Los que mandan a matar, mueren libres // Diego Valeriano
Los que mandar a matar, mueren libres. En clínicas chetas, rodeados de familiares, saludados por twitter, agasajados de manera bien piola. Mueren apenas repudiados, con la ventaja de ser casi olvidados. Mueren libres como va a morir el que dio la orden contra Luciano, como el que dijo “dale” en el Indoamericano, como el dueño de la tierra, el río, el cielo y los gendarmes que persiguieron a Santiago. Como el jefe de calle de la primera de Morón que si cae es por otra cosa.
Libres y en paz, la paz que siempre logran ellos. Mueren sin el remordimiento de apretar el gatillo, sin la adrenalina del enfrentamiento, sin las pesadillas que tiene el cobani que tiro con la cara de ese pibe que se desploma en Avenida de Mayo. Sin el pecho caliente que da la primera línea. Sin la sangre en las manos.
Mueren y mientras llegan a la muerte se van de vacaciones, festejan con sus hijos, viajan a Europa, leen libros a sus nietas, se ríen de la memoria, cenan en restaurantes donde un plato casi es el sueldo del que recibió la orden de matar.
Mueren libres, tranquilos, con la satisfacción de dejar acomodada a su familia, con los recuerdos de cuando eran chicos, con el olor de los jazmines del jardín de la abuela. Mueren libres y con una sonrisa, porque bien saben ellos, que las que no se pagan en esta vida menos la van a pagar en la que viene.