Anarquía Coronada

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La risa permanente // Nicolás Garibaldi

 

A propósito de Los enanos también empezaron pequeños de Werner Herzog (Alemania Occidental, 1970)

 

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El argumento. Un montón de enanos toman una especie de reformatorio rural en el que están encerrados y desatan un raíd destructivo; destruir y reir a carcajadas.

 

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“No hablaré, no delataré a nadie”, dice Hombre, el más pequeño de los enanos mientras juguetea con el típico cartel que el convicto sostiene en la foto.  No le interesa “ponerlo al derecho”, para la perspectiva del fotógrafo.

 

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Hay un enano, vestido de traje, que trabaja para los directivos del reformatorio. Está encerrado en una habitación y tiene encerrado a Pepe, un enano-destructor-reidor a quien tomó como rehén y ató a una silla con la esperanza de usarlo como moneda de cambio para la rendición. Amenaza con llamar a la policía pero los cables de teléfono han sido cortados.

 

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Pesa sobre Pepe la amenaza del asesinato; parece no importarle, mira el techo y ríe a carcajadas. Tal vez por el eco de las risas que se escuchan afuera, por la musicalidad de los objetos que se destrozan y se incendian. Pepe vive la experiencia extática de la destrucción sin que sea ejecutada por sus manos, forma parte de una composición vital mayor.

 

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Para Henri Bergson la vida se define por nunca ser idéntica a sí misma, no vuelve atrás ni se repite. Nos reímos cuando lo mecánico se inmiscuye en la vida. La risa es un síntoma de la aparición de esa mecanicidad, de la pérdida de elasticidad. Lo que da risa de la persona que tropieza es que  ya sea por rígidez o por velocidad adquirida los músculos ejecutaron un mismo movimiento cuando las circunstancias exigían otro distinto. Quieto o en movimiento hay inadecuación a los problemas que se presentan.

 

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Parece sencillo dar con los motivos contra los que se revelan los enanos, la opresión de una institución disciplinaria que pretende reducir su vida al órden y la limpieza. Pero, ¿por qué los enanos no pueden parar de reír?

 

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Si la risa no se detiene, si la risa es total y permanente, ya no se trata de qué ciertos intervalos de la vida se mecanizaron. Si la risa está en todas partes es porque la vida ya no está en ninguna parte.

 

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“Cuando algo cae, cae”, dicen. Derriban una palmera, la incendian, ríen y danzan alrededor. Una risa corrosiva, rabiosa de la que no hay vuelta atrás.

 

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No piensen que el reformatorio como una cárcel donde personas hacinadas deben luchar por su sobrevivencia. Se podría decir que es un reformatorio al estilo nórdico, incluso las postales rurales a algún desprevenido podría parecerle un destino turístico. Hay una granja, un vivero, gallinas y cerditos que revolotean. No solo un duro brazo, también terapeúticas. Pero todo eso no interesa, también será susceptible de ser destruido, la libertad no es un simulacro.

 

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El más grande de los cerdos es asesinado, no se termina de entender cómo, es una imagen que no se ve ni se pretende explicar ,“no les vamos a decir”. El cerdo triplicaba en tamaño a los enanos. Es un momento en el que la risa se detiene. Tal vez porque, paradojicamente, en esa muerte es la vida lo que se introduce, la posibilidad por sobre la probabilidad.

 

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Una gallina puede convertirse en una bomba molotov. Al Qaeda vio películas de Werner Herzog.

 

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La risa tiene un volúmen. Las patas delanteras de un dromedario son quebradas. El animalito arrodillado parece adoptar la posición de plegaria. Intenta ponerse en pie, pero las patas se vencen y una y otra vez. El más pequeño de los enanos mira al dromedario y no para de reir. Dentro de esa risa que no se detiene podemos detectar volumenes, y este tal vez sea el momento del volumen más alto. La risa ante el mecánico gesto de ponerse de rodillas, de renunciar a componer vida acá y ahora, a cambio de una segunda vida más allá.

 

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Si una gallina puede ser una bomba molotov, un auto puede convertirse en un toro de corrida, ¡ole! ¡ole!. Pareciera que las cosas antes de ser destruidas pasaran por una fase delirio para extraerles un plus de placer.

 

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¿Hay una relación entre estos enanos ácratas y los ludditas?

 

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De Christian Ferrer en Los destructores de máquinas: “en el viento se han sembrado voces que son conducidas de época en época y cualquier oído puede cosechar lo que en otro tiempo fue tempestad”.

 

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Los ludditas tenían sus propias canciones, himnos, especies de blues de la técnica.  ¿Acaso esas canciones se metieron con las ráfagas a través de las ventanas mal cerradas? Sin música no hay revuelta.

 

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Larga vida al King Kudd. Los registros de las gestas ludditas datan entre los años 1811 y 1816, en plena revolución industrial inglesa. Ante la dramática y acelerada transformación citadina, irrumpieron los artesanos con la destrucción de aquellas máquinas textiles que atentaban contra su modo de vida. Operaban con una lógica anónima, secreta, con figuras imaginarias que despitaban la caza de ejército de 10.000 hombres que estaba tras ellos. El gobierno decretó que aquél que destruyera una máquina merecería la pena capital. Pocas cosas irritan más la normalidad que la destrucción.

 

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Otra vez Ferrer: “ninguna rebelión espontanea, ninguna huelga salvaje, ningún estallido de violencia popular salta de un repollo. Lleva años de incubación, generaciones transmitiéndose una herencia de maltrato, poblaciones enteras macerando tácticas de resistencia. A veces siglos enteros se vierten en un solo día”

 

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“¡Conocemos sus trucos!”, la amenaza policial no amedrenta a los enanos.

 

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El enano aliado del poder dice: “si los encerramos se pelean entre ustedes, si los separamos hacen huelga de hambre”, las tácticas comienzan a corroer el ánimo del poder que presiente la perdida de eficacia.

 

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El enano vestido de poder huye, nadie lo persigue, no es su cabeza lo que interesa. En medio de la huída se detiene ante un árbol seco cuyas ramas parecen tomar la forma de una persona que apunta con el dedo. Siente que el árbol lo apunta a él,  e inicia una batalla verbal en la que lo insta a que deje de apuntarlo.

 

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Tal vez todo proyecto de reforma de las pasiones, de gobierno de la naturaleza se encuentre con éste mismo límite, lo que de árbol tenemos nunca cesará de reir, apuntar y destruir.

 

Edición: Eduardo Guzmán.

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