Spinoza: tercer género de conocimiento y escritura en la crisis // Roque Farrán

    I La crisis en todos sus géneros

¿Por qué el malestar reinante, la crisis agudizada y cronificada a más no poder, no precipitan en sublevaciones? Solo un racionalismo de los afectos puede dar cuenta de la situación actual y permitirnos entender así por dónde pasan los vectores de cambio, con paciencia, rigor y oportunidad para intervenir. Lordon cita a Spinoza para explicarnos la diversidad afectiva que nos constituye: “‘Diversos hombres pueden ser afectados de diversos modos por un solo y mismo objeto, y un solo y mismo hombre puede ser afectado por un solo y mismo objeto de diversos modos en diversos tiempos’ (Ética, III, 51). Esto es así porque las afecciones son por así decir refractadas a través de la complexión afectiva de los individuos (que Spinoza llama su ingenium). Sin embargo, la exposición de los mecanismos fundamentales de formación del ingenium individual, como huellas sedimentadas de experiencias afectivas pasadas, convoca sus prolongaciones bajo la especie de una sociología que da cuenta de los reagrupamientos de los individuos por clases de experiencias semejantes, de donde resulta la formación de ingenia (parcialmente) semejantes. A través del espesor de la estratificación social, las afecciones de la crisis económica son entonces refractadas de diferentes maneras según las diferentes clases de ingenia para producir allí sus ideas-afectos variados -es decir, sus efectos políticos-. De esta forma, la situación de crisis no está por completo constituida hasta el momento en el cual el estado de las cosas determina, a través del ingenium diferenciado del cuerpo social, afectos comunes de rechazo. Por una tautología creadora que es propia del mundo social, hay (plenamente) crisis cuando, de una afección económica dada, se forma la idea-afecto mayoritaria de que hay crisis.” (Frederic Lordon, La sociedad de los afectos)

Es excelente esta explicación de la crisis y sus afecciones, sobre todo si la comparamos con las tautologías pseudo-racionalistas que circulan en las argumentaciones socio-económicas más habituales. Sin embargo, uno presiente que le falta algo a la lectura lordiana de Spinoza; no solo la ontología que él mismo asume dejar en el fondo, por el momento, sino la teorización de los distintos géneros de conocimiento para pensar lo que acontece y cómo podría darse una transformación efectiva -y afectiva, claro. 

Últimamente insisto mucho en esto: usemos a Spinoza para pensar la coyuntura. No hay quien haya pensado el orden de los afectos y las inercias pasionales con tanta justeza y rigor para entender el presente como el filósofo holandés (quizás Freud también, en un orden más restringido, y luego Lacan). Pero es necesario atravesar todo su pensamiento material hasta el final, y la teoría de los géneros de conocimiento resulta clave para despejar los nudos donde nos enredamos habitualmente. Vaya pues una somera actualización de dicha teoría:

  1. El primer género de conocimiento, hoy, lo representan y explotan hasta la náusea los medios masivos, pues se basan en discursos de impacto, cosas dichas u oídas, chismes y malentendidos, operaciones y fakes; en fin, es el reino de la opinión, de habladurías y maledicencias, dimes y diretes. Es por tanto un conocimiento inadecuado que reproduce lo peor. 
  2. El segundo género de conocimiento funciona en cambio pensando relaciones y correlaciones, variaciones, cálculos y algoritmos, incluso axiomas y teoremas; allí, por más que estudiemos y estudiemos estadísticas y archivos a más no poder, las máquinas siempre nos llevarán la delantera, y está bien que así sea: podemos usarlas. Es un conocimiento adecuado, pero le falta captar la singularidad de las cosas y la coyuntura en que se inscriben. 
  3. El tercer género del conocimiento hace entrar con todo rigor e invención la consideración de la verdadera potencia del pensamiento, la conexión con el infinito de infinitos que sitúa los asuntos humanos en su justo lugar y nos da la templanza y agudeza necesarias para captar cada cosa singular, cada modo. Hoy más que nunca, no se trata de ser especialistas en filosofía, sino de ejercer toda la potencia del pensamiento de la que somos capaces. Porque estamos en un instante de peligro extremo, acuciante por donde se lo mire. Alimentar el debate inútil en la lógica de dimes y diretes es prácticamente suicida.

