Entre la crisis y el contrapoder. Paradojas de la negación. (17 notas inspiradas en la revuelta boliviana) (20/10/2003) // Colectivo Situaciones
1- La negación mueve. Disuelve lo que era. Toda des-configuración nos entrega a un espacio virtual poblado de posibles. La negación, negando lo que es, puede sorprendernos. No es que ella se torne positiva. Pero sí que ella se encuentre con lo positivo.
De hecho, al mover, la negación no es pura disolución. Toda nueva configuración implica un reencuentro con las potencias que le permiten ser, moverse. La negación como desfasaje, como imposible identidad, como verdad (en el sentido en que, según Adorno, la «totalidad es la no-verdad») es apertura, convocatoria al devenir. Pero el devenir es positivo o, mejor, puede ser experiencia –y por tanto– punto de perspectiva, terreno habitable, acontecimiento creador: afirmación. Afirmación que, a su vez, niega doblemente: se niega para no devenir falsedad –identidad-, pero también niega en el sentido que agrede, con su potencia, la quietud del contexto. La actividad de la potencia inquieta. Su expansividad promueve reacciones. Estas reacciones –podríamos decir– son también negativas. Pero esta negatividad es de un sentido –aparentemente– opuesto a la primer negatividad.
2- Tenemos entonces dos negatividades. Una que opera dentro de un contexto constituyente, deconstruyendo, pero también impidiendo la identidad plena, la quietud (llamémosle a ésta negación resistente), y otra que opera por resentimiento ante la constitución (o negación reactiva). Y aunque tal vez no nos sea posible distinguir a priori de un modo radical ambas negaciones, quizás podamos contar con un recurso práctico que nos permita distinguir la naturaleza –resistente o reactiva– de cada negación concreta, a partir de situaciones concretas.
Proponemos reconocer la «negación resistente» a partir de ciertos rasgos: a- su sentido es el de empujar hacia la multiplicidad, y contra la unidimensionalización de la vida; b- el tipo de resistencia que ejerce es expresión de una potencia (de trabajo, de habla, de goce, de creación); c- por lo tanto, su temporalidad no es segunda, sino primera: la negación es expresión de una fuerza productiva. En términos de una situación concreta la temporalidad de la negación suele manifestarse como fundante. La resistencia, el «no», la negación, el «grito» (como dice Holloway) abre las puertas a la potencia. Con respecto a la «negación reactiva», ella es segunda, su cartografía es la de los poderes centralizadores, jerarquizadores, clasificadores: la afirmación con la que se vincula es la conservación y el bloqueo de todo posible devenir.
3- Las crisis latinoamericanas actuales están atravesadas por ambas negatividades: una, fundada en la violencia del capital y la represión de los estados, y otra en la defensa de los recursos vitales, y en las capacidades de resistencia. Del levantamiento zapatista, a la reciente rebelión boliviana, pasando por la insurrección de diciembre del 2001 argentino, la resistencia popular opera como elemento deconstructor, a la vez que abre a devenires múltiples. La potencia popular, genera, a su vez, reacciones. La dinámica es polarizante.
4- El antagonismo –o polarización–, no obstante, produce asimetrías de todo tipo. Lógica de la reacción contra dinámica de la resistencia. Cada modo de la negatividad se vincula con la naturaleza de su contenido histórico específico: la negatividad de la reacción es manifestación pura del carácter ontológicamente segundo, parasitario y jerarquizante del capital, mientras que la resistencia, como negación de lo que «hay», es reencuentro con lo primero –que no preexiste en forma pura, claro, pero que es siempre evocable de modos muy concretos en situaciones concretas–, con las potencias constitutivas, de la producción, la creación, la amistad y la investigación. Lógica de la captura contra lógica de metamorfosis. Vínculo sin vínculo entre polos ontológicos y políticos asimétricos.
5- ¿Debe formularse la pregunta sobre la conversión, es decir, sobre los modos en que cada negatividad deviene positividad, según sus principios? (cómo la reacción existe como poderes efectivos; cómo las resistencias actualizan potencias reales) ¿O nos pondríamos –por esta vía– demasiado abstractos? Retengamos, al menos, que aún en un eventual pasaje de un estado a otro las naturalezas en juego mantienen sus asimetrías (como lo revela toda la analítica de Marx sobre la dialéctica capital-trabajo).
6- Polaridad y asimetría; desencuentro, coexistencia y enfrentamiento; tales parecen ser los modos exteriores de vincular poder y contrapoder. Y sin embargo hay otras conversiones a retener: aquellas que convierten elementos de una naturaleza en operaciones de un campo de naturaleza otra. ¿Cómo deviene múltiple lo uno? ¿Cómo se reabsorbe lo múltiple en lo uno? Exterioridades relativas que se penetran constantemente, robándose terreno, contaminando e invadiendo zonas enemigas: una espacialidad fragmentada, pero repleta de placenteros senderos o pasajes interiores, de túneles, de fronteras militarizadas y de umbrales.
