Anarquía Coronada

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Sangre fría // Agustín J. Valle

Para proponerse como superador de las divisiones, qué mejor que irse a la punta del llamado desierto patagónico, en soledad junto al helado mar del sur. Lejos de la ciudad, de la tensión de las relaciones sociales con deseos antagónicos. Allí, este liso rostro del capital se propone como ejecutor de la objetiva razón del hacer, como la obviedad del cálculo frío, del sentido común sin pasiones. Esta presunción de neutralidad comporta una crítica al conjunto del conflicto; esta elevación eficientista por sobre las pugnas sociales es una de las más peligrosas caras de la obviedad del capital como mando sobre la vida. Porque en su religiosa afirmación del craso “laburar y laburar y laburar” niega -diríase cancela- el carácter insoslayable de los criterios. No hay acto sin criterio, pero el realismo del capital niega esta inherencia de los criterios a los actos, como si no hubiera siempre, cada vez que alguien hace algo, decisión de valores (afirmación, creación, aceptación…). Tiene la fuerza, esta voluntarista cancelación del conflicto, de la teología que secularmente hereda. Porque ¿no es desde alguna divina verdad superior que puede sostenerse semejante imperio de una presunta obviedad, esta obviedad mercantil sobre la consistencia de la vida? La indiscutible verdad del boti y los gerentes.

Horacio Rodríguez Larreta aparece bien abrigado con buzo y campera (apenas se ve el botón del cuello cerrado de la camisa), no en traje oficinista porque está expuesto a los elementos, la cruda realidad bajo el manto plomizo de las nubes del vértice continental de la Argentina. Habla con pequeños conatos de sonrisa al principio (tipo de alegría) que ceden después a la firmeza de la autoridad, la seguridad henchida del jefe, la convicción privilegiada del patrón (algo de amenaza en su mirar). Al fondo y  quedando al lado del rostro hay un faro pétreo, enhiesto y solitario, se diría heroico o eterno. Y justo a la espalda del personaje, desembocan dos caminos de tierra que encuentran en él su unificación…

La obviedad anit-conflicto no solo niega la contradicción de intereses (“tirar todos juntos para el mismo lado”), el hecho capitalista nuclear de que la riqueza concentrada produce y requiere pobreza, explotación y quemazón de lxs comunes. Además, el discurso del hacer sin conflicto (y sin propiamente pensamiento: aplicación optimizada del “sentido común”), en tanto niega los criterios niega lo crítico, es decir, niega el vínculo de cada «hacer» con la crisis, porque un criterio es un modo performativo de leer la crisis medular de la sociedad. Niega el punto de vista de la crisis (Diego Sztulwark), reduciendo lo político a mera razón instrumental. Excluyendo al conflicto de la política (quedará cuestión de seguridad…).

Claro que mientras tanto manda hombres armados a hostigar los hogares de adolescentes que actúan políticamente (y crecen y se subjetivan políticamente) reclamando mejoras en sus escuelas, y colude con la corporaciones y los magnates de los centros de poder global, etcétera, por supuesto (esto es evidente, aunque excluido de la obviedad: su grado de realidad gravita menos…). El Negocio es el núcleo central de la obviedad (nada puede hacerse sin que sea o fomente Negocio); y la violencia, por lo demás, se deduce como protocolo técnico de gestión, porque además, si no tiene por qué haber conflicto, quien lo encarnan es por capricho de pecador). En lo porvenir ¿será posible lograr más daño en nombre del hacer obvio, o con el tornasolado paraguas del peronismo? 

Valeriano sin marca // Agustín J. Valle

Valeriano escribe sin marca. Sin las marcas de la identidad o perfil establecido para alguien que escribe -sin la marca de su propia conversión en «imagen» de «yo-autor». Creo que es por eso que recurre al seudónimo, no para esconderse de los otros, sino de la cristalización de sí -para no agilarse-. Aunque claro que también de los otros: escribe sin tener encima la marca de lo correcto, del berreta superyó opinal, de la moral como todo llanto. Juega libre, juega suelto. A puro olfato, instinto, rechazo: expresiones mediadas de un amor íntimo -y si se ama, se aman existencias frágiles, heridas; amar al poder es oxímoron contranatura-. Amor por lo frágil, no lo débil. Su propia posición de escritura es frágil, de tan libre, de tan suelto. Porque la marca, la marca del contrario, a la vez nos contiene, nos sirve de justificación, nos delimita el terreno que tenemos permitido… Valeriano escribe bárbaro, escritura que es música y artillería: la música de las cosas en su verdad subyacente al caretaje ¿inevitable? del cálculo y las -aspiraciones a- posiciones fijas en el juego de hablar. Sin marca, allí donde nadie supuso que habría ataque, ni juego, ni lujo. Fuera de toda estrategia, pura táctica de ocupar rápido las zonas libres (libres de la defense enemiga y de la moral amiga). Allí, sin marca, lo que cabe es el segundeo, el estar, el no hacerse el boludo. Leerlo es un viento ético para el pulso político, y un viento de corporalidad para las letras estéticas. No por poner cuerpos con obscenidad, sino palabras, lenguaje, como hendijas de ventilación de un estado de los cuerpos quemado, invisivilizado por la saturación del orden normal del lenguaje.
 
 
 

Entres // Agustín J. Valle

Foto: Caleidoscopio de la serie Seis movimientos para una línea. Ana Efron

 

El hombre precisa un silencio cálido, y se le da un tumulto glacial
Simone Weil, “La persona y lo sagrado”

1-  “Antes, entre la escuela de Barracas y esta reunión, tenía un bondi. Tengo la vida personal y la laboral toda junta; el laburo y las amistades y la familia y todo, todo junto”. No hay “entre” las cosas: la virtualización general de la vida lo suprime. No solo a los “entres” como espacio-tiempos en algún sentido “libres”. También los entres de las funciones que cumplimos, ahora todas pegoteadas, apelotonadas, en la vivienda si no se sale a trabajar, y en la pantallita continua en general. Entre mi ser empleado de la agencia y mi ser marido, entre ser alumna en la facu y ser hija, hermana, hijastra… 

2- Es difícil imaginar que la virtualización -o mediatización- retroceda mucho en el territorio conquistado aunque la pandemia se supere. No solo por el interés de las empresas en continuar implementando teletrabajo, sino, también, por cosas más profundas de la conformación de nuestra subjetividad, como que “las clases de ukelele que empecé en cuarentena andan bárbaro, así que cuando pase la pandemia imagino hacer, por mes, tres virtuales y una presencial”. Más cómodo, más fácil, ahorros de viajes, ahorro de tiempo, ahorro de cruzarse con gente, ahorro de roce urbano. Ahorro o pérdida del ratito pre y post clase, donde…

3- Ocupando la palma de la mano -¡nada menos que el atávico gesto de mirarse la palma de la mano!-, los celulares son un perfeccionamiento técnico de la supresión masiva de los entres, de ahí las crecientes tasas de quemazón general. La TV, gran aparato colonizador del tiempo libre, fue según Jonathan Crary la bisagra entre la lógica de la disciplina y la del control. La TV pautó actividades masivas donde había autoregulación hogareña, primero con horarios disciplinados, pero luego sentó las bases del continuo conectivo -interactivo, fragmentable…-, con el tridente de las grabadoras/reproductoras de VHS, los videojuegos hogareños y, sobre todo, la TV por cable. Ese continuo fue catalizado por internet, luego por la celularidad, y alcanzó un nuevo paroxismo con la pandemia: el continuo conectivo es el patrón de la vida, y borra los entres. 

4- Qué es un dispositivo se titula un ensayo de Giorgio Agamben donde dice que puede pensarse lo real humano distinguiendo por un lado lo viviente, y por otro los dispositivos. Y que el sujeto es la resultante de de la captura de lo viviente en dispositivos; de la disposición de lo viviente por dispositivos. Pero no obstante hay un plus, una excedencia, de lo viviente respecto de su formateo dispositivo; un deseo, un malestar… Lo viviente excede una y otra vez a los dispositivos, que por eso se reinventan dinámicamente para contener -y hacerse un lugar en- los cuerpos. Los entres son el espacio de esa excedencia de lo vivo respecto de los dispositivos. Nacho Lewkowicz lo llamaba el envés de sombra: los aparatos producen un sujeto, pero el sujeto tiene un envés que es oscuro para los aparatos (el aparato familiar, el aparato psiquiátrico o el computadora o el auto o el escolar o el aparato cocaína…). Por ejemplo, los obreros textiles franceses de 1830 a quienes les pintó juntarse por las noches a leerse cosas y escribir, en vez de dedicar el entre de las jornadas laborales al descanso debido para la reposición de las energías… y armaron luego un periódico clasista pionero (J. Ranciere cuenta en La noche de los proletarios la historia de este envés de sombra de la subjetividad forjada como “obreros” por el aparato fabril). Pero incluso en escala mucho, pero mucho más modesta (una simple y sabrosa rateada de la escuela…), late, en los entres de las cosaslo viviente no dispuesto. Contra el imperativo de disponibilidad permanente, en los entres late lo viviente indispuesto: potencia pura que por eso -por ser potencia- puede ser invisible, y ser negada en su existencia por el Realismo del capital conectivo. Puede incluso sentirse como malestar. 

6- Llamamos entres a las instancias de presencia no completamente funcionalizada. Instancias o momentos de posible flotación; hendijas de respiración en la normalidad cotidiana. Vacío-poblado, por ensueños, fantasmas, fantasías (pantalla mata fantasma). Toda instancia donde las definiciones de las cosas y de nosotrxs se distienden. Rincones de nosotrxs no tomados del todo por la finalidad prestablecida, por la codificación de rendir-para.

7- Llega la primavera, llega el calorcito, y nos alegramos, ¿por qué? Con el calor todo se dilata, se ensancha el espacio que está entre las moléculas -constitutivo de las moléculas, de la materia, en tanto que entre-. El entre existe por naturaleza y tu cuerpo lo sabe; de ahí la alegría de primavera. 

8- Por supuesto los entres pueden estar adaptados y ser inofensivos para el orden, respiraderos donde sobrevivir: no deja de ser algo. Pero cuando lo vivo rechaza la disposición, es el entre copando la realidad. “Esto no lo bancamos más”: ¿quiénes? No exactamente lxs sujetxs dispuestos, sino algo de ellxs no reductible a su función; la intolerancia y el levantamiento -macro o micro- implica un pensarse desde otro lugar que desde el dispuesto por los aparatos de la reproducción del orden.

10- Si queremos escuchar la verdad que se habla en una institución, no debemos ir a las oficinas, ni a las aulas, sino al pasillo, como bien se sabe. Porque en los entres respira el ánimo, lo que le pasa a lo vivo con/ante/en el orden de la producción. El ánimo, que no es lo que hacemos sino lo que nos pasa con lo que hacemos, como dice H. Bergson, es improgramable de antemano, y difícilmente convertido en signo instantáneo. El ánimo respira en los entres de modos diversos: se alienta, llora, suspira reflexivo, rumorea, gime de placer, grita, ríe expandido… Expresiones orgánicas de lo viviente en cuanto tal, en su dimensión no codificada. 

