Anarquía Coronada

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Todo terreno es político // Claudia López Mosteiro

 

El rastreo

 

                “El haber controlado ante cada caso confirmado el numero de contagios habla primero de la infraestructura del servicio de salud: poder testear aquí, hacer que el testeo fuera en el domicilio –desde los inicios– toda esa puesta en marcha del trabajo hizo que tuviéramos ante cada caso confirmado inclusive una disminución, en barrios donde las condiciones de vulnerabilidad son similares a otros de ciudades donde hay hoy mismo circulación intensa.”

“Son las condiciones de vida, y en los barrios el riesgo puede aumentar. Ese aumento está condicionado por la desigualdad. En ese escenario nosotros tenemos un sistema de salud y una presencia territorial que busca igualar, por eso fuimos críticos a esas concepciones que miraban la pandemia solo desde grandes centros hospitalarios y de intervenciones de las «camas críticas«. Es muy importante aumentar el número de camas, la ampliación de internación, pero también el desarrollo territorial. Cuando hay «clínica con vínculo sostenido» se puede ver de otra forma. Haber vacunado en el domicilio a los adultos mayores, a la población de más alto riesgo, haber llevado los medicamentos durante dos meses a la casa para que no se movieran, son elementos que ayudan a entender los resultados. Esa es la diferencia con un modelo que generó que muchas vueltas al domicilio provocaran más contagios en países donde había poca presencia territorial.

Leonardo Caruana, Secretario de Salud Municipal de Rosario.

Un sistema que busca igualar. Diario Página 12 –  Rosario 12. 7/6/20[1].

 

«Quizás nos concentramos mucho en los insumos y descuidamos un poco organizar el rastreo. Lo que pasa es que al principio no había evidencias de circulación comunitaria. Tal vez habría que haber empezado un poco antes«.

Gines González García. Ministro de Salud de la Nación. Diario La Nación. 14/6/20[2].

 

Cuidar

 

¿Dónde reside hoy el cuidado, el lugar protegido?

Se dice, en casa, o afuera pero con distancia y tapabocas.

Muchos equipos de salud salen en estos días desde sus lugares habituales de trabajo, hacia los barrios, villas, hoteles, a buscar a las personas que puedan estar enfermas o haber estado en contacto estrecho con alguien enfermo. Se trata de los lugares más desprotegidos, precarios, inciertos. Vamos deviniendo equipos todo-terreno: se suma a las tareas habituales, deshabituadas ahora, el trabajo cotidiano en los barrios. Algunos equipos ya lo venían haciendo, pero ahora se ha intensificado.

Los sabemos expuestos, nos sabemos expuestos.

¿Dónde, cómo, sentirnos seguros?

¿Bajo techo, en equipo, entre paredes, solos, protocolizados, acompañados, en red?

Como plantea Mario Rovere, la cuarentena es el primer nivel de prevención. Es una medida de Atención Primaria de la Salud; y éste es justamente el momento de desplegar la APS, no de replegarla.

 

En La Carbonilla

 

A partir de la detección de dos casos sospechosos de COVID 19 a fines de mayo en La Carbonilla, se decide que el CESAC 22 (Centro de Salud y Acción comunitaria), establezca una posta para la detección y seguimiento  de casos y de sus contactos estrechos, dado que es el Centro de Salud  más cercano al barrio, ubicado en La Paternal, que tiene una población de alrededor de seis mil habitantes.

La posta funciona todos los días, de 9 a 16 hs, incluidos los fines de semana, cubierta en dos turnos por todo el equipo de salud (administrativos, enfermeros, farmacéuticos, fonoaudiólogos, ginecólogos, kinesiólogos, médicos generalistas, odontólogos, pediatras, psicólogos, trabajadores sociales), organizado en grupos de entre cuatro y cinco personas cada turno, acompañados por promotoras de salud del barrio, para facilitar el recorrido y la llegada a los vecinos, y con apoyo de equipos de la Defensoría del Pueblo. Los primeros días –aún hacía calor- contábamos  sólo con un gacebo, luego se agregó un container; y hacia fin de junio se establece la base en una escuela cercana.

