Anarquía Coronada

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Entrevista al Padre Raúl Berardo (Marzo 2003, Quilmes) // Colectivo Situaciones

Raúl Berardo: En esta zona de Quilmes ha habido todo un trabajo popular muy interesante. Por eso es que este sector está muy concientizado, hay mucha gente que ha despertado con todos los trabajos que se han realizado, especialmente con las comunidades y luego con los asentamientos. Porque desgraciadamente el pueblo ha vivido una época en la que ha sido muy difícil que se piense en algo distinto a lo que ellos viven. Entonces, los acontecimientos que acá se han ido sucediendo le ha permitido a la gente empezar a abrir un poco más su conciencia, su manera de ver la cosa, saliendo un poco de su propia individualidad, de su propio problema. Y yo hace años que vengo caminando en estos barrios.

Colectivo Situaciones: ¿Usted puede contarnos ésta historia?

I

La teología de la Liberación

RB: Lo que pasa es que son muchos años, y mucha historia. Este trabajo es producto de toda una conciencia que vine juntando, de toda una experiencia que yo hice desde joven, especialmente a partir de mis viajes por toda Latinoamérica, en donde aprendí mucho, viviendo con mucha intensidad lo nuevo que iba naciendo en esos años. Porque las cosas no suceden así no más, sino que siempre tienen su causa. Y generalmente, siempre esa causa viene por alguien que ha visto un poquito más amplio y que después tiene la capacidad de trasmitir.

Tendríamos que hablar de lo que se vivía después de la resistencia peronista, esa alegría de todo lo que se estaba curtiendo, principalmente en lo que era la juventud, en ese despertar que venía después de la guerra. Uno es parte de esa historia, uno va caminando con la historia. Lo importante es ser conscientes de ese caminar, no estar ajeno a lo que va surgiendo dentro de la historia y ser capaces de sentir lo rico que va naciendo.

Y es que cuando uno va descubriendo, lo que hace es encontrar los elementos que te permiten afirmar, precisamente, todo eso que va surgiendo desde abajo. Lo que sucedió  inmediatamente después de la guerra fue un verdadero despertar, una búsqueda de algo nuevo. Todo lo pasado no tenía sentido. Principalmente en la Iglesia, donde a los grandes teólogos que habían sido condenados, se los leía a escondidas buscando elementos y fundamentos para ver algo nuevo. Se trataba de salir de lo chato, de lo cotidiano que no tiene sentido.

Todo eso a mi me fue formando. Y cuando recorrí toda Latinoamérica fue una alegría inmensa ver las experiencias que surgían por todos lados, principalmente en la Iglesia después del Concilio[1]. La Iglesia, principalmente la latinoamericana, se estaba despertando, buscaba la manera de dar respuesta a la realidad que se iba descubriendo. Porque los obispos que iban a Roma intentaban dar respuesta a la realidad europea, pero nada que ver con América, la realidad americana era totalmente distinta.

En ese entonces el tema era “Iglesia y mundo”, porque toda la actividad se concentraba dentro de la Iglesia, y los curas no teníamos la posibilidad de salir afuera a ver esa realidad. Este diálogo entre Iglesia y mundo fue el tema del Concilio. Cuando los obispos salieron del templo y comenzaron a ver el mundo se dieron cuenta que Latinoamérica era totalmente distinta del mundo europeo: allá eran ateos, acá era un mundo religioso; allá estaban bien, acá estaban muertos de hambre; allá más o menos algo ordenado estaba, acá había injusticia, opresión, muerte, hambre. Entonces se dieron cuenta de que la Iglesia que ellos tenían y sustentaban no daba respuesta a esa realidad, porque se habían quedado encerrados en el templo que generalmente estaba en el medio de la plaza, donde estaba el centro del poder, y se había descuidado todo lo periférico, todo lo de afuera.

Fue cuando comenzó la inquietud entre obispos cristianos y sacerdotes por darle respuesta a esa realidad que habían descubierto, que era la realidad de la miseria, de la explotación, de la injusticia, del negro, de la mujer y del trabajo. Y comenzó a crearse una forma de Iglesia que diera respuesta a esa realidad. Así surgen las comunidades de base, que es como llamábamos a pequeños grupos dirigidos por laicos. Alrededor de la palabra estas comunidades iban descubriéndose a sí mismas, descubrían al entorno, y comienzan a percibir cómo la Iglesia podía influir en esa realidad en la que ellos vivían: comenzaba a quedar claro que no solamente era un problema de fe sino que era un problema social y político.

En base a eso nace una teología, que se pregunta por la manera en que Dios recoge y trabaja esta realidad nuestra. Porque hay opresión entonces, nace la Teología de la Liberación. Gustavo Gutiérrez escribe su primer libro en el año 70, y después vinieron muchos otros teólogos. Esa nueva teología dio aire, ofreció una nueva visión según la cual lo que estábamos haciendo era querido por Dios, porque Dios quería que trabajáramos por los pobres. Precisamente en esos momentos yo recorro Latinoamérica: recorrí Chile, estuve en Perú, en Panamá, México, después fui a Paraguay, al Brasil. Y descubrí toda una Iglesia que nacía con una fuerza tal, que es ahí cuando el problema de los compromisos se hace sentir.

Cuando vuelvo a la Argentina me encuentro con exactamente lo opuesto. La Iglesia acá es totalmente conservadora, estrechamente unida al poder, muy poco ligada al pueblo, y cuando lo están es a través del asistencialismo.

