Surrealismo, el Quilombo de Palmares y las Orquídeas. // Ramiro Gogna

Dadaísta primero, partisano en la guerra civil española, no es de extrañar que en los falansterios cimarrones viera Benjamin Perét realizada una Révolution surréaliste. El artículo al que ahora accedemos en versión de libro, El Quilombo de Palmares [Octaedro: 2000], fue publicado por Perét en 1955 en la revista paulista Anhembi.

Los hechos. Entre 1640 y 1697 se constituye en Alagoas (actual estado de Pernambuco, Brasil) la experiencia histórica y política conocida como Quilombo de Palmares. Esta organización estaba formada por “esclavos evadidos” de las plantaciones de azúcar que se habían organizado desde 1570, y hacia 1630 ya se encontraba  consolidada como forma dominante de producción en la  región,  articulada a las demandas del mercado exterior. Las plantaciones eran un sistema de apropiación violenta y cruel del cuerpo, no sólo del producto del trabajo esclavo. Relación costosa, mecanismo de producción de riqueza por medio de la destrucción de la riqueza. La reacción de los colonos portugueses y holandeses es inmediata y cruenta. El asedio al Quilombo se interrumpe por un acontecimiento: el primer jefe del quilombo Ganga-Zumba acuerda la paz con el Gobernador, el cese de los hostigamientos. Perét plantea esta pregunta intrigante:  “¿tendría el rey poder  suficiente para someter a los jefes  negros…?”. La historia de Perét es episódica, “narra la lucha de los hombres por su libertad”. Pero no lo hace de cualquier modo: es una narración que establece un umbral de transformación que va de una forma de gobierno donde prima la “administración de los bienes” a uno que se organiza en torno del “gobierno de las personas”.

El problema. El historiador que quiera comprender el Quilombo, alerta Benjamin Perét,  se encuentra con obstáculos irreductibles: la escasez de fuentes, por un lado, el hecho de que  aquellas son  “documentos de la represión”, textos que expresan una condena hacia lo que describen.  Por otro lado, una bibliografía secundaria que a su vez construye una interpretación y un tratamiento de esos mismo documentos “sesgados», cuya mirada esta dirigida acríticamente por una precompresión de las sociedades “primitivas”, de su forma de gobierno “rudimentario”. Desde tal esquema de lectura el Quilombo: (a) se parece a un conjunto repelente, replegado sobre sí mismo, determinado por una «insensibilidad hacia cualquier influencia”; (b) está siempre próximo a su origen, sus 57 años de existencia no mostrarían la marca de la historia, implicando una “negativa a imaginar cualquier evolución.” ¿Cómo proceder de otro modo? Comprender el devenir, rastrear las influencias; no  “postular una estabilidad de los Palmares.” Con evolución Perét quiere decir transformación como escisión de la formación social cimarrona. El sentido del Quilombo no se expresa acabado en su punto de origen. La curva histórica de los quilombos irían de una “anarquía primitiva” hacía un gobierno “despótico”. Pero este movimiento es resultado de la fricción de las fuerzas.

Origen-movimiento. En el origen  los esclavos libertos no tenían “un jefe» con «poder absoluto”.   El poeta surrealista caracteriza como “estado natural” a ésta situación originaria de “ausencia de cualquier autoridad”. Ganga-Zumba no tenía autoridad, más era el jefe. En todo caso los jefes y los “consejos” atendían asuntos de caza y de guerra y podía su mandato «ser revocado cuando se considera que es incapaz de llevar a termino la misión”. Ganga-Zumba negocia el alto al fuego, y por ello fue envenenado ya que el pacto no será aceptado por la sociedad quilombola. Pero entonces, ¿era “rey”, en qué consistía su “poder”? ¿Distingue Perét entre jefes y soberanos o rey? ¿Ganga-Zumba, era un jefe sin autoridad sometido al cumplimiento eficaz de su funciones so pena de perdida poder y reconocimiento? Si “el campo de tal persona valía lo mismo que el de la otra”, ¿por qué instaurar una “autoridad regular”, pregunta Perét? La reflexión es la siguiente: como resultado de los primeras ataques de los holandeses -y después de portugueses- contra el Quilombo, se vieron obligados a producir una organización militar jerarquizada y disciplinada para asegurar las defensas del territorio, que se disolvía   “inmediatamente después de la desaparición de la amenaza”. De las necesidades de la guerra  habría surgido la división interna como poder separado de esa sociedad que decide y manda. Este poder escindido, instituido como arbitro de los distintos intereses -los que mandan y los que obedecen-, somete «al más débil a la voluntad del más fuerte.” Entonces la división viene de afuera: la guerra divide la sociedad en capas, la rotula con cierta división de trabajo: el guerrero y el agricultor.

