Anarquía Coronada

Tag archive

berardi

Del fascismo futurismo futurista al geronto-fascismo // Franco «Bifo» Berardi

UNO: cien años después

Como en un encantamiento, pronto a cumplirse el centenario de la Marcha sobre Roma, la descendencia directa de Benito Mussolini se prepara para tomar el poder en Italia.

Se da por segura una victoria de la coalición de derecha en las elecciones previstas para el 25 de septiembre, y Fratelli d’Italia podría resultar el partido más votado entre los tres que componen la coalición. Giorgia Meloni, secretaria de Fratelli d’Italia, tiene grandes posibilidades de ser el primer Presidente del Consiglio de género femenino en la historia italiana.

El fascismo está en cada rincón de la escena italiana y europea: está en el retorno de la furia nacionalista, en la exaltación de la guerra como la única higiene del mundo, en la violencia anti-obrera y anti-sindical, en el desprecio por la cultura y la ciencia, en la obsesión demográfico-racista que quiere convencer a las mujeres de tener hijos de piel blanca para evitar la gran sustitución étnica, y porque si las cunas están vacías la nación envejece y decae, como decía El.

Toda esa basura volvió.

Por lo tanto ¿vuelve el fascismo? No exactamente. Aquél, el de Mussolini, era un fascismo futurista, exaltación de la juventud, de la conquista, de la expansión.

Pero cien años después la expansión acabó, el ímpetu conquistador fue sustituido por el miedo a ser invadidos por migrantes extranjeros. Y en lugar del futuro glorioso ahora tenemos en el horizonte la extinción inminente de la civilización humana.

“Sol que surges libre y fecundo

no verás otra gloria en el mundo

mayor que Roma”[1]

Eso decía la retórica nacionalista del siglo pasado.

Ahora el sol provoca miedo porque los ríos están secos y arden los bosques.

Lo que avanza es el Geronto-Fascismo: un fascismo de la época senil, el fascismo como reacción rabiosa al envejecimiento de la raza blanca.

También sé que muchos jóvenes votarán por la Meloni, pero el espíritu de esta derecha está entrampado en una especie de demencia senil, un olvido de las catástrofes pasadas, como si los hubiera provocado un Alzheimer.

El geronto-fascismo, agonía de la civilización occidental, no durará mucho. Pero en el breve período que esté en el poder podría producir efectos notablemente destructivos. Más de los que podamos imaginar. 

Giorgia Meloni

¿Qué fue el fascismo histórico?

Se necesita una breve lección de historia italiana.

Italia es un nombre femenino. En el Renacimiento, las cien ciudades de la península vivían su historia sin pensarse como nación, sino, sobre todo, como lugares de paso, de residencia, de intercambio.

La belleza de los lugares, la sensualidad de los cuerpos: la autopercepción de los habitantes de la península de cien comunas era femenina hasta que llegó la austera fanfarria de la nación. En los siglos posteriores al Renacimiento, la península fue tierra de conquista de ejércitos extranjeros, pero el pueblo se las arregla.

“Que sea Francia o España, con tal que se coma”, decía el refrán que en la lengua de la época rimaba con la frase “Francia o Spagna, basta che si magna.”

El país decae, pero algunas ciudades prosperan, y otras hacen lo que pueden.

Luego viene el Ottocento, un siglo retórico que cree en la nación, una palabra misteriosa que no quiere decir nada. ¿Es el lugar de nacimiento, o acaso la identidad fundada sobre el territorio que tenemos en común?

La identidad nacional es una superstición en la cual nunca creyeron los habitantes de la ciudad, pero que les fue impuesta por una minoría influenciada por el Romanticismo más reaccionario.

Los piamonteses, montañeses presuntuosos rehenes de Francia, pretenden que los napolitanos y los venecianos acepten someterse a su comando. Así, el Sur fue conquistado y colonizado por la burguesía del Norte, y comienza su decadencia: entre 1870 y 1915 emigran veinte millones de italianos del sur y del Véneto. En Sicilia se forma la mafia, que al principio era una expresión de las comunidades locales para defenderse de los conquistadores, y luego devino una estructura criminal de control del territorio.

La cuestión del Sur como colonia no terminó nunca, y aún hoy sigue profundizándose, aunque las ciudades como Palermo o Nápoles, viven una vida extra-italiana, cosmopolita.

Durante la guerra por la independencia, un joven de nombre Goffredo Mameli escribió las palabras de Fratelli d’Italia, que terminó siendo el himno nacional[2]. No es un himno bellísimo, no. Es un amontonamiento de frases retóricas, belicistas y esclavistas. Mameli murió muy joven, y no merecía continuar siendo expuesto al ludibrio de quienes escuchan esta musiquita que intenta ser viril, y en cambio provoca risa. 

Las posturas guerreristas terminan en un fracaso estrepitoso porque los habitantes de las ciudades italianas fueron siempre demasiado inteligentes como para dejarse tratar como italianos. Son venecianos, napolitanos, sicilianos, romanos, genoveses, boloñeses. ¿Qué más? Solo la burguesía piamontesa, que si se me permite decirlo, nunca fue demasiado brillante, pudo creer en esta ficción blanca, roja y verde.

Y luego llegaron los grandes desafíos del nuevo siglo, el siglo de la industria y de la guerra. Había que ser competitivos, agresivos, no más maricas.

En 1914, mientras Serbia y Austria entran en guerra, arrecia la polémica entre intervencionistas y no intervencionistas. Los Futuristas, intelectuales de poca monta, se agitan: desprecio por la mujer, la guerra es la única higiene del mundo vocifera el pésimo poeta Marinetti en su Manifiesto de 1909. ¡Abajo la Italieta! Gritan los estudiantes intervencionistas para convencer a los sicilianos y napolitanos de que vayan a hacerse asesinar a la frontera con el Imperio Austro-Húngaro…que para napolitanos y sicilianos no significa nada. La historia de la nación italiana es la historia de una sistemática traición.

Cuando en 1914 estalla la guerra en Europa, Italia es aliada de Austria y Alemania, pero el gobierno italiano decide no entrar en guerra, y queda a la espera de ver cómo evoluciona la situación. En 1915 prevalecen los intervencionistas y ahí Italia entra en guerra del lado de Francia e Inglaterra, contra quienes eran sus aliados. El resultado de la guerra es catastrófico. Quince mil muertos en Caporetto[3].

Los veinteañeros mandados a morir cantan:

“Oh Gorizia, maldita seas

por cada alma que tiene conciencia,

dolorosa nos fue la partida

y para muchos no hubo regreso”[4]

Tras la guerra, las potencias vencedoras, Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos, que por primera vez entraron en los asuntos europeos, convocan al Congreso de Versalles para dar un nuevo orden a Europa, y tal vez al mundo.

Los vencedores franceses e ingleses quieren castigar a Alemania, pero en un libro titulado Las consecuencias económicas de la pazJohn Maynard Keynes aconseja no exagerar, porque con los alemanes, incluso derrotados, no se juega.

El presidente norteamericano, un tal Woodrow Wilson, ignorante de Historia y de Antropología, piensa poner prolijidad a la cosa y proclama la Autodeterminación de los Pueblos. Pero Wilson olvida explicar qué quiere decir pueblo, aunque de hecho esta palabra no significa nada. Y la otra, Nación, tampoco. Dos palabras privadas de sentido lógico que transforman la historia del Novecento en un infierno de guerras sin fin.

En el Congreso de Versalles, los italianos desean ser tratados como vencedores, y reivindican para sí Dalmacia, Albania y algo de África. Pero los verdaderos vencedores, las potencias imperialistas consolidadas, tratan a los italianos como lacayos y traidores, y no toman en consideración sus petulantes reclamos. Sidney Sonnino, extravagante ministro del Reino de Italia, se retira con el pañuelo mojado por las lágrimas.

