Zamba para quién* // Juan Del Bene
“Pobre Juan, sombra del monte,
rumbo animal del Bermejo
para vivir como vives, mejor no morir de viejo”. Antonio Nella Castro
“Juan del aserradero se ha embriagado y apenas si en el bolsillo tiene una moneda (…) tirado en la vereda se parece a los perros (…) quiere olvidar la sierra y se duerme en el suelo, pero la sierra vuela por encima del pueblo, se torna una cigarra y le asierra su sueño”. Manuel J. Castilla
I
Las vidas de derecha conquistaron el mérito de merecedoras morir de viejas; otras, las subalternas, esas que les rinden tributo en tiempo y vida, cargan con la muerte cerquita. Siendo pobre, mejor no morir de viejo. ¿Pero quién lo afirma? ¿El propio Juan de la zamba? ¿El patrón? Quizás, más bien, el compañero de pueblo, de trabajo, que luego de la sierra agarra la pluma para escribir y hacer plurales penas de pueblo chico, de pueblo cruzado por historia de opresiones.
Las vidas de derechas, esas que en su máxima versión son vividas gracias al sofocamiento de la vida de otros, ¿son para morir de viejas? ¿Qué requisitos tiene que cumplir para ser morida de vieja? ¿Qué hace una vida deseable de morir de vieja?
Juan muere a manos de imágenes que lo pensaron peón de aserradero, ó jornalero, zafrero, lo imaginaron pobre y sin educación, lo imaginaron lejos de lo que los ricos tienen para morir de viejos. Esas imágenes poco de él tienen y poco de lo que él lleva consigo en su muerte. “Juan, chaguanco herido”, cuando muere, muere lejos de esas imágenes, él muere engarzado a la vida, sin mediaciones ajenas.
La muerte lo conecta con su naturaleza, su río, su monte que lo hace sombra, a resguardo del aserradero o la zafra. No muere solo, pues quien muere no es sólo Juan, se mezcla con sus raíces de indio chaguanco, esas que lo condenaron a los ojos del patrón. Se entrelaza con sus aves, su río, su monte, con imágenes que sólo le hablan a él en un silencio respetuoso de su pasado y su tierra, para prometer volver en el aire como “baguala oscura”.
En cambio una vida de derecha jamás vuelve poéticamente, jamás vuelve en baguala o zamba. Para el patrón no hay zamba, las imágenes prefijadas de su vida mueren enroscadas en sus propios límites. Sólo alcanzan a repetirse en otras vidas, en los destinos de las herencias a conservar y expandir, pero no se extienden mutando más allá de ellas.
Su vida, de “chaguanco herido”, sufrió los caminos prefijados de una vida de derecha. Su muerte participa de deseos de monte, de selva. En ella suena una baguala oscura que estalla desde dentro aquello ajeno que le pusieron cerquita.
II
Las vidas de derecha no sienten escalofríos al escuchar una melodía doliente, no se les mueven tormentas internas ni erizan los pelitos de los brazos, no se les cae el tiempo en las narices, su vista no se va para adentro, bien adentro, para lo que fueron, para el lado de donde vinieron.
Las vidas de derecha se autoperciben emanadas de fragancias límpidas y traslucidas, menosprecian lo plural desde sus centros, aún cuando les haya dado origen. Sus olores internos no se mezclan con la transpiración del trabajo, con la pesadez del agua estancada, con llevar consigo la noche anterior dormida en el suelo.
Las vidas de derecha aman y desprecian al patrón, lo mismo da, pero aman lo que éste representa, las gestas que lo hicieron posible. Guardan una relación íntima con el palo, con lo que pretende corregir aquello que contraría lo que descansa tras la voz del patrón.
III
Las vidas de derecha sueñan con la ubicuidad de los frascos, de los cercos de púas, ubicuidad de lo que no se alía, de aquello que cierra para dejar afuera.
Y sus pesadillas se parecen a la muerte de Juan, chaguanco herido, vuelto barro, zamba, bumbuna, vuelto para volverle sobrevolando al patrón como baguala oscura en las manos y voz de compañeros de pueblo chico, de pueblo cruzado por historia de opresiones.
*Escrito en el marco del taller “Pensamiento y Escritura” a cargo de Agustín J. Valle.