo caso. Mejor no ser gato de nadie, no atender toda la noche un kiosko en Liniers, no marchar por el bolsón. Mejor no ir a la escuela, ni cuidar a los hijos de Sandra que son insoportables, atrevidos y feos.

Nadie vende falopa porque no hay laburo, porque no salen changas, porque la señora le dijo que solamente la necesita dos días a la semana, porque ya no se corta ni el pasto. Se vende para ser alguien, para que pase algo, para que la vida no sea eso cruel, triste, monótono y largo que vive su vieja. Se es transa como forma de insumisión superior, para devenir fiesta, amanecido, gedencia. Porque el trabajo no dignifica nada, porque las promesas son mentiras que precarizan, porque el esfuerzo es inútil siempre. Se es transa porque no hay salario posible que de la guita suficiente para pagar toda esa intensidad con que viven los guachos. 

Reírse de los datos del INDEC // Diego Valeriano

Reírse de la palabra ojete, de los datos del INDEC sin siquiera conocerlos, de los borrachos de la estación. Correr el camión de las gaseosas hasta bloquearle todos los caminos, plantarse, caretear unas Cocas, aprender a ser temidos. Salir a pedir, vagar, armar las fábulas necesarias, poner esa cara, esa mirada, sentir el pulso de la ciudad, saber hacer una moneda, cuidarse de los giles. 

Saber que son el motivo por el que existe el Estado, sacar astilla de eso. Desquiciar el tiempo, el orden, las distancias, las estadísticas caretas. Aprender a bailar, a perrear, a tirar rimas, a como se abre un candado, aprender solo lo que se necesita. Reírse del amor sincero de alguna maestra, desconfiar de los educadores que siempre son efímeros, que siempre van por temporadas, que después consiguen un trabajo mejor. Intuir que los centros comunitarios cada día se parecen más a una comisaría, a un negocio, a un posteo sensible en el Face. 

Negar mil veces la palabra padre, novio, hermano, tío, padrastro. Dormir con miedo pero amasando la venganza, soñar mil maneras distinta de matarlo. Saber que a ese gil le va a re caber; hoy o mañana, en algún momento le va a re caber. Clavarle dos tramontinas en la espalda. Saber de pura intuición que cualquiera que venga del juzgado es el enemigo y que charlar con la trabajadora social solo vale para obtener beneficios. Jugar con el psicólogo poniendo las reglas, los tiempos, las distancias. Evitar ser psicologiada, adormecido, educada, legajo.

Ni víctima, ni victimario, ni numero frío de las estadísticas, menos todavía foto de campaña, discusión de panelista, posteo indignado y conmovido. Mejor guachin, enemigo, desertor, piba para deshacer las ideas que batatean los especialistas, sus negocios, sus contratos, sus prestigios, sus congresos aburridos llenos de tipos y minas. Mejor flashearla desde el carro y descubrir que el mundo es inmenso, nuevo y  posible. Saber que para lo que le depara el futuro, mejor no tener ninguno. 

 

Imagen: «Guachines» (Corto, año 2014)

Eduqué a mi hija para una invación zombie // Diego Valeriano

1.- Me cabio el apocalipsis

Me recabio siempre, casi siempre, desde el primer momento. Me cabieron sus fábulas rebuscadas y complejas, su desdén, sus ganas de más, lo que nunca me dijo, lo que me contó rogandome el más absoluto secreto, haciéndome flashear complicidad. Me cabio que mientras yo le acercaba libros y pelis, ella me respondía con series, celu y plazas. Mientras yo le explicaba, ella ya lo había hecho; mientras hablaba de cuidados, ella ya sabía lo que era un despojo. Mientras yo le charlo de libertad, ella la ejerce sin tanta bandera. Me cabio ese día que bailabamos muertos de risa, ellas de pepa, yo de papá garrón ignorante de su locura. Sus 15 hasta las tetas de apocalipsis, la piba que vino a pudrirla desde tan lejos, el cobani queriendo irse que me miraba con esos ojos de cansado y descubrir que las 4.20 es la hora mundial. Sus viajes a Puerto, su gedencia, su vitalidad, su placer por el margen, La Renga en Huracán, su vagar, su temeridad, su festejo de no cuajar, algunos enojos que recién ahora entiendo, sus lágrimas aún inexplicables y el Bajo como todo llanto. 

 

Me cabio su posibilidad de explicarme todo, de pelear por todo, de saberla capaz de casi todo. Sus escapadas, sus ubicaciones falsas, esa fiesta por Udaondo y la primera vez que tuvo miedo posta. Me cabio tener que ir a la escuela a rescatarla, a la 1era de Morón, a escuchar a la madre, a escucharla a ella. Que me clave el visto, estar alerta,  esperar que amanezca para saber que sobrevivió otra noche, a mirar para otro lado un montón de veces cuando las cosas eran más complejas de lo que había esperado. Me re cabieron sus cicatrices, sus miedos, sus planteos radicales que me dejaron careta, su politización extrema, su abandono nihilista, su inteligencia política. Me cabio como bajaba mi frasco de flores, como me tomaba por gil, como se daba cuenta de todo, como guardaba sus descubrimientos como armas para utilizar oportunamente. Me re cabieron mis explicaciones, mis consejos sobre la vida cuando ya lo habia vivido, esa caminata eterna llena de palabras que tuvimos una tarde de invierno, lo pancho que suelo ser. Y las horas muertas, ayudarla a estudiar, segundearla cuando se ratea y un café frente a la estación con el viejo de una piba que entendía aún menos que yo. 