7- Las crisis son grandes truenos de la reacción. Son sus bostezos y sus quejidos. Los dolores de su muerte y los de su despertar: su mañana y su noche. Como costas en las que se encuentran sin tocarse las playas y los mares. No se disuelven los términos, pero combaten duramente dando lugar –en el límite– a fronteras no lineales, produciendo nuevas figuras, inestables. Danza de una asombrosa interpenetración: de desgastes y destrozos. En las crisis se conoce algo más de los hombres y de las mujeres (a la vez que, por eso mismo, se deshacen amistades). En ellas se ocasionan encuentros incómodos entre quienes, desde una vereda, conciben toda ruptura del orden –normalidad– a partir de un extraño efecto producido por la creación de nuevas subjetividades, como si éstas fueran siempre negaciones resistentes; mientras que, en la vereda de enfrente, se aglomeran aquellos que persisten en considerar la crisis como un acontecimiento sistémico, ajeno y sólo pensable como «disfuncionamiento». Las ciencias –sobre todo las sociales– como negación reaccionaria, en la medida en que imaginan la crisis como conjunto de «desperfectos técnicos», objetivos (así se los considere insolubles). Nos interesan los primeros, porque son quienes tienen ojos para ver en la crisis un proceso de agotamiento de aquello que, precisamente, entró en crisis, y para verse como artífices y no como víctimas de tal agotamiento.
8- Y bien: Las crisis no son el grado 0 de la resistencia. La experiencia argentina, mexicana o boliviana nos hablan de la preexistencia de la resistencia, su presencia en la producción de las crisis y los modos en llevar la crisis hasta el final. ¿Qué configuraciones surgen a partir deallí? ¿Qué ocurre con la convivencia de las experiencias asamblearias y las subjetividades fragmentadas, dependientes, posmodernas? ¿Cómo se renegocia la presencia de las masas insurrectas y la nueva subordinación del mercado mundial? ¿Qué nuevas imágenes, nociones y experiencias estamos produciendo desde América Latina?
9- ¿Contamos con lenguajes, imágenes y procedimientos perceptivos para registrar, acompañar y desplegar las potencias que anidan en las resistencias? ¿Hemos asumido una perspectiva interior a la espacialidad del contrapoder (de las resistencias) capaz de producir subjetividades anticipatorias de las crisis, capaces de atravesarlas e ir más allá de ellas, haciendo de las resistencia producción de nuevos estilos de vida?
10- Estado capitalista, fuerzas de seguridad, mercado mundial, fetichismo de la técnica y despolitización de las tecnologías, espectáculo y cuantificación de los flujos, producción de subordinación en las relaciones laborales y de consumo: he aquí la fisonomía de la reacción. Si el nuevo protagonismo social interviene sobre un suelo trabajado por las condiciones posmodernas, éste rechaza, sin embargo, sus conclusiones: el «olvido» de la potencia.
11- Podemos ventilar nuestras dudas más íntimas: ¿qué proyecciones podemos hacer sobre la base del surgimiento de esta nueva radicalidad política, que trabaja a partir de una valoración muy fuerte de la autonomía organizativa y de pensamiento, de la interdependencia horizontal, de una clara idea del conflicto social y político, y de una solidaridad aceitada entre grupos que no están llamados a coincidir más que en enfrentamientos puntuales contra la represión? ¿Qué nos espera una vez que hemos producido –empleando para ello el máximo de los esfuerzos– enormes tajos en el cuerpo del capital, una apertura que nos invita a un trayecto completamente desconocido, una aventura para la cual, sospechamos, no cuentan ya demasiado el conjunto de los los saberes y las tradiciones instituidas del pensamiento y los hábitos de lo social y lo político?
12- No se trata de revoluciones políticas, aunque sí de auténticas revueltas. O una revolución en los modos subjetivos del hacer. Multiplicidad que va componiendo su trama alrededor de problemas tales como la autogestión de recursos y saberes, en la perspectiva de una producción material de la vida a partir de estos nuevos focos de producción de valores. En Argentina fue muy evidente la modificación del paisaje a partir de la acción de los movimientos piqueteros (trabajadores desocupados); las cientos de fábricas ocupadas autogestionadas por sus trabajadores; las asambleas barriales que redefinieron –en los hechos– los espacios públicos de la ciudad; las redes productivas de una economía solidaria; las experiencias en salud, educación, derechos humanos y contrainformación; las investigaciones sobre la producción de un nuevo arte capaz de problematizar desde lenguajes más densos estos tejidos emergentes, una nueva estética que logra presentar esta experiencia más allá de estereotipos y confirmaciones impuestas por la figura (espectacular) del espectador, y un nuevo lenguaje que renueva el sentido de una lengua saturada por expresiones provenientes de los mass media, de una academia irremediablemente alejada, y de una jerga política que entiende la palabra como objeto de manipulación.
