Anarquía Coronada

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Gustavo Rearte y el origen de la Tendencia revolucionaria del peronismo // Diego Sztulwark

Hace algo más de medio siglo, se creaba la primera Tendencia del peronismo revolucionario de la mano del dirigente Gustavo Rearte. Un libro reciente, La patria socialista (Ediciones en Lucha, Buenos Aires, 2020), creado por militantes de ese movimiento -Eduardo Gurucharri, Jorge Pérez, Edgardo “Cambá” Fontana y la fallecida Sara Alfaro-, reúne por primera vez valiosos documentos y testimonios de la corriente que bregó durante una década y media por la unión de la estrategia armada, la lucha de masas y la organización político-ideológica.

La corriente fundada por Rearte tomó nombres y senderos distintos desde el lanzamiento del MRP -el 5 de agosto de 1964-, pasando por la JRP y su sucesor el MR17, el FRP y la fusión de los dos últimos en el FR17, previo a la derrota bajo la última dictadura.

Creado a instancias de un Perón exiliado en Madrid, a través del financista Héctor Villalón, y sometido a los vaivenes de sus disputas con el neoperonismo liderado por el dirigente sindical Augusto Vandor, el MRP surge con la intención de agrupar a la militancia combativa del peronismo en una única organización, con el propósito inmediato de dinamizar el retorno del líder, a cargo por entonces de las estructuras sindicales burocratizadas. Muy pronto, la Juventud Revolucionaria Peronista siguió su camino y, como otras vertientes de la militancia, recibió la influencia de la Revolución Cubana. Rearte viajó a la isla en 1966, al tiempo que consolidó su afinidad con la Acción Revolucionaria Peronista (ARP) de John William Cooke. Mientras, colaboraba con el entonces nuevo delegado de Perón, el mítico mayor Bernardo Alberte, quien perdería en abril de 1968 la jefatura táctica del movimiento, por haberse recostado sobre su ala revolucionaria. Eduardo Gurucharri publicó, en 2001, Un militar entre obreros y guerrilleros, una biografía política de Alberte que incluye su correspondencia con Perón. 

Luego de los estallidos populares de 1969, la organización de Rearte pasó a denominarse Movimiento Revolucionario 17 de Octubre. El intento de constituir una organización nacional que articulase la lucha armada con la lucha de masas es argumentado en el texto de Rearte  “Violencia y tarea principal”.

Rearte, de sólida implantación territorial en el peronismo de La Matanza, y otros notables referentes de la resistencia peronista como Jorge Di Pascuale “vieron con aprensión y a despecho del optimismo predominante, el primer retorno de Perón al país”, en noviembre de 1972. Unos meses después, en julio de 1973, fallece Rearte con apenas 40 años. El MR17, la organización heredera tras la muerte de su líder, apoyó la candidatura de Perón, reprobó públicamente el atentado contra el secretario general de la CGT, José Rucci, y el asalto del ERP al cuartel de Azul, condenó la acción de la ultraderecha peronista y desistió de participar del acto del 1ro. de Mayo de 1974, en desacuerdo con el rumbo del gobierno.

Luego, el MR17 impulsó la unificación de los sectores del peronismo revolucionario afines al suyo. En mayo de 1975, concretó la fusión con el Frente Revolucionario Peronista de Armando Jaime y Juan Carlos Arroyo. El FR17 llamó a la resistencia popular contra el gobierno de Martínez de Perón y el golpismo militar.  En lo ideológico, reivindicó su adhesión al marxismo como teoría de análisis de la realidad.

El congreso clandestino del peronismo revolucionario, convocado por la JRP, del cual surgió la Tendencia, se realizó el 17 (en FOETRA) y el 18 (en el sindicato de Farmacia) de agosto de 1968. El texto del llamamiento corrió por cuenta de Rearte. Este proponía la inminente unidad de las organizaciones peronistas dispuestas a asumir una estrategia revolucionaria de la lucha armada, apegada a la lucha de masas. Dirigentes clave como Jorge Di Pascuale (del gremio de farmacia y de la CGT de los Argentinos), Juan García Elorrio (director de la revista Cristianismo y Revolución), Alicia Eguren y John W. Cooke (de la ARP) y el mayor Alberte se sumaron a los preparativos. Una de las consecuencias inmediatas del encuentro fue la publicación del mensuario Con Todo. Su primer número salió con una hoja suplementaria, escrita de urgencia por Alicia Eguren, anunciando el fallecimiento de Cooke, el 19 de septiembre de 1968, el mismo día en que resultaba abortado el intento guerrillero de las FAP en Taco Ralo, Tucumán, menos de un año después de la caída del Che en Bolivia. 

