Anarquía Coronada

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La Fernandización de Cristina // Agustín J. Valle

León Rozitchner decía algo así como que la potencia movilizada de la clase trabajadora argentina había encontrado en Perón un vehículo, y también un límite: un Padre Militar, en cuyo cuerpo “oficial” se aglutinaba la fuerza transformadora, fuerza que así se fetichizaba cuando, en rigor, es multitudinal. Las ganancias sobre todo en el plano de la distribución del ingreso, por parte de la clase trabajadora, implicaba una entrega de las capacidades más hondamente políticas, es decir de creación de posibles y modos de organización del lazo y la producción social en torno a refundaciones del deseo y los valores…

Pero ese vínculo masa-líder, que también fue problemático en tanto la sacralización del nombre sirvió para que bajo su rótulo se llevaran adelante diversas políticas,  incluso contrarias a los intereses materiales de los laburantes, era superado, decía Rozitchner en 2010, había quedado superado por el dúo Kirchner.

Pareja civil de hombre y mujer en igualdad profesional, la pareja sureña vino a decirle al gran Fierro del Estado “no les tenemos miedo”. Vino a decirle a la multitud argentina “somos los hijos de las Madres de Plaza de Mayo”, abriendo, así, una clave de fraternidad, en torno ya no de la obediencia al General militar, sino en torno al origen amoroso de nuestra vida, las madres. Este nuevo liderazgo abría la capacidad de vehiculizar deseos emancipadores sin castrar al sujeto popular colectivo.

Después, acaso en proceso comenzado con la muerte de Néstor, y acicateado por la artillería de los sectores más rancios de la sociedad, el liderazgo de Cristina devino en jefatura idolatrada. Los militantes se transformaron en soldados (“militar es militar…”); incluso los trabajadores que osaban enfrentar las políticas gubernamentales eran nuevamente reprimidos -tras años de sostener la decisión política de no zanjar la protesta social por vía represiva- y, lo que acaso sea peor, descalificados como “energúmenos” (Berni); y la movilización social espontánea, que había abierto el espacio de impugnación anti-neoliberal derribando al gobierno de la Alianza, fue condenada (“no necesitamos más patrullas perdidas de 2001”). Fueron años donde el kirchnerismo, fustigando los agites desautorizados, hiperideologizando la propia tropa, y crispando discursivamente a los sectores más rancios, le hizo juego a la derecha.

Y lo que pasa ahora es interesantísimo y abierto: la decisión de Cristina de correrse, pero no demasiado, habilita un pluriliderazgo. O una suerte de espacio de liderazgo flotante, donde Alberto Fernández no se presenta como un mero monigote. Por decisión de Cristina, Cristina no concentra sola el mando. En la decisión está sin dudas su inteligencia estratégica, pero, quizá, esté también su condición femenina: hay que ver si un hijo del patriarcado rechazaría la tentación de llevar el bastón de mando.

No es un renunciamiento histórico porque no hay un macho por encima de ella; absurdo es también comparar la escena con el esquema de Cámpora y Perón, ya que el general ni siquiera estaba en el país: la presidencia del médico expresaba una ausencia del Jefe, mientras que Cristina eligió un modo de presencia.

Lo cierto es que el espectro social que se encolumna detrás de ella, ahora puede prescindir -al menos en parte- de su figura consagrada. La energía multitudinal que tanto cristalizaba en la jefa muestra capacidad de fluir. Quizá esto se gestaba ya desde el 9 de diciembre de 2015 cuando nació el cantito “vamos a volver”, que, a diferencia del “luche y vuelve”, se enuncia desde una primera persona plural y abierta, como me señaló entonces Rubén Mira. Los deseos de frenar el ajuste, los deseos de que la cosa pública se piense con al menos alguna dosis de criterio local (y no solo desde lo que el gato vil llama “el Mundo”, es decir la razón financiera global), no requieran una figura totémica cristalizada, que el liderazgo pueda eventualmente recaer en alguien o alguien más de modo variable, es una novedad no menor de la hora. Los efectos son incluso de renominación de la propia Cristina: tan llamada ka ka ka, ahora con Alberto vuelve a ser Fernández.

La falta de mística de Alberto está por eso entre los motivos de su elección primera, la dedocrática y preelectoral. No se apasiona demasiado, no se enoja tanto ni parece tan enamorado de algo trascendente; es un hombre razonable que puede poner orden y volver a la normalidad -justo esas dos palabritas compartidas por los campos semánticos tanto del kirchnerismo como del macrismo. Nada de mística: calma, diálogo, política como palabra y tejido. Un hombre de leyes; el viejo lenguaje de lo jurídico que viene a salvar al Estado del descalabro de la pura razón de los negocios. Más que un líder emplazado como causa, es un líder puesto como cauce -para que vehiculice una fuerza que lo precede. No trae, Alberto, una convicción legitimada por su épica; trae señalamientos de realidad objetiva. “Los hechos”.