II

El gobierno popular

CS: ¿Llegaste a Quilmes?

B: No, primero estaba en Avellaneda, con Quarracino como obispo, que nada que ver. Entonces, ante la alternativa de quedarme encerrado, mandé a la mierda la Iglesia, la parroquia, y me puse a trabajar de otra manera. Mi intención era comenzar a descubrir el mundo de los pobres, y la mejor manera de hacerlo era meterme en ese mundo. Es así como me fui a trabajar de cura obrero, como lo hizo Ramondeti[2] toda la vida. El fue fiel hasta el final, hasta la muerte. Trabajó de albañil, y cuando muere era diseñador gráfico.

Trabajé de albañil, en una farmacia, también en el PRODE, para ganarme el puchero. Trabajé en el puerto, y luego en el Ministerio de Bienestar Social.

Lo del Ministerio es una historia genial. Resulta que cuando subió Cámpora, nosotros teníamos la alegría enorme de pensar que se venía el gobierno popular. Habíamos trabajado durante tantos años, formando gente y especialmente a la juventud: porque trabajamos muy duramente para formar chicos que expresaran esta opción. Hacíamos mucho hincapié en el orden político, para que ellos fueran luego los protagonistas de un gobierno popular. Por eso cuando subió Cámpora la alegría fue inmensa, porque al fin habíamos logrado el objetivo de tantos años de lucha, desde el 55 hasta entonces. ¿Sabés lo que era esa época? La juventud, por ejemplo, tenía un objetivo fundamentalmente político: no se la pasaba en los boliches ni nada de eso. Era impresionante ver chicos de 15, 16 y 17 años realmente metidos, consustanciados con toda la problemática que se estaba viviendo en ese momento.

Y yo me acuerdo que el 25 de Mayo asumió Cámpora y el 26, “el primer día de gobierno popular”, yo como buen peronista que en esa época era, me fui a Plaza de Mayo para ver qué significaba un día peronista… ¡y me encuentro con un problema extraordinario! Me encuentro que frente al Ministerio de Bienestar Social había una cola de tres mil personas esperando no sé qué. Y yo digo: “pero si estamos en el gobierno popular toda esta gente tiene que ser atendida”. Y me voy hasta donde comenzaba la cola, que era frente al Banco Hipotecario, y había dos chicos y dos chicas sentados en un banquito con una mesita atendiendo a toda esa gente. Yo me acerco y les digo:

– Pero compañeros qué pasa, cómo no está todo el ministerio para atender a esta gente.

Y uno de los pibes me dice:

– No, ¡son todos gorilas!

Les pregunto que estaban haciendo, y me contestan que atendían reclamos de vivienda, de trabajo, de remedios…

– ¿Los puedo ayudar?, les digo.

– Bueno sentáte, me dice uno.

Me busqué una mesita y desde ese momento comencé a trabajar en el Ministerio. Ahí pude ver todo lo que era la miseria humana, lo que significaba eso. Y llegué a ser coordinador general de la Casa del Teatro, donde me mandaron de interventor porque era un quilombo.

Yo no dependía de López Rega en el Ministerio, sino de otra sección.

Ahí aprendí a trabajar con la necesidad del pueblo, con la miseria. Distribuyendo marcapasos, válvulas, elementos de ortopedia, sillas, comida, de todo se necesitaba. Venían cien mil pantalones, como para toda la república, y sabés cómo me querían chorear, me querían sobornar.

Un día vino Perón a donde estábamos nosotros, vino con Isabelita, nos dimos la mano. Tuve la dicha de haberle dado la mano a Perón, y antes también a Evita.

III

Dos maneras de pensar

Claro que al poco tiempo me di cuenta que eso se pudría, que ya no había posibilidad de trabajar.

Ahí surge la diferencia con Mujica. El también estaba en todo esto, pero él veía la opción desde arriba y yo veía la construcción por abajo. Ahí aparecen las dos opciones de cómo comenzar a trabajar en el campo popular, las discusión de por dónde construir: ¿el cambio viene desde arriba o viene desde abajo? Esa es la pregunta que nos hacíamos cuando éramos curas del Tercer Mundo.

Y el otro problema, la otra discusión que había era: ¿qué es lo que hay que cambiar primero, la estructura o la persona?

Estaba la opinión de la mayoría de los curas del Tercer Mundo y yo opinaba al revés, para mi no era por ese lado. Yo les decía a los Montoneros, porque yo charlé mucho con ellos:

– Chicos, vayan a trabajar a los barrios, los barrios necesitan de ustedes. ¿Qué van a lograr con un arma, contra un ejercito organizado que los va a hacer pelota? Vayan a trabajar a los barrios y déjense de hinchar las pelotas.

Para mi era algo muy claro: primero había que cambiar desde abajo al ser humano, y desde ahí, junto con el pueblo organizado, ir cambiando las estructuras. Era la idea del hombre nuevo, la del Che Guevara. Pero Mujica veía que el cambio tenía que venir de arriba, como la Iglesia ahora. El razonamiento es este: “si yo transformo y cambio el poder, entonces después el poder cambia a la gente”. Como en la época de la Edad Media, que cuando cambiaba el rey cambiaba la religión. Es esa vieja idea que todavía está incorporada: si cambian los de arriba, entonces cambian los de abajo. Ahora ya no se piensa más así, creo.