 

Me re cabio creer que la entrenaba para un apocalipsis, mientras ella era el apocalipsis mismo: zombie, sobreviviente, saqueo, fiesta, mutación, aulas, ranchada y vagancia. Saber que no la educaba porque ya no había nada que transmitir, ni decir, ni explicar. Que lo posible, lo palpable, lo necesario, estaba ahí, con las pibas, en los trenes, en sus deserciones, fiestas y encuentros. Educar siempre unido a una épica finalista. La paternidad garrón, la docencia y la militancia luchona siempre estuvieron atravesadas por una gesta civilizatoria, emancipatoria, transformadora, de futuro. La realidad te re cabe, las pibas si son pillas, también.

 

Educar para una invasión zombie no da cuenta de futuros felices, no mira hacia adelante, no proyecta metas. Es pura indefensión y nos re cabe porque ya no controlamos el destino final de las cosas. En este apocalipsis no hay proyectos, sino momentos; no hay expectativas sino cuidados y segundeos; no hay jerarquías, salvo la que generan los cuerpos bien plantados. Este es su mundo y no se trata tanto de cambiarlo, mejorarlo, de proyectar sino de redefinir las formas en que se presentan las cosas, crear nuevas palabras que digan otras cosas, construir estrategias, hacer mundo y sobrevivir cada nuevo día sin ser mordidos de manera definitiva.

 

Eduqué a mi hija para una invasión zombie

 

¿Qué vamos a escribir después del 27? // Diego Valeriano

Hablamos, pensamos, escribimos sobre otros, sobre cosas, sobre lo que pasa, sobre cómo se dicen las cosas. Posteamos que todo es político como si fuera verdad. Cambiamos la foto de perfil según la coyuntura, wasapeamos a nuestra radio comunitaria, boicoteamos a Coto en Facebook, mostramos a la gorra infiltrada en la marcha a la que ni vamos. No le erramos ni una efeméride de lucha y memoria. Todo entra en el régimen de la opinión, de la urgencia posteadora, de lo explicable, de lo que vale porque tiene likes combativos, porque resistimos estos cuatro años.

¿Pero qué vamos a decir, twittear, escribir, llorar después del 27? ¿Cómo vamos a nombrar las cosas? Esas cosas que van a seguir siendo una mierda, esta vida garrón que vamos a seguir teniendo, estos trabajos precarizados que son para siempre, este odio en la boca del estómago que llegó para quedarse, esos rochos que cuando tienen que tirar, tiran. ¿Qué vamos a hacer con nuestra necesidad manija de opinar, postear, termear, flashear que somos parte del ágora público? ¿Qué vamos a hacer con esa astilla de visibilidad política que supimos construir?

Todo se expuso en su obviedad, porque el régimen de la visibilidad política fue el que garpaba: los putos como putos, las intelectuales como tales, los del CONICET recordándonos quiénes son, los jetones con pecheras al frente de la columna, las víctimas según el victimario y el rock como todo llanto.

¿Cada pibe asesinado por la policía, será por la policía de Kicillok o ahora va a ser la vieja policía de Vidal y la dictadura? ¿El Estado va a seguir siendo responsable de las cosas o ahora decir eso va a ser hacerle el juego a la derecha? Las fumigaciones, las muertes, el remisero acosador, las mineras, Mercado Libre, el jefe de mierda, las peleas entre vecinos y el transa de la esquina. ¿Qué vamos a decir cuando la sagrada inclusión no alcance ni a incluir a los guachos como excluidos, cuando las salitas no abran, cuando el Misoprostol no llegue, cuando el viaje cada vez dure más, cuando los gendarmes no se vayan, cuando el jefe de calle siga siendo el mismo, cuando las pibas no vuelvan?

¿Vamos a tener un silencio parecido al de la masacre de Once, al de la desaparición de Luciano? ¿Vamos a dejar en el olvido los nombres de las muertes del Indoamericano, la sangre negociada y sucia? ¿Qué vamos a escribir después del 27?

27 de Octubre. Revista Electoral Efímera 

 

Lo que vuelve con Alberto // Diego Valeriano

Vuelven los chetos a sus barrios caretas, a sus viajes, a sus empresas familiares que casi siempre funden, a sus problemas que no son problemas, a sus pastillas para dormir. Vuelven a estar en silencio por un tiempo y a no querer hablar de política, a no intentarlo por un buen rato. Vuelven a decir que el bueno era el padre. Vuelven el murmullo donde antes era aplauso, la abulia donde antes era pasión, el vacío donde todo era pleno. 

Vuelven los amigos al Estado. Vuelven los llamados, las visitas, unos mates en el nuevo despacho, alguna astilla. Un contrato, aunque más no sea para los aportes. Vuelven los que te dicen que le hacés el juego a la derecha. Vuelven el silencio, las justificaciones, los olvidos, las absoluciones. Volvemos a entender que cierto ajuste es necesario.

Vuelve cierto modo de alegría. Un tipo de paz por la mañana a la hora de los mates, al despertar a los pibes, al tomarte el bondi sin esa manija de escuchar la radio para amargarte. Vuelve la seguridad de saber que no te echan porque sí. Vuelven los posteos de vacaciones, las fiestas escolares y los cumpleaños. Vuelve la barra libre en el 15 de tu sobrina, las cuotas como forma de vida, y la Coca chorra para el Branca. Volvemos a ser todos hegemónicamente peronistas. 

Vuelven los guachos a mirar con arrogante desdén a la gorra, a agitarla sabiendo que ahora pueden hacer un gesto más. Vuelven a caminar tranquilos, a ranchar en paz aunque tengan un veinti, a fumar sin tanta carpa en la puerta de la escuela, a confiar sin confiarse. Vuelve a inclinarse la balanza para este lado aunque sea un poquito nada más. Vuelven las trabajadoras sociales, las becas, los infinitos talleres ahora deconstruidos, ahora diversos, ahora plurinacionales. Vuelven los pibes a dejar de ser victimarios, a ser comprendidos por gente que no comprende a sus hijas, ni sus vidas, ni la calle. Vuelve la sagrada inclusión a incluirlos como excluidos.