11- Vaya si hay menos pasillos, ahora… La mediatización total deja a lxs cuerpos más disponibles como trabajadorxs, más cautivos como consumidorxs. Asfixiar el ánimo es una operación política de primer orden. Por supuesto que los aparatos -los artefactos- en sí no tienen la culpa, que puede haber zonas de respiración en la virtualidad, y que cuando algo del ánimo se retoba a lo dispuesto, las tecnologías son un gran recurso. Por supuesto, los artefactos “en sí” tienen una inocencia última; pero tienen un estatuto de cosa cerrada (medio mágica anque berreta), que prefigura patrones de uso. Por dan eso su carga eléctrica crispa un productivismo, un hacer sin parar, pero a la vez inhibiendo el ánimo creador de modos, parámetros, sentidos.     “Damos forma a nuestras herramientas y luego ellas nos dan forma a nosotros”, decía Mc Luhan. 

12 Los artefactos conectivos son operadores de una esfera suprema y mandamás. Ante la que siempre estamos en falta, siempre nos falta, y por eso también los entres son degradados, como pérdida. Tiempo es dinero, tiempo es conexión, atención dispuesta… El conectivismo continuo da lugar a un estado de distracción permanente, como paradójica parte de un rendimentismo productivista. Nos distrae del ánimo para dejarnos disponibles. Reproduciendo un fondo de precariedad -si te desconectás, si te desactualizás, caíste, chau…- siempre presente aunque por supuesto muy desigualmente repartida. El cuerpo, el alma, se adecúan al patrón del dispositivo, y así quedamos: quemados, con el ensueño atrofiado… ¿Cuánto aumentaron los arranques de pánico y ansiedad, en esta pandemia, bajo supresión de los entres? La gente se asfixia, todo el tiempo expuestos al continuo pantallil, constantemente disponibles: carne viva entregada al dispositivo. 

13- La tradición romántica de la nocturnidad, la hermosa, generosa y trágicamente festiva Noche, tiene también la fecundidad liberada de los entres. La noche es el entre natural de las jornadas del Astro Rey, ídolo  primigenio. Un punto de inflexión histórica desatendido, entonces, así como Christian Ferrer lo señala del alambrado de las pampas, fue la instalación de la luz blanca en la noche metropolitana. Por supuesto desigualmente progresiva y demás; pero vaya si hubo una oleada enceguecedora, blanquecina, en la ciudad, en algún momento de esta última década. Le tiran con luz de quirófano, de interrogatorio, al territorio madre del ánimo entrista, al refugio éntrico fundamental.

14- El continuo conectivo es el continuo de la Actualidad, de la que estamos siempre en deuda, como mínimo por las inevitables horas de sueño. Cuando el aparato nos informa nuestro “tiempo en pantalla”, está recriminándonos cuánto tiempo perdimos desactualizándonos… La Actualidad impera sobre el presente; vivimos pagando, dormimos debiendo. 

15- Una operación garante del continuo y la supresión de los entres es el escroleo. Flujo permanente, cascada de “cúspides”, brillante sucesión de eventos presentados como perfectos y plenos en su efímero instante; es efímero, precisamente, porque lo supremo no se deja agarrar… Matriz patrón de nuestros esquemas perceptivos, de nuestro ordenamiento del mundo; línea imparable del continuo; cinta que transporta lo real eximiéndonos de transportarnos nosotrxs; línea no de montaje -de lo en proceso-, sino de promoción -de lo ya hecho-; el escroleo es el horizonte de nuestra cabizbaja época, o tenemos escroleo en vez de horizonte, o el escroleo sirve para que no haya horizonte. 

16- El llamado distanciamiento social es, en cierto sentido, en rigor la supresión de la distancia. De la distancia como dimensión experienciable, la distancia como esfera habitable. En tanto que no hay entres, no hay distancia entre las cosas. Distanciamiento corporal, hiperconectismo social. Y lo que se ajeniza, al punto de la des-empatía, la ajenización de las vidas que, según lo que disponen las máquinas productivas, no se tocan con la nuestra, eso no es distancia, es también la más radical supresión de la distancia.

17- “Estuve todo el día haciendo cosas y sin embargo llega la noche y siento que no hice nada”: porque el continuo sin entres indistingue las diversas cualidades, la diversa naturaleza sensible de las cosas. Suprimir el entre de las cosas es, en última instancia, matar de muerte a las cosas en tanto entes singulares, a lo cósico, en la dominancia plana del patrón. ¿Pueden los aparatos unir sujetos (individuales, colectivos) que no sean adherencias al viento dado sino remansos, pliegues donde lo dado adopta una velocidad diferencial, unas intensidades y una forma singular? Mediar sujetos que no estén puramente dispuestos por los aparatos. Quizá, incluso, con los aparatos podamos organizarle moradas a lo que late en los entres. Hacer viajar en las pantallas elementos que vienen de y nutren autonomías diversas. Autonomía de sentido. Allí donde haya entres hay que alimentarlos, regarlos, darles espacio… 

18- “Muchos me preguntan por qué me levanto a las cuatro de la mañana desde hace más de 20 años. ¿Sabe por qué elijo esa hora?… Porque el hombre aún no ha empezado a sufrir. A esa hora estoy puro, limpio, en silencio, y escribo mientras la familia duerme. Entonces, todo yo soy una esponja que absorbe. Leo idiomas, gramáticas, filosofía o escribo mis propios asuntos. La noche no me gusta. Quizás porque los fantasmas vienen al anochecer. Con esto quiero decir que los fantasmas vienen después que el hombre sufrió. Y el hombre empieza a sufrir cuando sale a la calle a ganarse el pan de sus hijos… y se topa con el otro hombre. Entonces, recién entonces, comienzan a salir los lobos que cada cual tiene adentro”. Atahualpa Yupanki.

19- Allí en el entre lo viviente agudiza su inspiración olfativa. Allí en una “atmósfera de silencio”, como quería Simone Weil, “se vuelve audible el hilo sordo del grito de quienes no tienen voz” (sean sujetos o cosas, una montaña, un sector social, una dimensión inactual de nosotrxs…). En los entres se expresa el ánimo (el ánimo de lo viviente sujetado en dispositivos que oprimido (o exprimido…). Ahora quien se levanta a las cuatro, habiéndose ya dedicado al sueño, y antes de que mande Febo, tiene al continuo conectivo para des-entrificar, para no hacerse presente en ese entre. Atahualpa batalló de ese modo con el lleno de su época; pero también en su música muestra que hay entres que pueden instaurarse, que se puede crear entres para la presencia. Hace tanto silencio, Atahualpa, que podria pensarse que lo que sus músicas y sus palabras ponen es, ante todo, los entre-ellas, sus entres. Hendijas para que respire lo no aparateado, donde el ánimo viviente de lugar a su llano del dolor, su gemido de placer, al menos una larga inspiración y exhalación libre.

 

Video: Fran Paredes

Olor a nada 2 (tacto y olfato como potencias anímicas) // Agustín J. Valle

 

El rechazo general al tacto es parte de las formas de vida que eran parte clave de la normalidad y con cuya profundización se organiza, ahora, la excepción con que nos cuidamos de la pandemia. El distanciamiento social, más bien distanciamiento corporal, encontró afinidad electiva con la pandemia. Así es que el dolor, la pena, el miedo por el coronavirus resultan colateralmente una buena noticia para ciertos deseos, los deseos de la vida celular, tocarse lo menos posible, olerse lo menos posible, aislarse en una cápsula privada donde sostener una muy definida vida propia (vida blíster, como dice Franc Paredes). Cuanto más requiere el capital financiero de una disponibilidad general del cuerpo común a la recombinación, cuanto más desarraiga el viento especulatorio, más crece, a la par, la hiper definición de las vidas: yo soy esto, me gusta esto y lo otro no, mis bordes son esto y lo demás no es mi problema. Una forma -de vida- dada por todo lo que definitivamente no la toca. Y esto, por cierto, esta definición del propietarismo existencial (“yo tengo mi vida”), así como tiene una cara de alivio con el aislamiento obligatorio, tiene otra cara de banderazo porque un gobierno osa decirte lo que no debés hacer en tanto parte de un cuerpo colectivo.

Hace rato que la ciudad muestra el paisaje propio de esta subjetividad mediatizada que vive en la nube. En casi todas partes se busca estar como en una autopista, pasando por los lugares sin estar en ellos; y si no se tiene el auto, bendito sea, si no queda otra que ir rodeado de docenas de personas, igual, se autopistea la escena con auriculares que bloqueen el sonido del mundo, mientras la mirada se encapsula en la pantallita continua, para atravesar la ciudad sin verla ni oírla, tolerando el tacto de los otros entre la queja abierta y el simulacro de insensibilidad. Y los edificios metropolitanos con “amenities”, que ofrecen espacios y servicios para salir lo menos posible a la calle (al barrio, al barro), uno de los formatos de vivienda de  mayor crecimiento en nuestro siglo, ¿fueron hechos a medida de la pandemia, o al revés? Nada: coincidencia y profundización de tendencias de larga data.

No son nuevos los despreciadores del cuerpo que ya atacaba Zarathustra. Ahora por ejemplo se lo disciplina, al cuerpo, con una modélica corporal en apps y challenges de instagrám… Aunque lo que más desprecia al cuerpo es economía; la economía, que, precisamente por ser la gran ordenadora de los cuerpos, es política.

Una economía política refractaria al tacto, y al olfato, y a los modos de pensar y sentir que tienen puntales en el tacto y el olfato. Para qué sentir la presencia del otro cuerpo cuerpo vivo: siempre más impredecible, menos “bloqueable” que su virtualización. La existencia conectiva organiza un régimen de contactos sin tacto. Y aunque no creo que la subjetividad mediática sea propia de una ideología política ni de una clase social, sí recuerdo que en el año 2016, en una manifestación en Plaza de mayo de apoyo al entonces Presidente, una asistente festejaba así: “Acá no hay olor a chori, no hay olor a nada” (acá, video).  Olor a nada, una de las banderas de la sensibilidad neoliberal -el olor es signo de que hay alguien, y el capital financiero tiene la ilusión de su soledad, de su autonomía (se valoriza solito!), y si hay población, que se adapte…

Ahora oler es peligroso. Tocar es peligroso. Exactamente lo que plantea Bifo Berardi cuando distingue el modo conjuntivo de relación del modo conectivo. Pero si lo conectivo es un régimen general, y no  una instancia determinada, es porque su modo de pensar y sentir organiza también las relaciones presenciales y el espacio físico común. El ideal celular encuentra en el barbijo un descanso, descanso de ser visto. En el alcohol en gel, un íntimo alivio -la corporalidad tiene algo asqueroso…-. De Emmanuel Levinas heredamos la idea de que un rostro dice no matarás. Algo de la cara funda umbrales básicos de empatía y semejanza. ¿Qué efectos tendrá la supresión de los rostros en la ciudad? Los rostros permanecen allí donde no hay cuerpo, en las pantallas.

