Anarquía Coronada

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Diego Skliar

Marco Teruggi: diario urgente de Venezuela // Clinämen

“Mañana será historia” es el nuevo libro de Marco Teruggi. El periodista, escritor y activista narra el cotidiano venezolano lejos de los discursos que buscan a derrocar a Maduro y a distancia prudencial de las narrativas estatales. Con él charlamos sobre el método de escritura, es decir, un modo de vida y contacto con lo que ocurre en las conversaciones desde abajo.

 

JAMAS TAN CERCA // Mediatización, lenguajes y política

La mediatización de la vida es un campo de problemas que excede la omniprescencia de los artefactos. Nuestra época se entiende mejor considerando la longeva pero rozagante tendencia a vivir la vida como un medio para otra cosa. El antiquísimo finalismo que enajena el presente en pos de una instancia mediata; lo verdadero, lo bueno, lo bello, o no están ahora, o no están acá. El cielo, la mercancía, la prensa, el espectáculo, las finanzas: vectores históricos de  la mediatización, que se cataliza, en nuestro tiempo, con las técnicas -paradójicamente- de inmediatez. Nada más mediatizante que la inmediatez.

La acción a distancia en tiempo real, la informatización binarizante de lo sensible, constituyen claves del ambiente existencial contemporáneo. Para habitarlo, o tolerarlo, se requiere un conjunto de operaciones específicos. La actualización, la emisión, la fotosensibilidad, el disponibilismo, la indiferencia (y hasta la crueldad), el linkeo, la adaptación a escenarios variables, y el etcétera no tiene fin. Subjetividades mediáticas.

Si el dolor es un umbral de conocimiento, si el mapa de las fuerzas refractarias a la vida es un proto mapa de la vitalidad, entonces investigar las diversas faces de la mediatización -estar separados de nuestras potencias inmediatas- puede afinar intuiciones sobre la salud: salud corporal, temporal, espacial, comunicacional, urbana, política, erótica, económica. Afinar percepciones sobre las operaciones de presentificación: la restitución al presente -a la presencia- de su potestad existencial soberana. Las presentificaciones, claro, que recuperan para nosotros los artefactos normalmente alienantes.

Las jornadas invitan a forjar un entendimiento común sobre este campo en tensión -su genealogía, sus dimensiones, sus rarezas, sus rajes-.

Barrido y limpieza // Diego Skliar

Así se barre, Oscar. O como te llames. Pegado firme al cordón, llevandote puestos los pies de quienes vamos a la Universidad del No Se Qué. Con la punta del escobillón pasando amenazante al ras de nuestros mentones. Empujando la pelusa de esta primavera con ánimo de inverno, las colillas, las latas, el volante de la pizzería que quebró. Así se luce la campera sucia que dice Higiene Urbana y el logo de la Ciudad Verde que no podés pagar. Con el auricular relleno de chamamé al palo de la provincia que también te expulsó. Esperando pegar la vuelta por el pasaje donde prendés la tuca que arrancaste saliendo del barrio al que volverás al atardecer, no sin antes pasar por el corralón a seguir quemando la de débito, porque antes del dólar a cincuenta querés terminar la pieza de arriba, Oscar. Un lugar para que tu hija pueda contener a tu nieto antes de que la yuta lo ponga. Porque ya avisaron Oscar: anda zarpado el pendejo.  

El sorteo de la fiambrería // Diego Skliar

Tras una semana de anuncio en Times New Roman 48 pegado en la vidriera, llegó el día: hoy feriado es el sorteo que organiza la fiambrería del barrio. Ahí estamos con nuestros números de talonario genérico, pero con un sello del negocio para que nadie se pase de vivo. Primer premio: tabla de fiambres. Segundo premio: dos prepizzas y medio kilo de muzzarella cara. Tercer premio: un poco de aceitunas y queso mantecoso. Me inmiscuyo entre los septuagenarios que ayer puteaban a Cristina y hoy putean a Macri. También se la agarran con el empleado de la fiambrería porque todo se demora y además no era claro que para tener un número había que realizar una compra. Y ahora no se puede participar pidiendo de apurón cien gramos de paleta. Se quejan algunos, mientras otros defienden su derecho de haber consumido previamente, al grito de “acá participamos los que compramos”. De hecho, varios agitan grandes cantidades de números, que denotan su capacidad de consumo de embutidos en la última semana. El empleado encargado del sorteo retrocede, sale otra, la venezolana, que se ríe y eso molesta: “¿Vos viniste acá porque allá están peor?”, increpa una petisa pintarrajeada que previamente me clavó un codazo en la panza para hacerse lugar. “Peor es poco”, dice la venezolana, que saca su celular para filmar tan curioso evento. Dos niñes se acercan para sacar los números de la bolsita. “¿Hijos de quién son?”, protesta una señora, dando a entender que hay tongo en la elección de los mini jurados. Empieza el sorteo. Yo tengo el 76 y lo relaciono con la dictadura. La costumbre da dar un valor extraordinario a todo. Salen varios números de gente que no está. Noto que hay cifras tipo cuatrocientos y pico. Las posibilidades son bajas. Gana el tercer premio el bizco de bastón. El segundo es para una de las que votó a Macri y ahora lo putea por la factura de luz de una luca. Aprieta la muzzarella y se va, como quien sale de sacar el sueldo del cajero. Un viejo piensa que todo terminó y se va cruzando pésimo. Sale el 59 y uno le grita: “¿vos no tenías el 59?”. El pega media vuelta, resbala y cae en el cordón. “SAME, SAME”, gritan varios. Un par van a auxiliarlo, la muchedumbre que consumió y ahora soñaba con una feta gratis de algo se disipa. La venezolana cruza y le apoya la tabla de fiambres al lado al viejo caído, que está conciente pero todavía no se puede levantar.    