 

Diego Valeriano para La Tinta

El consumo libera // Diego Valeriano

El escabio, la manija, los abrazos, los Redondos que saturan desde ese auto que rompe Rivadavia y el flaco de Rappi que pasa cantando la marcha a los gritos. Los wasaps urgentes, los emoji de Macri, los posteos y las lágrimas de alegría del viejo sentado en el banco de la peatonal de la estación mientras mira su teléfono. Las guachas que aguantaron las requisas, los verdugueos, las guardias inmundas, las comisarías. Los pibes que saben que no vuelven porque siempre estuvieron, que festejan, que se preparan, que juntan unos pesos para unas birras que vendrán. 

Los redoblantes que suenan a unos pares de cuadras a pesar de la hora, las motos tirando cortes de alegría, las pibas que sueñan que ahora sí y unos guachos corriendo a la rotiseria del gordo a hacerle unos escrachos en la persiana. Lucía que se duerme sonriendo con solo imaginarse el odio que va a tener la señora de la casa que trabaja los lunes en Devoto. Está felicidad piola, este grito desde el fondo de cada barrio, en los pasillos, en las casillas y la certeza que la vida no tiene que ser esto. 

Los bautismos que siempre son de fuego, la barra libre en los 15, los parlantes en la vereda a pesar de este frío y jamás renunciar a lo que se siente. No creer ni en los medios, ni en el mercado, ni en los bancos, ni en las promesas, ni siquiera en quienes votamos. No ser gato de nadie. Saber lo que se sabe, hacer lo que se hace, aprender de las amanecidas. 

Ni orden, ni integración a su mundo, ni obediencia, ni leyes del mercado, ni futuros venturosos. Un presente que sea lindo, fiesta, nuestro, que sea siempre. Capitalismo runfla, insurrección, desacato, desfachatez y segundeo. El consumo libera como única forma de pelearla todos los días, de revelarse, de querer vivir, geder, ser vagancia. Como única forma de vivir una vida anti ortiba.

El hater que vota a Cristina // Diego Valeriano

Lee Clarín para enojarse, no deja propina en los bares que ponen TN y está peleado con su hermana cuyo marido tiene campo. Cree que todo es político, odia a Vidal y supo odiar a Massa fuerte. Tiene fácil la palabra traidor, monopolio mediático y suele acusar a algunos de sus amigos de hacerle el juego a la derecha.

No es orgánico, pero banca fuerte a los chicos de La Cámpora, cree en la política. Ahora es pro gremios y postea contra la serie El Tigre Verón. Putea a Macri en cualquier oportunidad que tenga. Dice Macrisis, gato, Mugrisio, gobierno de CEO´s y te cuenta las fake que le llegan al wasap. Te las cuenta en voz alta, en el momento que se le canta, aunque le digas que no te interesan.

Le gusta bancar, retar, termear, militar, explicar y siempre está informado. Banca a las madres, milita Sinceramente, insiste con que De Vido es preso político. Te explica que la masacre de Once fue culpa del motorman y, si bien alzó su voz por Santiago, con Luciano se mantuvo llamativamente callado. Banca a Maduro y le quiere hacer entender al venezolano que le trae el pedido de Glovo cuál es el verdadero proceso que se vive allá. Banca a Putin, pero, llamativamente, no a Bolsonaro.

Se politizó tardíamente y, como los conversos, quiere recuperar el tiempo perdido: se emociona manija los 24, tiene un cuadro de Néstor descolgando el cuadro y ahora, de grande, se compra libros de política. Agita a su suegra gorila, bardea a los chetos de sus primos porque se fueron a Miami, termea al cuñado que votó a Macri y ahora maneja un Uber. Con su termeada, su absurda politización y su insufrible verborragia, es capaz de lograr cosas imposibles como que, por un momento, dudemos en votar a Cristina.

Diego Valeriano para La tinta / Imagen de tapa: M.a.f.i.a

El massista que flashea unidad // Diego Valeriano

No conoce Europa, tuvo un ciber cerca de la estación, un kiosco 24 hs sobre Ruta 8 donde podía vender escabio y una agencia de remises. Fue candidato a concejal, a diputado provincial suplente por la 1era sección electoral y es fiscal general en todas las elecciones haya plata o no. Se asume peronista de Perón, admira a Duhalde, a Cristina le dice la señora y no le cabe. Es del gran Buenos Aires, aunque viva en La Falda.

Tiene campera de gamuza con flecos, fuma adentro del auto y tiene un pariente muy cercano que es de la fuerza. Dice papa al cáncer, bicho al VIH y amarillos a los del PRO. Va a las reuniones de seguridad que se organizan en el barrio, tiene el teléfono del comisario y lo saluda siempre para las fechas importantes. Cuando siente ruidos en el fondo, saca el fierro por la ventana y tira unos pares de tiros para que entiendan que en su casa no se jode.

Fue presidente del Club de su barrio y está cada vez que lo necesita algún vecino. Es parte de la cooperadora de la escuela del más chico, compra cada rifa solidaria que le ofrecen y cree de manera sincera que el servicio militar es una buena solución para esos pibes que están hechos mierda. Sabe que no va a votar a Kicillof. No lo convence, no le gusta, no le confía. Demasiado porteño, demasiado universitario, demasiado lejos de él. Le gusta Vidal, Macri no. Demasiado cheto, demasiado garca, demasiado porteño.

