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La reacción Derecha e incorrección política en Uruguay // Colectivo Entre

En tiempos en los que se busca que las fronteras entre derecha e izquierda sean puestas en jaque o desaparezcan, el título de la segunda publicación del grupo Entre es elocuente: estas categorías están más vigentes que nunca. Las páginas de este libro son el resultado de un proceso de pensamiento colectivo que desde 2017 viene indagando acerca de las nuevas expresiones de la derecha uruguaya, a la luz de la coyuntura política actual.
Y este ejercicio, en un escenario de parálisis política, es fundamental, mucho más cuando la invitación es a no dejarse llevar por pronósticos tan desalentadores. Como aperitivo, a continuación, reproducimos, con la autorización de los autores, el prólogo de La reacción.

Cuando empezamos este libro, a fines de 2017, no íbamos a estudiar la derecha, al menos no directamente. Notábamos que se discutía constantemente sobre la corrección política y su contrario, la incorrección, y que en estas discusiones se formaban alianzas y complicidades insólitas. Roqueros ochentosos se unían a la Iglesia católica, periodistas de izquierda se aliaban con una renaciente ultraderecha, sin que esas afinidades le hicieran ruido a ninguno. Lo importante para ellos, autodeclarados políticamente incorrectos, era combatir lo que llamaban corrección política, marxismo cultural o ideología de género.

Los debates, más que sobre cuestiones sustantivas, se articulaban en torno a quienes ofenden y a quienes se sienten ofendidos, a la transgresión, a las acusaciones de censura y a la exagerada atención dada a las palabras utilizadas. Mientras tanto, la izquierda progresista, siempre afín a los eufemismos y al lenguaje técnico, colaboraba para que los debates se dieran en esos términos, en un momento de estancamiento político. Queríamos entender estas disputas. Nos incomodaba la corrección política que no decía las cosas por su nombre, pero, sobre todo, nos asustaba la forma en que una reacción derechista cada vez más radical se manifestaba a través de la incorrección, con la complicidad de actores que estábamos acostumbrades a escuchar como voces de la izquierda disidente. La investigación avanzaba y comenzábamos a crear argumentos sobre la disputa discursiva que mantenían la corrección y la incorrección política, aunque señalando con claridad cómo este marco era utilizado tácticamente por la derecha machista, homofóbica, racista, nacionalista y empresarial, para deslegitimar los avances en derechos.

Entendimos que era necesario replantear esta discusión de una manera que nos permitiera salir del agujero negro en el que siempre terminan las polémicas en torno a la corrección y la incorrección política. Les seguimos el rastro a la historia y los usos de la expresión “corrección política” y llegamos a las disputas entre evangélicos y liberales en Estados Unidos, a la transgresión como clave de la cultura uruguaya a partir de los ochenta, a las discusiones sobre la negación del holocausto en Europa, al anticomunismo obstinado en asociar cualquier forma de izquierda con el autoritarismo, a las disputas en torno al lenguaje no sexista. Y, últimamente, a la forma como Trump y Bolsonaro llegaron al poder: prometiendo combatir la corrección política, mientras los nazis del mundo se reúnen en foros como Politically Incorrect de 4chan.1

En pleno proceso de investigación el panorama político comenzó a aclararse, por lo menos en un punto: estamos ante el avance de una fuerte corriente reaccionaria, que combate a los movimientos y los gobiernos de izquierda surgidos en América Latina en la década del 2000, simultánea y articulada con la reacción xenófoba y racista que se expandió en todo el mundo a partir de la crisis de 2008.

En Uruguay, esto se hizo manifiesto en enero de 2018, cuando un movimiento de propietarios de tierras rurales se autoconvocó para crear la agrupación Un Solo Uruguay y comenzó una serie de movilizaciones que reclamaban devaluación, desregulación laboral y ajuste, con el apoyo de todas las cámaras empresariales del país. El 8 de marzo de 2018, en la marcha por el Día Internacional de la Mujer, un grupo de evangélicos denominado A mis Hijos no los Tocan se paró en el recorrido de la marcha, con pancartas antifeministas, para intentar generar incidentes. En las redes sociales abundan los ataques –muchas veces llevados a cabo por usuarios anónimos o bots– a simpatizantes, militantes y dirigentes de izquierda o feministas, al tiempo en que ya comenzó la campaña para unas elecciones en las que se plebiscitará la propuesta de un sector del Partido Nacional para “Vivir sin miedo”, que implicaría habilitar los allanamientos nocturnos, la cadena perpetua y el uso de militares para tareas policiales, mientras aparecen nuevos partidos de ultraderecha, en torno a figuras como Edgardo Novick2 y Guido Manini Ríos3.

¿Cuál es la naturaleza de esta reacción? ¿En qué fuerzas se basa? ¿Qué tácticas discursivas despliega? ¿Cuáles son sus objetivos? Estas son las preguntas que terminaron guiando la escritura de este libro.

La reacción es el segundo libro publicado por Entre.4 Al igual que el primero, fue escrito en colectivo. Esto quiere decir que el libro contiene estilos y registros expresivos distintos, rasgos y manías personales en la escritura, los cuales pertenecen a cada integrante del colectivo y resisten todo trabajo de uniformización estilística. Hay momentos para la narración histórica, que destacan episodios, personajes e instituciones; otros para el análisis, que desentrañan los argumentos y las estrategias de la reacción; otros propiamente políticos e incluso performáticos, que imitan el tono violento de la reacción.