La humillación es arrasadora para quienes habían combatido, los veteranos, que habían creído que estar del lado de los vencedores les iba a traer la gloria, riqueza y colonias.

Un romagnolo llamado Benito, que se había ido del partido Socialista en 1914 para entrar en el bando de los intervencionistas, asume la dirección de los veteranos, que se dan cuenta de que han combatido por nada, y gritan ‘vendetta’ contra la Inglaterra plutocrática. Benito tiene una cultura retórica y de provincia, pero una buena memoria, y encarna la virtud del macho latino, arrogancia, fanfarronería, oportunismo. Su voz suena potente con la amplificación eléctrica, y sus poses son perfectas para el cine, el nuevo medio que acompaña la creación de los regímenes de masas en la primera parte del siglo XX.

En 1919 los obreros del norte industrial ocupan las fábricas y los labriegos de la Emilia-Romagna entran en huelga contra los terratenientes por mejores condiciones de trabajo. Benito Mussolini guía el orgullo de la nación contra los intereses mezquinos de los obreros. Es ‘la patria’ contra las organizaciones de la sociedad real. Y así, en octubre de 1922 tras haber conseguido la mayoría relativa en las elecciones, encabeza la Marcha sobre Roma, y nace el fascismo: un hombre solo al comando, violencia contra los sindicatos, persecución a los intelectuales, asesinato de los dirigentes de izquierda. Antonio Gramsci escribe en la cárcel sus Cuadernos donde explica qué era -y sigue siendo-, el núcleo central del fascismo: la violencia patronal contra la clase trabajadora.

Italia se volvió masculina, y la Italia masculina quiere un imperio, pero esto no le gusta ni a los ingleses ni a los franceses, naciones consolidadas que ya tienen un imperio.

Las naciones jóvenes, Italia, Alemania, Japón, reivindican el derecho de tener su lugar bajo el sol, y sellan la alianza. Nace el eje Roma-Berlín-Tokio (RoBerTo)

Mussolini manda tropas a Libia, Etiopía, Abisinia: hacia allá van los jóvenes italianos mandados a combatir en esas tierras, guiados por criminales de guerra como el general Graziani. Masacran pueblos enteros. Lanzan bombas con gas mostaza contra aldeas del Cuerno de África.

Desde su balcón romano Mussolini proclama a una multitud oceánica que ha renacido el Imperio de Roma. Es 1936, y desde España llega el ruido de una nueva guerra. Hitler manda a la Luftwaffe a bombardear Guernica, Mussolini envía 5000 militares para combatir en el bando del fascista Francisco Franco contra los Republicanos[5].

La potencia germana ha aumentado, como lo había previsto Keynes. La humillación genera monstruos, y los monstruos quieren venganza. Y la venganza de los alemanes humillados se desencadena en 1939 con la invasión de los Sudetes (Checoslovaquia), luego Polonia, y finalmente Francia. Millones de judíos que viven en Alemania, Polonia y otros países europeos son sindicados como los enemigos a exterminar. También en Italia, donde habían vivido pacíficamente en ciudades como Roma, Venecia, Livorno, fueron aislados, despedidos de sus trabajos. Las leyes raciales preparan las deportaciones, la entrega de los judíos italianos a su aliado nazi.

En 1939, por mar, escapan de Alemania ciento veinte mil judíos. Quieren llegar a Inglaterra, pero los ingleses los rechazan, como hoy rechazamos a los africanos que quieren desembarcar en nuestras costas.

Mussolini es aliado de Hitler pero no se fía, e incluso teme que quiera invadir la región noreste de Italia donde se habla alemán. Cuando Hitler lanza la invasión a Polonia el 1 de septiembre de 1939 para ir a conquistar su salida al mar Báltico, la guerra se precipita rápidamente, involucrando una tras otra a las potencias mundiales. Pero Mussolini duda.

Al igual que cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, el gobierno italiano espera un poco para decidirse a entrar en guerra. “No beligerancia” lo llama Mussolini, a quien le gustaban las palabras difíciles.

Sin embargo, en 1941, estaba claro que Hitler estaba ganando la guerra. Alemania había ocupado casi toda Europa, y entonces Mussolini decide intervenir del lado del nazismo vencedor, tras haber pronunciado la frase que, tal vez, mejor define el alma del fascismo: “Sólo necesito unos pocos miles de muertos para poder sentarme en la mesa de negociación”[6].

Los muertos fueron mucho más que unos pocos miles, y la mesa de negociación Mussolini la encontró cuatro años más tarde, en Piazzale Loreto, en Milán, donde fue colgado con la cabeza para abajo.

En junio de 1941 las tropas italianas entraron en Francia, ¡que ya estaba ocupada por los alemanes!, y alguien comentó, repitiendo las palabras de Francesco Ferrucci pronunciadas en 1530 a su verdugo: ”Vil Maramaldo, asesinas a un hombre muerto”

Mussolini pensaba que la victoria de los nazis estaba garantizada y que el fin de la guerra era inminente. Pero el infame se equivocaba: no había considerado el hecho de que el pueblo soviético había resistido, que había pagado el precio de 20.000.000 de muertos –bastante más que los pocos miles de muertos…y que voló por el aire la mesa de negociaciones a la que el infame hubiera querido sentarse. No había considerado que los Estados Unidos iban a entrar en el conflicto con todo el peso de sus armamentos.

La guerra italiana, una vez más, fue un desastre. Mientras los alemanes ocupaban todo el territorio europeo, Mussolini mandó a los desgraciados militares italianos, mal vestidos y peor equipados, a combatir a África, a Rusia y a Grecia. Había amenazado con quebrar la espalda de Grecia, pero las ofensivas italianas fueron reveses.

Hay un bellísimo filme de Gabriele Salvatores, Mediterráneo[7], que cuenta la historia de un grupo de militares italianos enviados a romperle los riñones a Grecia, y que están en una islita del Egeo donde se quedan por años, sin ningún contacto con el resto del mundo.[8]

Los italianos, que en su gran mayoría habían creído en las fanfarronerías del Duce, inclusive cuando parecía no haber peligro de quedar inmersos en una cosa tan horrible como la guerra, ahora comenzaban a darse cuenta de lo que era el fascismo, del abismo de horror que se ocultaba detrás de palabras sin sentido como Nación, Patria, Honor, Bandera, Fratelli d’Italia y muchas más.

El 25 de julio de 1943 el Gran Consejo del Fascismo, esto es, el parlamento de los infames que lo habían respaldado cuando parecía victorioso, lo destituyeron y metieron preso[9]. Los alemanes lo liberaron al poco tiempo, para que constituyera la República Social de Salò, que controló parcialmente el norte de Italia por casi dos años: los grupos residuales de fascistas que formaban parte de ella ayudaron a los nazis a perpetrar masacres que marcaron los últimos años de la guerra, como la matanza de Marzabotto y la de Santa Anna di Stazzena[10].

El 8 de septiembre de ese año el ejército italiano se disolvió, muchos se convirtieron en partisanos y combatieron en el bando de las tropas anglo-norteamericanos que atravesaron la península de Sur a Norte, y en abril de 1945 liberaron las ciudades del norte de la presencia de residuos nazis y fascistas.

Entre esos partisanos estaba mi padre, que me ha contado esta historia desde cuando era niño. Mi padre tuvo la suerte de morir antes de ver lo que está pasando hoy. Creo que le haría mal.

Pero ¿Qué está aconteciendo hoy en Italia? ¿Qué está aconteciendo en Europa?

Veamos.