¿Y suprimir el tacto y el olfato? Tener tacto, tener olfato, son, además de sentidos, metáforas. Los sentidos metaforizan modos más sofisticados de la sensibilidad del alma, de la mente, del pensamiento… Tener tacto y tener olfato nombra potencias subjetivas. Tener tacto, por caso, designa el tener conciencia del impacto en los otros de nuestros movimientos e intervenciones, con capacidad de sutileza y cuidado. Tener tacto es responsabilizarte de que podés llegar a dañar. De los cinco sentidos, el tacto nos recuerda que no podemos percibir sin ser percibidos, no se puede tocar sin ser tocado. Que cuando algo es algo para nosotros, nosotros somos algo para ello. El tacto es el sentido de mayor fomento ético. (Por eso podemos decir que vemos algo pero no lo sentimos hasta tocarlo; el gusto sería un mega-tacto, un tacto con especificidad)

Y el olfato, como potencia del alma o intelectual, designa a la capacidad de percibir lo no evidente, de intuir, de captar lo que no está, percibir las huellas, percibir lo involuntario… “Sabés, papi?”, me dijo estos días mi cachorro de flamantes cinco años, “yo sé el olor de todas las personas. Cuando alguien me regala algo, lo huelo, lo huelo, y me doy cuenta de si era suyo, o si se lo regaló otra persona o si es nuevo”. Olfatear es la capacidad de adivinar la pista de lo que no está en acto. Los virtuales de lo viviente (no su virtualización), la presencia inactual pero real. Para el realismo capitalista, para el imperio de lo obvio, nada mejor que seres que no olfateen, que tengan oído para órdenes y ofertas, y vista para ver la realidad, las cosas como son, sin más.

 

Pantallas y fantasmas (algunas cosas que están sucediendo) // Agustín J. Valle

Ayer me paró la policía. De civil, de prepo y hostil; aprovechando las coartadas de la hora para ejercer su goce de molestar -a dañar en este caso no llegaron-. Una de las cosas que están pasando. Leo por doquier, entre los intelectuales profesionales, futurología, pronósticos y rotulación docta de lo que sucede, gente que parece batir la posta, como si no estuvieran acá, sino más allá, y bajaran o volvieran de puro generosos nomás para explicarnos. Con toda la anchura de lo que está pasando, de lo que está sucediendo; señalar tendencias ya es bastante, ya es mucho. Distinguir, de todas las capas que componen al presente (o a la coyuntura, literalmente hablando), cuáles son las más activas y crecientes, sin imágenes cerradas de lo que pasará (“la centralidad del Estado será indiscutible”, “el capitalismo financiero no puede sobrevivir al virus”, “nos reencontraremos con la lentitud y los auto cuidados”, “se viene el control estilo chino”, lo que sea). Cerrados estamos nosotros.

Formo parte de una generación -si es que eso todavía tiene sentido- criada experimentando intensidades multitudinales en recitales de rock, en la cancha, en la calle cuando nos concentramos. Y formo parte de un enorme sector social que el 10 de diciembre pasado inundó el microcentro porteño, formando una “plaza” que constituye el mayor dique contra las fuerzas reaccionarias, según le dijo Cristina a Alberto en ese alucinante teatro político (“cuando los necesites, llamalos”). Ahora -ahora que Alberto profundizó los mandatos peronista y alfonsinista de limitarse a casa/trabajo-, ahora los curtidos en multitud experimentamos esta vida encapsulada, esta vida encerrada e hiper conectada, repleta hasta el desborde de imágenes y palabras mediatizadas.

Pero digámoslo, lo veníamos preparando (desde que existen internet y el delivery, se prefiguró), secretamente deseándolo…

Como mínimo hay una afinidad electiva entre la cuarentena obligatoria y la vida celular, entre el confinamiento y el liberalismo existencial, definido (por Tiqqun en El llamamiento) como la naturalización de la idea de que cada uno tiene su vida. La vida celular, la subjetividad mediática, preparó esta compartimentación, este confinamiento. Confinamiento abierto a la virtualidad, donde todo y cualquier cosa se nos presenta al alcance de la pantalla, con un grado de realidad, empero, muy evanescente. Contemplación del infinito de posibles y construcción de realidad a la baja: parecido a una depresión.

 

Es que el modo en que se reacciona a un peligro habla no sólo de las características de la amenaza, sino también de la racionalidad del sujeto reactivo. Nos cuidamos como somos. Renunciando a todo, incluso, según le leí denunciar a Agamben, a acompañar a nuestros seres queridos en su agonía; renunciando a todo excepto a dos cosas: a “la vida” tal como la concibe el cientificismo, y a la mediósfera.

 

La orden de quedarse en casa tuvo un acatamiento tan masivo, inmediato y extremo (gente que tardó días en salir a ver qué onda…), que solo puede entenderse contemplando el cansancio agudo que caracteriza al ritmo existencial contemporáneo. La ciudad se interrumpió, pero el interior hogareño está repleto: por las convivencias, por los trabajos que se crispan virtualmente, por las angustias y miedos de quienes ven suspendida su fuente de ingreso. Y también, por la moral rendimentista, frecuencia del ambiente mismo: lo vacío de la casa es un lleno de cosas por hacer, ordenar, mejorar. Aprovechar.

Aún si padecido, ese mandato productivista evita enfrentarse con los espectros que puedan aparecer tras el umbral de la aceptación, o mejor, decisión de interrupción, de suspensión, de vacío, de gestar cuidadosamente una nada. Que no existe, por supuesto, ni el vacío, ni la nada; pero son operadores de la espectralidad, de los fantasmas entendidos como las ideas más frágiles, más delicadas, que porta nuestro cuerpo, para cuya intelección necesitamos despejar el verso mandamás de lo mediato. La pantalla ocupa el lugar, e impide, que poblemos nuestro derredor con nuestros fantasmas. Ambos términos, pantalla y fantasma, tienen la misma raíz etimológica: algo que aparece. Si está llena y es constante la pantalla, difícilmente puede brotar en nosotros una tenue pero reveladora aparición.

A la vez las pantallas no salvan, y, si cuidamos nuestra salud mediática, pueden mediar, y no mediatizar, el intercambio entre los frutos de la especialidad orgánica que brota en esta tierra. Intercambiar, encontrar, juntar, combinar algo de la experiencia pensada -observada- de los cuerpos.  Las pantallas pueden nutrirnos para caldear nuestra fantasmagoría vital. Para eso hay que lograr que sean un medio y no una constancia, no las patronas del ritmo y pulso de nuestras vidas; medio entre pares y no ventana a un más allá superior, siempre más importante, bello y verdadero que nuestro magro presentito…

 

Que me paró la policía, decía. Afinidad electiva entre lo que ya éramos y la “excepción” para el cuidado: ahora hay muchísima menos gente en la calle y las fuerzas de seguridad tiene muchas más excusas para molestar y prepotear. Y lo peligroso es que no solamente el modo en que se articula el cuidado está hecho de la subjetividad que ya éramos, sino que, también, las novedades, los movimientos, los cambios, pueden quedarse más allá de su causa de aparición. “El distanciamiento social llegó para quedarse”, leí por ahí, como título de un matutino porteño; el entrecomillado elevaba el estatuto de la afirmación, porque expresaba la voz de un médico, o más aún, de un científico. Y recordemos que los científicos también son sacerdotes que saben más sobre la vida que lo que la propia vida sabe de sí; también nos mediatizan, en tanto nos separan de potestades inmediatas, como pensar y decidir -haciendo uso, más que obediencia, de la información- los modos de cuidarnos.

En todo efecto puede haber un plus respecto de su causa, decía Ignacio Lewkowicz. El ejemplo que ponía IL era la formación de los Estados modernos: estructuras de administración y contabilidad formadas por las necesidades de gestionar el excedente agrícola en el medioevo tardío, pero una vez formados, resultaron una entidad política que excedió en mucho a la mera gestión de la administración contable, primando como entidad política central, y luego como máquina fundante de subjetividad.

La policía me paró mientras caminaba acá en mi barrio; una fiorino utilitario paró de golpe a mi lado y dos ñatos bajaron al toque interpelándome que qué hacía, a dónde iba, dónde vivía, y sobre todo, por qué no tenía barbijo, sino una bufanda, y por qué no la tenía puesta. Yo me hice mucho el nabo -bien que me sale-, a la vez diciéndoles que había leído el decreto que obligaba a usar tapabocas, no barbijo, y al interior de los comercios, transportes públicos y dependencias de atención al público. No en la vereda. Fue interesante algo: bajaron y mostraron unas planillas, bien de burocracia estatal, amenazándome con una multa, bien de rapiña para la caja larretiana; me pidieron mi documento, pero se referían solo al número, que al ingresarlo en un aparatito, parecido a un celular (de hecho era algo celular), les saltó que yo tengo aprobado permiso para transitar. Les hice un chiste al final: el de la planilla y la multa mantuvo su cara perruna; el del artefacto digital se rió bajo el barbijo.

A un pibito en Bahía en cambio lo molieron a golpes, los uniformados y armados por el Estado. Mientras, hemos visto a los altos mandos de las FFAA hablar en conferencia desde Olivos del “orgullo de ser militares”, en La Matanza se reúnen intendente, gobernador y Presidente para festejar tres mil nuevos gendarmes en las calles, ante un riesgo de desborde social en cualquier momento, si ya veníamos al borde, con cuarenta por ciento de pobreza y millones de personas que de pronto dejan de percibir ingresos. En ese acto Alberto dijo “les agradezco a ustedes, los gendarmes, como a todo el personal de las fuerzas de seguridad, como también a todos los miembros de los movimientos sociales”. A gusto o a disgusto el Estado progresista es policial y apela empero a los movimientos para contener el hambre, la anomia y la desesperación en los barrios más humildes.

 

Algunas cosas que están sucediendo.

 

Fuente: Revista Ignorantes

Dónde meter el dedito // Agustín J. Valle

Demoniza al dedito; condena que haya alguien. Intolera la gestualidad…

Se condena y apela al temor de que haya alguien, gesticuloso, enojado, alguien que proyecte, que su dedo indique un sentido. Sería autoritario…

Pero el Pro comenzó señalando: su logo inicial fue el triangulito hacia adelante. El Pro se presentó como un señalamiento. Pero no con un dedo, no alguien señalando. No una voluntad. Un aparato. La neutralidad inocente de la máquina, la respiración objetiva del software… Se presentaron desde el vamos como un partido exento de voluntad, de deseo subjetivo: solo gestión de lo obvio, de lo que obviamente es el orden y el bien. No es que alguien lo desea: es así, “la verdad sobre la mesa”.