Mi primer día en La Carbonilla fue un sábado a las 8 de la mañana. Empezamos a armar el lugar, el gacebo, las mesas, sillas, el equipo de protección para vestirnos; era el tercer día de la posta. Mis dos compañeros médicos se van a recorrer el barrio con las promotoras, me quedo yo allí, con el equipo de la Defensoría.

A las 9.30 hs cae un joven de 16 años. Quiere saber si está bien; se siente bien, pero nos cuenta que su abuela está internada con COVID, su hermana de diez años también, y el padre está en el hospital acompañándola. Él se quedó solo en la casa. En ese momento pensamos que al ser contacto estrecho, aún asintomático, debía ir al hospital a hisoparse. Se lo explicamos, le dijimos que fuera a su casa a buscar lo que pudiera necesitar para estar un par de días en el hospital. ¿Hay tele? Nos preguntó. Y, ¿me van dar comida? Le dijimos a todo que sí, cruzando los dedos, confiando en que así iba a ser. Se fue a su casa y aseguró que en media hora volvía. Así fue, pertrechado con su mochila y un libro en la mano. Lo hacemos sentar en el lugar donde se espera el Corona-móvil, rebautizado coronabondi por una compañera. 

Me pongo a charlar con él, le pregunto qué libro trae. Me muestra: El concepto de la angustia, de Kierkegaard. Lo abre, trae anotado allí su número de teléfono –se lo habíamos pedido, no lo recordaba, y además su móvil lo tenía el padre-, y se ven unos dibujos, que cuenta que hizo su sobrino. Es como un libro-libreta, libro-cuaderno, de esas ediciones de tapa dura, azul.

Hay algo surrealista en este encuentro fortuito entre ese libro sobre la angustia, y las manos de un chico dispuesto a irse al hospital para estar con su familia y que le den de comer.

Charlamos un rato. “Mi mamá se fue a Perú, me abandonó,” es lo único que dice de él. Y que el libro se lo trajo una vez su abuela, junto con otros dos; y que “está bueno”.

Recuerdo que en estos días el presidente dijo Angustia es que el Estado te abandone. Otra vez, lo personal es político.

Finalmente se decide que como aún está asintomático no hay criterio para que se hisope. Se queda en su casa y lo pasaremos a ver en unos días.

A los seis días vuelvo a la posta, y nos toca ir a buscarlo, como a otros contactos estrechos de casos confirmados. Sigue asintomático pero esta vez sí se va a hisopar; está desayunando, lo apuramos, ya está por irse el móvil. Dice que su padre quiere hablar con nosotros, le decimos que venga, pero no aparece. Se trae a la posta su desayuno –arroz y fideos-; y lo bien que hizo, dado que el móvil se demora mucho. Cuando finalmente va a salir, me acerco a despedirlos, a él y a las otras personas que se van al hospital.

Todas solas, sin ningún familiar que los haya acompañado hasta la posta. Los saludo con la mano, como quien despide a alguien que se va de viaje. Mi compañero está al lado mío, no se da cuenta de que lloro. Pienso, qué suerte que con el barbijo, la cofia, los anteojos, la máscara, el camisolín, nadie se va a dar cuenta.

Me daba pena que se fueran solos, cada uno en un lugar del micro, distanciados. Sin saber si quedarían internados, cuanto tiempo, en qué condiciones. A su vez tenía la certeza de que estábamos haciendo lo que había que hacer.

Al rato apareció el padre del pibe, nos hizo algunas preguntas criteriosas; pero no llegó para acompañarlo.

Más tarde me di cuenta de algo obvio: la pena en una despedida es también del que se queda. Hay algo de la soledad, en cualquier despedida.

Estaba acompañada, y me sentía sola. Estaba sola, pero también me sentía acompañada. Por mis compañeros.

