Anarquía Coronada

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24 de marzo

Hermanxs somos todos // Agustín Jeronimo Valle

“No son 30mil”, dice una pared acá en Paternal. Contradice, en realidad, porque está escrita manchando una pintada previa. La derecha se define por ser reactiva (pañuelo celeste contra el verde…). Orden-sobre los cuerpos que, por naturaleza, son previos a todo orden; incluso, sí, al orden que los produce: de ahí el temor eterno del orden hacia sus cuerpos hijos. Aunque gane, la reacción corre siempre de atrás a la vida. De ahí su saña: la crueldad y la tortura son y fueron de ellos. Quienes peleaban por la revolución mataban, y esa decisión es cuestionable, discutible, pero no torturaban ni violaban, porque mataban sujetos que eran obstáculo de un deseo de vida inclusivo e igualitarista. El sadismo es el goce triste del poder: goza por su dominio, odiando porque sabe de fondo que algo siempre se le escapa, que ese cuerpo -la vida que lo atraviesa- no termina nunca de ser suyo; el sadismo busca alcanzar lo que se le escapa. Por eso el orden domina y mata pero nunca deja de temer y odiar. Temernos y odiarnos. Es simple: la desigualdad radical, la brutal concentración de la riqueza, es contraria a la física natural. Requiere violencia y violencia y violencia.

No son treinta mil, dicen y hacen síntoma: obvio que no sabemos cuántos desaparecieron, justamente porque los desaparecieron. Treinta mil es una cifra sensible, en medio del imperio del número. Un número cuya verdad no es mercantil ni burocrática ni informática. Mensurado por el dolor, es un número cuyo grito compartido hace de la tristeza, rabia, y hasta alegría de ser tantos gritando: treinta mil compañeros desaparecidos, presentes. Alegría de ser multitud presente. Treinta mil, y treinta mil, y treinta mil, presentes. En el imposible de la cuantificación burocrática, hay un espacio afectivo abierto.

Del imposible hicieron las Madres su consigna, Aparición con vida. No busca producir lo que dice, la consigna. No: produce el espacio subjetivo de su enunciación. No se sabe con exactitud cuántos desaparecieron, precisamente por lo siniestro del mecanismo genocida; pero esas Madres, con un imposible de consigna, presentifican el deseo vital de sus hijas e hijos, deseo vital que el orden torturó, violó y desapareció hasta donde pudo. Son las Madres de todos y todas los que nos sentimos interpelados por el deseo de fraternidad que el Gran Padre quiso desaparecer. La saña del orden era contra algo que portaban esos cuerpos; cuantificar esa fuerza es imposible; las Madres, con una lucidez política impresionante, evitaron organizar su dolor como propiedad privada. Así pues nos encontramos: el orden quiso desaparecer algo que no puede circunscribirse a un número exacto de cuerpos individuales, las Madres hicieron del dolor un espacio abierto a la pulsión fraterna, donde entra cualquiera, sin más requisito que la implicación afectiva. Están las Abuelas, están las Madres, están los Hijos, y hermanas y hermanos somos todxs.

Hermanas y hermanos somos todos, todos lxs quen estemos, lxs presentes; al menos un rato, al menos hoy: que sea nuestra potencia fraterna la que mida el mundo. Son treinta mil -presentes- porque somos nosotrxs -presentes-.

UN OSCURO OBJETO DE DESEO // DIEGO SZTULWARK

La primera novedad de un año electoral que comienza a desperezarse es el derrumbe del gobierno nacional y de la Alianza Cambiemos, que no parece suscitar expectativas y por el momento sólo aspira a llegar a las elecciones en condiciones mínimamente aceptables. La segunda es el intento de aprovechar este derrumbe para reconstituir un escenario político despolarizado. En este esfuerzo convergen sectores muy diferentes que van del sindicalismo al empresariado, de radicales a peronistas, de Beatriz Sarlo a Marcelo Tinelli. En un artículo publicado esta semana, Pablo Seman se refiere a un “deseo Lavagna” apoyado “en las potencialidades del presente para superar su actualidad insatisfactoria”. Pero, acota, esas potencialidades requieren, para volverse efectivas, de “algo que no existe pero tiene buenas probabilidades de existir”. Ese algo que se intenta construir se llama “deseo de centro”.

La dificultad de este esfuerzo –cuyos antecedentes más nítidos son Raúl Alfonsín y Antonio Cafiero– consiste ante todo en la imposibilidad de verificar, en la actualidad sudamericana, las dos condiciones implícitas que el centrismo presupone. Por un lado,  la relativa unidad y disposición de las elites a negociar un plan político que, en cierta medida, contemple satisfacer algunas necesidades y deseos de aquellos movimientos populares que cuentan con capacidad de movilización. Por otro lado, la aptitud para crear una política con fuerza que pueda gobernar esa capacidad de movilización limitando su autonomía, subordinándola a una retórica de la sensatez y el justo medio.

El deseo de centro, de un pacto político que dé lugar a una mediación consistente, está desafiado en sus dos supuestos por la coyuntura sudamericana actual. Basta con leer contribuciones como las de Mónica Peralta Ramos –domingo a domingo en El Cohete a la Luna– para comprender con claridad el peso que tiene el avance de Estados Unidos en la región con la finalidad de recuperar espacio para sus empresas (origen del clima de invasión militar en Venezuela, del lava jato brasileño y de la operación de los cuadernos en la Argentina). Ni la capacidad de resistencia del chavismo a toda imposición violenta externa en Venezuela, ni el intento dialoguista ensayado por el PT a través de la aplicación de políticas neoliberales durante la presidencia de Dilma Rousseff estimulan el escenario de pacto que el centrismo imagina.

El desafío al segundo supuesto viene dado por la propia experiencia argentina: la ausencia de un liderazgo político de los movimientos populares no desactivó en ningún momento su capacidad de veto sobre las políticas que atacan sus ingresos. No es realista imaginar que cederían esta capacidad de movilización a cambio de una participación moderada en un gobierno de ajuste con consenso parlamentario.

La ilusión de las fuerzas de un eventual centro –“algo que no existe pero tiene buenas probabilidades”– no es más que el deseo de recuperar, en una maniobra electoral, lo que los dos grandes partidos políticos (aliados a grandes empresas) han perdido luego de una larga trayectoria histórica: el peronismo ya no contiene la fuerza obrera de los sindicatos y los movimientos sociales, el radicalismo no logra representar a los sectores medios. El fracaso de Mauricio Macri por conquistar a los primeros y garantizar ingresos de los segundos, es decir, la inviabilidad financiera y política de la Alianza Cambiemos, reactiva el viejo sueño perdido del centrismo antaño bipartidista: hacer de cuenta que volvemos a los años ’80, que el 2001 no existió.

 

2001 como coyuntura por venir

El 2001 sigue proyectando las condiciones de una resolución democrática de la crisis en la medida en que designa, en un lenguaje comprensible, la capacidad de los movimientos populares para poner límites a la violencia del poder sin disponer de una conducción política centralizada. Esta situación se repite tras la derrota del kirchnerismo en torno al año 2013. La convergencia de la elección de Bergoglio como Papa, el triunfo peronista de Sergio Massa en la provincia de Buenos Aires y la crisis del dólar determinaron un fin de ciclo que conviene analizar. Las sucesivas derrotas electorales del kirchnerismo mostraron cosas importantes desde entonces. A partir de la pérdida de iniciativa y de capacidad de gobierno de Cristina Kirchner sobre las principales variables del proceso político, se produjo una disgregación de las fuerzas que componían el Frente para la Victoria; emergió una coalición de fracciones políticas dispuestas a llevar adelante un programa neoliberal explícito con aptitud para ganar elecciones; las organizaciones populares desplegaron grandes movilizaciones de masas por fuera de toda jefatura política unificada.

Como resultado del nuevo cuadro de situación y luego del triunfo electoral de Cambiemos en las elecciones parlamentarias de 2017, una nueva combinación de organizaciones sociales, sindicales y políticas –izquierda, kirchnerismo, fracciones del peronismo– logró poner en crisis el plan de reformas que se proponía el gobierno. La lucha callejera de diciembre de ese año, si bien no consiguió frenar la reforma jubilatoria, confirmó dos cuestiones centrales: que el gobierno pagaría un altísimo costo si deseaba aplicar su programa en el tiempo comprometido, y que el sistema político no podrá gobernar sin el protagonismo popular en las calles. Algo que el movimiento de mujeres ya venía exponiendo de modo ejemplar.

La reacción de los dueños del dinero ante el bloqueo del programa de Macri fue la corrida cambiaria que no tumbó al gobierno, pero sí terminó de sacar a la luz lo que Jaime Durán Barba y Marcos Peña intentaron disimular: los mercados no desconfían del programa de Macri, sino de su habilidad para aplicarlo en condiciones de resistencia social activa. Esa desconfianza es lo que Macri intentó compensar ubicando al FMI en el centro de la toma de decisiones. El gobierno compró tiempo en el Fondo para llegar a las próximas elecciones y confió sus fichas al impacto que pudiera suscitar la fracasada causa de los cuadernos, que terminó confirmando la impresión de una pudrición general del Estado que compromete al Poder Judicial y a los servicios de inteligencia.