Esperaba algo más para él en este cierre de lista, aunque sea un lugar a no salir para no quedar mal con su gente, pero entiende la situación con esto de ganarle a los amarillos. Flashea unidad, pero ni se la cree. Sabe que esto dura lo que diga Sergio.

Cuando tiene que ir a las caminatas, mesitas o actos y se cruza a la militancia de Cristina, observa con desconfianza la inocencia prepotente que tienen. No puede creer que crean, que se enojen, que discutan, que militen como si fuera cierto. No puede creer que no entiendan que la política no es eso que hacen ellos. Sino algo mucho más complejo, sucio y runfla, como cualquier trabajo, como cualquier negocio. 

El hater que vota a Macri // Diego Valeriano

Quiere pibes chorros muertos, desea su sangre, la necesita, festeja linchamientos. También quiere llegar a su casa un poco más temprano alguna vez. Viaja dos horas al laburo y le quema la cabeza que esos villeros escuchen cumbia sin auriculares en el tren. Vomita odio en twitter, en facebook, en la cola del Rapipago, contra quienes se la pasan marchando, contra los que no trabajan, contra quienes tienen tiempo para cosas que él no tiene. Manda porno al grupo de fútbol y se pelea con la hija porque usa esos shores así de clavados. 

Postea homenaje cuando pierde un policía, es malvinero y le gustaría tener un fierro en la casa. Putea solo en el auto camino a comprar falopa a lo del peruano mientras escucha en la radio a Baby. Vigila que la mina que limpia en la casa no se afane el Cif, y reconoce que a pesar de todo los bolivianos son re trabajadores.  

Aunque no esté en contra del aborto, es pañuelo celeste. Pañuelo celeste afectivo, como otra forma de decir hombre, como otra forma de decir basta. Como forma de contrarrestar a quienes lo humillan. Como otra forma de gritar su desprecio a los dueños de la comunicación.

Está mal de guita, pero lo estuvo siempre. Electrodoméstico más electrodoméstico menos, siempre todo siempre fue un garrón. Vida garrón, viaje garrón, laburo garrón, barrio garrón. Es Uber para llegar a fin de mes y no puede creer cómo escabian las pibas de hoy. 

Vota a Macri convencido de lo que no quiere ser. Lleno de hartazgo de que lo roben, lo maltraten, lo humillen, lo ninguneen. Vota a Macri con la esperanza no ya de que mejore su vida, sino más bien de que no se la hagan tan fácil a los demás. 

La Tinta 

Imagen: Colectivo Manifiesto

 

Momos del Conicet, intelectuales porteñas y actores comprometidos// Diego Valeriano

¿Por qué nadie les pide solicitadas de apoyo a la vagancia, a los que movilizan por el plan, a los que zafan en el FiNes, y sí a los científicos momos del Conicet, a las intelectuales porteñas, a los actores comprometidos y a las twitteras superstar? ¿Por qué los amanecidos no están en las plataformas electorales? ¿Por qué los candidatos nunca buscan el acompañamiento de los guachos, de las turras y los gedientos?

¿Por qué van a las aulas magnas y auditorios universitarios, pero nunca a las plazas peladas donde por la noche todavía ranchan las pibas? Esas pibas que saben que están en guerra, que gritan no, que se plantan sin tanta bandera, que corren cuando tienen que correr. ¿Por qué en una fábrica y no en una cocina? ¿Por qué en una cervecería y no en los pasillos del Bajo? 

¿Por qué los guachines solo son imágenes de víctimas en las campañas? Regalo y foto para el día del niño, copa de leche y posteo, datos, twitt e indignación. ¿En qué video de campaña están esas sonrisas pillas, esas miradas especuladoras, esos cuerpos lanzados? ¿Por qué los dueños de la comunicación tienen más para decir que los dueños de este pabellón? 

¿Por qué en los spots no aparecen las rochas que bailan en el espejo para ir a Pasión y sí las que se esfuerzan para ir a estudiar? ¿Por qué nadie promete barra libre en los 15? ¿Por qué la gorra sigue siendo la misma? ¿Por qué, Estado presente, es trabajadora social o patrullero? ¿Por qué Maldonado y no Arruga?

¿Por qué la candidata se reunió con pibes del centro de estudiantes y nunca con la runfla repetidora, fuma porro y delirante? ¿Qué frente electoral quiere a esa banda insurrecta que rechaza familia, militancia, trabajo y futuro garrón? Esa banda invisible, fiestera, anónima, que a fuerza de rola, intuición, plantarse y cartoncitos flashean visuales nuevas de los mundos que vendrán.

Lo que postean es insostenible // Diego Valeriano

¿Qué donan en primavera los que donan ropa en invierno a la gente en la calle? ¿Clericó, cerveza, flores? ¿Qué postean, de qué se quejan, por qué se indignan? ¿Qué le reclaman al Estado cuando los días son lindos y los que antes daban lástima ahora escabian y se ponen re atrevidos? ¿Qué hacés con ese chabón que rancha en tu esquina cuando una tormenta de verano arrasa con todo?

¿A qué van a las marchas los que gritan que no hay que entrar en provocaciones? Los que no se encolumnan, las que hacen esas especies de actuaciones, los que se disfrazan, las que se quedan en una esquina aplaudiendo, los que nunca sintieron el borcego ortiba en las canillas. ¿A sacarse fotos, a cumplir moralmente, a ser parte de algo sin ser parte de lo importante?

¿Qué postean en esta elección los que en la pasada postearon donde votaba Santiago? ¿Dónde votaría Luciano, las muertas del Indoamericano, los de la masacre de 11? ¿Y dónde votan los guachos que mueren y matan, las rochas que por una bolsita se convierten en despojo, los transitas nuevos que ya perdieron, las novias de los presos que recorren comisarías?