            En el Quilombo de Palmares el  “régimen político y régimen económico  coinciden.”  Entonces, la guerra y el conflicto permanente por la defensa de sus territorio produjo una incipiente división social y un jefe con poder de mando “embrionario». En la medida que las obligaciones de la resistencia a los hostigamientos demandaba hombres organizados militarmente –que así se retiraban del trabajo en la agricultura-, los quilombolas  “recurren al trabajo servil” e implantan la esclavitud en los Palmares. Perét explica esto con la hipótesis de que la sobrevida de ese régimen económico indica un efecto  “de las relaciones con los colonos portugueses”. Mil seiscientos cuarenta y cinco es el inicio lento pero seguro de la división en el Quilombo: el advenimiento del jefe con autoridad reguladora, el último de los cuales será Zumbí dos Palmares. A partir de ese momento nuevas relaciones “acrecientan el respecto de estos ‘súbditos’ para la majestad del soberano, cuando en otras circunstancias estos súbditos no tuvieran mucho en cuenta la autoridad ‘real’”. Además Perét ubica entre 1645 y 1667 el apogeo del Quilombo. Al mismo tiempo ocurre el despunte de la división social y de la “edad de oro”. Captar este doble acontecimiento significa documentar que lo “negativo y positivo se unen aquí en un conjunto que da lugar a la nueva situación constituida por el Quilombo”.  El asedio permanente de los bandeirantes precipita la aparición de “jefes que tendieron al poder absoluto”, y fueron “el origen de las modificaciones que afectaron la estructura del quilombo.”

Las Orquídeas no son parásitos. ¿Saben los quilombolas lo que hacían? Aquí el surrealista deviene cuerdo e incursiona en la caracterización de los sujetos del Quilombo según su “nivel de conciencia”. En este nivel del discurso Perét muestra hasta qué punto su perspectiva estaba impregnada también por realidades y categorías que correspondían a sus conceptos histórico, proyectados retrospectivamente al pasado (lo mismo puede decirse de los supuestos etnográficos que irrigan sus hipótesis sobre “los negros” y su religión). Sólo en comparación al sujeto concebido como conciencia en sí y para sí, puede describirse a Zumbi dos Palmares como protosujeto: carente de conciencia, incapaz de formular su lucha en términos generales. Desde este punto de mira tenemos que el Quilombo “anticipa la abolición de la esclavitud” sin plantear “conscientemente la cuestión”.  La mirada de Perét aquí desconsidera que en el siglo XVII (en Holanda e Inglaterra) el capitalismo se encuentra en su momento emergente,  y los procesos  por los que el dinero se metamorfosea en equivalente general y el trabajo libre deviene condición generalizada de la reproducción social sólo se desarrollarán escalonada y desigualmente a partir del siglo XIX. Perét por un momento da indicios de cierto cuidado para caracterizar la época  -“el ritmo de la historia todavía era muy lento”, “las adquisiciones culturales de la historia de la humanidad  apenas empezaban a tomar el carácter ‘acumulativo’”- sin embargo otorga subrepticiamente un privilegio a las determinaciones conceptuales de su actualidad. Así se inclina más a señalar que “la progresión desde la evasión individual hasta la reivindicación colectiva de la abolición de la esclavitud era imposible en el siglo XVII”, que a analizar la voluntad cimarrona sin considerarla como prefiguración trunca de un estado posterior de conciencia. Voluntad de selva, huida concertada que orada la forma-plantación.  El “nivel general de conciencia” de los quilombolas parece medido por una realidad que tardaría todavía 200 años en aparecer desigualmente en la geografía del mundo: según ese mirador Zumbi dos Palmares todavía no es Toussaint L’Ouverture.

            De todos modos pueden reconocerse en esta narración disímbola indicios de viejos procedimientos surrealistas en el tratamiento de los temas. Walter Benjamin había caracterizado el metodo de los surrealistas como ese empeño metódico que consiste en auscultar en lo envejecido, en lo insignificante, en las realidades extinguidas o interrumpidas, los signos de la revolución que viene. “Verdad y error” no subsisten aislados en esta narrativa, cada uno dirige “hacía el otro un eterno abrazo”.  Así la historia de Perét sería menos una historia de frondosos arboles, que un saber de las orquídeas:  saca “de la naturaleza perecedera de la verdad una razón de más para facilitar su rápida maduración. Por todas partes, la vida y la muerte se engendran mutuamente y, más allá del orgullo de los grandes árboles abatidos por la tempestad, los ojos, mañana, podrían gozar del esplendor de las orquídeas.” Extraña contemporaneidad del Quilombo de Palmares con el filósofo del poder constituyente. Si la filosofía de Spinoza es al mismo tiempo verdadera y falsa, y en ese sentido todas las filosofías tienen su cara spinozista, la revuelta de Palmares atravesada de verdad y error es huésped de toda revuelta posterior.

 

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