Anarquía Coronada

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Barajar y dar de nuevo // León Lewkowicz y Facundo Abramovich

Por primera vez en muchos años, la Capital Federal no estuvo tomada por el odio fascista. La movilización popular del lunes 18 de diciembre se extendió desde las primeras horas del día hasta la madrugada del Martes.
La represión feroz por la tarde logró despejar la plaza, pero no apagar la caldera popular. Sin dudas, la novedad ocurrió cuando empezaba a anochecer: cientos de miles de personas tomando las calles de la ciudad, culminando en la peregrinación al Congreso. Sorpresa, pero no mera reacción espontánea: la sedimentación de aprendizajes y saberes que carga el movimiento popular desde hace años dio pie a nuestra salida a la calle. Los cortes de calle, las asambleas improvisadas,  cacerolas (ya no de teflón), el grito de guerra del feminismo, y evocaciones a que “la sangre de los caídos se rebeló” dan cuenta de las heterogéneas luchas que anteayer se entrecruzaron. El grito masivo “unidad de los trabajadores” que se cantó de mañana a noche no fue “un dato más” de la jornada sino que debe mantenernos alerta el cauce que el cántico pueda tomar en la realidad.

Foto de M.A.F.I.A

Lo que se hizo explícito en esas plazas y calles es que la famosa grieta que divide a la Argentina no toma centro real en la figura de CFK (distinto puede ser el plano electoral); sino que más bien se trata de un enfrentamiento entre el movimiento popular (con su historicidad) y los cruzados del Orden. Una breve observación: fue parte de la base social propia del macrismo la que agitó sus utensilios la noche del 18 de diciembre. Incluso, en los barrios del norte de la ciudad (asumiéndolos como el epítome político, electoral y subjetivo del proyecto PRO) fue notoria la repetición de cacerolazos en el día de Martes.

Aunque no se pudo revertir la reforma, se ha logrado sortear el régimen policial en todo sentido: ni las fuerzas represivas, ni los medios de comunicación pudieron intervenir, dominar o controlar la irrupción callejera.
Por eso nada vuelve a la normalidad: ni para el Gobierno ni para nosotrxs. Se ha reabierto el mapa político, se ha expresado un descontento generalizado -quien mejor lo sintetiza es uno de Ellos: “La vida pública fue azotada por un huracán durante siete días. El paisaje quedó modificado” (Pagni)-. Mientras la arena se movió en las calles de la ciudad, las alianzas dentro del Congreso continuaron estancas. Ninguna fuerza política partidaria pudo apropiarse de esa movilización, mucho menos dirigirla. He allí un desfasaje: he allí lo interesante.

Ni optimismo de la voluntad, ni pesimismo de la razón.
El croupier se acomoda el saco. Las cartas se vuelven a repartir. La ruleta vuelve a girar.  Apostemos a la calle.

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