13- La negación como resistencia, en la América Latina actual se emparenta con la formación de nuevos trayectos en un tablero despedazado: sobre este suelo fragmentado se experimentan desplazamientos subjetivos y recorridos éticos que van más allá e impugnan la imagen de la víctima que padece. La crisis puede ser asumida no sólo en sus efectos devastadores y disciplinantes: el desierto puede ser también el terreno de agenciamientos de potencias productivas y subjetividades cooperantes.
14- Fuerza y fragilidad: negación deconstructiva, y carencia de modelos de totalización: Del repudio de la dominación a la configuración de nuevas prácticas y pensamiento.
15- Y todo esto en el contexto de una guerra reaccionaria. La cuarta guerra mundial. La hipótesis del contrapoder se torna imperiosa: extender redes concretas que protejan estos nuevos mundos emergentes. Si de un lado contamos con el peligro de una institucionalización que bloquee las capacidades creativas y los horizontes de expansión; del otro corremos un riesgo no menor en el llamado a reducir esta misma expansión a la «lógica del enfrentamiento», que privilegia la estrategia del espejo frente al poder.
16- Volviendo a nuestras preocupaciones más íntimas sobre la negación resistente: ¿con qué recursos contamos para expresar en imágenes, nociones generales y conceptos precisos este proceso de emergencia de un nuevo protagonismo social? Las descripciones que se intentan caen a menudo en un reduccionismo extremo, producto de una vocación descriptiva que no se interroga por los límites de sus propios recursos representativos. De allí que sea imprescindible el desarrollo de un pensamiento estético capaz de reorganizar representaciones novedosas que escapen a las ya agotadas mallas conceptuales de interpretación política.
Las resistencias han puesto en marcha una vasta operación (que es a la vez una nueva exigencia ética y estética) de intervención-lectura o lectura-intervención: un nuevo acoplamiento entre la materialidad de las prácticas y las capacidades del concepto; una encarnación de lo pensante y, a la vez, una pensabilidad del hacer; una destitución de la separación de la sensibilidad corpórea con respecto a la idea pura; movimiento este que dispone los saberes como inmediatamente operativos, volviendo posible la experiencia. Este nuevo territorio subjetivo, capaz de sostenerse por sí mismo y devenir fuente de juicios, enunciados, valoraciones, lecturas, actos, luchas, encuentros constituyen las claves del «pueblo por venir» (a veces presente, a veces ausente, y por tanto –como lo quería Deleuze– requiriendo del acto estético que lo preanuncie) . Se trata, sin dudas, de un territorio extraño, que se resiste a ser definido, reducido, objetivado. Una máquina capaz de seleccionar soberanamente su propio mundo relevante.
17- Si toda negación resistente implica un proyecto de agenciamiento (es decir, toda emergencia de un nuevo territorio subjetivo), este proyecto es a su vez producción de sus propias condiciones: la actual «crisis latinoamericana», o lo que ocurre bajo unos territorios que decidimos seguir llamando así, no será ya pues pensable sólo bajo la luz de las ciencias del mercado –esas profecías que nos hablan de los designios divinos de la diosa económica– sino, y sobre todo, del brillo de estos movimientos de recomposición, verdadero mensaje de las luchas latinoamericanas al resto del mundo.
Hasta siempre,
Colectivo Situaciones
Buenos Aires, 20 de octubre de 2003
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Los efectos del diciembre argentino (Octubre 2002) // Colectivo Situaciones
A finales del año pasado hemos vivido una insurrección de masas absolutamente singular: el movimiento del 19 y 20 de diciembre prescindió de todo tipo de organizaciones centralizadas. No la hubo en la convocatoria ni en la organización de los hechos. Pero tampoco a la hora de interpretarlos. Esta condición, que en otras épocas hubiera sido vivida como una carencia, en esta ocasión se manifestó como un logro. Porque esta ausencia no fue espontánea: hubo una elaboración multitudinaria y sostenida de rechazo a toda organización que pretendiese representar, simbolizar y hegemonizar la labor callejera. La inteligencia popular superó en todos estos sentidos las previsiones de intelectuales y las estrategias políticas. Aún más: tampoco el estado fue la organización central por detrás del movimiento. De hecho, el estado de sitio -que se declaró la noche del 19 con el fin de aterrorizar al movimiento- no fue tanto enfrentado como desbaratado. La pueblada de diciembre no fue una dispersión sin sentido sino una experiencia de lo múltiple, una apertura a nuevos y activos devenires. En resumen: su plenitud consistió en la contundencia con que el cuerpo social devino una multiplicidad activa, y en la marca que fue capaz de provocar en su propia historia. No estamos, en fin, frente a un poder constituyente sino, más bien, de un poder destituyente.