Es el opuesto de Elisa Carrió que,  en cierto sentido, circense como es, funge de corazón de la acotada vitalidad de Cambiemos. Con su ridiculez y arbitrariedad, pone donde está un deseo fundado en su propia convicción, más allá del bien y del mal, certidumbre por pura presencia. Dosis de fe posmoderna en el gélido reino de los gerentes. Para los de afuera es entre hilarante e indignante, pero se ha visto que su estilo intentó ser copiado por el Presidente, en las inyecciones de euforia con que cerró discursos y alimentó memes. Alberto en cambio parecería incapaz de salirse de la raya, de exceder la razón. Distinto en eso también a Menem, quien con su canalla picaresca de “no se sabe lo que mi cuerpo puede” cosechó tracción aspiracional.

 

Ordenar y normalizar: Alberto no viene a alterar, a trastocar, a terminar, ni siquiera a reformar. No debe asustarse nadie. ¿Es posible que no tengan miedo ni las clases trabajadoras ni las elites? Tal es la línea de la moderación. Bordes humanos para el neoliberalismo. Alberto llegará al sillón porque el gobierno de Cambiemos fracasó. Un estado de movilización social que resistió sus políticas es insoslayable causa de ese fracaso. Por ejemplo, no pudieron implementar la reforma laboral. Tampoco trasladar a las facturas de gas la totalidad de lo que las empresas “perdían en dólares por la devaluación”, aunque sí se los pagó el Estado; también fracasó su proyecto en AFA de convertir a los clubes de fútbol en sociedades anónimas; fracasó el intento de beneficiar con el 2×1 a los genocidas; fracasó el intento de detener a Hebe de Bonafini… Movilizaciones sociales que incluso parecían derrotadas, como la lucha docente, desgastaron el ethos gobernante. Muchas y muchos pagaron la resistencia con ojos perdidos por las balas de goma, con cárcel.

El Gobierno acudió al FMI por un motivo doble: para buscar salvavidas financiero para su desmadre económico, y para buscar apoyo político en los patrones del norte. Así es el modelo de liderazgo cambiemita: líderes relativamente “suaves” en la medida en que asumen Patrones Mayores -el Realismo del Capital como patrón básico- a los que no solo ellos sino todos debemos obedecer. Patrones que Macri llama con el eufemismo de “el mundo”. Por eso, aunque la implementación de sus políticas es mucho más autoritaria que las del gobierno anterior, no dejan de criticar a los líderes “populistas” en tanto “autoritarios”.

La fórmula electoralmente ganadora capitaliza el deterioro del gobierno que fue producido por un estado oscilante pero intenso de movilización social. (Insisto: también la “crisis económica” del macrismo hay que entenderla como crisis de su gubernamentalidad política). Movilización social: el movimiento feminista, los movimientos sociales (los trabajadores de la economía informal), los movimientos de derechos humanos, corrientes de ánimo multitudinal expresados en el cantito MMLPQTP, los ríos de memes y grafitis…

El Frente de Todos resulta vehículo electoral de un espectro social mucho más amplio, de cuyas movilizaciones no fue un protagonista central. Hay un hiato entre movilización y herramienta electoral. Se verá si Alberto es más influenciable por el orden cuyas reglas son incuestionables (ya dijo que no se revisa ni la anulación de la Ley de Medios ni la fusión Fibertel Telecom…), o por los movimientos sociales que plantaron la intolerancia triunfante contra el macrismo. Al fin y al cabo, como dice Deleuze, no hay gobiernos de izquierda, sino gobiernos más o menos permeables a las demandas democratizantes. Allí es donde el gesto de CFK, de correrse, es una puerta oxigenante y abierta: está claro que Alberto no es más que aquello que lo vota. Está claro que CFK es insuficiente. Fue significativa la presencia de Máximo en el acto de festejo de las PASO: fue el primero en hablar; ante todo, un Kirchner. Su cuerpo asegura presencia del linaje apellidista y de su mística -aunque el principal movimiento multitudinal del presente, el feminista, no necesita apellidos fetichizados para sacudir al mundo (como tampoco los necesitó la revuelta del 2001 para impugnar al neoliberalismo por quince años).

¿Podrá existir un espacio -más que una organización- capaz de rotar liderazgos instrumentales para una movilización social que delega pero no enajena su fuerza? Liderazgos cuya figura no afirme implícitamente que nosotros no podemos sino solo Él o Ella. Liderazgos que asuman que los líderes son los empoderados por la multitud, más que lo contrario.