Esto tuvo etapas; al comienzo era festivo, colorido, sujetos que solo ejecutaban lo que una razón abstracta manda como obviedad (gestión, Hacer, post-ideología…). El triángulo señalaba, únicamente, hacia adelante. Sin pasado, ni tradiciones, puro futuro, sin herencias históricas -y allí el Pro realizó su rutilante doble movimiento, donde a la vez que presentaba su política como saber neutral universal, borraba la centralidad mandante de las herencias capitalistas privadas en su conformación partidaria-.

Los radicales se diluyeron ­en la estética de Cambiemos, multicolor digital y el señalamiento automático de la máquina hacia adelante. Brillante y sin ninguna grasa, un señalamiento sin banderas, sin culto a rostro alguno; incluso, después, sin próceres en los billetes. Pura objetividad de la seudo naturaleza imperativa del capital, contra todo vestigio de presencia subjetiva que niegue la obviedad de “cómo es el mundo”. El mundo es así; el mundo va para allá.

Por eso Macri se presenta como representante -más que del pueblo argentino- de “el Mundo”: él, Maurizio, no señala nada, solo acata el señalamiento de “el Mundo”. Como si en esa entelequia no hubiera sujetos, actores.

El estandarte de la política ausentista de Cambiemos, despúes del triangulito de Play (la gente clickeó Pro, más que elegirlo), fueron los famosos globos, ahora en desgracia. Con los globos como paradigma de lo vacío en ingrávido, el partido riquista se opuso a la masa (huelga aclarar: riquista aunque lejos esté de conformarse solo de ricos, sino en tanto afirma que las decisiones y los criterios -negados como criterios- deben ser los de los ricos, pasando su punto de vista a ser el oficial). Se opusieron a la masa, diferenciándose obvio del peronismo (la masa, los gordos…), pero también de sus abuelos militres. Nada de plaza llena de cuerpos para festejar la asunción…

Y también la guerra comunicacional contra la corrupción fue un canal clave de este ausentismo riquista. Verdadera ropa interior del riquismo cambiemita, esa bandera fue su chiche más fanático porque lo corruptible es la materia, la masa, lo terreno, como los bolsos de López; y ellos no, que tienen fortuna intangible, off-shore; ellos no son corrompibles, bajaron del ultramundo de los CEO’s -los que saben- al barro de lo público por filantropía, solo por nosotros se ensucian sus manos…

Pero después el problema se puso más dañino, o en realidad de arranque pero ascendiendo en protagonismo imaginal, en las imágenes con que el gobierno cambiemita se representó a sí mismo, ya que esa negación de la presencia, esa negación de la subjetividad viva, deseante, corpórea, se expresó, también, como feroz represión, a la protesta social, a las vidas desobedientes (o a los momentos desobedientes de las vidas). Es brutal el odio de lo obvio abstracto a los cuerpos -másicos- que estorban el límpido camino de su señalamiento informático.

Y ahora… para evitar el retorno del peronismo al poder (peronismo digo y siempre los nombres simplifican la multiplicidad en lo nombrado…), el hijo de Franco elije jugar, como carta más fuerte, la condena y el miedo a que haya alguien que señale.

Apela a vidas -a momentos y partes de las vidas- que tienen la obediencia tan pero tan profundamente introyectada que no toleran que haya alguien, un semejante, un par, un igual, que ejerza potencia, que señale, que proyecte sentido, que afirme; es la defensa desesperada de la obediencia genérica a lo Supremo, a lo Mediato, a los sacerdotes gerenciales (o antes a los Comandantes…), como forma de evitar el quilombo de vérnoslas entre iguales.

(Y hablando de cartas, ese odio a que haya alguien, a la alguienitud, a la presencie, tiene un enorme ejemplo en el Guasón de estos días, en su baile, ¡cómo baila!, un baile sui generis, en nada parecido a un aparato -en nada parecido al baile de Macri-; porque la alguienitud o la presencia llevada a fondo es lo monstruoso, lo único, que no reproduce ninguna forma modélica prefabricada, detractor letal de lo obvio).

Mucho se dijo de cuánto Cambiemos supo ganar en redes sociales, en internet, es decir, interpelando a los internautas más que a los ciudadanos. Interpeló al dedito de la gente, el dedito de scrolear y de clickear; el dedito como forma de organizarse en el mundo informacional. Ese dedito lo tenemos en llamas todis…

Al modo de vida que se organiza en torno a ese gesto, gesto de relacionarnos con el mundo mediante la punta del dedo señalando una pantalla, a ese modo de vida apela ahora el presidente electo más dañino de la historia. Al miedo y reacción contra un dedo que se levanta de la pantalla (siguiendo signo a signo) y pasa a ser el dedo mismo signo de que hay alguien, alguien que apunta al mundo; y acá no solo al mundo, a los mega ricos, que, escondidos detrás de la obviedad informático-financiera, si algo detestan es ser señalados.

Fuente: Revista 27 de Octubre/Red Editorial

La Fernandización de Cristina // Agustín J. Valle

León Rozitchner decía algo así como que la potencia movilizada de la clase trabajadora argentina había encontrado en Perón un vehículo, y también un límite: un Padre Militar, en cuyo cuerpo “oficial” se aglutinaba la fuerza transformadora, fuerza que así se fetichizaba cuando, en rigor, es multitudinal. Las ganancias sobre todo en el plano de la distribución del ingreso, por parte de la clase trabajadora, implicaba una entrega de las capacidades más hondamente políticas, es decir de creación de posibles y modos de organización del lazo y la producción social en torno a refundaciones del deseo y los valores…

Pero ese vínculo masa-líder, que también fue problemático en tanto la sacralización del nombre sirvió para que bajo su rótulo se llevaran adelante diversas políticas,  incluso contrarias a los intereses materiales de los laburantes, era superado, decía Rozitchner en 2010, había quedado superado por el dúo Kirchner.

Pareja civil de hombre y mujer en igualdad profesional, la pareja sureña vino a decirle al gran Fierro del Estado “no les tenemos miedo”. Vino a decirle a la multitud argentina “somos los hijos de las Madres de Plaza de Mayo”, abriendo, así, una clave de fraternidad, en torno ya no de la obediencia al General militar, sino en torno al origen amoroso de nuestra vida, las madres. Este nuevo liderazgo abría la capacidad de vehiculizar deseos emancipadores sin castrar al sujeto popular colectivo.

Después, acaso en proceso comenzado con la muerte de Néstor, y acicateado por la artillería de los sectores más rancios de la sociedad, el liderazgo de Cristina devino en jefatura idolatrada. Los militantes se transformaron en soldados (“militar es militar…”); incluso los trabajadores que osaban enfrentar las políticas gubernamentales eran nuevamente reprimidos -tras años de sostener la decisión política de no zanjar la protesta social por vía represiva- y, lo que acaso sea peor, descalificados como “energúmenos” (Berni); y la movilización social espontánea, que había abierto el espacio de impugnación anti-neoliberal derribando al gobierno de la Alianza, fue condenada (“no necesitamos más patrullas perdidas de 2001”). Fueron años donde el kirchnerismo, fustigando los agites desautorizados, hiperideologizando la propia tropa, y crispando discursivamente a los sectores más rancios, le hizo juego a la derecha.

Y lo que pasa ahora es interesantísimo y abierto: la decisión de Cristina de correrse, pero no demasiado, habilita un pluriliderazgo. O una suerte de espacio de liderazgo flotante, donde Alberto Fernández no se presenta como un mero monigote. Por decisión de Cristina, Cristina no concentra sola el mando. En la decisión está sin dudas su inteligencia estratégica, pero, quizá, esté también su condición femenina: hay que ver si un hijo del patriarcado rechazaría la tentación de llevar el bastón de mando.

No es un renunciamiento histórico porque no hay un macho por encima de ella; absurdo es también comparar la escena con el esquema de Cámpora y Perón, ya que el general ni siquiera estaba en el país: la presidencia del médico expresaba una ausencia del Jefe, mientras que Cristina eligió un modo de presencia.

Lo cierto es que el espectro social que se encolumna detrás de ella, ahora puede prescindir -al menos en parte- de su figura consagrada. La energía multitudinal que tanto cristalizaba en la jefa muestra capacidad de fluir. Quizá esto se gestaba ya desde el 9 de diciembre de 2015 cuando nació el cantito “vamos a volver”, que, a diferencia del “luche y vuelve”, se enuncia desde una primera persona plural y abierta, como me señaló entonces Rubén Mira. Los deseos de frenar el ajuste, los deseos de que la cosa pública se piense con al menos alguna dosis de criterio local (y no solo desde lo que el gato vil llama “el Mundo”, es decir la razón financiera global), no requieran una figura totémica cristalizada, que el liderazgo pueda eventualmente recaer en alguien o alguien más de modo variable, es una novedad no menor de la hora. Los efectos son incluso de renominación de la propia Cristina: tan llamada ka ka ka, ahora con Alberto vuelve a ser Fernández.

La falta de mística de Alberto está por eso entre los motivos de su elección primera, la dedocrática y preelectoral. No se apasiona demasiado, no se enoja tanto ni parece tan enamorado de algo trascendente; es un hombre razonable que puede poner orden y volver a la normalidad -justo esas dos palabritas compartidas por los campos semánticos tanto del kirchnerismo como del macrismo. Nada de mística: calma, diálogo, política como palabra y tejido. Un hombre de leyes; el viejo lenguaje de lo jurídico que viene a salvar al Estado del descalabro de la pura razón de los negocios. Más que un líder emplazado como causa, es un líder puesto como cauce -para que vehiculice una fuerza que lo precede. No trae, Alberto, una convicción legitimada por su épica; trae señalamientos de realidad objetiva. “Los hechos”.

Es el opuesto de Elisa Carrió que,  en cierto sentido, circense como es, funge de corazón de la acotada vitalidad de Cambiemos. Con su ridiculez y arbitrariedad, pone donde está un deseo fundado en su propia convicción, más allá del bien y del mal, certidumbre por pura presencia. Dosis de fe posmoderna en el gélido reino de los gerentes. Para los de afuera es entre hilarante e indignante, pero se ha visto que su estilo intentó ser copiado por el Presidente, en las inyecciones de euforia con que cerró discursos y alimentó memes. Alberto en cambio parecería incapaz de salirse de la raya, de exceder la razón. Distinto en eso también a Menem, quien con su canalla picaresca de “no se sabe lo que mi cuerpo puede” cosechó tracción aspiracional.

 

Ordenar y normalizar: Alberto no viene a alterar, a trastocar, a terminar, ni siquiera a reformar. No debe asustarse nadie. ¿Es posible que no tengan miedo ni las clases trabajadoras ni las elites? Tal es la línea de la moderación. Bordes humanos para el neoliberalismo. Alberto llegará al sillón porque el gobierno de Cambiemos fracasó. Un estado de movilización social que resistió sus políticas es insoslayable causa de ese fracaso. Por ejemplo, no pudieron implementar la reforma laboral. Tampoco trasladar a las facturas de gas la totalidad de lo que las empresas “perdían en dólares por la devaluación”, aunque sí se los pagó el Estado; también fracasó su proyecto en AFA de convertir a los clubes de fútbol en sociedades anónimas; fracasó el intento de beneficiar con el 2×1 a los genocidas; fracasó el intento de detener a Hebe de Bonafini… Movilizaciones sociales que incluso parecían derrotadas, como la lucha docente, desgastaron el ethos gobernante. Muchas y muchos pagaron la resistencia con ojos perdidos por las balas de goma, con cárcel.