<>

DOS: Solo un hombre al comando, es decir, una mujer

El gobierno encabezado por Draghi ha caído. Draghi, ex funcionario de Goldman Sachs, luego director del Banco Central Europeo, tiene una confianza absoluta en el piloto automático que gobierna todo. En nombre del piloto automático contribuyó en 2015 a destruir la democracia en Grecia, y en consecuencia en Europa: el sistema financiero europeo debía doblegar al pueblo griego que con un 62% de los votos había decidido rechazar el memorándum que ordenaba la privatización general y la reducción de los salarios y las pensiones. Draghi era director de ese Banco Central Europeo, y cumplió su parte para imponer la humillación y un brutal empobrecimiento del pueblo griego. Era su tarea, era la voluntad del piloto automático.

Mario Draghi es una persona culta, a diferencia de la gran mayoría de los políticos italianos que, en general, tienen una vergonzosa ignorancia, como el caso del ministro de Relaciones Exteriores, Luigi di Maio, un monigote que desconoce cualquier idioma extranjero, y que está convencido de que Pinochet fue el dictador de Venezuela.

El gobierno Draghi nació a comienzos de 2021, después de una conjura de palacio urdida por un killer profesional, amigo de Mohammad bin Salman, llamado Matteo Renzi. El sistema financiero europeo quería cambiar al premier Giuseppe Conte, el líder del movimiento Cinque Stelle que parecía demasiado proclive a los reclamos sociales como para confiarle todo el dinero que la Unión Europea invierte en apoyar la economía italiana, el país que más sufrió los efectos de la pandemia.

Se encontró el modo de quitar del medio a Conte, y se llamó a Draghi para salvar el país y transformarlo, finalmente, en un país serio, o sea, respetuoso de las leyes de la ganancia y de las reglas establecidas por el sistema financiero.

El caos barroco de la política italiana debía inclinarse al rigor protestante de las finanzas alemanas, y el sosegado Draghi era la persona justa para esto.

Todos se prosternaron a los pies del Duce financiero, todos elogiaron su liderazgo, todos se declararon dispuestos a apoyar su programa, sus métodos y sus objetivos.

Todos, excepto ella.

Excepto Giorgia Meloni, una romana auténtica, auto-proclamada feminista, fundadora de un partido. Por primera vez en la historia italiana una mujer funda un partido, y lo llama, genial paradoja, Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia).

El feminismo Giorgia lo explica así: “En la izquierda hablan mucho de la paridad de las mujeres, pero en el fondo piensan que la presencia femenina deba ser, de todas maneras, una concesión masculina. Donde estés, seas mujer u hombre, debes llegar por capacidad y no por cooptación. Y si las mujeres llegan, cuando llegan no es por concesión de un hombre”. (Página 58 del libro autobiográfico Io sono Giorgia)

A Meloni le gusta competir con los hombres como si fuese un hombre. Y gana. “Tal vez sea por reacción al complejo de inferioridad que lleva a muchas mujeres a competir entre ellas, pero yo me divierto más compitiendo con los hombres” (página 70)

Feminismo y competencia: un oxímoron que funciona. ¿Qué otro mensaje puede ser más convincente para el electorado femenino, cuando la ideología dominante puso a la competencia en el centro, y la hipócrita adulación de las mujeres es uno de los motivos recurrentes de la publicidad comercial y de la propaganda liberal?

Fratelli d’Italia es el único partido que no formó parte del gobierno Draghi. Al menos formalmente ha sido opositor. Aunque no ha estado en la oposición en las cuestiones sociales.

Tampoco fue opositor a la hora de mandar armas al ejército ucraniano para prolongar infinitamente la guerra y con ella la agonía de la población de ese país.

Pero hizo como si fuera oposición al rechazar cargos ministeriales que todos los otros ocuparon cómodamente.

Según los sondeos electorales para los comicios de fin de septiembre, el partido de Giorgia Meloni será el más votado y por ello, en principio (a pesar de que los principios valen poco en este país que volvió a la época barroca), Giorgia Meloni será la Presidente del Consiglio.

Será la primer presidente del Consiglio de sexo femenino desde la unificación de Italia.

¿Interesante, no? Cien años después de la marimacho hija de Mussolini, es una mujer la que quiere llevar al gobierno nacional el culto a la patria, la familia tradicional, el heroísmo militar, el respeto de las jerarquías, el rechazo a los inmigrantes, una concepción racial de ciudadanía.

En una palabra: el Fascismo.



Pero las cosas no son tan simples. Algunos rasgos del fascismo –nacionalista, racista, represión de las organizaciones obreras, militarismo-, han resurgido en la cultura nacional y en las elecciones políticas, pero no son una exclusividad del partido de Giorgia Meloni. Son compartidos por muchas otras fuerzas políticas que van a los comicios. Indudablemente las comparte el PD- Partido Democrático (socialdemócrata), igual de responsable que la Liga (extrema derecha) del rechazo sistemático de la que son víctimas millares de extranjeros que se ahogan en el Mediterráneo.

El artífice de la política hipócrita y cruel de rechazo y detención de los migrantes es, de hecho, un exponente del Partido Democrático. Se llama Marco Minniti, ex ministro del Interior en el decenio pasado, y quien dirige una Fundación cuyo sponsor es la principal agencia militar italiana, Leonardo.

El racismo es la política no oficial pero sustancial de la República Italiana y de la Unión Europea. Los refugiados de piel blanca son recibidos con los brazos abiertos, y los que tienen la piel de un color un poco distinto son enviados a ahogarse en el mar.

Desde este punto de vista, Giorgia Meloni no es distinta a otros partidos que gestionan el poder en el continente.

En cuanto al resto, el fascismo, violencia patronal contra los trabajadores, es ya un estilo de poder en Italia. A mediados de julio en Piacenza, la ciudad donde está la mayor parte de los depósitos de distribución de la logística italiana, Amazon incluido, siete activistas sindicales fueron sometidos a proceso penal acusados de organizar huelgas y sabotear la producción para imponerle a las empresas aumento de salario. Cuatro de estos trabajadores perseguidos tienen nombres no-italianos.

¿Y la guerra?

Después del 24 de febrero, el gobierno Draghi ha mostrado una lealtad adamantina a la política de la OTAN y de los belicistas de la Casa Blanca.

Mientras el 73 por ciento de los ciudadanos están en contra de participar de la guerra en Ucrania, Draghi y todos sus draghetti, empezando por el ultra militarista líder del PD, Enrico Letta, han mandado armas y municiones a los ucranianos para que la guerra no termine nunca.

La pregunta es si la derecha italiana será tan leal. Algunos recuerdan que la lealtad en las alianzas nunca fue el punto fuerte de la historia italiana, como ya vimos durante le Primera Guerra Mundial, y también en la Segunda.

Ahora está comenzando la Tercera, y no faltan razones para preguntarse qué juego jugará Italia, considerando que los tres cabecillas de la derecha tienen amigos íntimos en el frente adversario: el húngaro Orban es el predilecto de Giorgia Meloni, y el propio Putin es un viejo amigo de los tres.

Los de la alianza Atlántica, unidos para alimentar el fuego en la frontera oriental de Europa, están preocupados por lo que podría hacer el viejo capo Silvio Berlusconi, gran amigo de Vladimir Putin, y el futuro ministro del Interior Matteo Salvini, un energúmeno que hace unos años firmó un pacto de alianza entre su partido la Liga del Norte –Lega Nord con Rusia Unida, el partido que gobierna Rusia.