Fuente: https://socompa.info/politica/la-fernandizacion-de-cristina/

El que compra el libro de Cristina // Diego Valeriano

Opina de Venezuela, de las Lebacs, los chalecos amarillos, los atentados en Sri Lanka, la ley de medios y la interna en la AFI. En la guerra comercial entre China y Estados Unidos sin dudarlo está del lado de China. Cree que si esta cárcel sigue así todo preso es político y cualquier cosa que no coincida con sus ideas es neoliberalismo o le hace el juego a la derecha.

Admira a Putin y llamativamente repudia a Bolsonaro. Discute en el 15 de la sobrina con quien haya votado a Macri y cuando se pone en pedo canta la marcha a los gritos buscando aliados a los empujones. Me explica, con raros argumentos, que no es el mismo caso el de Santiago que el de Luciano y a pesar de viajar en el Sarmiento insiste que la masacre de Once fue culpa del maquinista.

Tiene fácil la palabra traidor, termea fuerte y cree que movilizar a plaza de Mayo es un estado superior de la lucha política. Putea a la CGT y a cualquier gremio que no haga un paro por tiempo indeterminado para derrocar a Macri, sueña con saqueos a los que no iría, porque no serían como sueña. Es un chabon de cuarenta que usa pañuelo verde en la mochila, es casi troska, casi ricotero, casi enfrento a la infanteria en una marcha, casi siempre es estatal o psicóloga.

Es industrialista, latinoamericanista, anti milicos, pro cubano y quiere que todo esté despenalizado. Es buena onda, solidario, amigo, pilla, aguante todo y jamás se para del lado de los ortibas. Banca fuerte a Madres y abuelas. El Diego antes que Messi, siempre.

No se hace cargo que el consumo libera, que lo mejor de Cristina fue esa alianza difusa con los guachos y la ausencia absoluta del Estado en extensos territorios hasta que se volvieron inaccesibles, ingobernables, vitales. Está dispuesto a dar la batalla cultural, bancar a la jefa, fiscalizar en donde sea y un montón de cosas más para que se vayan estos chetos arruina guacho, pero ni se imagina lo bravo que se va a poner todo una vez que gane ella.

Notas de la coyuntura argentina (01/12/2011) // Colectivo Situaciones

La consigna del momento es “profundizar el modelo”: ¿hay modelo? Quién lo sabe. Hay información variada e impresiones distintas entre los compañeros. Como nunca las creencias crecen en cada quien con independencia de la participación en luchas efectivas. Y más bien determinadas por el consumo mediático, los hábitos personales y los espacios de cercanía habituales.

Partimos del hecho que luego de la crisis de 2001 se han recompuesto tanto las vías de acumulación, como los modos de gobierno social. Y que a esta coexistencia es a lo que se le llama “el modelo”. Los diferentes modos de adherir a él constituyen por sí mismos una de las principales diferencias con aquello que llamamos hoy “el modelo neoliberal de los años 90”.

Si organizamos el calendario político tenemos en el 2001 la irrupción de luchas biopolíticas y antineoliberales[1]. Lo primero explica la dinámica de las politizaciones por abajo, así como la ejecución de no pocas reformas hechas desde arriba. Lo segundo permite comprender la rápida recomposición de una legitimidad política de parte del estado.

Nuestra impresión es que en estos últimos tiempos acabó por consolidarse un “ultra-centro”[2] -bien centrípeto- que surge de una puesta en equivalencia de –por los menos- tres componentes: un polo exportador-extractivita generador de divisas, un polo fundado en una retórica tecnológica-industrialista, y un polo fundado en la dinámica de “derechos” (sociales y humanos).

El triángulo que surge de esta puesta en equivalencia tiene por efecto central hacer cada vez más difícil pensar cada una de las dinámicas involucradas con independencia entre sí.

Desconocemos si el efecto de extrema estabilidad que surge de esta estructura (y se refrenda en el terreno electoral) pueda sostenerse mucho tiempo en relación al panorama global. No alcanzamos a ver hasta qué punto la reorganización del gasto público, de subsidios, la inflación y los conflictos gremiales en marcha llegan a afectar de un modo decisivo la dinámica de este ultracentro, es decir, si se trata más bien de reajustes necesarios en la misma lógica o si llegan a abrir nuevas perspectivas.

En todo caso no podemos descartar para nada que el ultracentro se fortalezca, incluso soportando niveles de conflictos internos más fuertes, unificándose por arriba en el manejo de la crisis.

Algo más sobre este ultracentro. Es cierto que así presentado parece que estuviésemos excluyendo una de las dinámicas centrales del presente político argentino: la cuestión de los medios de comunicación y lo que podemos llamar, a grandes rasgos, el nivel de lo “simbólico”. ¿Cómo podemos pensar las mutaciones actuales sin desdeñar este nivel?