La idea de Dios o de lo Real, absolutamente racional en Spinoza, nos salva de la realidad fantasmática que nos consume a diario. Tenemos que llegar cuanto antes a captar esa idea crucial y pensar así cada cosa singular desde el tercer género de conocimiento; ejercitarnos en esa potencia del alma para ordenar nuestras afecciones corporales. No tiene nada de místico ni de discusión erudita, es un asunto práctico; clave además para sostener la vida en las peores circunstancias y atisbar por dónde lo singular deja de ser una mónada individual condenada a la estupidez eterna de las regulaciones y valoraciones trascendentales. Tres citas bien anudadas de la Ética nos orientan al respecto:

  1. “Cuanto más conocemos las cosas singulares, tanto más conocemos a Dios” (Prop. XXIV).
  2. “Por Dios entiendo un ser absolutamente infinito, esto es, una substancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita” (Def. VI). 
  3. “El supremo esfuerzo del alma, y su virtud suprema, consiste en conocer las cosas según el tercer género de conocimiento” (Prop. XXV). Demostración: El tercer género de conocimiento progresa, a partir de la idea adecuada de ciertos atributos de Dios, hacia el conocimiento adecuado de la esencia de las cosas. Cuanto más entendemos las cosas de este modo, tanto más entendemos a Dios y, por ende, la suprema virtud del alma, esto es, su potencia o naturaleza suprema, o sea, su supremo esfuerzo, consiste en conocer las cosas según el tercer género de conocimiento. Q.E.D.

Por eso sostengo que hasta el más mínimo gesto, si se inscribe en el tercer género de conocimiento, puede conectarse con la potencia infinita que somos y movilizar algún cambio real.

   II Gestos de escritura

Propongo entonces, a continuación, una serie de gestos de escritura que podrían leerse como tesis o condensaciones precipitadas de aquel género tercero. Pero antes, una proposición de la Ética que da sentido a ello:

“El contento de sí mismo puede nacer de la razón, y naciendo de ella, es el mayor contento que puede darse” (Ética, Parte IV, Prop. LII). Demostración: El contento de sí mismo es una alegría que surge de la consideración que el hombre efectúa de sí mismo, y de su potencia de obrar. Ahora bien, la verdadera potencia de obrar del hombre, o sea, su virtud, es la razón misma, que el hombre considera clara y distintamente. Por consiguiente, el contento de sí mismo nace de la razón. Además, el hombre, en tanto se considera a sí mismo, no percibe clara y distintamente, o sea, adecuadamente, nada más que lo que se sigue de su propia potencia de obrar, esto es, lo que se sigue de su propia potencia de entender; y así, de esta sola consideración brota el mayor contento que darse puede. Q.E.D.

Sin contento de sí mismo y sin una investidura afectiva de la propia razón, sería imposible conectar con la potencia infinita que nos constituye y nos liga a los otros, al mundo y a las cosas.