Y bien, el 2002 ha sido un año marcado por una pronunciada “aceleración de los tiempos” para las experiencias de contrapoder en Argentina. Los rastros de la insurrección de diciembre siguen operando, pero se han activado los mecanismos destinados a absorberlos, institucionalizarlos, ritualizarlos. De pronto, las asambleas vecinales que surgieron luego de los hechos de diciembre y los movimientos piqueteros (organizaciones de lucha de los sin trabajo, fundadas durante los últimos siete años), que en un comienzo intentaron confluir en una alianza político social, se ven interpelados “por la política seria” a decidir qué hacer frente a unas elecciones de cargos nacionales atípicas, llenas de paradojas.
En primer lugar: el estado nacional argentino ha perdido buena parte de sus capacidades reguladoras (pérdida propiciada por políticas neoliberales por él mismo implementadas). A la destitución del carácter integrador le sucede hoy el estado-mafia, ligado a negocios privados y a formas para policiales de coacción.
En segundo lugar: el llamado a elecciones intenta escamotear el significado más radical de la insurrección. Su consigna –“Que se vayan todos, que no quede ni uno sólo”- no está destinada a tal o cual político o grupo de ellos, sino a la misma representación política y a todo su aparataje y su personal.
La urgencia política aparece, entonces, bajo los requerimientos de un tiempo único –en este caso una convocatoria a elecciones– y su discurso aduce: “no hay tiempo para lo importante”; “lo fundamental es un lujo para el cual no tenemos tiempo”. Se reactiva así el más astuto de los artificios de reinscripción de la potencia: la ilusión de la política o la política como ilusión. Ella adviene con la buena nueva: “la resolución de todos los problemas pasa por la cuestión del poder”.
En fin, sucede que en nombre de calendarios electorales (o de golpes revolucionarios) surgen interpelaciones que invitan a alejarnos de la materialidad concreta de las propias experiencias.
Las capacidades de inscripción de lo político no han desaparecido. Su supervivencia actual es –nuevamente- paradójica: mientras que por un lado estas capacidades están dotadas de una resistencia asombrosa frente a las fuerzas expansivas de un contrapoder que pretende desplazarlas, quebrarlas; por el otro, estas capacidades de lo político (su pretendida autonomía relativa) han quedado radicalmente volatilizadas en la medida en que no logran expresar –siquiera indirectamente- la presencia de estas fuerzas adversas.
En efecto, no se puede decir que los mecanismos políticos de reinscripción funcionen a la perfección en la Argentina actual. Como muestra de ciertas imposibilidades del poder, vaya un ejemplo. Es sabido que todo poder actúa (re)negando de la violencia constitutiva en que se funda. Y bien: el 26 de junio se frustró una operación destinada a reforzar este carácter: ese día se reactivaba la lucha piquetera tras la insurrección de diciembre con una convocatoria significativa. Y se montó una operación policial destinada a producir efectos políticos sobre la configuración de la coyuntura nacional: una masacre sobre una fracción del movimiento piquetero que se hallaba cortando el tránsito sobre el Puente Pueyrredón, que une a la ciudad de Buenos Aires con la zona sur del conurbano; la policía fusiló a dos compañeros: Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.
Un fracaso similar se había producido ya el 19 de diciembre, dando origen a la insurrección misma. Esa tarde el país estaba conmovido por los saqueos de supermercados en varios puntos del territorio. El –hasta entonces– presidente de la nación dio un duro discurso convocando a restablecer el orden y decretando el estado de sitio. La respuesta fue, se sabe, los cacerolazos masivos.
Todo esto nos habla de hasta qué punto lo que sucede en Argentina es la manifestación del fracaso de los dispositivos de poder encargados de producir un “efecto sociedad”.
Tanto en el movimiento de los piqueteros (que es más heterogéneo de lo que se cree) como en el de las asambleas barriales de las ciudades (que tampoco son monolíticas) se fortalece una línea de consolidación de colectivos politizados, lanzados a la acción pública, ligados a diferentes incitativas de producción de una verdadera sociedad paralela. Se vuelve visible la emergencia de un denso entramado de redes sociales que no eran percibidas -hasta diciembre del 2001- como lo que son: la socialización de un hacer práctico, la base del desarrollo de un auténtico contrapoder. Y es al interior de estas experiencias donde se venía haciendo y donde persiste un intenso proceso de elaboración sobre la ineficacia de las formas tradicionales de la política, centradas en la idea organizadora de la toma del poder.
Desde este punto de vista se reivindica el principio de la autonomía organizativa a la vez que la interdependencia práctica entre los movimientos. Ya no se discute el hecho de que no hay radicalidad auténtica sin una capacidad de decidir con cabeza propia. En efecto, autonomía es inmediatamente autoproducción de un tiempo propio y singular: el tiempo del pensamiento y la creación de nuevos modos de producción de la vida. De lo contrario, nociones como articulación, constitución de redes y horizontalidad se reducen a nuevas certezas (puramente ideológicas) que agotan demasiado pronto los posibles de su situación.
