Notas de la coyuntura argentina (01/12/2011) // Colectivo Situaciones
La consigna del momento es “profundizar el modelo”: ¿hay modelo? Quién lo sabe. Hay información variada e impresiones distintas entre los compañeros. Como nunca las creencias crecen en cada quien con independencia de la participación en luchas efectivas. Y más bien determinadas por el consumo mediático, los hábitos personales y los espacios de cercanía habituales.
Partimos del hecho que luego de la crisis de 2001 se han recompuesto tanto las vías de acumulación, como los modos de gobierno social. Y que a esta coexistencia es a lo que se le llama “el modelo”. Los diferentes modos de adherir a él constituyen por sí mismos una de las principales diferencias con aquello que llamamos hoy “el modelo neoliberal de los años 90”.
Si organizamos el calendario político tenemos en el 2001 la irrupción de luchas biopolíticas y antineoliberales[1]. Lo primero explica la dinámica de las politizaciones por abajo, así como la ejecución de no pocas reformas hechas desde arriba. Lo segundo permite comprender la rápida recomposición de una legitimidad política de parte del estado.
Nuestra impresión es que en estos últimos tiempos acabó por consolidarse un “ultra-centro”[2] -bien centrípeto- que surge de una puesta en equivalencia de –por los menos- tres componentes: un polo exportador-extractivita generador de divisas, un polo fundado en una retórica tecnológica-industrialista, y un polo fundado en la dinámica de “derechos” (sociales y humanos).
El triángulo que surge de esta puesta en equivalencia tiene por efecto central hacer cada vez más difícil pensar cada una de las dinámicas involucradas con independencia entre sí.
Desconocemos si el efecto de extrema estabilidad que surge de esta estructura (y se refrenda en el terreno electoral) pueda sostenerse mucho tiempo en relación al panorama global. No alcanzamos a ver hasta qué punto la reorganización del gasto público, de subsidios, la inflación y los conflictos gremiales en marcha llegan a afectar de un modo decisivo la dinámica de este ultracentro, es decir, si se trata más bien de reajustes necesarios en la misma lógica o si llegan a abrir nuevas perspectivas.
En todo caso no podemos descartar para nada que el ultracentro se fortalezca, incluso soportando niveles de conflictos internos más fuertes, unificándose por arriba en el manejo de la crisis.
Algo más sobre este ultracentro. Es cierto que así presentado parece que estuviésemos excluyendo una de las dinámicas centrales del presente político argentino: la cuestión de los medios de comunicación y lo que podemos llamar, a grandes rasgos, el nivel de lo “simbólico”. ¿Cómo podemos pensar las mutaciones actuales sin desdeñar este nivel?
En realidad, el ultracentro posee una potencia simbólica enorme. Sus imágenes claves son: industria, exportación, tecnología, crecimiento, estado, inclusión, derechos … y ya vimos que la eficacia de este vocabulario no es poca.
Estamos tentados de argumentar que el ultracentro sobre-determina el nivel comunicativo (las palabras, los enunciados, el uso de los símbolos). Y en esa sobre-determinación se demuestra la potencia política –ella misma fuertemente simbólica- del triángulo. Esta potencia funciona, por ejemplo, cuando verificamos las mil formas diferentes, sino opuestas, de adherir a este ultracentro. Al menos una por cada uno de sus vértices. Desde la militancia comprometida con los derechos humanos y sociales se arma una cierta narrativa. Desde el polo tecno-industrial otro tanto. Y, como se sabe, el ángulo sojero aporta lo suyo (habiendo vencido al gobierno en el conflicto por la resolución 125, en 2008, sobre las retenciones a las ganancias de este sector).
Y luego hay, por supuesto, mil cruces. Conflictos que no rompen los marcos del asunto, sino que lo dinamizan. Como parte de este juego hay que ubicar a sectores “críticos” que intentan hacer su juego dentro del gobierno, como la asamblea de intelectuales Carta Abierta. O la existencia de un nuevo funcionariado-militante. Estos componentes afectan –se lo ha visto con la Ley de Medios- la dinámica del debate político fuertemente centrado en los medios de comunicación.
Podemos decir que los medios mismos son parte del dispositivo del ultracentro, y no algo ajeno al mismo, incluso cuando la división entre medios oficiales y opositores sea extremadamente marcada.
Luego están los fenómenos de masas, que agregan una tonalidad mítico-festiva al proceso. Hay una serie nada despreciable que se arma con los festejos del bicentenario en mayo del 2010, la asistencia multitudinaria al velorio de Néstor Kirchner y, finalmente, las elecciones más recientes.