El libro recorre un amplio abanico temporal y temático. Parte de la fundación del Uruguay moderno, llega hasta la era progresista y se detiene en las principales corrientes e instituciones conservadoras, los medios de comunicación y los temas que preocupan a la derecha, como la pérdida de los valores, el ataque a la familia, el humor tradicional, el combate a la inseguridad y el debate entre la corrección y la incorrección política. Esta heterogeneidad produce un texto algo fragmentario, pero que busca entradas y enfoques diferentes de un tema que por su propia naturaleza es polifacético.

Este libro es, entonces, el fruto de una investigación de meses, que implicó discusiones entre nosotres y con otres sobre lo que estaba pasando, pero también lecturas, recabar materiales de los medios y las redes, observar actos políticos, y analizar discursos y debates cotidianos. La escritura fue alimentándose de reflexiones colectivas, de muchos puntos compartidos, pero también de desacuerdos internos, en el entendido de que zambullirnos en nuestras propias incoherencias, contradicciones y dudas era importante para entender el campo de confusiones y ambigüedades en las que crece la reacción.

Durante este proceso de investigación fuimos condensando algunas reflexiones y conclusiones preliminares que tuvimos oportunidad de compartir en un ciclo de charlas en Entre,5 un seminario sobre el tema, del que participaron investigadores y militantes, y una ronda de conversación abierta al público para discutir el tema.6 También publicamos textos en los que se adelantaban ideas que terminamos de redondear en este libro. Agradecemos también a Laura Amaya y Cecilia Seré, por sus lecturas críticas y sus comentarios. Y especialmente a Valeria España, quien participó en la concepción y el comienzo del proyecto. Si bien quienes redactamos el libro y concebimos su gráfica fuimos Diego León Pérez, Gabriel Delacoste, Gabriela Sánchez, Laura Outeda, Lucía Naser, Ignacio de Boni y Santiago Pérez Castillo, el trabajo colectivo involucró a mucha más gente.

Tras una decena de borradores, fines de semana de encierro, centenas de porros y cigarros, containers de galletas y maníes, cadenas interminables de Whatsapp e intercambios con amigues y colegas, terminamos La reacción, aunque quizás esta recién comienza. Por este motivo, es un libro para usar a favor de la reenergización de la lucha, y no para entregarnos a la desesperanza y la depresión. Esperamos que nos ayude a entender qué está pasando y que a la vez abra caminos para que veamos todo lo que podemos lograr que pase de ahora en más.

El propósito central de este libro es mostrar que en Uruguay sí existe la derecha y que es necesario estudiarla, lo que implica despejar las capas de ideología, eufemismos y cinismo detrás de las que se esconde. Y también que es necesario meterse en el tema con profundidad, corriendo el riesgo de indagar en sus canales y sus resortes, para conocerlo desde dentro.

Como se verá, este libro está escrito en lenguaje inclusivo. Respecto del criterio utilizado, usamos mayormente la letra e como género neutro, salvo cuando nos referimos a la derecha como sujeto y a quienes la integran, casos en los que usamos el universal masculino. Esto se debe a que entendemos que la derecha es un sujeto eminentemente patriarcal, mientras que otros sujetos son heterogéneos y plurales.

Por último, hojeando, van a ver escenas protagonizadas por un hombrecito de traje, que ilustra los capítulos. Lo elegimos como arquetipo para retratar a la reacción. Quizás un oficinista, quizás un empresario, quizás un presentador de televisión. Frustrado, indignado, malcriado pero humano y vulnerable, nos va a acompañar mientras recorremos las distintas caras de la reacción.

1.   4chan es un sitio web en el que se alojan varios foros de discusión anónimos. El foro Politically Incorrect se caracteriza por ser un espacio de encuentro entre libertarians, ultraderechistas y racistas de Estados Unidos y el mundo. Para más información, ver el trabajo de Angela Nagle Kill All Normies: Online Culture Wars from 4chan and Tumblr to Trump, Washington: Zero Books, 2017.

2.   Empresario exitoso que reivindica su origen popular, de self-made man que se hizo de abajo, hoy propietario de varios locales comerciales y el Nuevocentro Shopping, y líder del Partido de la Gente, orientado al populismo punitivo, la derecha empresarial y la recuperación de los “buenos valores” perdidos.

3.   Excomandante en jefe de las Fuerzas Armadas, destituido por Vázquez en marzo de 2019 por sus intervenciones públicas contra los juicios a militares acusados de delitos de lesa humanidad.

4.   Entre: Ensayos sobre lo que empieza y lo que termina, Montevideo, Estuario, 2017.

5.   La reacción, 20 de agosto‑15 de octubre de 2018; 6‑19 de setiembre de 2017.

6.            Entre: La reacción. Derecha e incorrección política en Uruguay, Estuario, 2019, 275 págs.

 

Colectivo Entre (redactado en esta ocasión por Gabriel Delacoste, Ignacio de Boni, Lucía Naser, Gabriela Sánchez, Laura Outeda, Santiago Pérez Castillo, Diego León Pérez)

Esta derecha vital // Diego Valeriano

Esta derecha vital, esta derecha que no entendemos, esta derecha vecina, concreta, epidérmica, manija. Cocinada al calor del hartazgo, de la guita que no alcanza, de las ventas que bajan, de lo difícil que es volver cada noche, de los grupos de wasap para segundearse por los choreos en el barrio. Esta derecha llena de minas ninguneadas, de chabones que ya ni se pueden reir de lo que se reían, de doñas que nadie visita, de pibitas acosadas por los vagos del barrio. Derecha pura intuición, posteo, tele, mensajito que pregunta si llegaste bien.