La indagación militante, la búsqueda y el compromiso no son elementos de una “nueva imagen” o un “nuevo discurso”, sino el herramental mínimo para trabajar sobre ese material que es la dinámica -ambivalente- del surgimiento de nuevos valores y la resistencia de los aún dominantes. En efecto, sólo un deseo activo y no utilitario puede llevar a fondo tal deconstrucción, mantenerse fiel a las fuerzas expansivas del contrapoder y permanecer atento a la emergencia de nuevos valores en la dinámica práctica, social.
La experiencia existencial de la fragilidad y la soledad constituyen, en este devenir, momentos más fundamentales que el reconocimiento y el eco fácil. Porque son compatibles con la desaceleración introspectiva de lo más íntimo de nuestras búsquedas vitales.
Es esa la base de nuestra alegría actual: la persistencia en el reencuentro con las propias capacidades de actuar y de pensar, que produce esta dicha intensa y corporal constituyente.
Hasta Siempre,
Colectivo Situaciones
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Otra vez Gaza, otra vez la política de la masacre sistemática
quñéLa derecha que gobierna Israel nos hace saber, una vez más, qué se propone en Gaza. La CNN registra fotográficamente
¿Cerca de la revolución? (Septiembre 2002) // Colectivo Situaciones
¿Hay en la Argentina una revolución en marcha? Tal parece ser la pregunta que, como esperamos mostrar en este artículo, no encuentra respuesta fácil y definitiva.
I- Insurrección
Durante los días 19 y 20 de diciembre Argentina vivió una auténtica insurrección de masas. Pero para evitar todo malentendido, desde el comienzo mismo expliquemos a qué estamos llamando insurrección. En primer lugar: se trató de una pueblada de nuevo tipo en la que no hubo líderes exteriores, promesas de futuro, programas, ni organizaciones centralizadas al frente de las multitudes callejeras. En segundo lugar: fue un ejercicio popular destituyente respecto a los poderes políticos instituidos –y de la misma relación de representación política–, al punto que la consigna general del movimiento insurreccional fue y sigue siendo: “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.
La insurrección argentina de diciembre dijo “no”: y lo hizo de manera contundente. Pero ese “no”, palpable desde hacía ya un buen tiempo, no hizo sino enriquecerse y fusionar en su cuerpo significante deseos largamente anhelados, demandas insatisfechas, y hartazgos inaplazables. Ese “no” positivo también produjo una afirmación: las nuevas posibilidades a recorrer.
Y, precisamente, una de las grandes virtudes de la insurrección de diciembre fue otorgar visibilidad a la existencia y al desarrollo de un contrapoder anterior y extendido a lo largo de todo el país.
Ese contrapoder, que no siempre había sido reconocido como tal, y que ahora se presenta en su multiplicidad –heterogéneo y desarticulado–, se hizo presente en toda su potencia al ritmo de una crisis furibunda que, sin embargo, no explica totalmente su emergencia.
Nuestra hipótesis es que la insurrección tuvo un doble sentido: el de decir “no” a la modalidad capitalista del hacer –político y económico– a la vez que el de comenzar a producir categorías y mentalidades capaces de percibir las características de un nuevo protagonismo social.
II- Un nuevo protagonismo social[1]
El nuevo protagonismo social –es decir, el contrapoder– no es, como podría pensarse, un efecto mecánico ni un producto directo de la insurrección. De hecho, la experiencia de las luchas piqueteras –por poner un ejemplo entre otros posibles- es muy anterior.
Para explicarnos: concebimos al nuevo protagonismo social como a una forma –algo esquemática pero útil– de referirnos a las estrategias de subjetivación contemporáneas; es decir, aquellas que asumen hasta qué punto trabajan en un contexto radicalmente alterado tanto por las nuevas condiciones de la dominación, como por la experiencia de la caducidad de muchos de los referentes –teóricos y organizacionales– clásicos de la resistencia. El nuevo protagonismo social está en la base de un nuevo radicalismo político caracterizado frecuentemente por la propensión a la autonomía respecto del estado, del mercado y de los partidos, la acción directa, la socialización autogestionada y horizontal, la escala situacional del pensamiento, etcétera.
El contrapoder en la Argentina es simultáneamente extendido y frágil. Lo primero se constata a simple vista: decenas de miles, sino cientos de ellos, se han entregado a desarrollar actividades alternativas vinculadas a la salud, a la educación, a la economía, a los derechos humanos y a la cultura. Al mismo tiempo, se despliega el movimiento de los desocupados –piqueteros–, la lucha social más dinámica de los últimos años, y el movimiento de asambleas populares de vecinos en las ciudades más importantes del país.