Y yo le decía a Mujica: “¡vení a trabajar acá!” Pero él se fue de asesor de López Rega. “No va por ahí la cosa”, le insistía yo, y entonces comencé desde abajo. Ahí está la  diferencia. El se dio cuenta después de un tiempo que López Rega no respondía a lo que nosotros le habíamos propuesto, los Montoneros se dieron cuenta también.

Hasta que un día me acuerdo que el coordinador del Ministerio, que era Lanzelotti, me llama y me dice:

– Llámalo a Mujica porque es boleta, ya está sentenciada la muerte de él.

Lo llamo y le aviso que está sentenciado por López Rega. Porque él se peleó mucho con López Rega, cuando nosotros estábamos en la oficina 1010 se sentían los gritos que pegaban, ñas discusiones que tenían. Hasta que se separó.

Cuando le aviso él me dice:

– Y bueno, ya estoy jugado, no puedo volver atrás, este es un hijo de puta.

A los quince días lo mataron.

Pero me interesa insistir en esto de que son dos concepciones: una piensa que el cambio viene de arriba., y la otra supone que viene de abajo.

Después era evidente que todo se podría con López Rega, una vez que murió Perón y se vino todo abajo. Entonces, quise retomar la opción por los pobres, y me fui a trabajar al puerto. Yo quería realmente hacer desde abajo y conocer qué significaba vivir esa situación de opresión, injusticia, de miseria, de cagarte de frío, o de calor en el barco. Y es que si yo quería trabajar con el pueblo y no conocía sus vivencias, pues era imposible que pudiera predicar. Porque si no uno termina haciendo la de “los intelectuales”, que ven al pueblo desde arriba pero no saben realmente qué es lo que siente el pueblo, y qué es lo que sufre el pueblo. Eso me permitió descubrir que la única manera para poder hacer un cambio es comenzar a trabajar con los pobres. Para mí esa opción es fundamental.

IV

La represión

Fue así que vine a trabajar acá a la parroquia. Y ustedes no se imaginan lo que fue el golpe de estado para tanta gente que habíamos trabajado con tanto ahínco, dando nuestras vidas, con la esperanza de encontrar un gobierno que fuera realmente popular, y no que siempre fuéramos víctimas de los poderosos de turno. ¿Sabés que noche oscura se nos vino cuando nos enteramos del golpe? ¿Sabés lo que significa estar 15 años trabajando y de repente que todo se venga abajo? ¿Qué es de tu vida, qué sentido tiene tu vida, a dónde vas a trabajar ahora?

Y los curas del Tercer Mundo en ese momento me decían que no podíamos estar adentro de la Iglesia, porque era una institución opresora y desde ahí no se podía trabajar para la liberación. Es así que la mayoría de los curas tercermundistas se fueron, pero yo dije que me quedaba. Me acusaron de traidor, de meterme en la institución, y yo dije:

– Mirá, la gente es cristiana, tiene fe y yo siendo sacerdote puedo trabajar desde abajo; porque si tienen fe me van a aceptar mejor.

Y me quedé adentro, aceptando las condiciones que ponían, mientras los demás curas se fueron. Y la mayoría de los curas que se fueron se casaron, tuvieron hijos, y al tener hijos tenían que trabajar, y al tener que trabajar tuvieron que tener guita, y después casi todos se hicieron burgueses. El único que fue fiel hasta el fin fue Ramondetti.

Bueno, ¿ves qué fácil es ser revolucionario así? Especialmente los estudiantes. Y yo he conocido muchos, porque mi parroquia estaba abierta a los estudiantes, y ellos venían y hacían asambleas, eran todos muy revolucionarios… ¡pero cuando se recibían terminaban siendo unos burgueses hijos de puta! Es decir, cuando son estudiantes son todos revolucionarios, pero después cuando hay que trabajar, les gusta la guita y se acabó la revolución. Por eso los estudiantes que son revolucionarios y siguen siendo revolucionarios cuando llegan a ser profesionales son pocos, porque el sistema los traga.

Fue así que la única opción que me quedaba era volver a la Iglesia, luego de 7 años sin entrar al templo. Porque para mi entrar a un templo era como entrar a una casa de prostitución, era tal la aversión que tenía en ese entonces que no podía. Y tuve que volver, para lo cual lo fui a ver a Quarracino, que me decía “no lo puedo creer”. Así que le dije:

– Mandáme a donde quieras, pero que sea un lugar donde ningún cura de la Diócesis quiera ir, a la más pobre, porque quiero ser consecuente con los pobres y trabajar con ellos.

Al final me manda a Florencio Varela.

Pero resulta que acá en San Juan Batista estaba un cura que se llamaba Joaquín, y fui a ver el acto en el que Quarracino le tenía que dar el título de párroco. Ese día lo estaban persiguiendo a Joaquin por todos lados, porque él estaba en la corriente “Cristianismo y socialismo”, que venía de Chile. Ahí también estaba Podestá, quien había formado mucho chicos allí en Avellaneda, donde lo persiguieron y se tuvo que venir para acá. Era la época de la dictadura, en el 76.

Y mirá vos lo que es la providencia, que cuando se termina el acto Joaquin le pregunta a Quarracino dónde nos quedábamos a dormir, y este le contesta:

– Mirá, no es conveniente que te quedes acá porque te están persiguiendo, mejor que vengas a dormir a la curia.