A veces cruel, manija, linchadora y otras veces solidaria. Que se mueve en saberes concretos, afectivos, comprobables, corporales, de mercado. Derecha feria, patrullero, rotisero, doña, remiseria, maestra, guardiacárcel, refugiado. Derecha víctima de los pibes, de los bondis que no pasan, de los trenes que chocan, de los pillos, de los piquetes camino al laburo, de las jefes verdugos, del poder judicial clasista, de la política que no cambia nada, salvo de barrio, de auto, de pareja. 

Esta derecha vital que tiene los fierros, los cuerpos, el odio y también el territorio. Que es avanzada y retaguardia. Esta  derecha que crece, que se fortalece, que deviene razón de ser, que no necesita bajar a los barrios. No necesita unidades basicas, centros comunitarios, ni redes ficticias, radios comunitarias, ni militancias. Que no necesita andar explicando tanto todo. Ni pone especial atención en las palabras. Que cree en la justicia popular, esa justicia por mano propia tan expeditiva y redentora. Que necesita cortar con la humillación que sufre, que desconfía de los discursos largos, de los que siempre luchan, de los derechos humanos que nunca le llegan y de las cosas complejas que lo hacen sentir poca cosa. 

Derecha desahogo, plantarse, macho, insurrección, runfla. Cooperativista harta de los jetones y de movilizar hasta tan tarde. Que sabe que las cosas son simples, que ya no confía en nadie, que se divierte con poco. Que sabe bien que estamos en guerra y que si tiene que tirar, tira. Esta derecha vital nos re cabio y todavía ni nos dimos cuenta. 

Discutir la Multitud: Cacerolas bastardas (21/09/12) // Colectivo Situaciones

Las cacerolas marcan los tiempos

No es sencillo de reconocer para la elite dirigente y sus numerosos militantes/adherentes: las cacerolas y las movilizaciones vuelven a marcar los tiempos. Queda en evidencia hasta qué punto la dinámica política en nuestro país (sobre todo en esta última década) tiene en la movilización callejera su fuerza. Es erróneo simplificar el cacerolazo del 13 de septiembre como si viniese de arriba (si bien es cierto que las grandes corporaciones prestaron logística simbólica-política, no orquestaron la movilización). Valorar el fenómeno nos exige reconstruir su contexto.

La impugnación de las cacerolas al gobierno coexiste con el fuerte respaldo del que sigue gozando el kirchnerismo, consolidado en base a una sucesión de políticas exitosas y a una eficaz maquinaria enunciativa. La oposición se muestra –por el momento- incapaz de ofrecer un horizonte estratégico y programático alternativo al movimiento de las cacerolas.

¿Qué significa, entonces, “marcar los tiempos”? El kirchnerismo es, luego del huracán destituyente de 2001, la única fuerza política capaz de re-inventar una y otra vez formas eficaces de gobierno de lo social. Solo que esta vez  se encontró frente a una plaza ajena que le cuestionó abiertamente y sin eufemismos la gestión de la crisis: las restricciones al cambio de moneda extranjera, el aumento de la presión impositiva, la política de medios de comunicación, la tentativa de relección, la política de planes sociales del gobierno, etc.

2001

Con los años se fue haciendo unánime el reconocimiento de cómo “la crisis de 2001” reorganizó (incluso de modo irreversible) la sensibilidad política. De ahí que, a lo largo de esta década, el 2001 no haya dejado de repetirse bajo mil máscaras. Se sigue soslayando (mistificando), sin embargo, lo que esa “crisis” arrojó como novedad: la irrupción intempestiva de lo que muchos teóricos han llamado (de un modo nunca lo suficientemente claro) las “luchas biopolíticas”.

¿Qué significa esto? Que el gobierno de lo social asume como problema central –de modo claro y directo– la gestión de la vida misma de la población (de las mayorías, de la fuerza de trabajo, etc.). Y que debe hacerlo desde el piso emplazado por el ciclo de luchas sociales que, desde mediados de los 90, confrontaron al neoliberalismo (ese modo, precisamente, más próximo al despojo de las vidas) con un conjunto de imágenes, movimientos, prácticas y enunciados que condicionaron la emergencia del kirchnerismo (como parte de los llamados gobiernos progresistas de la región). Desde entonces, la soberanía alimentaria y el problema de la representación/participación política; el uso de los recursos naturales y de la inteligencia colectiva, de las formas de vida, de trabajo y de ocio no han dejado de ser cuestiones de intensa disputa.

Esta situación se torna más clara desde el arribo, en 2003, de Néstor Kirchner al gobierno. Desde entonces, la polarización política se sustenta sobre dos interpretaciones contrapuestas: quienes entienden este gobierno de lo social como un modo de perfeccionamiento del neoliberalismo bajo nuevas condiciones y quienes, en cambio, asumen este hacerse cargo de la vida del pueblo como un cambio de fondo, un tránsito que niega y supera al neoliberalismo. Ambas perspectivas deben lidiar con un mismo desafío: ¿cómo evitar la autonomización de las resistencias biopolíticas?

