Anarquía Coronada

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Semillas de crápula // Fernand Deligny

Presentación

 Fernand Deligny (1913-1996) no tiene diplomas para presentarse. Tiene oficio. Hospitales psiquiátricos, profesor de niños inadaptados, retrasados e idiotas, director pedagógico de centros para niños delincuentes,  coordinador de una red de acogida para niños autistas. Todo el espectro de los pibes-problema. Lo que tiene como oficio no es la acumulación de saberes técnicos que viene con el tiempo, sino una sensibilidad y una destreza para pararse haciendo equilibrio, para buscar un modo de hacer pie entre los pibes sin apoyarse en los facilismos ineficaces de la educación para la Disciplina o para la Libertad. Un realismo despiadado y amoroso, un pragmatismo sin muchas expectativas, abierto a lo impredecible. Siembra el desconcierto.

En Semilla de crápula, escrito en 1943, mientras es director pedagógico del Centro de observación y selección para niños inadaptados de la región de Lille, aparecen en primer plano esa sensibilidad y esa destreza que lo acompañarán toda su vida. Y nuestro desconcierto. Es literalmente un libro de consejos para los que lidian día a día con pibes, una guía muy práctica, pero no se sabe bien para qué. Y la Educación, en cambio, es el reino de los Objetivos, las Estrategias, los Planes, el gran reino de todo es Futuro. ¿Hay educación sin Proyecto? ¿Y entonces para qué se educa?

“Es un oficio de planchadora”, dice Deligny. Linda figura. Los adultos apoyamos con indiferencia el peso de nuestros Proyectos sobre los pibes, y entonces los pibes se nos dan arrugados, mal plegados, enroscados como proyectos de Proyectos: proyectos de adaptación, de inserción, o de supervivencia adulta, o de compromiso y crítica adulta, o de buen revolucionario adulto… O también como proyectos amenazantes: proyectos de crápula, semillas de maldad.

Semilla de crápula es la guía práctica del planchado. Acá no hay Justicia, hay secretarios de juzgado y un director de prisión que hacen su trabajo con la misma dosis de pulcritud y desidia. No hay Sociedad, hay una abuela cómplice, unos tíos hartos, siete hermanos en una pieza, burócratas pacatos y asustados, y educadores despistados. Y principalmente no hay Educandos, niños-proyecto. Hay los pibes que hay: los apáticos ante cualquier valor, sea cual sea, los obedientes por entregados, los pasados de vivacidad, los hábiles para algo inútil o delictivo, tan egoístas y celosos entre ellos como compinches indestructibles, audaces y miedosos al mismo tiempo, estrategas calculadores con el corazón lleno de buenas intenciones un poco deformes.

Este libro de consejos, escrito en la precariedad social y estatal de la Francia de posguerra, llega acompañado a la Argentina actual. César González lo lleva a pasear por los “territorios”, ese espacio institucional en el que los educadores, los trabajadores sociales, los operadores convivenciales, los militantes, entran en conflicto con las potencias fisiológicas, físicas, léxicas y gestuales de los pibes. El Colectivo Juguetes Perdidos lo toma como aliado para pensar el vínculo más como contagio que como formación buenista, para ir al encuentro de las fuerzas silvestres que mueven los rajes y las fabulaciones de los pibes, que le arrojan preguntas urgentes a nuestros modos de vida y se ofrecen como energía para fisurar la “vida mula”. Diego Valeriano lo lleva a conocer una escuela pública de lo más ordinaria con pibes ordinarios: la escuela amenazante, irreconocible, espantosa y festiva que hacen los pibes mientras crecen, la escuela que interfiere la educación como intervención.

¿Para que se educa entonces? Para que crezcan. No los proyectos. Para que crezcan ellos, esos pibes, ni transparentes para los modelos de adultez, ni resistentes heroicos a ellos. Los pibes refractarios, los aliados.