En realidad, el ultracentro posee una potencia simbólica enorme. Sus imágenes claves son: industria, exportación, tecnología, crecimiento, estado, inclusión, derechos … y ya vimos que la eficacia de este vocabulario no es poca.

Estamos tentados de argumentar que el ultracentro sobre-determina el nivel comunicativo (las palabras, los enunciados, el uso de los símbolos). Y en esa sobre-determinación se demuestra la potencia política –ella misma fuertemente simbólica- del triángulo. Esta potencia funciona, por ejemplo, cuando verificamos las mil formas diferentes, sino opuestas, de adherir a este ultracentro. Al menos una por cada uno de sus vértices. Desde la militancia comprometida con los derechos humanos y sociales se arma una cierta narrativa. Desde el polo tecno-industrial otro tanto. Y, como se sabe, el ángulo sojero aporta lo suyo (habiendo vencido al gobierno en el conflicto por la resolución 125, en 2008, sobre las retenciones a las ganancias de este sector).

Y luego hay, por supuesto, mil cruces. Conflictos que no rompen los marcos del asunto, sino que lo dinamizan. Como parte de este juego hay que ubicar a sectores “críticos” que intentan hacer su juego dentro del gobierno, como la asamblea de intelectuales Carta Abierta. O la existencia de un nuevo funcionariado-militante. Estos componentes afectan –se lo ha visto con la Ley de Medios- la dinámica del debate político fuertemente centrado en los medios de comunicación.

Podemos decir que los medios mismos son parte del dispositivo del ultracentro, y no algo ajeno al mismo, incluso cuando la división entre medios oficiales y opositores sea extremadamente marcada.

Luego están los fenómenos de masas, que agregan una tonalidad mítico-festiva al proceso. Hay una serie nada despreciable que se arma con los festejos del bicentenario en mayo del 2010, la asistencia multitudinaria al velorio de Néstor Kirchner y, finalmente, las elecciones más recientes.

Pero no hay luz sin sombras, y toda esta movilización tiene un reverso, una serie “oscura” compuesta por una sucesión de asesinatos, puebladas, luchas gremiales y tomas de tierras, que en los últimos años han enfrentado a las fuerzas de seguridad federales y provinciales, y a grupos de choque sindicales o coaligados con autoridades estatales que han enfrentado y reprimido a jóvenes de los barrios, comunidades indígenas, y militantes sociales con un número considerable de muertos (bien arriba de la decena).

Se trata de la cara oculta de la inclusión, que incluye la circulación de microfascismos sociales y de instancias gubernamentales completamente reaccionarias que constituyen la cara “vergonzoza” de este ultracentro.

El ultracentro, el triángulo, no es exactamente equivalente al kirchnerismo. Sí se puede decir, en cambio, que el consenso ultracéntrico sólo puede ser gobernado hoy por Cristina Fernández de Kirchner. Pero los alcances políticos de este consenso abarcan al conjunto del peronismo y a parte de la derecha política victoriosa en la Ciudad de Buenos Aires así como a buena parte del centroizquierda.

La semana pasada un grupo de matones al servicio del grandes inversionistas sojeros atacaron, armados, a un grupo de militantes del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase)-Vía Campesina, causando una muerte, un herido de bala y un herido por golpes. Si sumamos esta violencia a los casos del llamado gatillo fácil, o los atropellos a las comunidades Qom (también con conflictos armados, con varios muertos), así como la muerte de varias personas en casos de tomas de tierras y la existencia de nuevos conflictos gremiales, se llega a ver con mayor claridad quiénes son los auténticos excluidos de este ultracentro.

La pregunta hoy por hoy, creemos, es menos cómo se rompe ese triángulo (sobre todo porque no está claro qué significa ni quién podría hacerlo) y más qué prácticas producen subjetividades no-centristas.

El ultracentro es ultra político y a la vez hiper-despolitizante. Si no fuera ultra político el kirchnerismo no podría gobernarlo y la situación sería mucho más compleja. Y es despolitizador en la misma medida que vuelve a la política completamente interna respecto de la estructura de gobernabilidad. Esta despotenciación política es muy evidente, por el momento, en los “movimientos”.

[1] Seguimos a César Altamira en esta distinción. Sólo que proponemos una disyunción inclusiva a una exclusiva como modo de dar cuenta de la complejidad de la situación.

[2] Coincidimos plenamente con César Altamira en su cita a Balibar del extremo-centro. Cuando utilizamos previamente la idea de “ultra-centro” desconocíamos esta fuente.