El Gobierno acudió al FMI por un motivo doble: para buscar salvavidas financiero para su desmadre económico, y para buscar apoyo político en los patrones del norte. Así es el modelo de liderazgo cambiemita: líderes relativamente “suaves” en la medida en que asumen Patrones Mayores -el Realismo del Capital como patrón básico- a los que no solo ellos sino todos debemos obedecer. Patrones que Macri llama con el eufemismo de “el mundo”. Por eso, aunque la implementación de sus políticas es mucho más autoritaria que las del gobierno anterior, no dejan de criticar a los líderes “populistas” en tanto “autoritarios”.

La fórmula electoralmente ganadora capitaliza el deterioro del gobierno que fue producido por un estado oscilante pero intenso de movilización social. (Insisto: también la “crisis económica” del macrismo hay que entenderla como crisis de su gubernamentalidad política). Movilización social: el movimiento feminista, los movimientos sociales (los trabajadores de la economía informal), los movimientos de derechos humanos, corrientes de ánimo multitudinal expresados en el cantito MMLPQTP, los ríos de memes y grafitis…

El Frente de Todos resulta vehículo electoral de un espectro social mucho más amplio, de cuyas movilizaciones no fue un protagonista central. Hay un hiato entre movilización y herramienta electoral. Se verá si Alberto es más influenciable por el orden cuyas reglas son incuestionables (ya dijo que no se revisa ni la anulación de la Ley de Medios ni la fusión Fibertel Telecom…), o por los movimientos sociales que plantaron la intolerancia triunfante contra el macrismo. Al fin y al cabo, como dice Deleuze, no hay gobiernos de izquierda, sino gobiernos más o menos permeables a las demandas democratizantes. Allí es donde el gesto de CFK, de correrse, es una puerta oxigenante y abierta: está claro que Alberto no es más que aquello que lo vota. Está claro que CFK es insuficiente. Fue significativa la presencia de Máximo en el acto de festejo de las PASO: fue el primero en hablar; ante todo, un Kirchner. Su cuerpo asegura presencia del linaje apellidista y de su mística -aunque el principal movimiento multitudinal del presente, el feminista, no necesita apellidos fetichizados para sacudir al mundo (como tampoco los necesitó la revuelta del 2001 para impugnar al neoliberalismo por quince años).

¿Podrá existir un espacio -más que una organización- capaz de rotar liderazgos instrumentales para una movilización social que delega pero no enajena su fuerza? Liderazgos cuya figura no afirme implícitamente que nosotros no podemos sino solo Él o Ella. Liderazgos que asuman que los líderes son los empoderados por la multitud, más que lo contrario.

Fuente: https://socompa.info/politica/la-fernandizacion-de-cristina/

Santiago Maldonado, sinónimo del presente // Agustín J. Valle

Santiago Maldonado es una vida que huye del destino mediático, una vida que recibe el odio realista y por eso el orden puede matarla. Las voces condenatorias dicen “¿qué tenía que hacer ahí, en la ruta, con los mapuches?”: justifican así su asesinato, bajo la implícita idea de que no estaba viviendo la vida como debe ser vivida. El régimen mediático domina el sentido: las cosas valen solo en tanto medios para otra cosa, el Rendimiento es un mandato, y el orden, una obviedad. La experiencia de vida debe someterse a la programática: es el orden normal. Cualquiera que se aparte está en falta, obviamente en falta, y es un estorbo. Una vida no enteramente mediatizada es una vida que no es del todo una vida, no una vida realmente -porque la Realidad es patrimonio del rendimiento y la forma empresa, de la representación especular…-.

La ansiedad conectivista de elegir nuestros contactos, eliminar o bloquear lo que nos disgusta, mutear lo que molesta, el ideal de encapsulamiento selectivo de la vida celular -tan dominante en el espacio público-, organiza una seudo fuga del cansancio, y proyecta un deseo (odiante) de que nada -más que el orden naturalizado del rendimentismo sacrificial- ose estorbarnos. La proyección de sí y del mundo como especulación lisa y brillante no puede tolerar un cuerpo que la manche. Un cuerpo, pues, molesto, es un extranjero que no participa de lo que es la vida tal como es obviamente. Por lo tanto, una vida así puede eliminarse sin que se perciba como atrocidad.

Vidas que prefieren -incluso la incertidumbre de- intentos presentificantes: se las odia. El Presente coexiste con la Actualidad pero clavándole preguntas. Esas vidas le recuerdan al orden su condición de artificio -su tigrez de papel, o de bits…-. Y los cuerpos asimilados por completo a la racionalidad mediática -cuerpos que son carne del cúmulo mediatizante que va del cielo judeocristiano a las tic’s-, odian a quienes la rajan: el orden desprecia la vida con resentimiento, porque la vida llegó primero. La vida es por naturaleza previa al orden y su Realidad normal; por eso la racionalidad del orden la odia: una vida que escapa de la programática, es en sí misma una impugnación del sometimiento general de la vida a lo obvio.

La mediatización segmenta y asigna destinos. Pero se había auto-exceptuado de la condición deudora, Santiago. Su cuerpo impugna el cuerpo pulcro del eficientismo. Reivindicarlo es reivindicar una vida no sometida a los mandatos de la mediatización. Y recibe el desprecio de los que tienen sus vidas bien definidas, los que saben bien los fines y los finales de su vida; los límites de su concernimiento. Los que ya saben exactamente en qué consiste su vida, y qué desearán desde hoy hasta morir; vidas que rechazan el problema de tener que vérselas en la experiencia con qué es lo deseable, vidas mediatizadas y de derecha: odian al presente. Por eso Santiago Maldonado es casi sinónimo de: Presente.

La trampa del paraíso perdido // Agustín J. Valle

Impresionante performance en escena. Tres mujeres, o cuerpos que fueron de mujeres o que las imitan: tres actrices bailarinas —aunque de una danza muy, muy especial, butoh, cualquierista en el mejor sentido— aparecen en escena moviéndose como robots. Brazos, cuello, piernas, cintura haciendo solo líneas rectas, y en las caras una inocencia robótica siniestra: “Ven, humano, confía, soy tu semejante”, dice el zombi eléctrico. Las tres apenas vestidas con una suerte de taparrabos de hule negro, rodilleras, coderas y el cuello entero pintado de negro en black out. Los ombligos cubiertos por el taparrabos y los pezones tapados —negados— con cinta aisladora: una negación de lo orgánico, de los puntos que delatan el engarce —líquido y tibio— entre los cuerpos, su codependencia natural. En su gesto o garbo convive, pujando, esa inocencia artificial con una extrañeza, una perplejidad que acaso indique vestigios de humanidad. Están en un paisaje nulo, despojado: tan sólo unos paneles verticales (plateados, tenues, traslúcidos apenas), que cercan el borde posterior del territorio. El paisaje material es nulo porque el ambiente es sonoro: un ambiente inmaterial repleto de ondas vibratorias invisibles.

Al comienzo remite un poco al paraíso, con grillos y pajaritos y agüita cayendo entre unas plantas. Pero si remite es con reminiscencias; no tarda en dejarse sentir un pulso de “pips”, soniditos como hipos involuntarios de la máquina. El ruido de las ondas eléctricas crece, dejando caer su pudor: es el sonido de las frecuencias que atraviesan los cuerpos y los mueven, ondas invisibles pero dominantes.

La obra no es “linda”: es interesante, impresionante y admirable. La actuación danzante de Rhea Volij, Popi Cabrera y Malena Giaquinta compone la corporalidad que tendrían las criaturas si fuesen hechas de vuelta, pero por un demiurgo informático-mecánico. Con una sincronía y coordinación impactantes dado lo raro, anómalo, monstruoso de sus movimientos, presenciamos cuerpos que oscilan entre los espasmos programados y eficientes del robot y animalidades súbitas, como si en las suspensiones de la eficacia dominante lo orgánico disparara enloquecido hacia el punto de su historia terrícola. Renacuajos sacudiéndose, pájaros desquiciados, perras culo para arriba, obedientes a las más mínimas variaciones de la onda eléctrica mandataria. Por momentos las frecuencias “sujetoras” mandan adoptar posiciones alineadas, modélicas, tipo maniquí. El patrón chequea su poder canonizante. Las post-orgánicas, con sonrisa helada en el rostro, posan de lindas y una luz focal proyecta su sombra en los paneles verticales: sólo logran sombra de belleza —en rigor, sombra de silueta canónica y promesa de cuerpo idealizado—, mientras que el cuerpo exhibe la textura del sometimiento vudú que el patrón eléctrico-frecuencial le imprime. En algún momento, pronto, se van a romper.

No se diría que los cuerpos hacen cosas, sino que les son hechas. Carnes involuntarias, desafectadas, cuyos nervios son canales de la frecuencia patrón que las sacude. Cada tanto se entrevé en esos cuerpos alguien que sufre, y ese sufrir es un destello subjetivo, unos ojos con presencia. Alguna incluso combate contra eso que las mueve, pero infructuosa, y combate reproduciendo la frecuencia electrocutada dominante. Sin embargo, algo de lo orgánico —no de lo subjetivo— pareciera guardar una sordera fecunda. El cuerpo se convierte en piedra, en mera cosa, luego en tierra (¡hay que verlo!), y de las “piernas” —ramas o alas o…— abiertas de esa piedra-cosa-tierra, emerge hacia arriba un enramado de dedos, un parto arbóreo. Ellas se meten la mano en la boca como quien añora la calma primigenia de mamar, del enlace corporal directo; pero es tic del cuerpo otrora humano, que ahora se castiga y muerde para sentir algo.

 

La trampa del paraíso perdido, de Rhea Volij y Patricio Suárez, El Galpón de Guevara / Centro Cultural de la Cooperación, Buenos Aires.

 

Fuente: https://www.revistaotraparte.com/teatro/la-trampa-del-paraiso-perdido/?fbclid=IwAR2bhqDYqy7pa0muug0kzzzOLNCMr-FJF0goHpB_3q_gnmpDSBnLhZgz9ds

La poesía no es un lujo, según Audre Lorde // Agustín Valle

Este texto de Audre Lorde, “La poesía no es un lujo”, me pareció buenísimo en varias cosas. Anuda diversas líneas que me parecen muy contemporáneas -en algunos otros pasajecitos queda pegada al tono de su época, como acaso corresponda a un viviente-. Por una parte, la idea misma de que la poesía no es un lujo. Es una idea-combate. Porque si el drama sociopolítico en que vivimos se convierte en un estado de urgencia, en la urgencia lo poético queda menospreciado como un lujo evitable (lo cual es un rasgo del estado de “respuesta urgente”). Qué ostentoso hacer poesía con las cosas que están pasando… Como si lo poético fuera un campo de mero esparcimiento.