Pero también hay fragilidad: porque hay más preguntas que respuestas, porque se improvisa en todos los ángulos, porque la creación radical que la época demanda es a la vez un flanco débil y porque la invención de formas subjetivas radicales no está asegurada.
Se ha afirmado reiteradamente que la resistencia actual encuentra una diferencia con la resistencia tradicional: y es que no se organiza, sin más, a partir de la lógica del enfrentamiento, sino que encuentra un principio de consistencia alrededor de aquella máxima ya mítica de Deleuze: “resistir es crear”. Y así es: ya no se trata puramente de una resistencia política, sino de una que, simultáneamente, debe producir vida, lazo social, hacer material. Este es el programa –y la raíz– de las experiencias del contrapoder.
III- Crisis y contrapoder
El estado nacional en Argentina se ha transformado. Se ha degradado. Ha sido presa de las políticas neoliberales, de la aceleración de los flujos globales del capital (llamada globalización) y ha sido apropiado por verdaderas mafias. Una nueva formación social surge en Argentina: la fragmentación social, el empobrecimiento masivo y la destrucción de la vieja estructura productiva. ¿Qué implica esta novedad para el pensamiento de las experiencias de contrapoder? Dos cosas aparecen claras: a- el estado actual ya no es el (no tan) viejo Estado Nación, con sus capacidades efectivas de integración, aún si siempre fueron limitadas; y b- existen hoy importantes recursos de dominio que se despliegan relativamente por fuera del estado mafioso en condiciones neoliberales.
Actualmente no existe un monopolio de la moneda de curso legal. No sólo por los bonos que producen los gobiernos nacionales y provinciales, que conservan una cierta legalidad estatal, sino sobre todo por la circulación de los “créditos” de las redes del trueque. En Quilmes, Provincia de Buenos Aires, por ejemplo, se pagan impuestos con los créditos de la Red Global del Trueque. Tampoco existe un monopolio de la violencia. Durante los saqueos de diciembre los grandes supermercados trasnacionales contrataron directamente al personal de policía o gendarmería para que reprima, mientras que los medianos y pequeños mercados eran defendidos a los tiros por sus propios dueños. Podríamos seguir con los ejemplos: bandas policiales que se autonomizan del poder legal y político, guerra de mafias, seguridad privada, grupos parapoliciales, corrupción masiva en todos sus niveles, etc.
El capital tiene ante sí el desafío de construir formas mínimas de regulación estatal. Ellas pueden implicar: a-el intento de construcción de un estado neoliberal capaz de hacer imperar la ley, es decir, de recomponer en nuevos términos una autoridad política fundada en su capacidad técnica para desarrollar negocios en el país o; b- asociarse, como hasta ahora, en forma directa con el estado mafia, constituyendo núcleos de regulación por fuera del estado, sin revertir la descomposición y corrupción del aparato estatal.
Estas posibilidades deben tener en cuenta que el estado-mafia existe y, como tal, constituye un poderoso dato de partida para cualquier análisis y proyecto y que, por tanto, sea lo que sea que vaya a suceder a nivel de la organización de la dominación (signada por la necesidad de valorización del capital) ese resultado será intermedio entre estos posibles.
Estas opciones, además, están cruzadas por otros movimientos fundamentales de la coyuntura mundial, continental y nacional que ni siquiera mencionamos ahora, pero que revelan una complejidad mayor y que tienen relación directa con las fuerzas imperialistas que pretenden que la Argentina ingrese al ALCA.
El capital precisa recomponer su dominio y no parece tener aún ni una estrategia única, ni una vía clara para hacerlo. La coyuntura nacional está signada por este hecho fundamental. No se trata de un vacío de poder, sino de un proceso más complejo. Lo que está en juego es qué tipo de capitalismo es posible en el contexto actual determinado tanto por la degradación política e institucional, como por la presencia de redes extendidas de contrapoder.
IV- 26 de junio
Los últimos días de junio las luchas piqueteras volvieron a tomar la calle. El 26 de junio, más precisamente, se preparó una manifestación de varios grupos piqueteros, y el gobierno dispuso que no se ocupasen los puentes que unen a la provincia de Buenos Aires con la ciudad. Esos puentes tienen una larga historia: cada vez que las multitudes se han activado han hecho de esos puentes un camino al centro de la ciudad. En un cierto momento empezó la cacería policial. Hubieron cientos de heridos y detenidos –legales e ilegales– y un comisario fusiló –no metafóricamente, sino literalmente– a dos compañeros del movimiento piquetero. La impunidad policial fue tal que los asesinatos fueron hechos ante testigos, periodistas y hasta fotógrafos: todo quedó perfectamente registrado.