El dueño del Banco Nación // Diego Skliar

 

El dueño del Banco Nación se toma dos bondis cada mañana desde su casa en el conurbano hasta el laburo. Usa ropa deportiva trucha y un reloj que parece groso pero es de los senegaleses. Cuando llega a la sucursal se cambia en el baño de servicio donde apenas caben sus 130 kilos. Se pone la camisa blanca que lava una vez por semana y la manda por adentro del pantalón azul oscuro. Pronto rebrotarán en sus axilas las aureolas amarillas de sudores anteriores. Se moja un poco el pelo y se manda para el hall. Saluda a las pibas de las cajas y cuando sonríe se le ven el perno y la corona que pagó con el medio aguinaldo. Tiene la foto de San Palazzo en la billetera. Cuando se cruza con el pelado que atiende a Empresas le pega un codazo cómplice, le muestra un video en el celular y suelta una carcajada que retumba en el techo barroco. Son casi las diez y los viejos hacen cola al sol. El dueño del Banco Nación va por sus dos herramientas de trabajo: el Calibre 38 Especial y el talonario de numeritos naranjas. Chequea que todos los empleados estén en sus puestos y abre la puerta. Entrega numeritos a los viejos y los orienta hasta la sala de espera con más de cien sillas, cantidad que demuestra la naturalización del desborde. Al dueño del Banco Nación le gusta maltratar a los jubilados, hacerles chistes y no escuchar los débiles intentos de réplica. Cuando se acercan a preguntarle algo en voz baja, él hace pública la consulta en un tono elevado. “Sí, depósitos en dólares es por acá”, grita. Sabe por cuánto vendieron a Tévez, la tasa de plazo fijo, el cierre del Merval, los pasos para pedir un crédito, quién quedó afuera del Bailando y las ventajas del Home Banking. Con él no es posible mirar el teléfono ni de costado: lo ve todo. Por más que el tablero digital funcione, el dueño del Banco Nación anuncia los números en voz alta. Además le gusta marcar el camino de ingreso a las mamparas que lleva hasta las cajas. Cuando cierta inquietud por las demoras toma el ambiente, él se aclara la garganta, toma con sus dos manos la hebilla del cinturón y lo tira un poco para arriba. Esa pequeña performance logra con sutileza que todos los clientes recuerden que porta un arma. Al dueño del Banco Nación le gusta que se hagan las tres, cerrar con llave y hacerle No con el dedito a los que suplican pasar segundos después del horario establecido.

Santa Fe, Instagram y tamagotchi // Diego Skliar

“Todo lo que era directamente vivido, se aleja hoy en una representación”.

Guy Debord, suicida.

 

La vida ya fue: lo importante es contar lo que no se experimentó porque estábamos muy ocupados sacando fotos o haciendo videítos. Bien lo sabe la Secretaría de Turismo de Santa Fe, que le pegó un refresh a sus comunicaciones y nos invita a recorrer la provincia con el slogan “tu Instagram te lo va a agradecer, vení y compartilo con todos”. El otro motivo para visitar la provincia, según otro afiche de la misma campaña, es la cantidad de stories que vas a poder registrar. Ya somos nuestro propio tamagotchi. Y para alimentar a nuestro ser virtual, nada más loco que el color del cielo con el filtro que le metí y asegurar una cantidad de likes que seguirá creciendo cuando suba la selfie con un pato al que le puse al lado una pinta de cerveza artesanal y un gorrito de Newell´s. Sacame acá, donde dicen que paraba Fontanarrosa, mientras no escucho los tiros de los pibes del Barrio Ludueña, mientras la falopa y la soja se van por la misma senda.

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