Anarquía Coronada

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La calle y las urnas // Diego Sztulwark

Las elecciones presidenciales de hoy no sorprenderán por sus resultados -justa y previsible paliza a las candidaturas de Macri y Vidal- sino por lo que impone a futuro: traducir el no al neoliberalismo en las urnas en una presión sobre los dispositivos reaccionarios de gobierno de la crisis, que intentarán convertir el voto en una mera legitimación del sistema de partidos.

La región arde, pero sobre todo arde Chile. Ha estallado el emblema mismo del neoliberalismo sudamericano. La insurrección es la base misma de la democracia. No es cierto que la república es el mero respeto por las instituciones: es ante todo la capacidad de crear instituciones nuevas.

Argentina y Chile muestran, en estados distintos de desarrollo, secuencias de politización ancladas en el fracaso de los modos de vida neoliberales. Es la existencia misma la que no se deja atrapar por los requerimientos del orden. Crear forma de vida no neoliberal supone crear instituciones nuevas. Toda conmoción de la tierra invoca una inversión del punto de vista, nuevos esfuerzos literarios, nuevas vías para expandir y concretar la imaginación colectiva.

Dónde meter el dedito // Agustín J. Valle

Demoniza al dedito; condena que haya alguien. Intolera la gestualidad…

Se condena y apela al temor de que haya alguien, gesticuloso, enojado, alguien que proyecte, que su dedo indique un sentido. Sería autoritario…

Pero el Pro comenzó señalando: su logo inicial fue el triangulito hacia adelante. El Pro se presentó como un señalamiento. Pero no con un dedo, no alguien señalando. No una voluntad. Un aparato. La neutralidad inocente de la máquina, la respiración objetiva del software… Se presentaron desde el vamos como un partido exento de voluntad, de deseo subjetivo: solo gestión de lo obvio, de lo que obviamente es el orden y el bien. No es que alguien lo desea: es así, “la verdad sobre la mesa”.

Esto tuvo etapas; al comienzo era festivo, colorido, sujetos que solo ejecutaban lo que una razón abstracta manda como obviedad (gestión, Hacer, post-ideología…). El triángulo señalaba, únicamente, hacia adelante. Sin pasado, ni tradiciones, puro futuro, sin herencias históricas -y allí el Pro realizó su rutilante doble movimiento, donde a la vez que presentaba su política como saber neutral universal, borraba la centralidad mandante de las herencias capitalistas privadas en su conformación partidaria-.

Los radicales se diluyeron ­en la estética de Cambiemos, multicolor digital y el señalamiento automático de la máquina hacia adelante. Brillante y sin ninguna grasa, un señalamiento sin banderas, sin culto a rostro alguno; incluso, después, sin próceres en los billetes. Pura objetividad de la seudo naturaleza imperativa del capital, contra todo vestigio de presencia subjetiva que niegue la obviedad de “cómo es el mundo”. El mundo es así; el mundo va para allá.

Por eso Macri se presenta como representante -más que del pueblo argentino- de “el Mundo”: él, Maurizio, no señala nada, solo acata el señalamiento de “el Mundo”. Como si en esa entelequia no hubiera sujetos, actores.

El estandarte de la política ausentista de Cambiemos, despúes del triangulito de Play (la gente clickeó Pro, más que elegirlo), fueron los famosos globos, ahora en desgracia. Con los globos como paradigma de lo vacío en ingrávido, el partido riquista se opuso a la masa (huelga aclarar: riquista aunque lejos esté de conformarse solo de ricos, sino en tanto afirma que las decisiones y los criterios -negados como criterios- deben ser los de los ricos, pasando su punto de vista a ser el oficial). Se opusieron a la masa, diferenciándose obvio del peronismo (la masa, los gordos…), pero también de sus abuelos militres. Nada de plaza llena de cuerpos para festejar la asunción…

Y también la guerra comunicacional contra la corrupción fue un canal clave de este ausentismo riquista. Verdadera ropa interior del riquismo cambiemita, esa bandera fue su chiche más fanático porque lo corruptible es la materia, la masa, lo terreno, como los bolsos de López; y ellos no, que tienen fortuna intangible, off-shore; ellos no son corrompibles, bajaron del ultramundo de los CEO’s -los que saben- al barro de lo público por filantropía, solo por nosotros se ensucian sus manos…