Si el poder soberano tiene el poder de matar y dejar vivir, como recordaba Foucault, el biopoder trabaja a partir del cuidado de la vida de la población (dejar morir, hacer vivir). Foucault percibió agudamente hasta qué punto los estados biopolíticos no abandonan sus facultades soberanas. Sin embargo, el escándalo de un estado matando, en condiciones biopolíticas, aparece como posible en la medida en que los blancos del exterminio fueran previamente presentados como un peligro para la vida. A esto llamaba Foucault el racismo moderno de estado.
Lo sabemos: no se mata igual a un “incluido que a un excluido”. No se mata igual a un “ladrón” que a un “ahorrista” (y menos aún, a un “ahorrista” que a un “banquero”). No se mata igual en la capital del país que en una provincia. Matar, lo que se dice matar, es una operación doble, cuando corre por cuenta del soberano: 1- Es la selección de los asesinados y su exclusión de la esfera de pertenencia de quienes son protegidos por el poder biopolítico. 2- Y es matar efectivamente. Las muertes de los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán revelan el escándalo –para el poder– de la operación soberana fallida.
El mismo mecanismo había sido intentado durante los días de diciembre. Se pretendió impedir la confluencia de “excluidos” e “incluidos” por medio de la postulación de los primeros como elementos peligrosos. Se decretó un estado de sitio que falló. Y decimos: falló porque ya “nadie protege a nadie”. Entonces, si nadie protege a nadie ¿para qué está el estado y para qué los políticos? El reverso del “que se vayan todos” es el fracaso de la regulación estatal de las redes biopolíticas.
Lo que falló fue la operación biopolítica fundamental: la del racismo, que permite al soberano matar sin alterar el principio que lo valida: proteger la vida.
El 26 de junio muestra dos cosas. De un lado, el proyecto del poder: construir un estado biopolítico (racista). Y también muestra su fracaso. Por otro, nos muestra el potencial del contrapoder de aparecer en este contexto como la vía más efectiva para desarmar estrategias fascistas y promover un nuevo protagonismo, capaz no tanto de defender la vida, como de producirla, desbiologizándola, para desarrollarla en su multiplicidad: esta es la singularidad del contrapoder hoy en la Argentina.
V- Experimentos y redes
Actualmente, para las experiencias del contrapoder y sus redes de abastecimiento, de contrainformación y contracultura es fundamental calibrar esta situación tan novedosa: el estado ya no integra sino excluyendo. Resulta importante retener este aspecto del problema. El contrapoder ya no tiene como perspectiva posible la lucha por la integración, sino que va tomando la forma de la autoafirmación de las posibilidades de una marginación subjetiva del mundo de los valores dominantes.
Desde el contrapoder, pareciera inevitable que se asuma la necesidad de fortalecer lo que John Holloway nombra acertadamente como la “socialización del hacer”: la extensión de vínculos productivos y de experiencias de economía alternativa. A la vez que se adopta una nueva perspectiva de la relación entre política y gestión que permita sostener con éxito el vínculo con gobiernos locales que no se decidan por la represión, sin que esto signifique caer en la trampa de asumir directamente la gestión de estados municipales ni provinciales.
Lo fundamental, parece ser, entonces, la capacidad de producir una temporalidad propia que permita al contrapoder socializar estas redes del hacer (que abarcan cada vez más la extensión de una sociedad paralela) a la vez que se elabora una teoría política interior a la experiencia, capaz de orientar estrategias exitosas de autodesarrollo en las actuales condiciones.
La apuesta a la autonomización de la reproducción de las experiencias radicales precisa de hipótesis prácticas para su propia proyección y para ser efectivamente recorridas.
Y bien, de lo que venimos diciendo se desprende una: en Argentina se ha autonomizado un conjunto de redes diferentes -más o menos difusas, más o menos organizadas; no totalmente consistentes ni efectivas- sobre las cuales se funda la dinámica de producción y reproducción social alternativa. Se trata de redes de trueque (intercambio de bienes y servicios sin moneda legal donde intervienen más de tres millones de personas), ocupación de fábricas por los propios trabajadores (100 aproximadamente, según los diarios), experiencias comunitarias en salud (farmacias populares de remedios genéricos), en educación, en economía solidaria (comedores barriales y compras comunitarias), coordinadoras anti-represivas, etcétera, y los enlaces que entre ellas se van produciendo.
Estas experiencias son muy heterogéneas. Algunas, incluso, francamente oscuras. Pero a la vez hay millones de personas viviendo en ellas. En estas experiencias se mezclan punteros políticos y mafias vinculadas al aparato del estado junto a expresiones genuinas de reproducción vital para quienes fueron considerados muertos, durante años, por el mercado capitalista.
Esas redes tienden a la autonomía respecto del mando del capital en la misma medida en que han perdido toda posibilidad de inclusión/integración en condiciones mínimamente dignas. O, en otras palabras, en la medida en que ya no consiguen formas deseables de inclusión.