De ahí que gobernar exija innovar en las formas de leer y de capturar la producción que surge de diferentes dinámicas sociales. Y esto a través de dispositivos de escucha, de contención y respuesta –siempre contingentes, siempre precarios–, que, no obstante, producen una escena política novedosa en términos de lenguaje, de articulaciones institucionales y de las formas de interpelación social.

Las paradojas del kirchnerismo se encuentran, de este modo, mucho menos en la siempre invocada mitología del viejo peronismo y mucho más en las modalidades propias de gobierno que trabaja bajo los efectos de una movilidad social a la que, en el mismo gesto, convoca y subordina para soldar un tipo de capitalismo inclusivo y de corte neodesarrollista.

Al mismo tiempo, 2001 ya no existe y está por todos lados.

El misterioso 54

Los números arrastran misterios. El 54% de los votos a favor de Cristina Kirchner obtenidos en la elección presidencial de octubre de 2011 posee significados diversos, la mayoría de los cuales sólo pueden comprenderse con el paso del tiempo y con el despliegue de los procesos que cruzan, determinan y explican –al menos parcialmente– nuestro presente. Destaquemos algunas claves.

La primera es evidente: luego de la crisis desatada por el conflicto sobre las retenciones “al campo” (2008) y la derrota en las elecciones parlamentarias (2009), el kirchnerismo se reinventa a partir de iniciativas capaces de construir nuevas y visibles mayorías: el Fútbol para todos, la estatización de las AFJP (antecedente de la reciente estatización de YPF), las leyes de Medios y de Matrimonio Igualitario y la Asignación Universal por Hijo.

Una segunda clave es el fenómeno político de convocatoria a los jóvenes tras la muerte de Néstor Kirchner. Aunque se la rodea –de parte de propios y ajenos– de significados insondables, lo cierto es que la desaparición física del ex presidente soldó en torno a la figura de Cristina Fernández de Kirchner una serie de significaciones, de sentidos, de afectos, producidos a lo largo de una década entera. Desde entonces, CFK no es una política más.

La tercera clave tiene que ver con la contundente decisión de apostar al mercado interno. Lo aseveró la Presidenta una vez afianzada sobre la cifra mágica: capitalismo es consumo. Y en la medida en que, para consumir, alguien tiene que producir, se trata de orientar al capital a la inversión productiva. Eso es lo que se llama, con cierta liviandad, “crecimiento” y que los críticos, por derecha, consideran una modalidad perversa del desarrollo planificado. La doctrina oficial se dice en una ecuación sencilla: cuando el capital invierte en la producción crea trabajo; cuando hay consumo, hay democracia¨.[1] La democracia afianzada sobre la ampliación del consumo es la lección aprendida post-2001 para garantizar la estabilidad de un sistema político y conjurar la amenaza destituyente.

No obstante, esta apuesta al “consumo” merece varias consideraciones. Una primera es que el consumo depende de una cierta relación con un mercado mundial en acelerada trasformación. El pasaje de una modalidad unilateral a otra multilateral (lo que se conoce como proceso de emergencia y consolidación del bloque BRIC) permitió a países como el nuestro una exitosa inserción global, sobre todo a partir de exportaciones de base extractivo-agropecuaria. La economía industrial ligada al esquema del biodisel y la soja, junto a la exportación de minerales y el posible cambio en la ecuación energética, constituyen un rasgo central del entramado del aumento de consumo.

De este modo –y tomemos la que sigue como una cuarta clave– en el 54% se juntan al menos tres procesos estructurales de la Argentina actual: (a) retórica oficial basada en los derechos humanos y sociales; (b) articulación entre exportación y consumo interno y (c) ensamble entre soberanía y desarrollo. Es sobre ese marco que CKF suele diagnosticar que la Argentina del futuro crecerá en torno a tres grandes aportes: alimentos, energía y conocimiento. No es fácil discutir este programa. De hecho, ningún partido político argentino lo hace de modo serio. El 54% es también la invención y delimitación de un espacio político al que podemos denominar ultracentro, apoyado en una articulación de las estructuras del viejo peronismo (sindicatos, intendencias, gobernaciones) y sectores progresistas (intelectuales, organismos de derechos humanos y organizaciones sociales).

Finalmente, quinta y última clave, en ese 54% hubo un mensaje para la llamada “oposición política”. Votar al oficialismo (FpV) fue un modo de castigar la mediocridad opositora por parte de un segmento del electorado que no tiene mayores compromisos con la política kirchnerista.

Acerca de la estupidez política

La estupidez es la autocomplacencia en el pensamiento, también en política. Pero, esta vez, la más visible es la estupidez cacerolera. No se trata, como dicen los intelectuales de izquierda, de un problema sociológico de las clases medias, ni de su escasa predisposición a embarrarse, ni siquiera de su congénito racismo. Se trata, más bien, de un modo de ser político –no exclusivo de las clases medias– que se organiza a partir de una premisa incuestionable: la constitución de una individualidad que irrumpe en la esfera pública animada en su estética y en sus lenguajes por el implícito de la propiedad privada.