Conferencia en Londres: “Inquietudes en el impasse a partir de la situación latinoamericana” (10/12/09) // Colectivo Situaciones

La anomalía latinoamericana

 

Los movimientos sociales obligaron en la última década a una inflexión del paradigma gubernamental neoliberal en buena parte de América latina. Lo hicieron a través de las resistencias al neoliberalismo lo cual implicó, en algunas circunstancias, una ruptura con el mando directo de las elites globales. Los rasgos centrales de aquel ciclo de luchas fueron la acción multitudinaria y destituyente, capaz de coaligar actores tan disímiles entre sí como movimientos de desocupados, poblaciones originarias, pobres urbanos y campesinos, y movimientos comunitarios contra la privatización de lo público. En general, estas insubordinaciones desplegaron sus dinámicas por fuera de los instrumentos tradicionales de organización, forjando en muchos casos movimientos políticos que hoy se encuentran en el gobierno.

Los así llamados gobiernos progresistas se desarrollan hoy como mixtura entre las viejas izquierdas políticas y los movimientos de resistencia al neoliberalismo según relaciones variables, que dan lugar a situaciones diversas. En todas ellas se juega, en alguna proporción, la interlocución con lo producido por aquellos movimientos sociales: la vocación de impulsar premisas post-neoliberales en la gestión de la vida colectiva. En este sentido, se discute actualmente en buena parte del continente la distribución de los recursos económicos, sociales y simbólicos: a través de políticas sociales, de ciertos enfrentamientos con las empresas que controlan los medios de comunicación, y por medio de la estatización de empresas así como la renegociación de las rentas extractivas de recursos naturales. En algunos países la situación de democratización política (especialmente a través de asambleas constituyentes) dio lugar a procesos de refundación parcial de la voluntad de intervención del estado.

Sin embargo, es necesario remarcar que es el “nuevo protagonismo social” el sujeto que da inicio a la secuencia que comienza con las primeras resistencias, que se desarrolla como desobediencia general a la legitimidad neoliberal pura y dura y abre los espacios para la constitución de gobiernos progresistas más o menos permeables a sus demandas, según los casos.  

¿Cuáles son las novedades políticas que producen estos movimientos? Buena parte de ellas pueden agruparse en la consigna indígena, tomada por los zapatistas, del “mandar obedeciendo”  que, por un lado, actualiza, extiende y vuelve contemporáneo un rasgo perteneciente a las culturas comunitarias, como es la proximidad y reversibilidad de las relaciones de mando y obediencia, y por otro provee nuevas imágenes para pensar la relación entre institucionalidad política y poder popular desde abajo, cuando ya no se postula de manera real y creíble la hipótesis de la toma revolucionaria del poder.

Del “poder destituyente” a la exigencia de “buen gobierno”, tal vez el punto mas alto de visibilidad de este trayecto singular haya sido la cita de Evo Morales durante su asunción como presidente de la república de Bolivia, en la cual él mismo se colocaba bajo la exigencia del “mandar obedeciendo”.

En buena parte del continente los cambios son más moderados. Existen gobiernos más ambiguos, que mixturan continuidades profundas del neoliberalismo con una mayor interlocución con la agenda de los movimientos sociales. Llamamos “nueva gobernabilidad” a esta interfase –plagada de avances y retrocesos- que consiste en una dialéctica de reconocimientos parciales, que posibilita puntos de ruptura e innovación en la búsqueda de un momento post neoliberal, favorecido por la actual coyuntura de una mayor autonomía regional, claramente esbozada en Sudamérica.

La llamada anomalía latinoamericana resulta incomprensible si se la pretende concebir a partir de una única temporalidad. El nuevo protagonismo social se caracteriza, precisamente, por la pluralidad de tiempos y de lenguas que incorpora. Tiempos y lenguas de la descolonización, de la comunidad,  de la metrópoli compleja, con sus periferias y las diversas capas de migración, etc. Esta comprensión de los ritmos y lenguas está en la base de cualquier tentativa de creación de nuevas hipótesis emancipatorias.

La secuencia de la que hablamos cobra nueva importancia a la luz de la crisis.  De buena parte de América Latina puede decirse que la crisis fue empujada por los propios movimientos, que obligan a tratar con ella y aceleran el proceso de interrogación sobre el momento post-neoliberal.

Hipótesis I: Lo que ofrece América Latina como anomalía es un hábito de la crisis, capaz de anticiparla  y de atravesarla desplegando en ella recursos subjetivos para una problematización  más democrática de su desarrollo.

Las prácticas de Investigación Militante (1), en el contexto de la emergencia de un nuevo protagonismo social, tuvieron que hacerse un espacio propio por fuera de la academia y de la militancia política tradicional, para encontrarse cara a cara con las luchas y desarrollar co-investigaciones capaces de crear conceptos.     