 

Dos plazas

Herido el proyecto oficial y expresado en su debilidad el proyecto de un centro, se esboza la posibilidad de un frente electoral que reúna fuerzas que se oponen a las políticas neoliberales, lo que supone preguntas inevitables sobre el programa y la metodología de la constitución de una dinámica efectivamente democrática y capaz de bloquear las políticas el programa del Fondo. Para imaginar una hipótesis de salida al angustiante bloqueo actual, vale la pena hacer el ejercicio lúdico de distinguir la plaza del 9 de diciembre de 2015 impresa en el corazón de quienes corean “vamos a volver” (Cristina jefa, multitud agradecida), de aquella otra movilización a la que podemos aspirar para diciembre de 2019, asumiendo plenamente el nuevo contexto. Esos millones de personas deseando juntos la liquidación de las políticas neoliberales en base al masivo protagonismo de la calle de estos años, esa ciudad tomada por quienes frenaron los planes de reforma laboral, manifestaron para conseguir un salario social complementario, organizaron los paros de mujeres de los últimos 8 de marzo, ganaron la discusión pública sobre el aborto y desarrollan iniciativas contra la cultura de la violación y femicida, organizaron la resistencia contra la economía neoextractiva, marcharon los 24 de marzo y quienes protagonizan la lucha contra la represión racista en los barrios y en las comunidades, toda esa composición de una deseable “nueva tierra” ya no se reduce a la recomposición de aquella fuerza del pasado. Requiere de una constitución más amplia y radical, más madura y mejor dispuesta a desactivar la reducción de lo político a mera maniobra electoral, a desbordar toda conducción cerrada y rechazar la carga de violencia económica implícita en una precaria estabilización centrista.

 

Diego Sztulward para El Cohete a la Luna 

 

Las ganas de ir a la plaza el 24 // Diego Valeriano

De lo que aprendió con Roly le quedaron las ganas de ir a la plaza el 24, de estar ahí, de perderse entre la multitud. Lo hace como ritual, homenaje, autodefensa. Lo hace para ver de cerca un poquito todo eso que le contó Roly en las noches de Floresta, para no olvidarlo a él. No importa donde lo agarra esa madrugada, si está amanecido, preso o enfermo: el 24 es en la plaza. Él, que ni sabe de días ni de calendarios. Él, que no llega a tiempo a ningún lado. Él, que se siente mejor caminando solo.

De guachines tenían un escondite en los techos de Floresta, una ranchada de ellos dos donde en las noches de primavera se pasaban las horas fumando, mirando las ventanas de los edificios, charlando de las cosas que iban a hacer cuando fueran más grandes. Nunca soñó demasiado, nunca se animó a tanto como en esas noches de primavera en Floresta. Soñaba y se reía despacito, como para que nadie se diera cuenta.

Tenían un techo que era de ellos. Un techo al revés que no paraba nada, ni la lluvia, ni el frío, ni las piedras. Roly a veces le leía algunas cosas y después se las explicaba. Leía y le brillaban los ojos. Le contaba de chorros importantes, de robos espectaculares, de blindados que saltaban por el aire, de revoluciones, de tipos grandes que sabían caminar, de pibes que dejaban todo por cambiar algo. Tenía dos tatuajes del Che que se había hecho en el Almafuerte. Uno, con una  una lágrima en la mejilla.

Mirando el cielo estrellado de Floresta, le explicaba también de lo injusto que era todo, que lo que no tenían ellos era porque lo tenían otros. Que los que tienen el corazón ortiba nunca cambian y que las cosas solo se recuperan de arrebato.

También le habló de los que lloran y de los que luchan, de la manija de unos guachos un poco más grandes que ellos que hace una banda de años dejaron todo y se le plantaron a los milicos. Que eran chamuyo pero también fierros. En los techos de Floresta, Roly le contó que casi se ganó, que las estrellas ahí nomás, que se estuvo así de cerca de la revolución y que tal vez ahora todo sería bien distinto para ellos.

¿Cómo entender el lugar de los movimientos de los Derechos Humanos hoy? // Eva Tabakian

El hoy supone y exige una eficacia y una inserción en una actualidad que no puede leerse por fuera de la historia y los avatares de la práctica política.

Esta práctica lleva implícita modificaciones y espacios que se han ido desplazando a través de los distintos momentos del devenir político y las fuerzas en juego en cada uno de ellos: la dictadura militar, el gobierno alfonsinista, el menemismo y, si nos salteamos la aventura frentista de De la Rua, el kirchnerismo.

Los Derechos Humanos pensados como un colectivo convocatorio presenta la oportunidad de ver/vernos en un proyecto que se va modificando a lo largo del tiempo.  Significados distintos, desde el inicial hasta aquel que ahora se representa en el imaginario de las distintas generaciones, están presentes en la memoria común.

El significado como mito para algunos: un recuerdo de algo del pasado que aún sobrevive en el espacio social pero que ya no representa los lugares de lucha que se debieran dar. Es un espacio simbólico para la mayoría y, sin embargo, muchas veces un misterio para las nuevas generaciones que esperan, probablemente, respuestas que estas estructuras no pueden proveer. Sin embargo, a pesar de ello, estas funcionan como fundamento de lo que reúne y convoca en cada momento, en coyunturas diferentes. Será necesario abordar el estudio sobre qué consignas o qué preocupaciones anima cada 24 de marzo en su historia como movimiento inserto en la vida política del país, quiénes son los interlocutores de cada espacio.

Madres, abuelas, hijos, familiares aluden a un parentesco que convoca a cada uno desde un lugar distinto y no por ello indiscutible ni menos conflictivo, un vínculo no solo social sino también afectivo.  El efecto que esto provoca difiere según a quienes invoca: a los hijos que a ellas les fueron arrebatados, a los hijos de esos hijos, y a todos los actores sociales, militantes de cada uno de los colectivos (partidos políticos, sindicatos, agrupaciones sociales, grupos religiosos que se enfrentaron a la cúpula) que participaron de distintos modos en las diferentes batallas contra la dictadura y que se vieron representados en sus luchas. Abrir el camino para pensarlo, enfocarlo desde un hoy que las piensa me parece indispensable.

Habría que interrogar qué es lo que modifica el espacio que estos movimientos de los Derechos Humanos ocupan, cómo su propio discurso se reconstruye una y otra vez. Desde las primeras resistencias a la dictadura militar, que constituyó su identidad, al reconocimiento del gobierno alfonsinista con el juicio a las Juntas, un opacamiento que transcurrió en el período de los dos gobiernos siguientes –el menemismo y el frente delarruísta–, hasta la recuperación de legitimidad por el gobierno kirchnerista. Dejamos de lado los intereses de cada uno en la relación con esta temática.

Pero no se puede dejar de señalar el derrotero que va desde el reclamo del destino de sus hijos al pedido de castigo de los culpables, y a formar parte de un discurso político que incluso terminó por dividir el frente en varias agrupaciones con apreciaciones ideológicas diferentes.  

Sin embargo, a pesar de todas las objeciones y discusiones que hoy nos interpelan y que es necesario sustentar, seguramente, mañana las calles se llenaran de nuevo (como en la canción de Silvio Rodríguez) y todos participaremos de una celebración que acompaña y se sostiene como parte de una lucha de la que no hay que claudicar.

¿Nosotras somos mentirosas? // Manuela Luz Alvarez y Sofía Brihet.

Antes de afirmar intuitivamente que el universo de los Derechos Humanos sigue siendo una zona potente de creación de criterios de justicia, cabe volver a la pregunta básica: ¿qué es la Justicia? ¿Puede definirse lo justo? Está claro que no se trata de conceptos inertes: la construcción de criterios de lo que es considerado justo y la forma en que se ejerce la justicia son móviles, diferenciadas y no están exentas de conflicto.

¿Qué criterios de justicia se busca construir desde el actual gobierno nacional? Asistimos a una suerte de meritocracia del derecho. Para la ministra de seguridad, un policía que actúa como policía no debería pasar por un juzgado, aunque le haya disparado por la espalda a una persona que huye. Del otro lado, a quien le dieron el papel del ladrón, tampoco tiene la oportunidad de pasar por la justicia, porque ya está muerto. La lógica del que culpabiliza a las víctimas, aquel “algo habrán hecho”, sigue vigente en la idea de que el ladrón de algún modo merecía morir y vuelve incesantemente a la pregunta por el largo de la pollera de una chica violada.

En tiempos donde pareciera que todo es disputa semántica y espacios de opinión, importa recordar que las palabras pueden ser performativas y que los discursos envuelven acciones. La muerte es falsa en el plano de la ficción: el actor se levanta, se limpia el jugo rojo y vuelve a su casa. Todo se puede hacer y deshacer. Pero en la realidad, el cuerpo que cae no se levanta, la muerte es, y no se revierte ni se repara pidiendo perdón.

El uso de discursos ambiguos y cargados de eufemismos, que no afirman ni niegan los hechos, fue la estrategia de comunicación de quienes llevaron adelante el golpe de Estado de 1976. Videla afirmaba en una conferencia que “(…) mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está… ni muerto ni vivo, está desaparecido”. Nuestro macrismo busca instalar ese tipo de discursos donde la realidad parece ser secundaria y los poderosos, amparados en la posibilidad de cometer errores, pueden hacer sin querer queriendo. En la realidad, la violencia es ejercida sobre los cuerpos. Los intentos de invisibilizarlos y de despolitizarlos no borran el miedo y el dolor que se percibe sensiblemente en un contexto de incremento de la represión con el fin de ordenar a los muchos.

