Anarquía Coronada

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Esperando a Bifo: prácticas de sensibilización para una nueva política no humanista  // Diego Sztulwark

I

Se lo critica a Bifo –Franco Berardi– por ser “pesimista”, es decir, porque su propia descripción del mundo como una cybercelda no ofrece salida alguna. De todos modos, pesimismo y optimismo no dejan de ser categorías pobres, inútiles: si el optimismo se ha convertido en un futurismo neoliberal, el pesimismo deviene su contracara, un pensamiento triste incapaz de crear nuevas posibilidades.

El gesto de Bifo incomoda porque realiza dos movimientos: nos exhibe inmersos en un presente sin solución, al mismo tiempo que nos señala problemas y nos invita a trabajar. Leído así, no entusiasma ni desalienta, sino que nos propone producir. Su tesis central sobre el tiempo histórico afirma que ha pasado la época cuando actuar era ya transformar la realidad, mientras que en nuestros días actuar es el esfuerzo por adaptarse o, más bien, por actualizarse ante los cambios vertiginosos signados por la revolución virtual, tecnológica o digital. Si la izquierda revolucionaria se sentía fuera y contra, capaz de interpretar para transformar, dice Bifo, la izquierda actual es impotente, no encuentra afuera en el cual situarse, y debe esforzarse por pensarse dentro y contra, para lo cual se requiere una ejercitación en el empleo de la ironía. Con él, ya no es posible sostener la actitud de la vanguardia que denuncia/salva a los “otros” (alineados, ignorantes, engañados), porque todos estamos hundidos en el mismo fango.  La condición común es estar en problemas, la actitud conveniente es declararlo. Estar en problemas es el punto de partida.

 

II

A Lenin le gustaba decir que la ironía y la disciplina eran los mejores valores de los bolcheviques. Vladimir Jankelevich afirma que la ironía es una cierta capacidad de distancia para lograr nuevas disposiciones. Para Bifo, la ironía es una insolvencia del lenguaje, la capacidad de eludir una sobrecodificación. La ironía es el rasgo de todo auténtico movimiento social.

 

III

Si estamos dentro –no somos ajenos ni exteriores a los problemas que nos agobian–, el pensamiento deberá partir de esta inmanencia. No hay modo de resolver esto “desde arriba”. Más que miradas externas, perspectivas distanciadas o lecturas sabelotodo necesitamos cartografiar la complejidad del presente desde la experiencia misma. Nos debemos explicaciones situadas, chocar con los obstáculos concretos que las analíticas distanciadas pasan por alto. ¿Cómo conocemos? Bifo sostiene que nuestra realidad cognitiva ha mutado. Estar “dentro” de los problemas ya no tiene nada que ver con adoptar compromisos morales, sino con el dar cuenta de qué no podemos y qué sí. Cuando Bifo diagnostica un proceso de “desensibilización” de la sociedad, roza este tipo de situaciones. No se trata, desde luego, del fin de la sensibilidad como tal, sino de su modulación productivista, prefigurada, codificada, sometida a la lógica algorítmica. Vivimos una reducción de lo sensitivo, lo sensual y lo erótico en la medida en que devenimos cada vez más incapaces de decodificar lo no dicho, de inventar relaciones para signos sin previa compatibilización. Cuando Bifo emparenta este proceso con una muerte de la política, quizás debamos entender esta muerte como la extinción (tendencial, no absoluta) de una voluntad viril de intervención/control sobre un mundo cosificado y aun manejable. El semiocapitalismo no será transformado –dice Bifo– a partir de maniobras de tipo maquiavelianas o leninistas. En otras palabras, lo que muere es la política tal y como fue concebida por humanistas y revolucionarios, o sea, una voluntad de transformación consumada en un Estado.

 

IV

¿Qué praxis emancipatoria estaría a la altura de un cuestionamiento del semiocapital? ¿Qué sucede con nuestras experiencias políticas? Una clave de interpretación posible para la historia argentina reciente pasa por la reducción –modulación– de lo sensible. Del terrorismo de Estado al neoliberalismo hay un continuo: del terror a la competencia. Rita Segato lo dice con toda claridad: el patriarcado es una metafísica que trata lo vivo como simple cosa manipulable. Las prácticas de contrapoder, desde las Madres de Plaza de Mayo hasta el movimiento de mujeres, pasando por el movimiento piquetero, han sido entre nosotros de índole historizante, resensibilizante y fuertemente irónico.

 

V

Ironía y sensibilización parecen ser dos claves posibles para desestereotipar lo político. ¿Es posible pensar modos de rechazo y de toma colectiva de decisiones más allá del modelo que va del Príncipe al Partido? En la medida en que las prácticas de sensibilización operan como contrapoderes con relación a la explotación laboral, las represiones, los racismos, los genocidios, la opresión sexual y la destrucción por las finanzas de la naturaleza, no es posible disociarlas de las dos capacidades políticas fundamentales: la de imponer un límite a los poderes y la de experimentar formas colectivas de tomar decisiones. Estas dos cuestiones siguen colocadas en el corazón de lo político, sea lo político poshumano o lo político posrevolucionario.