La investigación militante funciona –cuando lo hace- como una experiencia de transversalidad, y prioriza la creación de un lenguaje desarrollado en situación. Como tal, no separa sujeto de saber y objeto de conocimiento, ni aspira a un lenguaje prescriptivo o normativo. Se echa a perder de inmediato cuando se la intenta convertir en método o modelo.

De nuestra parte, los años que van desde la incubación de la crisis hasta el 2004 fueron años febriles. No sólo desarrollando talleres con diversas experiencias, sino también intentando escribir de conjunto lo que ocurría en aquella investigación política. 

 

La Argentina de las crisis

Intentaremos referirnos brevemente a la particularidad del proceso argentino. La crisis del 2001 implicó el fin de la legitimidad de las instituciones del modelo neoliberal a secas tal como había sido anticipado por la última dictadura militar, y desarrollado por largas décadas de una democracia castrada. A partir de mediados de la década del 90 convergen diversas luchas de tipo asamblearias y dadas a la acción directa tales como la de los desocupados (piqueteros), de derechos humanos (Madres de Plaza de Mayo, Hijos de desaparecidos), de trabajadores ( de Fábricas recuperadas), de movimientos de lucha por la tierra, asambleas barriales y de sectores medios perjudicados con la expropiación de sus ahorros, en una compleja coyuntura política que acabó con la caída de al menos tres gobiernos en unos pocos días. El rasgo determinante de este movimiento heterogéneo fue su dinámica “destituyente”

A partir del 2003 un nuevo gobierno crea expectativas sobre el proceso político al tejer al mismo tiempo, los deseos de trasladar el lenguaje y las demandas de los movimientos al nivel del estado, junto al anhelo igualmente extendido de normalización de la vida social, económica y política.

Seis años después, encontramos en las perseverantes marcas que los movimientos dejaron impresas en las instituciones políticas las claves para comprender la ambigüedad del proceso actual: junto a rasgos muy fuertes de normalización y debilitamiento de los movimientos, permanece vivo el juego de los reconocimientos parciales, complejos y ambivalentes. Tal juego de reconocimientos ha permitido recomponer fuerzas para enfrentar a algunos actores poderosos de las élites neoliberales, y, al mismo tiempo, ha excluido o debilitado la perspectiva más radical de reapropiación autónoma de lo común.

Sobre este campo de complejidades actuales se juega la reinterpretación constante de los  enunciados democráticos que surgieron de la crisis. Podemos considerar, al respecto, dos momentos o axiomas fundamentales: la recusación del lenguaje neoliberal (fundado en la idea de ajuste de la economía, y la subordinación a la hegemonía de las finanzas globales y las privatizaciones), y de la represión al conflicto social, apoyado en una recuperación de la narración de las luchas de la década del 70, y la de los derechos humanos.

La tendencia más fuerte, en este sentido, es la que se constituye desde un paradigma neodesarrollista, capaz de reinterpretar la genealogía del cuestionamiento a las relaciones salariales y a la forma-estado-neoliberal por parte del nuevo protagonismo social, concibiéndolas como demandas de reproletarización. De este modo, una problematización central de nuestra época pasó de ser pensada como necesidad de un “trabajo digno” (consigna creada por los movimientos piqueteros) a ser re-inscripta dentro de la mitología fordista del pleno empleo (bajo el slogan de “empleo decente”). La valiosa información producida por los movimientos sociales (es decir: las formas colectivas de organización del trabajo que tendía a independizar producción de valor de empleo) fue utilizada por el estado para reorganizar su política social y para gestionar la crisis del trabajo.

Hipótesis II: El dilema hoy es cómo crear dinámicas de problematización desde abajo, en un contexto anómalo, de fuerte polarización política que atraviesa la región, partiendo de un impasse de las prácticas y de las hipótesis emancipatorias luego de un ciclo intenso de experimentación.

La investigación militante (2) consistió a partir del 2004 en abrir un espacio para pensar, desde las prácticas, la sensación de repliegue. En aquel momento con un grupo de compañeros nos propusimos “politizar la tristeza”. ¿Qué tristeza? La de la idealización y la nostalgia de un contrapoder disminuido, y la de la captura o instrumentalización de lo creado, con un sentido inverso. Un modo de hacerlo fue, sobre todo, ampliar nuestra interlocución con las experiencias de autonomía más allá de la Argentina. Particularmente las Juntas del Bueno Gobierno del zapatismo en Chiapas, y el complejo movimiento social boliviano.

En esos años dimos forma a una editorial militante, Tinta Limón Ediciones, que trabaja como un colectivo que difunde y propone continuar e intercambiar nuevas producciones en torno a la investigación política y teórica autónoma.