¿De qué lado del agite se ponen los que frente a un linchamiento ni pegan ni separan? Los que critican al carnicero de Moreno, las que creen que los pibes son siempre víctimas, los que usan el pañuelo verde de coartada.

¿Qué opinan de sus pobres vidas los que opinan de todo? De cómo se coge, se habla, se milita, se aguanta. ¿Qué hacen con su ego y moral cuando dejan el teléfono, cuando la soledad invade su cama, cuando caen en la cuenta que su opinión no le importa a nadie? ¿Cómo resuelven lo que les pasa cuando salta la ficha que lo que postean es insostenible acá afuera?

 

Los que mandan a matar, mueren libres // Diego Valeriano

Los que mandar a matar, mueren libres. En clínicas chetas, rodeados de familiares, saludados por twitter, agasajados de manera bien piola. Mueren apenas repudiados, con la ventaja de ser casi olvidados. Mueren libres como va a morir el que dio la orden contra Luciano, como el que dijo “dale” en el Indoamericano, como el dueño de la tierra, el río, el cielo y los gendarmes que persiguieron a Santiago. Como el jefe de calle de la primera de Morón que si cae es por otra cosa. 

Libres y en paz, la paz que siempre logran ellos. Mueren sin el remordimiento de apretar el gatillo, sin la adrenalina del enfrentamiento, sin las pesadillas que tiene el cobani que tiro con la cara de ese pibe que se desploma en Avenida de Mayo. Sin el pecho caliente que da la primera línea. Sin la sangre en las manos.

Mueren y mientras llegan a la muerte se van de vacaciones, festejan con sus hijos, viajan a Europa, leen libros a sus nietas, se ríen de la memoria, cenan en restaurantes donde un plato casi es el sueldo del que recibió la orden de matar. 

Mueren libres, tranquilos, con la satisfacción de dejar acomodada a su familia, con los recuerdos de cuando eran chicos, con el olor de los jazmines del jardín de la abuela. Mueren libres y con una sonrisa, porque bien saben ellos, que las que no se pagan en esta vida menos la van a pagar en la que viene.

Esta derecha vital // Diego Valeriano

Esta derecha vital, esta derecha que no entendemos, esta derecha vecina, concreta, epidérmica, manija. Cocinada al calor del hartazgo, de la guita que no alcanza, de las ventas que bajan, de lo difícil que es volver cada noche, de los grupos de wasap para segundearse por los choreos en el barrio. Esta derecha llena de minas ninguneadas, de chabones que ya ni se pueden reir de lo que se reían, de doñas que nadie visita, de pibitas acosadas por los vagos del barrio. Derecha pura intuición, posteo, tele, mensajito que pregunta si llegaste bien.

A veces cruel, manija, linchadora y otras veces solidaria. Que se mueve en saberes concretos, afectivos, comprobables, corporales, de mercado. Derecha feria, patrullero, rotisero, doña, remiseria, maestra, guardiacárcel, refugiado. Derecha víctima de los pibes, de los bondis que no pasan, de los trenes que chocan, de los pillos, de los piquetes camino al laburo, de las jefes verdugos, del poder judicial clasista, de la política que no cambia nada, salvo de barrio, de auto, de pareja. 

Esta derecha vital que tiene los fierros, los cuerpos, el odio y también el territorio. Que es avanzada y retaguardia. Esta  derecha que crece, que se fortalece, que deviene razón de ser, que no necesita bajar a los barrios. No necesita unidades basicas, centros comunitarios, ni redes ficticias, radios comunitarias, ni militancias. Que no necesita andar explicando tanto todo. Ni pone especial atención en las palabras. Que cree en la justicia popular, esa justicia por mano propia tan expeditiva y redentora. Que necesita cortar con la humillación que sufre, que desconfía de los discursos largos, de los que siempre luchan, de los derechos humanos que nunca le llegan y de las cosas complejas que lo hacen sentir poca cosa. 

Derecha desahogo, plantarse, macho, insurrección, runfla. Cooperativista harta de los jetones y de movilizar hasta tan tarde. Que sabe que las cosas son simples, que ya no confía en nadie, que se divierte con poco. Que sabe bien que estamos en guerra y que si tiene que tirar, tira. Esta derecha vital nos re cabio y todavía ni nos dimos cuenta. 

Votá lo que puedas, consumí lo que quieras // Diego Valeriano.

Nuestros sueños no caben en una urna, pero si nuestras pesadillas. Nuestros peores temores, el ajuste, la deuda, sus maneras de concebir la vida. Nuestras formas de vida no se deciden en octubre, pero si tal vez algunas posibles alianzas, algunas fiestas, ciertas subsistencias, ese agite que necesitamos en diciembre. 

Las risas, los asados, la barra libre en los 15  y eso tan lindo que es invitar sin hacer la cuenta. No tener que exponerse yendo tanto al bajo, no subsistir quemando cobre, limpiando cordones, ni tomandonos el tren cada puta mañana. Vender, votar, plantarse, gastar a cuenta. El aire a 21 toda la noche, que las cuotas nos salven la navidad y que las pibas no tengan tanto miedo cuando pasa un patrullero.

Votar lo que podamos, consumir lo que queramos. Vagar, ranchar, rascar subsidios, arrancar, geder, comprar casacas de la Champion. Sostener el estado de ánimo, hacer cualquier cosa menos trabajar. Que estos chetos no nos rompan lo poco que ya ganamos. Esconder a los guachos, tener plantas, bancar a las turras, saltar cuando quieren levantar a los vendedores ambulantes, adherir a todos los paros. Mentir por amor, segundear a quienes queremos.