 Semilla de crápula – Fernand Deligny

 Este pequeño libro fue escrito en 1943, editado en 1945. Diez años después, me hablaron de hacer una nueva edición. Lo releí. Indignado, me puse a preparar una crítica cerrada de esas pequeñas fórmulas bajo el título: “Semilla de crápula, o el charlatán de buena voluntad”. Esa autocrítica, releída hoy, en el invierno de las Cevenas, me parece exagerada, furiosa, perentoria. Quedará en la caja de madera calada en la que se amontonan, en cada mudanza, páginas y páginas de palabras y relatos que quizás son para mí lo que las hojas que caen son para los árboles.

Sin embargo, dejar que partan nuevos ejemplares de Semilla de crápula sin decir nada me incomoda. Tengo quince o dieciséis años más, quince o dieciséis años más de este oficio muy cotidiano del que hablaba alegremente en 1943.

Palabras se me ocurren, páginas, capítulos, sino me contengo.

A este pequeño libro le hace falta un subtítulo que me sitúe ahora respecto de lo que escribí hace quince años. Tengo ese subtítulo: Semilla de crápula, o el Aficionado a las cometas.

Érase una vez un aficionado a las cometas. Ven ustedes lo que es la cometa en comparación con las nubes, los pájaros, los aviones y satélites: no se encuentra en la naturaleza, la puede hacer uno mismo según modelos propuestos en revistas y folletos, o bien inventando nuevas formas, inspiradas en ancestrales cometas chinas, del buitre de los Andes o del Mystère IV. Una cometa no agujerea las paredes del espacio, no truena ni ruge, hace falta un no se sabe qué para que se sostenga en el viento y siga alegrando con un punto de color vivaz al cielo más gris, o para que se derrumbe y ella, por lo menos, no se destroce más que su propia armazón. A primera vista no sirve para nada. Ciertamente.

Entonces, hacia 1943, me puse a hacer una cometa, dos cometas: las fórmulas, formulitas, cantinelas, charadas, aforismos y paradojas de Semilla de Crápula.

Una cometa, sobre todo si es de pequeño tamaño, es fácil de mantener. Ciento treinta y seis, es otra cuestión: con que apenas se prendan en el viento, los arrastran, los elevarían, no puede decirse por encima de uno mismo y no obstante, me encontré siendo un educador reputado, depositado, por la fuerza y la gracia de esas ciento treinta y seis pequeñas cometas, en un congreso internacional por aquí, una comisión por allá, y por más que tiraba de las cuerdas como hacen los buceadores cuando quieren volver a subir, mis cometas muy a menudo me han dejado pudriéndome en ese lugar del cual hubiera querido salirme.

Me ha sucedido algo peor. Siempre elevado por esa manada disparatada de declaraciones cuya forma había hecho artesanalmente a gusto yo mismo, me encontré a la cabeza en la creación de organismos de reeducación. Pobre de mí: es allí donde se enredan las declaraciones sostenidas y sus hilos. Es allí donde el pobre diablo que sostiene con su mano derecha su manojo de pequeñas banderas multiformes y multicolores se da cuenta de que ya solo tiene una mano, la otra, para luchar, como pueda, sin muralla ni certeza para cuidarse la espalda. Vaya y pase, mientras una u otra de estas fórmulas lanzadas no obstante hace mucho tiempo, no le caigan sobre la cabeza y los hombros, lo cieguen, lo embrollen en su cola de papeluchos sobre los que unas palabras están escritas, y él despliegue una al azar y la aplique y diga una falsa palabra como quien hace un movimiento en falso.

He aquí sin duda lo que quería contarles a los viejos y futuros lectores de Semilla de Crápula. Hay dos mundos. El de las fórmulas, formulitas, charadas y parábolas, y el de lo que pasa en todo momento aquí abajo para quien quiere ayudar a los otros. Si, una vez leídas, algunas de mis proposiciones se agitan alegremente en el cielo de algunas memorias, mucho mejor: allí está su razón de ser. Pero quien quisiera usarlas, aplicarlas de alguna manera, se daría cuenta enseguida de lo que están hechas: pedazos de páginas leídas encoladas y extendidas sobre las ramas flexibles y livianas arrancadas a una especie particular de entusiasmo que surge cada vez que un niño me aborda, que ha sido mil veces aserrado, talado, y cuyo tocón nunca termina de hacer brotar rechazos.