En este marco, pareciera que uno de los motores principales de la movilización es el temor a que un tipo de inserción “con inclusión social” en un mercado mundial en crisis conduzca a poner en cuestión la propiedad privada. Lo que no es sino una lectura maniquea de las estatizaciones y demás políticas oficiales. De allí emergen afirmaciones –desacertadas y efectistas– del tipo “vivimos en una dictadura” (juicio “sustentado” en la proliferación de cadenas nacionales, en el laberíntico procedimiento para la obtención de dólares, en las ambiciones re-electoralistas; es decir, en la “chavización estatista” del país). Este tipo de afirmaciones evidencian la pobreza de las nociones de libertad, de seguridad, de democracia circulantes por esos espacios [2] y la absoluta ceguera respecto del papel neural del estado en el aseguramiento de los procesos de mercado.

En síntesis, es este “secretito” –la propiedad privada – el que subyace, de modo estúpido, a los reclamos y que permite una constitución subjetiva que va mucho más allá de la genéticamente anémica noción de clase media.

Hay otra estupidez en juego, una propiamente kirchnerista. Ya no se trata de esa movilización de naturaleza reaccionaria cuyo sentido primero es la defensa de la propiedad privada, sino la que surge de la ultraconcentración de la decisión política.

La idea de que la concentración de la decisión por parte de un grupo o persona que conduce un proceso político puede desencadenar una democratización mayor resulta del todo inconsistente. De este modo, la vuelta de la política que el oficialismo dice encarnar aparece, ante todo, como la operación de reponer un tipo de jerarquía, de mando y de demarcación entre los que deciden y aquellos a quienes se les comunican las decisiones –y en última instancia, bancan— la política. La política se reduce así a un fenómeno de comunicación (explicación y justificación), en lugar de ser el proceso de ampliación de las decisiones. El corolario de esta modalidad decisoria es una infantilización de las estructuras políticas militantes que redunda, por un lado, en una negación de la implicación entre estado, corporaciones y mercado y, por otro, en un bloqueo para la invención de procesos verdaderamente constituyentes.

Finalmente, “nuestra” propia estupidez: cierta complacencia con una fenomenología de la multitud (organización en red, autoconvocatorias relativamente espontáneas, ocupación callejera de los “muchos”, etc.) que desestima el carácter reaccionario que pueden adoptar estos procesos. Por este motivo, la analogía formal de estos fenómenos (cacerolazos recientes) con otras manifestaciones de la crisis global (“primavera árabe”, Occupy Wall Street, 15-M) no supone, de ningún modo, un contenido político equiparable.

Si Paolo Virno nos enseñó a pensar la “ambivalencia de la multitud” a partir del “tono afectivo” del territorio metropolitano (lo que explica la analogía formal), Toni Negri –desde hace décadas– insiste en ubicar en el corazón de la multitud el proceso real de constitución del “común” que la caracteriza (lo que explica la diferencia radical de contenido).[3]

Lo que vimos constituirse como contenido político en los últimos cacerolazos es un frente reaccionario que pone a la propiedad privada como base de constitución de toda subjetividad. En este sentido, la propiedad privada se vuelve condición transcendental o a priori de toda racionalidad pública. Nuestro problema, como eje de la politización que nos interesa, es exactamente el contrario: una política que toma como punto de partida y programa a crear las dinámicas de los movimientos que tienden a disolver el paradigma soberanista del poder, inventando nuevos modos de coordinación de la vida en común. Una producción de lo común, de la cooperación colectiva, que exige la invención de estructuras de decisión cada vez más amplias.

Escenarios

Bajo estas condiciones, los cacerolazos tensionan tres niveles de la coyuntura política: el modo de gobernar la crisis, la discusión sobre la “salida del neoliberalismo” (entendida como pasaje de un poder absoluto de los mercados a un paradigma de tipo “estatista”) y la posibilidad de armado de un frente anti-releccionista que aspira a bloquear la iniciativa oficial.

El virtual enhebrado de una “oposición arcoíris” (los blancos racistas de las cacerolas y los negros representados por la conducción de la CGT de Moyano) tiene consecuencias en varios niveles: por un lado, desplaza hacia la superestructura política –y a la pantalla de los grandes medios–  una extensa conflictividad entre modos de vida; por otro, tiende a promover candidaturas presidenciales capaces de “aterrizar” los componentes más irritativos de la fase política abierta a partir del 2001 y, finalmente, tiende a proponer una estrategia de boicot, en el tiempo, a la iniciativa política oficial (elecciones 2013/2015).

Al trenzar de este modo las dinámicas colectivas (relección vs. anti-relección; oficialismo vs. oposición), lo que se anula es la vía democrática en torno a la ampliación de las estructuras de decisión. A lo que no podemos más que contraponerle, una y otra vez, la necesidad de invención de nuevas formas de articular la decisión política en el nivel en el que se crean y arraigan los modos de vida.

Colectivo Situaciones

Buenos Aires, 21 de septiembre de 2012

***

[1] No hay más que recordar la publicidad clandestina del Frente para la Victoria unos días antes de las elecciones (“No seas rata, Rodolfo”) para comprender la variedad de la composición del 54%.

[2] No deja de ser curioso es que este mamarracho se presente bajo la forma de una verdadera fiesta de la clase media; “sujeto histórico” que, vaya uno a saber por qué motivos, acostumbra a presentarse como garantía de la democracia, de la honestidad y de la transparencia. “La que ya se está yendo de la plaza porque mañana tiene que trabajar”. “La que no vino en micro naranja ni por el plan social”. “La que se manifiesta por propia conciencia y voluntad”. Es una constante de la clase media (o clase mediática) asumir como universales sus representaciones y sus modos vida.