Y yo le pregunto por qué no se quedaba acá, y me confiesa que tenía miedo. Le dije que lo acompañaba, que no tenía problemas, que iba con él. Y esa noche nos vinieron a buscar. Así que si yo me hubiera quedado no estaría contando el cuento ahora. Se salvó, y al otro día lo mandaron por la nunciatura a España. Es por eso que el obispo me mandó a mí a la parroquia, y ahí yo comencé con las comunidades.

Porque claro, en ese momento había tanta represión que todo se había inmovilizado, no había ninguna organización que movilizara a la gente. La única que quedaba era la Iglesia, que daba la posibilidad de poder organizar, porque lo demás estaba todo desmovilizado: sociedad de fomento no había, clubes no había, política no había, el único espacio que quedaba era la Iglesia. Entonces yo dije: yo aprovecho acá para movilizar a la gente, aunque no podíamos hacerlo con sentido social y político, porque si no me cortaban el cogote.

V

El surgimiento de las comunidades de base

Entonces empecé a trabajar a través de la fe, a través de la palabra, y comienzo a abrir la Iglesia a los barrios. Así largo con la comunidades, y la gente enseguida se sintió convocada. Mi proyecto era con el tiempo ir dándoles la concepción más política. Pero el hecho sólo de aglutinarse y de sentirse protagonista, de sentir que tenían ellos la Iglesia en sus manos, que tenían la Biblia en sus manos, que podían charlar sobre sus problemas, era algo muy importante. Y es así que logré en poco tiempo más de cincuenta comunidades: salían como hongos, pero después había que organizarlas.

Cuando las comunidades estaban ya en su apogeo el sentido del trabajo era fe y vida, es decir, que el evangelio tocara realmente la vida, de tal manera de que vos fueras consecuente y no un buen cristiano en la Iglesia y afuera un hijo de puta. Se trataba de ser consecuente con tu fe, y vivirla en todos los aspectos de la vida. Después, cuando se empezó a abrir un poquito la presión de la dictadura comencé a insistir en la relación entre fe y acción social, es decir que vos comenzaras a preocuparte por los problemas del barrio. Y me quedó el otro nivel, que era fe y política: ahí no llegué.

A lo social llegamos precisamente con el surgimiento de los asentamientos. Cuando se comenzó a ver esa dimensión: que mi fe no solamente tiene que estar encerrada en mi mismo, sino que tiene que ser extendida en una acción concreta con mi hermano necesitado, en el barrio donde yo vivo. Ahí surgió la necesidad de dar una respuesta a una realidad que en ese momento se vivía, que era el problema de la vivienda. Cacciatore mandaba a todos los de la villa para acá, y los dejaba tirado por ahí, mientras yo veía un montón de terrenos baldíos. Esa fue la ocasión de comenzar a hacer esta experiencia, porque estaba la necesidad de vivienda, habían terrenos disponibles, estaba la organización preparada que eran las comunidades, y había un tipo capacitado para conducir el proceso (risas). Se daban todas las condiciones, y entonces comenzamos.

VI

Las tomas de tierras

CS: ¿Y en qué año comenzaron?

RB: Comenzamos en julio de 1981, cuando una señora vino a la parroquia a pedirme vivienda y yo le dije:

– Allá hay un terreno baldío, andá a ponerte al lado de esa gente y hacete una casa. Agarrá un pedazo de 10 por 20, y en el medio hacete el rancho. Y si viene la policía decile que te mandé yo.

¿Ven que la autoridad del cura a veces vale?

Pero me acuerdo lo que era la mentalidad de la gente, porque unos días después fui a verla y había puesto su casilla pegada a la casa del vecino.

– Pero te había dicho en el medio del terreno, no pegado.

– Pero no padre, yo quiero sólo un pedacito para mi ranchito, me dice.

– Pero vos tenés necesidad de un terreno, vos sos argentina, sos hija de Dios, y te corresponde: tenés que tener tu propio terreno.

El gran problema de los asentamientos, en sus orígenes, fue la falta de conciencia de la propiedad privada. Cosa que a su vez, mas tarde, cuando se logró, me di cuente que fue lo que terminó frustrando la experiencia. Pero al principio la gente no tenía conciencia de la propiedad privada, me decían: “yo nunca tuve un pedazo de tierra, y vengo del norte donde mis abuelos me enseñaron que la tierra es comunitaria; entonces, ¿quién soy yo para tener un pedazo de tierra?”

¿Sabés lo que me costó? La única forma fue poner un signo que dijera que tenías derecho a la tierra, poner una bandera que significara que como argentino tenías derecho a tener tu propia tierra. Y decir que la tierra es de Dios, y nadie a él se la compró, así que todos tenían el derecho a tenerla. Fue con esos signos que incitamos a la gente a que se sintiera capaz de tomar la tierra, porque lo impedía el miedo a la policía y el miedo de romper ese criterio de que la propiedad privada era intocable. ¡Fue increíble lo que costó!

Y resulta que íbamos dando los terrenos, pero a la noche se metían y se empezaban a amontonar, y se armaba la villa. Y cuando los íbamos a ver nos decían que estaba su hermano, su familia. Tuvimos que hacer una comisión que los sacaba cagando, y les daba a ellos también un pedazo de tierra. No concebían que ellos tenían derecho a un pedazo de tierra, no les entraba en la cabeza. Y mirá que yo me subía arriba de los carros, los convocaba para explicarles, y a ellos les costaba entender eso. Hasta que vieron que se iban dando los terrenos y que la gente efectivamente iba haciendo su casa, y empezaron a entusiasmarse. Al principio dábamos terrenos todos los días, y después comenzamos a dar por semana. Nos congregábamos cien, doscientos y tomábamos un pedazo de tierra.