  1. Me desperté en medio de la noche y tuve un sentimiento oceánico: yo era real. Estaba en el mundo, era parte de él, ineluctablemente. La conexión no era mística sino material, extensiva, concreta. No primaba la dilución sino la concreción. El afecto prevalente era el de cierta alegría espiritual, sin temor ni esperanza. Jamás había tenido esa experiencia. Constato al pasar que ha sido demasiado largo y tortuoso el camino para llegar hasta aquí. Sin embargo, la escritura ha sido mi guía.
  2. Siempre me fascinó la historia del aleph, el infinito matemático y el cuento de Borges en él basado: que en un cuarto insignificante y oscuro pudiera vislumbrarse el universo entero, que en cada porción de la materia existe el infinito en acto. Por eso me gusta imaginar que en un simple post también puede caber toda la sabiduría de los siglos, la condensación de bibliotecas halladas, quemadas o perdidas. Nadie sabe lo que puede un gesto de escritura.
  3. Escribo, luego existo. Ese podría ser el cogito que me singulariza. Claro que se podría interpolar, también, el pienso: escribo para pensar, luego existo. O incluso, en rigor, formularlo en su simultaneidad anudada: escribo = pienso = existo. Por eso no puedo aconsejar a nadie sobre la escritura y sus formas, sus tiempos y modos. No hay reglas. Así que solo diría esto: escribe, no importa qué ni cómo, escribe y algo empezará a tomar forma, existencia, vida, materia. Donde sea, confía en la escritura, ella te sacará del pozo infame de la significación.
  4. La verdadera partición de lo sensible divide la mirada en dos: pone un ojo en el infinito que somos, en cada porción de la materia extendida hacia el universo entero, y otro ojo en el inconsciente que habremos sido, puntual y evanescente, en lo que nos duele de cada parte de nuestro cuerpo presente. A veces siento con intensidad esas dos fuerzas tirando para cada lado; lo escribo para no dejarme arrastrar por ellas, para no petrificarme. Y diría también, al revés de Lacan: Si no pueden hacer un lugar al infinito, tener una experiencia de la eternidad que los atraviese en cuerpo y alma, ¿cómo diablos podrían soportar la vida que llevan?
  5. Hay dos modos de asumir la muerte de Dios y sus correlatos trascendentes; dos modos, digo: el vacío y el infinito. Nadie soporta demasiado tiempo el vacío, por eso quienes montan allí su escena privilegiada terminan volviéndose cínicos o canallas. Pero el infinito es aun más aterrador, allí nos encuentra el espacio abierto hacia la locura o la libertad (no son lo mismo: la primera es una creencia absoluta, la segunda una práctica concreta). Entre uno mismo y los otros, hay infinito; entre las cosas y uno mismo, hay infinito; entre uno y mismo, hay infinito. Sólo un nudo bien hecho entre esos términos, al menos tres, permite sostenernos con coraje y cierta liviandad, cierta alegría que adviene en el ejercicio del tiempo y la eternidad.
  6. El intelecto material implica desindividualizar la función de la inteligencia, pero no suprimir el modo singular de asumirla. Por eso, se puede decir que no hay intelectuales, sólo hay nudos y algunos les ponemos la firma, el cuerpo, el pensamiento y además afrontamos las violencias institucionales que ello conlleva: asumirlos. Porque a un nudo real, después de todo, hay que hacerlo y re-anudarlo incesantemente con otros, en distintos lugares, tiempos y niveles. Entre el infinito y el inconsciente, la vida y la muerte, la apertura y la repetición, la convalecencia y la excomunión, lo que nos desvela y nos duerme, gestos de amor y amistad nos sostienen, deseos de deseos, tramas y desenlaces, nudos que se multiplican, con falta o sin ella, con acuerdos y desacuerdos, aciertos y errores, risas y temblores, porque la materialidad de esos gestos nos hace en cada momento, y nos salva. Así nos vamos haciendo y deshaciendo, en el tiempo, aunque hay puntos decisivos…
  7. Propongo el siguiente ejercicio espiritual o ejercicio de imaginación materialista: Haz cada cosa que tengas que hacer o quieras hacer, producción, intervención o comunicación, como si fuese la última vez que la harías sobre la faz de la tierra, con ese ánimo, con esa actitud, con esa apertura y osadía. Porque probablemente, sea en verdad la última. Lo decisivo, siempre, no es convencer a los indecisos de tomar partido, sino poder tocar con un gesto cualquiera ese infinito o potencia que se nos sustrae, antes de que la pobreza más extrema nos convenza que nunca estuvo en realidad a nuestro alcance.

 

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