[3] Hay otra serie de “estupideces políticas” que aquí no vamos a desarrollar. Por ejemplo, una estupidez propiamente laborista –que bien encarna Hugo Moyano– que consiste en la incapacidad de advertir que el “trabajo” (el empleo formal asalariado) no es desde hace rato la única variable a mano para concebir las formas de reproducción de la vida popular, ni tampoco el horizonte hacia el que evoluciona una suerte de razón nacional-productiva, momificada en las veinte verdades peronistas. O la estupidez creciente dentro de la clase dirigente (de intendentes a gerentes de todos los partidos) en torno a un cierto espiritualismo: la idea de que la “paz interior” resuelve problemas políticos supone que estos se deben al stress y a las reacciones violentas. Además de banalizar saberes imprescindibles para la vida, este manotazo de chiches ideológicos new age no son sino una muestra más de la incapacidad por parte de quienes se conciben “dirigentes políticos” para pensar complejamente la situación.

Horacio González analiza el discurso de Lula y César González el fascismo ambidiestro // Clinämen

CLINAMEN – HORACIO GONZÁLEZ ANALIZA EL DISCURSO DE LULA

“Era un tipo de discurso rememorativo, apelaba a un cierto tiempo circular”, dice el docente, ensayista y ex director de la Biblioteca Nacional. Las alianzas con los artistas, la academia y los sectores religiosos.

 

CLINAMEN – EL FASCISMO AMBIDIESTRO, POR CÉSAR GONZÁLEZ

El escritor y cineasta analiza cómo crece una vez más el ataque contra los villeros, identificados como enemigos internos de la sociedad.

 

La caracterización de la derecha // Diego Sztulwark

La simplicidad es para mí un avance total. Yo creo en la inocencia, creo en la frescura y en la inocencia.

Alejandro Rozitchner

Así sucede con la estetización de la política que propugna el fascismo. Y el comunismo le responde por medio de la politización del arte.

Walter Benjamin

La derecha es una posición en la lucha de clases, solo que ni la lucha ni las clases responden a un modelo congelado.Esto plantea la cuestión de cómo no realizar caracterizaciones perezosas o incapaces de actualizar la evaluación sobre las mutaciones y rupturas en la evolución ideológica de los grupos reaccionarios en el poder. En la Argentina o en Brasil, en EE.UU. o en Europa, la misma cuestión se plantea de modos diferentes: ¿Cambia la derecha, se renueva realmente? Y de hacerlo, ¿qué valor asignarle a esos cambios? En otras palabras, ¿con qué criterios diagnosticar la relevancia de las discontinuidades internas que acompañan la renovación del proyecto de dominación de clases?

¿Una clase, dos o ninguna?

Siguiendo la regla según la cual las clases se definen menos por cierta realidad sociológica o cultural –ingresos, consumos- y más por las luchas en las que se constituyen históricamente (subjetivamente), hay quienes afirman que, como nunca antes, ya no existe más que una sola clase, la clase de los capitalistas organizada sobre todo a partir del control de los grandes mecanismos financieros y, a través de ellos, de la actividad productiva y los emporios de la comunicación. Al poder del capital no lo enfrenta el desafío de un proyecto histórico alternativo. La existencia de una clase de los proletarios ya no polariza el campo histórico político al modo de lo sucedido durante el largo período que comienza con la Comuna de París y culmina con el Socialismo Soviético. La ideología neoliberal expresa correctamente la experiencia capitalista de una unipolaridad en el campo social. En su fase actual, el capital está tomado por la creencia de haber quedado solo, y atribuye sus conflictos a su propia incapacidad de autorregulación. Sin embargo, no dejan de constituirse, aquí y allá, un poco por todos lados, unos proletariados que por varias razones quizá convenga nombrar por el momento como lo “plebeyo”. Lo plebeyo como modo de denominar la capacidad popular de desafiar la regulación del capital.

¿Hay derecha democrática?

Luego de décadas de acceso al poder político –control del Estado– a través de golpes militares o influyendo sobre movimientos políticos de raíz popular, una parte destacada de la derecha argentina llegó por fin al gobierno mediante elecciones libres derrotando al peronismo. La novedad de una derecha taquillera, que viene a relevar una década larga de gobiernos autodenominados “populistas”, ha empujado a diversos analistas a discutir el grado de novedad de esta “derecha democrática”[1]. Lo que está en juego es la determinación de las continuidades y discontinuidades del gobierno de Macri con respecto a las dos últimas grandes representaciones de la derecha neoliberal/conservadora: el menemismo y, sobre todo, la última dictadura.

La discusión sobre si Macri debe ser leído como una continuación de la dictadura se planteó decenas de veces durante el último año, a partir de los cantos masivos en diversas movilizaciones de masas (“Macri basura, vos sos la dictadura”), rectificada por el “hit del verano” coreado en estadios y anfiteatros (MMLPQTP). Es tan relevante el hecho –inédito- que la derecha -la Alianza Cambiemos- gobierne dentro del marco del Estado de Derecho (violándolo en diversos sentidos, como cualquier gobierno); que se adecúe perfectamente al régimen parlamentario (con las torpezas del caso); que compita con éxito por la vía electoral (¡un gran avance para los dueños del país!); y que flexibilice sus tácticas en un contexto internacional, regional y nacional que no le permite aplicar su programa de máxima (privatización, políticas desembozadas de impunidad a los cuadros del terrorismo de Estado, apertura radical de importaciones, disciplinamiento represivo de la sociedad), como que la racionalidad fundamental que orienta sus acciones apunta precisamente a esos núcleos que sí establecen una continuidad con las ambiciones históricas de las clases dominantes y con la ideología actual de muchos de sus cuadros provenientes del directorio de grandes empresas y universidades por ellas financiada[2]. Ni la ostentación de una lógica cultural postmoderna, ni la continuidad de los planes sociales heredados del kirchnerismo, ni la estrategia gradualista del ajuste económico -que explican muchos de sus éxitos políticos- alcanzan para relativizar estas continuidades.