Durante la última dictadura cívico-militar, tanto el terrorismo de Estado como las políticas económicas y sociales buscaron generar una atomización social, una ruptura de las solidaridades de clase y la instauración de la sospecha sobre el semejante. La continuidad de un modelo individualista y la sujeción a una productividad ubican a cada individuo en el lugar que supuestamente se merece. Si nos desidentificamos con el prójimo, el otro no puede afectarme. Frente a esta escena, la defensa de los Derechos Humanos reaparece como una posibilidad de volver a lo colectivo y de apelar a una sensibilidad empática hacia un otro con derecho a la existencia. Un otro que puede ser pobre, negro, trans, mapuche, gay, inmigrante, militante y/o mujer.

En nuestro país, las mujeres fueron pioneras en la lucha por los Derechos Humanos. Frente a la urgencia de la desaparición de sus hijos, las Madres se organizaron por fuera de cualquier canal institucional o poder establecido. Hoy las mujeres nos levantamos masivamente contra los femicidios, la violencia de género y la trata de personas. Ante la complicidad de las fuerzas de seguridad, de jueces y de políticos, se alza una lucha que nace fuera de las entrañas del poder en defensa del derecho más básico de un cuerpo a existir, con pleno derecho, con plena posibilidad. Quienes atacan hoy a la lucha feminista la tildan de ser parcial, propia de un grupo de feminazis, de adolescentes de clase media porteña, de intolerantes. Y a las Madres se las acusaba de locas. Cuando en realidad se trata de movimientos por naturaleza universales, inclusivos, plurales, que apelan a lo que todos compartimos y, sobre todo, a una sensibilidad política cuya vitalidad nos interpela a todos.

Este carácter vital se afirma en las movilizaciones del 24 de marzo, así como en las marchas del movimiento feminista. Frente a la violencia, los cuerpos salen a la calle con pañuelos blancos y verdes, bañados en glitter, bailando danza afro, murga, tocando sikus o tambores, llorando, cantando, gritando, abrazándose y dejando que corra la emoción en el cuerpo. Son marchas performáticas, donde salimos a disputar un lugar en la lucha por definir lo que consideramos justo.

Hay terror ahora // Comparsa Drag

No es la falta de terror la que nos acompaña en esta caminata, es la certeza de no ceder ante él, de no regalarle sumisión ni fiesta. No nos une el terror, sino la potencia del hartazgo. Hartas de una sociedad de policías sin placas. De tanta bala al bala. De tanto medirse las pistolas. De tanto espionaje mediático.  Andamos asqueadas de tanto oficio de botón. De tanto patova de molinete. No estamos hechas para estar mansas. Estamos vivas, tejiendo cosas, no seremos esclavas de sus impuestos al movimiento. De su masacre habitacional e inmobiliaria. ¡Saltemos molinetes! No estamos dispuestas a seguir implosionando dentro de nuestras vidas, no estamos dispuestas a entregarle nuestrxs amores y ocio. Seguimos esquivando horrores con las heridas de la dictadura. Cada evitar un golpe nuevo abre más nuestros tajos. Estamos hirviendo mientras regalan tibieza en la otra esquina. Somos una parranda manchando la geografía latinoamericana porque todo al sur está jodido, sobreviviremos a este tiempo porque somos cucarachas de treinta mil tetas presentes ahora y siempre, sobreviviremos y no dejaremos de pensar la democracia mientras vivamos. No estamos dispuestas a someternos al terror del binomio y la dicotomía. A la falacia de la democracia heterosexual. Volveremos a pensarla porque no es esta la democracia que queremos, ni merecemos, ni por la que luchamos. Somos una puja por la auto gobernabilidad de los cuerpos. No estamos dispuestas a someternos al terror del neoliberalismo Macrista ni al de Bolsonaro, al terror de los patrones, de los curas cómplices, de los machotes diarios. Será con nuestro agite como machete, será con nuestro taco en mano, siempre sin la yuta. Los calabozos los llenaremos con genocidas y al Congreso lo vaciaremos de caretas. No estamos dispuestas a su terror sanitario, a trabajar para la gorra. A la gorra nunca. A la gorra nada. No estamos dispuestas al terror de ser prisioneras entre fronteras. No tenemos límites, nuestra putez y mariconería viaja a mil millones de años luz de la cabeza conserva de quienes nos representan en este negocio en quiebra. Nosotras no estamos desconstruyendo nada, estamos viendo qué hacer con las ruinas. Miren lo que han hecho. Ahora somos hijas del desastre. No estamos dispuestas a la cipayeada con la que se nos pretende controlar. Estamos sí dispuestas a vencer el terror complejizando, a bailar para que no nos maten de tristeza, a besarnos con la pasión de mil yeguas trotando en el campo, a quemar todo si es necesario porque hay terror ahora. Hay terror ahora porque el silencio persiste. Porque las urnas se llenan de cenizas y se candidatea cualquier hijo de empresario. Porque los números de víctimas del terror de Estado se ponen en jaque y siguen subiendo. Porque entre muertxs hay clase. Porque son quienes administran los que compraron a la Argentina a costa de la sangre de treinta mil compañerxs. Porque nuestros cuerpos resisten, persisten e insisten en ser historia, en hacerla, en contarse, en seguir vivas frente al piedrazo en la jeta que nos da el fascismo y sus apellidos de siempre, sus amigos de siempre, sus fórmulas económicas de la necropolítica del marketing neuronal. Hay terror ahora y por eso andamos juntas. Pero que no se confundan ni por un ratito. No nos une el terror, sino la potencia del hartazgo.

Marchar el 24 // Diego Valeriano

Marchar a la comisaría sabiendo la respuesta, llorar a los muertos de ambos bandos, hacer cuadras de más para evitar a los giles, esperar el 238 en Libertad. Acompañar a la mamá con los tapper al comedor, marchar unos pares de veces para que ella entre en el listado de altas. Pensar en su viejo cuando escucha hablar de desaparecidos en la Básica de la otra cuadra. Embarrarse al pedo, hacer los deberes en la copa de leche, sentir vergüenza en la escuela.

Los besos que ya no quiere dar, los pibes que son unos panchos. Las amigas hechas madres, hechas putas, hechas mierda. Los besos que sí quiere dar pero no encuentra. Los cansancios, los exámenes. Aprender a caminar haciéndose respetar donde no existe el respeto, ni la memoria, ni la verdad, ni la justicia desde hace muchos años.

Volantear en el centro con tal de no quedarse en el barrio. Un trabajo, una excusa, una huida, estar en marcha. Ser promotora para no querer ser nunca madre, cualquier cosa menos madre, menos hija. Repartir papelitos en el centro, respirar ese aire sucio. Soportar la mano del chabón sobre la calza bien clavada. Soportar las cosas que le dice al oído, las invitaciones, soportar cualquier cosa, pero cualquier cosa posta con tal de estar lejos.

Le duele como acá, por la boca del estómago y se le llenan los ojos de lágrimas cuando vuelve en el Sarmiento. No quiere ni volver, ni estar, ni irse. No quiere ya casi nada. No quiere esto que siente y no sabe qué es.

No quiere nunca más acompañar a la abuela al cajero, hacer la cola mientras esa vieja egoísta espera sentada en una parecita a la sombra. No quiere ir a trabajar a la feria para la tía que mal paga. No quiere ir a la parroquia ni a los talleres por la beca.

No quiere reemplazar a Gladys el 24 en la marcha porque es feriado y no tiene donde dejar a sus nenas. No quiere ir por un bolsón, no quiere viajar tan lejos por tan poco, no sabe qué puede pasar. Está harta de hacer caso, no quiere volver tan tarde, no quiere soportar a los guachos que se escabian y se ponen pesados, ni llevar la bandera porque le da alta vergüenza que alguien la vea.  

Para qué sirve marchar el 24 si total ya está. // Luciano Debanne

Para qué sirve marchar el 24 si total ya está.

Total ya nos ganó esta runfla de canallas, ya nos pasó por arriba el tsunami, nos llegó el agua al cuello, ya fue todo, vendo todo me voy a la mierda, Mauricio Macri la puta que te pario.

¿Para qué sirve si total ya volvieron ellos mientras nosotros cantábamos que íbamos a volver, si lo irreversible se revirtió, si el amor no venció y fue vencido, si el otro era la patria pero también era peor de lo queríamos que fuese?

¿Para qué sirve si total se mueren las viejas, con sus lágrimas y sus carteles a cuesta, y con los que quedan no estamos de acuerdo, si es un quilombo de peleas por ver quién va primero, si los que cantan son los de siempre y los que hablan también, si los choripanes son cada vez peores y más caros, si ya hay otras marchas carnavalescas, festivas, novedosas e ingeniosas para subir a las redes?

¿Para qué sirve marchar el 24 si al costado de la marcha van a estar los que duermen en la calle, los nenes pidiendo comida, los negocios cerrados, las prostitutas adolescentes de los pueblos chicos, los pibitos que se suben a la 4×4 por 50 pesos, los merenderos de techo de chapa y gotera, los hacheros que duermen bajo el nailon roto de la silo bolsa y toman agua con tierra de un tacho, las trabas que no fueron invitadas, la verdulera a la que le afanaron la caja del día la vez pasada, el remisero que tiene parado el auto porque se le hizo bosta el tren delantero en un pozo durante la ultima lluvia y no hay un mango para arreglarlo y no tiene qué hacer?