Asumir que esta guerra civil sigue en las urnas, aunque estas alianzas sean horrendas, aunque votemos traidores de palacio, esposas de jetones y encubridoras de abusadores. Guerra civil por los modos de vida,  por las vitalidades, por esta manija que no para, por un cachito de aire, porque el consumo si o si esta vez libera.

#LaVaganciaEnLasListas // Diego Valeriano.

Sin lugar a dudas unos de los movimientos más masivos y disruptivos de los últimos tiempos es la vagancia. Nacida al calor de los últimos años del menemismo, bautizada en los enfrentamientos callejeros del 2001 y nutrido en el posterior capitalismo runfla, la vagancia supo imponer usos, palabras, costumbres, consumos y estribillos a este nuevo siglo.

Ni chorizo, ni policía y en una alianza virtuosa con los dos gobiernos de CFK la vagancia se expande por lugares inimaginables, se enfrenta cuerpo a cuerpo con el aspecto más represivo de este gobierno y puebla las noches de segundeos, fiesta y desobediencias. La vagancia alimenta de manera silenciosa, pero constante, las insurrecciones pasadas, presentes y futuras.

La vagancia no obedece, no disputa espacios simbólicos que de por si están perdidos, no se preocupa por batallas culturales y sabe que el consumo libera. No es ortiba nunca. Moviliza por una astilla sin ser gato del plan, construye sentido esperando en el barrio y siempre está al acecho. Arrancar, devenir, amar, quema de comisaría y saqueo. La vagancia es solidaria y pluralista, nunca deja tirado, nunca atrevido con los indefensos y da el asiento a las doñas en el tren.

Contra los haters, las chetas, los panelistas que gritan como desaforados y  las twiteras sabelotodo. Contra los que nos explican todo en un posteo -incluso eso que no hacen- contra los que catan traidores, contra los peronistas de palacio y en defensa de Cristina, de lo que ella es posta, de sus mejores virtudes, es que es urgente que pongan a la vagancia en las listas.

Papá milonga, gilada, manija // Diego Valeriano

¿Qué festejar si es el enemigo? Si es la amenaza, el problema, la condena. ¿Para que lo van a saludar si es un gil? Si ni sabe dónde queda la escuela, si mira así a las amiguitas, si desaparece tres días. Si no podes contar con él nunca, si ni sabes donde está ahora. Que la guita no alcanza, que todos los problemas, que la novia de ahora es re conventillera, que el nuevo guachin siempre está enfermo. Papá garrón, traición, vacío.

Preso que ahora sí extraña a las nenas, que ahora sí quiere que estén, que exige querer como nunca nadie lo quiso, que se acuerda de lo necesarios que son los cuidados. Papá traición, perimetral, papeo, carga virtual, olvido. Papá allanamiento, berretín, cachengue, coartada.

Papá escabio, gediento, zarpado. Milonga, manija, gilada y dos días encerrado en la pieza sin que nadie lo moleste. La quincena que se esfuma, la locura que no para y toda la semana con los tupper al comedor.  Papá silencio, susurros, miedos.

¿Como se festeja en los pasillos, en los ranchos, en los bloques, en el comedor de Raquel, en el Mercante, en las comisarías de Moreno, en el cuartito de la estación donde los gendarmes llevan a las pibas? Ortiba, lejano, ausencia. ¿Como se festeja una ausencia? Borracho que aparece a reclamar algo en la noche menos esperada: un beneficio, una especie de derecho, un respeto que no tiene en ningún lado, un lugar para llorar, dormir y desaparecer.

Transa, entregador, buche. Cagón que no paga lo que debe, pillo con cosas que queman. Rastrero, gato de los peruanos, transa de la gorra, refugiado. Gordo rata que tira tiros con la boca. Risa de macho, jactancia de pancho, papá pernada, vergüenza.

Papá tatuaje, posteo sobreactuado, emoción, exageración, olvido. Luchón que se queda con la asignación. Amanecido que no compra los pañales, que olvida cuando es principio de mes, que deja esperando toda la noche en la Crovara a sus hijos que lo visitaban después de tanto tiempo.

Papá ausencia, abandono, desamparo. Traición permanente. Papá que sigue estando ahí, sin estar, sin llamar, sin pasar un peso. Como una presencia molesta, como un recordatorio, como algo que pica, que late, que supura, que se va infectando. Papá Crueldad, risa estúpida, abandono, huida.

El macho que el odio necesita // Diego Valeriano

Los políticos que van y vienen. Sin códigos, sin palabra, sin tiempo. Las que trabajan de piqueteras, los que consiguen ser planta en la Muni, los punteros y las que viven de la política. Las frustraciones, los fracasos, las tristezas. Vivir humillada, desprotegida, sin nadie que te tenga en cuenta nunca. Este gobierno de mierda y el anterior y el otro. Chetos, mentirosos, millonarias, sobreactuaciones y mafiosos. Ese odio que es vómito y la bronca a Nancy que paga casi nada por el departamento que le dio el gobierno. Viajar, sufrir, viajar, morir en Miserere cada día y el kiosco de la estación que no tiene carga para la SUBE. No poder reírse por temor al reto, sacar la bolsa de basura con miedo a perder, ir a buscar a la nena a la parada, aunque sean las diez de la mañana, y que la casita cada vez valga menos por la gente que se vino al barrio. Trabajar para no llegar ni a principio de mes, mulear, ser correcto, cumplir las normas. Seguir adelante sin que nadie te regale nada, bajar del bondi después de Irigoyen y ser pollo cada vez. Los guachos que poronguean, las pibas, la peruana de la otra cuadra, el santiagueño de tu jefe, la música fuerte jueves, viernes, sábado hasta el domingo que sale de la casa de los paraguas de adelante, y los derechos humanos de los delincuentes. La vagancia en la esquina que te hace rodear la manzana. Los panelistas sabelotodo de la tele que gritan algo que no pasa. Las marchas por todo. Los cortes, las banderas, los piqueteros que suben en Morón meta cumbia y escabio. La absoluta soledad, la ambulancia del SAME que siempre llega tarde, la policía que hace lo que puede y rogar que si una moto se escucha en la noche sea un delivery. Sentir la humillación, sentir cómo te humillan y una causa abierta por la mamá de Brian que salta cada vez que no lo necesitás. Sentir que todo se esfuma, que nunca te salga una, sentir la soledad explotada de esta vida de mierda, sentir el vino malo cada mañana. Sentir que nadie entiende, que nadie te ayuda, que nada de lo que hagas tiene sentido. Que tus valores, esos que aprendiste en tu casa, no sirven para nada. Sentir odio, saborearlo.  Esperar paciente y resentido que toque alguna vez.