En agosto de 1967, se había celebrado en La Habana la Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Aquel encuentro se proponía apoyar activamente las luchas contra las dictaduras proimperialistas de América, y nombró como presidente honorario al Che, ya instalado en Bolivia. La delegación argentina de siete miembros, presidida por Cooke, tuvo una fuerte representación del peronismo revolucionario, cuyos principales dirigentes -entre ellos Cooke y Rearte- dieron a Guevara garantías de apoyo en caso que llegase a la frontera argentina.

La tendencia revolucionaria del peronismo fue la corriente que con mayor intensidad registra, en la Argentina, el doble proceso de una revolución democrático-burguesa o de “liberación nacional” interrumpida (peronismo), y una naciente revolución de proyección continental (la Cubana). Entre Madrid y La Habana, entre Perón y Guevara, se gestó una sensibilidad específica, de nítida presencia en la correspondencia entre Perón y Cooke, contra la que reaccionó la derecha peronista y la burocracia sindical, primero, y luego el Plan Cóndor, dimensión regional de la doctrina de seguridad nacional. 

Entre los textos preparatorios del Congreso del MR17, en octubre de 1974, la corriente de Rearte expone su balance de la derrota en Bolivia y realiza una crítica explícita a la doctrina foquista de Guevara. Si el Che acertaba en desarrollar la lucha armada y oponerse al pacifismo de los partidos comunistas, erraba sin embargo al reducir la lucha armada al foco rural: “La experiencia demostró que la mera instalación de un foco guerrillero no aseguraba el desarrollo de condiciones subjetivas” de la revolución. El grupo de Rearte insistía en su camino de vincular la estrategia armada con la lucha ideológica y la organización política, con el trabajo entre las masas, en particular obreras, y prestaba particular atención a las diferencias específicas entre distintas regiones del continente.

Del amor revolucionario como insurgencia afectiva internacionalista. A 50 años del asesinato del Che Guevara. // Colectivo Vitrina Dystópica

Dedicado a los internacionalistas chilenos Tirso Montiel, Rigoberto Zamora Sasso y Elmo Catalán Avilés, desaparecidos en la Selva de Beni a manos del ejército yankee y los rangers bolivianos durante el proceso de reagrupamiento guerrillero del ELNB dos años después a la caída en combate de Ernesto Che Guevara.

 

A 50 años del asesinato del Che Guevara, escribir sobre su memoria sólo podemos plantearlo como una inclinación estratégica urgente de parte de las luchas presentes hacia las intensidades combativas acontecidas en la historia pasada. Una pregunta inquieta y desafiante por las memorias de las resistencias y las intensidades vitales que pusieron en juego tornando posible realizar una lectura a contrapelo de la siniestra y totalitaria realidad capitalista del presente, buscando propiciar una estrategia implicante, amical, con las y los que ya no están la cual nos permita definir algo así como un “nosotrxs”. Una pluralidad de modos de vivir y resistir, desde abajo y a la izquierda, haciendo persistir sus cuerpos frente a la condena capitalista de la servidumbre y el terror social con la que se nos diezma.

Totalitarismo transnacional de la deuda, que se acompaña de una reemergencia de las figuras más siniestras del neo-colonialismo y el neo-fascismo, ambas bajo una investidura, nazionalista, (neo)“desarrollista” y extractivista que agota y desertifica los bienes comunes de los territorios, declarando la guerra a las formas de vida que en ellos aún resisten y ejercen efectivamente la autodeterminación, como en el caso de nuestros pueblos indígenas. Al mismo tiempo, esa desesperación es alimentada por máquinas que vierten sobre la subjetividad de todas y todos, convertidos en espectadores de nuestra propia miseria, un goce con la crueldad a la que estamos expuestos diariamente, normalizando un trato insolente, aislante y desensibilizador con todas las expresiones de malestar y dolor social que lastimosamente componen el retrato de nuestra sociedad contemporánea.

Sin duda, la normalización del terror social, el aislamiento y la desensibilización, acompañadas de ortopedias identitarias que rebrota el facismo para permitir “aliviar” la incertidumbre y confusión con que nos contiene el capital en estado de impotencia frente a la derrota permanente, son las nuevas figuras del enemigo con la cual se reorganiza la lucha de clases en un contexto en que el capitalismo torna invisibles los rostros de los administradores de la miseria, o apela al borramiento de las fronteras para las vidas devenidas mercancías o empresa, no obstante las recrudece para las vidas que, expoliadas por la banca y el trabajo precario, se vuelven a la migración. Explorar la dimensión sensible y afectiva de los mundos en resistencia, se torna una exigencia histórica frente a este contexto globalitario de guerra económica en la cual todas y todos son abstraídos de sus capacidades transformadoras y empáticas a condición de ser “integrados” a la máquina financiera como cuerpos a los cuales no podamos dignamente llorarles ni menos vivir el duelo que les significará ser apresados, desaparecidos o embargados por resistir la muerte.