Salvini

La Meloni tiene una posición más ambigua. En el pasado, naturalmente, le gustaba el nacionalismo cristiano del neo-zarismo ruso, pero cuando estalló la guerra en Ucrania, cuando la pacífica Europa se transformó en la Unión de las Naciones Europeas Armadas, la líder del partido neo-mussoliniano se apuró a prometer fidelidad a su nueva patria.

Veremos.

Este verano de 2022 es el más cálido que la memoria humana tenga registro, se queman los bosques de Trieste a Livorno, los ríos están secos, los glaciares se derriten, los trabajadores mueren bajo el sol en las obras en construcción. La inflación recorta los ya magrísimos salarios, y el otoño que se avecina da miedo.

Pero impertérrito, el óptimo presidente de la República ha convocado a elecciones en medio de la ola de calor, y se votará el 25 de septiembre…justo a tiempo para festejar el Centenario de la Marcha sobre Roma.

¿Y de qué se habla en las interminables conversaciones políticas? ¿De los obreros de los depósitos de logística que fueron arrestados en Piacenza? ¿De los inmigrantes que mueren ahogados en el mar Mediterráneo? ¿Acaso del personal del sistema sanitario que fue reducido al mínimo, de los médicos muertos de Covid en la pandemia, de los veinte mil enfermeros que renunciaron porque no pueden más?

Esas deben ser bagatelas. Se habla de alianzas de coaliciones, de nuevos partidos que nacen con nombres graciosos como Azione, Coraggio Italia, Italia Viva. Yo diría Italia moribunda. En nombre de la democracia se prepara la celebración del funeral de la democracia. Se irá a votar el 25 de septiembre, y es muy probable que a votar a Giorgia Meloni, que jura fidelidad a la OTAN, lo que en su corazón quiere decir fidelidad al fascismo, al racismo, a la guerra. Pero también es probable que más de la mitad de los electores no vayan a votar.

El abstencionismo, de hecho, es el primer partido en Italia.

No sé qué tendría que hacer. Me dicen ‘si no votas ayudas a que gane Giorgia Meloni’. ¿Y entonces? No veo ninguna diferencia entre los programas del partido fascista de Giorgia y el partido Democrático de Enrico Letta. Cuando fueron las elecciones en Estados Unidos, dos años atrás, todo el mundo pensaba que era imposible que alguien fuera peor que Donald Trump. Joe Biden ha demostrado que no es cierto, que es posible ser peor que Trump, expulsar más migrantes que Trump, legitimar al príncipe árabe estrangulador –como lo habría hecho Donald Trump-, y por sobre todo, provocar una guerra mundial, lo que probablemente Trump no habría hecho.

¿Por qué debemos seguir creyendo en la democracia representativa si la democracia representativa ha demostrado ser un engaño contra los trabajadores?

Al mismo tiempo, me doy cuenta de que con la derecha en el gobierno las condiciones de vida de la sociedad italiana van a empeorar de un modo dramático. En primer lugar, estos quieren eliminar el Ingreso de Ciudadanía, renta básica universal, lanzado en 2019 y que le ha permitido sobrevivir a millones de jóvenes desocupados que están al borde de la pobreza absoluta. La derecha dice que el ‘reddito di cittadinanza’ le permite a los jóvenes rechazar un trabajo cuando no les gusta. ¡Prefieren esclavos, listos para aceptar cualquier explotación a cambio de cualquier salario para no morir de hambre!

La derecha desatará el racismo contra los inmigrantes que están obligados a aceptar trabajar el doble por la mitad, bajo el sol, en condiciones de clandestinidad.

¿Qué otra cosa pretende hacer la derecha cuando esté en el gobierno?

Un objetivo declarado de Giorgia Meloni es un cambio en el presidencialismo de la República, que la Constitución antifascista de 1948 quiso que sea parlamentario: quiere una persona, un hombre, al comando, aunque ahora ese ‘hombre’ sea una mujer.

Finalmente, Meloni pretende ‘relanzar la natalidad’, con amplios programas. Como en todo el Hemisferio Norte, también en Italia, gracias al feminismo y a los diversos anticonceptivos, las mujeres han decidido no ser más animales de reproducción, y quieren vivir su vida sin tener que obedecer las órdenes ni del marido ni de la Nación.

Por otra parte, las nuevas generaciones son cada vez más conscientes de que tener hijos hoy es un gesto irresponsable, porque es entregar a inocentes al infierno de un clima intolerable, en un mundo que está involucionando hacia formas de vida inhumanas, con salarios cada vez más bajos y condiciones de vida que se parecen demasiado a la esclavitud.

Meloni quiere hijos para las guerras que vendrán, quiere esclavos para la economía de la explotación total.

Y por sobre todo, Meloni, al igual que Salvini de la Lega Nord, quiere que las mujeres italianas tengan hijos para evitar que los migrantes de lugares lejanos vengan a Italia a sustituir la población que decrece.

Este es el punto más importante del fascismo que vuelve a Italia, como en todo el ‘mundo blanco’: el pánico a la ‘gran sustitución’. La guerra ucraniana ha transformado a la Unión Europea en un estado racial, en el que los refugiados de piel blanca gozan de privilegios que son negados a los ‘oscuros’. En todos los países se acentúa el carácter identitario blanco de las políticas migratorias y sociales.

He ahí el carácter profundo del Geronto-Fascismo: una población de viejos que por cinco siglos han rapiñado, violentado y explotado a los pueblos del Sur del mundo, y ahora tienen miedo a la invasión. Precisamente este es el punto por el cual el geronto-fascismo está destinado a perder: las mujeres no se pondrán a hacer hijos para el horno del futuro.

<>

TRES: Y ahora

Italia no es fascista por voluntad de Dios, y la democracia italiana no siempre fue un ritual hipócrita. En los años posteriores a la infame guerra de Mussolini, gracias a la Resistencia, los italianos pudieron escribir una Constitución con muchas cosas interesantes, por ejemplo, en su Artículo 11, sostiene que Italia repudia la guerra.

¿Repudia la guerra? ¿En serio? ¿Y por qué hoy estamos ayudando a los rusos a masacrar civiles al proveer de armas a una resistencia que tiene la esvástica tatuada en el antebrazo?

Y la Constitución, que nunca se aplicó íntegramente, ahora está en peligro porque sus enemigos son mayoría. Son los empobrecidos por el capitalismo neoliberal y por las políticas financieras, son los que fueron bombardeados durante cuarenta años por la televisión berlusconiana, que ya no recuerdan que la Constitución proclama que somos todos iguales, independientemente de las diferencias de ingresos, raza y religión, y que la propiedad privada solo es legítima cuando no va en contra de los intereses de la mayoría.

Pero el pueblo italiano no siempre fue así de desmemoriado, tan agrio, tan triste, nervioso, enojado, y por lo tanto racista e incluso un poco zonzo. Hubo un tiempo en el que los patrones no podían livianamente echar del trabajo a los obreros que adherían a un sindicato, porque entre los trabajadores había solidaridad, y porque era fácil hacer amistad, no como hoy que nadie sonríe en la calle y estamos listos para destrozarnos, porque la precariedad ha transformado a los trabajadores en miserables competidores que tienen miedo de perder el trabajo, y entonces están dispuestos a trabajar doce horas como esclavos. ¡Una vida de mierda que ya no vale la pena vivirla!

Un pueblo de depresivos enojados que van a votar a quien les promete recuperar un honor perdido que jamás existió, y que les promete aumentar la cifra de africanos ahogados en el mar para que no vengan a desembarcar en nuestras sagradas costas, y que les promete guerra, y más guerra, y más guerra.

Y mientras tanto, hace calor, se muere de calor, y los ríos son hilos de agua, en tanto que el agua comienza a escasear, las naftas cuestan cinco veces más, el precio del gas aumenta por día, si uno se enferma no encuentras un médico porque la Salud fue privatizada, y si terminaste una carrera profesional el único trabajo que puedas conseguir no alcanza para pagar el alquiler. ¿Y sabes qué te digo?