06/13/2019

Nunca van a ser bandera // Diego Valeriano

Nunca van a ser bandera, mural, canción. Pero si tal vez esperanza cruel, promesa de venganza, pedido de auxilio en medio de todo esto. Nunca van a ser pintada, tatuaje, ni remera. Pero si grito de guerra en medio de un linchamiento, pedido de justicia por parte de una madre que no puede más, ilusión silenciosa de que pase algo cuando los guachos que te chorearon pasan por tu cuadra.

Esperanza de ortiba, murmullo desde patrullero, dientes apretados de doña que ya ni sale cuando baja el sol y espía por la rendija de la persiana. Trabajar, viajar, ir y volver. El UBER que no entra, el remis que no llega. El Sarmiento, las cuadras hasta la estación, el bondi que no para, el agua que no baja. Un suicidio y quedar varados sin tiempo en Ramos o Haedo, los piqueteros que suben en Morón meta escabio y cumbia. Los robos en la parada del 238 y una soledad aplastante.

Nunca grito de libertad, pero si de odio.  Resentimiento por como empeoro todo, como cada vez es peor. Odio sin saber, pero sabiendo bien, sabiendo todo, entendiendo todo. Asco a los que viven de la política. No quiere chamuyos, ni cuentitos, ni que le explican más nada. Odio por saber bien cuál es el arreglo de la del merendero con la comida y los planes, saber  como Juan pegó un cargo, se fue del barrio y se puso brackets. Odio a los dirigentes que siempre tienen tiempo para estar frente a las cámaras cuando la mayoría no tiene tiempo ni de mirar tele.

Odio a los retos, a las explicaciones, a los posteos de su sobrina, a que le cambien las palabras, a la imposibilidad de decir, a la prepotencia de algunas pibas, a quedarse unos pares de horas más sin cobrar horas extras. Odia que ya ni lo entiendan, estar en falta eterna, que cada día sea peor.

Ni consigna, ni memoria, ni nombre de un barrio de casitas todas iguales. Ni abuelas, ni madres, ni compañeros detenidos desaparecidos, ni posteo de nenita con el pañuelo verde y los dedos en V. Ni todo es política. Volver a un tiempo mejor donde todo era como debía ser. Vitalidad potente de lo que sí pasa, comprensión de todos los garrones diarios, soluciones mágicas, varoniles y crueles frente a muchos años de una vida horrible.

La Tinta. 

¿Lo recibirá el presidente para felicitarlo? // Diego Valeriano

El rati tira porque sabe que lo bancan, porque lo alientan, porque lo llamaron para eso, porque tiene huevos. Se siente segundeado. Tira sabiendo que no está solo, que detrás de él tiran varios, que varias le sostienen la mano. Sabe que tiene la razón y la fuerza. Tiene la palabra, la mano en la espalda, la justicia. Tiene los gritos, el odio, el hartazgo.

Mañana va a leer los posteos bancando lo que hizo, los wasap de aliento, los emoji en el messenger. ¿Será tapa de algún diario? Saca el cuerpo, apunta, dispara. El aire le da en la cara. La patrulla se mueve y él pierde estabilidad. Apunta y vuelve a disparar. Siente los gritos de su compañero, los ladridos que comienzan a multiplicarse, el silencio de la calle. Cree sentir el miedo de los pibes que rajan en ese auto de mierda y se le dibuja una breve sonrisa.

Tira de nuevo y la adrenalina le gana el cuerpo. Se siente pleno, furioso, al palo. Sin saber bien lo que está haciendo, sabe bien lo que hace. Posee una sabiduría rara, de perro guardián, de empleado del mes. Sabe cómo sigue; sabe que va a entregar el arma, que la tiene que dejar limpia, que lo van a suspender unos pares de días, que los compañeros lo van a cubrir, que el fiscal se va a apurar bien poco, que el ministro va a simular.

Están llegando a la ruta y casi ni tiene tiro. De todos modos lo va a intentar por última vez, una vez más va a probar su suerte para ver si cambia esta noche. Toma aire e intenta abstraerse de todo, pero no puede. Sus pensamientos son más fuertes, su sed más potente, su deseo muy manija. Imagina un futuro breve, un reconocimiento merecido. Mientras apunta por última vez a ese 147 que está por cruzar la ruta se pregunta si lo recibirá el presidente para felicitarlo.

 

Fernández al gobierno, la vagancia al poder // Diego Valeriano

Cristina es una bomba, fuega inabarcable, eterna gedencia, cuotas, planes, cuetes, fiesta. Cristina no decepciona. ¿Cómo hacerlo? Cristina es pasillo, piba, militante posta que no abandona, obrero de una pyme que ya ni va, feriado largo, hotel sindical, barra libre en el 15 de Milli. Es mucho más que sus torpes militantes rentados. Es la jefa de este pabellón en el que nos toca vivir hace tantos años. Cristina es pilla.