Fernand Deligny

Enero de 1960.

Semilla de crapulla. Editorial Cactus y Tinta Limón Ediciones

Las metamorfosis de Nietzsche //Gilles Deleuze

El primer libro de Zaratustra comienza con el relato de tres metamorfosis: “Cómo el espíritu se convierte en camello, cómo el camello se convierte en león, y cómo el león, por fin, se convierte en niño”. El camello es el animal que carga: carga el peso de los valores establecidos, los fardos de la educación, de la moral y de la cultura. Los transporta hacia el desierto, y allí se transforma en león: el león quiebra las estatuas, pisotea los fardos, conduce la crítica de todos los valores establecidos. Finalmente corresponde al león convertirse en niño, es decir, en Juego y nuevo comienzo, creador de nuevos valores y de nuevos principios de evaluación.

Según Nietzsche, estas tres metamorfosis significan, entre otras cosas, momentos de su obra, y también estadios de su vida y su salud. Sin duda, los cortes son completamente relativos: el león está presente en el camello, el niño en el león; y en el niño está el desenlace trágico.

 

Federico Guillermo Nietzsche nació en 1844 en la casa parroquial de Röcken, una región de Turingia anexada a Prusia. Tanto del lado de la madre como del padre, la familia estaba compuesta por pastores luteranos. El padre, delicado y culto, él mismo pastor, muere en 1849 (reblandecimiento cerebral, encefalitis o apoplejía). Nietzsche se crío en Naumburg, en un entorno femenino, con su hermana menor Elisabeth. Es un niño prodigio; se conservan sus disertaciones, sus ensayos de composición musical. Hace sus estudios en Pforta, luego en Bonn y en Leipzig. Escoge la filología contra la teología. Pero la filosofía ya lo acosa con la imagen de Schopenhauer, pensador solitario, “pensador privado”. Los trabajos filológicos de Nietzsche (Teognis, Simónides, Diógenes Laercio) hacen que se lo nombre profesor de filología en Basilea en 1869.

Comienza la intimidad con Wagner, a quien había conocido en Leipzig, y que vivía en Tribschen, cerca de Lucerna. Como dice Nietzsche: entre los días más bellos de mi vida. Wagner tiene casi sesenta años; Cósima, apenas treinta. Cósima es la hija de Liszt y abandonó al músico Hans von Bülow por Wagner. En ocasiones, sus amigos la llamaban Ariadna, y sugieren las equivalencias Bülow-Teseo, Wagner-Dioniso. Nietzsche encuentra aquí un esquema afectivo, que es ya el suyo y del que se apropiará cada vez más. Los buenos días no carecen de alteraciones: a veces se tiene la desagradable impresión de que Wagner se sirve de Nietzsche, y le toma su propia concepción de lo trágico; otras veces la deliciosa impresión de que, con la ayuda de Cósima, él va a arrastrar a Wagner hacia verdades que este no habría descubierto por sí solo.

Su profesorado lo ha convertido en ciudadano suizo. Durante la guerra del 70 forma parte del servicio de ambulancias. Pierde allí sus últimos “fardos”: cierto nacionalismo, cierta simpatía por Bismarck y Prusia. Ya no puede soportar la identificación entra la cultura y el Estado, ni creer que la victoria de las armas sea un signo de cultura. Aparece su desprecio por Alemania, su incapacidad para vivir entre los alemanes. En Nietzsche, el abandono de las viejas creencias no constituye una crisis (lo que produce crisis o ruptura es más bien la inspiración, la revelación de una Idea nueva). Sus problemas no son de abandono. No tenemos razón alguna para sospechar de las declaraciones de Ecce Homo, cuando Nietzsche dice que, ya en materia religiosa y a pesar de la herencia, el ateísmo fue para él algo natural, instintivo. Pero Nietzsche se hunde en la soledad. En 1871, escribe El nacimiento de la tragedia, donde el verdadero Nietzsche se abre camino bajo las máscaras de Wagner y de Schopenhauer: el libro es mal acogido por los filólogos. Nietzsche se experimenta a sí mismo como el Intempestivo, y descubre la incompatibilidad entre el pensador privado y el profesor público. En la cuarta Consideración intempestiva, “Wagner en Bayreuth” (1875), las reservas sobre Wagner se vuelven explícitas. Y la inauguración de Bayreuth, la atmósfera de kermesse que encuentra allí, los cortejos oficiales, los discursos, la presencia del viejo emperador lo asquean. Sus amigos se asombran ante lo que parecen ser cambios de Nietzsche. Se interesa cada vez más en las ciencias positivas, en la física, en la biología, en la medicina. Su propia salud ha desaparecido; vive entre dolores de cabeza y de estómago, trastornos oculares, dificultades en el habla. Renuncia a enseñar. “La enfermedad me liberó lentamente: me ahorró toda ruptura, todo paso violento y escabroso… Me confirió el derecho de cambiar radicalmente mis hábitos”. Y como Wagner era una compensación para Nietzsche-profesor, el wagnerismo cayó con el profesorado.