¿Para qué sirve marchar el 24 justo ahora que es año electoral, y se superponen los actos, y hay que decidir dónde poner la guita, y el sonido, la plata para los afiches, las ganas de movilizar, no podemos mover a las bases todos los días, vamos a convocar a delegados y cuerpos orgánicos, más que eso no nos da; decidir donde poner las fuerzas, y los jirones de ganas de activar que quedaron guardados en un frasco en el frezeer pero es lo último que hay?

¿Para qué sirve marchar este 24 por un 24 de hace tanto tiempo cuando todos los días estamos estrenando una miseria?

¿Para qué sirve seguir andando con las caras en blanco y negro si seguimos sumando carteles con gente nueva, si siguen desapareciendo gente, y también desapareciendo indios y trabas y wachos y presas y viejos olvidados en hospitales públicos y enfermos pobres de HIV?

¿Para qué sirve marchar el 24?

No sirve para nada.

Como no sirve para nada festejar los cumpleaños, ni encontrarse a comer asado con los amigos, ni mandar un mensaje preguntando ¿llegaste bien?, ni sacarle una foto al pibe el primer día de escuela, ni despedirse con un nos vemos, cuidate, qué estés bien.

No sirve para nada como no sirve leer un poema, escribir el nombre de quien te gusta en la parada del colectivo, stalkear al ex. No sirve como no sirve mojarse con la manguera en verano, ir al río, bailar, coger.

No sirve para nada como no sirve compartir el mate, ni reírse de los chistes boludos del compañero, ni besarse en la calle, ni decir te amo por primera vez mientras miras una serie de Netflix o te tomas una birra en la esquina o te escapas de la escuela. Como no sirve silbar, ni cantar en la ducha, ni leer mientras cagas. No sirve como no sirve el carnaval, ni la navidad, ni los feriados puentes, ni los cumpleaños. Ni burlarse del jefe por lo bajo, ni arrancarle los carteles a sus candidatos, ni putear a la línea de canas con escudos.

No sirve para nada, como no sirve reconocerse a lo lejos, saludar con la mano alzada, el puño cerrado o los dedos en V, o darse una abrazo mientras marchas por el medio de la calle, para recordar que aunque no sirva para nada acá estás ¿entendés? Acá estamos y ni toda esta camionada de mierda nos puede sacar.

No sirve para nada, y quizás esa sea la conquista: ir más allá de la estrategia,  más allá del cálculo, más allá del deber.

Que no se termine marzo // Diego Valeriano

Que no se termine marzo, que no oscurezca temprano, que ser amanecido no sea tan largo, que escabiar birra no se ponga difícil. Que no se terminen las plazas repletas, la memoria piola, las columnas por Diagonal Norte, las pibas llenas de purpurina y porvenir, los bondis en la 9 de Julio, las viejas puteando por la tele. Creer que se puede. Que no se termine poner un punto de encuentro, pedir que te cuides, estar con las Madres y su vanguardia, reírte con amigas, ir aunque ya no tengas con quien marchar,  la dulzura del humo, encontrarte con amigos que hacía varias claudicaciones que no veías.

Que no se termine marzo como se terminó diciembre, que siempre se termina, que siempre estamos ahí de cerquita de que pueda pasar eso que soñamos. Nunca damos el paso de caretas que somos.  Que no se terminen las ganas de marchar, la prepotencia,  el odio, las interpretaciones idiotas, la verdad plebeya. Que marchar no sea barato o lo mismo o solo una fiesta. Que te quedes manija, que te enojes con los ortibas, que postear no te calme. Que la política se vuelva algo intuitivo, que ya no nos expliquen. Que al volver no estés tranquilo, ni satisfecha, que siempre te falte algo, que no te sientas del todo bien.

Que el gordo de la rotisería no dé más de odio, que Facu y León no vuelvan por la madrugada como si nada, que las calles sigan pobladas, que lleguen de todos lados, que el amor arranque, que saquear sea un rumor que crece, que Ale siga yendo a la asamblea, que Mica llegue porque el bondi esta vez pasó a horario. Que por una vez sigamos nuestros pálpitos.

Que no se termine marzo, que la ofensiva plebeya de diciembre no se frene  nunca, que dé una vuelta al año, que las calles sean definitivamente nuestras, que las fuerzas silvestres derramen todo, que el temor se apodere de ellos a punto tal que ya no tiren ni por la espalda, que nos plantemos en las calles como gedientos que de tan intensos ya no tenemos a donde volver.

Foto: Emergentes

Soy hija de un aviador de los vuelos de la muerte // Florencia Lance

 

“Por algo no podrás dormir tranquilo, le dije”

 

Mi nombre es Florencia Lance. Soy hija de un aviador del Ejército procesado por vuelos de la muerte en Campo de Mayo. Tengo 45 años. Y hace muchos ya que supe que había algo en lo que para nosotros era un espacio de juego, o de encuentros, como lo era Campo de Mayo. Un lugar al que íbamos a andar en helicóptero, a jugar al tenis, a nadar a una pileta, a pasar los fines de semana con mi padre. Mis padres estaban separados. No tengo registros de cotidianidad, lo veía los días de visita, las vacaciones o en momentos de juego. Siempre cuento como algo impresionante que desde el jardín de infantes, en el año 1977 o 1978, mi cumpleaños se festejaba en Campo de Mayo. El rito era que nos pasaba a buscar un colectivo verde, de esos Mercedes Benz grandotes, donde iban subiendo mis compañeros para ir a pasar el día entero a ese lugar. Durante el jardín de infantes y también en la escuela primaria hasta que un día, supongo que para 1983, mi mejor amigo de la escuela, Juan, hijo de Rogelio García Lupo, me dijo que ese año no iba.

—No voy a poder ir a festejar tu cumpleaños —me dijo—, porque donde vos festejás, matan gente.

Para mí fue un baldazo de realidad. También me dijo algo parecido mi gran amiga Alejandra, parte de una familia muy importante a lo largo de mi vida. No me dejan ir a tu cumpleaños, me explicó. De esa manera aquella cita, tan esperada, a la que nadie se olvidaba nunca de llevar el permiso firmado por los padres para subir al helicóptero, se convirtió en una vergüenza y en el símbolo horroroso de una tragedia horrible y muy difícil de explicar. ¿Y ahora qué hacemos?, me dije. No había otra manera de festejar porque las cosas siempre habían sido de esa manera.

 

 

—¿Qué pasa?— pregunté a mi papá. Tuvo una respuesta muy tranquila. Me dijo que en el país habían pasado cosas. Que todo era muy difícil. Que ellos no tenían responsabilidades. Que la responsabilidad la tenía Isabel Perón. Que ellos eran como perros encerrados en una jaula. Que cuando alguien daba la orden de abrir la jaula, sabía para qué se abría. Y que ellos simplemente habían seguido las órdenes que les dieron desde el gobierno.

—Esta es mi verdad— me acuerdo que dijo—. Vos tenés que construir la tuya.

 

 

Estábamos en el auto. Íbamos solos. Él seguía hablando. Debía haber sido el último año de la escuela primaria. Por eso creo que me di cuenta de las cosas medio pronto porque me lo dijo alguien como Juan, a quien yo quería mucho. Esa imagen diciéndome: Ahí matan gente... Me lo dijo y le creí. Supongo que es porque había una liturgia de la muerte. Algo que supongo también pasó con otros.

Nosotros íbamos en un auto con granadas y con armas. Un día llegamos a Campo de Mayo. Había un grupo de mujeres en la puerta. Mi papá paró el auto. Bajó. Con mi hermana nos quedamos en el auto. Y cuando volvió, le preguntamos. Él dijo que era un grupo de madres angustiadas porque se había caído un helicóptero y venían a reclamar por sus hijos. Yo siempre tuve la sospecha de que eran Madres de Plaza de Mayo. No sé si tenían el pañuelo, pero era un grupo de diez o quince mujeres, llorando y gritando. Y la explicación del helicóptero que se cayó y soldados que murieron, bueno, parecía eso: los helicópteros se caen y los submarinos estallan. Yo no sé qué hace que algunas personas logren ver unas cosas y otras no. Que algunas digan qué raro ir con granadas en el auto. O qué raro perderse en el bosque de Campo de Mayo con una amiga durante una hora y cuando volvés que te recaguen a pedos. Que nos digan de todo. Que nos estaban buscando. Pero la sensación siempre fue esa: no sé si sabía exactamente qué sucedía, pero siempre había algo incómodo. Algo que no terminaba de estar bien ubicado.

Más tarde entré al colegio Nicolás Avellaneda, porque mi amiga Alejandra había elegido esa escuela. Como sucedió con muchos de integrantes de estos nuevos colectivos, hay dos tipos de familia entre los hijos o ex hijos de genocidas. Algunos estuvieron muy protegidos por la familia militar y por un sistema de custodias y a otros simplemente no nos dieron mucha bola y nos criamos como pudimos. Sin mucha atención, ni mucho cuidado. Yo estaba en ese segundo grupo. Mi vieja era psicóloga, se iba a bailar y estaba en otra historia. Era muy jovencita cuando se separó. Yo me la pasaba en la calle buscando familias sustitutas de las que tengo recuerdos maravillosos. Padres postizos con los que fui tapando agujeros que no se pueden tapar, pero a los que se les puede poner un puente para seguir caminando. Era muy curiosa. Preguntaba. En casa de Carlos, el padre de mi amiga Alejandra, escuché el disco rojo de Silvio Rodríguez y cuando pasaban las canciones, decía: Entonces la revolución no es algo tan malo, ¿no? Si hay gente que puede cantar cosas tan maravillosas. Si un poeta puede decir cosas tan lindas. No sé porque yo conecté con eso. O mi hermana no conectó.