Habría que reconstruir, entonces, una teoría de la decisión colectiva posrepresentativa, en la cual los sujetos críticos de los procesos de acumulación de capital se desplazarían hacia el centro. No basta para esto con sostener la crítica a la verticalización y la apología de la horizontalidad. Al contrario, este pasaje hacia la no representación implica construir un método, formas de composición y nuevos modos de liderazgos. La llamada horizontalidad queda en estado de abstracción si se desconecta de los modos concretos de tomar decisiones.

 

VI

Marx había escrito que ya no se trataba, como pretenden los filósofos, de interpretar el mundo sino de transformarlo: un nuevo modo de concebir la crítica como práctica. Este aspecto de la crítica es el que entra en crisis en el mundo cuyas coordenadas Bifo reconstruye. Más que transformar, ya lo dijimos, el sujeto postmoderno se dedica a actualizar sus percepciones y saberes con respecto a un entorno que muta de modo vertiginoso. El cambio en la experiencia estaría en el pasaje de la interpretación-transformación a la actualización-adaptación.

¿Qué tipo de comprensión es practicable en relación con la realidad que vivimos bajo el semiocapitalismo? Quizás la práctica de la traducción –a cargo de todas las luchas que desacralizan, profanan y devuelven al uso común a las dimensiones de la praxis y a la riqueza colectiva que el capital axiomatiza, subordinándolas a la lógica del mercado– nos de un indicio provechoso. De lo que se trata, entonces, es de contra-traducir el mundo, de comprenderlo decodificando, retomando la capacidad de crear sentidos por fuera del mando del capital. De nuevo la ironía: una espacialidad de traducción abierta de problemas que transversalizan lo individual y lo colectivo. Bifo pasará en noviembre por Buenos Aires, será una posibilidad de verificar hasta qué pasos adelante podemos dar conversando con él.

Contra-pedagogías de la crueldad // Rita Segato en la Facultad Libre Virtual

https://www.youtube.com/watch?v=17ijWDlok2g

En el raso, Etchecolatz // Agustín J. Valle

“Hay que pudrirla en todos lados”; pudrirla de un modo que desconcierte un poco, desde posiciones no clicheteadas. Hace un tiempo entonces que vengo tirando, en todos los espacios públicos que puedo (una estación de servicio en Paternal, una florería en Chacarita, el subte, el bondi, un bar de minutas en Monte Grande, la caja del coto…), cosas como «juntemos todas las boletas de servicios y se las pasamos a los votantes de macri para que las paguen», o «ah, ¿billete de mil?, a ver cuándo se sinceran y ponen al gato matón…». Mi favorito, y más repetido por lejos, es «Gente, ¿vieron?, para todos los que votaron a Macri salió una amnistía: los perdonamos, arrepientansén tranquilos, ahora«.

Hago esto porque creo que hay que poder hablar con cualquiera -pero sobre todo con cualquiera a título de cualquiera: no hablar con la posición de alguien. La posición lleva a un repertorio sabido. Y hay que poder señalar motivos de desprecio -y de ridículo- sin sentar posición.

Además, hago esto porque aún creo en lo que pasa «por abajo»; y no me refiero a «las capas más postergadas de la sociedad», sino al llano de los intercambios y encuentros. Al ras. La discreta pero inmensurable cocina de los ánimos multitudinales. En realidad no existe el panorama, no hay punto panorámico; nadie sabe, nadie tiene saber. Los puntos que logran darse una panorámica, tienen el panorama de ese punto.

Sí hay observación atenta y constante: después de la marcha y la represión del 18/12, llamó a mi casa una «breve encuesta sobre seguridad», donde una máquina preguntaba «cómo califica usted el accionar de las fuerzas de seguridad el pasado lunes 18 en las inmediaciones del Congreso», e, incluso, «Si usted dirigiera las fuerzas de seguridad, ¿daría la orden de que reaccionen cuando son agredidas con piedras y palos? ¿O cuando hay destrozos en el espacio público?”. La encuesta trata -eficazmente- a la población como audiencia. Audiencia que tramita su resentimiento con un botoncito del teléfono que deviene gatillo sin dejar pólvora en las manos -gatillo para que alguien sea lastimado oficialmente-. Y demuestra, no obstante, que para el Gobierno, el consenso represor general no es inamovible. Deben relevarlo constantemente: ¿cómo están las ganas de ver sangre?, ¿sigue liderando el rating el deseo de crueldad?

Pero quería contar otra cosa. En una mini heladería de Chapadmalal, donde había esa noche una también mini peña, con un grupo de folclore, escucho que una señora, de unos sesenta años, pedía indicaciones para ir al bosque Peralta Ramos. Tenía unos sesenta años, maquillaje y bijuterí; no demasiado. Me metí: «¿Va a ir al bosque? Ojo que está peligroso, hay un violador, asesino, torturador y ladrón de bebés…». «Ah», me interrumpió en medio de mi frase: «¿violador? ¡Entonces voy! Ya no se puede andar eligiendo…».

La violencia, en una sociedad de cuerpos mediatizados, espectadores hiperactivos, no es solo fruto de la indiferencia producida por el régimen del contacto y la conexión; no es, tampoco, la violencia, solo un artefacto político que instaura otredad eliminable (y un nosotros incluido); es, también, la violencia, un deseo de los aburridos, una forma de que pase algo que aún estando quemados podamos sentir…

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