Estar en guerra // Diego Valeriano
Los pibes, las pibas, los guachines por los que ya nadie pregunta, las nenitas que lo único que quieren es que el novio de la mamá no entre a la pieza. Los murales, las lágrimas tatuadas, las velas que alguien prende, el dolor de la madre como único criterio de verdad. La piba que pone su cuerpo en cada comisaría donde pregunta por su novio que no aparece. Magalí, Marquitos, Joana. La política en patrullero.
Lo genuino, ese dolor en el pecho, esa angustia que crece. Blas, Facundo, Florencia, los nombres que caen en un agujero negro donde crece la crueldad, la indiferencia, el olvido. Los juzgados que hablan otro idioma, la guerra por otros medios, las comisarías siempre negocio, intocables, mano de obra, territorialidad. Lo ministerios bien machos, el silencio militante, las nuevas explicaciones y la secretaría de derechos humanos muy lejos del barrio.
Lo ortiba en los corazones, los posteos vigilantes, el regimen de la opinión, y hablar de la victima según quien sea el victimario. Luciano, Santiago, el Negrito y su abuela que nunca más volvió a ser la misma.
Cartonear bajo la lluvia, quemar cables para hacer un billete, recorrer la ciudad con la mochila al hombro y la app estallada, comerse la verdugueada de los de la tercera cada vez que bajan en la estación. Masticar bronca, saber que nada cambia. Carlos, Gonzalo, Camila, Danilo. Dar mil vueltas para no pasar por el puesto de gendarmería. Evitar a esos chabones que le dicen diosa, linda, qué ojitos, te invito un helado. Que se le llenen los ojos de lágrimas y miedo con apenas 12 años. Ser piba, pibe, esquivar a la policía como defensa propia, como lo que hay que hacer para llegar al otro día, como lo aprendido de tanto andar. Estar en guerra, estar solos.