 

Gracias a Overbeck, el más fiel e inteligente de sus amigos, Nietzsche obtuvo de Basilea una pensión en 1878. Comienza entonces la vida viajera: sombra, inquilino de modestas habitaciones, en busca de un clima favorable, va de estación en estación, en Suiza, en Italia, en el Sur de Francia. A veces solo, a veces con amigos (Malwida von Meysenburg, vieja wagneriana; Peter Gast, su antiguo alumno, músico con quien cuenta para reemplazar a Wagner; Paul Rée, al que lo acerca el gusto por las ciencias naturales y la disección de la moral). En ocasiones, regresa a Naumburg. En Sorrento, vuelve a ver a Wagner por última vez, un Wagner que se ha vuelto nacionalista y piadoso. En 1878, inaugura su gran crítica de los valores, la edad del León, con Humano, demasiado humano. Sus amigos lo comprenden mal, Wagner lo ataca. Sobre todo, está cada vez más enfermo. “¡No poder leer! ¡No poder escribir más que en raras ocasiones! ¡No frecuentar a nadie! ¡No poder oír música!”. En 1880, describe su estado de este modo: “Un continuo sufrimiento, cada día durante horas una sensación muy próxima al mareo, una semiparálisis que me vuelve difícil el habla y, para divertirme, furiosos ataques (en el último vomité durante tres días y tres noches, tenía sed de muerte…). Si pudiera describirles lo incesante de todo esto, el continuo sufrimiento que atormenta la cabeza, los ojos, y esta impresión general de parálisis, de la cabeza hasta los pies”.

¿En qué sentido la enfermedad –o incluso la locura– está presente en la obra de Nietzsche? Ella nunca es fuente de inspiración. Nietzsche jamás concibió la filosofía como algo que pudiera provenir del sufrimiento, del malestar o de la angustia –aunque el filósofo, el tipo de filósofo según Nietzsche, padezca un exceso de sufrimiento–. Pero tampoco concibe la enfermedad como un acontecimiento que afecta desde afuera a un cuerpo-objeto, a un cerebro-objeto. En la enfermedad, ve más bien un punto de vista sobre la salud; y en la salud, un punto de vista sobre la enfermedad. “Observar como enfermo conceptos más sanos, valores más sanos; luego, a la inversa, desde lo alto de una vida rica, sobreabundante y segura de sí, hundir la mirada en el trabajo secreto del instinto de decadencia, esta es la práctica en la cual más a menudo me he adiestrado…”. La enfermedad no es un móvil para el sujeto que piensa, pero tampoco un objeto para el pensamiento: constituye más bien una intersubjetividad secreta en el seno de un mismo individuo. La enfermedad como evaluación de la salud, los momentos de salud como evaluación de la enfermedad: esta es la “inversión”, el “desplazamiento de las perspectivas”, allí donde Nietzsche ve lo esencial de su método, y de su vocación para una transmutación de los valores . Ahora bien, a pesar de las apariencias, no hay reciprocidad entre los dos puntos de vista, entre las dos evaluaciones. De la salud a la enfermedad, de la enfermedad a la salud, aunque solo fuera como idea, esta movilidad misma es una salud superior, este desplazamiento, esta ligereza en el desplazamiento es el signo de la “gran salud”. Por eso Nietzsche puede decir hasta el final (es decir en 1888): yo soy lo contrario de un enfermo, soy sano en el fondo. Evitaremos recordar que todo ha terminado mal. Pues Nietzsche vuelto demente es precisamente Nietzsche habiendo perdido esa movilidad, ese arte del desplazamiento, ya no pudiendo mediante su salud hacer de la enfermedad un punto de vista sobre la salud.