Desertemos. Cerremos todo. Boicoteemos la guerra que destruye los recursos y obliga a reabrir las centrales que usan carbón, a la espera que alguno desencadene un ataque nuclear.

Ocupemos todas las escuelas, todas las facultades en todas las universidades. Hagamos como sugieren los jóvenes de End Fossil: ¡Ocupemos! ¡Occupy!

Creemos espacios de amistad, espacios para proyectar un futuro posible, donde el saber esté al servicio del bienestar colectivo, y no de la guerra.


[1] Texto del Himno a Roma, con música de Puccini. Obra de Fausto Salvatori, inspirado en el Carmen saeculare, de Horacio (Quinto Orazio Flacco), poeta Siglo Iº A.C.

[2] El Canto de los Italianos, conocido como Fratelli d’Italia o Himno de Mameli, fue escrito por el entonces estudiante y patriota Goffredo Mameli en 1847. En ese mismo año envió el texto a Torino para que fuera musicalizado por el maestro genovés Michele Novaro, a quien le gustó de inmediato. El Himno se estrenó públicamente el 10 de diciembre de 1847 en Génova, presentado a la población en la plaza del santuario de Nuestra Señora de Loreto, en el barrio de Oregina, durante la conmemoración de la revuelta del barrio genovés de Portoria, contra los ocupantes Augsburgo. En esa ocasión lo interpretó la Filarmónica Sestrese.

[3] La Batalla de Caporetto, conocida en Italia y en el exterior también como ‘derrota’ o ‘debacle de Caporetto’, fue un enfrentamiento librado en el frente italiano de la Primera Guerra Mundial, entre las fuerzas conjuntas de los ejércitos austro-húngaros y alemanes, contra el Regio Esercito italiano. El ataque condujo a la más grave derrota en la historia del Ejército italiano, el colapso de batallones enteros y al repliegue completo hasta el río Piave. La derrota produjo casi 300.000 prisioneros y 350.000 que fugaron, al punto que en italiano se usa el término Caporetto para describir una capitulación, una derrota o una debacle

[4] O Gorizia tu sei maledetta, es una canción antimilitarista y anarquista compuesta durante la Primera Guerra Mundial. Gorizia es una ciudad del Noreste italiano, en la frontera con Eslovenia

[5] ver Guerra Civil Española https://it.wikipedia.org/wiki/Guerra_civile_spagnola

[6] Frente al disgusto y quejas de algunos colaboradores importantes y militares (entre ellos Pietro Badoglio, Dino Grandi, Galeazzo Ciano y el general Enrico Caviglia) el Duce respondió: “Sólo necesito unos pocos miles de muertos para poder sentarme en la mesa de negociación”

[7] https://www.youtube.com/watch?v=4PLCjiekvYc

[8] https://it.wikiquote.org/wiki/Mediterraneo_%28film%29

[9] La última sesión del Gran Consejo del Fascismo, que condujo a la caída del régimen fascista, duró diez horas, desde las 17 horas del 24 de julio de 1943 hasta las 2 de la madrugada del 25 de julio, y terminó con la aprobación del orden del día propuesto por Dino Grandi, que instaba a devolver al rey el «mando efectivo» de las Fuerzas Armadas, dando a Víctor Manuel III el asidero constitucional para la destitución y detención de Mussolini. El acta oficial de esta histórica reunión no existe porque, por voluntad expresa de Mussolini, no se levantó acta de los discursos

[10] https://www.maremagnum.com/libri-antichi/salo-vita-e-morte-della-repubblica-sociale-italiana/163095594

Guerra y demencia senil // Franco Bifo Berardi

Aniquilar

Anéantir, el último libro de Houellebecq, es un volumen de setecientas páginas, pero la mitad sería suficiente. No es el mejor de sus libros, pero sí la representación más desesperada, resignada y colérica a la vez, del declive de la raza dominante.

 

Francia profunda. Una familia se reúne en torno al padre de ochenta años que sufrió un derrame cerebral. Coma interminable del anciano patriarca que trabajaba para los servicios secretos. El hijo, Paul, que también trabaja para los servicios secretos y también para el Ministerio de Finanzas, descubre que tiene un cáncer terminal. El otro hijo, Aurelien, hermano de Paul, se suicida, incapaz de afrontar una vida en la que siempre se ha sentido derrotado.

 

Queda la hija, Cecile, una católica fundamentalista esposa de un notario fascista que ha perdido su trabajo, pero encuentra otro en los círculos de la derecha lepenista.

 

La enfermedad terminal es el tema de esta novela mediocre: la agonía de la civilización occidental. No es un bello espectáculo, porque la mente blanca no se resigna a lo ineluctable. La reacción de los viejos blancos moribundos es trágica.

 

El escenario en el que se desarrolla esta agonía es la Francia actual, culturalmente devastada por cuarenta años de agresión liberal, un país fantasmal en el que la lucha política se desarrolla en el cuadrado mefístico del nacionalismo agresivo, el racismo blanco, el rencor islámico y el fundamentalismo económico.

 

Pero el escenario es también el mundo posglobal, amenazado por el delirio senil de la cultura dominante pero en decadencia: blanca, cristiana, imperialista.

 

 

Agonía guerra suicidio

 

En la frontera oriental de Europa: dos viejos blancos juegan un juego en el que ninguno puede retirarse.

 

El viejo blanco americano ha vuelto de la derrota más humillante y trágica. Peor que Saigón, Kabul permanece en la imaginación global como un signo del caos mental de la raza gobernante.

 

El viejo ruso blanco sabe que su poder se basa en una promesa nacionalista: se trata de vengar el honor violado de la Santa Madre Rusia.

El que se retira lo pierde todo.

 

Que Putin es nazi se sabe desde que terminó la guerra en Chechenia con el exterminio. Pero fue un nazi muy bien recibido por el presidente estadounidense, quien, mirándolo a los ojos, dijo que entendía que era sincero. También muy bien recibido por los bancos británicos que están llenos de rublos robados por los amigos de Putin tras el desmantelamiento de las estructuras públicas heredadas de la Unión Soviética. El jerarca ruso y el angloamericano fueron amigos muy queridos cuando se trataba de destruir la civilización social, el legado del movimiento obrero y comunista.

Pero la amistad entre los asesinos no dura. De hecho, ¿de qué habría servido la OTAN si realmente se hubiera establecido la paz? ¿Y cómo terminarían las inmensas ganancias de las empresas productoras de armas de destrucción masiva?

 

La ampliación de la OTAN sirvió para renovar una hostilidad a la que el capitalismo no podía renunciar.

 

No hay una explicación racional para la guerra de Ucrania, porque es la culminación de una crisis psicótica de cerebro blanco. ¿Cuál es la racionalidad de la expansión de la OTAN que arma a los nazis polacos, bálticos y ucranianos contra el nazismo ruso? A cambio, Biden obtiene el resultado más temido por los estrategas estadounidenses: empujó a Rusia y China a un abrazo que Nixon había logrado romper hace cincuenta años.

Por lo tanto, para orientarnos en la guerra inminente no necesitamos geopolítica, sino psicopatología: quizás necesitamos una geopolítica de la psicosis.

 

De hecho, está en juego el declive político, económico, demográfico y eventualmente psíquico de la civilización blanca, que no puede aceptar la perspectiva del agotamiento y prefiere la destrucción total, el suicidio, a la lenta extinción de la dominación blanca.