Cuando tomamos el Tala fuimos cerca de mil. Nos juntamos un sábado a la mañana y nos metimos. Esa toma fue tremenda, porque estábamos al mediodía repartiendo las tierras, con la comisión –que era un grupito de gente que me ayudaba– y vino la policía: ¡salieron rajando todos y me dejaron solo! Después se fue la policía y ahí metimos como seiscientas familias.

VII

El asentamiento de San Martín

Y al otro sábado nos juntamos en otro lugar, y ¡eran mas de 5000 personas! Como doscientos carros, camiones, con todos los bártulos, con todas las chapas… para ir a la tierra prometida, ahí a San Martín. Eso, para mí, fue como el éxodo, fue vivir la sensación del éxodo, de salir de Egipto para ir a la tierra prometida. No teníamos ni cámara fotográfica, ni filmadora. Fue un acontecimiento: vos veías a las viejitas con su madera, con su chapa, a las doce de la noche.

Yo me había hecho amigo del comisario de La Cañada para que no me jodieran. Entonces fui a verlo y él me dijo:

– Mirá que se viene difícil, porque ya se enteraron de lo que estás haciendo.

Porque todos los asentamientos los hacíamos internamente, no se salía hacia fuera para que no se dieran cuenta. Pero ya ir hacia San Martín, ir hacia la avenida, iba a generar quilombo. Entonces le dije yo:

– ¿Qué hora me das para poder hacer el movimiento?

Y me dice:

– De doce a dos yo no hago nada. Te doy dos horas para que vos metas la gente adentro, pero que no estén en la calle porque si no la meto presa.

Entonces, de doce a dos de la mañana fuimos caminando 15 cuadras. No te imaginás lo que eran esas cinco mil personas, o más, caminando con viejos, chicos, grandes, caminando en medio de la oscuridad.

Yo lo que tenía organizado con los chicos de la parroquia –más o menos cien– eran los martillos, palos y los planos para que no se hicieran villas, sino que se hicieran cuadras y las divisiones de diez por veinte. Pero enseguida, en dos o tres horas, con las mas o menos novecientas familias que eran se cubrió todo San Martín. Y los vecinos, al otro día al levantarse, se encontraron que todo un pueblo se había levantado a su lado: ¡milagro de Dios! (risas)

Eso fue el 21 de noviembre de 1981. Y al otro día, que era sábado, resulta que yo estaba repartiendo los terrenos a la gente, y venía gente, y gente: no alcanzaba. Entonces empezamos a dar números, di como 500 números, y a la semana ya habíamos repartido como 3000 números más. Es decir, que esa semana por la parroquia habrán pasado más de 3000 personas, porque se corrió la bolilla por todos lados, venían hasta del Chaco.

El problema es que muchos no venían cuando se repartía, y aparecían al otro día a las ocho de la mañana con el numerito en la mano. Y entre toda la gente que se juntó había más o menos unas 10000 personas: un despelote. El intendente mando las topadoras para tirar las casas abajo y la gente los echó a la mierda.

Entonces me pregunto: ¿qué hago? Yo los quería meter aquí en La Matera, pero no sabía cómo hacer, porque no sabía que había una entrada del otro lado. Había conseguido unos troncos para cruzar el arroyo, pero no se podía por no se qué historia. Finalmente opté por meterlos en el “Monte de los Curas”, porque me pareció la única salida.

Ese día se había armado un despelote bárbaro. Fui allá y los reuní, me subí arriba de un carro y todos con el numerito pidiéndome, y yo les dije:

– ¿Ven aquel monte que está allá? Ese se llama el Monte de los Curas –le decían así pero no era de los curas– . Bueno, si es de los curas no hay ningún problema (risas), así que vamos para allá. Pero conserven las manzanas, conserven las casas, no hagan villas.

No sabés lo que era: 10 000 personas cruzando el puente que hay ahí en Donato Alvarez y San Martín. A la noche yo fui con la camioneta a ver todo ese espectáculo extraordinario, fuego por todos lados, era impresionante. ¡Diez mil personas en ese monte, cada uno construyendo! ¡Qué alegría, que satisfacción!

Y al otro día lógicamente, por todo ese problema vino la policía. Tres mil policías nos rodearon a todos los que estábamos ahí: no nos dejaban entrar nada. Yo iba con la camioneta para llevar agua y no me dejaban entrar. Pero, trabajando con inteligencia se logró: de noche, las mujeres charlaban con la policía, y pasaban las chapas, pasaban las puertas. Tres meses estuvo el cerco, pero aún así la cosa se hizo.

VIII

La organización popular

Así que fue un acontecimiento muy bueno, pero fue todo a través de una concientización. Es decir, las comunidades –que estaban muy bien preparadas– me ayudaron muchísimo para poder hacer eso. Sin las comunidades, sin la parroquia, hubiera sido muy difícil haberlo logrado.

Fue un hecho que llamó muchísimo la atención, fue publicado por todos lados. En los diarios salió: “cura comunista toma tierra”. Me filmaron por todos lados, salió en Europa, me llamaron de Suecia, de Francia, de Italia, para decirme que me habían visto por televisión.