“Nuestros poemas formulan las implicaciones nacidas de nuestro ser”, dice Lorde. Lo poético sería la instancia donde puede tomar forma nuestra naturaleza. Las verdades que intuimos, lo que presentimos, nuestro “ensueño” (Rozitchner). La concepción de vida que surge de nuestra experiencia sensible (con sus parámetros, sus reglas, su deseo, su ritmo), se convierten en algo que tiene consistencia, y puede jugar en el mundo, gracias a la mirada poética, al tiempo poético. Es necesario “soportar la intimidad”. Es necesaria una “atención disciplinada”. (Tiqqun: “llamamos comunismo a una cierta disciplina de la atención”).

Más que condenar involuntariamente lo poético como un lujo, en pos del deber de la respuesta urgente, de la indignación, ¿de la militancia?, etc., esta escritora nos insinúa que es al revés: que si hay derrota en el orden político, si la atrocidad tiene lugar, es porque hemos, colectivamente, debilitado el lugar y la legitimidad de lo poético. (Lo poético entendido en este sentido abarcativo y no circunscripto a la escritura en verso, claro).

Pero además Lorde afirma que esta potencia poética es femenina. Al orden masculino lo llama el orden de “Los Padres Blancos”, responsables del “modo de vida europeo”. El modo de vida europeo, propio de los padres blancos, se caracteriza por “concebir la vida como un problema a resolver”. Ella, desde “la madre negra que todas las mujeres llevamos dentro”, afirma que “la vida es una situación que debe ser experimentada”. Creo que incluso puede ser un problema a ser experimentado. Habitado.

Los padres blancos quieren resolver. Resolver el problema, eliminarlo, y proseguir. Para los padres blancos, además, lo más importante son las ideas, y hacen de la poesía un estéril juego de palabras; nos legan una concepción de las ideas insensibilizadas -una idea insensible de las ideas-, y una concepción de la poesía como algo, en fin, lujoso -frívolo.

Lo femenino según Lorde es un cúmulo de experiencia y una naturaleza que puede obtener fuerza de lo oscuro. De lo oscuro y profundo. Algo de los atributos corporales femeninos está claramente aludido: el útero, el embarazo, esa creación lenta, casi invisible desde afuera (acaso lo importante nace siempre escondido?). Ese oscuro del que todxs venimos. Al fin y al cabo el sol siempre fue macho, el dios sol, y la tierra, hembra. El iluminismo y la razón son modelos de verdad de cuño solar, masculino: deterministas, impositivos, que proceden por certidumbres. Lo femenino, como la tierra misma, muestran que la verdad se elabora siempre con una decisiva fase de oscuridad.

También los sueños, que Lorde pondera altamente, tienen a lo oscuro como condición de posibilidad.

Oscuridad, gestación discreta, rango existencial de lo poético: ideas-combate vitales para nosotrxs, sujetos al mandato de exhibición permanente, sujetos a la iluminación constante de las pantallas; nosotrxs que caminamos por calles inundadas de la luz blanquísima de las led que nos trata como sospechosos y como pacientes: son de interrogatorio y de quirófano. ¿Guardamos aún zonas para la oscura luz poética? ¿Con qué deben luchar, para tener sitio? ¿Qué aliados encuentran? ¿Qué procedimientos sostienen vivo y dan consistencia a lo poético?

 

Desde Bestias Posibles

 
 

Te quiero, Diego // Agustín Jerónimo Valle

1.- El Diego no puede caminar, parece. Necesita bastón. Le duele, se encorva hacia adelante como sacando el culo pa’trás, como si así pesara menos el cuerpo sobre sus piernas, como si así sus rodillas se olvidaran. Ahí está. En un capítulo nuevo de su vida; hombre de tantas, tantas vidas. En algún momento quizá muera. No lo sabemos, no puede saberse. “Todos los hombres son mortales” es un juicio categórico no deducido, sino inducido: los que estamos vivos quizá seamos los primeros inmortales. Sobre todo Diego. Pero por si acaso, por si algún día muere, hay que pensar. Pensar y entender, antes de eso, por qué lo amamos; por qué Maradona es Maradona.

Porque además, en las valoraciones que se hacen de Diego, se juegan disputas culturales de relevancia cierta. No es lo mismo.

Maradona es el orgullo; es la mayor concentración de orgullo en un cuerpo que han dado estas pampas. Su cara, por ejemplo, en la formación antes de aquel partido contra Bélgica: con ese hambre se morfa el mundo. También curtió el bochorno. Es que claro: No se puede dimensionar la altura sin conocer la bajeza.

2.- Necios quienes festejan “al jugador” fustigando a “la persona”. Hay unidad entre vida y juego, inseparabilidad entre juego y vida, modo de jugar y modo de vivir. Sostener que “como jugador sí, pero como persona, un desastre” es la definición de la estupidez en Argentina.

Hay una misma irreverencia, un mismo atrevimiento, una misma intuición, una cierta autonomía, una misma interpidez en su modo de jugar y su modo de vivir. Esto es muy evidente.

Es un gran reactivo Maradona: allí donde lo ponés, hace saltar a quienes son de derecha. Esto es una idea de Rubén Mira. Siempre el de derecha salta anti maradonianamente; de derecha existencial. Los ortibas y gorrudos. Porque detrás de ese juicio que busca separar jugador de ciudadano, hay dos operaciones morales: una, se lo manda a laburar. Sí, dicen, es bueno en su trabajo, haciendo su gracia. Dos, llamado al orden: genialidad en la cancha, y luego a acatar. Eso pretenden. A trabajar y después obedecer. Operaciones morales de cuño clasista: lo que no toleran los anti es que el Diego sea nacido pobre y haga lo que quiera en primera plana, que sea un hijo de la población postergada,  y se comporte con mayor rapidez que cualquiera. Un villero sin sumisión, un atrevido, eso odian los anti.

3.- Maradona es el principal frasista de la cultura argentina. El mejor creador de frases de la cultura popular argentina; nadie creó tantas frases devenidas patrimonio popular como él. Ningún escritor, ningún político, ningún músico (quizá el Indio Solari y Juan Perón sean los que le siguen, pensando en el último medio siglo), ningún publicista. Un creador masivo de lemas.

O sea: el mejor jugador de fútbol de la historia, además tuvo una vida de fiestero fuerte (lo cual ya de por sí es un plan de vida deseable para mucha gente), y además es el mayor frasista de la cultura popular argentina. Cantidad de vidas tiene Diego.   

La esfera es la forma perfecta. Y Diego es el que mejor la entendió. El tipo más cercano a la forma perfecta. Y también es, Diego, el hombre más gifeable de la cultura argentina; se vio en Rusia su genialidad para la dramaturgia pública: imposible no mirarlo. No hay cuerpo tan propiciante de gif’s e imágenes polisémicas. Maradona entiende los lenguajes: objetuales, corporales, verbales. Entiende los lenguajes, y es mejor que nadie. Su genialidad es de orden lingüístico. Una genialidad cinético-cognitiva.

4.-Dice Gustavo Varela que Diego tiene el campo de juego plegado en el cuerpo. Por eso sabe siempre dónde están los compañeros, los rivales, las zonas de libertad. Diego es un cartógrafo nato. Cartógrafo instintivo. De inmediato arma mapa de dónde están los malos, dónde están los nuestros, dónde está el premio. Porque es un cartógrafo del conflicto, asume  siempre la premisa del asedio, de que hay algunos que lo quieren cagar a patadas, asume la urgencia y también que siempre se puede tener un golpe de suerte, por dónde la ponemos nosotros. Y en el conflicto, Diego tiendea enfrentarse al poder, a los peores poderes. Tiende. Hay pocos “famosos” que hagan eso. Los famosos en general adhieren al statu quo, porque han triunfado y saben que el éxito siempre es el éxito de las reglas. Es que Diego no tuvo éxito, Diego ganó. Diego ganó y no por eso dejó de pelear contra la FIFA, contra Macri… Mil veces pifió, y en parte es porque nunca adhiere sin más al viento dominante; siempre tiene una cuota de autonomía.

5.- Autonomía de lo que el cuerpo puede: puede cinéticamente, verbalmente, dramáticamente, políticamente. Hace algo menos de dos años llegó a las pantallas hogareñas argentinas un videito desde Dubai: en una cinta de correr, transpira Diego Maradona. Toca el panel para reducir la velocidad de la carrera, y pone música: suena un acordeón festivo, “nuevamente, con ustedes, Looooos Palmeeeras!”, y Diego, enfundado en una camperita de lycra brillosa y estridente, continúa siguiendo el mandato monocorde de la cinta, solo que comienza a agregarle variaciones al movimiento, haciendo con el cuerpo los dibujos de la música. Empieza a alternar pasitos más cortos y más rápidos, más largos y más lentos, sacude las manos como maracas, se las arregla para trazarle curvas y vaivenes al suelo negro e incansable del aparato. Convierte la determinación programada en una mera condición sobre la que el cuerpo, con la verdad inmediata de su intuición cinética, impone su propia melodía. De pronto parece que la cinta misma baila bajo los pies del Diego. Es palmario, evidente, que improvisa todo, que todo es un diálogo entre cuerpo y música; como si la música mediante su alma rigiera la materia. La máquina es lo que Diego la hace ser. Belleza inalienable de ese cuerpo. Baila fluidificando al aparato; es el extremo opuesto del baile aparato del gato presidente. Diego baila y expone por contraste lo inerte, la medianía y la vileza de la normalidad generalizada. Diego es un bailarín, siempre lo fue: baila el conflicto con pelota. Diego enseña que la belleza es una dimensión interior al conflicto. Así nos sacó campeones del mundo.

JAMAS TAN CERCA // Mediatización, lenguajes y política

La mediatización de la vida es un campo de problemas que excede la omniprescencia de los artefactos. Nuestra época se entiende mejor considerando la longeva pero rozagante tendencia a vivir la vida como un medio para otra cosa. El antiquísimo finalismo que enajena el presente en pos de una instancia mediata; lo verdadero, lo bueno, lo bello, o no están ahora, o no están acá. El cielo, la mercancía, la prensa, el espectáculo, las finanzas: vectores históricos de  la mediatización, que se cataliza, en nuestro tiempo, con las técnicas -paradójicamente- de inmediatez. Nada más mediatizante que la inmediatez.

La acción a distancia en tiempo real, la informatización binarizante de lo sensible, constituyen claves del ambiente existencial contemporáneo. Para habitarlo, o tolerarlo, se requiere un conjunto de operaciones específicos. La actualización, la emisión, la fotosensibilidad, el disponibilismo, la indiferencia (y hasta la crueldad), el linkeo, la adaptación a escenarios variables, y el etcétera no tiene fin. Subjetividades mediáticas.