En Nietzsche todo es máscara. Su salud es una primera máscara para su genio; sus sufrimientos, una segunda máscara, a la vez para su genio y para su salud. Nietzsche no cree en la unidad de un Yo, y no la experimenta: sutiles relaciones de potencia y de evaluación, entre diferentes “yo” que se ocultan, pero que también expresan fuerzas de otra naturaleza, fuerzas de la vida, fuerzas del pensamiento: esta es la concepción de Nietzsche, su manera de vivir. Wagner, Schopenhauer, e incluso Paul Rée: Nietzsche los vivió como sus propias máscaras. Después de 1890, algunos de sus amigos (Overbeck, Gast) llegan a pensar que la demencia, para él, es una última máscara. Había escrito: “Y a veces la locura misma es la máscara que oculta un saber fatal y demasiado seguro”. De hecho, no lo es, sino solamente porque indica el momento en que las máscaras, al dejar de comunicar y de desplazarse, se confunden dentro de una rigidez de muerte. Entre los momentos más altos de la filosofía de Nietzsche están las páginas donde habla de la necesidad de enmascararse, de la virtud y la positividad de las máscaras, de su instancia última. Manos, orejas y ojos eran las bellezas de Nietzsche (se congratulaba por sus orejas, consideraba las orejas pequeñas como un secreto laberíntico que conduce a Dioniso). Pero sobre esa primera máscara, otra, representada por el enorme bigote. “Dame, te lo ruego, dame… ¿Qué? Otra máscara, una segunda máscara”.

Después de Humano, demasiado humano (1878), Nietzsche prosiguió su empresa de crítica total: El viajero y su sombra (1879), Aurora (1880). Prepara La gaya ciencia. Pero surge algo nuevo, una exaltación, una sobreabundancia: como si Nietzsche hubiera sido proyectado hasta el punto en que la evaluación cambia de sentido, y donde se juzga la enfermedad desde lo alto de una extraña salud. Sus sufrimientos continúan, pero a menudo dominados por un “entusiasmo” que afecta al propio cuerpo. Nietzsche experimenta entonces sus estados más elevados, ligados a un sentimiento de amenaza. En agosto de 1881, en Sils-Maria, bordeando el lago de Silvaplana, tiene la revelación estremecedora del eterno Retorno. Luego la inspiración de Zaratustra. Entre 1883 y 1885, escribe los cuatro libros de Zaratustra y acumula notas para una obra que debía ser su continuación. Lleva la crítica a un nivel que antes no tenía: hace de ella un arma para una “transmutación” de los valores, el No al servicio de una afirmación superior. (Más allá del bien y del mal, 1886; Genealogía de la moral, 1887). Es la tercera metamorfosis, o el devenir-niño.