 

Impasse

Decimos impasse, porque no cabe hablar aquí de victorias plenas, ni de derrotas irreversibles, sino de una convivencia compleja de algunos elementos surgidos de la rebelión, junto a otros tantos que operan como reconducción conservadora del proceso.

Si toda rebelión puede ser comprendida como la elaboración de preguntas, con la expectativa de que la época sepa decodificarlas, su traducción a la lengua de las demandas y de la “reparación”, en un contexto de fuerte polarización política, y sobre un suelo ultramediático, devalúa y desestima su potencial creativo.

La estabilización de las lenguas críticas coloca en suspenso el potencial democrático de los movimientos, arrojándolos a los cánones del economicismo y/o del institucionalismo.

Proponemos asumir el impasse como un espacio de consistencia fangosa, barrosa, pleno en reversibilidades, idas y vueltas, desplazamientos inconclusos y tramado por un tiempo en suspenso, que no podemos pensar meramente como “tránsito a”, sino como transcurso mismo de lo paradojal.

En el impasse, los hechos y las narraciones se sitúan a medio camino entre la innovación y el dejá vù, entre el presente abierto al acto, y una sensación claustrofóbica de lo presente como ya-vivido.

En el impasse, pasamos de la im-potencia (ausencia de todo posible concreto) a la in-quietud (ausencia de todo conformismo).

Hipótesis III: el impasse no es victoria ni derrota de las luchas anteriores. Suspende las dinámicas de cuestionamiento social, al tiempo que se aceleran las de los binarismos mediáticos. Sin embargo, la problematización autónoma sería un voluntarismo si no surgiese junto a un balance profundo y realista de las aporías del ciclo de luchas previo.

La militancia de investigación (3) en la medida que implica una instancia colectiva precisa de una reflexión continua sobre el modo en que compartimos los lenguajes, en que elaboramos las sensaciones, en que valoramos los efectos y los afectos en lo que hacemos.

El conformismo y la auto-complacencia constituyen un límite fundamental para cualquier práctica.

El atascamiento de las dinámicas colectivas puso en crisis al propio colectivo, obligándonos a una puesta en común más exigente y menos benévola para con nosotros mismos. Lo común no preexiste ni resulta de automatismos: exige cada vez una práctica que lo vaya creando.

 

Promiscuidad/estereotipo/profanación 

Partimos de una coexistencia, de una mezcla e interpenetración (promiscua) de elementos de hegemonía capitalista y de contrapoder. La lengua que hablamos no queda indemne en esta hibridación.

Constatamos una crisis de la palabra política. La fábrica del sentido es expropiada por la esfera mediático-gestionaria en detrimento del pensar colectivo.

No se trata de una mera despolitización sino de algo más complejo. De una proliferación de discursos sobre la política que no alcanza a politizar lo social.

La mediatización produce estereotipos continuos, en tiempo real, aptos para organizar simplificando la complejidad, pero expropiando la capacidad misma de problematización.

A su vez, el pensar crítico se torna encapsulado, hermético, un nuevo estereotipo.

La inquietud en el impasse es acto profano (lúdico, humorístico, antangonista): desacraliza todo aquello que la lógica productora de estereotipos consagra como jerarquía.

Hipótesis IV: Tal profanación resulta inseparable de un materialismo perceptivo capaz de leer los signos mínimos, es decir, de valorar las asimetrías que recorren las situaciones, de  retomar los usos comunes de todo aquello que el estigma y la cultura mediático-mercantil separan y segmentan como recursos  para la acumulación.

La investigación militante se plantea entonces (4) bajo qué modos se actualiza lo colectivo cuando las formas experimentadas durante el auge de los movimientos sociales ya no opera como orientación concreta para la acción. La necesidad es la de un pasaje: de la perplejidad por la disminución de una potencia pública a la exigencia de una nueva proximidad con la potencia que permanece aun encapsulada. Se trata, sin embargo, de un doble movimiento: del reconocimiento de la propia posibilidad codificada, y de los modos o puentes que se tienden entre cápsulas sin lengua común.

Para esto es preciso, creemos, una nueva capacidad de fabular: ya no sustentada en la subjetividad heroica, sino apegada a valorar las asimetrías que resultan invisibles desde la percepción mediatizada o nostálgica.

Es un problema de perspectivas: ¿cómo transversalizar nuevas experiencias que parecen estar fuera de todo código, incluso los que provienen de luchas anteriores?

 

La investigación militante como arbitrariedad

La arbitrariedad forma parte de la inquietud de la que hablamos. Partimos, en cierto modo, de un malestar. El malestar se torna motor de la inquietud, es decir, movimiento, por mínimo que sea. Este movimiento abre el estereotipo y nos deja ante aquello que no tiene imagen aún. Lo que no tiene imagen porque no es un “posible prefigurado”,  ni una utopía, sino una chance, una fuerza del aquí y el ahora, la posibilidad como tal.