 

Occidente-Futuro-Declive

La guerra de Ucrania inaugura una carrera armamentista histérica, una consolidación de fronteras, un estado de violencia creciente: demostraciones de fuerzas que son en realidad un signo del caos senil en el que ha caído Occidente.

 

El 23 de febrero de 2022, cuando ya habían entrado las tropas rusas en el Donbass, Trump, expresidente y candidato a la próxima presidencia, considera a Putin un genio pacificador. Sugiere que Estados Unidos debería enviar un ejército similar a la frontera con México.

 

Tratemos de entender lo que significa el obsceno Trump. ¿Qué núcleo de verdad contiene su delirio? Lo que está en juego es el concepto mismo de Occidente.

Pero, ¿quién es Occidente?

 

Si damos una definición geográfica de la palabra «Oeste», entonces Rusia no forma parte de ella. Pero si pensamos en esa palabra como el núcleo antropológico e histórico, entonces Rusia es más occidental que cualquier otro Occidente.

 

Occidente es la tierra de la decadencia. Pero también es la tierra de la obsesión por el futuro. Y las dos cosas son una, ya que para los organismos sujetos a la segunda ley de la termodinámica, como lo son los cuerpos individuales y sociales, futuro significa decadencia.

 

Estamos, pues, unidos en el futurismo y la decadencia, es decir, en el delirio de la omnipotencia y la impotencia desesperada, los occidentales de Occidente y los occidentales de la inmensa patria rusa.

 

Trump tiene el mérito de decirlo claro: nuestros enemigos no son los rusos, sino los pueblos del hemisferio sur, a quienes hemos explotado durante siglos y ahora pretenden compartir con nosotros las riquezas del planeta, y quieren emigrar a nuestras tierras. El enemigo es la China que hemos humillado, el África que hemos saqueado. No la muy blanca Rusia que forma parte del Gran Occidente.

 

La lógica trumpista se basa en la supremacía de la raza blanca de la que Rusia es la avanzada extrema.

 

La lógica de Biden es la defensa del mundo libre que naturalmente sería el suyo, nacido de un genocidio, de la deportación de millones de esclavos, sistémicamente racista. Biden rompe el Gran Occidente en favor de un Occidente sin Rusia, destinado a desgarrarse a sí mismo y a involucrar a todo el planeta en su suicidio.

 

Tratemos de definir Occidente como la esfera de una raza dominante obsesionada con el futuro. El tiempo tiende hacia un impulso expansivo: crecimiento económico, acumulación, capitalismo. Precisamente esta obsesión por el futuro alimenta la máquina de la dominación: inversión del presente concreto (del placer, de la relajación muscular) en valor futuro abstracto.

 

Quizá podríamos decir, reformulando un poco los fundamentos del análisis marxista del valor, que el valor de cambio es precisamente esa acumulación del presente (lo concreto) en formas abstractas (como el dinero) que se pueden intercambiar mañana.

 

Esta fijación en el futuro no es en modo alguno una modalidad cognitiva humana natural: la mayoría de las culturas humanas se basan en una percepción cíclica del tiempo, o en la expansión insuperable del presente.

El futurismo es la transición hacia la plena autoconciencia, incluso estética, de las culturas en expansión. Pero los futurismos son diferentes y hasta cierto punto divergentes.

La obsesión por el futuro tiene distintas implicaciones en el ámbito teológico-utópico propio de la cultura rusa, y en el ámbito técnico-económico propio de la cultura euroamericana.

 

El Cosmismo de Fedorov, el Futurismo de Mayakovski, tienen un aliento escatológico del que carece el fanatismo tecnocrático de Marinetti, y sus seguidores americanos como Elon Musk. Quizá por eso le corresponde a Rusia acabar con la historia de Occidente, y ahora lo tenemos.

 

 

El nazismo está en todas partes

Pasado el umbral de la pandemia, el nuevo panorama es la guerra que opone el nazismo al nazismo. Gunther Anders había presagiado en sus escritos de la década de 1960 (Die Antiquiertheit des Menschen) que la carga nihilista del nazismo no se había agotado con la derrota de Hitler, y volvería al escenario mundial como resultado del poder técnico, que provoca un sentimiento de humillación de la voluntad humana, reducida a la impotencia.

 

Ahora vemos que el nazismo resurge como la forma psicopolítica del cuerpo demente de la raza blanca que reacciona airadamente a su implacable declive. El caos viral ha creado las condiciones para la formación de una infraestructura biopolítica global, pero también ha aterrorizado la percepción de la ingobernabilidad de la proliferación caótica de la materia que pierde el orden, se desintegra y muere.

 

La mente Occidental ha removido la muerte porque no es compatible con la obsesión del futuro. Remueve la senescencia porque no es compatible con la expansión. Pero ahora el envejecimiento (demográfico, cultural e incluso económico) de las culturas dominantes del norte del mundo se presenta como un espectro en el que la cultura blanca ni siquiera puede pensar, y mucho menos aceptar.

 

Así que aquí está el cerebro blanco (tanto el de Biden como el de Putin) entrando en una furiosa crisis de demencia senil. El más salvaje de todos, Donald Trump, cuenta una verdad que nadie quiere escuchar: Putin es nuestro mejor amigo. Ciertamente es un asesino racista, pero nosotros no lo somos menos.

Biden representa la ira impotente que sienten los ancianos cuando se dan cuenta del declive de las fuerzas físicas, la energía psíquica y la eficiencia mental. Ahora que el agotamiento está en una etapa avanzada, la extinción es la única perspectiva tranquilizadora.

 

¿Podrá la humanidad salvarse de la violencia exterminadora del cerebro demente de la civilización occidental, rusa, europea y americana, en agonía?

Sea como sea que evolucione la invasión de Ucrania, que pase a ser ocupación estable del territorio (improbable) o acabe con una retirada de las tropas rusas tras haber llevado a cabo la destrucción del aparato militar que los euro-americanos han proporcionado en Kiev (probable), el conflicto no puede resolverse con la derrota de uno u otro de los dos antiguos patriarcas. Ni uno ni otro pueden aceptar retirarse antes de haber ganado. Por tanto, esta invasión parece abrir una fase de guerra tendencialmente mundial (y potencialmente nuclear).

 

La pregunta que actualmente aparece sin respuesta se relaciona con el mundo no occidental, que durante algunos siglos ha sufrido la arrogancia, la violencia y la explotación de europeos, rusos y finalmente estadounidenses.

En la guerra suicida que Occidente ha librado contra el otro Occidente, las primeras víctimas son los que han sufrido el delirio de los dos Occidentes, los que no quieren ninguna guerra, sino que deben sufrir los efectos.

 

La guerra final contra la humanidad ha comenzado.

 

Lo único que podemos hacer es ignorarla, abandonarla, transformar colectivamente el miedo en pensamiento y resignarnos a lo inevitable, porque sólo así puede suceder lo impredecible, en los contratiempos: la paz, el placer, la vida.