“El hombre está dirigido por un frío ordenamiento que habitualmente, escapa al dominio de su comprensión. El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella actúa en todos los aspectos de su vida, va modelando su camino y su destino…Las leyes del capitalismo… actúan sobre el individuo sin que éste se percate. Sólo ve la amplitud de un horizonte que aparece infinito… (cabría aquí la disquisición sobre cómo en los países imperialistas los obreros van perdiendo su espíritu internacional de clase al influjo de una cierta complicidad en la explotación de los países dependientes y cómo este hecho, al mismo tiempo, lima el espíritu de lucha de las masas en el propio país…)”[1]

Queremos referir antes que al nombre propio del Che, a las fuerzas afectivas y sensibles que su historia y presencia puso en juego y en acto como potencia revolucionaria anticapitalista: al internacionalismo como potencia afectiva e insurgente sin fronteras, por un lado, y al amor revolucionario como conciencia sensible de las particulares condiciones de resistencia de los pueblos explotados, por otro. Ambas articuladas como situaciones de con-frontación, en las que las fuerzas expoliadas por las operaciones trans-nacionales de devastación se ven inclinadas a estrechar alianzas estratégicas entre sí, compartir sus heterogéneas experiencias corporales respecto a las violencias que las mantienen en pie de lucha e interpretar los marcadores afectivos con que cada revuelta expresa, mapea, nombra y traduce las condiciones históricas y materiales de la acumulación capitalista a la que se enfrenta.

Internacionalismo pensado como propagación de “uno, dos, tres Vietnam”, comprendidos cada uno de estos como situaciones de organización e insurgencia estratégicas, en las cuales, las poéticas de la revuelta y los saberes locales desplegados por los grupos minoritarios en pie de lucha puedan volverse imperceptibles a las máquinas de aniquilación imperiales y asestar golpes desestabilizadores a las programaciones trans-nacionales y subjetivas de control capitalista. Por situaciones de con-frontación, articuladas en un internacionalismo materialista y sensible, apostamos por buscar alianzas entre los pueblos que puedan ponerle preguntas a su tiempo y lugar más allá de los marcos con los que se encierra la dignidad en la medida, calculable y capitalizada, de “lo posible”. Mundo de muchos mundos, amistades excéntricas y sin fronteras, que se permitan habilitar espacios de intercambio de acuerdo con la fuerza que puedan desplegar entre sí y como efecto de una práctica de intensificación de sus experiencias vitales, armándonos de nuevas estrategias de autodefensa coherentes a los marcos bélicos en los que se enquista y satura la imaginación política contemporánea. Con lo común del nombre del Che Guevara referimos a una piel y un con-tacto entre las vivencias de las pueblas minoritarias en conflicto, las cuales en torno a una presencia sin fronteras buscaron encuentros y compañías, premisas y lenguajes, narrativas y entusiasmos, para resistir las condiciones materiales del capitalismo imperial más allá de las fronteras y distancias, tanto geoterritoriales como subjetivas, que les aislaban entre sí al yacer  mediadas por un lenguaje del reconocimiento sobredeterminado por una gramática identitarista y chauvinista de los estados-naciones capitalistas.

La fuerza de lo común a la que hago referencia, el Che, la denominó amor revolucionario, e incluso la concibió como una potencia que pasó a constituir un rasgo cualitativo fundamental de toda campaña revolucionaria. En sus textos y discursos en esa fuerza sentimental es que se deposita la guía de toda inclinación insurgente, convirtiéndose en condición de posibilidad de la construcción teórica y analítica de la lucha de clases. En una de sus cartas señalará: «¿Quién ha dicho que el marxismo es la renuncia de los sentimientos humanos (…)?. Si precisamente (…) fue el amor al hombre, a la humanidad, el deseo de combatir la desdicha del proletariado, el deseo de combatir la miseria, la injusticia, el calvario y toda la explotación sufrida por el proletariado, lo que hace que de la mente de Carlos Marx surja el marxismo. Pero, ¿qué lo hizo ser ese intérprete sino el caudal de sentimientos humanos de hombres como él, como Engels, como Lenin? …”. Amor revolucionario como potencia activa de un materialismo sensible, basado en la capacidad de vinculación de los cuerpos y en la expresividad no-lingüística de la condición del malestar de las clases expoliadas como acción transformadora, como potencia revolucionaria. Hablamos de un materialismo que interpreta las condiciones del estado de las fuerzas históricas, antes bien, desarrollando una exploración corpórea de sus potencias deseantes, sus intensidades y vigores, armándose una pragmática revolucionaria sólo desde la capacidad que tengamos de intensificar ese estado subjetivo y corporal de las fuerzas insurgentes en resistencia y persistencia frente a la muerte a nivel mundial.

[1] El socialismo y el Hombre en Cuba, Ernesto Guevara de la Serna, marzo 1965.

 

Texto publicado en febrero 2018 en el Dossier a 50 años de la muerte del CHE de Revista Mala.

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