Pero no hay luz sin sombras, y toda esta movilización tiene un reverso, una serie “oscura” compuesta por una sucesión de asesinatos, puebladas, luchas gremiales y tomas de tierras, que en los últimos años han enfrentado a las fuerzas de seguridad federales y provinciales, y a grupos de choque sindicales o coaligados con autoridades estatales que han enfrentado y reprimido a jóvenes de los barrios, comunidades indígenas, y militantes sociales con un número considerable de muertos (bien arriba de la decena).
Se trata de la cara oculta de la inclusión, que incluye la circulación de microfascismos sociales y de instancias gubernamentales completamente reaccionarias que constituyen la cara “vergonzoza” de este ultracentro.
El ultracentro, el triángulo, no es exactamente equivalente al kirchnerismo. Sí se puede decir, en cambio, que el consenso ultracéntrico sólo puede ser gobernado hoy por Cristina Fernández de Kirchner. Pero los alcances políticos de este consenso abarcan al conjunto del peronismo y a parte de la derecha política victoriosa en la Ciudad de Buenos Aires así como a buena parte del centroizquierda.
La semana pasada un grupo de matones al servicio del grandes inversionistas sojeros atacaron, armados, a un grupo de militantes del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase)-Vía Campesina, causando una muerte, un herido de bala y un herido por golpes. Si sumamos esta violencia a los casos del llamado gatillo fácil, o los atropellos a las comunidades Qom (también con conflictos armados, con varios muertos), así como la muerte de varias personas en casos de tomas de tierras y la existencia de nuevos conflictos gremiales, se llega a ver con mayor claridad quiénes son los auténticos excluidos de este ultracentro.
La pregunta hoy por hoy, creemos, es menos cómo se rompe ese triángulo (sobre todo porque no está claro qué significa ni quién podría hacerlo) y más qué prácticas producen subjetividades no-centristas.
El ultracentro es ultra político y a la vez hiper-despolitizante. Si no fuera ultra político el kirchnerismo no podría gobernarlo y la situación sería mucho más compleja. Y es despolitizador en la misma medida que vuelve a la política completamente interna respecto de la estructura de gobernabilidad. Esta despotenciación política es muy evidente, por el momento, en los “movimientos”.
[1] Seguimos a César Altamira en esta distinción. Sólo que proponemos una disyunción inclusiva a una exclusiva como modo de dar cuenta de la complejidad de la situación.
[2] Coincidimos plenamente con César Altamira en su cita a Balibar del extremo-centro. Cuando utilizamos previamente la idea de “ultra-centro” desconocíamos esta fuente.
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No hace falta estar muy atenta para notar que una suma de malestares alimenta cierto humor dominante en estos días. Del enojo fácil al cansancio recurrente y de ahí a la depresión: malestares propios de la sensación de impotencia que intoxica la trama social. Sólo basta ver un mismo y singular ritual repetido en cualquier esquina: encuentros cabizbajos, abrazos o palmadas en las espaldas, intercambios de palabras de aliento, murmullos de puteadas y rencores contra los que no la vieron; tanto votante ladino que hizo volar las fantasías por el aire. ¿Sencilla estupidez? ¿Vocación suicida? ¿Masoquismo?
Enamorados despechados de la grieta que culpan a los medios, a los traidores, a “los troskos”. El pueblo siempre vota engañado: el gobierno estafa a su electorado cuando oculta sus verdaderas intenciones; y cuando no las oculta –esto es más difícil de entender– y no pierde “apoyo popular”. ¿Cómo llamar a un pueblo que vota contra sus propios intereses?
El tono certero se mezcla con lágrimas y pierde fuerza: ya no se está tan a gusto, tan cómodo. Temor al elitismo del que se es ineludiblemente esclavo. Temer un temor, sin embargo, travestido en comodidad, en confort… si no fuera por el malestar creciente. Un confort que permite la autocrítica, pero solo a nivel de haber confiado, de haber creído, de haberse ilusionado. Debilidades de las buenas.
Corazones derrotados que fantasean con exiliarse en Uruguay, nostálgicos de un pasado que acabó no siendo y de un presente que les estalla en las manos. ¿De qué estaban hechas esas ilusiones devenidas impotencia? Una impotencia que, a decir verdad, no tiene origen preciso. Se fue dando. Quizá demasiada pantalla. Demasiada tele. Demasiadas redes. Demasiada opinión. Demasiado periodismo. Una impotencia ya anidada en esos espacios relegados de la elaboración de estrategias y decisiones políticas (¡quién tiene tiempo para eso!). Una impotencia de adherente con aires de elenco, cuando no de fan virtual.
El progresismo blanco de corazón derrotado no es un sector social (cierta clase media urbana letrada con sensibilidad y pretensión de vida resuelta), y menos un grupo de personas políticamente determinado. El progresismo blanco de corazón derrotado es una fuerza social de la que no se está del todo exento. Un tipo de afectividad paradójicamente insensible, egoísta; y que en cierto modo es un desafío conjurar.