Yo sabía que se trataba de un acontecimiento muy grande, de una experiencia muy rica, y por eso me pregunté: ¿cómo hago para que esto sea verdaderamente popular, es decir, para que esté en manos del pueblo? Porque yo había sido el promotor, pero eso debía ser tomado por el pueblo, y no debía ser guiado por mí. Eso tenía que pasar del líder que lo había producido al pueblo, para que el pueblo fuera su propio líder. Entonces formé la comisión popular, que consistía en elegir un delegado por manzana, en asambleas de cada manzana, y en organizar una comisión interna en cada asentamiento, con los delegados elegidos. De tal manera que el delegado no podía hacer lo que quería, sino que tenía que actuar de acuerdo a la propuesta de la manzana.

Después formé una coordinadora de todas las comisiones internas. Venían a la parroquia todas las semanas, y yo les ayudé a formar conciencia sobre cómo tenían que conducir esa experiencia, de tal manera que resolvieran todos los problemas que ahí surgían. Por ejemplo, enseguida se resolvió el problema del agua, de la luz, de las calles. Todo organizado en forma comunitaria, porque venía todo organizado de esa manera.

CS: ¿En qué año comenzó esa organización?

RB: Esto empezó a funcionar más o menos en el 82, muy poco después de la toma de las tierras. Y la organización popular fe un éxito extraordinario. La asamblea y los manzaneros fueron experiencias extraordinarias: no se podía hacer nada sin su aprobación.

Me acuerdo una vez que cayeron unas piedras tremendas y agujerearon todos los techos de cartón, y se necesitaban como cuatro o cinco mil chapas. Bueno, la gente organizada fue a la municipalidad con los camiones, trajo las chapas, y por intermedio de los delegados se compartió. Yo no participé para nada. En cambio Angel, que era cura acá en la San Bautista, y tenía ya a IAPI como parte de la parroquia, fue él a comprar las chapas, las puso en la parroquia, y puso a la gente en fila para repartirlas. El problema fue que no alcanzó, y la gente casi lo mata.

Ahí se ven otra vez dos formas organizativas: una que la hace el pueblo organizado y otra que la hace un líder por su cuenta. Y es algo muy común: uno se considera líder y quiere hacerlo todo. De la otra manera, lo hace el mismo pueblo, y el líder desaparece.

Más tarde, lógicamente, apareció gente que quería hacer asentamientos por todos lados y querían que yo fuera al frente. Me decían: “vos que fuiste el que comenzó a hacer esa experiencia, ponete al frente”. Yo respondía que no: el líder tiene que saber separarse a tiempo, cuando el pueblo toma conciencia y es capaz de hacerlo. El pueblo tiene que ser el propio líder, tiene que darse cuenta de que es capaz de hacerlo. Y así fue: la gente aprendió y comenzó a hacer los asentamientos por todos lados. Ahí están una vez más las dos concepciones.

Y venían los intelectuales, y me decían:

– “Raúl, ¿en qué te podemos ayudar? Estamos dispuestos a ayudarte a organizar todo lo que has hecho.”

Entonces yo les decía:

– ¿Pero ustedes qué se piensan? ¿Son hijos de puta o qué son? ¿Así que me venís a organizar todo lo que yo hice, con peligro incluso de la vida porque empecé en plena dictadura? ¿Sabés lo que vamos a hacer? Andá vos a hacer un asentamiento, y cuando lo hagas entonces venís y trabajamos juntos. Pero venir a trabajar sobre lo que yo hice… ¿por qué no te vas a la puta que te parió?

Esos son los intelectuales: quieren venir a conducir lo que el pueblo hace. Los militantes políticos, y los de las universidades, que se creen que vienen a salvar al pueblo, y no tienen la menor idea de lo que es trabajar con el pueblo, saberlo conducir, y lograr que el pueblo sea su propio líder.

Yo directamente los puteaba y los mandaba a la mierda. Y venían muchos, porque enseguida se corrió la bola por todos lados.

IX

Los asentamientos y “la política”

Me acuerdo que estando reunido con los curas en San Juan Bautista vinieron a avisarme que habían venido las topadoras para tirar las casillas del Tala. Tuve que salir corriendo, y estaba la topadora, la policía, y el comisario que era amigo mío, y me dice:

– Raúl, arreglá este problema porque yo no quiero tirar a la gente.

– No seas hijo de puta, le dije, ¿cómo mierda estás acá? ¿Vas a tirar contra tu pueblo.

Bueno, estaban las topadoras listas para avanzar, y estaba el delegado de Solano para dar la orden, y yo me puse adelante, llamé a todas las mujeres y nos pusimos frente a las topadoras: “no vas a  avanzar”, le decíamos. Y como habían unas casitas ahí cerca, donde vivían toda gente que conocíamos de la parroquia, yo le digo al de la topadora:

– Mirá, allí en las casitas hay vecinos con armas y te están apuntando: si avanzás te meten un tiro en la cabeza.

Lo asustamos. Entonces fui a hablar con el delegado, y me dice que tenía orden de Casanero, que fue intendente de la dictadura. Fuimos a Solano para hablar por teléfono, y el delegado habló y dijo que la orden estaba dada, que había que avanzar con las topadoras. Y yo le dije: bueno, déjeme hablar a mi. No me querían dejar, hasta que me dieron con el secretario del secretario del secretario, luego pasé al secretario de la intendencia, y le conté la situación. El me repitió que la orden del intendente era avanzar.