Pero después el problema se puso más dañino, o en realidad de arranque pero ascendiendo en protagonismo imaginal, en las imágenes con que el gobierno cambiemita se representó a sí mismo, ya que esa negación de la presencia, esa negación de la subjetividad viva, deseante, corpórea, se expresó, también, como feroz represión, a la protesta social, a las vidas desobedientes (o a los momentos desobedientes de las vidas). Es brutal el odio de lo obvio abstracto a los cuerpos -másicos- que estorban el límpido camino de su señalamiento informático.

Y ahora… para evitar el retorno del peronismo al poder (peronismo digo y siempre los nombres simplifican la multiplicidad en lo nombrado…), el hijo de Franco elije jugar, como carta más fuerte, la condena y el miedo a que haya alguien que señale.

Apela a vidas -a momentos y partes de las vidas- que tienen la obediencia tan pero tan profundamente introyectada que no toleran que haya alguien, un semejante, un par, un igual, que ejerza potencia, que señale, que proyecte sentido, que afirme; es la defensa desesperada de la obediencia genérica a lo Supremo, a lo Mediato, a los sacerdotes gerenciales (o antes a los Comandantes…), como forma de evitar el quilombo de vérnoslas entre iguales.

(Y hablando de cartas, ese odio a que haya alguien, a la alguienitud, a la presencie, tiene un enorme ejemplo en el Guasón de estos días, en su baile, ¡cómo baila!, un baile sui generis, en nada parecido a un aparato -en nada parecido al baile de Macri-; porque la alguienitud o la presencia llevada a fondo es lo monstruoso, lo único, que no reproduce ninguna forma modélica prefabricada, detractor letal de lo obvio).

Mucho se dijo de cuánto Cambiemos supo ganar en redes sociales, en internet, es decir, interpelando a los internautas más que a los ciudadanos. Interpeló al dedito de la gente, el dedito de scrolear y de clickear; el dedito como forma de organizarse en el mundo informacional. Ese dedito lo tenemos en llamas todis…

Al modo de vida que se organiza en torno a ese gesto, gesto de relacionarnos con el mundo mediante la punta del dedo señalando una pantalla, a ese modo de vida apela ahora el presidente electo más dañino de la historia. Al miedo y reacción contra un dedo que se levanta de la pantalla (siguiendo signo a signo) y pasa a ser el dedo mismo signo de que hay alguien, alguien que apunta al mundo; y acá no solo al mundo, a los mega ricos, que, escondidos detrás de la obviedad informático-financiera, si algo detestan es ser señalados.

Fuente: Revista 27 de Octubre/Red Editorial

La Fernandización de Cristina // Agustín J. Valle

León Rozitchner decía algo así como que la potencia movilizada de la clase trabajadora argentina había encontrado en Perón un vehículo, y también un límite: un Padre Militar, en cuyo cuerpo “oficial” se aglutinaba la fuerza transformadora, fuerza que así se fetichizaba cuando, en rigor, es multitudinal. Las ganancias sobre todo en el plano de la distribución del ingreso, por parte de la clase trabajadora, implicaba una entrega de las capacidades más hondamente políticas, es decir de creación de posibles y modos de organización del lazo y la producción social en torno a refundaciones del deseo y los valores…

Pero ese vínculo masa-líder, que también fue problemático en tanto la sacralización del nombre sirvió para que bajo su rótulo se llevaran adelante diversas políticas,  incluso contrarias a los intereses materiales de los laburantes, era superado, decía Rozitchner en 2010, había quedado superado por el dúo Kirchner.

Pareja civil de hombre y mujer en igualdad profesional, la pareja sureña vino a decirle al gran Fierro del Estado “no les tenemos miedo”. Vino a decirle a la multitud argentina “somos los hijos de las Madres de Plaza de Mayo”, abriendo, así, una clave de fraternidad, en torno ya no de la obediencia al General militar, sino en torno al origen amoroso de nuestra vida, las madres. Este nuevo liderazgo abría la capacidad de vehiculizar deseos emancipadores sin castrar al sujeto popular colectivo.