El problema de los corazones derrotados es, en suma, el problema de las ilusiones. De Spinoza a esta parte –y a un puñado de clicks– hay varios siglos de filosofía de la sospecha dedicada a desarmar idealismos, a pensar materialidades concretas (cuerpos, afectos, lenguajes). Y a ese nivel, como se dijo, no hay lugar para el temor ni para la esperanza: solo cabe buscar nuevas armas, nuevas estrategias, nuevas complicidades.
Con todo, el progresismo blanco de corazón derrotado no parece ser un gran aliado para combatir a la derecha en alza, a la derecha alzada. Y menos para imaginar los modos de vida capaces de desbordarlo. El progresismo es un discurso del orden. Y es ese orden –que cualquier persona sensata llamaría neoliberal– el que organiza expectativas e imaginarios, hábitos y acciones cotidianas.
Un orden que ante todo desplaza con naturalidad un puñado de preguntas fundamentales: ¿cómo discutir hoy el trabajo y la riqueza; las formas de producción (de valor) y el régimen de propiedad de la tierra?, ¿cómo poner en discusión el hecho de que un tercio de la población se integre como subsidiada y deudora mientras muere en el olvido?, ¿cómo discutir en serio la dictadura de las tecnologías y el control sobre nuestras vidas?, ¿cómo no poner sobre la mesa los malestares, las violencias cotidianas, la expropiación del tiempo; las vidas embotelladas, desensibilizadas y aprisionadas en asfixiantes metros cuadrados?
Porque si el problema de los corazones derrotados es un problema de ilusiones, la principal ilusión es la que permite sostener las existencias a condición de no detenerse a pensar sobre los propios modos de vida: no parar de trabajar, no parar de gestionar, no parar de consumir, no parar de emprender. No parar, hasta el borde mismo de la depresión y el sinsentido. No parar hasta volverse los primeros macristas, los macristas de corazón derrotado.
(***)
Un corazón derrotado no es algo que se cure así nomás. “Guardar silencio y caminar”, podría ser una forma de terapia. Una forma de resistencia material, más que simbólica o discursiva. Una toma de Aikido a tanta fuerza hostil, “una manera de mantener a salvo una dimensión interior frente a las agresiones externas”. El silencio, entonces, como condición de posibilidad de conexión con ese espacio interior. El caminar sin meta concreta y como fin en sí mismo: como constatación del propio cuerpo, de la propia respiración, de la propia fuerza, del propio deseo. Caminando y en silencio se cuecen complicidades y conspiraciones. Y de paso se apaga la pantalla y se entrega una a la Vida.
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Amanecimos, como es habitual, con la criminal objetividad de la derecha argentina expuesta claramente y repetida a coro: «Maldonado murió ahogado o por un infarto provocado por un shock hipotérmico. No sabía nadar y las aguas son muy frías en el invierno del sur patagónico. Sólo el interés político o electoral puede seguir insistiendo en la responsabilidad del Estado». La banalidad del mal hecha, una vez más, por Morales Solá en su habitual nota de Domingo en La Nación[1]
Los datos disponibles al día de hoy confirman la figura de la Desaparición forzada:
1- Santiago Maldonado desaparece en una violenta acción represiva de la Gendarmería que entra excediendo una orden judicial a territorio mapuche en conflicto;
2 – La Gendarmería, el conjunto del Estado y medios afines ocultan información clave para el establecimiento de la verdad y la justicia, desde el comienzo hasta el final.
3 – Gracias a testimonios de mapuches en lucha pudimos saber lo que gendarmería y el estado ocultaron (¡Por ejemplo, que Maldonado sí estaba en el conflicto, que usaba campera celeste, el gobierno y gendarmería no lo reconocieron, aunque tenías las pruebas![2]);
4 – Al mando de la represión (tanto en enero como en agosto) estuvo el alto funcionario del Ministerio de Seguridad Pablo Nocceti, un fascista teórico y práctico del que ya no se habla (cualquiera puede googlear su legajo y sus declaraciones para el espanto). ¿La autopsia no da pruebas de que la Gendarmería haya detenido y golpeado a Maldonado? Puede ser, hay que esperar. No se trata de consumir las mentiras del gobierno y los medios ni repetir especulaciones que circulan sin fundamento sino de entender qué pasó realmente. Mientras tanto espanta el crecimiento de la «retórica centrista», suicida por donde se la mire: nadie es más responsable y objetivo en este país que los organismos de derechos humanos, y en este caso la familia Maldonado.
[1] http://www.lanacion.com.ar/2074539-una-muerte-la-especulacion-y-la-responsabilidad
[2] Por ejemplo, la última foto de Santiago Maldonado que Horacio Verbitsky hizo pública: https://www.pagina12.com.ar/69901-la-ultima-foto-de-santiago-maldonado
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