Entonces pedí que pararan hasta que yo hablara con él. Eran las doce menos cuarto y a las doce cerraba la intendencia. Menos mal que estaba Miguelito, un cura amigo que tenía un fitito, y llegamos los dos, subimos al tercer piso y estaba el secretario. Allí nos hizo esperar un tiempo largo, hasta que volvió y nos pregunta:

– ¿Ustedes para cuándo quieren la audiencia?

– Pero usted qué se hace –le digo–. Tengo un problema de la san puta en la parroquia y usted me pregunta para cuándo, yo quiero hablar ahora con el intendente, esto es urgente.

Entonces, de adentro del despacho dicen:

– Pase Padre, pase.

Era el intendente que estaba con dos o tres secretarios.

¿Y sabés las de puteadas que nos dimos? El me decía:

– Yo se que usted está organizando otro asentamiento.

Y yo le digo:

– El problema no es mío, sino que es suyo, porque usted tiene un problema de vivienda que no está resolviendo.

Y me dice:

– Pare la próxima toma.

– No, usted es el responsable de hacerlo porque usted es el responsable de atender a esa gente no yo. Yo estoy simplemente sirviendo allí.

– Mire Padre, yo soy boludo pero no tanto. ¿Por qué no hizo todo esto en Florencio Varela, y me lo trae acá a Quilmes?

Bueno, nos peleamos tanto que al final me dijo:

– Bueno listo, esta me la banco, pero la otra –la que venía– no la dejo pasar.

Así que el intendente tuvo que aflojar, porque la multitud era tan grande que no lo podía contener.

Esa fue la experiencia. Y asentamiento le llamamos porque no sabíamos que nombre ponerle: barrio no era, villa no era…. ¿Sabés cómo me costó romper con el concepto de villa? Y sin embargo, por un lado, creo que es mejor la villa, porque la gente se siente junta, hay cierta comunidad. Porque el asunto de ponerse todos bien separados es muy burgués, cada uno en su terrenito. Y es que resulta que con el tiempo me di cuente que una vez que consiguió escritura se puso el cerco, dijo esto es propiedad privada y se olvidó de lo comunitario.

Otra cosa es que no queríamos que entrara ningún partido político: ni peronistas, ni radicales. Pero después llegó la época de la democracia, vinieron los partidos políticos, y ahí se pudrió todo. Yo ahí me di cuenta que no iba más, y lo dejé todo. Se dividieron, se perdió la organización popular, hicieron sociedades de fomento. ¿Por qué no defendieron su organización popular que costó tanta sangre? ¿Por qué hacerles caso cuando dicen que no te atienden si no te convertís en una sociedad de fomento? Yo les decía que no acepten, que esas son las formas que ellos tiene para dominarte, que por qué no manteníamos nuestra organización, no la defendíamos. Porque un pueblo cuando ha llegado a su máximo nivel de organización tiene que tratar de defenderla frente a los poderes. Pero hay que tomar conciencia.

Logramos que un muchacho fuera concejal: Reinoso. Y yo le dije: “Reinoso, tenés que estar en función de tu pueblo, de tu gente”. Sí, sí, me decía. Se hizo concejal, se fue a la mierda, se separó de la señora, se hizo rico…

CS: Y después volvió con la topadora… (risas)

X

Crisis de la experiencia

RB: Después del asentamiento, en una reunión que hacíamos todas las semanas, yo propuse pensar qué nombre le poníamos a ese fenómeno que había sucedido. Y entonces me acordé del éxodo. Claro, los israelitas se liberaron cruzando el Mar Rojo, y se asentaron en el desierto. Ahí nace el nombre de asentamiento, en esa experiencia. Porque en Perú le llaman “pueblo nuevo”, en Chile lo llaman “población”.

CS: ¿Y cómo siguió el proceso en los últimos veinte años, es decir, en los ochenta y noventa?

RB: De un lado, en la Iglesia no se vio bien. El obispo y los curas no aceptaron. Ellos me decían: “vos no pensás en la Iglesia, no pensás en el obispo, mirá que quilombo estás armando, mirá que lío”. Un lío no sólo nacional sino también latinoamericano. Porque era un fenómeno que nunca se había dado en la Argentina: la posibilidad de que la gente con coraje tomara las tierras, y que comenzara a tener por sí mismo un pedazo de tierra para poder construir su casa.

Después me hicieron como seis o siete juicios. Uno de los jueces me llamó de Lomas, y me dijo:

– Yo soy católico, ¿cómo puede usted hacer eso, no ve que va contra la propiedad privada?.

Y yo le contesté:

– No señor juez, yo estoy a favor de la propiedad privada.

– ¿Y cómo está a favor si usted ha tomado las tierras?

– Yo estoy a favor –le dije– porque quiero que los pobres tengan también la propiedad privada.

Otro tipo me vino a prepotear, y me dice:

– Acá tengo los papeles que dicen que esto es mi propiedad.

Y le respondí:

– Yo también tengo papeles, y son mejores que la escritura tuya.

– ¿Y cuál es?, pregunta.

– La Sagrada escritura –le mandé– que dice que la tierra es de Dios.

Y lo cagué. El tipo se ponía furioso. (risas)

Con esos argumentos andábamos. Pero después, con el tiempo, tomó el pueblo la experiencia, y se fue multiplicando. Ahí apareció Agustín Ramírez, que fue un chico de la parroquia que aprendió, y todos los demás que aprendieron. Comenzó a surgir por todos lados, porque la necesidad estaba y el hecho había producido entusiasmo y seguridad de que se podían tomar las tierras; se había perdido el miedo, y la gente tomó coraje y comenzó a andar y no paraba más.