Fascismo y postfascismo

El historiador Enzo Traverso emplea el término “postfascismo”[3] para distinguir a las nuevas derechas surgidas durante los últimos años a ambos lados del Atlántico (tanto en Europa, en particular en Francia con el fortalecimiento del Frente Nacional de Le Pen, como en EE.UU. con el ascenso de Trump) y capitalizan parcialmente el descontento con el consenso republicano y neoliberal. Para Traverso, ni Le Pen es propiamente fascista puesto que en realidad se encuentra en una transición incompleta a la democracia, ni es posible suponer que el fenómeno Trump implique una “fascistización

de los Estados Unidos” sino que en todo caso es el resultado de un “rechazo profundo al establishment político y económico” expresado en una “abstención masiva y, a la vez, en un voto protesta conquistado por un político demagogo y populista”. ¿Por qué llamar “postfascista” a una derecha no-fascista? Simplemente porque no es posible caracterizar a estas derechas homofóbicas, antifeministas, antisemitas, racistas y negrofóbicas sin considerar el complejo juego de analogías y homologías que las definen. La noción de postfascismo, a diferencia de la de “neofascismo” –dice Traverso–, no pretende establecer una continuidad histórica ni designar una herencia asumida concientemente. Se trata de formaciones paradójicas que llegan a capitalizar el rechazo del neoliberalismo, aún cuando sus líderes puedan encarnar el modelo antropológico mismo de lo neoliberal. La constelación “postfascista” de la que habla Traverso abarca una tendencia tan general como heterogénea: “el surgimiento de movimientos que ponen en entredicho desde la derecha los poderes establecidos y hasta cierto punto la propia globalización económica”. Estos movimientos no expresan “valores fuertes” (como el fascismo), sino el rechazo de la política reducida a la gestión material de las existencias a la vez que fomentan un programa proteccionista, soberanista e identitario. Entre sus principales rasgos comunes, Traverso enumera: una xenofobia que apunta a migrantes de antiguas colonias; un nacionalismo islamofóbico y antiglobalización y un repliegue nacional antieuropeo. Si el fascismo clásico era nacional-revolucionario y militarista, el principal rasgo del postfascismo –más pragmático– es la “coexistencia contradictoria entre herencia del fascismo antiguo y el injerto de nuevos elementos que no pertenecen a su tradición” (como es el hecho notable de que el líder del FN sea una mujer).

Macri y Macron

En su libro ¿Por que? Natanson pretende superar el estado de “contemplación alucinada” provocada por los sucesivos festejos del macrismo. Advierte que el macrismo no es un accidente histórico sino una expresión de una corriente profunda de la sociedad argentina y que hay, entre sus logros, una recuperación de valores propios del liberalismo. Básicamente dos: el discurso de la igualdad de oportunidades en base al trabajo y el esfuerzo, y la celebración de una energía emprendedora fundada en la apología del individuo creativo y en detrimento de la dimensión colectiva (atribuye las conexiones con las culturas new age a este último rasgo). Este retrato del macrismo no dista mucho del que ofrece Traverso del presidente Macron: expresión de “un nuevo ethos de la era neoliberal: la competición, la vida concebida como desafío y organizada según un modelo empresarial. Macron no es de derecha ni de izquierda, encarna al homo oeconomicus que ingresó a la política. No quiere una oposición del pueblo a las elites, propone al pueblo la elite como modelo. Su léxico es el de la empresa y de los bancos; quiere ser el presidente de un pueblo productor, creador, dinámico, capaz de innovar y de … obtener ganancias”.

¿Por qué? tiene el valor de tomarse en serio las nuevas caras de la derecha argentina y de clarificar algunos rasgos para una nueva caracterización. Tiene sentido leerlo con Las caras nuevas de la derecha que posée el mérito de caracterizar las novedades sin perder las continuidades, y forja así un léxico capaz de comprender las nuevas singularidades sin perder en el camino su potencial combativo. De la suma de estas virtudes puede surgir un lenguaje nuevo. Capaz de entender, para el caso de la Argentina, la conexión subsistente entre proyectos históricos e injertos nuevos.