Si el dolor es un umbral de conocimiento, si el mapa de las fuerzas refractarias a la vida es un proto mapa de la vitalidad, entonces investigar las diversas faces de la mediatización -estar separados de nuestras potencias inmediatas- puede afinar intuiciones sobre la salud: salud corporal, temporal, espacial, comunicacional, urbana, política, erótica, económica. Afinar percepciones sobre las operaciones de presentificación: la restitución al presente -a la presencia- de su potestad existencial soberana. Las presentificaciones, claro, que recuperan para nosotros los artefactos normalmente alienantes.

Las jornadas invitan a forjar un entendimiento común sobre este campo en tensión -su genealogía, sus dimensiones, sus rarezas, sus rajes-.

“Presente” // Agustín J. Valle

Un dolor y una rabia que no caben.

¿Por qué sobre las y los docentes cae tanto resentimiento del sentido común mediatizado? Un desprecio, un rechazo plano a toda reivindicación surgida del cuerpo docente, para el cual cualquier protesta incrimina al luchador y carece de toda verdad. Ese resentimiento masivo es condición imprescindible en que se apoya la escandalosa propuesta salarial, de rebaja drástica del poder adquisitivo de las y los docentes. El año pasado los docentes se movilizaron en cientos de miles, y al volver a las escuelas, ¿la mayoría? encontraron en los padres menos solidaridad que desprecio. No les creen, sienten que es mentira toda lucha docente, y tampoco les van a creer ahora aunque hayan muerto dos en evitable tragedia.

Quizá el cuerpo mediatizado, entrenado en que todo deba exhibir un valor actual ya, pero al mismo tiempo sea medio para otra cosa de sentido trascendente (como una selfie), no tolere que haya un espacio que por un lado carga la herencia de «formar para el futuro» (es decir que tenga paciencia y lentitud) y que, por otro, se sostenga en este día, y cada día, con gente que insiste en afirmar como espacio vital un presente sin trascendencia, como es la escuela -aunque sí con crecimientos, fecundos, gestadores de porvenires y desplazamientos, pero jamás rutilantes «cambios». Gurkas de la actualidad, odian la pública porque odian al presente -el presente, que, en efecto, es una cárcel, para quien está separado de sus potencias.

Sobre el VAR y la Sharon Stone. Ruptura del continuo en el fútbol // Agustín J. Valle

“La prueba parecía inobjetable, pero el Loco se plantó. ‘Fue gol’. -‘¿Y eso que se ve ahí?’-, intenta acorralarlo el Inquisidor Araujo. ‘Es un truco de la televisión: en la cancha fue gol’.”

Ignacio Lewkowicz, Dallalíbera (inédito, 1992)

Ah, es difícil estar al día. El desapego de la actualidad es relativo, es variable, es decidido y no decidido, es fuente de sufrimiento y también de orgullo. Puede ser cosa de unas horas…

Esto para decir que pasó el mundial, pasó el VAR y me quedé sin poder articular una idea. De algo nimio pero que participa de las mutaciones programáticas de nuestro tiempo (“mutaciones programáticas”: oximoron del capitalismo). Otra degradación del cuerpo, de la experiencia y del presente. Por ahora el VAR no introduce “justicia” alguna: ¿cuándo se pide y cuándo no se pide el VAR? ¿Qué sacerdote regula el poder de verificación pantallística? Quizá podría mejorarse, “como en el tenis”, me indica un amigo: que cada equipo pueda pedir uno o dos VARs por tiempo… Podría ser. En el tenis es hasta gracioso: todos mirando la pantallota donde una animación digital resulta ser, de modo inapelable, la verdad. La animación digital es la verdad; nuestro ánimo, nuestra alma, nuestro aliento, entonces, vale menos. Ver un juego deportivo en vivo es emocionante, pero las sensaciones que da nuestra percepción sensorial ocupan un nivel inferior en la escala de la realidad.

El árbitro, dice Villoro, es el que más ama la bocha: la quieren tanto, que admiten no tocarla y ser insultados masivamente, con tal de estar cerquita de ella. El referí es el juez, el ortiba, el que se viste siempre de negro aunque disimule con colores, pero está adentrodel juego. Los árbitros entre ellos se dicen “¿jugás el domingo?”. Juegan a arbitrar, es su rol en el juego. Lo que ya no son es los operadores del criterio de verdad; la verdad del terreno de juego ya no está depositada en el cuerpo que juega al juez. Ahora el juez jugador suspende el juego para ir a consultar al dios pantalla. Es un dios contrario al de Nietzsche; si Zarathustra exigía una deidad capaz de bailar, el Dios pantalla domina porque detiene y descompone el movimiento fragmentada y mecánicamente.

La supremacía de la pantalla opera descomponiendo la experiencia. Lo que el juez mira no es siquiera la repetición. Mira la cámara lenta; más aún, mira un frame by frame, un cuadro a cuadro. El VAR interrumpe el juego porque su criterio de verdad se basa en una interrupción del continuo experiencial. La experiencia en sí mismaes sucia, impura; el continuo de la vida es difícil de gobernar, y entonces la verificación mediática introduce un discontinuo donde segmentar y observar: toca o no toca. En el discontinuo reina la razón binaria: hay contacto o no hay contacto, pasa o no pasa el electrón, es amigo de la democracia sonrisona o le toca el escarnio… Sí o no: sin dudas. Como si la duda no fuera una instancia natural para la vida, una instancia que requiere un modo específico de ser habitada (en efecto: la decisión). De vuelta Zarathustra: “Solo en el mercado le exigen a uno que responda: ‘¿Sí o no?’”. La razón binaria es una faz de la subjetividad mercantil.

El VAR entonces muestra que hay penal; sí, hay penal en el var. Eso no dice casi nada sobre la verdad del continuo; pelota y brazo se tocan, la mano prende la camiseta, pero ¿qué incidencia tiene en el sentido de la jugada? ¿qué intención hay? ¿Qué intensidad? ¿Qué complicidad de la aparente “víctima” en el caso de una caída? La mano agarra la camiseta, el delantero cae, ¿pero cae a causa el agarrón? ¿Cómo huele un movimiento? Lo que queda depreciado es el sentido efectivo de un contacto en el interior del continuo del juego. La única jugada donde tendría propiamente sentido el VAR, es para ver si la bocha pasó la línea del arco o no.

Recuerdo en la pubertad alquilar con amigos el VHS de Bajos instintos, y poner pausa en el instante preciso en que la cámara enfocaba la entrepierna de Sharon Stone mientras ella cambiaba el cruce de piernas. Detener la peli en ese instante preciso era difícil, pero algunas videocaseteras tenían una función para avanzar cuadro a cuadro, buscando la verdadera fuente de la excitación. ¡Ahí está, ahí está, es la concha! Había que detectar y recortar la parte. Le hacíamos el VAR a la Stone. Esto debe haber causado, años después, más de una eyaculación precoz (quiero decir, una imposibilidad de habitar el encuentro en su integralidad), y más de un deseo-odiante machista (una triste violencia contra quien es concebida como poseedora huidiza de la parte deseada, que, en su recorte extractivista del continuo del cuerpo, es promesa de placer trascendente): porque ejercía una pedagogía del discontinuo. Según el VAR, casi que la mejor forma de ver si alguien es lindo, es su inmóvil cadáver. Basta advertir que en el juego de la pelota, de la sagrada esfera -fuente inagotable de posibles-, ahora el juicio de la verdad se convoca trazando con las manos en el aire un cuadrado intangible.

Fuente: https://futboldepiesacabeza.com.ar/sobre-el-var-y-la-sharon-stone/

Encuentro cercano con Luis Majul // Agustín J. Valle

Bueno, era domingo, igual que ahora que escribo esto. Ahora es la nochecita, un rato tranquilo, antes de mañana meter taca taca de productivismo, de obedecer la agenda. Dejé a mi hijo con su madre a la tarde, y ahora tengo a mi espalda unas brasas asando un pedazo de carne que espero muy especial: ayer fui con mi cachorro a buscarlo a una hora de distancia de casa. Los choris -anoche- confirmaron el merecimiento de tan modesta epopeya hedonística. Mientras el calor, guardado potencialmente en esas maderas fosilizadas, opera su química en el trozo de animal que es privilegio de esta loca tierra, oigo un jazz tranquilo pero vivaracho y me dispongo a escribir, a contar. Hace un rato casi se estropea este rato tranquilo con que concluye el día muerto de la semana, por un pelotudo al volante con quien estuve cerca de un altercado: como si faltaran problemas… En fin, por suerte no, todo en orden.

Era el post mediodía de un domingo de hace mes y pico: el otoño aún operaba sobre la fuerza influyente del verano, a diferencia de ahora que comenzó su dilución invernal. Había un sol sereno en Buenos Aires, la, a pesar de todo, amada Monstruópolis. Tenía el plan de organizar la mayor calma, el mayor descanso posible, ese día; la quimera paradójica de un descanso bien rendidor.

Tres y poco de la tarde caminaba por Warnes, a paso cansino, desde Dorrego hacia estación Paternal; iba al hipermercado de franco nombre, porque ahí venden una línea de carne que, me aseguraron, es de vacas de pastura. Con ellas pensaba demorar cálidamente el anochecer.

La zona de warnes es laboral y casi nada residencial, de modo que un domingo a la tarde está hermosa: muerta. Pero sin embargo de pronto, vida: en una esquina se ve gente, salen familias y parejitas, está cerradas al tránsito una de las calles cortadas que unen Warnes con la vía. Había una feria. Promotoras repartían hojas con la programación del día, ante puestos y algunas superficies amarillas. “Feria gastro literaria”. Mamá. Frívola, banal; una estética cuya condición de posibilidad es una brutal indiferencia hacia las condiciones del ambiente donde existe, tanto Buenos Aires y Argentina en general, donde lo mayoritario no estaría siendo un disfrute desproblematizado, como el barrio en particular, ajeno al lujo vulgar y sostenido con sudor y temblor. En medio de los fierros y los cartoneros, habían clavado una zona de todo gustitos y ¡ay qué buenísimo esto! Un golfito de placidez y sofisticación liviana: fast food chick. Varios cientos de personas se entregan al goce manso del consumo pasivo, donde el protagonismo lo tiene siempre algún especialista muy especial.

 

Pero algo rico debe haber… La derecha tiene bastante acaparada la calidad, lamentablemente. Válgame Dios, ¿lo rico es de derecha? ¡Uruguayos, la patria o la tumba! Jamás. La exclusión y el elitismo, la privatización a los comunes, son de derecha; no ese taco de cordero con vinagreta al cilantro que imagino por ahí…

Fuerzo el cuerpo a insensibilizarse, a tolerar la afección estética del lugar y su idea implícita de que experimentar en sabores tiene como cumbre un formato Disneylandia. El cuerpo se insensibiliza por mandato del paladar: la boca se hace idea de que vendrá una delicia y lo demás no importa nada. ¡Solo en el placer se funda en última instancia la resistencia!, y es por amor al placer que se intolera el dolor… La boca manda: su hambre escupe las palabras que le convienen.