En el Nicolás Avellaneda aprendí cantidad de cosas no sólo de los profesores, porque era una escuela a la que llegaban la mayoría de los hijos de exilados. Había un rector, Raúl Aragón, muy generoso, con el que fuimos reconstruyendo la historia del país. Yo no hablaba de mi papá. No decía nada. Otros ex hijos también comentan cosas así. A mí me hubiese encantado que no estuviera. Y me preguntaba: ¿Por qué no tengo un papá mecánico? Tenía una compañera que tenía a su papá muerto. Y yo decía: ¿Por qué no tengo yo un papá muerto? ¡Y listo! Por qué no decirlo así. Por qué, y así no tener que dar explicaciones. Era difícil decir de qué trabajaba ante la pregunta en alguna clase. Pero logré ir dejando eso de lado. Tomar decisiones y elegir estar de un lado que a mí me hacía mejor, me hacía más libre, un lugar que me daba menos vergüenza.

 

Florencia. Quincho militar de Campo de Mayo

 

Armé mi grupo de amigos. Cuando entré a la escuela ya había centro de estudiantes y estaban la agrupaciones políticas: el PC, Franja Morada, la JP. Y en la escuela militaban un montón de personas. Era la época de las primeras movilizaciones. Pasaban los pibes del centro de estudiantes por las divisiones. Decían: Hay que ir a la Plaza. Y salíamos. De Palermo, nos tomábamos el subte y llegábamos a Plaza de Mayo. No sé a qué o por qué pero estaba bueno. En quinto año me pidieron que diga el discurso de cierre. Yo, por los estudiantes Y Aragón, por la escuela. Supongo que Aragón sabía mi legajo porque la conducción de las escuelas lo sabía. Así, hablé yo. Después Aragón. Y luego vi a mi papá muy enojado con esa intervención, como diciendo: ¡Este tipo es un zurdo! Yo no entendí por qué lo enojaba tanto un tipo tan buena persona. Pero ahí comenzó a cortarse algo. No recuerdo haber discutido mucho más, pero fue una de las últimas veces que lo vi: yo ya estaba parada en otro lado.

Durante todo ese período, antes y después, hubo momentos en los que existió una especie de pacto de no hablar. Él sabía cómo pensaba yo. Mi casa era una casa dónde se hablaba de política. Mi abuelo, el papá de mi papá, era del GOU (Grupo de Oficiales Unidos). O sea que la política siempre estuvo en la casa familiar. El papá de mi mamá era militante radical. Y es raro porque si bien no recuerdo a mi viejo hablando de política, sino con su trabajo de aviador, nada de la política me resulta extraño. Estaban los que amaban a Evita y los que la odiaban. Estaba una foto del Operativo Independencia en el living de mi abuelo con mi papá vestido de piloto frente a un helicóptero, y un escrito a mano con esa frase que dice: Tucumán cuna de la independencia, sepulcro de la subversión. La palabra subversión, el apellido Santucho, el Che Guevara, no eran cosas que me resultaran extrañas. No estaba viviendo en una burbuja. Y había una persona de la que ahora estoy reconstruyendo su historia: un gran amigo de mi abuelo, del grupo de amigos con el que se juntaba un poco a conspirar y un poco a jugar a las cartas, Julio Gallego Soto.

 

Florencia. Colegio Militar.

 

Gallego Soto desapareció en julio de 1977. Durante años vi a su esposa, una mujer muy, muy buena con nosotras. Viuda aunque nunca estaba claro por qué era viuda. Por qué estaba sola, por qué siempre todos estaban con sus parejas y ella no. En una charla, con papá, una vez le recriminé lo que había pasado con Gallego Soto, él se puso a llorar. Mi papá me dijo que para él había sido casi un padre. Que había sido la persona que lo había cuidado y guiado muchos en momentos importantes. Que cuando se enfermó su hermana de tuberculosis, mis abuelos dejaron a mi papá y a su otra hermana bajo la crianza de Gallego Soto. Que así había sido un hombre muy clave en su vida. Y me dijo: “Yo lo busqué, lo busqué todo lo que pude, hasta que me dijeron: no lo busques más porque el próximo sos vos”.

—Vos no sabés lo que pasó. No terminas de entender. Esto fue muy doloroso.

En 2015 yo hacía un trabajo en Jujuy cuando escuché por la radio la noticia del procesamiento de aviadores del Ejército por los vuelos de la muerte. No dijeron nombres. Pero tuve la certeza de que mi papá iba a estar entre los acusados. Busqué en el Google. Estaba durmiendo en una casa prestada. Mi compañero se estaba duchando. Y sola con el Google, encontré la noticia con el nombre y apellido de papá: ahí confirmé lo que desde los 12 años ya sabía. Lo que de alguna manera él también me había confirmado. Y me acordé de la charla sobre Gallego Soto. De lo que dijo. Llamé al hijo. No lo había visto nunca más. Nos juntamos. La llamada fue tranquilizadora también para él porque se había sentido abandonado por los amigos de su padre, esos personajes cercanos al GOU. Le dije que vaya a preguntarle a mi papá, que mi papá sabía dónde podía haber estado su padre porque lo buscó. Si vos querés encontrar el cuerpo, preguntale, le dije. Y ahí supe algo más sobre los silencios y los pactos. Me contó que citó a mi papá en el juicio. Que mi papá fue, pero no dijo ni una palabra. Se sentó y no dijo nada. Y antes de irse, le dijo: Disculpame que no puedo hablar, pero no voy a hablar. ¡Y habían sido como hermanos en la vida! Chicos que se habían criado con estos padres sustitutos en estas familias de padres amigos. En ese momento, a mí me quedó claro que ellos no van a hablar.

 

El avión de Lance. Álbum Familiar.

 

Me anoté en Ciencias Políticas en la facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Un día vino a estudiar a casa Diego, uno de mis compañeros. ¿Pero no es que los desaparecidos están en España?, le dije. Y Diego se levantó y agarró sus cosas para irse. Lo agarré del brazo. Le dije que se quede porque todo eso en realidad era mi forma de preguntar, de querer saber, de enterarme. ¿No era cierto esto?, le preguntaba. ¿Y qué pasaba entonces? ¿Pero la guerrilla? ¿La revolución?Preguntar me daba la posibilidad de escuchar otras respuestas. Y las respuestas que escuchaba me resultaban más verdaderas que las pocas que había escuchado en el entorno familiar. Ví películas. Ví El exilio de Gardel. Vi La Noche de los Lápices y salí con una tristeza tremenda. Ese día volví a casa y empecé a pelearme con todo el mundo: tenia la sensación de que todo estaba mal. Mi abuela era muy católica, yo me enojaba con ella.

—¡Vos porque sos católica!

Le decía. Y me peleaba con cada parte de lo que había sido el sostén de la familia. Incluso la familia católica por parte de mi mamá, donde había una actitud tan fría respecto de lo que había sido la dictadura, como de ignorar todo, muy superficial.

Para 1992 o 1993, un grupo de compañeros armaron una agrupación. Me conmovió el trabajo que realizaban y empecé a dar una mano.

—Yo doy una mano si hay que pintar un cartel— le dije a Diego.

—No necesitamos secretarias— me dijo—. Hacen falta militantes.

El MATE fue un lugar de aprendizaje, de contención, de mucho afecto. Hicimos un viaje a Cuba, ese lugar que para los hijos de los genocidas era el monstruo. El lugar donde se comían a los pibes crudos. Lo que no se quería. Lo que se quiso evitar. Y ahí, durante un mes, nos encontramos con un país maravilloso, a pesar del período especial con la vida cotidiana tan difícil. Un país con gente muy inteligente, muy solidaria. Conversamos con viejos militantes, aprendimos, conocí a María Santucho, que hoy es una de mis grandes amigas y una referente de la lucha. Aprendí cómo encarar la vida y la necesidad de que el mundo sea más lindo. De que así, como está, el mundo no está bueno para nadie.

 

Afiche. Agrupación El Mate.

 

Volví del viaje muy distinta. Y cuando volví fui a ver a mi abuela paterna con la que tenía una relación linda. Era una mina muy lúcida que leía mucha filosofía. Me gustaba mucho conversar con ella. Y ella, ese día, desde la cama de enferma, me dijo: ¿A qué fuiste a Cuba? ¿A entrenarte? Ah, bue, pensé yo. Mejor dejemos las cosas así. Y enseguida me dijo que si tenía que elegir entre mi papá y yo, iba a elegir a su hijo. Ya se le había muerto una hija, dijo, y no podía perder otro hijo más. Y así fue como otra de las relaciones familiares se disolvió en el aire. No vi más a mi abuela. No vi más a mi padre. No lo veo desde hace treinta años. Y no tuve más noticias hasta que aparece su nombre en los juicios.