Después, acaso en proceso comenzado con la muerte de Néstor, y acicateado por la artillería de los sectores más rancios de la sociedad, el liderazgo de Cristina devino en jefatura idolatrada. Los militantes se transformaron en soldados (“militar es militar…”); incluso los trabajadores que osaban enfrentar las políticas gubernamentales eran nuevamente reprimidos -tras años de sostener la decisión política de no zanjar la protesta social por vía represiva- y, lo que acaso sea peor, descalificados como “energúmenos” (Berni); y la movilización social espontánea, que había abierto el espacio de impugnación anti-neoliberal derribando al gobierno de la Alianza, fue condenada (“no necesitamos más patrullas perdidas de 2001”). Fueron años donde el kirchnerismo, fustigando los agites desautorizados, hiperideologizando la propia tropa, y crispando discursivamente a los sectores más rancios, le hizo juego a la derecha.

Y lo que pasa ahora es interesantísimo y abierto: la decisión de Cristina de correrse, pero no demasiado, habilita un pluriliderazgo. O una suerte de espacio de liderazgo flotante, donde Alberto Fernández no se presenta como un mero monigote. Por decisión de Cristina, Cristina no concentra sola el mando. En la decisión está sin dudas su inteligencia estratégica, pero, quizá, esté también su condición femenina: hay que ver si un hijo del patriarcado rechazaría la tentación de llevar el bastón de mando.

No es un renunciamiento histórico porque no hay un macho por encima de ella; absurdo es también comparar la escena con el esquema de Cámpora y Perón, ya que el general ni siquiera estaba en el país: la presidencia del médico expresaba una ausencia del Jefe, mientras que Cristina eligió un modo de presencia.

Lo cierto es que el espectro social que se encolumna detrás de ella, ahora puede prescindir -al menos en parte- de su figura consagrada. La energía multitudinal que tanto cristalizaba en la jefa muestra capacidad de fluir. Quizá esto se gestaba ya desde el 9 de diciembre de 2015 cuando nació el cantito “vamos a volver”, que, a diferencia del “luche y vuelve”, se enuncia desde una primera persona plural y abierta, como me señaló entonces Rubén Mira. Los deseos de frenar el ajuste, los deseos de que la cosa pública se piense con al menos alguna dosis de criterio local (y no solo desde lo que el gato vil llama “el Mundo”, es decir la razón financiera global), no requieran una figura totémica cristalizada, que el liderazgo pueda eventualmente recaer en alguien o alguien más de modo variable, es una novedad no menor de la hora. Los efectos son incluso de renominación de la propia Cristina: tan llamada ka ka ka, ahora con Alberto vuelve a ser Fernández.

La falta de mística de Alberto está por eso entre los motivos de su elección primera, la dedocrática y preelectoral. No se apasiona demasiado, no se enoja tanto ni parece tan enamorado de algo trascendente; es un hombre razonable que puede poner orden y volver a la normalidad -justo esas dos palabritas compartidas por los campos semánticos tanto del kirchnerismo como del macrismo. Nada de mística: calma, diálogo, política como palabra y tejido. Un hombre de leyes; el viejo lenguaje de lo jurídico que viene a salvar al Estado del descalabro de la pura razón de los negocios. Más que un líder emplazado como causa, es un líder puesto como cauce -para que vehiculice una fuerza que lo precede. No trae, Alberto, una convicción legitimada por su épica; trae señalamientos de realidad objetiva. “Los hechos”.

Es el opuesto de Elisa Carrió que,  en cierto sentido, circense como es, funge de corazón de la acotada vitalidad de Cambiemos. Con su ridiculez y arbitrariedad, pone donde está un deseo fundado en su propia convicción, más allá del bien y del mal, certidumbre por pura presencia. Dosis de fe posmoderna en el gélido reino de los gerentes. Para los de afuera es entre hilarante e indignante, pero se ha visto que su estilo intentó ser copiado por el Presidente, en las inyecciones de euforia con que cerró discursos y alimentó memes. Alberto en cambio parecería incapaz de salirse de la raya, de exceder la razón. Distinto en eso también a Menem, quien con su canalla picaresca de “no se sabe lo que mi cuerpo puede” cosechó tracción aspiracional.