¡Viva la revuelta anti-fina(n)zista de lxs colombianxs! Pero esto no tiene mucho que ver con la revolución molecular // Franco «Bifo» Berardi

Colombia se subleva contra una reforma tributaria que pretende -una vez más- hacer pagar a los trabajadores el peso de la deuda. Desde hace cuatro décadas de agresión financiera, desencadenada por la desregulación neoliberal en Colombia como en todas partes, la catástrofe sanitaria ha provocado una precipitación de las condiciones de vida, y como en todas partes promete producir una ola masiva de despidos. 
Tras una semana de manifestaciones populares, de enfrentamientos y de represión violenta (24 personas fueron asesinadas en Cali y en otras ciudades), el presidente Duque debió dar marcha atrás y renunciar a la reforma.
En el inicio de la pandemia, cuando las estructuras sanitarias debilitadas por la ola de privatización del sistema sanitario comenzaron a verse sumergidas, las personas razonables pensaban que los gobiernos habrían de abandonar las políticas neoliberales.
Nada de ello ocurrió.
Durante el año pandémico, las desigualdades aumentaron enormemente, los beneficios financieros alcanzaron niveles inéditos.
Cuanto más sufre y se empobrece la sociedad, más multiplican su fortuna los ricos.
Este es el contexto en el cual lxs colombianxs se sublevaron contra la alianza entre globalidad del poder financiero y violencia nacionalista, racista y policial.
La oposición entre globalismo capitalista y soberanismo nacionalista no es más que un espejismo.
Desde el comienzo de la contrarrevolución tatcheriana, el principio nazi de la selección natural se ha vuelto un dogma oficial: se puede hablar entonces de fina(n)zismo.
Por enésima vez podemos ver esta alianza nazi-liberal en Colombia: un nazi declarado, que se llama Alexis Lopez ha suministrado una justificación supuestamente filosófica a la represión brutal de las manifestaciones populares. Este pobre diablo, que tiene una formación en entomología y que ha trabajado como instructor de la policía colombiana, escribió en alguna parte que los marxistas lanzaron una nueva táctica de combate, inventada por un filósofo francés llamado Félix Guattari. Esta nueva táctica se llama “revolución molecular”.
Inmediatamente después Álvaro Uribe, ex-presidente de Colombia, expresión de la derecha militar y neoliberal, retomó la sugerencia del nazi, declarando que la tarea del gobierno es fortalecer a las fuerzas armadas (que ya han matado a 24 manifestantes) para resistir a la revolución molecular disipada.
¿Qué sería la revolución molecular disipada (inventada por este malvado filósofo francés)? Evidentemente sería una táctica de guerra para alterar el orden democrático.
¿Hay que explicar entonces a Lopez y a Uribe un poco de filosofía guattariana? Y bien, sí.
La revolución molecular no tiene absolutamente nada que ver con una táctica de combate. Esto no quiere decir que Félix Guattari estuviera desinteresado del combate y la táctica, pero el concepto de revolución molecular se refiere justamente a lo contrario de la táctica. Cuando se habla de revolución molecular, se habla, de hecho, de un proceso que no puede estar dirigido ni programado, ya que no es un efecto de la voluntad racional, sino justamente una expresión del Inconsciente, del deseo que no tiene nada que ver con las formas políticas establecidas ni con la astucia de algún marxista oculto en algún sitio en el bosque.
Muy por el contrario, la revolución molecular es un borbotón del inconsciente social que puede ascender cuando la voluntad organizada de la política pierde su poder, cuando el deseo irrumpe en el dominio del orden represivo.

El virus como metáfora y agente material // Franco ‘Bifo’ Berardi

Teleconferencia organizada en conjunto por la revista El Psicoanalítico y el Colegio de Psicoanalistas el día 17 de Abril de 2020.
 
Desgrabado en ¡Stop! COVID-19: ¿Volver a la normalidad?:
 

No paniquees // Franco «Bifo» Berardi

Viendo ΚΛΕΙΣΑΜΕ (encerrado, en griego) de Sol Prado y escuchando las voces y el silencio.

Franco “Bifo” Berardi.

 

ΚΛΕΙΣΑΜΕ se proyectará dentro de la 10ma Edición del Festival de Cine Migrante (http://cinemigrante.org/)

-Sábado 14 de Septiembre a las 16 hs en el Centro Cultural General San Martín, Sala 2

-Domingo 15 de Septiembre a las 16 hs en el Centro Cultural General San Martín, previa a la proyección de la película “Extinçao” de Salomé Lamas.

-Sábado 21 de Septiembre a las 14 hs en el Centro Cultural General San Martín, Sala 2

 

 

Un suave voz femenina murmura una sesión de yoga y nos invita a inhalar y, luego, a exhalar.

 

Una voz maternal y la visión del agua del mar: inhala… exhala…

 

¿No escuchas una voz repitiendo desde el fondo: no entres en pánico? No entres en pánico.

 

La cámara del drone planea finalmente sobre la isla.

Sol Prado ha filmado el silencio, la luz y la tristeza en la isla de Leros.

 

La primera vez que escuché sobre esta isla fue en el año 1977, cuando un amigo mío, el esquizo-analista Félix Guattari visitó el asilo psiquiátrico más increíble: un viejo edificio convertido en refugio para la gente sin recursos que habían perdido la cabeza, su familia, su hogar.

 

En los ’60, durante los años de dictadura, se recluyeron aquí a presos políticos. 

 

Durante décadas, este lugar ha dado asistencia a personas con problemas psiquiátricos. ¿Asistencia? ¿Cómo puede ser protegid_ el desamparad_ de los monstruos que nacen del interior, del pasado, del futuro?

 

Esto es, en efecto, la locura: estar sumergid_s en flujos de tiempo disociados.

 

Para sincronizar la vida social, la civilización moderna expulsó la locura de la ciudad de la Razón y restringió a aquell_s que no podían integrarse en la máquina de interacción social racional.

 

La cámara deambula por el interior de espacios vacíos del asilo abandonado: marcos de camas rotos, escombros, basura en el suelo: kipple.

“Kipple son los objetos inútiles, el correo basura, las cajas de cerillas después de que se ha gastado la última, el envoltorio del periódico del día anterior. Cuando no hay gente alrededor, el kipple se reproduce. Por ejemplo, si se va usted a la cama y deja un poco de kipple en la casa, cuando se despierta a la mañana siguiente hay dos veces más.» (Philip Dick)

 

Ahora el campo visual serpentea de una habitación a otra, un vuelo de puertas abiertas, una pared, una mano recoge un blíster de medicamentos que alguna vez contuvo productos farmacéuticos: pastillas para personas que sufrían  de kipple mental, ahora se han convertido, ellas mismas, en kipple.

 

Tarde o temprano todo y tod_s nos convertiremos en kipple. Tú lo harás, yo lo haré.

 

No entres en pánico.

 

Toma pastillas. Toma estas pastillas y escucha la suave voz de la entrenadora de yoga que aún resuena a la distancia, desapareciendo por momentos, luego volviendo.

 

Inhala… Exhala…

 

Luego, vemos los interiores del antiguo asilo: personas sin recursos fueron amontonadas en este edificio en ruinas sin asistencia médica. Alguien venía cada día traer comida; y pastillas, supongo. ¿Cómo podrías sobrevivir sin pastillas en medio del kipple cósmico que rompe la frontera entre el caos y el orden, entre el exterior y el interior, entre el espacio civilizado y el marasmo en ebullición?

 

Imágenes en blanco y negro de cómo lucía el lugar hace cuarenta años, Kodak TX 5063. Aquí se encarcelaron a pres_s polític_s durante los años de la dictadura del coronel.

 

Isla griega, agua azul resplandeciente, turistas a la luz del día.

 

No te olvides de la Primera Ley: “Existe la Primera Ley de Kipple…” Kipple expulsa aquello que no es kipple. Kipple parece ser una combinación de entropía y capitalismo.

 

Este lugar no se parece en absoluto a un hospital; no hay psiquiatras, no hay terapeutas, ni enfermer_s. No hay sentimientos humanos.

 

Solo la muerte como único futuro.

 

¿Qué otra cosa puede ser el futuro sino la muerte? ¿Qué es lo que oculta el futuro sino la muerte?

 

Luego saltamos al ahora, a nuestra época, la era de la gran migración, de campos de concentración diseminados por todas partes y, en particular, por toda la costa mediterránea.