Che, le dije a Diego en ese momento, yo quiero escribir algo, empecemos a pensarlo. Y a muchas compañeras del colectivo les pasó que con los juicios aparecen dos cosas: en un caso, la revelación por primera vez de lo que fueron sus padres, compañeras más chicas se enteran de la monstruosidad en los juicios, que entonces son claves también para entender la aparición de estos colectivos. Y después hay otra cosa, que una voz trae la otra, y la posibilidad de pensarnos colectivamente. Las preguntas que nos hacen ayudan a pensar, y así aparece la posibilidad de una voz pública que ya no sea la voz individual de alguien contando su historia, sino la posibilidad de armar algo con todo esto que vaya más allá.

Cuando me enteré, primero pensé en mis hijos. Yo estaba en Jujuy. Pensé en mis hijos escuchando por televisión el nombre del coronel Lance. Hablé con el padre. Y después fui a ver a una psicóloga con la que había laburado antes. Hablamos de la libertad de elegir y la cosa es que cuando terminamos, le pregunto cuánto es y me dice nada, yo no te puedo cobrar por algo que no es tu problema sino que es un problema de todos. Entendí que de alguna manera eso estaba bueno para pensar cómo todos nos hacemos cargo de esto.

La noticia para mí fue una confirmación. Pero también confirmaba en lo personal que yo no era la loca. Estaba la idea de yo inventaba toda esta historia del represor porque en realidad tenía bronca con mi viejo porque se había ido con otra mujer. No era verdad. Pero verlo en el diario también fue un alivio: no era que yo tenía una suerte de enojo adolescente. Era la verdad histórica. Una verdad que sostengo con mucho dolor. Que no la sostengo desde un capricho. Ni desde un enojo. Por lo contrario, es una decisión fuerte y difícil porque, además, no tenía un papá malo. Ni violento. Fue muy doloroso cortar y decir no quiero verlo mas. Quiero que esté preso. Quiero que él, como el resto de las personas que participaron de la represión, estén presas. Y cumplan su condena. Y listo. Que se mueran en la cárcel y podamos construir un país desde la verdad. Con lo doloroso que pueda ser la verdad. Desde la verdad que nos va a dar libertad. Y nos va a dar posibilidades de tener un país distinto.

Mi vieja se enteró en 2015. No podía creerlo. No podía creer haber estado casada con una persona así. Ellos se separaron en 1975. Me dijo que se había separado porque le daba asco el olor de mi padre. Imagino que él estaría yendo a Tucumán para el Operativo Independencia. Está la foto. Y él me lo dijo. Y ella me habló del olor. De cuando volvía a la cama a acostarse. Yo no sé qué pasó con esa persona a la que de repente ella no podía tocar, con la que no podía ni estar. Y no sé si eso la salva, pero es cierto que se separó. Igual, está el silencio. Mi mamá tenía una muy amiga durante la dictadura a la que le estaba desapareciendo su compañero. Nunca se lo contó a mi madre. Yo me enteré muchos años después al verla en un espacio de militancia. Creo que todavía hoy no se lo dijo. Se lo conté yo. Tampoco podía creerlo. Pero creo que eso nos hablan de cosas que, ojalá, en algún momento podamos pensar. Entre los ex hijos a veces nos preguntamos: ¿Qué sociedades construyeron a estas personas? Algunos serán más monstruosos que otros, otros son más normales de lo que nos gustaría. Pero, ¿cómo pasó? ¿Cómo se convirtieron estos pibes y estos hombres en personas capaces de torturar y de asesinar? ¿Cómo pudieron las familias negarse a ver? ¿Cómo los papás de mis amigos del jardín y de la primaria, dejaban que sus hijos fueran a jugar a Campo de Mayo en 1977? ¿O que se subieran a un colectivo?

 

Florencia saca foto a un afiche de la Cátedra Che Guevara organizada por El Mate.

 

Una vez se lo pregunté a la viuda de García Lupo. Para el 2×1 me pidió que la acompañe a la marcha porque quería llevar un cartel en memoria de Rogelio. Ese día marché sola con ella. Y como ese nombre, en mi vida aparecieron otros. Siempre digo que a mí me salvó la calle. No tener una familia que te contenga, pero que tampoco que oprima demasiado.

Para la época de la facultad, un jueves, Diego me dijo: Vamos a la Plaza.

—¡Noooooo!— dije yo. Pero fuimos. Nos quedamos parados.

—Vamos a marchar— me dijo. Y yo, de nuevo: No. Sentía que usurpaba el lugar de los otros, el discurso de los otros. Un espacio que no nos pertenece. Creo que eso es lo que intentamos todavía pensar: creemos que tenemos que estar de costado, que hay que acompañar la lucha de los organismos pero que no es un lugar nuestro. De todas maneras, aquella vez sí marché y lo hice un montón de años más, muy cerca de las Madres. Cierta vez en la agrupación decidimos que haga mi trabajo de base en la Asociación de Madres, así que después del trabajo me iba todos los días al local. Y así como tengo ese padre postizo que es el padre de mi amiga Alejandra, tuve una madre postiza en Hebe. Hebe me enseñó cómo ser mejor persona, pero también cómo ser mujer, cómo ser mamá o cómo cocinar. No tengo recuerdos en mi casa de la cocina. Pero recuerdo estar enferma y que ella me traiga comida a mi casa. Cuando nació mi primer hijo, terminó la marcha de la resistencia y se vino a pasar la noche conmigo al sanatorio. A mi hijo le puse Juan, un poco por mi amigo y por el personaje de El exilio de Gardel. Era la primera marcha que no iba porque estaba pariendo. Eran los ’90, todo era ríspido y duro, frívolo y superficial, y ahí estábamos nosotros, un grupo de pibes y de pibas que queríamos estar con las Madres, hablar de la dictadura, de Cuba, discutíamos y nos peleábamos con Hebe, pero después también nos hacía unos platos de ravioles caseros que estaban buenísimos.

 

Juan, el hijo de Florencia, en su primera marcha de la Resistencia.

 

En ese recorrido nos fuimos vinculando con compañeros de los ’60 y ’70 que nos acompañaron y nos formaron desde la agrupación. Nos contaron sus ideas del mundo. Estuvo el Negro Molina, un dirigente obrero muy cercano a Cooke, que nos cagaba a pedos, no tenía ninguna consideración pero sí respeto. El Negro Molina una vez nos contó que durante los años de la resistencia viajaba en un colectivo. Y de un lado estaba la policía reprimiendo y del otro parte del pueblo resistiendo.

—Hay momentos de la vida en que uno tiene que elegir de qué lado se pone.

Nos dijo. Y esa imagen para mí es así: uno siempre, siempre, siempre, puede elegir de qué lado se pone. El terrorismo de Estado fue masivo, fue un plan sistemático, todos los que estaban, estuvieron, pero hubo casos que no. Horacio Ballestero, D’Andrea Mohr. Siempre me pregunto qué hizo que una persona pudiera decir que no; no voy a reprimir a mi pueblo; no voy a participar de este genocidio. Mi papá tenía la posibilidad de elegir: tuvo un avión lleno de secuestrados, ¿por qué no te fuiste del país? ¿Qué te podía pasar? No era un zumbo al que no le quedaba otra, que no tenía recursos simbólicos para pensarlo. ¿Por qué no pudiste hacer el click? ¿Qué pasó ahí? ¿Qué es eso de la obediencia y el compromiso con este proyecto de asesinar? Creo que en el vuelo también había dos pibes de secundarios por los que específicamente se lo procesó y denunció.

En el ‘97 abrimos la Cátedra Che Guevara en la facultad, una experiencia que acercó a gente de los ’70 de distintas líneas a contar a los pibes jóvenes qué había pasado. Se hizo en bares, fue muy masiva y la idea era laburar sobre la transmisión. Manolo Gaggero era el titular, una de las personas enviadas por Cooke a Cuba. En esos espacios aparecían las historias: la de la Pirí Lugones, una mina con esa historia familiar con la que pudo hacer algo diferente; y también las de Alicia Eguren y Osvaldo Bayer.

Cuando nació Juan, mi hermana quería que mi papá lo conozca. Insistía. Decía que era su primer nieto. Nos peleamos. Quien entonces era mi compañero tenía a su tío desaparecido. Mi hermana insistió. Fue a la casa. Y cuando volvió me dijo: la casa está igual y están nuestras fotos. ¡Pero no estoy muerta!, dije yo. ¿Cómo que están nuestras fotos?Con mis cuatro hermanos por parte de él, no volví a hablar, el día que quieran, sabrán, pero el problema es cuando alguien acepta vivir sin preguntas. Cuando un hombre vuelve a tu casa, después de asesinar, ¿no te hace ruido nada? ¿No hablás de eso? Con mi compañero hablo de su trabajo, de los problemas. ¿Cómo se vive de otra manera? ¿Qué hay ahí? ¿Son familias sostenidas sin conversación?

Cuando salió publicada la historia de Mariana Dopazo, muchos de amigos me la reenviaron. Me partió la cabeza. Me impactó la manera de reflexionar sobre lo que le pasó. También Erika. Y creo que fueron claves para pensar que podíamos tener una voz pública. Ahora hay dos grupos de ex hijos y de hijos. Y me parece que es una buena noticia que haya dos, tres, miles, y grupos de supermercadistas chinos que repudian a los genocidas, que no les quieran vender una botella de vino. Que no haya nadie que los apoye. Que los terapeutas piensen sobre esto, que los supermercadistas chinos piensen cómo dejar de venderles porque esto es una tragedia que es imposible de resolver hasta no ir a fondo. Y claro que comienza por la memoria, verdad y justicia y por los juicios, sin duda.