 

Adiós

 

Hace un tiempo Ricardo Klein me hizo este comentario a un texto que escribí sobre las despedidas: “Adiós era un saludo medieval que se decía cuando alguien se iba de la fortaleza protegida, o de la ciudad amurallada, hacia el afuera. Afuera donde no podía ser cuidado. Y el saludo, reducido hoy en el adiós, decía: A Dios te encomiendo -pues fuera de las murallas no puedo cuidar de ti-”.

En agosto se aprobó la Ley del derecho al último adiós, para acompañar a pacientes en contexto de pandemia.

Se habilitan los bares, las plazas, actividades comerciales e industriales, hasta se propone volver a clases a la intemperie. Pero aún no se habilitan los velorios y entierros.

¿Qué cuestiones se priorizan? Me pregunto cómo impacta en nosotros la imposibilidad de acompañarnos ante una pérdida, tener que contenernos el impulso natural, o mejor, la tradición cultural a estar allí donde juntos nos acompañamos en el dolor.

 

Nadie toca nada

 

Una psiquiatra cuenta que estando de guardia, llega en ambulancia una mujer de 59 años, pesa treinta kg, vive sola; como no contestaba el teléfono un familiar fue hasta la casa, la encuentra en estado de inanición; había estado dos meses en su casa encerrada, sin alimentarse; las paredes estaban todas escritas por ella, una típica situación de pequeño encierro -como las que solemos encontrarnos en el Programa AdoP-AdopI, de Atención Domiciliaría en Salud Mental-, añade la psiquiatra.

En el hospital se decide derivarla a su Obra Social, pero permanece internada durante dos días, dado que para ser derivada se requería el alta clínica.

La mujer no quería sacarse las botas, desconfiaba, quería irse.

Era el primer mes de la cuarentena, y parecía que tocar a un paciente podía desencadenar una tragedia; nadie quería entrar a la habitación; la mujer estaba extremadamente débil, se supone que quiso ir al baño a pesar de tener un pañal y la encontraron tirada en el piso: no se la podía tocar, la llaman a la psiquiatra -dado que estaba internada por salud mental- pero si se cayó, ¿fue acaso por su esquizofrenia? Había que esperar al camillero, que se vista de anticovid para levantarla; así lo hace y la dejan nuevamente en su cama.

Al día siguiente cuando se acercan para darle el almuerzo, la paciente estaba muerta. Al sacarle la ropa, la encuentran con su riñonera puesta, igual que las botas; recién ahí descubrieron que en la riñonera tenía una suma importante de dinero en dólares.

La psiquiatra se pregunta, en el hospital que siempre te roban cualquier cosa ¿cómo nadie se dio cuenta que tenía esa plata? Y además, nadie la había revisado.

Ahora, con el COVID,  nadie toca nada, concluye.

 

Los trabajos y los días

 

En “La vida y el trabajo deben continuar”  Sebastián Bartel, dice:

 

 “Freud invita a continuar trabajando. ¿Cómo continuar trabajando en un contexto como el actual? ¿A qué se refiere Freud con “trabajo”? Es un concepto que atraviesa su obra. Freud habla de “trabajo del sueño”, de “trabajo psíquico”, inclusive de “trabajo del duelo”. Hay una labor que es necesaria poner en práctica frente a determinados sucesos o acontecimientos”.[3] Diario Página 12.21/05/20

 

En estos tiempos se habla mucho de ansiedad, de cansancio. Y de que se sueña más.

Es que hay muchos trabajos psíquicos de los que ocuparse, algunos silenciosos, solitarios, como el del sueño y otros también colectivos.

Hay un esfuerzo en asimilar este nuevo mundo que habitamos.

Lo cual implica un duelo por lo que ya no está.

También hay un trabajo de anticipación, de prepararse para lo que se viene.

Sabemos que ha habido cambios, pero no sabemos bien cuáles; intuimos que hemos perdido cosas, y como en todo duelo, no es claro qué se ha perdido con esa ausencia; vislumbramos un futuro incierto y por lo tanto nos resulta muy cuesta arriba pertrecharnos para esa travesía.

Hace unas semanas me surgió esta pregunta: ¿cómo estar a la altura de lo que se nos va a requerir?