 

Ordenar y normalizar: Alberto no viene a alterar, a trastocar, a terminar, ni siquiera a reformar. No debe asustarse nadie. ¿Es posible que no tengan miedo ni las clases trabajadoras ni las elites? Tal es la línea de la moderación. Bordes humanos para el neoliberalismo. Alberto llegará al sillón porque el gobierno de Cambiemos fracasó. Un estado de movilización social que resistió sus políticas es insoslayable causa de ese fracaso. Por ejemplo, no pudieron implementar la reforma laboral. Tampoco trasladar a las facturas de gas la totalidad de lo que las empresas “perdían en dólares por la devaluación”, aunque sí se los pagó el Estado; también fracasó su proyecto en AFA de convertir a los clubes de fútbol en sociedades anónimas; fracasó el intento de beneficiar con el 2×1 a los genocidas; fracasó el intento de detener a Hebe de Bonafini… Movilizaciones sociales que incluso parecían derrotadas, como la lucha docente, desgastaron el ethos gobernante. Muchas y muchos pagaron la resistencia con ojos perdidos por las balas de goma, con cárcel.

El Gobierno acudió al FMI por un motivo doble: para buscar salvavidas financiero para su desmadre económico, y para buscar apoyo político en los patrones del norte. Así es el modelo de liderazgo cambiemita: líderes relativamente “suaves” en la medida en que asumen Patrones Mayores -el Realismo del Capital como patrón básico- a los que no solo ellos sino todos debemos obedecer. Patrones que Macri llama con el eufemismo de “el mundo”. Por eso, aunque la implementación de sus políticas es mucho más autoritaria que las del gobierno anterior, no dejan de criticar a los líderes “populistas” en tanto “autoritarios”.

La fórmula electoralmente ganadora capitaliza el deterioro del gobierno que fue producido por un estado oscilante pero intenso de movilización social. (Insisto: también la “crisis económica” del macrismo hay que entenderla como crisis de su gubernamentalidad política). Movilización social: el movimiento feminista, los movimientos sociales (los trabajadores de la economía informal), los movimientos de derechos humanos, corrientes de ánimo multitudinal expresados en el cantito MMLPQTP, los ríos de memes y grafitis…

El Frente de Todos resulta vehículo electoral de un espectro social mucho más amplio, de cuyas movilizaciones no fue un protagonista central. Hay un hiato entre movilización y herramienta electoral. Se verá si Alberto es más influenciable por el orden cuyas reglas son incuestionables (ya dijo que no se revisa ni la anulación de la Ley de Medios ni la fusión Fibertel Telecom…), o por los movimientos sociales que plantaron la intolerancia triunfante contra el macrismo. Al fin y al cabo, como dice Deleuze, no hay gobiernos de izquierda, sino gobiernos más o menos permeables a las demandas democratizantes. Allí es donde el gesto de CFK, de correrse, es una puerta oxigenante y abierta: está claro que Alberto no es más que aquello que lo vota. Está claro que CFK es insuficiente. Fue significativa la presencia de Máximo en el acto de festejo de las PASO: fue el primero en hablar; ante todo, un Kirchner. Su cuerpo asegura presencia del linaje apellidista y de su mística -aunque el principal movimiento multitudinal del presente, el feminista, no necesita apellidos fetichizados para sacudir al mundo (como tampoco los necesitó la revuelta del 2001 para impugnar al neoliberalismo por quince años).

¿Podrá existir un espacio -más que una organización- capaz de rotar liderazgos instrumentales para una movilización social que delega pero no enajena su fuerza? Liderazgos cuya figura no afirme implícitamente que nosotros no podemos sino solo Él o Ella. Liderazgos que asuman que los líderes son los empoderados por la multitud, más que lo contrario.

Fuente: https://socompa.info/politica/la-fernandizacion-de-cristina/

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