 

Pero la arbitrariedad no es capricho. El valor de la potencia que viabiliza el mundo  se valora en prácticas.

 

Nos llega el mensaje de un desconocido que dice: “si quieren conocer un agujero negro, vean lo que es un call center”. Un grupo de maestros desafiados, nos invita a trabajar con ellos diciéndonos que “cuesta atravesar la distancia con los chicos”. Una trabajadora boliviana que nos habla de “Ayllus” -quechuas y aymaras- en el centro mismo de la ciudad de Buenos Aires o un grupo de jóvenes dispuestos a cuestionar la guetificación urbana y laboral en la que viven.

 

“Creación”, “experimentación”: no son palabras que podamos usar con ingenuidad. Entre sus usos mas deplorables están las jergas, y los esteticismos que entregan todo potencial problematizante a las fuerzas conformistas de la pura apariencia.

 

La inquietud precisa también de colectivos, pero ¿qué cosa son hoy los colectivos? Seguro que no se confunden con los grupos. Lo colectivo es una instancia de individuación, un ir más allá de cada quien. Es una instancia de las prácticas. Lo colectivo, más que nunca, siente el horror a los guetos y a las microempresas del sí mismo.

Según nuestra experiencia no siempre el grupo es espacio para lo colectivo, especialmente cuando sedimenta como una coordinación de personas ya hechas, con opiniones y sentimientos definidos, con identidades estables.

Pero lo colectivo que aquí estamos nombrando, consiste en tres operaciones: temporalización, testimonio y registro. En este sentido, es fundamento trans-individual que sostiene las voces y los cuerpos, en su esfuerzo por agrupar fuerzas, para ir más allá de lo que somos o fuimos. Lo colectivo existe en la capacidad de inventarse funciones que se despliegan de manera autodeterminada. ¿Qué es esta autodeterminación que siendo libre no es caprichosa, porque supone una convergencia de deseos, una puesta en movimiento de lo social? ¿Qué es lo colectivo cuando no se conforma con la unidad y el consenso, porque prefiere seguir de cerca el intuir laborioso de una energía social que siempre está desplazándose? ¿Cómo obviar hoy esta dimensión de lo colectivo, cuando los relatos vuelven a entrar en disputa y nuevamente se entreabre la necesidad de inventar formas expresivas, ahora abrumados por la complejidad y la caotización semiótica?

 

Hipótesis V: El impasse debe ser también suspensión de todo atajo retórico. La investigación militante se ve inmersa en la artesanalidad, pero no porque abandone su impulso, sino porque, al contrario, insiste en buscar transversalidades: universalidades, pero concretas.  

 

En la investigación militante (5) entonces partimos de la inquietud. Si ya no contamos con referencias claras, señales orientativas, apelamos a otro desarrollo sensible, capaz de reconocer procesos en la discontinuidad. Una investigación sobre las formas de explotación del alma en las luchas desarrolladas en los Call center de Buenos Aires, una pesquisa sobre las formas de crear espacios de imaginación en las experiencias educativas de la periferia de la ciudad,  o el grito contenido de los jóvenes trabajadores ilegales, sometidos al más duro de los racismos. Una nueva transversalidad surge, creemos, de una disponibilidad en la desorientación, es decir, de una inclinación hacia los otros sin contar con un código previo compartido (que el capital nos ofrece cada vez). Este es el desafío capaz de reabrir una y otra vez la investigación. 

 

CS, Londres 2009-10-12

 

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 II. Taller: “Desafíos de la investigación militante en el impasse”

           

  1. El impasse latinoamericano

           

  • Apertura de una mayor autonomía a partir de gobiernos del Conosur, y deshilache por debajo: consolidación del racismo y la guetificación como jerarquías étnico-laborales.
  • La crisis de imaginación para superar el neodesarrollismo: trabajo, salario, estado.
  • Nueva configuración de los miedos: de la calle como espacio de movimientos, a la calle como espacio bajo amenaza.
  • Reposición de imaginarios tradicionales, en detrimento de la innovación.

 

b. El problemas de lo colectivo/expresión

 

  • Crisis de discursos y prácticas del último ciclo de luchas.
  • Estabilización y recuperación de estos discursos y procedimientos (del guetho a la microempresa, pasando por los matices del encapsulamiento).
  • Los usos políticos del tiempo.
  • Arbitrariedad como “gesto que insiste” en el impasse.
  • Política de expresión para una “potencia sin imagen” (contra el esteticismo).

 

 

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