La última vez que hablé con mi papá, lo llamé para conversar por unos problemas familiares. Me dijo que lo dejara tranquilo. Que estaba muy mal. Con muchas complicaciones. Y tenía qu tomar pastillas para dormir.

—Estoy pasando muchos problemas— dijo.

Yo le dije:

—Por algo no podrás dormir tranquilo.

Cortamos y eso fue toda la charla.

 

Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/hija-aviador-los-vuelos-la-muerte/

Derrames // Lobo Suelto

A las calles, de todas las formas posibles. En manada, los agrupamientos se organizan al galope: pura intuición plebeya. Desbordando todo orden ortiba fundado en el terror, la violencia y la mentira. Comenzando por la doctrina de seguridad oficial, que llama a confiar a priori en las fuerzas de seguridad cuando asesinan -como hicieron con Santiago, Pablo, Rafael , Luciano y con miles de pibes  que rompen la noche- en defensa del país de la propiedad privada concentrada. Cuantos más peritos ponen, más se les nota la intención de ocultar el crimen. Crean Estado en torno al crimen y al ocultamiento. A las calles, a darle la espalda a quienes disparan por la espalda: a frenar una política de la crueldad hecha política de Estado. A las calles como ante el 2×1 y el 8M: tejiendo el pañuelo blanco de las Madres y el pañuelo verde del aborto; sabiendo que las Madres y Abuelas vienen haciendo paro de mujeres todos los jueves desde hace 40 años. Sabiendo que las jaurías de pibas pasan por arriba de todos. Sus finanzas se salpican de nuestra sangre. Derrames: que la política de Derechos Humanos derrame sobre los barrios, las escrituras, los hogares, la economía, las instituciones. El último 18 de diciembre vimos resurgir la fuerza de la calle plebeya, reactivando nuestra capacidad de desobedecer todo el orden asesino que nos proponen. En marzo quedó en claro nuestro programa: la calle plebeya. 24 de marzo es memoria de la calle plebeya. Una calle que derrita las columnas, vuelva cenizas las banderas, desobedezca lo que  ya no dice nada y solo reconozca el amor de las Madres. Son relámpagos en instantes de peligro que bien pueden ser diluvios, derrames, tormentas.

23 marzo de 2018

Memorias impresas en orillas de silencio (24 de marzo de 2018) // Marcelo Percia

1.

Memorias extendidas de un solo día darían más de una vuelta alrededor de la esfera terrestre.

Memorias plenas equivalen a estruendosos silencios.

Silencios que amasan bulliciosas pulpas de la historia.

 

2.

Pero, ¿cómo lo vivido habita las memorias?

 

3.

Memorias pretenden historias, la historia se deja conquistar.

 

4.

La escena del crimen de la última dictadura en la Argentina acontece, cada vez, como vacío en las memorias.

 

5.

Memorias ondulan, agitan, van y vienen.

Recuerdos oscilan como boyas en una inmensidad. Olvidos habitan en temblores infatigables de lo inmenso.

 

6.

Si se pudieran conservar intactas memorias de una época, ninguna sensibilidad soportaría lo que el olvido cancela.

 

7.

Demasías de la memoria sólo se alojan en el silencio.

 

8.

Derrida (1969) en La farmacia de Platón a propósito del relato, al final del Fedro, sobre el origen de la escritura, observa la ambigüedad del término griego phármakon que alude, a la vez, a lo que puede curar y envenenar: la escritura posibilita, al mismo tiempo, la memoria y el olvido.

 

9.

Lo que el silencio no deja de decir: que en las cenizas del aire se respiran polvos de vidas que sufrieron la acción del fuego.

 

10.

Recuerdos actualizan sensateces de la vida: prudencias de la posibilidad.

Así lo advierte Borges (1942) cuando relata la vertiginosa memoria de Irineo Funes, escribe: “Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)”.

La percepción acontece como archipiélago de supresiones.

La obra de Borges valora la acción del olvido y parodia rigideces y torpezas de las memorias.

Los lenguajes sacrifican singularidades.

Funes no sólo percibe en cada perro a una criatura única, sino que percibe que, en el tiempo, cada perro deviene infinidad de únicos perros.

En la percepción de Funes se imprimen momentos singulares que las lenguas omiten.

 

11.

Continúa Borges: “Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. (…) Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”.

Cuando ráfagas de ese irrevocable deterioro de la vida penetran sensibilidades expuestas: los sentidos desvarían, los músculos se endurecen, las palabras se retiran.

A veces, para no pensar, se prefiere entrar en una especie de ausencia o muerte.

 

12.

En Nota sobre la pizarra mágica, Freud (1924) trata de ilustrar cómo actúa la memoria.

Traza analogías entre sus ideas del inconsciente y un juguete infantil: una pizarra donde se escribe con un buril sobre una superficie que posee la propiedad de borrarse y conservar, a la vez, lo borrado.

Ese artefacto le sirve para ilustrar lo que llama aparato psíquico.

Freud imagina el psiquismo como una sofisticada máquina de sentir, hablar, pensar.

Concluye que la memoria no se reduce al registro, permanente pero limitado, en una hoja de cuaderno, ni a las anotaciones renovables en una pizarra.

Postula una diferencia: la memoria posee capacidades de recepción y de conservación de huellas, incalculables.

Advierte, también, que la memoria tiene cualidades mágicas y maravillosas: conserva huellas que aparecen o desaparecen según acontezca el recuerdo o el olvido.

 

13.

Derrida (en Freud y la escena de la escritura), a propósito del texto de Freud, valora la conjetura del psiquismo como espacio de escritura: lo vivido permanece como huella escrita en sensibilidades que hablan.

La pregunta que resta: ¿la vida supone continuos procesos de reescritura?

¿La fijeza de algunas marcas detiene el movimiento?

 

14.

La vida se escribe cada vez, pero nunca en una hoja en blanco: se escribe sobre otras escrituras, muchas veces indescifrables.

Cargamos imágenes impresas, palabras grabadas, morales que amordazan épocas.

¿Cómo vivir en la libertad de una reescritura?

Libertad no consiste en desprenderse, negar, desmentir esas cargas, marcas, huellas.

Libertad, tal vez, reside en rehusarse a imponer o trasladar esas pesadumbres a otras vidas.

Libertad supone impedirse dañar o marcar como modo de proteger lo viviente.

 

15.

En la saga de las imágenes impresas y las memorias se relatan historias de censuras, persecuciones, muertes.

Artificios para escapar a la censura de un Amo.

Una historia de astucias reside en la de la tinta limón como modo de escritura clandestina.

Escritos en tinta limón sólo legibles acercándolos a la llama.

 

16.

Una hermosa palabra palimpsesto: manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente.

 

17.

Se puede escribir copiando o imitando otra escritura, también borrando las huellas de lo ya escrito, inscribiendo el arrojo de un deseo que, de pronto, se queda alelado sin saber qué decir.

 

18.

La imagen de lo ausente supone la vida que no está: considera ciertos indicios evanescentes.

Proust (1922) no encuentra mucha diferencia entre la rememoración de un sueño y el recuerdo de lo vivido.

Llama memoria involuntaria a rememoraciones que irrumpen caprichosas: de pronto, algo estalla y se propaga concitando asociaciones imprevisibles.

Escribe: “Las imágenes elegidas por el recuerdo son tan arbitrarias, tan estrechas, tan inalcanzables, como las que la imaginación ha formado y la realidad destruido”.

Si los recuerdos eligen imágenes, ¿qué voluntad elige los recuerdos?

Una voluntad involuntaria, no personal, irrigada de sensualidades, bellezas, dolores de los tiempos.

 

19.

Quizá la obra de Beckett narra estados de memorias que asisten al impreso borrado, tachado, descolorido de la civilización.

Escribe Beckett (1931) sobre el autor de En busca del tiempo perdido: “La memoria involuntaria, no obstante, es una maga díscola que no admite presiones. Es ella quien escoge la hora y el lugar en que habrá de suceder el milagro. Ignoro cuántas veces se produce este milagro en Proust. Creo que en doce o trece ocasiones. Pero el primero –el famoso episodio de la magdalena mojada en té– justificaría ya de por sí la afirmación de que todo el libro es un monumento a la memoria involuntaria y a la epopeya de su acción”.

Memorias díscolas anidan en algunas sensibilidades y en otras no: ese maravilloso misterio, a veces, se intenta cancelar con teorías de la personalidad.

 

Para Proust la memoria voluntaria, que interviene como dominio de la inteligencia y la razón, retiene semblanzas de un pasado sin vida. Mientras que en la memoria involuntaria (en la que los recuerdos destellan detonados por accidente o azar) sabores, perfumes, brisas, melodías, lágrimas o caricias, desatan intensidades vivas.

 

21.

El modo que tenemos de vivir la vida consiste en soñarla, pero no sabemos qué hacer con las pesadillas de la historia.

 

22.

Aura del dolor: suave soplo de la muerte.

Benjamin (1936) define aura “como la manifestación de una lejanía (por más cercana que pueda estar)”.

Aura: juego de afectaciones precipitadas por cercanías de sensibilidades que se arrojan sobre lejanías que no pueden alcanzar.