El lenguaje de la crítica

Solo dos ejemplos de cómo en algunos tramos del libro de José Natanson sentí la necesidad de cambiar las palabras y las formas de conectar situaciones, para lograr con más eficacia el propósito de caracterizar a la vez continuidades y discontinuidades. El primero, cuando analiza la campaña del Macrismo en la ciudad de Buenos Aires con el uso de la consigna “Vos también sos bienvenido”. Natanson expone un spot con “primeros planos de una serie de identidades tipificadas: un taxista, un fan de un grupo de rock”, etc. En la investigación Vecinocracia, escrita por el Taller Hacer Ciudad, se vincula esta campaña con los sucesos previos al violento desalojo de la ocupación del Parque Indoamericano, acompañada por aquella frase de Macri sobre la “migración descontrolada” [4]. La apelación a la pluralidad de perfiles de la ciudad no llega a comprenderse en todo su sentido sin su reverso represivo y racista. El segundo, cuando Natanson explica que al afirmar que la “nueva derecha” ha “optado por un camino democrático” no se intenta relativizar “que los conglomerados empresariales de los cuales muchos dirigentes son accionistas (incluso Macri y Piñera) no se hayan beneficiado de las políticas de regímenes autoritarios”. Aclarado el propósito de no olvidar lo viejo en el afán de caracterizar lo nuevo, me dio toda la impresión de que las palabras “beneficio” o “regímenes autoritarios” eran completamente débiles, sobre todo cuando disponemos de una sólida terminología sobre la responsabilidad –incluso penal– de los empresarios (y no solo) durante el terrorismo estatal practicado por la última dictadura[5].

 

Política y Estética

Las derechas desean ser simples por dos razones: porque se ofrecen para canalizar frustraciones sobre la vida colectiva en el mundo neoliberal, y porque aspiran hacerlo por la vía de la comunicación. Una estetización postfascista de la existencia. En efecto, el neoliberalismo no es una política más. Tan fuerte como el concepto de “postfascismo” es en Traverso el de “modelo antropológico neoliberal”, que el autor compara con una religión política (probablemente continuando al propio Benjamin). El postfascismo conecta con el modelo antropológico neoliberal más de lo que confiesa. Su clave de funcionamiento no es la movilización política sino el manejo de los códigos comunicativos.

Ya no hay respuesta “comunista” (como sugería Benjamin), sino reacción plebeya. Porque la izquierda política no logra superar “el yugo mental” impuesto por el bloque capitalista a partir de 1989 (Traverso). La reacción plebeya, en cambio, es un fenómeno bien diferente al de la izquierda política. Un fenómeno nada “simple”. La gigantesca movilización del 8M lo muestra muy bien: una nueva distribución de lo sensible cuestionador del orden: la politización del arte.

 

1 José Natanson, ¿Por qué? La rápida agonía de la Argentina kirchnerista y la brutal eficacia de una nueva derecha, Siglo XXI, Buenos Aires, 2018.

2 Para una caracterización de la procedencia de los principales cuadros de Cambiemos y su paso del empresariado a la militancia política en términos casi gramscianos, ver Gabriel Vommaro, La larga marcha de Cambiemos, la construcción silenciosa de un proyecto de poder, Siglo XXI, Buenos Aires, 2017.

3 Enzo Traverso, Las caras nuevas de la derecha, Siglo XXI, Buenos Aires, 2018.

4 http://tintalimon.com.ar/libro/VECINOCRACIA

5 Horacio Verbitsky y Juan Pablo Bohoslavsky editores, Cuentas Pendientes. Los cómplices económicos de la dictadura, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013. En efecto, este trabajo colectivo aspira a determinar categorías para tipificar las responsabilidades penales de los actores económicos de la última dictadura.

La derecha criminal y la objetividad // Diego Sztulwark

 

Amanecimos, como es habitual, con la criminal objetividad de la derecha argentina expuesta claramente y repetida a coro: «Maldonado murió ahogado o por un infarto provocado por un shock hipotérmico. No sabía nadar y las aguas son muy frías en el invierno del sur patagónico. Sólo el interés político o electoral puede seguir insistiendo en la responsabilidad del Estado». La banalidad del mal hecha, una vez más, por Morales Solá en su habitual nota de Domingo en La Nación[1]

Los datos disponibles al día de hoy confirman la figura de la Desaparición forzada:

1- Santiago Maldonado desaparece en una violenta acción represiva de la Gendarmería que entra excediendo una orden judicial a territorio mapuche en conflicto;

2 –  La Gendarmería, el conjunto del Estado y medios afines ocultan información clave para el establecimiento de la verdad y la justicia, desde el comienzo hasta el final.

3 – Gracias a testimonios de mapuches en lucha pudimos saber lo que gendarmería y el estado ocultaron (¡Por ejemplo, que Maldonado sí estaba en el conflicto, que usaba campera celeste, el gobierno y gendarmería no lo reconocieron, aunque tenías las pruebas![2]);

4 – Al mando de la represión (tanto en enero como en agosto) estuvo el alto funcionario del Ministerio de Seguridad Pablo Nocceti, un fascista teórico y práctico del que ya no se habla (cualquiera puede googlear su legajo y sus declaraciones para el espanto). ¿La autopsia no da pruebas de que la Gendarmería haya detenido y golpeado a Maldonado? Puede ser, hay que esperar. No se trata de consumir las mentiras del gobierno y los medios ni repetir especulaciones que circulan sin fundamento sino de entender qué pasó realmente. Mientras tanto espanta el crecimiento de la «retórica centrista», suicida por donde se la mire: nadie es más responsable y objetivo en este país que los organismos de derechos humanos, y en este caso la familia Maldonado.

 

[1] http://www.lanacion.com.ar/2074539-una-muerte-la-especulacion-y-la-responsabilidad

[2] Por ejemplo, la última foto de Santiago Maldonado que Horacio Verbitsky hizo pública: https://www.pagina12.com.ar/69901-la-ultima-foto-de-santiago-maldonado

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