La vagancia, que no es policía ni chorizo, la banca, la segundea. Sabe que la única alianza virtuosa, generosa, gozosa es la que tuvieron con ella. Una alianza bien piola. La vagancia sabe que con ella puede desarrollar la complejidad de su programa político. Cristina es lo que la vagancia dice: puro amor, Coca chorra, el aire a 20 todo el verano, pelopincho en la vereda, asado posta y no tener que viajar tanto al bajo para conseguir una astilla. La vagancia abandona la forma humana y deviene Cristinas en cada esquina. La vagancia sabe de mutaciones, resistencia y revelaciones.

La vagancia no twitea, no opina, no traiciona. Demasiado sábado, demasiado temprano, demasiada fiesta para enterarse del anuncio. La vagancia no tiene jefa, ustedes sí. No tiene tiempos, es solo un bloque desquiciado de momentos. Pero va a bancar a Cristina, la va a bancar fuerte y de la manera que lo sabe hacer: una guerra en cada esquina, un transa en cada cuadra, una toma de comisaría cada vez que se pueda. Ferias, fiestas,  joditas. Un segundeo silencioso, un saqueo,  una manija que no para a pesar de este infierno.

Escritora de la vagancia // Diego Valeriano

Termeo, devoción, ficciones y haters antiimperialistas. Dedos en V como grito de guerra, como posteo urgente, como provocación en el grupo de wasap de la familia. Abrazos con las que solo ves en las marchas, encuentros y selfie con los famosos que se van acercando. Tomar el tren con lo que ya cansa eso, y después un bondi y caminar bajo la lluvia para verla a ella, para estar bien cerca, para que sepa que nunca va a estar sola. Calor y olor a humedad, primera fila llena de figurones. Ser locales otra vez y saltar aunque las rodillas casi ni den, aunque el día fue una mierda, porque cada día falta menos. Saltar felices en el patio de la puta oligarquía, en su cara. Comentar encuestas, programas de radio, posteos. Enumerar traidores, olvidar lo que hay que olvidar, comerse sapos, indignarse con cada nueva medida del gobierno. Pedir que te sigan, contar likes, fijar tweet, machear entre kumpas como la mayor demostración de atracción y compromiso. Putear porque no hay señal, ni datos, porque no sube la foto. Comentar por lo bajo cuando pasa la notera de TN, no entrar en provocaciones, no darle de comer a la carroña mediática. Remera de Néstor, de la orga, pañuelo verde en la mochila, bandera de Venezuela y cartelito de amor incondicional. Paraguas, dirigentes sindicales, intendentes efimeros, panelistas y artista que opinan. Querer ser más negro de lo que se es, simular gedencia, flashear pasillo, soñar rebeliones. Agitar esos berretines setentistas. Penguin Random House, pantallas gigantes y aplauso fácil. Reivindicar los gritos, las risas y la incorrección. Ser festejante de uno mismo, de lo que fue y puede volver a ser. Festejar que fuimos felices. Cantar la marcha, rockearla, ser hincha de Perón, ofrecer la juventud. Millonarios VIP, populismo, caricias en el alma y que vuelva la fiesta. Cuotas, Coca chorra, el aire a 23, miles de motitos, fines de semana largos, altas llantas y una alianza indisoluble con los guachos. Saber que el consumo libera. Escucharla con la sonrisa en la cara, con amor ingenuo. Escucharla con la emoción, la manija y la esperanza de volver.

Hay que leer el libro del Indio // Diego Valeriano

Hay que leerlo por lo que nos dió y por lo que nos sigue dando. Para reivindicar Olavarría toda la vida, para cuidar el estado de ánimo, por la manija de vivir. Porque aún hoy suena donde menos lo esperamos. Porque nuestras hijas, como parte de eso que es aprender a vivir, se toman un bondi maltrecho en Morón, chapotean en el barro en Gualeguaychú y vuelven esa misma noche.

Hay que leerlo sin importar las trampas militantes que plantean algunas  preguntas, a pesar del resentimiento del que no merecemos saber nada, del que no queremos ser ni juez, ni parte, ni tomar partido. Leerlo aunque el libro sea una traición a eso que creímos que él creía. Leerlo a pesar de saber que nos quiere hacer conocer la máquina desde adentro, a pesar de saber que es un game over, sutil, necesario para él, mortal para nosotros.

Por nuestras intoxicaciones, nuestros enfrentamientos, nuestras lágrimas tatuadas, nuestras noches eternas. Por ser la música de fondo de nuestras luchas, de las verdaderas, de las que dimos en soledad en ciertas esquinas, a ciertas horas. Por seguir siendo un código común, un guiño, un salvoconducto. Porque sus canciones nos hicieron menos ortibas y nos recuerdan que envejecer no puede ser esto que nos está pasando ahora.

A pesar de esa necesidad de explicar, de volver visible lo que hasta hace poco era imperceptible, de asumir la derrota en la cancha de la opinión pública. A pesar de jugar el juego de la visibilidad donde todo se expone en su obviedad, donde todo es excesivamente visible: la psicodelia como tal, Skay como un maravilloso guitarrista, las metáforas como dráculas con tacones y los muertos, nuestros muertos, como todo llanto. La manija de la visibilidad es la que gana.

Hay que leerlo para volver a sentir la adrenalina del primer ácido, ese que nos cambió para siempre. Para arremeter por última vez contra un patrullero, para volver a abrazar a los amigos que ya no están. Hay que leerlo por las pibas, los gedes, la vagancia ilustrada que pudimos ser. Como gesto de agradecimiento. Hay que leerlo como acción rockera, militante, vital, amorosa. Para saber que las estrellas siguen estando ahí nomás, a tu alcance, frías.

 

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