 

Me introduzco pues en el tubo de la feria gastro literaria -quizá ella sea una gran boca que me engulle mientras me digo blablá-. Voy mirando los puestos, nada me sorprende todavía (propuestas pedorras, como si el “formato” de la feria le diera onda a las cosas de por sí), y en eso escucho que hay alguien hablando con un megáfono, contando cosas, la voz oficial de la feria; convoca a la multitud a “una charla con fulano mengano y Fernando Bravo sobre el asado, ahora en el escenario”. Hay mucha gente; la muchedumbre consumista me marea. Oigo la voz como abajo del agua, sin detectar su procedencia, pero me suena, me suena. Hasta que lo veo: un fulano por allá, con el megáfono arreando al rebaño ciudadano. Gestiona el orden del divertimento, la cosa tiene un plan… Lo veo, lo oigo, y entiendo: ¡es Majul, el hijo de yuta de Luis Majul! ¡Es Majul! Luis Majul ahí, no muy petacón, poco pelo ensortijado, con jeans y camisita sobre remera, todo cool, Majul animando la fiesta gastro literaria bajo el sol. ¡Hijo de puta, Majul! Me pongo tan nervioso que pierdo hasta el aggiornamiento corregido del lenguaje… Majul, lacra biológica, puñado de vileza, lacayo a sueldo de todo lo odiable en este mundo, asqueroso esclavo hablador… Acá de fiestita a trescientos metros de la estacion Paternal, tan chocho a plena luz del día, hijo de mil putas!

 

El corazón me retumba en el pecho, me suena todo el costillar; la sangre se acelera y el paso también: Majul, lacra de pella, te tengo que alcanzar… Voy acompañado y mi compañera de la mano me quiere retener; pero yo aunque gran morfador soy flaquito y tengo costumbre de habitar situaciones masivas, este enjambre de cuerpos-mentes adocenados no me va a obstaculizar; me abro paso entre los paseantes, siguiendo a la voz de glande amplificada, que avanza alejándose de mí; me acerco, pero termina la cuadra y en la esquina está el meollo: el escenario, donde ya se subió Majul. Fernando Bravo y dos cocineros lo acompañan, escuchándolo presentar una “charla sobre el buen asador”, ante un par de cientos de humanos a quienes no se les ocurre nada mejor. Mastico la bronca, mientras el cuerpo mío, totalmente crispado, es una excepción en el tono tan inquieto como adormilado del lugar… Ya fue, derrota. Nada por hacer. Allá arriba es intocable el garca oficial, no tanto por los agentes de policía, o simplemente “agentes de la Ciudad”, salpicados por todo el lugar, sino por la atención multitudinal. Adiós.

 

Se me fue el hambre pero necesito masticar. Avanzamos unos metros más, los últimos puestos antes de que la inocente callecita choque con la vía del tren. Encontramos un buen bocado, compramos, y al cordón con el culo reposar. Nervioso, les hago chistes anti macristas tanto a los cocineros vendedores, como a los “agentes de la ciudad” que vigilan esa zona de frontera del evento; ninguno se ríe.

Como, trago bronca. Mastico, agrego picante; siento una energía que se me va: no de el enojo que se me pasa, sino del cuántum de vida que este nervio me quemó. El canalla animando una fiesta de día en la calle, encima en Paternal. Peor que peor. Un infierno con sonrisa empastillada, esta ciudad.

 

Bueno, pues, a irse. De pie, caminando; pasamos por la esquina donde la platea de vejetes -de todas las edades- mira a Bravo con dos ñatos decir que “el chorizo nunca se debe pinchar”. Majul allá arriba ya no está. Ajá. Caminamos hacia Warnes, esquivando gente: está lleno. Miro, miro, camino y miro, pero no lo veo. Ya fue.

 

Faltaba poco, unos quince o veinte metros para llegar a la esquina de Warnes, desembocadura donde este golfo de felicidad zombi daba paso a los colores estables de la ciudad, cuando -ya sintiendo que nos íbamos- finalmente lo veo: Majulito ahí, conversando con dos o tres tipos, de lo más alegre y jovial. De inmediato encaro; nervioso, temblando por dentro, pero directo y sin pausa. Llego e interrumpo la charla que tenía con dos tipos, tocándole el hombro. Me mira, yo sonrío o eso intento y le digo casi al oído:

 

“Luis, Luis, disculpame… Quería decirte, que vi el reportaje que le hiciste al Presidente, a Macri, y la verdad quería felicitarte, porque no recuerdo haber visto nunca una clase más perfecta de genuflexión y obsecuencia.”

Me mira, aún callado, apenas confundido, insisto entonces: “De verdad, una clase perfecta de genuflexión y obsecuencia; en toda la historia del periodismo argentino no debe haber una muestra más clara de lo que es el servilismo”.

Los amigos enmudecen; son varios, y además un sinfín -de majulistas- nos rodea. Cerquita, muy cerca, Majul me dice:

Sabés qué… Seguro que ni siquiera la viste.

Sí, sí que la vi…

…y si la viste seguro que no la viste entera…

– Sí, la vi entera -mentí: mi estómago, obviamente, me lo había impedido-, y te digo de verdad, no recuerdo mayor ejemplo de genuflexión y obsecuencia…

¿A ver, cuánto dura, a ver? ¿Eh, cuánto dura, cinco minutos?

No, como cuarenta minutos…

Una hora dura, ves que no la viste, ves que…

Sí, sí Luis, la vi, y te digo de verdad que te felicito, porque diste una perfecta clase de genuflexión y obsecuencia -había pensado qué decirle mientras lo perseguía, decidiendo que insultarlo conduciría a una inmediata expulsión, acaso violenta, de mi cuerpo afuera de la escena, lo que me dejaría acaso mucho más amargado de lo que me amargaba verlo al garca en su fiestita callejera…

– Ah… -me dijo baboso, y el gesto, ahí, ya se le trastornó; comenzó a gritar:- ¿a quién apoyás vos, eh, a la yegua? ¿A la yegua apoyás? – La gente ya miraba.

No Luis…

Apoyo a la gente que vive sin enriquecerse a costa de otros, y ve cómo su vida se empobrece mientras los ricos se enriquecen” quise, después, haber contestado ahí, pero solo dije:

No, Luis… No la voté nunca, y solo apoyo a los que no son garcas…

La gente miraba; un viejo atrás mío dijo “bueno…”; un tipo, un paso más allá de los dos ñatos que charlaban con Luisito cuando los interrumpí, me miraba fijo, muy fijo, con ojos azules como el mar, bajo una gorrita con visera; me llamó la atención por lo fijo y serio que me miraba: no podría decir si admirándome, fascinado, o despreciándome, homicida. Majul vocifera ya sin ningún tipo de decoro, llamando la atención sin necesidad de megáfono:

– …seguro apoyás a la yegua, sos un resentido, un resentido, resentido!

– Y vos, Luis, formás parte de una máquina que va a quedar en la historia como máquina de cagar a la gente…

– ¿Sabés qué? -alza el brazo agitándolo- ¡¡Andate a la puta que te parió, andate a la concha de tu hermana!! – Tenía la cara desencajada. El de ojos azules, inmóvil, me miraba fijo; tenía una boquita chiquita, como dibujada, y me hizo acordar a Luis Machín, a quien había visto la noche anterior romperla en un unipersonal, haciendo de un viejo gay en su soliloquio final… Majul seguía: – ¡A la puta que te parió y la concha de tu hermana!

– ¡Eh, Luis! –yo había tomado un paso de distancia, por si acaso, lo que me permitía hablar también bastante fuerte manteniendo mi acting de estar muy tranquilo-, yo solo te felicitaba por la clase perfecta de genuflexión y obsecuencia que diste con el Presidente, y vos mirá cómo me insultás! Se ve que vos estás resentido, Luis, ¿sabés por qué?, porque los que para ser felices se abrazan al poder, son los más resentidos de todos…

 

  • Me di vuelta mientras Majul, crispado, aún revoleaba el brazo y gritaba insultos; me llevé en la nuca la mirada de esos ojos azules penetrantes, la intriga de si me amaba y quería emanciparse del garquismo, o bien me odiaba como el patrón feliz que ve su paz alterada por algún molesto rompebolas… La verdad es que me fui nervioso, desgastado, pensando respuestas mucho mejores que podía haber dado; pero me fui mucho menos envenenado de lo que había estado al ver que los operadores de la crueldad normalizada no solo revientan el país, sino que andan de kermés por la calle. Que al menos no caminen por la calle como si nada. Un rato después caí, y jamás sabré qué pensaba, con su mirada inolvidable, el mismísimo Gabriel Corrado.

Riquismo, esencialización de la pobreza // Agustín J. Valle

Aunque alguien “nacido en la pobreza” llegue a la universidad, para el pensamiento riquista no llega de verdad a la universidad: porque el riquismo esencializa la pobreza, considerándola un dato de la naturaleza.

La naturalización -eternizante- del abismo de clase es el núcleo del pensamiento riquista. Por eso no consideran delincuentes a los multimillonarios que roban, contrabandean y evaden; aunque roben, no son ladrones: son ricos. Los pobres pueden ir a la universidad pero no llegan a ir a la universidad verdaderamente: son pobres. No se convierten en universitarios. El dato no cuenta, no importa, es insignificante para el esquema perceptivo; no es un dato sensible. Una sensibilidad se reconfirma a sí misma.

«Hacer jardines»; ella habla en nombre del bien; del bien de su verdad que esencializa eternizando la segmentación jerárquica de la especie humana. Vidal no miente, enuncia la verdad de la que participa, y cada mundo tiene sus evidencias.

Como leí hace poco, el riquismo no tolera los derechos sociales y aspira al orgullo de la beneficencia.

Es una política basada en una definición de la especie humana que incluye naturalmente el abismo de clase. Por eso los pobres no pueden ser vagos y los vive-de-rentas sí, por eso los megaevasores todo bien y el que vende sanguches marchepreso…

 

Los argumentos no valen más que para entender mejor nosotros; no para convencer.

 

Lucha, fiesta y poesía.

Cachorro: breve tratado de filosofía paterna. Entrevista a Agustín J. Valle // La Mar en Coche

“Cachorro” es el nuevo libro del ensayista Agustín Jerónimo Valle. ¿Cómo pueden ser las masculinidades necesarias para los nuevos modos de vida igualitarios? Conversamos con el autor sobre los desafíos paternos de aquellos hombres que se niegan a ser autoridad y verdad. La figura del hijx-amigo.
La observación desprejuiciada como punto de arranque para pensar el vínculo y ensanchar la experiencia vital.

 

Fuente: https://marencoche.wordpress.com/2018/03/28/breve-tratatado-de-filosofia-paterna/

 

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