Sin embargo, experimenta angustias y vivas contrariedades. En 1882 tuvo la aventura con Lou von Salomé. Esta joven muchacha rusa que vivía con Paul Rée le pareció a Nietzsche una discípula ideal, y digna de amor. Siguiendo un esquema afectivo que ya había tenido ocasión de aplicar, Nietzsche le pide matrimonio de inmediato, por intermedio del amigo. Nietzsche persigue un sueño: siendo él mismo Dioniso, recibirá a Ariadna, con la aprobación de Teseo. Teseo es “el Hombre superior”, una imagen de padre –lo que ya Wagner había sido para Nietzsche–. Pero Nietzsche no se había atrevido a pretender claramente a Cósima-Ariadna. En Paul Rée, y anteriormente en otros amigos, Nietzsche encuentra Teseos, padres más juveniles, menos impresionantes . Dioniso es superior al Hombre superior, como Nietzsche lo es a Wagner. Con mayor razón, como Nietzsche lo es a Paul Rée. Es fatal, es claro que tal fantasía fracasa. Ariadna prefiere siempre a Teseo. Malwida von Meysenburg como chaperona, Lou Salomé, Paul Rée y Nietzsche formarán un extraño cuarteto. Su vida común estaba hecha de riñas y reconciliaciones. Elisabeth, la hermana de Nietzsche, posesiva y celosa, hizo todo lo posible por la ruptura. La obtuvo, pues Nietzsche no logró librarse de su hermana, ni atenuar la severidad de sus juicios sobre ella (“personas como mi hermana son inevitablemente adversarios irreconciliables de mi manera de pensar y de mi filosofía, esto se funda sobre la naturaleza eterna de las cosas…”, “no amo, pobre hermana, las almas como la tuya”, “estoy profundamente hastiado de tus indecentes parloteos moralizadores…”). Lou Salomé no sentía amor por Nietzsche; vuelve más tarde para escribir un libro extremadamente bello sobre él .

Nietzsche se siente cada vez más solo. Se entera de la muerte de Wagner, lo que reactiva en él la imagen Ariadna-Cósima. En 1885, Elisabeth se casa con Förster, wagneriano y antisemita, nacionalista prusiano; Förster se irá con Elisabeth a Paraguay, a fundar una colonia de arios puros. Nietzsche no asiste a la boda, y no soporta a ese cuñado enojoso. Escribe a otro racista: “Quiere dejar de enviarme sus publicaciones, temo por mi paciencia”. En Nietzsche, las alternancias entre euforia y depresión se suceden, cada vez más cercanas. A veces todo le parece excelente: su sastre, lo que come, el recibimiento de la gente, la fascinación que cree provocar en las tiendas. A veces prevalece el desánimo: la ausencia de lectores, una impresión de muerte, de traición.

Llega el gran año 1888: El crepúsculo de los ídolos, El caso Wagner, El Anticristo, Ecce Homo. Todo sucede como si las facultades creadoras de Nietzsche se exacerbaran, tomaran un último impulso que precede al hundimiento. Incluso el tono cambia, en esas obras de gran maestría: una nueva violencia, un nuevo humor, como lo cómico en lo Sobrehumano. A la vez Nietzsche erige de sí mismo una imagen mundial cósmica provocadora (“algún día el recuerdo de algo formidable estará ligado a mi nombre”, “solo a partir de mí existe la gran política sobre la tierra”); pero también se concentra en el instante, se preocupa por algún suceso inmediato. Desde fines de 1888, Nietzsche escribe extrañas cartas. A Strindberg: “He convocado a una asamblea de príncipes en Roma, quiero hacer que fusilen al joven Kaiser. ¡Hasta la vista! Pues nos volveremos a ver. Una sola condición: Divorciemos… Nietzsche-César”. El 3 de enero de 1889, en Turín, la crisis. Todavía escribe cartas, firma Dioniso, o el Crucificado, o los dos a la vez. A Cósima Wagner: “Ariadna te amo. Dioniso”. Overbeck acude a Turín, encuentra a Nietzsche extraviado, sobreexcitado. Lo lleva como puede a Basilea, donde Nietzsche se deja internar mansamente. Se le diagnostica una “parálisis progresiva”. Su madre hace que se lo traslade a Jena. Los médicos de Jena suponen una infección sifilítica, que se remonta a 1866. (¿Se trata de una declaración de Nietzsche? Siendo joven, contaba a su amigo Deussen una curiosa aventura, en que un piano lo había salvado. Un texto de Zaratustra, “entre las hijas del desierto”, debe considerarse desde este punto de vista). A veces calmo, a veces en crisis, pareciendo haber olvidado todo de su obra, todavía componiendo música. Su madre lo acoge en su casa; Elisabeth vuelve de Paraguay a fines de 1890. La evolución de la enfermedad prosigue lentamente, hasta la apatía y la agonía. Muere en Weimar en 1900 .