Entonces encontré una definición mínima de ansiedad, que nos da Daniel Calméls: estar aquí, queriendo estar allí [4].

Podría ser también algo así: añorar el antes, estando ahora; o querer ya habitar el mañana, cuando hay que atravesar el presente aún.

Sin siquiera saber lo que se nos va a requerir.

 

El camino es la red

 

Un compañero médico me dice: nunca vi tanto la fragmentación del sistema como con esta pandemia. Había ido junto a otros miembros del equipo del CESAC a la casa de un vecino que consultó por síntomas en su Obra Social, y a pesar de tener criterio de internación, lo habían mandado a la casa. El médico decide llamar él mismo a la Obra Social, y de esa manera activa el protocolo.

La fragmentación del sistema existe. Pero en cada intervención podemos trabajar para construir red, o no hacerlo; pero si no se hace, no es simplemente una omisión sino que seguramente se lo obstaculiza, o se mantiene y reproduce esa forma de hacer.

Nuestra tarea actual sigue siendo construir dispositivos que atraviesen transversalmente todo el sistema, que generen espacios y tiempos de articulación. La Red de Servicios tiene que poder atravesar y articular todos los lugares y sectores (público, privado y de seguridad social) del sistema de salud.

El seguimiento y acompañamiento de los recorridos –muchas veces inciertos y solitarios en estos tiempos de COVID- de las personas, se basa en la convicción de pensar los procesos de atención de la salud como continuidad de cuidados.

El trabajo no es sólo hacia, con, destinado a, los usuarios, si no a nosotros mismos, el propio sistema en el que trabajamos, donde no es que meramente estamos, si no que lo construimos y le damos sentido en cada uno de nuestros modos de estar allí.

 

¿Esenciales, héroes o qué?

 

Nos designan como trabajadores esenciales. A algunos les ha costado reconocerse en esa categoría, a otros ese ropaje les calza como anillo al dedo. A veces nos adulan como héroes.

Tal vez en estos meses se fue construyendo el sentido de lo esencial, de lo indispensable, de lo que no puede faltar, en aquello que hacemos; todo eso mezclado con la fatiga, la saturación, el temor, la incertidumbre, la certeza de que esa incertidumbre perdurará más de lo esperado.

Algo es seguro: de héroes, nada.

 

Fugaz

 

Una trabajadora social trata de conseguir un hotel para una familia que está en situación de calle. Cuando está a punto de lograrlo, la familia recibe diagnóstico de COVID  positivo y los envían a un hotel para permanecer en aislamiento. Con alegría le mandan fotos del hotel 4 estrellas al que los destinaron. Ella se agarra la cabeza –teme que se pierda la gestión que le llevó tanto tiempo-  ante esta felicidad pasajera.

Pero en verdad ¿cuál no lo es?

 

Mediocres

 

En estas últimas semanas asistimos a una mediocre y manipulada multiplicación de marchas anti cuarentena en muchos lugares del mundo. En España, un famoso que la convocó, llegó al colmo de no asistir.  En el centro de Buenos Aires, se celebra una quema de barbijos; algunos de los que lo ejecutan llevan uno puesto. Me pregunto si en cada una de ellas, los que allí concurren sabrán que están alimentando, produciendo y reproduciendo ese rencor, cuando lo que nos hace falta es que se vea muchos más cómo nos cuidamos entre cercanías amistosas.

 

Claudia López Mosteiro

Psicóloga 

Dra. en Salud Mental Comunitaria

Septiembre 2020

[1] https://www.pagina12.com.ar/270771-un-sistema-que-busca-igualar

[2] https://www.lanacion.com.ar/ciencia/coronavirus-gines-gonzalez-garcia-no-podemos-creer-nid2378952

[3] https://www.pagina12.com.ar/267136-la-vida-y-el-trabajo-deben-continuar

 

[4] ¿Qué nos está diciendo el cuerpo? Carlos Ulanosvky .El cohete a la luna. 17/05/20. https://www.elcohetealaluna.com/que-nos-esta-diciendo-el-cuerpo/

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