 

23.

Lejanías no se oponen a cercanías: en lo lejano reside lo inapresable: por eso, aún abrazando lo cercano, se necesita saber amar lo lejano.

 

24.

El arte repone lejanías haciendo cercanos los recuerdos.

 

25.

Lo vivido acontece irrepetible, la memoria copia lo sucedido, el recuerdo lo reproduce.

 

26.

No conviene reducir memorias a una función de la conciencia ni representarlas como aparato invisible de anotación o registro.

Tampoco pensarlas como depósitos de recuerdos fijos, invariables o desfigurados.

Memorias vibran en voces y caricias, en palabras y dolores, que fatigan y encienden cuerpos.

 

27.

Se confía en que las memorias atesoren lo vivido.

Memorias se ofrecen como artificios para que sensibilidades se sueñen eternas.

 

28.

Una primera forma de memoria reside en las pisadas: vestigios que dejan los pies sobre la superficie de la tierra.

 

29.

Todavía se piensan memorias como depósitos localizados en supuestas interioridades individuales.

Cuesta pensar en memorias impersonales: recuerdos labrados como gramáticas de una época.

Memorias de un amor no viven en la interioridad de los amantes, se actualizan cuando los cuerpos se rozan.

 

30.

La evocación de un momento embriagado de deseo, se compone con montajes escénicos que se ofrecen en la cultura y con muy poco de lo vivido.

Las sensibilidades no llevan inscriptas huellas que las memorias almacenan, sino heridas receptoras de signos dolorosos que sobrevuelan la vida.

¿Por qué algunas soledades andan heridas, otras cicatrizadas, otras inmunizadas ante dolor?

¿Heridas, cicatrices, inmunidades se distribuyen en el planeta de la mano de las riquezas y privilegios?

¿Por qué memorias del dolor interpelan más que las de la felicidad?

 

31.

No se recuerda lo vivido: las memorias están destinadas.

Cada sensibilidad porta antenas selectivas: receptores de clase que se extienden y se entremezclan, a través de la lengua, con otras antenas que vibran también especializadas en cuerpos semejantes.

 

32.

Cada época traza analogías que intentan capturar enigmas de las memorias: la huella de un pie, el dibujo, el grabado, la escritura, la imprenta, la fotografía, el fonógrafo, el cine, el procesador de texto, las conexiones en red, los archivos digitales.

Las memorias, sin embargo, recorren la vida como partículas imperceptibles en el aire.

 

33.

Alguna vez se supuso que los recuerdos acampan en el corazón mientras los olvidos permanecen prisioneros en el pensamiento.

Anamnesis significa recordar. La palabra se emplea para describir el momento en el que el deseo de aliviar solicita a quien padece que relate lo que le pasó y le está pasando.

 

34.

Memorias no residen en focos que identifican neurólogos en un cerebro: esos destellos eléctricos fertilizan umbrales de sensibilidades que hablan.

 

35.

En memorias del mar se sacuden secretos de los primeros días de la vida en la Tierra, historias de peces fabulosos y embarcaciones perdidas, maremotos y poéticas desatadas.

También: memorias de cuerpos anestesiados arrojados desde un avión militar.

 

36.

Tan tristes las historias de la civilización que soledades prefieren desiertos antes que recuerdos.

 

37.

Memorias no guardan hechos terminados ni fijan lo ocurrido ni fotografían lo que sucedió.

Memorias acunan insinuaciones de lo acontecido.

Los recuerdos siempre se presentan vagos. Incluso la nitidez de lo evocado simula una imagen labrada en lo que llega moviéndose y cambiando.

La creencia de que lo decisivo en una vida queda grabado en una profundidad íntima, apacigua el vértigo de lo acontecido.

Cuando alguien cuenta su vida o escribe sus memorias participa de la construcción de una ficción: habitamos vidas editadas.

No se trata de recuerdos personales, sino de recuerdos que se apersonan en una vida: como arrebatados poderes que ocupan sus dominios.

Las vidas que vivimos anclan o se amarran a un suelo o muelle de reminiscencias.

 

38.

Al cabo, lo vivido no reside en lo acontecido, sino el lo recordado.

Escribe Proust: “La verdadera vida, la vida al fin descubierta y dilucidada, la única vida, por lo tanto, realmente vivida es la literatura”.

 

39.

El problema de las memorias no reside en que olvidan.

Memorias lucen como mínimos territorios iluminados en una infinita noche de olvidos.

Cuando la vida frota olvidos, enciende recuerdos.

El problema adviene cuando las memorias reprimen, niegan, repudian.

Represiones ocultan, disfrazan, prohíben recuerdos.

Represiones ponen lo reprimido a reparo, lo censuran, lo disimulan.

El psicoanálisis se interesó por la represión no lograda, la fallida. De allí la expresión el retorno de lo reprimido.

Negaciones cancelan lo ocurrido: cortan la cinta de un film, tapian una puerta, decretan la no existencia de sogas en casa del ahorcado.

Repudios desmienten que lo recordado haya ocurrido, lo relativizan, lo consideran una exageración, fruto de la inoculación de una mentira.

 

40.

Sensibilidades que perpetúan crímenes, ¿qué hacen con la imágenes de las vidas que cegaron?

¿Las deforman hasta no reconocerlas?, ¿las alucinan como fantasmas?, ¿las sepultan en los órganos de cuerpos que enferman?, ¿extirpan la visión atroz enloqueciendo o quitándose la vida?, ¿se insensibilizan?, ¿asumen la responsabilidad y cargan con la culpa y el dolor?

 

41.

Un acto de libertad reside en la decisión de no olvidar: el testimonio imprime una memoria en las memorias.

 

42.

Interminables conversaciones con el tiempo fluyen en las memorias.

El cuerpo de la materia posee memorias traumáticas y poéticas.

Papeles, pieles, telas, maderas, paredes de una casa, alojan memorias. Imperceptibles pliegues del tiempo viven en todas la cosas.

 

43.

Enfermedades de deterioros neuronales progresivos ponen a la vista cómo vive una sensibilidad expuesta a lo acontecido cuando se retiran los órdenes ficticios de los recuerdos.

 

44.

Se han pensado los tatuajes como marcas de un poder, como escritura, como inmovilidad de un símbolo o una imagen, como arte detenido, como ruego de identidad.

Quizás a diferencia de un tatuaje, una cicatriz narra un desgarro zurcido por el tiempo.

 

45.

Aunque no al mismo tiempo, las caricias que suavizan con sus ternuras, pueden herir la piel que han tocado.

 

46.

Memorias: ilusión de las criaturas que hablan de marcar en el infinito un antes y un después.

 

47.

Ternuras que amamantan a excitaciones nerviosas inundadas de vida: suavizan latidos, bocetan recuerdos.

Tibiezas de pezones y bocas, suspiros y arrullos, privaciones y amenazas, abrazos y retorcijones, sueños venideros.

Furias que amamantan con tintas hacen del amor una denuncia.

 

48.

Madres de los pañuelos blancos: nombre político de ternuras paridoras que ensueñan porvenires igualitarios.

 

49.

Sensibilidades plebeyas: envueltas en memorias de papel blasfeman y cantan.

 

50.

Llamamos primeras experiencias de vida a restos movedizos de acontecimientos olvidados: dulces y dolorosos llamados de inmensos contactos que se inician.

 

51.

En las líneas de una sola mano se insinúan las intrincadas historias de una civilización.

 

52.

Se conocen diferentes procedimientos para reciclar papel, pero cuando se amasa la pasta de trozos de imágenes entintadas del horror de una época, no se recupera ni transforma nada: se revuelven dolores, tristezas, injusticias, crueldades, crímenes, hasta que las memorias de lo acontecido retornan como enigmas callados de eso que el olvido no puede olvidar.

 

53.

Lo que se llama pasado o lo vivido no yace o espera escrito de una vez para siempre, la rememoración puede reforzar celdas negadoras o empujar a la emancipación de lo acontecido.

 

54.

El psicoanálisis se pensó como reescritura clínica de huellas mnémicas labradas en la infancia.

Se podría pensar que, lo que antes se suponía impreso, tallado, estampado, acontece muchas veces arremolinado, garabateado, tajeado en el aire. Y, que en cada vida, se paren infancias innumerables veces.

No se trata de rediseñar destinos, sino de abrir porvenires.

Lo porvenir recuerda que cada vez no se sabe cómo advendrá.

 

 

 

 

 

Bibliografía.

Beckett, Samuel (1931). Proust. Editorial Tusquets. Madrid, 2013.

Benjamin, Walter (1936). La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica. En Discursos interrumpidos I. Editorial Taurus. Buenos Aires, 1989.

Borges, Jorge Luis (1942) Funes el memorioso. En Ficciones. Alianza Editorial. Buenos Aires, 1980.

Derrida , Jacques (1969). La farmacia de Platón. En La diseminación. Editorial Fundamentos. Madrid, 1975.

Derrida, Jacques (1977). Freud y la escena de la escritura. En La escritura y la diferencia. Anthropos. Barcelona, 1989.

Freud, Sigmund (1924). Nota sobre la pizarra mágica. En Obras Completas. Volumen 19 (1923-1925). Amorrortu editores. Buenos Aires, 1992.

Proust, Marcel (1922). En busca del tiempo perdido. 1 Por el camino de Swann. Alianza Editorial. Madrid, 1977.

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