Sin una certeza completa, el diagnóstico de parálisis general es probable. La pregunta más bien es: ¿forman los síntomas de 1875, de 1881 y de 1888 un mismo cuadro clínico? ¿Es la misma enfermedad? Probablemente sí. Poco importa que se trate de una demencia, antes que de una psicosis. Hemos visto en qué sentido la enfermedad, incluso la locura, estaba presente en la obra de Nietzsche. La crisis de parálisis general señala el momento en que la enfermedad sale de la obra, la interrumpe, vuelve imposible su continuación. Las cartas finales de Nietzsche dan testimonio de ese momento extremo; por eso ellas pertenecen todavía a la obra, forman parte de ella. En tanto que Nietzsche tuvo el arte de desplazar las perspectivas, de la salud a la enfermedad e inversamente, gozó, por enfermo que estuviese, de una “gran salud” que volvía posible la obra. Pero cuando le faltó dicho arte, cuando las máscaras se confundieron en la de un payaso o un bufón, bajo la acción de un proceso orgánico u otro, la enfermedad misma se confundió con el final de la obra (Nietzsche había hablado de la locura como una “solución cómica”, como una última bufonada).

Elisabeth ayudó a su madre a cuidar a Nietzsche. Ofreció piadosas interpretaciones de la enfermedad. Hizo agrios reproches a Overbeck, quien respondió con mucha dignidad. Tuvo grandes méritos: hacer todo para asegurar la difusión del pensamiento de su hermano; organizar el Nietzsche-Archiv, en Weimar. Pero esos méritos se desdibujan frente a la suprema traición: intentó poner a Nietzsche al servicio del nacionalsocialismo. Último rasgo de la fatalidad de Nietzsche: la pariente abusiva que figura en el cortejo de cada “pensador maldito”.

Eterna Cadencia. 

Subjetividades en lucha // Entrevista a Antonio Negri

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El cactus y la constelación // Entrevista a Pablo Ires

LT144_EntrevistaFinal

CORRESPONDENCIA (Elisabeth de Bohemia y René Descartes) + Un uppercut al dualismo (Marie Bardet) // EDITORIAL CACTUS

Una vez más, tal vez la última, entrar en uno de los nudos de la filosofía occidental, el dualismo car­tesiano. Nudo que sigue apretando muchos de nuestros modos de hacer, de pensar, de mirar… Pero entrar por un costado: la relación epistolar entre René Descartes y Elisabeth de Bohemia, que conoce su apogeo en las cinco cartas que intercambian entre mayo y julio de 1643. Gran lectora de sus tratados, Elisabeth, “Princesa Filósofa”, insiste en preguntarle cómo el alma mueve al cuerpo y el cuerpo con-mueve al alma si una es inmaterial (inextensa) y el otro es material (extenso). Acorralado por la obstinación de estas preguntas por el mover y el sentir, Descartes reconoce al alma “una extensión” que abre una brecha en la edificación de su propia filosofía.
Esta nueva traducción presenta las fructíferas paradojas de una inmaterialidad co-extendiéndose que surgen de la relación epistolar, y una lectura actual y situada del uppercut al dualismo lanzado en aquellas cartas; las resquebrajaduras donde escapa algo del dualismo, abriendo paso a un corpus de experiencias danzantes y pe(n)santes que no vuelven al cuerpo un “objeto”, sino que exigen pensar un materialismo en co-extensión y un pe(n)sar con mover. Se apuesta a dar consistencia a gestos, relaciones gravitatorias y hápticas, voces, imágenes, gritos y conceptos que “derriban” el dualismo cartesiano, como tantas palancas posibles para nuestras investigaciones situadas, nuestras corporeidades y relaciones transformadas, y nuestros rings actuales.

PRESENTACIÓN
6 de julio a las 21 hs
en el Centro de Investigaciones Artísticas
http://ciacentro.org.ar/
Bartolomé Mitre 1970 piso 5 B

PRESENTACIÓN
6 de julio a las 21 hs
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