Estas redes tienen un potencial enorme en la medida en que pongan en movimiento todos sus recursos: ligar productores entre sí, productores con consumidores, nuevas formas de intercambio sin mediaciones mafiosas y, sobre todo, en la medida en que estos circuitos puedan sostenerse a partir de construir fronteras móviles con el mercado capitalista.
VI- La lucha de clases
En efecto, la lucha de clases gira alrededor del hecho fundamental de que el capital tiende a dominar de manera cada vez más directa sobre la naturaleza, la vida humana, y la riqueza cultural de los pueblos. En toda América Latina se ve de forma abierta cómo la lucha de los pueblos por controlar sus propias condiciones de reproducción entra en contradicción directa con las necesidades de la acumulación de capital.
Todo lo que se subordina al capital es brutalmente explotado. El capitalismo, como nunca, produce vida para la muerte. Su propia modalidad de acumulación produce, estructuralmente, exclusión.
Como contrapartida, cada vez más, la fuerza de las luchas radica en su tendencia a autonomizarse del mando del capital. Redes completas de cultura indígena, de campesinos y productores directos desarrollan un contrapoder cada vez más potente por la base de nuestras sociedades.
No es previsible –pero tampoco imposible, claro– que al corto plazo el contrapoder vaya a ser abatido. En todo caso no será tan fácil hacerlo. La sociedad capitalista tiene poco o nada para ofrecer a quienes logran constituir una sociabilidad al margen de su control y las soluciones puramente represivas son costosas desde todo punto de vista. Sin embargo, la combinación de cooptación y represión siempre está a la orden del día.
Aún así resulta posible vislumbrar una convivencia en el tiempo entre un poder capitalista (bajo la forma que finalmente adquiera) y un contrapoder que se aleje cada vez más de la guerra abierta y tienda a autoafirmarse en nuevas formas productivas y reproductivas.
Si lo que desarrollamos aquí no es simplemente una locura (y, repetimos, no tenemos como negarlo) estamos en condiciones de insistir en dos conclusiones: a- Que el capital debe resolver (en Argentina) sus dilemas ligados a las formas de valoración y a la regulación de la lucha de clases. Y que se está jugando en este momento las modalidades específicas de articulación directa entre capitales y mafias. Y que esta resolución se da en el contexto de la emergencia de un contrapoder de proporciones. b- El propio contrapoder, en su desarrollo, debe también resolver una cantidad de cuestiones fundamentales en relación con el estado, los gobiernos locales, el hambre, los medicamentos, las formas de autogestión, el vínculo entre experiencias, las formas de autodefensa, etc.
Así, el capital, como control (y aspiración del control) de la potencia productiva de los pueblos y de la vida y, por otro lado, el contrapoder, como tendencia a la autonomización de la reproducción de la vida, configuran el eje fundamental de la lucha de clases actual y su convivencia, novedosa, no promete ser un lecho de rosas.
La convivencia de un poder capitalista en permanente recomposición y de un contrapoder que está también en permanente recomposición produce ansiedad en quienes, de un lado y otro, querrían resolver la partida en una sola movida.
Desde el punto de vista del contrapoder, sin embargo, es vital obtener tiempo. Afianzar estas redes. Madurar una teoría política que permita comprender mejor cuestiones tan complejas como las relaciones entre las instituciones estatales y las políticas de base, entre presencia efectiva de las luchas y niveles representativos, entre liderazgos situacionales y caudillismos, entre producción y reproducción de la vida, entre autodefensa y éxodo, entre enfrentamientos necesarios y protección de los compañeros y las experiencias, entre desarrollo local, nacional y continental, etc.
La dificultad, además, probablemente esté ligada al tipo de militancia concreta que emerge como modelo de estas redes autónomas. Ya no se trata de un especialista en ideologías ni en enfrentamientos, sino de operadores situacionales de pensamientos y prácticas, artífices virtuosos de la producción y la reproducción social. Categorías de una nueva teoría política del contrapoder.
Claro que no es fácil. Se trata de una hipótesis a desarrollar hasta el final. Pero hay buenos ejemplos de experiencias en todo el país, y en todo el continente, que apoyan esta línea de desarrollo.
No se trata de una solución a todos los problemas. Tal vez la represión, cada vez más presente, obligue a modificar algunos aspectos. Es decir que aún trabajando por esta vía el enfrentamiento es una realidad dura, a asumir. Pero un nuevo horizonte se alza por encima de esta pista: a- la fusión entre reproducción vital y política; b- una mejor comprensión de las posibilidades de la relación entre las instituciones representativas y las experiencias de base y c- evitar la lógica del enfrentamiento para trabajar radicalmente la autoafirmación.
[1] Ver Colectivo Situaciones, Piqueteros. La rivolta argentina contro il neoliberalismo, Derive Approdi, octubre de 2002.
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