 

Detrás del edificio decrépito que alguna vez albergó a personas rechazadas debido a sus problemas mentales, la Agencia de Refugiados de las Naciones Unidas ha creado ahora un campo de refugiados  para aquell_s que desembarcan en las islas griegas que se hallan frente a la costa de Turquía.

 

En la película no se ven seres humanos. No hay seremos humanos por aquí. Podemos percibir su presencia, la presencia de mujeres y hombres que vivieron aquí en el pasado y la presencia de mujeres y niños que viven aquí actualmente, como habitantes precari_s.

 

Frágiles módulos prefabricados dispuestos por l_s profesionales de la UNHCR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), intentan dar cobijo a l_s que huyen de la ira de la historia

 

Un mapa de Siria dibujado en una pared delgada.

 

Durante los 21 minutos 38 segundos de la película de Sol Prado ΚΛΕΙΣΑΜΕ (cuyo significado es “encerrado”), nunca se ven las caras de las personas que están viviendo allí.

 

La película (pura contemplación del pánico) no muestra caras, ni personas, tan solo pabellones blancos vacíos hecho de tela y madera. Tan solo ropa en un saco de dormir, tan solo desechos,  desolación.

 

Solo al final, el deambular de la cámara captura, allí en la distancia detrás de la malla de alambre, a dos niños  que aparecen repentinamente y  luego se pierden de vista.

 

Ahora vuelve la voz murmurante y nos sugiere que inhalemos y exhalemos.

 

¿Existe alguna vía de escape política al exterminio? ¿Existe alguna alternativa? Europa es una entidad moribunda, la clase financiera y los gobiernos neoliberales se apropiaron del proyecto europeo, y ahora l_s europe_s se sienten enajenad_s, enfurecid_s y se han vuelto agresiv_s, porque la agresividad es la única terapia contra la depresión que se pueden permitir.

 

En este punto, convergen el espectro político de la izquierda y de la derecha: rechazo de los inmigrantes, protección de las fronteras, esta la agenda de los actores políticos que se alternan el poder. L_s ciudadan_s europe_s están asustad_s por esta repentina irrupción de aquell_s que, durante tanto tiempo, habían apartado de su vista.

 

La gente que huye de la guerra, del terror, de la miseria son rechazados por l_s europe_s porque l_s perciben como portador_s del caos, como el preludio del diluvio.

 

Los buenos sentimientos de apertura y caridad no harán mucho, porque el diluvio viene para quedarse, no se trata tan solo de un efecto de la propaganda racista. No nos engañemos: la ola de migración es un efecto de la globalización (comunicación en red, smartphones, transportes), y del cambio climático. Por lo tanto, la ola de migración está abocada a expandirse, mientras la miseria, la guerra, la devastación medioambiental, pero también, el deseo, la curiosidad y la sed por la osada aventura induzcan al proceso de desterritorialización. Y nadie puede parar esta ola.

 

Est_s inmigrantes, que l_s europe_s rechazan, son l_s herald_s de algo que hemos estado anticipando durante años, durante décadas: ell_s son la imparable némesis de quinientos años de expansión y colonización europea. Nosotr_s, l_s colonizador_s, la raza blanca, l_s modernizador_s, nos hemos otorgado la autoridad de distinguir entre el orden y el caos, de convertir la barbarie en civilización. Ahora estamos experimentando el fin de la supremacía blanca basada en el control exclusivo de la técnica. 

 

Ahora las tecnologías están en manos de tod_s, seis billones de smartphones, tres billones de personas con acceso a Internet, dos billones de cuentas de Facebook, un billón de cuentas Instagram; e incontables pastillas.

 

En las islas griegas han desembarcado multitudes de fugitiv_s de Siria.

 

No tod_s pueden intentar hacer el viaje, pero cada vez más personas lo hacen: millones de jóvenes african_s, empujad_s por la catástrofe medioambiental, la agresión islámica y los efectos de la expoliación colonial, recorren los territorios subsaharianos y atraviesan el desierto del Sahara en camiones inseguros. Much_s de ell_s llegan a Agadez: un traficante de personas de Agadez hace el viaje una vez por semana junto a 30 pasajeros en su camioneta. La ruta cambia constantemente debido a las regulares tormentas de viento que cambian la forma del desierto. Si no conoces el desierto, te perderás. Y a much_s, una vez perdidos, se les acaba la gasolina – y luego el agua. “Y si no hay agua, no sobrevivirás más de 3 días.” Much_s de ell_s mueren de sed e insolación.

 

Así, son 3 los bandidos: los traficantes rivales, los yihadistas o los simples oportunistas que intentan robar coches, dejando a sus previos conductores en el desierto.

 

Luego, las milicias armadas libanesas, apoyadas y financiadas por el gobierno italiano, intentan evitar que estas personas lleguen al mar mediterráneo.  Las milicias libanesas están deteniendo, esclavizando, torturando y violando a much_s de l_s jóvenes african_s que han tenido la suerte de sobrevivir al desierto.

 

Finalmente, much_s llegan al mar y una nueva aventura comienza: pagando a traficantes, desafiando las olas, evadiendo la guardia costera libanesa y, por último, enfrentando el racismo de las autoridades italianas.

 

El racismo está creciendo en el hemisferio norte porque aquell_s que se piensan como la raza blanca están sintiendo el fragor de la gran migración.

 

Y entran en pánico.

 

¿Es posible una salida pacífica a cinco siglos de colonialismo, expoliación sistemática, empobrecimiento y humillación? Se ha desatado una guerra contra los inmigrantes porque l_s europe_s están entrando en pánico y porque no es posible convencer a l_s jóvenes nigerian_s, siri_s, iraquíes, afgan_s que se queden donde están. ¿Por qué deberían hacerlo?

 

Por lo tanto, solo las pastillas pueden ayudar a calmar y a hacernos olvidar el ineludible caos que atormenta nuestras mentes y nuestras expectativas.

Inhala… Exhala…

 

Toma pastillas,

sé un buen padre,

sé un buen hij_,

sé una buena madre.

Ve a la isla de Leros

a pasar tus vacaciones.

Haz yoga.

Vota al partido democrático,

ell_s te protegerán de la tormenta.

Vota a los nazis,

ell_s te protegerán de la tormenta.

Vota a la gente buena,

ell_s te protegerán del caos.

Vota a los asesinos,

ell_s te protegerán del caos.

 

 

Franco « Bifo » Berardi es filósofo, escritor y agitador cultural. Graduado en estética y formado con Félix Guattari, actualmente es profesor de historia social de los medios de comunicación en la Academia de Bellas Artes de Brera (Milán). Fue un destacado activista de la llamada autonomia operaria italiana durante la década de los setenta y, desde entonces, ha desarrollado una prolífica obra crítica en la que ha estudiado las transformaciones del trabajo y de la sociedad producidas por la globalización, especialmente en cuanto al rol de los medios de comunicación en las sociedades postindustriales. Su producción teórica ha ido acompañada deun activismo por los medios de comunicación alternativos, tarea que inició con la fundación de la revista A/Traverso, fanzine del movimiento de 1977 en Italia, y que prosiguió con la creación de la Radio Alice —la primera emisora pirata del país— y la TV Orfeu, cuna de la televisión comunitaria en Italia. En el terreno ensayístico, debutó con Contro il lavoro (Feltrinelli, 1970) y, desde entonces, ha publicado medio centenar de títulos, algunos de ellos traducidos al castellano, como La fábrica de la infelicidad (Traficantes de Sueños, 2003), La sublevación (Artefakte, 2013) o, recientemente, Fenomenología del fin (Caja Negra Editora, 2017).

Traducción del texto al español por Alejandra López Gabrieldis

https://kleizamemovie.com/

 

 

 

 

 

 

 

Ir a Arriba