Resulta que después me di cuenta que, a pesar de que todo el trabajo que se había hecho era muy bueno, habíamos terminado haciendo más de lo mismo: habíamos logrado hacer burgués a la gente. Porque ahora, con la propiedad privada lograda, se acababa todo lo comunitario, ya nadie se preocupaba por el vecino: si antes todos trabajábamos juntos, todo era comunitario, ahora cada uno se separaba. Y yo dije: “no, para trabajar para esto no trabajo más, y me fui”.

CS: ¿Y el Movimiento de Vida Comunitaria (MoViCo) cuando nace?

RB: MoViCo nace como resultado de toda esa experiencia. En ese momento dije: tengo que producir algo nuevo, en donde la gente se forme para no caer en ese individualismo. Por eso se llama vida comunitaria, porque se trata de poner las raíces de lo comunitario. Pero para eso hay que vencer al individualismo que está metido hasta los huesos de la persona, porque eso es lo que propone el sistema. ¿Cómo vencés eso? Con todo un trabajo de concientización, para poder hacer de tal manera que la persona llegue a tomar conciencia de que lo individual ya no satisface plenamente, y que necesariamente tenés que encontrar el sentido comunitario para vivir. Es decir, tiene que surgir no como algo impuesto sino como una necesidad imperiosa tuya, de que lo individual ya te harta, y ya no podés vivir más como el sistema te propone, tenés que vivir con otros valores. Yo creo que de allí parte el trabajo, ese es el sentido del MoViCo. En ese sentido, nace como expresión de todo el trabajo que vengo haciendo desde hace tanto tiempo.

XI

Nuevas búsquedas

CS: ¿Y cómo ve el trabajo actual de los MTDs?

RB: Bueno, ahora pregúntenle a ellos, yo ya hablé demasiado.

Myriam: Yo por lo que veo, un poco a cierta distancia, es que es un trabajo muy importante el que están haciendo. El hecho de salir en defensa de los desocupados. Porque el único derecho que tenía el hombre era el del trabajo, y a partir de ese también tenían salud, educación, etc. Al perder el trabajo pierden todo, y comienzan a agruparse y a exigir de alguna manera que ese desocupado sigue siendo una persona y tiene que tener familia, una vida digna. En ese sentido me parece muy importante el trabajo que hacen. Realmente: salir a la lucha, cuerpo a cuerpo con el sistema, porque sin dudas es así, uno ve como los cagan a palos.

Pero por ahí eso se puede unir con el trabajo que estamos haciendo nosotros. Pues si bien nosotros no vamos al cuerpo a cuerpo, también estamos haciendo un trabajo de liberación y de concientización popular. Para nosotros es fundamental, para construir una sociedad nueva, buscar cómo es que se vence al individualismo. Como decía Raúl, este es el gran problema, porque ya vimos en la historia de los asentamientos cómo una vez que se logra lo que se quiere surge de vuelta el individualismo: como una historia de solidaridad y comunidad se rompe cuando llega la propiedad privada.

A mi me parece muy bueno el trabajo que están haciendo los MTDs, sobre todo en lo que respecta a perder el miedo, juntarse y salir a la calle. Aunque a veces, por ejemplo cuando pasó lo de Maxi y Darío, a uno le da lástima perder personas tan llenas de vida y de conciencia por esto de ir al frente, ir al frente, tanto que el sistema te termina matando. Y por ahí se pueden pensar otras propuestas y trabajar juntos. Nosotros estamos por lo mismo, por ejemplo, pero tenemos otra metodología.

CS: ¿Cómo es la metodología de ustedes?

XXX: Nosotros trabajamos con la gente en forma personalizada, hacemos reuniones una vez por semana de dos horas en los barrios. Ahí los vecinos se juntan, y siempre hay una persona que ya tiene experiencia en el movimiento y se las trasmite a ese grupo que se está formando. MoViCo tiene tres momentos, a partir de una metodología muy sistemática, con cuadernillos, con hojas que la gente puede llevarse a la casa, y muchas prácticas.

Hay mucho de mirarse para adentro, de conocerse, de entender como funcionan nuestras mentes, de entender que si queremos organizar a las personas tenemos que estar primero concientizados nosotros: no podemos dar algo que no tenemos. Parecería, en principio, que es una actitud egoísta, que estamos pensando en nosotros. Pero creo que cuando hablamos de un hombre nuevo tenemos que pensar sí o sí en nosotros. Y esto para la gente es muy importante, porque se dan cuenta de que no se trata de algo que hay que ir a buscar afuera. Este es un primer paso. Y ahora estamos organizados en los barrios, por sectores, hay manzaneras, y van surgiendo nuevos centros del MoViCo, de cinco, diez o quince personas.

Myriam: Pero a su vez se trata de construir una sociedad nueva. Pero eso se construye con personas nuevas, que encuentran maneras distintas de resolver los problemas como la salud, la educación, etc. Lo que buscamos es un cambio social, porque la persona no puede estar bien donde hay represión. Lo que no nos interesa es incluir a la gente, sino todo lo contrario: construir algo radicalmente distinto. Esto implica un proceso más lento, pero también darse cuanta que se trata de una sociedad que ya existe, por ejemplo, en experiencias comunitarias concretas.

[1] El Concilio Vaticano II

[2] Miguel Ramondetti

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